Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen Rupert, aparentemente, era la encarnación viviente delexceso de equipaje. Pero muy pocas de las cosas queabultaban en su mochila y bolsa de mano eran ropas.Cámaras, lentes, el ordenador portátil, un radiotransmisor,pilas, binoculares, un machete, bolígrafos, cuadernos denotas, un martillo para rocas, una bolsa forrada de plomorepleta de película fotográfica, un montón de cachivaches,cada uno de ellos cuidadosamente empaquetado.Inevitablemente, las sospechas de los inspectores de aduanase vieron avivadas por la presencia de todas esasherramientas y materiales misteriosos. Instantáneamente, Rupert y el inspector se entregaron auna animada discusión a gritos en francés... y para el oídomonolingüe de Livingston, estaba claro que Rupert secomunicaba en francés más gracias a sus gritos y gestos quea su sintaxis. Incluso para un viajero neófito comoLivingston resultaba evidente que enemistarse con losinspectores de aduanas era un error. Y lo cierto es que elinspector insistió en desempacar y examinar todos y cadauno de los objetos. El griterío continuó, junto con mucho agitar de pasaportesy conmoción general. Finalmente el inspector tuvosuficiente y escoltó de manera bastante firme a Rupert hastauna puerta que daba a algún tipo de despacho. Barbara, al ver lo que ocurría desde el otro lado de labarrera, gimió en voz alta: –Cielos, Rupert se va a pasar ahí dentro todo el día. –Arrastró su petate hasta un banco junto a la pared y sesentó–. Más vale que nos preparemos para esperar, Liv.Parece que vamos a estar aquí un tiempo. 251
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen Livingston miró con anhelo hacia el otro extremo de laconstrucción y hacia las puertas pivotantes que eran laentrada a la terminal propiamente dicha. Suspiró, dejó caersu petate y se sentó al lado de su prima. Cada vez quealguien salía de aduanas, la persona atravesabaapresuradamente las puertas y Livingston obtenía unvislumbre de la actividad y el bullicio de la gente vestida decolores brillantes que llevaban cargas pesadas sobre lacabeza, taxistas gritando para atraer pasajeros, gente quevendía todo tipo de cosas. Un país completamente nuevopara él, todo un continente, justo detrás de un par depuertas, y tenía que quedarse ahí sentado mientras RupertMaxwell deshacía todo su equipaje. La muchedumbre de gente que salía del avión se disolviógradualmente, y la terminal de aduanas, asfixiantementecalurosa, estaba más y más silenciosa. De repente se oyó jaleo procedente de la entrada de laterminal principal. Un hombre blanco, de poca estatura ypanzudo, con un traje arrugado, corbata torcida y unsombreo de paja de aspecto decrépito en la cabeza irrumpióa través de las puertas. Se detuvo justo en la entrada y miróa la gente que todavía estaba en el interior del edificio deaduanas. Entonces hizo un encogimiento de hombros ygritó: –¡El grupo Marchando! ¡Busco al grupo Marchando! Barbara se puso de pie al momento. –¡Aquí! –le gritó en respuesta. El hombre panzudo se acercó corriendo a ellos,moviéndose más rápidamente de lo que parecía posible ensu caso. Adelantó la mano derecha y se quitó el sombrerocon la otra. 252
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen –Doctora Marchando. ¿Qué tal está usted? Soy ClarkWhite, de la embajada. –Tenía la voz un poco jadeante y untono bajo y susurrante, lo que contrastaba bastante con losgritos que les había ofrecido antes. –Señor Clark, es muy amable por su parte venir arecogernos –dijo Barbara. –No tiene importancia. Es un respiro agradable paraescapar a la rutina. De hecho, su investigación me pareciótan fascinante que hice algo que jamás había hecho antes...Me he autoinvitado a su expedición, si es que no lesimporta. Barbara sonrió, contenta. –¡Para nada! Necesitamos a alguien que conozca el país.Nos encantará tenerlo con nosotros. –Excelente. En ese caso, sí que tendré la oportunidad deescapar de mi despacho. –White se volvió a Liv y le ofrecióla mano–. Y Livingston Jones, supongo –dijo, y luegodudó, obviamente preocupado por haber ofendido al joven–. Oh, cielos. Perdóneme mi bromita –dijoembarazadamente, volviéndose a poner el sombrero en lacabeza. –Está bien –dijo Liv sin mostrar ofensa–. He estadoaguantando bromas sobre Stanley y Livingstone desde queera un chavalín. Y muchas más desde que anuncié que meiba a África. –Muy amable. ¿Pero qué le ha ocurrido al doctorMaxwell? ¿No se suponía que viajaba con ustedes? Barbara señaló con el pulgar por encima de su hombro endirección a la oficina del inspector de aduanas, donde unsilencio amenazador había reemplazado a los gritos. 253
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen –Me temo que ya se ha metido en problemas con losnativos. Hay algún problema con su equipaje. White suspiró. –Oh, Rupert, Rupert, Rupert. Algunas cosas nuncacambian. Si me esperan aquí un momento, veré qué puedohacer. White marchó hacia la barrera de aduanas, agitando suscredenciales al inspector, que le dejó pasar al área deoficinas. El griterío volvió a reaparecer durante unmomento antes de asentarse en un tono más calmado,enfriado por el suave francés susurrante de White.Finalmente, las voces disminuyeron de tono hasta queBarbara y Livingston dejaron de oírlas, y unos minutos mástarde White, Rupert y una recua de trabajadores de aduanassalieron de la oficina, si no de buen humor, sí algo máscalmados. Clark empujó a Rupert y su equipaje por la puerta, le hizouna seña a Barbara y Livingston para que lo siguieran y loscondujo a través de la entrada a la terminal principal. –Ya está –dijo alegremente–. Quería sacaros de ahí antesde que Rupert y sus amigos pudieran pensar en algo máspor lo que discutir. –White se volvió y se encaró conRupert, que le sacaba una cabeza de altura–. Eso último, lodel salacot. Eso fue la gota que colmó el vaso, lo querealmente los sacó de quicio, ¿sabes? ¿Pero qué demonioshaces llevando un salacot, por amor de Dios? Rupert, todavía enfadado, le dedicó una mirada airada aldiplomático desde arriba. –Son muy prácticos en este clima. Te mantienen la cabezafresca y protegida, y el sudor no te cae por el cuello hasta laespalda. 254
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen –¡Oh, por amor de Dios! ¿Y no se te ocurrió que elsalacot es un símbolo por aquí? El gran cazador blanco, elcolonialismo, porteadores nativos, todos los estereotipos.Cuando fuiste a visitar a la familia de Barbara en Misisipi,¿les llevaste una sandía como regalo? Barbara se rió de buena gana. –No, señor White, conseguimos disuadirle de que lohiciera. Vamos, quiero ver algo de África que no sea esteaeropuerto. White sacudió la cabeza y miró a Rupert fijamente ycomo un búho. –Un salacot. Bueno, vamos, veamos si queda algún taxidecente. Los pasajeros de tu vuelo que salieron hace mediahora como personas normales probablemente se los hayanquedado todos. Livingston volvía a sentirse decepcionado. El tren seinclinó un poco para tomar una curva pronunciada, y luegosiguió con su marcha, balanceándose adelante y atrás segúnrecorría las tersas vías. Habían salido de Libreville hacíaunas pocas horas y estaban a medio camino de la ciudad deBooué, en el interior. Liv se había imaginado el viaje haciael interior en una barcaza a vapor que hiciera aguas, comoHumphrey Bogart en La reina de África. Lo había visto ensu imaginación: el pequeño navío remontando losinterminables y serpenteantes meandros de un misteriosorío de la jungla. Cocodrilos tomando el sol, hipopótamossumergiéndose, extraños sonidos procedentes de la junglamientras avanzaban corriente arriba... Bueno, había un río, pues sí, el Ogooué. Lo podía entreverdetrás de los árboles de vez en cuando, ya que la vía férrea 255
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allenestaba tendida junto a él. Pero a juzgar por el exotismo delasunto, bien podía estar en casa en un tren de la Amtrak. Ytampoco tenía claro si había cocodrilos o hipopótamos en elrío, pero desde luego que no los había en el tren. Vale, laseñora que estaba sentada enfrente tenía una jaula llena depollos vivos (aunque algo escrofulosos) sobre su regazo,pero eso era más bien apestoso que pintoresco. Y más queestar pendientes de posibles ataques desde las orillas,Rupert, Barb y el tipo de la embajada, White, estabantranquilamente leyendo novelas de bolsillo. En honor a la expedición, Clark White había cambiado sutraje ligero de verano por un conjunto caqui apropiado parael viaje que le hacía parecer bastante más impresionante yautoritario. Alzó la mirada de su libro y pareció leerle lamente a Livingston al echarle un vistazo a su cara: –Lamento que no sea más parecido a las películas, señorJones –le dijo White. Barbara y Rupert dejaron de leer paraescuchar–. Pero no se puede evitar. –Miró a través de laventanilla y pestañeó animadamente bajo la luz occidentalque se filtraba entre las murallas de la jungla–. Puede queun viaje en tren parezca aburrido comparado con un paseopor el río o ir dando botes en un Land Rover, pero elferrocarril Transgabonais es un sueño hecho realidad parala gente de aquí, su billete para el presente. Estáconsiguiendo unir al país, convirtiéndolo en una nación deverdad en vez de un puñado de aldeas aisladas... de lamisma forma que ocurrió con nuestros ferrocarriles. Paralos autóctonos, ésta es la manera romántica y emocionantede emprender un viaje. Además, ya daremos todos los botesque quiera en Land Rover dentro de muy poco. –White ylos demás regresaron a sus libros. 256
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen Livingston gruñó, volvió a mirar por la ventana y suspiró.El jaleo de los pollos se volvía más ruidoso por momentos.Miró en dirección al ruido y se dio cuenta de que la mujerle estaba echando otra mirada de soslayo. La mujer sepercató de que la habían pillado y en el acto centró suatención en Barbara. La mujer examinó con atención elpelo de Barbara, y luego se llevó la mano a la cabeza,cubierta por un pañuelo. Estaba claramente fascinada por elpelo de Barb, por su cabello de mujer negra, pero peinado ycortado al estilo occidental. La mujer de los pollos apenas había prestado atención aRupert o a White, pero se había pasado el viaje mirando alos dos afroamericanos. Ése había sido el patrón de todo elviaje en Gabón hasta ese momento. El portero del hotel, loscamareros de los restaurantes, los taxistas, el revisor deltren, todo el mundo parecía fascinado por la visión de eseenorme hombre negro con el físico de un jugador de rugby,sus ropas americanas, y su inglés americano. Liv no tardómucho en darse cuenta de que todo acerca de él, suspeculiaridades, sus zapatos, su corte de pelo, lo marcabacomo un extranjero. Y un extranjero negro, que parecía unafricano y actuaba como un europeo. Livingston esperaba que África fuera una especie desegundo hogar, como una tierra natal, y sin embargo jamásse había sentido tan aparte, tan extranjero, en toda su vida,ni siquiera cuando entró en la Ole Miss, cuyo alumnado eracasi exclusivamente blanco. Esperaba ser un hombre negro entre otros hombresnegros, pero en vez de eso era un bicho raro. Y ni siquieratenía el tono apropiado de negro. Los autóctonos tenían unapiel mucho más oscura que la suya, negro como la tinta en 257
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allenvez de su tono achocolatado. ¿Se debía a que toda una vidabajo el sol ecuatorial les teñía esas pieles oscuras de un tonoaún más negro, o es que eran de verdad más negros, máspuros en su negritud, que él? Livingston siempre habíasabido que muchos amos yacieron con sus esclavas, perojamás había pensado en ello a nivel personal. Sabía, más omenos, quiénes habían sido sus antepasados en los últimoscien años o así... ¿pero cuántos de los antepasados de esosantepasados habían sido blancos? Preguntas incómodas, ideas incómodas. En vez deayudarle a ponerse en contacto con sus raíces, África leestaba haciendo cuestionárselas. Volvió a pillar a lacondenada mujer de los pollos mirándole de reojo. Esta vezdecidió ignorarla. Pasaron la noche en un hotel opresivamente cálido enBooué, sudando bajo mosquiteras en habitaciones donderebaños enteros de cucarachas se escabullían en busca derefugio cuando se encendían las luces. Para Livingston, losruidos de la jungla procedentes de las afueras del puebloeran tan molestos como el tráfico de cualquier ciudad a lahora de causar insomnio. Quizá fuera el ruido, quizá fuerael calor, quizá fueran los últimos coletazos del desfasehorario, pero ninguno de ellos durmió bien esa noche.Excepto Clark White, por supuesto. Nada parecía molestarle. Gordo, viejo y calvo comoestaba, Clark siempre estaba activo y disponía de unaenergía infinita, inmune al clima inclemente. CuandoLivingston y Rupert bajaron tambaleantes de sushabitaciones a la mañana siguiente para desayunar, seencontraron que Barbara era la única ocupante del ruinoso 258
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allenrestaurante del hotel, y Clark no estaba visible por ningunaparte. La noche anterior el hotel parecía estar lleno degente, pero ahora estaba desierto. Un camarero que parecía mirarlos con suspicacia lessirvió un café fuerte y amargo, café noir sin que se lopidieran. Rupert y Barbara ya se las habían visto con losexpresos antes, pero Livingston creyó que su lengua se leennegrecería y se le caería a cachos. Jamás había probadoalgo tan amargo o fuerte. Rupert sonrió cuando vio la cara que ponía Livingston. –Aguántalo, vaquero. No hay leche que ponerle, así quetendrás que tomártelo todo así. Pero te garantizo que tedespertará del todo. Livingston se estremeció. –Puaj. Ya veo por qué lo sirven en tazas tan pequeñas.Bueno, ¿cuál es el plan? ¿Y dónde está Clark? –Se levantó y se fue hace horas. Dejó una nota diciendoque iba a hacer unos cuantos arreglos para el próximotramo del viaje –dijo Barbara. Consiguió atraer la atencióndel camarero y le hizo señas para que se acercara–. Rupert,tú eres el que habla francés. Pídenos algo que se parezca aun desayuno. Livingston se estremeció algo menos en su segundo sorbode café noir, y hacia el tercer sorbo ya se habíaacostumbrado, Rupert y el camarero se pasaron unosbuenos cinco minutos discutiendo sobre qué de lo que habíaen el menú estaba disponible en realidad. Finalmente sellegó a algún tipo de acuerdo negociado y el camarero gritólos pedidos a la cocina en lo que posiblemente fuera lenguafang, porque desde luego no era francés. Cinco minutosmás tarde cada uno tenía enfrente un bloque de jamón 259
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allengrasiento y medio melocotón de lata, depositados con unaapropiada falta de ceremonia, acompañados por unosraquíticos vasos de zumo de naranja que sabía a que sufecha de caducidad ya había pasado hacía algún tiempo. La cuenta apareció como por arte de magia, con servicecomplet garabateado en una esquina y un veinte por cientoañadido al total. Livingston recordó que el cambio estabaen algo así como trescientos francos de la CommunautéFinancière d’Afrique por un dólar, convirtió el preciomentalmente, y lo comparó con lo que les había costado elalmuerzo en Libreville. Llegó a la conclusión de que losestaban estafando porque eran extranjeros, aunqueestuvieran en medio de la nada, pero por otro lado, eldesayuno en una cafetería cualquiera en casa no les habríasalido tan barato ni por asomo. Hizo un gesto deindiferencia y se comió su jamón, y luego ayudó a Barbaray a Rupert a terminar los suyos. Clark llegó justo cuando estaban terminando, portando unmapa enrollado. –Buenos días a todos, buenos días. Felicidades porestablecer un récord esta mañana. El recepcionista meacaba de contar que le ganó al botones la apuesta quehabían hecho afirmando que ustedes tres se levantarían parael desayuno mucho más tarde que nadie. El resto de loshuéspedes ya salieron hace horas. Los peligros del jet lag. –Retiró una silla, se sentó y le hizo una seña al camarero–.Garçon, café s’il vous plait –Clark echó un vistazo a losrestos del desayuno en sus platos y soltó una risita–. Ya veoque los están tratando como si fueran la realeza. Comida delata. Nada excepto lo mejor para nuestros visitanteseuropeos. 260
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen –No lo entiendo –dijo Rupert–. Parece que no tenían nadafresco en el menú. Clark se rió en voz alta. –Ah, pero sin duda estaban escandalizados porque queríascosas frescas. Aquí tienen un punto de vista muy diferentesobre esas cosas. Los productos frescos se estropean muyrápidamente con este calor. Además, todo el mundo puedepermitírselos. No tienen el atractivo de lo snob. Pero losalimentos envasados, las cosas en conserva que no seestropean si las dejas en la estantería durante dos días, esoes la cumbre de lo moderno, lo lujoso y lo elegante porestos pagos. Ahora mismo, la comida ultracongelada es laúltima moda. Increíblemente cara, pero de lo mássofisticado. –El camarero apareció junto a Clark con máscafé y Clark lo aceptó de buen grado. –Bueno –dijo dando un sorbo–. Me ha llevado la mitad dela mañana, pero he conseguido encontrar al tipo en estepueblo que alquila su Land Rover. Puede llevarnos hastaMakokou, al noreste de aquí. Vamos, despejen la mesa y lesmostraré adónde vamos. Trasladaron los platos sucios, los saleros y todo lo demása una mesa vacía, escandalizando de nuevo al camarero enel proceso, y Clark desenrolló su mapa, un plano a granescala de la región. –Muy bien, aquí es donde estamos, en la subprefectura deOgooué-Invido, como si eso tuviera la más mínimaimportancia para cualquiera de ustedes. –Clavó un dedorechonchete sobre el mapa–. Estamos aquí. Booué, y aquí –siguió con el dedo una línea de puntos bien resaltada sobreel mapa– está la futura ruta de la rama noreste delTransgabonais. Ya han despejado una buena porción del 261
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allencamino y ya han tendido algunas de las vías, y deberíamospoder seguir el trazado la mayor parte del camino hasta laúltima población de importancia que veremos, Makokou. –¿Y luego qué? –preguntó Barbara. –No lo sé –dijo Clark alegremente–. Tanto vuestra gentedel Smithsoniano como los informes que tengo de loslocales señalan la presencia de una tribu llamada los utaani,que supongo que son los yewtani que buscáis bajo otragrafía, en algún lugar de las cercanías de Makokou, sin másdetalles. Tendremos que preguntar por ahí, y encontrarloscomo podamos. –¿Será muy difícil localizarlos? Preguntó Livingston. –Bastante difícil –dijo Clark–. Son seminómadas,granjeros de desbroce y quema. Los granjeros de desbrocey quema tienden a moverse a menudo, y la mayoría de lastribus vecinas parece que no quieren tener nada que ver conlos utaani. Y también son una tribu pequeña, lo que haráque sean un poco difíciles de encontrar. Pero lo interesantees que son el centro de un montón de historias y leyendasdesagradables en los alrededores de Makokou, historiassobre sus tratos con demonios, magia negra, venta de almasy ese tipo de cosas. »Cuando una persona desaparece, perdida en la jungla,dicen que los utaani se lo han llevado y lo han convertidoen uno de sus tranka. Es una palabra difícil de traducir,pero significa algo así como «duende» o «gul», y me llamóla atención. Pensad en ello, ¿a qué se le parecería uno devuestros australoquesea a una persona que se tropezara conellos en la jungla? Las madres usan a los utaani y lashistorias sobre los tranka para asustar a los niños para quese porten bien. ¿No os parece sugerente? –preguntó Clark 262
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allencon una sonrisa ladina y las gafas colgándole casi de lapunta de la nariz–. Dejando a un lado el folklore, se suponeque los utaani son una gente extremadamente reservada,extraña y desagradable. Recogió el mapa y lo enrolló hasta formar un cilindro. –Una última cosa: los utaani también fueron una de lasúltimas tribus en abandonar la costumbre de raptar a susvecinos y venderlos río abajo como esclavos. Si juntamostodo eso, estoy bastante seguro de que son los quebuscamos. –¿Quieres decir que nos pueden llevar hasta losaustralopitecos? –preguntó Livingston. Clark se encogió de hombros. –En teoría, sí; en la práctica, ¿quién sabe? Nuestrasfuentes son rumores y un periódico de Misisipi del siglopasado. Pero he registrado cada biblioteca y archivo yentrevistado a cada etnólogo que pude encontrar enLibreville, y parecen nuestra pista más segura hasta ahora.Pongámonos en marcha. Recogieron el equipaje y salieron del hotel en quinceminutos, con Clark dirigiendo la marcha y llevando a laespalda una mochila de aspecto profesional que no parecíaencajar con la edad o el aspecto del hombrecillo que habíanconocido en la capital. Pero vestido en sus pantalonescaquis y su calzado de caminata, con un sombrero de lonamarrón encajado la cabeza, con un bastón de marchaimprovisado a partir del mango de una escoba y la ordenadamochila con un peso inapreciable grácilmente equilibrado ala espalda, parecía trasformado en otro hombre, en unhombre más feliz. 263
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen Rupert caminaba a su lado, casi tambaleándose bajo elpeso de su carga mucho más pesada. Liv y Barb cerraban laretaguardia, devolviendo las miradas a los curiosos locales.Booué era un pueblo del ferrocarril, justo en las primerasetapas de crecimiento, en el estado intermedio para pasar deser una colección de chozas alineadas a lo largo de unacarretera y convertirse en una población de verdad. Loscuatro tuvieron que cruzar una enorme explanada delferrocarril, mucho más grande en realidad de lo que lo erael pueblo en sí, para llegar a donde querían ir. Era un sitioabarrotado de gente, de actividad frenética, a rebosar dehombres y equipo con destino a la avanzadilla del noresteque todavía estaba en construcción, y de vagones de carga ypasajeros que cambiaban de vía para los viajes a Librevilleen la costa y a Franceville en el sudeste del interior. Todoparecía increíblemente desproporcionado para la aldea quetenían justo al lado. En el límite de la explanada llegaron aun pequeño garaje, con un Land Rover aparcado que habíavisto mucho movimiento pero bien cuidado por fuera. Unhombre delgado y fibroso de pelo blanco, piel del color delébano y de la textura del cuero, vestido con pantalonescortos y una camiseta desteñida, estaba agazapado sobre lacapota del Land Rover, limpiando el parabrisas. Clark lo llamó, y el hombre se puso en pie sobre lacapota, se dio la vuelta y sonrió ampliamente, unaexpresión que hizo que su rostro se plegara en una serie dearrugas. –¡Bonjour, M’sieu, bonjour! –saludó el hombre y saltódel Land Rover. Clark le devolvió el saludo en francés y luego hizo laspresentaciones: 264
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen –Éste es monsieur Ovono, que es el dueño de esteespléndido vehículo. M’sieu Ovono, j’presente monsieurRupert Maxwell. Monsieur Maxwell parle français aussi. Etj’presente mademoiselle Barbara Marchando, et monsieurLivingston Jones. Monsieur Ovono les ayudó a cargar las cosas en la bacadel coche, tendió con cuidado un hule sobre el equipaje, ylo ató firmemente. En quince minutos ya estaban decamino, dando botes, abriéndose paso entre los escombrosy el barro rojizo de las obras del ferrocarril, surcando lacicatriz hecha en la jungla para el paso de las máquinas.Había tocones de árboles muertos por todos lados, algunosde ellos arrancados de raíz, desenraizados del suelo rojoembarrado. La pista de obra tenía unos noventa metros deancho, pero la estrecha carretera de servicio, poco más queun camino estrecho en algunos lugares, recorría su ruta a lasombra de los grandes árboles sombríos que se alzabanhoscos y verdes a la vera de la vacía línea del ferrocarril. Lajungla, con sus enormes árboles que tapaban la mitad delcielo, parecía mostrar su descontento por esa invasión. Rupert se encontró en el asiento delantero del LandRover, sentado al lado de monsieur Ovono. –¿Los cuatro van a Makokou? –dijo Ovono en un francésrápido–. ¿Qué les lleva a un lugar como ése? –Buscamos una tribu determinada que puede que sepaalgo acerca de un animal que queremos estudiar –dijoRupert, eligiendo cuidadosamente las palabras. No tenía niidea de lo que pensaría Ovono acerca de los utaani, peropor lo que había descubierto hasta ahora, no era probableque fuera nada favorable. –¿Qué tribu es ésa? Yo soy fang, por supuesto. 265
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen –Una de las más pequeñas. –¿Cuál? ¿Eshira? ¿Bapounou? ¿Okande? –No, no. Se llaman los utaani –replicó Rupert, temerosode la respuesta. Ovono se rió con ganas. –¿Ésos? Qué sabrán ésos de animales, si son una panda degranjeros sucios de los que se cuentan todo tipo detonterías. –¿Ha oído hablar de ellos en Booué? Creía que eran pococonocidos lejos de Makokou. –No, no. No en Booué. Yo estar en Makokou muchasveces, y cuentan las mismas historias sobre los utaanisiempre, gente allí se divierte asustando a los trabajadoresdel ferrocarril que van a beber. Clark White se inclinó hacia delante desde el asiento deatrás, agarrando el respaldo del asiento de Rupert paraevitar que los trompicones lo expulsaran del vehículo. –¿Entonces a usted no le preocupan los utaani, m’sieu? –preguntó a gritos para hacerse oír por encima del estruendodel Rover. –No, para nada –respondió Ovono también a gritos–.Todo pueblo tiene historias de fantasmas. Si uno las creyeratodas, no podría dar un paso fuera de casa por miedo a seistipos de monstruos diferentes que se abalanzan sobre unodesde bosque para comer a uno. Yo soy un buen católico –dijo Ovono con orgullo, sacándose un pequeño crucifijo dedebajo de la camisa–, no uno de esos condenados animistasque ver espíritus en cada hoja y rama –gesticuló congrandilocuencia hacia la franja de terreno arruinada–.Miren, tiene cien metros de ancho y cientos de kilómetrosde largo. Si todo árbol tuviera un espíritu, ¿podrían haber 266
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allencortado todos esos árboles sin recibir maldición paraeternidad? Rupert miró a los enormes árboles que desfilaban al ladode la pista, sobre los cuales se reunían súbitamente lasturbias nubes de una tormenta incipiente. Se estremeció, ydurante un momento estuvo bastante dispuesto a creer quelos árboles, la jungla, la naturaleza entera, podrían haberseofendido por esta afrenta y estaban a punto de vengarse. Los cielos se abrieron sobre sus cabezas, una lluviatorrencial impenetrable que hizo invisible el mundo a dosmetros de distancia del Rover. Ovono simplemente subiólas ventanillas, encendió los limpiaparabrisas y los farosdelanteros, y siguió conduciendo, sin reducir la velocidaden absoluto. Siguieron adelante, el ruido de la tormenta hacía que laconversación fuera imposible. Esa noche acamparon a un lado de la carretera demantenimiento, con la misma jungla airada abalanzándosesobre ellos desde atrás, una oscuridad más profunda que sesobreponía incluso a la negrura estigia de un cielo nocturnonublado y sin luna. Ovono dijo que había poco riesgo deque hubiera más lluvia y que no deberían tomarse lamolestia de plantar una tienda. Cogió dos largas pértigas debambú y las deslizó por las anillas que había en la baca deltecho del Rover, de forma que las pértigas colgaran por unlado del vehículo. Entonces colgó una gran redantimosquitos del conjunto, Land Rover incluido. El sol sepuso repentinamente, como lo hace en los trópicos, peropara cuando lo hizo, Ovono ya los había preparado parapasar la noche y tenía una lata de estofado calentándose al 267
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allenfuego. Todos tenían hambre, y se dedicaron a la comida conansia. Comieron en platos de estaño en equilibrio sobre lasrodillas, sentados en desvencijados taburetes plegables decampamento. Rupert sacó una diminuta radio de onda cortade su mochila, y tras manipular el dial durante largo ratoconsiguió sintonizar un programa de música de La Voz deAmérica, retransmitido desde Dios sabe dónde. Fue unfondo agradable para la cena Ovono recogió los platos encuanto todos hubieron terminado, limpiándolos yguardándolos antes de que acudieran los insectos. Rupertapagó la radio para ahorrar pilas, y todo el mundo descubriólo cansado que estaba. Sin los ruidos del Rover, o la radio, o el jaleo de acamparpara pasar la noche, pudieron escuchar los ruidos de lajungla por primera vez esa noche: gritos, aullidos,murmullos, chasquidos, ruidos de pelea, de movimientoentre la maleza, de garras sobre la corteza de los árbolessobre sus cabezas. Ovono no parecía preocupado en lo másmínimo, y contemplaba plácidamente el fuego, fumando enpipa. Rupert y Clark, que ya habían estado en la jungla enotras ocasiones, parecían, si no tranquilos, al menos listospara enfrentarse a la situación, y Barbara estaba demasiadoagotada por el desfase horario para que nada la mantuvieradespierta. Pero Livingston, que había sido bautizado con el nombremal deletreado de un gran explorador de la jungla, queestuvo entusiasmado durante tanto tiempo por estar en suidea del África real, lejos de la civilización, que tantoanheló el romanticismo de la jungla... Livingston y suimaginación escucharon durante toda la noche,completamente despiertos y con los ojos abiertos como 268
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allenplatos, los interminables delirios de los maníacos homicidasque acechaban en la selva. No consiguió cerrar los ojos consueño hasta que despuntó el día, y al poco Ovono losacudió para que despertara.Todos comenzaban a tenerle miedo, a odiarla. Incluso lossuyos sentían que, de alguna manera, se estaba volviendodiferente, que se estaba apartando de ellos.Eran las cosas que aprendía; el lenguaje y el poder de laspalabras, de los símbolos, lo que la apartaba de los suyos.Debido a que conocía las palabras, tenía el poder de sabermuchas cosas. Siempre era la primera en comer, la últimaen trabajar. Aprendió astucia, aprendió a evitar el castigo.Según se volvía más confiada en su habilidad, menosparecía necesitar la aprobación y el consuelo de los suyos.Gradualmente dejó de tomar parte en las sesionescomunales de despioje y cuidado del pelaje. Dejó demostrar interés en las constantes peleas y discusiones porver quién conseguía el mejor lugar para dormir de lachoza. Los machos empezaron a evitarla, y a ella no leimportó.Se volvió más callada, también, y apenas emitía unsonido por su cuenta, y rara vez respondía a los gruñidos,gemidos, aullidos y gritos de los suyos. Quizá estuvieraperdiendo su capacidad para ese tipo de comunicaciónsegún iba ganando nuevas habilidades, o quizá es quehabía aprendido a permanecer en silencio para poderescuchar. Cada vez le era más y más fácil pensar de formasnuevas, y ya no le era algo doloroso y agotador elconcentrarse. Ya no se olvidaba de lo que estaba haciendo.Y ahora rara vez recaía en los viejos hábitos de sumisaobediencia y conformidad. 269
Huérfanos de la Creación Roger MacBride Allen Los suyos empezaban a evitarla cada vez más, yempezaron a resistirse a las órdenes de los humanos paraque trabajaran a su lado. Los más jóvenes, especialmente,le enseñaban los dientes y le aullaban amenazadoramente,o simplemente huían de su lado. Los humanos también empezaron a temerla. No era laprimera vez que uno de sus tranka se comportaba demanera extraña, y esas cosas normalmente terminaron muymal en el pasado. El cuidador ya lo había visto antes; elviejo cuidador, su padre, se lo había advertido. Un tranka,normalmente uno de los menos dóciles, cambiabarepentinamente, se volvía más y más incontrolable,afectando a las demás bestias esclavas, dificultando yretrasando el trabajo. Nadie sabía por qué ocurría, peroocurría. A veces el tranka parecía olvidar lo que fuera quelo perturbaba, empezaba a comportarse con normalidad denuevo, y las cosas volvían a la normalidad por sí mismas.Valía la pena esperar un tiempo para ver si ocurría así; lostranka eran difíciles de criar, difíciles de entrenar, y nohabía que desecharlos a la ligera. Pero si las cosas no mejoraban con éste, y pronto, elcuidador sabía lo que tendría que hacer. Habría quehacerlo a escondidas, para no perturbar a los demástranka, pero habría que hacerlo. La hembra rebelde tendría que ser destruida. 270
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride AllenFEBREROCAPÍTULO CATORCE Pete Ardley tenía una vista inmejorable de la partesuperior de la cabeza de Joe Teems mientras contemplabacómo el viejo leía con lentitud el artículo de Pete. Teems tenía un lápiz en la mano y lo mordíametódicamente mientras leía, haciendo pequeños sonidoscrujientes cuando mordía y una serie de clics irregularescuando hacía rodar el lápiz entre sus dientes. De vez encuando hacía una pausa en la lectura, volvía a una páginaanterior, y luego cambiaba ligeramente de posición,emitiendo un silbido casi inaudible cuando el movimientoobligaba a salir al aire de sus pulmones y pasaba alrededordel lápiz. Entonces Teems resollaba para volver a obteneralgo de aire en sus pulmones y continuaba con su lectura.Pete ignoraba los sonidos y se concentraba en examinar lacabeza de Teems, notando los escasos mechones de pelo ylas manchas hepáticas que le salpicaban la calva, queparecía sorprendentemente grande desde este ángulo. Elviejo cabronazo se estaba tomando su tiempo para leerse elartículo. ¿Eso era buena o mala señal?MISTERIOSOS CRÁNEOS HOMÍNIDOSDESENTERRADOS EN GOWRIEPor Peter Ardley, redactor de la Gaceta deGowrie Los cráneos de una especie de homínidopreviamente conocida sólo por fósiles africanosde millones de años de antigüedad han sidodesenterrados en secreto en las afueras de 271
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride AllenGowrie, trayendo la confusión sobre muchasideas firmemente establecidas sobre el pasadohumano. Los cinco cráneos, junto con unnúmero indeterminado de huesospostcraneales (pertenecientes al resto delesqueleto) fueron retirados del yacimientodonde fueron encontrados por un equipo decientíficos, aparentemente dirigidos por undestacado antropólogo de Washington D.C. La profesora Roberta Volsky, delDepartamento de Antropología de laUniversidad de Misisipi, trabajando con lasfotografías obtenidas por la Gaceta, haidentificado los cráneos como pertenecientes algénero «Australopithecus». Describió elhallazgo como «absolutamente increíble. Nopuedo imaginarme cómo llegaron esos huesosallí. Todo este área de Misisipi estaba bajo elagua cuando esas criaturas existían, y jamásse han encontrado australopitecos fuera deÁfrica. No me puedo imaginar cómo llegaronhasta aquí esos esqueletos. Tendremos queescribir todo un nuevo conjunto de teorías paraexplicarlo». Los cráneos fueron desenterrados en losterrenos de la Casa Gowrie, en las afueras dela ciudad, durante el mes pasado. La CasaGowrie es el hogar de la señora JosephineJones, una maestra de escuela jubilada. Laseñora Jones declinó ser entrevistada paraeste artículo. 272
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allen Citando varios detalles de los cráneos visiblesen las fotografías, y teniendo en cuentadiversos rasgos de las fotos en sí, la profesoraVolsky descartó la posibilidad de un fraude.«No me imagino a nadie intentando hacerpasar esto por real si no lo fuera», dijo. «Estedescubrimiento es tan improbable que sin dudaserá sometido al escrutinio más severo posiblecuando se haga público. Cualquier intento defalsificación u otro fraude será obvio alinstante». La profesora Volsky también citó lasreputaciones de las personas en las fotos comoargumento en contra de la posibilidad defraude. En las fotografías tomadas en la excavaciónpueden identificarse al doctor JefferyGrossington, al doctor Rupert Maxwell y a ladoctora Barbara Marchando, todos ellospertenecientes a la Institución Smithsoniana enWashington, y al señor Livingston Jones. Ladoctora Marchando y el señor Jones sonparientes de la dueña de la casa, la señoraJosephine Jones. La profesora Volsky descartó la naturalezareservada de la labor como evidencia defraude, y dijo que la discreción puede atribuirsea la cautela, a que los científicos querríanconfirmar su trabajo antes de revelarlo ante unmundo escéptico. «Espero que el Dr.Grossington revelará todo a su debido tiempo.Simplemente, hace falta bastante tiempo para 273
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenanalizar lo que han encontrado. Muchos de losrasgos más importantes de un cráneo no sonobvios inmediatamente. Pero tengo completa feen Jeffery Grossington».Según la profesora Volsky, la cienciareconoce cuatro especies de Australopithecus,todas ellas muy parecidas entre sí. Son (enorden cronológico) el Australopithecusafarensis, el Australopithecus africanus, elAustralopithecus robustus y el Australopithecusboisei. Se ha propuesto una posible quintaespecie, el Australopithecus aethiopicus, perono ha sido aceptada en general. Los restos deaustralopitecos más antiguos tienen cerca decuatro millones de años de antigüedad, y secree que el género desapareció hace un millónde años. La profesora Volsky cree que loscráneos desenterrados en Gowrie son robustuso boisei, dos especies tan similares quealgunos científicos creen que se trata de unasola especie a la que erróneamente se hanadjudicado dos nombres diferentes.Aunque Australopithecus significa «simio delsur», la profesora Volsky señaló que es untérmino que lleva a la confusión. En términostaxonómicos, todos los australopitecos sonmiembros de la familia «hominidae», lacategoría científica que incluye a todos losbípedos completamente erectos.Taxonómicamente, los humanos son llamadosHomo sapiens sapiens, del género Homo, 274
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenpertenecientes también a la familia«hominidae». Los australopitecos están másrelacionados con nuestra propia especie quecon los simios, que no están incluidos en lafamilia «hominidae». La taxonomía es laciencia de dar nombre a las especies yrelacionar unas con otras. La profesora Volsky dijo que la especie a laque pertenecen los cráneos descubiertos no esuna antepasada del hombre, sino que compartecon nosotros un antepasado común. «Entérminos evolutivos», dijo la profesora Volsky,«los australopitecos robustus son nuestrosprimos largo tiempo perdidos, no nuestrostatarabuelos». Según la teoría de la evolución, una especiede planta o animal puede responder a loscambios en su hábitat, o adaptarse a un nuevohábitat, cambiando o evolucionando en otraespecie. Sin embargo, la especie original nonecesariamente desaparece, puede sobrevivir,e incluso prosperar, al lado de la especiedescendiente. Muchos no admiten esta teoría,y señalan la historia do la creación de la Bibliapara explicar la multiplicidad y diversidad de lavida. Sin embargo, muchos científicos creen quelos australopitecos más antiguos (es decir, losafarensis) fueron antepasados de dos ramas dedescendientes, una de las cuales condujo anuestra propia especie, el Homo sapiens 275
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allensapiens, quizá mediante el Australopithecusafricanus, y que la otra condujo a los demásaustralopitecos antes de desaparecer. Otroscientíficos, como el paleontólogo de renombreRichard Leakey, creen que los linajes humanoy australopiteco puede que no compartan unancestro común reciente, y que el afarensis noestá tan estrechamente relacionado con elhombre. En esta teoría, el Australopithecusafarensis sólo condujo a los demásaustralopitecos, y el linaje humano resultará sermucho más antiguo cuando se descubran másfósiles. Según esta idea, incluso losaustralopitecos más antiguos son «primos» dela humanidad, y no sus antepasados. Cualesquiera que sean los ancestros quecomparten con el hombre moderno,generalmente se ha aceptado que losaustralopitecos posteriores, boisei y robustus,no dejaron descendencia evolutiva y que sulinaje se extinguió hace un millón de años... Pete lo aguantó como pudo. No hay nada más miserablepara un escritor que ver cómo otro lee su trabajo. Pete llegóuna docena de veces en diez minutos a la conclusión de queTeems descartaría el artículo, y otras tantas que le dejaríapublicarlo. De cualquier forma, no importaba. Pete ya había decididodimitir si Teems rechazaba el artículo, si no le dejabapublicar la historia con su nombre. Si Teems decía que no,Pete vendería la historia en otro lado, sin preguntar. Esta 276
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenhistoria era su billete de salida del pueblo, y emprendería elviaje cooperara o no la Gaceta de Gowrie. Al fin, después de tanto tiempo, el lápiz dejó de traquetearen la boca de Teems y el viejo dejó caer la última páginadel reportaje de Pete sobre las demás en su escritorio y miróa Pete. –¿De verdad esperas que me trague toda esta sarta detonterías? –preguntó Teems–. ¿Esperas que me lo crea? Lagente de por aquí no cree en la evolución; yo no creo en laevolución. ¿Por qué demonios debería publicar esta cosa? –¡Porque es una historia de las gordas y que pondrá a estepueblo en el mapa! –dijo Pete con entusiasmo–. E incluso,aunque no se lo crea, maldita sea, ¡tenemos fotos! Y no sólode los cráneos, he identificado a tres científicos deWashington. Todo eso está en la historia. –Mmmf. Y ya me he dado cuenta de cómo has proyectadola historia de forma que todo recaiga sobre la cabeza de eseGrossington, y luego metes una referencia al creacionismo,como si eso fuera a evitar que los lugareños se volvieranlocos. Buena forma de cubrirte las espaldas. ¿Llamaste aGrossington para que hiciera algún comentario? –No señor, no lo hice. No quiero que sepa que hayalguien detrás de la historia de su descubrimiento hasta quela historia aparezca. Ha mantenido todo este asunto ensecreto por alguna razón; ¿por qué debería darle el avisonecesario para que pueda silenciarlo todo? Teems alargó la mano y dio una palmada sobre elreportaje. –¿Crees que se trata de un fraude? Pete se encogió de hombros. 277
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allen –Es posible, pero no lo creo. La profesora Volsky diceque es bastante normal que los científicos se tomen sutiempo reflexionando y analizando las cosas antes depublicarlas... a veces hasta tardan un año o más. Pero si noes un fraude, puede que nos pida que no lo publiquemoshasta que esté listo. Si seguimos adelante y lo publicamosahora de todas formas, puede tener base para una demanda,afirmando que estuvo de acuerdo en hablar con nosotrossólo porque nosotros dijimos que estábamos de acuerdo enretrasar la publicación de la historia. Y esto es algo que sefiltrará más pronto o más tarde. Si se nos pide queretrasemos la publicación, y esperamos educadamente hastaque Grossington diga que podemos, algún otro dará lanoticia y perderemos la primicia. Además, si lo que preparaes un fraude, querremos cogerle con los pantalones bajados,¿no? –En resumen, que según tú no sería buena idea hablar conél por ahora –dijo Teems–. Vale, me parece bien. ¿Qué hayde esa mujer, la Volsky? –preguntó. Cogió la mejor foto delos cráneos–. Tu historia dice sin ambages que haidentificado a los cráneos como algún tipo de hombre-mono. ¿Tan segura estaba de verdad? Las calaveras esastienen un aspecto extraño, ¿pero puede afirmarlo con tantaconvicción? –Todo lo que le importaba era si las fotos eran genuinas.Contrastó las imágenes con un montón de fuentes, y estabacompletamente segura para cuando terminó. Teems dejó caer la foto sobre la mesa. –Me gustaría saber cómo te metiste en esto –dijo consuspicacia–. No has admitido directamente haber sacado lasfotos, y no te voy a preguntar si lo hiciste. Si el sheriff 278
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allendecide arrestarte por allanamiento, no quiero que me pillenen medio. Pero será mejor que me digas cómo sabías quepasaba algo así. Pete Ardley negó con la cabeza. Si Teems no recordaba lavisita de Livingston Jones a su despacho, si no reconocía aLivingston entre la gente mencionada en el artículo, eso eraproblema suyo. Pete tenía la intención de escribir más sobreesta historia, pero no planeaba escribirlo para Teems. –Me temo que no puedo revelárselo por ahora. Tengo queproteger mis fuentes durante un tiempo. –Has visto demasiadas películas de periodistas en la tele –dijo Teems, irritado–. Pero no te creas que me engañas porun momento, chaval. Esta es la historia más gorda quejamás ha ocurrido en Gowrie, si es que es cierta, y meapostaría cualquier cosa a que tienes tu dimisión ya escritapor si veto esta historia. Y estarías en Jackson esta mismatarde intentando ir por libre como periodista. Lealtad cero.Lo que significa que en realidad no puedo confiar en ti, ¿noes cierto? Teems le dedicó una mirada glacial y prosiguió: –Eso es malo para ti, porque soy yo el que decide si seríabueno o no para la Gaceta publicar esta historia, y el quedecide si es cierta. Y acabo de concluir que no puedoconfiar en ti. Y te diré algo más. Tienes más información dela que has escrito en esta historia. –Teems sonrióabruptamente de manera desagradable, mostrando toda lafealdad de sus dientes desiguales y amarillentos, y Pete sesintió como si el viejo pudiera ver a través suyo. La sonrisase desvaneció repentinamente, remplazada por una miradaenojada y suspicaz–. Exceptuando, claro, que tu culotambién está en juego, y que no podrías haberte inventado 279
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenun fraude como éste, e incluso aunque lo hubieras hecho,lograste engañar a esa profesora, y por tanto deberías sercapaz de engañar a todo el mundo el tiempo suficiente paraque si te explota en la cara yo no quede malparado. Y noquiero obligarte a irte y tener que contratar a un nuevoreportero. Quita las dos últimas fotos y publícalo. Primerapágina. Y luego reescríbelo para un público no local, quitalo del creacionismo para que sonemos como gente deciudad de ésa que cree en la evolución, y envíalo porteletipo a las agencias, ya que estás con ello. Pete tenía planes que iban más allá de enviar la historiapor teletipo. Dos horas más tarde había enviado paquetespostales por correo urgente al New York Times, alWashington Post y al Clarion-Ledger de Jackson. Queríaque la historia llegara lejos. Envió un tercer paquete al Dr.Jeffery Grossington, de la Institución Smithsoniana.También quería el control de la historia. Livingston se echó hacia atrás en su silla inestable ycontempló la pared más alejada del diminuto café.Makokou era como Booué, decidió, sólo que másconcentrado: más pequeño, más agreste, más oloroso, másprimitivo. También era más aburrido, si tal cosa era posible.Y era el peor lugar posible para hacer lo que tenía que haceren ese momento: esperar. No se podía hacer nadaencaminado a encontrar a los australopitecos hasta que noaveriguaran el paradero actual de los utaani. Livingston,que no hablaba francés, no era de ninguna ayuda en laspesquisas. Rupert y Clark, acompañados por el señorOvono para traducir los idiomas tribales para ellos, estabanocupados registrando el terreno en kilómetros a la redonda, 280
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allensiguiendo este rumor y el de más allá. Barbara tampocohablaba francés, pero al menos se había traído trabajo paramantenerse ocupada. Constantemente tomaba prestado elordenador portátil de Rupert para terminar un trabajo derutina que tenía preparado desde antes de que Acción deGracias trastocara tanto las cosas. Livingston tenía poca cosa que hacer excepto vagar por elpueblo y beber demasiado café noir en los dos cavernososrestaurantes y en el deprimente café. El otroentretenimiento era quedarse asombrado de lo rápido quecrecían las plantas, lo fuertes que eran las lluvias, lohúmedas y pegajosas que eran las noches, y lo feroces queeran los mosquitos. La jungla parecía más cercana aquí, más poderosa ydecidida. Como si pudiera conquistar el pueblo de la nochea la mañana si la humanidad bajaba la guardia durante unmomento. Era la lección que les había enseñado el viajehasta allí, cuando alcanzaron a la retaguardia del equipo detendido del ferrocarril y entonces pasaron lentamente juntoel ejército de obreros que despejaban la jungla para tenderun camino de acero. Pasaron junto a vagones desuministros, de campamentos, de tiendas de comedor, dealmacenes, adelantaron a las máquinas que tendían las vías;todo el complicado ejército necesario para abrirse pasocombatiendo a la jungla. Monsieur Ovono habíamaniobrado su Land Rover entre palas excavadoras yperforadoras, enormes máquinas que roían y cortaban lostendones de la jungla, una pesadilla de ruido de motoresdiésel, árboles derribados y hombres gritando... y entoncesya habían dejado atrás la cabeza del equipo de trabajo,adelantándose a las máquinas. 281
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allen Monsieur Ovono siguió la vieja carretera de tierra haciaMakokou, conduciendo directamente hacia una muralla deárboles, y en el momento que entraron en los árboles, elsonido de los hombres que trabajaban en el ferrocarril sedetuvo abruptamente, sin transición, como si le hubierandado a un interruptor, y el mundo de los hombres fuedevorado por la jungla y sus sonidos propios. Cuando habían empezado el viaje, Liv se había indignadoal ver la violación de la jungla por el ferrocarril, la crueltala de amplios espacios. Había vitoreado para sí cuandovio pruebas de que la jungla contraatacaba: un grupo deretoños creciendo dentro de la franja talada, una muralla debambú que volvía a crecer donde había sido derribada,enredaderas y plantas trepadoras recientes ahogando lostroncos de los árboles talados, tendiendo zarcillos hacia lapista. Ya no. No después de que llegaran a Makokou yMonsieur Ovono les señalara una casa abandonada conárboles que crecían a través de la puerta, con ramas quebrotaban a través de los agujeros que habían perforado en eltecho. Los cimientos de la base se habían derrumbado,devorados y destruidos por las termitas, de forma que todala estructura se inclinaba y se combaba de forma ebria. Losrestos del techo apenas eran visibles bajo pesadas frondasde musgos y marañas de enredaderas. Pájaros y lagartosvivían en el interior... ¡y Monsieur Ovono les había dichoque la casa estuvo habitada dieciocho meses antes! Livsiempre había pensado en la naturaleza como en la partemaltratada, una entidad sometida y frágil, y en lahumanidad como en sus acosadores. Pero al caminartrabajosamente por la selva tropical virgen, al vagar por las 282
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allencallejuelas repletas de maleza de Makokou, viviendo en unmundo donde toda luz parecía filtrada a un verde oscuropor el interminable follaje, todo eso cambió su percepción.Aquí la Naturaleza no era algo delicado y fugaz, sino unoponente duro y vigoroso que podía destruir todo el trabajode la humanidad en un momento si así lo quería. Era, decidió Livingston mientras terminaba su café ysacaba un fajo de francos CFA para pagarlo, un pueblecitodeprimente al máximo. Barbara estaba concentrada en escribir su trabajo, sinescuchar en realidad al mundo a su alrededor, sin percatarsedel estruendo a su espalda. Finalmente volvió en sí losuficiente para darse cuenta de que alguien estabaaporreando su puerta. Se giró. –¡Adelante! –dijo. Rupert, Clark y Ovono entraron en tropel en suhabitación. –¡Los encontramos! –anunció Rupert en tono triunfal. Sedejó caer sobre una silla y suspiró–: O al menos tenemosindicaciones que deberían conducirnos a ellos. El señorOvono encontró a unos tipos que habían estado deexcursión hace cosa de un mes y que se tropezaron conunos campos de cultivo de desbroce por quema. Vieron elcampamento y fueron capaces de señalar el lugar en elmapa. –¿Y sabes cómo llegar hasta allí? –preguntó Barbara. –Pan comido. Tres manzanas en línea recta, llega hasta elsemáforo y gira a la izquierda. A unos tres días de aquí. –Quizá menos, dependiendo de lo lejos que MonsieurOvono pueda llevar su Land Rover –dijo Clark–. Pero 283
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allennuestros informantes estaban muy seguros de que eran losutaani. No lo sabían hasta que no se lo preguntaron a los dela tribu, y entonces se asustaron mucho al saberlo. Los tiposcon los que hablamos son comerciantes itinerantes, vendenollas y sartenes y ese tipo de cosas. Puedes apostar a quesalieron corriendo del área tan pronto como pudieron, nisiquiera intentaron hacer una venta. Uno de ellos afirmóque había visto a un tranka en el camino de salida, ya queafirmó que la cosa aquella flotaba en el aire. No estoyseguro de creerme esa parte. Probablemente fuera un lémural que asustaron. Pero estoy completamente convencido deque vieron una aldea utaani. Hay demasiados detalles queencajan, el idioma que hablaban los aldeanos, los camposquemados. Además, después de todo lo que hemosinvestigado por aquí, los utaani eran la única tribu con laque no habíamos dado. Y el emplazamiento de la aldea queseñalaron no está para nada cerca de ninguna de las demásaldeas tribales de por aquí. Los hemos encontrado. Sirecogemos las cosas y nos preparamos, podríamos estarlistos para partir mañana a primera hora. Barbara apagó el ordenador y se levantó. –Entonces pongámonos en marcha. Este lugar me estávolviendo loca –se volvió hacia Monsieur Ovono y sonrió–:Merci, m’sieu Ovono –dijo pronunciando cuidadosamente yusando una porción considerable de todos susconocimientos de francés. Ovono sonrió con deleite: –¡Ser usted muy amable! –replicó él, usando todo surepertorio de inglés. Ambos se rieron y Barbara le dio la mano. 284
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allen –Empezad a recoger las cosas –dijo–. Yo iré a buscar aLiv para darle las buenas noticias. –Se despidió de susamigos y salió a la noche. Monsieur Ovono retiró la tapa del delco del motor y cerróla capota del coche. El frontal de la capota tenía un cierre.Ovono lo cerró, le puso un candado pesado, giró la llave yse la guardó en el bolsillo. Envolvió la tapa del delco en untrozo de tela limpia y la puso en una bolsita junto a lasbujías. –La gente de la jungla puede ser honrada, pero así nosaseguramos que nadie se encuentre con mi Rover y se vayacon él, ¿eh? –le preguntó a Rupert en francés mientras lepasaba la bolsita. Ovono rodeó una vez más el vehículoasegurándose de que las puertas estuvieran bien cerradascontra los ladrones y que las ventanillas estuvieran biencerradas contra las lluvias. El tubo de escape estabataponado para impedir que nada anidara ahí dentro, laantena de la radio estaba guardada, la rueda de repuesto y elresto del equipamiento externo estaban guardados en elinterior del Rover. Ovono volvió a coger la bolsa de piezasde manos de Rupert, la puso con cuidado en su mochila y sela puso a la espalda. Habían recorrido una distancia considerable por unacarretera que lentamente degeneró en un sendero, en uncamino para el ganado y luego, al fin, en una senda en lajungla que había que recorrer en fila india. El resto delgrupo cargó con sus mochilas y siguieron la senda, conOvono a la cabeza. Estaban cerca, pensó Barbara. El último tramo del viaje,el final del camino que había empezado cuando abrió a la 285
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenfuerza el baúl del Abuelo Zebulon. Se ajustó las correas dela mochila para estar más cómoda y se puso en marcha. Puede que fuera el último tramo del viaje, pensó Barbara,pero desde luego también era el más arduo. Hasta elmomento habían sido tres días de abrirse camino condificultad por la jungla, progresando de manera casiimperceptible por la senda cubierta de maleza, ahuyentandomoscas, quitándose las sanguijuelas si tenían que cruzar unarroyo, sudando sin parar, con el peso de las mochilasaumentando a cada paso, la jungla de un verdor virulentovolcando sobre ellos su interminable arsenal de hojas,espinas, enredaderas y barro para detenerlos. La tenue luzse oscurecía de repente, una señal de las densas nubes quese agrupaban sobre sus cabezas, y los cielos se abrían sinaviso, empapando a los miserables viajeros. Cuando loscielos se despejaban, apenas si se daban cuenta bajo elfollaje, y cuando terminaba la lluvia, el agua seguíagoteando y vertiéndose desde las copas de los árbolesmucho después de que la precipitación hubiera terminado;así, apenas diferenciaban el tiempo despejado del de lluvia. Las noches eran peores aún. Ovono, sabiendo que el solse ocultaba con poco aviso previo, les hacía detenersecuando todavía había luz en cuanto encontraba algún tipode claro. Entonces les hacía trabajar despejando la maleza yplantando la mosquitera mientras él hacía un fuego. Nohabía acabado de prender la madera cuando la luz diurna,tenue y sin sombras, filtrada y difuminada por lasinterminables capas de verdor, daba paso a una oscuridadimpenetrable, y entonces empezaban los gritos nocturnos dela selva. Cada noche pasaba con una lentitud infinita, una 286
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenpersona de guardia, los demás aovillados en sus sacos dedormir con una incomodidad exquisita, sin poder descansarsobre la dura tierra, atrapados en una duermevela pegajosamientras el cansancio batallaba contra los mosquitos, lossonidos nocturnos y contra los dolores en cada hueso yarticulación. Y finalmente, la noche se iba tan rápido comohabía venido, y la descorazonada luz de la mañana sefiltraba entre los árboles y los despertaba, y así comenzabaotro día agotador. Por la mañana, en el descanso de mediodía, por la tarde,Ovono les obligaba a comer sin importar lo cansados ocarentes de apetito que estuvieran. Necesitaban la comidapara combatir el cansancio y el calor del viaje. Barbara diogracias más de una vez porque Ovono se hubiera prestado aacompañarlos. Jamás habrían podido realizar este viajeellos solos. Y entonces, en la tarde del tercer día, estaban tancansados que al principio no se dieron cuenta de que habíanatravesado los límites de un viejo campo de cultivodesbrozado por el fuego, la vegetación había vuelto a crecertanto que los surcos apenas eran visibles. Fue Ovono el quelos llamó y señaló la tierra quemada: –Estamos muy cerca ahora –anunció en francés–. Todo escomo dijeron nuestros informantes. –Al instante, Barbarasintió la adrenalina latiéndole en las venas. ¡Tenían queestar cerca! Ovono sonrió maliciosamente durante un instante. –Así que mantenerse alerta por los tranka –entonces sevolvió y empezó a caminar de nuevo. Rupert se aclaró la garganta y miró a Clark. No le habíandicho claramente a Ovono que suponían que los tranka 287
Huérfanos de la Creación: Capítulo catorce Roger MacBride Allenpodían ser reales, y que eran los animales que buscaban.Hizo un encogimiento de hombros para que Clark lo viera ysiguió a Ovono por la senda. Media hora más tarde, Barbara levantó una manopidiendo silencio. Pudieron oírlo tan pronto como dejaronde caminar: el inconfundible sonido de alguien cortandomadera, de gritos traídos por el viento, del chisporroteo deun fuego, y otra docena de débiles sonidos que sólo podíanproceder de un asentamiento humano. Barbara olisqueó elaire y se percató de que había estado oliendo a carnecocinada, y había indicios de humo de fuego de madera enla brisa. Hubo un destello fugaz de movimiento a través de lainterminable muralla de árboles, y los viajeros seagazaparon de manera instintiva, inmóviles. Otro vislumbre de movimiento. Otro más. Ahora estabaclaro que algo se movía por un camino paralelo al que ellosseguían. Un hombre. No, varios hombres, el líder llevabaun faldellín simple por toda ropa y un bastón, los demásiban desnudos... ...No, no eran hombres. Sólo había un hombre. Barbarajadeó. Las figuras detrás del líder no eran humanas.Bípedas, sí, pero no humanas. No eran humanas enabsoluto. 288
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride AllenCAPÍTULO QUINCE Jeffery Grossington abrió el paquete marcadoEstrictamente Personal sin ninguna emoción o premoniciónparticular. Se dio cuenta de que tenía matasellos de Gowriey pensó que quizá la tía abuela de Barbara le enviabaalgunos papeles que se había dejado atrás. Sacó lasfotografías y se dio cuenta de lo que eran con una sensaciónplomiza y embotada de horror, y fue con una sensacióncercana a la desesperación que leyó la historia que habíaescrito Pete Ardley. Grossington esperaba que la historia sefiltrara en algún momento, pero no tan pronto, y no tancompletamente. Y éste era el peor momento posible paraque ocurriera algo así, con el telegrama de Barbara quehabía llegado ayer diciendo que salían a encontrar a losutaani y que puede que estuvieran fuera de contacto durantesemanas. ¿Pero había ocurrido de verdad? ¿La noticia había llegadolo suficientemente lejos para que el mundo entero leprestara atención? Ese tipo, Ardley, parecía ser un reporterodel periódico local. Quizá la historia se quedara a nivellocal. Quizá tuviera tiempo antes de que la prensa nacionalse hiciera eco... si es que se la creían. Escandalizado, Grossington se dio cuenta de que él mismoestaba tratando la historia como si no fuera cierta, como sifuera un rumor que podía y debía negar, refutar y extinguirantes de que se extendiera. El problema estaba en que lahistoria de Ardley no decía nada más que la verdad tal cual,aunque sólo Dios sabía cómo había llegado a esa verdad.¿Qué hacer ahora? Se sentía como si se le hubiera atascadoel cerebro, sin que ninguna idea o pensamiento útil pudieraescapar. Contempló largo tiempo y con atención las 289
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allenimágenes de exteriores que le mostraban examinando aCharlie Último de la Fila, intentando pensar en una manerade deshacer el daño que ya había sido hecho. Encontró quela única idea que se le ocurría, ridícula como era, era quehabía salido muy bien en las fotos. Consiguió calmarse, cogió el teléfono y apretó la tecla delintercomunicador. Si la historia se había filtrado, su trabajoconsistiría en presentar los hechos de la manera más precisaque pudiera. –Harriet, habla con la gente de Relaciones Públicas y quemiren si pueden organizar una conferencia de prensa dentrode un día o dos. Habrá que notificarlo a la lista larga deprensa, no sólo a los periodistas de ciencia locales, así quenecesitaremos una sala grande. Pero primero mira si mepuedes poner con la oficina del director. Parece que el jefeva a enterarse de lo que hemos estado haciendo, así quemejor que se entere por mí. El corazón de Barbara le martilleaba contra el pechomientras entraban en la aldea. ¿Qué, si es que había algo,podía evitar que esa gente los matara a todos? ¿Qué sedirían los nativos y los visitantes? Eso no era lo único que la asustaba. Había visto esa hilerade figuras caminando hacía unos minutos, había visto laforma en que eran conducidos, había visto, en una fracciónde segundo, un centenar de diminutos detalles de acciones ycomportamientos que le decían qué era lo que veía. Nuncase le había ocurrido que los utaani mantenían a losaustralopitecos, a los tranka, como esclavos. Habíaimaginado que los utaani simplemente sabían cosas acercade los tranka, que quizá fueran capaces de dar con ellos, 290
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allencapaces de decirle a Barbara dónde estaban, compartir conella algo de sabiduría selvática de forma que pudieraencontrarlos para estudiarlos. Pero eran esclavos. Era tanobvio, ahora que lo pensaba, que se preguntaba cómo pudoimaginarse otra cosa. Pero los esclavos ya no existían en sumundo. ¿Cómo podía haberlo sabido? Y en cualquier caso,¿podían unos animales, aunque fueran animales de formahumana, ser esclavos? Llegaron al calvero central de la aldea y se detuvieron.Barbara miró nerviosamente a su alrededor. La aldea era unlugar miserable, un lugar degradado, incoloro y sin espíritude brumas grises apelmazadas. Los olores de comidapodrida y en mal estado y excrementos humanos eranomnipresentes. Nada vivo crecía en la tierra gris yembarrada del calvero de la aldea. La mayoría de las chozaseran construcciones destartaladas que precian amenazar conderrumbarse en cualquier momento. Al principio, mientras entraban en el calvero, la aldeaparecía vacía de vida alguna, en silencio pese a todos losruidos que habían oído desde la senda. Pero ahora,lentamente, empezaban a aparecer rostros en los umbralesde las chozas, niños que miraban por entre las piernas desus madres, hombres que se acercaban desde los campos. Barbara se alegró de no ver armas, pero no se tranquilizóde verdad. Podían estar escondidas en cualquier lugar. Monsieur Ovono estaba aún más afectado que Barbara.Nunca había creído en los tranka, no había entendido, ni leimportaba, qué era lo que buscaba el grupo. Estaba muchomenos preparado que los demás para la visión de esasapariciones inhumanas en la senda. Pero era él quientendría que hablar por los visitantes. Nadie más conocía la 291
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allenlengua... si es que él y los utaani compartían algún dialectomutuamente inteligible. Una pequeña concentración de aldeanos utaani se estabaformando lentamente frente a ellos. Uno de ellos, unhombre alto y musculoso de pelo que comenzaba a grisear,se adelantó un paso. Llevaba puesto un ornamentado collarque parecía que se lo había puesto apresuradamente para laceremonia de saludar a un visitante desconocido, a juzgarpor la forma en que las cuentas estaban enmarañadas. Ovono lo reconoció como el jefe y también dio un pasoadelante, con las manos abiertas y extendidas, las palmasapuntando al cielo. Se inclinó y soltó unas cuantas palabrasen eshiri. El jefe respondió, y Ovono le sonriónerviosamente. Ovono se volvió hacia Rupert y habló enfrancés: –He dicho hola, no os deseamos mal, y el jefe ha dichoningún mal recaerá sobre los visitantes honrados, y quenunca ha visto pelo ni piel como los tuyos, aunque habíaoído que había gente así. Pregunta que por qué venir aquí.Estáis aquí para ver esas criaturas, por supuesto, ¿pero seríalo más sensato de decir a esta gente? Rupert se volvió hacia Barbara, Clark y Livingston. Lasituación hubiera sido absurda de no ser tan atemorizante.Estaban rodeados por toda una tribu de africanos tensos,con un guía de confianza traduciendo para ellos, y unafuerte sensación de que si no decían lo correcto acabaríanmuertos. –Vale, peña, ¿y ahora qué? –preguntó Rupert–. Losnativos están inquietos, si se me perdona la expresión. ¿Quépodemos decirles que no los haga saltar? ¿Les preguntamossi nos van a preparar para la cena o qué? 292
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allen Clark dio un paso adelante. –Permitidme –dijo, y continuó en francés–. MonsieurOvono, ¿puede preguntar si hay historias de gentes comonosotros que hubieran venido antes? Ovono retransmitió la pregunta. El jefe consultó conalgunos de los hombres que estaban junto a él. Habló, yOvono asintió. –Sí –dijo Ovono–, pero no durante la vida de este jefe ode la de su padre. Pero vinieron, y eran comerciantespacíficos que no hicieron daño y que no vinieron aentrometerse. Clark pensó con rapidez y dijo: –Dile que nuestras leyendas hablan de ese encuentro, yque nosotros hemos venido siguiendo los pasos de esecomerciante. La idea pareció gustarle a Ovono, y la tradujoapresuradamente. El jefe sonrió y les hizo señas de que se acercaranmientras hablaban. –En ese caso –tradujo Ovono al francés–, todo está bien. –Mientras los utaani se amontonaban a su alrededor Rupertretransmitía lo que ocurría a Livingston y Barbara. Semovieron hacia el centro del calvero, y sus anfitriones seapiñaron a su alrededor. Atrapado en medio de unamuchedumbre de nativos con curiosidad por echarles unvistazo a esos extranjeros tan raros, Livingston se encontrópreguntándose cómo de bien exactamente iba a salir todoaquello. Haciendo un buen cálculo sobre la velocidad del correo,Pete cogió el teléfono para llamar a Grossington una hora 293
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allendespués de que el científico hubiera recibido el paquete.Esto requeriría delicadeza, pero Pete ya lo tenía todopensado de antemano. Con sus notas cuidadosamenteordenadas frente a él, marcó el número. Respondió una secretaria al otro lado de la línea. –Con el doctor Grossington, por favor –dijo Pete. –¿Me dice de parte de quién? –Peter Ardley, de la Gaceta de Gowrie. –Un momento –dijo la secretaria, y hubo el seco sonidode un botón de llamada en espera. Tras una brevísimademora, la voz áspera de una persona mayor se oyó en lalínea. –¿Diga? –¿Doctor Grossington? –Sí. –Soy Pete Ardley, de la Gaceta de Gowrie. ¿Ha recibidomi paquete? –Sí, lo he recibido –replicó Grossington, su voz revelabaun cierto grado de nerviosismo–. ¿Puedo preguntar a qué sedebe esta llamada? –En cierta manera, para disculparme, doctor. Quise hablarcon usted antes de publicar la historia –mintió Pete–, peromi director dijo que no. Para él toda la historia es un fraudey no debería advertírsele de nada antes de que le explote.Tal y como están las cosas, la historia que le enviéaparecerá en la edición de mañana. Ya está en la imprenta. –Ya veo. Parece que el daño ya está hecho –contestóGrossington–. No veo qué sentido tiene discutir más. –Me temo que el daño es algo mayor de lo que piensa –dijo Pete–. La historia también ha sido enviada a otrasagencias, junto con varias de las fotografías que le envié. Y 294
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allense han enviado copias del paquete que le ha llegado alWashington Post y al New York Times. Me disculpo porello, también –dijo Pete–, pero me temo que no había formade evitarlo –esa última afirmación no era del todo unamentira, pero sí lo más cercano que podía llegar la verdad aconvertirse en falsedad. Lo cierto era que si el objetivo delasunto era promover las ambiciones personales de PeteArdley, entonces no había forma de evitarlo. Pete conocía la primera regla de cómo mentir de maneraefectiva: decir tanta verdad como se pueda. Ahora mismo elobjetivo de sus mentiras era hacer sentir a Grossingtoncomo si Pete estuviera de su parte, de forma que estuvieradispuesto a hablar con él. Pero aún así, se sintió algo mal alrespecto. Grossington parecía un vejete bastante decente, yPete estaba creándole problemas. Se recordó a sí mismoque la historia era importante, y que si era cierta, pertenecíaal mundo. Ninguna panda de científicos tenía derecho aguardarse los hechos cuando les pareciera apropiado. –Sus disculpas no hacen nada por mejorar la situación enque me ha colocado –dijo el doctor Grossington conirritación. –No, pero quizá usted pueda ayudarme a enmendar lascosas para usted –dijo Pete en su tono más serio. Contabacon que Grossington tuviera poca experiencia con losperiodistas. Si era así, su truco podría funcionar–. Nada deesto ha llegado al público todavía, y puede apostar a que elPost y el Times harán unas cuantas comprobaciones de loshechos antes de publicar. Si puede darme un desmentidocreíble, algo que explique lo que ocurrió aquí y responda alos hechos que tenemos, podría hacer que mi directorpublicara una retractación y enviara disculpas a las demás 295
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allenagencias periodísticas diciendo que todo había sido unmalentendido. El único artículo publicado, en ese caso,sería el de este pueblecito diminuto. ¿Puede darme un buendesmentido que darle a mi director? Hubo un silencio al teléfono, y con cada segundo quepasaba sin desmentido, Pete se sentía más jubiloso... y másculpable. No le gustaba jugar de esa forma con el viejo,pero ese silencio le hacía sentirse más y más seguro de quetoda lo historia, por improbable que fuera, era cierta. Lohabía arriesgado todo por la historia, y no iba a quedarfuera de ella. Finalmente, Pete oyó un largo suspiro infeliz. –No, señor Ardley –replicó Grossington–. Me temo queno puedo desmentir la historia. Por la simple razón de quees cierta. No sabemos cómo, ni por qué, pero hace unosciento treinta y siete años, al menos cinco miembros de unaespecie de homínido no humana, una especie quesupuestamente ha estado extinta durante el último millón deaños, fueron enterrados en Misisipi. Y acabamos dedesenterrarlos. –Ya veo –dijo Pete, intentando un tono comprensivo–. Metemo que eso cambia la situación, ¿no? –No intente jueguecitos conmigo, Ardley –restallóGrossington en tono irritado–. Usted es un periodista, y loque quiere un periodista es una historia, y que yo dijera«no, no, se trata de un error» no es una puñetera historiapara un periodista. Tiene la primicia más grande de su vida,y lo que intenta es ver cómo enfocarla. –Por supuesto que es una historia de gran calibre –dijoPete–. Lo tendría que saber, ya que la escribí yo. Pero esono hace imposible el que comprenda su posición. La noticiaha salido ya, y ya no hay nada que hacer al respecto. Ahora 296
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allenla pregunta es: ¿cómo lo va a llevar ahora que ya ha salido ala luz? Creo que puedo ayudarle. –Soy todo oídos –dijo Grossington–. Estoy seguro de queno tiene otra idea en mente más que mi bienestar personal.Vamos, Ardley, está persiguiendo una gran historia, y no leimporta quién salga malparado. –Vale, vale. Mire, crea lo que quiera –dijo Pete,empezando a sentirse enojado–. Pero éste es mi trabajo,doctor. Llevar la verdad al público con rapidez. Quizá seaun poco taimado y falaz a veces en la forma en que hago lascosas, pero tengo que ser así si quiero hacer mi trabajo. Yantes de que me desprecie, permita que le haga unapregunta. Si esperáramos a que estuvieran listos, ¿cuántotiempo pasaría antes de que el mundo supiera de esoscráneos? –Sinceramente, no lo sé. Como mínimo unos cuantosmeses. Puede que más. Necesitamos tiempo para estudiarlos hechos, seguir las pistas que hemos encontrado... –¿Y ha considerado lo que eso significa? En el año, o losdos años o tres años que necesitan para estar listos parahablar, ¿qué ocurre con el resto de nosotros? –exigió Pete,sorprendido consigo mismo. Mientras hablaba, sabía que nodebería tratar a una fuente de esa manera–. Esto no es algúndesacuerdo entre científicos sobre algún puntoincomprensible de alguna teoría que sólo afecta a otroscientíficos. Nos afecta a todos. El derecho a saber de lagente es importante aquí. Hay un gran debate sobre elcreacionismo contra la evolución en el mundo actual. Lagente está decidiendo incluso si se permite a los libros detexto mencionar la palabra evolución. 297
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allen »La gente usa ese debate para manipular a los consejosescolares, eliminar libros de las bibliotecas, sacar a losniños de las clases por miedo de que sus cerebros quedencontaminados por pensamientos que no han pasado suaprobación. Yo cubro un montón de cosas de las juntas deeducación, y lo he visto. El control de pensamiento es algoque se practica aquí abajo, y nueve de cada diez veces lalucha por la evolución es sólo el principio. Así empieza, yluego los censores descubren lo fácil que es prohibir librose ideas. ¿Tiene alguna idea de lo difícil que me fueencontrar libros sobre el origen del hombre en lasbibliotecas y librerías de aquí abajo? »Usted está sentado sobre un arma increíblementepotente, una que podría reforzar la mano de la genteinteresada en enseñarle a los niños la verdad en vez de loque lo que sus padres desean que sea la verdad. Y cada díaque usted retenga su descubrimiento, otro consejo escolarde algún pequeño pueblo se inclinará y aceptará los librosde texto expurgados y censurados, aprobados por personasque creen que pueden cambiar la verdad si no les gusta.¿Tiene alguna idea de cuánto daño más podrían hacer paracuando estén listos para contarle al mundo lo que hanencontrado? Grossington carraspeó de nuevo. –Discúlpeme, señor Ardley. Me sorprende descubrir quese preocupa usted por algo. Pete se encogió de hombros, a sabiendas de que era ungesto inútil al teléfono. Él mismo se había quedado un pocosorprendido de descubrirlo. –Le pido perdón, doctor Grossington, no tenía intenciónde exaltarme tanto. Espero que no se haya sentido ofendido. 298
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride AllenSólo que me asusto al ver la morralla que le meten en lacabeza a los niños. –A mí también me asusta, señor Ardley, y ya hemoshablado de ese mismo asunto en este despacho, se loaseguro. Sólo que no de manera tan persuasiva. Así quedígame, ¿cómo puede «ayudar»? Pete vaciló durante un momento. Se había desviado unpoco de su camino y tenía que volver a encarrilarse. –La cosa es así, doctor. He tenido algo de tiempo paratrabajar en esto. He tenido un mes para leer sobre el tema,he entrevistado a un experto en el campo, he tenido laoportunidad de pensar y aprender sobre paleoantropologíahasta el punto en que sé de lo que hablo. Puedo escribir másartículos sobre esos cráneos sin llamarlos eslabonesperdidos u hombres mono. Sin que la gente crea que estásdiciendo que una criatura que murió justo antes de laGuerra Civil puede ser su antepasado. Puedo dejar claracuál es su relación con los seres humanos, cuál es laimportancia del hallazgo. »Cuando los demás medios de comunicación traten esto,pondrán a periodistas sin especialización en el asunto,reporteros que ayer escribían sobre el alcalde y anteayersobre un robo con allanamiento. No sabrán más de lo quesabía yo hace un mes... y yo no sabía nada. Puedo presentarel caso de su hallazgo de una manera clara, sin caer en lastrampas en las que caerán esos tipos. Y ya que he sido yo elque ha dado la noticia a conocer, estoy en posición devender artículos de periodismo independiente a cualquiermedio. Eso podría ser el tono para informar de todo esteasunto. Con un poco de suerte, podemos mantener el debatebastante civilizado. ¿Me ayudará? 299
Huérfanos de la Creación: Capítulo quince Roger MacBride Allen Hubo otro largo silencio. Finalmente Grossington habló: –Tiene un argumento convincente, señor Ardley, perosigo sin ver que le deba nada a usted. Sin embargo, voy aconvocar una rueda de prensa a las dos p.m. de pasadomañana, y si puede estar presente, supongo que serábienvenido. Que tenga buenos días. Pete ya tenía los horarios de vuelo en la mano antes deque Grossington colgara el teléfono. Pete tenía la esperanzade una entrevista de verdad, pero tendría que conformarse.Ésos eran los riegos del juego cuando presionaban aalguien. Pete desplegó el horario y consultó su reloj. Eltruco estaba en llegar a Jackson lo suficientemente deprisapara coger un vuelo temprano. Le vendría bien estar enWashington con unas cuantas horas de adelanto a laconferencia de prensa. Tenía unas cuantas pistas que seguirallí. 300
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