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ANTOLOGÍA 2021 - TALLERES LITERARIOS

Published by susanaterman, 2021-11-30 18:55:47

Description: "GRUPO EKOS"

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Después de la odisea, el aislamiento, el terror…, una pequeña luz se encendió en nuestros corazones. ¡Tuvimos que empezar a creer que aún era posible la vida…! Comenzaron los llamados, se renovaron las sonrisas, se acortaron las distancias y nuevamente pudimos reencontrarnos. Se produjeron los ansiados abrazos, se aunaron los esfuerzos y comenzamos a crear…, con alegría, con emoción, con toda la pasión que estaba aletargada en nuestro ser. Y así surgió esta bellísima ANTOLOGÍA de NARRATIVAS, POESÍAS Y RADIOTEATROS 2021 del “Grupo EKOS” ¡Espero que al leerla, la disfruten tanto como todos nosotros al realizarla! Lidia Susana Puterman Coordinadora de Talleres Literarios



Facundo Barroso SI LOS RECUERDOS HABLARAN Te recuerdo hermosa como siempre…, tus caricias, tus besos. Cuando nos separamos mi mundo se volvió desgraciado y sin ilusión; no poder verte con tus cabellos rubios como el sol y tus ojos claros de mirada tierna, que cuando los miraba…, sentía que el Cristo resucitaba solo para mí. Vivimos una vida juntos… ¡Yo ya te había perdonado! Sólo trescientos kilómetros nos separaban ¡Venías a verme…, y quien no te perdonó fue la ruta…, el camino te arrebató de mí para siempre! A veces por la noche me gusta pensar en las constelaciones y mirar las estrellas donde tú estás.

María Benítez SI LOS RECUERDOS HABLARAN La lejanía de la sirena intermitente y las luces tenues, infundían en mis recuerdos… Era un sábado gris de otoño, inquieta por no llegar tarde, subí rápidamente la interminable escalinata de la Facultad de Derecho; me detuvo su pórtico, gigantescas columnas estilo greco romanas invitaban a una epopeya arquitectónica. Entré con calma rumbo al salón auditorio, casi al filo de la hora. Me ubiqué del lado izquierdo, en una butaca desgastada de madera y terciopelo rojo. Esperé escasos minutos con mucho anhelo para escuchar a la Orquesta de Cámara de Buenos Aires. Los músicos, una vez ubicados en el escenario, comenzaron con su ritual de afinación. Luego la iluminación escénica, dio la señal para dar el comienzo a la primera melodía; “Oblivión” de Astor Piazzolla. La música era una poesía triste, melancólica. Cuando el manijón de la puerta se abrió, mi mirada se desvió hacia ella y me encontré con los ojos más dulces y desconcertados puestos en mi. Respiré profundo y aparté la vista. Temblaba, el oxígeno se acababa y se perdía, hasta dejarme sin aire. Un grito mudo, dormido, despertaba desde mi interior a mi alma vacía. Ese instante, aunque no hubo palabras, en silencio se dijeron todo. Se sentó en el lateral derecho, acompañado de una hermosa mujer de cabellos cobrizos y vestido gris; el tenia cabello castaño, una camisa azul marino y un pantalón gris, que entonaba con una elegancia justa. Yo en cambio vestía, pantalones anchos con alguna que otra rotura, blusa de color champagne y suecos al tono. Pero ni mi cabello desprolijo, ni mi mal vestir, privó a su mirada incesante y tímida, de querer encontrarme. “Como el destino juega con estos amores imperfectos, silenciosos, a destiempo. Sin comienzos previstos, que se encuentran solo una vez…” Desde ese momento sola, avergonzada, esperaba con ansias el intervalo para desaparecer y recuperar el aliento robado por ese sentimiento absurdo, sin meta, llamado amor. Se abrieron las puertas para el receso, Salí del salón en dirección del pasillo, cuando alguien tomó mi brazo y dijo:

— ¡Hola!, disculpa mi atrevimiento. Mi nombre es Tomás, quería saber cuál es tu nombre— Entre su pregunta y mi respuesta, se detuvo el tiempo. No podía frenar el avance de la distancia, que se acercaba más y más a mí. A lo que respondí rápidamente: —Giovanna— Me di la media vuelta y corrí hacia la salida, hacia no sé qué… Una luz incandescente me cegó, un ruido ensordecedor y un grito de, ¡No! me detuvo. Casi adormecida tome conciencia. Estaba entre una multitud, un tumulto íntimo, reconocible. Un sollozo agudo me arrastró hasta allí; vi los dos jazmines que entrelazaban las manos, un vestido marfil, un rosario blanco y el último recuerdo de aquel día, me acompañaban en mi lecho de muerte. MENSAJES DEL ALMA Un lunes de octubre, el amanecer teñía el cielo con una triada de colores rojizos que se fundían en un inquietante sol. El despertador sonó a las 6:20, fuerte, con insistencia una y otra vez. Jazmín atinó a levantarse, se inclinó hacia Michael, le dio un suave beso en la mejilla y con una dulce sonrisa le dijo — ¡Arriba dormilón! — Y así arrancaba su día. Salía a la carrera hacia el baño, se duchaba y bajaba hacia la cocina, dispuesta a preparar el mejor desayuno. No faltaban las ricas tostadas de pan de centeno con queso y mermelada de arándanos, jugo de naranjas recién exprimida, capuchino de canela para él y una lagrima para ella. Mientras que Michael, con un poquito más de pereza, se dirigía hacia la cocina al ritual matutino con su mujer perfecta. Se sentaban enfrentados, alrededor de una pequeña mesa de roble. Entrelazaban sus manos y con una complicidad mutua se miraban, sin testigos, renovando su amor. Michael rompía el silencio y confesaba a Jazmín, su largo e itinerante día de trabajo. Jazmín, sin querer soltarse, lentamente liberaba las manos de Michael. Le alcanzaba el portafolio. Lo acompañaba hasta la puerta del auto; el rodeaba su silueta y con un abrazo eterno como

para jamás perderla, con corazón pleno, abierto de entregarle hasta su alma, sellaba sus tibios labios con un beso. Michael, llegaba a su trabajo, se acomodaba en su escritorio, abría con ansiedad su agenda buscando el marcador del día y sacaba un pequeño papel de notas que decía “En todos las mañanas, mi corazón te pertenecerá…” Te Amo, Jazmín Michael sonrió, suspiró profundo y guardó su nota. Era su aliciente del día, su luz, su amor. Jazmín entraba a su casa, la calma y el vacío despertaban sin querer ser ignorados, buscando el sonido de una verdad oculta, cubierta de sueños mudos, invisibles, inalcanzables… Tomaba su violonchelo, quien la poseía y la liberaba, para reencontrarse con ella misma. Comenzaba tocando algunas notas hasta que se perdía entre las melodías, repitiendo una y otra vez, sin detener al tiempo. Un vago recuerdo de lo que fue, la atormentó y aquel encuentro se hizo presente. Era un martes 21 de diciembre, el reloj marcaba las 18: 10 horas. Jazmín entró impaciente al conservatorio. Sin reconocer a nadie de los pocos que estaban, se sentó en un banco de madera blanco desgastado, bajo una pérgola natural de una frondosa glicina con flores lilas, que caían en cascadas formando una hermosa postal. De fondo, se escuchaba una melodía lírica y diferentes instrumentos, amalgama en una sinfonía única, componiendo así, un marco mágico. A su izquierda, estaba la puerta azul del salón n° 3, en el cual minutos después, tendría que entrar a dar su final de instrumento. Con evidencia se acomodaba su cabello rizado, rubio dorado y su vestido negro con detalles grises, que le hacía destacar la porcelana blancura de su piel. Tomó su carpeta de partituras, la abrió y un ruido quejumbroso le llamó la atención. Era Michael…, entraba abrazando el pesado contrabajo que le tapaba la cara; se sentó al lado de ella, despejo su rostro, la miró y le sonrió. Era la cara y las pecas más graciosas que Jazmín había visto en su vida. Ella le respondió con una sonrisa diciéndole, —Hola— — Hola— Le respondió —Vas a rendir por lo que veo ¿Nervioso?— Preguntó Jazmín. —No— Respondió Michael. Y volvió a sonreír. Él estaba deslumbrado, su corazón le latía a mil, no entendía mucho lo que

sentía, pero daba gracias en silencio de haber coincidido en el mismo lugar, con ese maravilloso ser, sentado junto a él. Ella se dio cuenta que él le calmaba sus nervios, y lo aturdió con preguntas. — ¿En qué año estas?— Le preguntó Jazmín. —3° de profesorado— Respondió. — ¿Y vos? — Le preguntó. —1° de composición— .Respondió Jazmín. — ¿Por qué el contrabajo? — Le preguntó Jazmín. —No lo sé, solo lo sentí y por eso lo elegí. Me gusta su tono y su altura— Respondió. — ¡Y su forma! — Exclamó ella, riéndose burlonamente. — ¿Cómo?— Pregunto él. —Si lo ves, tiene una silueta con forma de mujer, tiene la altura y la traías abrazada—. Sonriendo le contestó. Él largó una carcajada, no podía parar de reír. Tentado, tomó una bocanada de aire y le pregunto. — ¿Y vos por que el violonchelo?— A lo que ella respondió —Por su tono, su fuerza y porque es una revolucionaria ¿Sabías que en el siglo XIX, era un instrumento solo de hombres? Las mujeres no lo podían tocar, porque estaba mal visto la postura de las piernas abiertas… ¡Como una mujer se iba a mostrar así…, que cosa esos tiempos!. Y acá estamos reivindicando su derecho a ser utilizada lo mejor posible, sin distinción de género— El sonrió, a lo que ella con una mirada dulce asintió con una mueca picara y tierna a la vez. Al instante llamaron a Jazmín para rendir y a los dos minutos siguientes lo llamaron a él, del salón N°4 también para lo mismo. Cuando Michael salió del salón, miró el corredor desesperado hacia los dos lados. No la encontró, Fue rápido a guardar el instrumento en la sala siguiente. Salió de ahí con cierta melancolía. Se dirigió como su última esperanza, hacia él baño. Y ahí la vio, con las manos en el mármol frio, frente al espejo, llorando. — ¡Jazmín! — .Exclamó Michael —Todo va a estar bien, hay otros llamados— A lo que Jazmín le respondió —Ya no hay más llamados— Y otra vez se le inundaron los ojos de lágrimas. A lo que Michael le dijo — ¿Qué te parece si salimos de este baño, y te invito un café?... ¡No! Estamos en diciembre, mejor un helado—

Ella sonrió, secó sus lágrimas y salieron juntos. Desde ahí fueron inseparables. El despertador del día martes sonó, Jazmín no se levantó al instante. Abrazo muy fuerte a Michael hasta estremecerse, le dio un beso en la mejilla y se levantó. Preparo el desayuno y lo llamo. Michael bajo las escaleras se sentó y notó en el rostro de Jazmín que algo no andaba bien, a lo que le preguntó — ¿Qué te pasa amor? No te ves bien— —Estoy un poco indispuesta, no me siento muy bien— Le respondió. A él se le iluminaron los ojos, una felicidad confusa, no certera llegaba a su corazón. Tal vez un pequeño tesoro, tan anhelado llegaría por fin a sus vidas. —Puedo quedarme amor y acompañarte al médico— Le dijo A lo que ella le contestó —No amor, voy a estar bien— —Bueno, hace reposo. Te llamo en el día. ¡Te Amo!— Le respondió Michael. Y partió hacia su trabajo. Llegado a él, se acomodó en su escritorio, sacó su agenda exaltado de alegría y encontró su pequeña nota del día que decía, “Te voy amar, en esta y todas las vidas posibles, aunque el destino, el tiempo o las decisiones, no nos permitan estar juntos… “ Jazmín Ella carente de fuerzas, triste, recorrió la casa, rodeando cada espacio como para no olvidarlo jamás. Cada rincón, lo transitó una y otra vez como quien recorre un camino de espiral sin encontrar centro alguno. Llegó hasta la puerta, miró por el postigo, desempañó su vidrio descubriendo con claridad la verdad de lo que le haría a su ser más amado…, si continuaba quedándose ahí. Tomó su maleta y su violonchelo y comenzó a caminar más y más lejos, hasta perderse en un punto infinito. Desconcertado por esa nota, entre mil palpitaciones de un mal presagio Michael, regresó de inmediato a la casa. Al entrar notó que Jazmín no estaba. En la mesa de roble había un sobre, era el diagnóstico positivo de Alzheimer precoz. Desesperado salió a buscarla, pero nadie sabía de ella, ni su familia, ni sus amigos sabían dónde se encontraba Jazmín. Hicieron una búsqueda intensa con la policía, pero los resultados fueron negativos. Pasaron cuatro años, Michael ya sin esperanzas, con una agonía eterna, atrapado como en una fotografía triste, detenida en el tiempo. Ya su vida no tenía sentido sin ella.

Aún sabiendo que la había perdido, regresó al conservatorio. Se sentó en aquel banco blanco degastado, solo para sentir y recordar aquel primer encuentro. Presente su amada en su corazón, en su alma, se cubrió el rostro con sus manos y comenzó a llorar, sin poder detener aquel dolor profundo…, cuando una mujer le dijo — ¡Hola! Tranquilo ya va a pasar… ¡Te veo una cara familiar! — Ahí estaba ella, Jazmín inmóvil sin recuerdos, sin memoria, perdida en un laberinto oscuro sin historia. Pero a pesar de eso, lo que su memoria no podía borrar era la emoción de su corazón y sus latidos más y más fuertes mientras Michael se acercaba a ella sin poder creerlo…

Carlos Bonardi CUENTA SALDADA Juan se despierta agitado. Abre grandes los ojos como para ver con más claridad en la negrura de su habitación. La boca, abierta, grande, roba aire para su interior. Otra vez las pesadillas lo habían atacado. —Es él --- susurra, cómo para que nadie lo escuche. Se levanta, recorre el corto tramo que lo separa de la cocina y mientras prepara un café, imagina, no sabe por qué, quizás por una jugada graciosa del destino, que él debe vivir por la zona. La lluvia de esa mañana gris de abril, acentúa aún más la angustia que se apodera de su alma. Mientras cruza Plaza Irlanda en dirección al bar de siempre, los recuerdos se agolpan en su mente y, como una vieja película en blanco y negro, se le aparecen. “… el quinto año de ese Nacional quedaría grabado en la mente de muchos de nosotros de por vida. Lo que se vivía afuera se trasladaba adentro. El destino de muchos cambió a partir de ese año. Se formaron agrupaciones políticas, a favor de, en defensa de, por la libertad de… Me uní a un grupo “pro defensa de…”.No recordaba qué cosa. No lo hice por convicción política, asunto que no me interesaba, sino por Marta, una morocha de grandes ojos negros, pechos generosos, que me invitó a participar, mientras me regalaba una provocativa sonrisa.” Atraviesa la desolada plaza. El cemento le ha ganado al pasto y el espacio de los viejos asientos con tableros de ajedrez, en los cuales durante muchas tardes había disfrutado de innumerables batallas con hombres de miradas tristes y que veían pasar la vida de costado como él, fueron reemplazados por una construcción de madera dónde se alcanza a leer “Centro de Atención…” Lo que seguía, estaba tapado con aerosol rojo. Cruza Gaona, se ubica en la mesa de siempre, frente al ventanal y se dedica a esperar su destino. “… muchos se alejaron de aquellas actividades cuando tomaron conciencia de que no era un juego, cuando al pasar lista

alguien no contestaba, nos mirábamos con ojos bien abiertos y alguna chica dejaba escapar un sollozo. Los preceptores pasaban entre nosotros con una libretita anotando no sé qué. Un martes de julio por la mañana, lo recuerdo bien porque era el cumpleaños de mi padre, descubrí una mirada, enfilada hacia Brosky, entre el preceptor Cevallos y Roberto Morris, un compañero alto, rubio, de peinado engominado, siempre impecablemente vestido. Solitario e introvertido. Alejado de los deportes por un problema que tenía en su pierna izquierda que le provocaba una ligera renguera. Con el único que hablaba era conmigo, compartíamos la misma pasión por las novelitas policiales de Editorial Bruguera y siempre me prestaba algunas. Yo lo retribuía regalándole las que compraba en el Parque Rivadavia. A la mañana siguiente al pasar lista y no contestar el ruso Brosky…, comprendí. Un mediodía, a la salida del colegio, Marta se me acercó y me propuso encontrarnos esa noche para repartir unos volantes y luego pasar por su casa a beber algo. Eso fue lo que más me entusiasmó y le dije que sí. Cuando me dirigía por Alsina, para tomar el colectivo, algo me hizo girar rápidamente la cabeza y vi a Roberto que me observaba fijamente. Esa noche mis padres entraron, sin golpear la puerta (cosa extraña en ellos) a mi habitación. —Hoy no vas a ningún lado— dijo mi padre con vos enérgica. —Pero papá tengo una cita— traté de explicarle. —Hoy no salís— completó mi madre casi llorando y agregó --- Aunque me tenga que quedar toda la noche con vos y atarte— A la mañana siguiente cuando pasaron lista y Marta no contestó, comprendí todo. Y también la mirada de Roberto Morris.” Juan acaricia la vieja pistola que tiene en su bolsillo. Es un recuerdo de su abuelo, quien orgullosamente decía que con ella había participado en la batalla Del Parque y ayudado a derrotar a Juárez Celmán.

Roberto Morris hace su aparición en el rectángulo de la ventana. Es él sin duda. Su caminar, observa Juan, es más lento, ahora se ayuda con un bastón, el pelo rubio ceniza abundante y engominado. Sale del café, lo sigue dos cuadras por Gaona y lo ve entrar en una casa. Juan se para frente a ella. Es una casa señorial, con estilo, aunque las huellas del tiempo ya dejan su marca. Las paredes descaradas, el jardín descuidado. La puerta de madera de roble, descolorida por muchos soles, se abre. Morris lo mira fijo y con una sonrisa le dice: —Pasá Juan, te estaba esperando. Cuándo te veía sentado en ese bar, sabía que el encuentro seria inevitable— Juan, sorprendido, sube los escalones de mármol, elude la mano que le extiende Roberto. Desemboca en una gran habitación, de techo alto, una biblioteca a la izquierda, repleta de libros, una mesa, dos sillas y nada más. —Seguime— dice Roberto y se desplaza hacia la biblioteca. Con el bastón señala una colección de Editorial Bruguera. —Esos libritos te salvaron la vida aquella noche—. —Sí, pero no la de Marta ni la del ruso Brosky. —Juan, era una guerra, los dos bandos estaban dispuestos a todo. Todos tuvimos que pagar algo— Sus ojos cansados recorren la habitación. —Mirame a mí, solo en esta enorme casa, mi mujer murió, mis hijos se fueron —Cuando te vi por primera vez en el barrio--- dice Juan, mientras acaricia la pistola en su bolsillo, ---la imagen de Marta, que podía haber sido mi novia, del ruso que era el mejor arquero que teníamos, se me aparecieron y ya no pude dormir tranquilo— —Yo también tengo las mías— —Pero yo tengo la posibilidad de hacerlas desaparecer--- dice Juan mientras le apunta con la vieja pistola. — ¿Vas a matarme? — le pregunta Roberto y agrega cansadamente — yo hace años que estoy muerto. Observa sus ojos acuosos, grises, que miran sin ver. —Vos me salvaste la vida una vez--- dice Juan —yo te la perdono ahora. La cuenta está saldada. En el próximo encuentro el final será distinto— Guarda la pistola, se levanta y camina hacia la salida.

EL CASO DE LA CANTANTE DE TANGOS Era una cálida tarde de abril, el sol entraba por la ventana del quinto piso y le daba en la cara al comisario Nicolás Carnevale que fumaba recostado en su sillón preferido, —en realidad el único de su modesto departamento—, mientras escuchaba música con los ojos cerrados. Estaba en otro mundo…, seguro mejor que éste que le tocaba vivir. Recién en el quinto timbre se dio cuenta que sonaba el teléfono. Se levantó despacio y atendió — Hola— — ¿Carnevale? — —Si soy yo —reconoció la voz de su jefe. —Te necesito (sonaba nervioso) mataron al Juez Alfieri— Carnevale lo conocía bien al Juez…, había actuado junto a él en dos ó tres operaciones de drogas y prostitución y siempre le había arruinado los procedimientos. —Carnevale, ¡carajo! ¿Me escuchás? — —Si jefe, ¿cómo murió? — —Un golpe en la cabeza. Te doy la dirección y tratá de averiguar algo. Cualquier información que tengas la tratas sólo conmigo— —De acuerdo —contestó Carnevale y colgó. Se dio una ducha, se vistió y dejó el departamento. Fue hasta el garaje donde tenía guardado el auto y partió hacia el domicilio del Juez. Quedaba en plena Recoleta, frente al cementerio. Cuando llegó, dos patrulleros y una ambulancia estaban en la puerta del edificio. Un grupo de unos diez curiosos miraban con deleite. Apenas dejó el ascensor lo recibió el oficial Sagasti — ¡Comisario! Parece que vamos a estar juntos en esto— A Carnevale no le gustaba Sagasti…, era ladino; siempre se quedaba con un vuelto. —Por desgracia sí ¿Qué tenemos?— respondió. —El Juez Alfieri muerto. Esta mañana lo encontró la mujer que hace la limpieza. Carnevale avanzó por la espaciosa habitación, calculó que en ese piso entrarían tres departamentos como el suyo. El juez yacía en el

suelo, un inmenso charco de sangre mojaba su cuerpo desnudo, su cabeza presentaba un golpe en la nuca. —Parece que discutió con alguien, lo empujaron y cayó — aventuró Carnevale y agregó— Está todo desnudo ¿no estaría con un tipo y tuvo un ataque de celos? — —Las puertas estaban cerradas por dentro, pero cuando vengan los de rastros les voy a decir que busquen semen— respondió el oficial. — ¿Encontraron algo raro? — —Nada, bueno, algo curioso. Cuándo entró la de limpieza encontró un grabador prendido, al lado del cadáver, y se escuchaba un tango. — — ¿Dónde está? — Era un viejo grabador Geloso de doble cabezal, como los que Carnevale había usado en sus tiempos de estudiante. Lo encendió. Se escuchó la voz grave de una mujer cantando el tango Remembranzas. Carnevale pensó unos minutos…, como le gustaba decir, tenía una corazonada. En un descuido de Sagasti tomó la cinta y la guardó en su bolsillo. Saludó y salió para su departamento Si había alguien que sabía de tangos, pensó, era “Gardelito” Ibarra, un ex presidario que había utilizado sus prolongadas estadías en prisión para estudiar todo lo relacionado con el tango, sus cantantes y su música. Ibarra le debía algunos favores y no podría negarse en hacerle uno a él. Vivía por la calle Boyacá en Flores. Era un hombre bajito, encorvado, totalmente calvo, con lentes de grueso armazón negro. Recibió a Carnevale con muestras de alegría. Por las dudas el comisario miró a su alrededor; lo que vio eran paredes descascaradas y cientos de papeles hablando de tangos pegados en ellas. Discos por doquier y una vieja victrola. —Ibarra quiero que escuchés ésta voz y me digas cómo se llama la cantante — “Gardelito” puso la cinta en un grabador y escuchó concentrado varios minutos. Chasqueó los dedos y con alegría dijo: —Martas Lamas— — ¿Dónde puedo encontrarla? — preguntó Carnevale.

—Es difícil saberlo —respondió Ibarra— Sé que se metió con gente que no debía y entró en desgracia. Últimamente cantaba en cantinas y lugares de mala muerte— — ¿Dónde fue la última vez? — Para sorpresa de Carnevale, Ibarra fue hacia un rincón de la habitación, apartó ropa sucia y apareció una computadora. La manipuló unos minutos y luego le trajo una hoja impresa. — Hay que modernizarse —le dijo con una sonrisa. Cantaba en la cantina “La Esquina” a la bajada del puente Pueyrredón, sobre la Avenida Mitre en Avellaneda. El comisario tomó el papel, saludó y calculó que ya era hora de dormir. Rumbo a su casa decidió que al día siguiente visitaría “La Esquina”. Al mediodía, Carnevale entraba en el pomposamente llamado restaurant, que en realidad era un tugurio mal iluminado, con unas diez mesas, la mayoría libres. A la derecha estaba el mostrador donde un tipo de bigotes y cabellos negros que se escapaban de su gorra, camisa sucia, intentaba limpiar un vaso. Al fondo se veía un pequeño escenario. —Patrón, estoy buscando una persona— —Acá se da de comer, no información— Carnevale lo miró fijamente y le mostró la chapa de policía. — ¿Querés qué te mande a vicios y te cierren el boliche? — —Me llamo Miguel ¿Qué necesita? — El tono del sujeto cambió. —Estoy buscando a una tal Marta Lamas, sé que cantó en éste lugar— El hombre encendió un cigarro, se tomó unos minutos para pensar y dijo: —Sí, estuvo un tiempo, me pidió dinero y nunca más la vi— — ¿Dónde la puedo encontrar? — Preguntó el policía. —No hace mucho uno de mis cobradores la visitó en Barracas, acá está la dirección— Anotó en un papel sucio y se lo acercó al Comisario. Carnevale lo tomó, lo leyó y salió del lugar sin saludar, con la intención de viajar hasta Barracas. Estacionó el auto en Olavarría al 800, volvió a leer el papel y se dirigió hacía la dirección.

Lo que en tiempo atrás debería haber sido un conventillo, seguro que con un dueño, era ahora, cómo muchas de la zona, una casa tomada. Carnevale pensó que en otros tiempos esto se habría podido solucionar rápidamente. Se metió por un largo corredor y terminó en un amplio patio de baldosas, muchas rotas. A la izquierda, varias puertas descoloridas desembocaban en el lugar. Dos se abrieron al mismo tiempo y aparecieron tres sujetos morochos que miraron al comisario amenazadoramente. — ¿Qué quiere?— preguntó el más grandote con voz provocativa. —Busco a una amiga, Marta Lemos— Respondió el policía con voz calma. Los tres sujetos avanzaron hacia él. —No quiero problemas, sólo la quiero encontrar a ella— —Parece que el hombre recula— dijo el más bajo, mientras seguía caminando. Carnevale en un rápido movimiento con la mano izquierda lo tomó del cuello y con la otra le puso el caño de su pistola en un ojo. —Dije que sólo busco a Marta Lamas, vos a lo mejor te acordás de ella en el Departamento— dijo en voz fuerte Carnevale, al tiempo que retrocedía hacía el pasillo. — ¡No es necesario Carnevale! — gritó una voz desde el fondo del patio. —Era una mujer mayor, gorda, con el pelo teñido de amarillo, vestida con una pollera roja, ajustada, que no alcanzaba a taparle las rodillas… Ustedes adentro— les dijo a los hombres. Estos la obedecieron. El comisario soltó al petiso que casi corriendo se fue para una de las piezas. Él conocía a la gorda desde cuando regenteaba un prostíbulo en Dock Sud y se habían hecho mutuos favores. —Otra vez nos encontramos— dijo la mujer con una sonrisa. — Doña Marta —continuó —fue muy buena con nosotros. A mi nieto, el Eduardo, le enseñaba a cantar. Cuando había reuniones familiares, ella siempre entonaba tangos. Por eso no quiero que le hagan daño— —Quedate tranquila, es por su bien— —Yo confío en vos —dijo la rubia teñida— a Marta la seguían varias personas, la mandé al campo de unos primos, los Roldán, que queda en el pueblo de Orgami, unos 20 kilómetros pasando Mercedes. Allí la vas a encontrar— —Gracias, te debo una —contestó el policía. Cuando salió de la casa ya estaba decidido viajar hasta Orgami.

A la mañana siguiente Carnevale escuchó en el contestador dos llamadas de su jefe que le preguntaba sobre el caso. Las borró. Llamó a la comisaría. —Habla Carnevale, necesito que me mandés al mediodía a Giménez con un patrullero— ordenó. —Si señor— fue la respuesta. Carnevale le tenía estima a Giménez, lo consideraba un policía honesto y leal. Al mediodía llegó el patrullero y enfilaron hacia Orgami. El viaje fue en silencio. El policía notó pensativo a Carnevale y no quiso molestarlo. Un pequeño cartel rural indicaba el camino hacia el pueblo. Luego de recorrer unos 10 kilómetros de tierra llegaron a destino. Orgami era un conjunto de treinta casas todas agrupadas a la derecha e izquierda del camino. Varias personas se acercaron al patrullero cuando lo vieron llegar; para muchos sería el acontecimiento más importante de los últimos tiempos y lo recordarían en nocturnas charlas de boliche. El comisario bajó la ventanilla y le preguntó a uno de los curiosos: —Amigo, dónde queda lo de los Roldan— —Ve aquel árbol allá adelante, de allí son unos 5 kilómetros a la derecha— contestó el hombre, hizo una pausa y agregó —es raro…, usted es la segunda persona que hoy pregunta por ellos— Carnevale tocó en el hombro a Giménez y dijo: —Metele pata y poné la sirena— Cuándo faltaba poco para llegar una nube de polvo se levantó de atrás de la casa y vieron un automóvil salir velozmente a través de los campos. Giménez aceleró aún más el patrullero. Bajó el comisario, le ordenó a Giménez que se quede en el auto y desenfundando su pistola se dirigió a la casa. Pateó la puerta. Adentro una mujer rubia estaba atada a una silla, tenía una ceja partida y de su nariz salía un hilillo de sangre. — ¡No me mate!—- gritó. —Tranquila, soy el comisario Carnevale, de la policía— Y comenzó a desatarla. —Allí adentro está mi hijo— señaló una puerta a su derecha. El policía entró, había un chico de unos cinco años, atado y amordazado a su silla de ruedas.

—Tranquilo chico, soy un amigo— Lo liberó de las ataduras y lo llevó con su madre. Ella lo abrazó y así permanecieron unos largos minutos. —Usted es Marta Lemos, me puede decir qué pasó— La mujer secó sus lágrimas, acarició a su hijo. —Esto me pasa por estúpida y meterme con gente que no debo— hizo una pausa y siguió —Esos tipos eran del grupo de Alfieri y buscaban unas fotos. Cuando estaba en mi esplendor y era amiga del Juez Alfieri, concurría a muchas fiestas que organizaba con sus amigos. El alcohol y la droga me afectaron, poco a poco fui perdiendo trabajos y ya nadie me llamaba. Hace unos días me puse en contacto con Alfieri para pedirle dinero—miró a su hijo —Lo necesitaba para él y le dije que si no me lo daba, iría a la televisión a denunciarlo y mostraría las fotos que tenia de sus reuniones. Me citó en su casa, estaba borracho, se puso violento, agresivo, me tomó del pelo y hasta me hizo escuchar una vieja canción grabada por mí, me golpeó, me amenazó con que me mataría y a mi hijo también, lo empujé, se dio contra el piso, al ver sangre me asusté y escapé gracias a las llaves que él me había dado en las buenas épocas— — ¿Y esas fotos dónde están? — preguntó Carnevale. —Allí— señaló la mujer unas maderas del piso. El policía levantó las maderas, apareció un sobre marrón, dentro varias fotografías, de hombres y mujeres desnudas interactuando, pero también hombres con hombres. Las guardó en el bolsillo de su saco. — ¿Qué va hacer ahora Marta? — —Me llamó mi prima de Santa Rosa para que vaya. Los Roldán me prometieron llevarme mañana— —Cuídese— Carnevale salió de la casa. — ¿Qué pasa señor? — preguntó Giménez. —Nada, la mujer escapó. Regresemos a Capital— Cuando habían tomado la ruta cinco Carnevale todavía sonreía…, había reconocido la grotesca figura desnuda de su jefe en las fotos.

VIEJO BARRIO Después de treinta años Pedro Graciano regresó a su viejo barrio. Y allí está, ahora, parado en la esquina que había sido el lugar de reunión con sus amigos. Los recuerdos se le vienen encima. Las calles ya no tienen el mismo nombre y el café El Águila es ahora una inmobiliaria. En ese café hablaba con su amigo del alma, Fernando Peralta, sobre el futuro, lo que serían cuando fuesen grandes. De Fernando hacía muchos años que no tenía nada, pero está seguro que éste presente no es lo que habían soñado para ellos. La avenida, en otros tiempos iluminada, llena de negocios, con gente que paseaba tranquilamente por sus veredas, se veía ahora abandonada, sucia y hasta la cordialidad de las personas cambió; no se saludan, caminan apurados y sin mirarse. En aquellos tiempos la charla entre los vecinos era lo habitual y el problema de uno era el problema de todos. Intenta algunos saludos pero recibe por respuesta el silencio. Se siente un extraño en éste, su barrio; hasta el cine El Porvenir desapareció. Es ahora una concesionaria de automóviles. Existían en aquellas épocas muchos clubs y bibliotecas relacionadas a las palabras porvenir y juventud. Se notaba que nuestros padres— supone Pedro— tenían fe en el porvenir y la juventud. No se imaginaban lo que vendría. Al cine iba con sus amigos los martes, que era el día de aventuras; veían tres películas y luego pizza de cebolla—que era más barata— en Los Portugueses. Los miércoles eran días de damas y volvía al cine, con su mamá y otras madres a ver tres cintas —como se decía entonces— argentinas. Su casa ya no existe, se convirtió en un edificio de cinco pisos. Pedro la contempla apoyado en el árbol al cual se había subido infinidades de veces para estar, decía él, más cerca del cielo. El patio donde jugaba ya no está, la quinta que cultivaba su madre tampoco, la sobremesa con los padres donde ellos hablaban de los problemas diarios, ya es historia. Para Pedro, en esos años felices los problemas eran de otros. Por la situación en que se encuentra ahora, también. Una voz lo trae del pasado a éste presente — ¡Pedrito, que haces por acá! —

La reconoce inmediatamente, se da vuelta y allí está…, no ha cambiado nada pese a los treinta años pasados. Mantiene esa cara franca, los ojos azules y su pelo abundante y rubio. Es Fernando. —Tratando de almacenar recuerdos para que no desaparezcan ¿Y vos? — — Estoy cerca, en Avellaneda, y cada tanto vengo a refrescar el pasado. Vos ¿dónde te fuiste? — — Por una cuestión de papeles a Olivos. Pero, esto está todo cambiado — — Pedro, pasaron treinta años. Los cines desaparecieron, los negocios cerraron, la gente se fue olvidando. Vení te quiero llevar ver algo — Vuelven a la avenida, doblan hacia a la derecha, hacen dos cuadras hasta una esquina donde, sobre una de las ochavas, se ve una placa —Esta la pusieron hace veinte años — Pedro se acerca y la lee. “A diez años del fusilamiento que arrebató la vida de Pedro Graciano y Fernando Peralta” LA ESPERA Roberto, sentado frente al teléfono, aguarda ansioso que suene anunciándole el trabajo que desde hace tanto tiempo espera. El espejo le devuelve la imagen de un hombre cansado. La palabra exacta seria resignado. El antiguo reloj, sostenido en la vieja pared descascarada, marca indiferente, el paso del tiempo, el fin del día…, otro igual a tantos días. Roberto dirige su triste mirada al revólver, que al alcance de su mano, descansa sobre la mesa.

Venecia Bravo LA SOMBRA QUE ME HABITA Una noche de verano, mis ojos estaban destellados de luz; corrí al baño, froté mis manos, mojé mi cara…, pero no podía ver con claridad la tristeza que me atormentaba. Tambaleando (asustada) subí a la azotea entre tumbos, eslizones, me aferré a la manija, abrí la puerta -me dije a mí misma- ¡No puede ser! Mis ojos no podían creer lo que estaba pasando… Un silbido fuerte, bastante tenebroso, atravesó mis sentidos dejándome abatida en pocos segundos. El tiempo se paralizó por completo, las agujas del reloj no marchaban…, cuando de repente un rayo de luz se reflejó en un espejo húmedo, amarillento, cubierto de abandono, empañado de lágrimas negras, múltiples decepciones por sus vetas. Por primera vez identifiqué a esa entidad…, que a veces me arrastra a ser lo peor y lo mejor de mí. Intentando levantarme muy despacio, mis ojos quedaron estupefactos en esa superficie que me daba tanto asco percibir, pero al mismo tiempo algo dentro de mí la aceptaba. Inmediatamente el silbido cesó y empezó a sentirse el sutil viento rosando mis mejillas, la monotonía de los días ya no era percibida. Si…, ahora los detalles de la vida diaria estaban bañados de una vertiente de agua dulce y salada, algo así como el tiempo, el dinero, la vida, la muerte, la luz y la oscuridad; todo esto en un solo planeta (en un solo cuerpo). El destello de luz fue despareciendo gradualmente, mientras más conciencia, más luz interior. Levanté mi mirada al cielo, las nubes se armaron de fuerza creando una forma de geometría sagrada o celestial, un escorpión rojo se apreciaba justo en el centro del círculo donde se escucharon cantos de júbilo angelical que decían: —Perdónate sin juzgarte, el amor está en ti porque abrazas las sombras en soledad— —Mira sin juzgar, la luz y la oscuridad son el inicio y el comienzo de la existencia— ¡En mi pecho se sentían caballos galopando con severidad! — tucún tucún se aproximaba a mi garganta— En ese momento caí en un llanto de reconciliación, reflexión, admiración y sobre todo amor por mí misma. Mi piel sentía flores que nacían y morían en una transformación fundiéndose así, el abandono del pasado.

Comprendiendo por sí solo que para ser feliz se necesita el amor al presente. Con una inconmensurable felicidad, decido volver a mi recámara, donde se encontraba mi hermosa Sofía sonriéndole a la vida, esperando que mis dedos rosaran su existencia, pidiéndome que sea parte de ella, dándome la libertad de mis sentires. Abracé sutilmente cada melodía, esa vibración que transciende a los sentidos, llegando al alma, sacudiendo tan fuerte la coraza del corazón, permitiendo que las estrellas sean lágrimas de sal que deshidratan al odio transformándolo en amor propio. Luego de tantos acontecimientos pensé que era todo, pero al mirar por la ventana mi perro Odiseo se encontraba suspendido en el aire con una mirada del inframundo, jadeando palabras desafiantes, su hocico lleno de una baba espesa, gotas gruesas y pesadas color rojizo caían por su cuello. ¡Alguien que me explique que está sucediendo! —gritaba mi alma cansada— . Allí comprendí que los miedos sentían miedo de morir… Tomé en mis brazos a Sofía y se originó una batalla campal entre la luz y la oscuridad. Así nació mi primera composición: La vida es muerte y la muerte es vida “OROGENESIS”. En el camino flameante de la verdad, la noche y la soledad son eternas compañeras. Para poder encontrarnos, solo debemos escuchar el grito del silencio llamando a lo que se encuentra dentro.

Ema Carricarte APARENTE Eran una pareja apasionada, bellos jóvenes…, compartían una vida donde no existían los demás, todos veían que estaban absortos de amor. Pasaron los primeros años de unión hollywoodense…, se encontraban en las reuniones familiares muy pocas veces. Un día llegó la muy esperada noticia, para la época era una regla no escrita pero clavada en un mandato insoslayable, que el primer vástago se avecinaba. A ella su salud la complicó un poco y tuvo que dejar su empleo y obviamente su silueta de modelo. Comenzaron a percibirse resquebrajamientos en el cuadro maquillado de la pareja perfecta. Esto lo detectó mi madre, con mucho tacto, ya que ella estaba embarazada de mí; usó de excusa los malestares matutinos como tema de conversación, para acercarse. Allí fue que descubrió golpes, ojos amoratados y una mano contusa. El papel de mi madre se hizo imperativo; una tarde, ella pidió refugiarse en mi casa y días después develó un secreto… —No quiero estar allí cuando lo vaya a buscar la policía— No era la primera vez que su casa era allanada, que debía soportar, “cacheos “y violencia… Mis padres la contuvieron mucho tiempo y a sus hijos; lo que comprendí varios años después al conocer por accidente algunos de esos detalles. Un mediodía en la cocina de mi casa, había preparativos para el almuerzo. En el televisor anunciaban noticias, que mi papá escuchaba como si dependiera de ello algún tipo de salvación. De repente, transmiten que la policía, había abatido una banda organizada de piratas del asfalto y había muerto el cabecilla. Mi papá se pone de pie, alterado repentinamente, trata de conseguir un teléfono para comunicarse, lo logra…, mi tía desde el otro lado le confirma —Sí…, es él—

EL CERROJO Está parada frente a la clase, buscando las mejores palabras para dar una notica al curso ya organizado para trabajar…, muy talentosos, por cierto. Los observa detenidamente…, en uno de los últimos asientos la ve a Marina, ágil, estudiosa y muy competitiva; sin dar muchos rodeos les comunica la novedad de la incorporación de una nueva compañera y por suerte nadie hace comentario alguno…, ni siquiera Marina. Ella es muy inquisitiva y desafiante, aunque respetuosa; para una docente es un desafío…, un alumno insatisfecho que siempre genera debates es interesante. Para Elena, la profesora de Historia, el disfrute de los debates de ideas y razonamientos de sus alumnos son enriquecedores para las mentes jóvenes. Siempre consideró a cada alumno como único e individualmente valorarlo, cada uno era una historia en sí mismo y ocupaba un rol en la conformación grupal para el trabajo y el crecimiento educativo. Ella había padecido en su época estudiantil el academicismo del claustro, cruel y no mucho más efectivo en el aprendizaje; su método era la apertura, la empatía y no el discurso desde el púlpito. Solo con pocas personas le era muy difícil el contacto…, aunque el destino nos guarda sorpresas fuera de nuestro control. Por casualidad tuvo que leer el expediente de Marina…, ese día fue inolvidable para Elena. Invadieron su mente recuerdos de su militancia política, de sus ideales bucólicos, románticos y muy costoso por tanto renunciamiento. ¿Ímpetu de juventud, esperanza de lograr salvar al mundo? Puede ser que haya sido eso y mucho más; se entregó entera a una lucha en la que confió que era posible concretar, sin dudar en nada y sobre todo en nadie…, hasta que despertó con las manos vacías, el corazón hecho pedazos y la soledad absoluta. Pasaron algunos años que devolvieron a Elena su sensibilidad y alegría al conocer a su marido. Apoyo y refugio para compartir la madurez sensata. De esa unión nació Mariela, la hija adorada, que habían idealizado juntos, que los llenó de satisfacciones y orgullo. El tiempo con su inexorable vorágine marcó el compás para el comienzo de la universidad de Mariela…, sin sospecharlo, sus padres recibieron la noticia de la elección de carrera de su hija,

“Ciencias Políticas”. Fue un fuerte shock, a Elena se le heló la sangre, sería incapaz de transmitirle sus temores, sus frustraciones y mucho menos su historia a su hija. Guardaba dentro de su corazón un secreto irrevelable, el terror de perder el amor profundo de Mariela comenzó a torturarla. Sabía muy bien que la muchacha tenía la ilusión de estudiar junto a su madre, a la que admiraba. Trató de hacerla razonar, de la incomodidad para ambas del fantasma del favoritismo…, fue en vano. Al menos ese primer año quería compartir con otros jóvenes los conocimientos de quien tiene la altura moral de hablar de los hechos que vivió en carne propia. Elena volvía a enfrentarse a un conflicto guardado bajo cerrojo, no creía tener las fuerzas de enfrentar al alumnado develando lo vivido en su vida militante, con Mariela presente y destrozando su imagen. La invitó a tomar algo fuera de casa para poder hablar; las dos mujeres se sentaron frente a frente. Una hundida en la culpa y la angustia, la otra sorprendida por ese misterioso encuentro tan fuera de lo común en el comportamiento de su madre. Pidieron café las dos, hablaron tomadas de las manos por el profundo amor que las unía… Entonces tomando coraje Elena le confiesa su pecado a Mariela… ¡Entregué mi bebé a los militares! Mariela soltó bruscamente las manos de su madre con una mirada de terror, no le alcanzaban las preguntas, ni las respuestas sosegaban la tormentosa reacción de la muchacha. Esa noche por primera vez no volvió a su casa. Elena la justificó ante su marido y compartió con él su secreto tantos años guardado. A la mañana siguiente, Elena espera la llegada de Marina a la Secretaría de la cátedra, termina de quitar el cerrojo de su secreto y recibe una sorpresa; Marina le confiesa que hacía un año que la buscaba a través de “Abuelas”, que no sabía cómo abordarla, que comprendía la historia por la que había pasado y que la admiraba por sus ideales. Elena profundamente conmovida, estaba atónita, nunca esperó esa respuesta, ese consuelo después de tantos años de padecer la culpa torturante de aquella pérdida que creyó irreparable. Hizo que la invadiera una paz irreconocible. Estuvieron hablando durante horas, se comprendieron, se sanaron muchas heridas y se prometieron no perderse más. Tomadas del brazo, sin parar de hablar, se acercan a las escalinatas de la facultad. Al pie de la misma Elena los ve, los dos

parados también del brazo, sonriéndole con los brazos extendidos en franco espíritu de amor profundo; la esperan su marido con Mariela…, la abrazan. Mariela se separa y va en busca de su hermana. EL ESPEJO Hoy comienzo mi primer trabajo, como curador ya recibido. Me contrató el gobierno de la ciudad para “El Museo de Arte Moderno”—que solo visité como estudiante— Hoy me recibe en la impactante entrada, también su conserje, que nunca olvidé por su particular desprecio hacia los estudiantes que se revelaba desde el “buenos días”. Solo un detalle había cambiado desde nuestro primer encuentro; él había envejecido y yo me sentía muy seguro de mi mismo. Conservaba siempre sobre su abdomen voluminoso y de ropas arrugadas, un enorme reloj de cadena de oro resplandeciente que bailaba al compás de sus pasos y le permitía controlar los tiempos de todos, era su más eficiente trabajo…, clavaba la mirada inquisitoria en el acusado de tardanza y con su índice sentenciaba. Otra de las atribuciones que lo fascinaba, era la hora de cierre; gozaba libidinosamente con la distracción de los visitantes, amenazando: — ¡Una vez cerradas las puertas, no hay escapatoria! — Tenía una particular atracción por el “Salón de los Espejos”; en ese majestuoso palacio, la ebanistería es una atracción particular en su mobiliario, los tallados de los marcos de los espejos es para observar largamente y en esto coincidíamos. Había un espejo en particular que nos reunía, su nombre es “El Purgatorio”; ocupaba una pared de dos metros cuadrados y el marco imponente escenificaba gran cantidad de querubines sufrientes por los pecados del mundo. Aterrador…, invadía al observador de una triste sensación de pérdida. Varias veces nos encontramos frente a su reflejo; observé que su mirada se turbaba como intimidándolo. Alguna vez pensé. —Será por su conciencia—. Hubo una noche de tormenta, donde el museo vacío a la hora de cierre, parecía fantasmal. Entre relámpagos, rayos y truenos parecía estar poseído de una vida espectral.

Desesperado por cerrar cada salón, el conserje temblaba y trastabilló en su carrera por huir. Va apagando luces y se cortó la electricidad; solo faltaba un salón, —al que más temía—. Se detuvo en la puerta iluminándose con el teléfono, vio algo en el espejo, su espejo, como lo llamaba, se fue acercando lentamente con sus ojos desorbitados de terror…, quedó petrificado ¿Es un reflejo? No…, es el de su muerte. ENGAÑO Otra vez es de noche. En la casa reina el silencio, el descanso nocturno fue apoderándose de todos los que la habitan…, menos de mí. El agua se demora en calentar, los tic tac del reloj de la cocina, monótonos, parejos en su ritmo, no me ayudan…, más bien me desesperan. ¡Sólo quiero dormir…! Me preparo un té y me convenzo que es lo mejor. Veo por la ventana esta noche lenta e insomne que espera al sueño, mi sueño, que no llega. Sopla un viento frio, sacudiendo árboles que pierden las hojas en éste otoño. De pronto cruza una sombra el patio. . ., me paralizo; la taza de té tiembla en mi mano. No puedo identificar si es alguien que me observa. Se agita y sacude su ropaje por el viento; quiero gritar, llamar y no puedo…, me ahogo de miedo. Súbitamente mi esposo sale al patio, toma a aquella sombra que se vuela y me dice: — ¡Uy…, cómo sopla ésta noche el viento! ¡Y yo que me dejé el sobretodo en el tender! ¡Ya lo creo que se ventiló! Desapareció con la sombra en su mano a retomar su sueño…, con toda naturalidad. Mis ojos estaban tan abiertos por el asombro que creí que no dormiría en toda esa noche. . ., y así fue.

OTRA OPORTUNIDAD Con el pasaje en su mano, la ansiedad en el pecho por dejar su Garré natal, rumbo a su primer viaje en avión, Braulio se prepara a abordar. Solo un bolso pequeño en la otra mano, define el corto viaje que espera tener. Lleva muchas expectativas, pero también dudas de ser bien recibido en Montevideo por su hermano. ¡Han pasado tantos años de su alejamiento!... Braulio hizo un salto de página, un voto de esperanza y deseo de construir un nuevo futuro…, verse cara a cara con el pasado tiene un riesgo y mucha incertidumbre. Al abrirse las puertas de la sala de espera, en segunda fila lo ve y le grita, ¡Antonio! La cara de su hermano se ilumina y sonríe con lágrimas en sus ojos, saltan ambos y se abrazan como aquellos niños que se separaron hace tantos años. Sin soltarse, se acercan al auto para dirigirse al sanatorio…, Braulio tiene la oportunidad única de donarle un riñón a su hermano, tiene la convicción de que todo es posible en la vida desde la unión y el amor. La vida les da una esperanza. UN PASEO INOLVIDABLE Una mañana de abril muy soleada, en un hermoso otoño de Buenos Aires de 1976…, de la mano de mi tía Gloria, entramos al imponente salón de recepción de “La Proveeduría Bancaria”. Ubicada en la céntrica esquina de Cangallo y Suipacha, se erguía con señorial arquitectura emulando a tiendas como Gath & Chaves. Mis ojos no alcanzaban para el asombro ante tanta elegancia y buen gusto…, la cúpula de cristal del techo permitía al sol matinal resaltar el brillo de las porcelanas y platería de algunos escaparates. Sin soltarme de la mano, nos dirigimos hacia el ascensor impresionante, guardado dentro de una jaula de herrajes artísticos — como la de un ruiseñor encantado— y alfombra roja. Lo conducía un solemne señor en uniforme con botones brillantes. En el último piso además de oficinas, funcionaba la confitería; un paraíso de delicias…, donde los niños eran astutamente seducidos bajo la firme promesa de dejar a los mayores comprar con tranquilidad.

Descendiendo por el ascensor o por las elegantes escaleras de mármol blanco, íbamos arribando a los diferentes pisos de ventas: trajes para caballeros, vestidos para damas, ropa interior, blanco, tapicería y mucho más; los niños disfrutábamos golosinas sentados en los lustrosos escalones. Era un paseo poco frecuente para mi familia. La proveeduría nucleaba al personal bancario sindicalizado en todo el país y mi tío el bancario vivía lejos de Buenos Aires. Se avecinaba un importante evento y las damas de la familia aprovechaban los descuentos. Promediando la aventura de gastos y degustaciones, las damas no se perdieron el té de las cinco. De pronto sorprende y alerta en mis mayores un cierto nerviosismo en los empleados del sector. Para acceder al ascensor la gente se agolpaba murmurando muy alterada, hasta que alguien gritó, una sola palabra que transformó el estado mental general, — ¡FUEGO! — Solo esa palabra detonó en las personas un estado de locura que mi cabeza de niña no alcanzaba a razonar. Era empujada por gigantes que hicieron soltar mi mano de la segura mano de mi tía, que gritaba mi nombre inútilmente.Fui quedando atrás, cada vez más rezagada y comprimida contra la pared. Era una masa de pies, bordes de vestidos, gritos y humo…, mucho humo. Me empujaban, nadie me veía…, me había perdido totalmente. Lloré y lloré desconsolada ya que nadie me oía…, quedé acurrucada, con el vestido sucio en el ángulo del descanso de la escalera de mármol blanco. Hoy que han pasado tantos años pienso que por esa razón mi carita llorosa, mojando mi vestido verde, le facilitó detectarme a unas manos firmes, a una cara amable que me aferró a su pecho y me bajó por esa escalera atestada de personas desquiciadas, indiferentes por el pánico que no veían ni escuchaban más que sus propios miedos. Muchos años después en algún lado leí, que el origen de ese incendio fue provocado por un sabotaje en represalias por una lucha sindical insatisfecha, lo que no me sorprendió ya que por ese tiempo mi país entraba en la obscuridad, la muerte y la injusticia. Nunca supe quien fue mi salvador, no lo sabré jamás, lo que sí sé es que fue mi ángel en el momento indicado.

Elisa Contartese CLARA Clara llevaba dos décadas de docencia dictando cátedra en la Escuela Provincial de Entre Ríos. Tenía 40 años de edad. Su figura era esbelta acentuada por las suaves curvas femeninas. Su rostro lucía jovial, con una mirada inquisitiva y persistente; su conexión con los alumnos era a través de ella, no necesitaba el lenguaje verbal para que comprendieran lo que sentía y pensaba, pero… Era el primer día del ciclo lectivo de 1999. Se presentó como siempre: Clara Juárez, profesora en Historia. Dispuso que cada alumno hiciera lo mismo. Uno a uno mencionó su nombre y apellido hasta terminar la lista de los presentes. Luego, para saber más de ellos, sugirió que tomaran una hoja en blanco escribiendo en forma anónima lo que esperaban de ella…, de la asignatura. Una alumna le consultó si podía poner las iniciales en vez del anonimato. Acordaron que lo podían hacer… Al llegar a su casa, Clara decidió tomar un baño, relajarse y así comenzar con la lectura de los relatos. Se sentó frente al escritorio, con una taza de té a su derecha, una lámpara encendida en el lado opuesto e inclinó su cabeza hacia la hoja, como si no viera bien lo que estaba leyendo. La primera narración la impactó… Era una carta de amor en donde la describía con lujo de detalles… Inmediatamente observó el margen izquierdo … sobresaltaba: JC… Buscó en el listado de alumnos de ese curso, detectó a primera vista a Juan Correa, ¡ese debía ser el adolescente! A la semana siguiente impartió sus conocimientos, solicitó una actividad que debía ser entregada esa misma jornada. Mientras ellos trabajaban, reflexionaba sobre quién pudo redactar esas palabras…, ¡tan atrevidas! Al terminar la clase, pidió a Juan que se quedar para conversar con ella… — ¿Juan, necesitas comentarme algo? — le preguntó la profesora.

—No profe, pero tengo muchas faltas de ortografía, ¿usted las evalúa? — contestó. —Sí, pero me alegra que lo comentaras; te ayudaré con ello. Por detrás de ellos se escuchó una voz socarrona que agregó… — ¡Uf! ¡Seguro que desapruebo! —, exclamó Gian. Intuyó que Juan no era su admirador anónimo. Volvió a su hogar, buscó imperiosamente una hoja específica..., la encontró y leyó: «Clara, me gustaría pasar tiempo con usted. JC». ¡Diablos! pensó. Un malestar invadió su vientre. ¡Releyó el registro de nombres con impaciencia, surgieron varias identidades con esas mismas iniciales; Joaquín Casal, Jonathan Conte y la jovencita Jazmín Contreras, ¡Qué horror! Deberá indagar más profundamente… ¿Cuál podrá ser? Su próxima clase comenzaba a las 9:30. Llegó a la escuela a las 8 en punto. Entró a la sala de profesores y les preguntó a sus colegas, si notaban algo inusual en el curso 2º “C”; si había algún adolescente con problemas emocionales o de conducta. Al unísono le contestaron que no, que era un grupo aplicado y tranquilo. 9:30, puerta del salón…, una joven le entregó una esquela diciéndole que era para ella. La había encontrado en el pupitre y la tenía como destinataria; profesora Clara Juárez. Le agradeció, se acomodó en su escritorio, leyó… «Si no quieres saber de mí, de mis sentimientos, te vas a arrepentir… ¿Por qué no me descubriste aún? JC». Pálida, con voz entre cortada se irguió frente a la sala, revelando la indignación que la abrumaba. No iba a aceptar acoso ni intimidación alguna… El clima de la clase se tornó tenso, incómodo y desagradable. Ese don de congeniar con sus alumnos, que con tanto orgullo proclamaba, se había esfumado…, el autor de la fechoría permanecía oculto. Se fue del aula escapando, enfadada, aturdida e impotente. ¿Qué podría hacer? ¿Qué recursos podría implementar para que eso terminara?... Pasaron los meses, el escenario empeoró: le dejaban ramos de flores marchitas en el portal de su vivienda, esquelas amenazantes, o simplemente… JC.

Su vocación como educadora había fracasado, vivía sumida en una profunda incertidumbre, que la iba consumiendo desde adentro. Al llegar diciembre, las autoridades de la Institución, la convocaron a dirigir el acto de fin de curso. Clara aceptó con disgusto…, demasiado estrés tras un año de tortura. Presentó los abanderados, cantaron el Himno Nacional y a continuación comenzó a mencionar a los «mejores alumnos», invitándolos a que suban al estrado y entregarles la merecida medalla. El primero en la lista era Gian Cenciarelli, a la par del nombre decía…, Juan. APARIENCIA Llovía fuertemente, estaba cansada y no de buen humor para ir al trabajo. Pensó en todo lo que podía hacer en su atelier y decidió tomarse su ¨tiempo¨… ¡Su momento! Buscó su lápiz y comenzó a plasmar en una hoja todos los detalles de su cara; una por una miraba cada facción en el espejo que estaba frente a ella. Sabía que el correr de los años, desdibujaría esos rasgos greco-romanos que definían su ser. La pérdida de esas líneas le molestaba, le dolía y hasta le producía pánico. De pronto, cuando estaba a punto de hacer los últimos trazos, timbró el teléfono... Miró el reloj colgado en la pared…, marcaba justo la medianoche. No contestó. Se volvió para dar una última mirada. En ese instante su vida dio un giro inevitable; notó sobresaltada que el espejo estaba completamente resquebrajado y que reflejaba una imagen desfigurada y aterradora. Su semblante cambió... Era demasiado tarde. ESPERO QUE AL REGRESAR Melina tiene tan solo quince años, es bonita aunque ella no lo cree. Es alta y proporcionada, su cabello color castaño le llega a los hombros. Como a toda adolescente…, su primer amor había tocado su corazón. Ocurrió hace un mes en una fiesta de disfraces, organizada por su gran amiga Anita. Bailó con él toda la noche, hablaron de lo que les gustaba y desagradaba: de sus padres, sus estudios. Jamás se

les ocurrió preguntarse el nombre, ambos tenían máscaras, por lo tanto se enamoró perdidamente de un \"extraño\". No dormía, no comía, las sensaciones de esa velada la atormentaban... Debía buscar la forma de reencontrarlo. No sabía cómo, pero estaba dispuesta a todo. Al día siguiente la llamó Ana, para decirle que el amigo de su hermano hacía una reunión en su casa. Como los disfraces fueron un éxito, debían asistir con esa misma consigna. Se preguntó a si misma si “él” iría. No estaba con ánimo para divertirse, sólo tenía en mente un joven disfrazado de \"pirata\" (cabello largo atado con un pañuelo rojo, barba, bigote y un ojo tapado)…, imposible descifrar su rostro. Ella vestida de \"viuda negra\", tenía un velo que le cubría toda la cara, además de distorsionar su voz en un suave susurro. Si él sentía lo mismo por ella, tampoco le sería fácil hallarla. Llegó el día, tomó lo primero que encontró en su placar y se dirigió a la dirección que le pasó su amiga. Esperaba que al regresar y revivir esa misma situación, quizá podría encontrarlo... La casa era elegante y armoniosa. De estilo moderno, con una gran sala de estar, donde todos los jóvenes bailaban al son de la música electrónica. El lugar estaba colmado de gente. Las luces la encandilaban. No tenía ganas de bailar... Tomó la decisión de abrirse camino entre ellos, para acercarse a la zona donde reconoció a un grupo de compañeros de aula. De pronto se paralizó en medio de la \"pista\", sintió un hormigueo en su vientre, los latidos de su corazón se aceleraron. Todos los sentidos de su cuerpo se agudizaron, percibió el aroma varonil de aquel pirata... Melina lo miró, él encontró su mirada. En ese mismo instante se reconocieron. Se abrazaron por un largo rato, sus pies comenzaron a moverse acompasados. Melisa al apoyar su mejilla en la de Juan (ese era su nombre) notó qué tan profundo había persistido en su memoria el perfume que él usaba. MATICES Sólo tenía 18 años, recién comenzaba su vida; era aún un adolescente. De espalda pequeña, contextura alta y delgada, su cabeza rapada dejaba entrever el color negro brillante de su cabello. Su piel

cobriza hacía que sus ojos amielados resaltaran su mirada. Recostado sobre el suelo, apenas lograba ver las estrellas… Cnel. Pringles, Buenos Aires, 1969. La casona de principios de siglo, estaba ubicada entre el tanque de agua, que abastecía a la ciudad y el centro comercial; era el refugio de verano de toda la familia. Rody (su primo) estaba sentado en la alfombra esmeralda que cubría el jardín de los abuelos, ubicando sus treinta soldaditos plomizos en forma estratégica. Juan en cambio, no tenía idea de cómo acomodar su ejército. Pasaron horas jugando en ese campo de batalla atiborrado de colores: azul los tanques, grises los fusiles y metralletas verdes. La contienda se basaba en movimientos tácticos, cuyo objetivo era la defensa y el ataque (como toda guerra). Al menguar los rayos del sol, convirtieron el entorno en lúgubre y atemorizante; decidieron continuar al día siguiente. La trinchera estaba muy cerca, Juan sostenía a su primo entre los brazos. Una completa obscuridad y un silencio, sólo interrumpido por los disparos, los envolvían; los consumía lentamente… No entendía dónde estaba… Desorientado y aturdido por la explosión de una granada, no veía a Rodolfo. Su primo, tendido en posición fetal, gritaba frenético debido a las esquirlas en su abdomen; que le ocasionó una hemorragia persistente. El olor a sangre lo atrajo a la realidad… Tenía que recorrer veinte metros arrastrándose cauteloso, para llegar a la radio y pedir asistencia urgente; estaba perdiendo a su primo, su aliado. ¡Su propia sangre! El cielo comenzó a iluminarse por las ráfagas de la artillería invasora, logró constatar que la distancia era aún más extensa de lo que creía. Susurró unas palabras al oído de su compañero y lo dejó para buscar ayuda… Reptó sigilosamente sin mirar hacia atrás…, los minutos parecían horas; no alcanzaba su objetivo. Todo su cuerpo temblaba por el esfuerzo y la adrenalina. ¡Logró llegar al sector anhelado sin lesiones! La escena lo paralizó… La radio dañada y los cadáveres de sus compañeros yacían esparcidos por todo el terreno extrañamente retorcido; ¡no pudo pensar más! Solo permaneció sentado entre ellos…

Alrededor de las cuatro treinta el sol bañó los páramos de la isla, la tibieza de sus rayos le recordó a Rodolfo. ¡Cómo pudo haberlo abandonado! ¡Jamás se lo perdonaría! Retornó a buscarlo, pero esta vez no tomó precaución alguna; quería abrazarlo y protegerlo. Rody estaba allí…, esperándolo…, apenas respiraba…, una mancha pegajosa color púrpura fue su única compañía toda la noche. Juan atinó a darle calor y acunarlo… A lo lejos escuchó voces indefinidas y unas figuras descoloridas que se acercaban cada vez más… Era el enemigo. REVELACIÓN Muga Kariuki nació en Kenia hace 35 años. De niño era muy curioso, hábil e inteligente. Se mudó al país etíope para estudiar arqueología y antropología, aunque su entendimiento lo llevaba aún más allá. Sospechaba que si el origen del hombre era el Valle del Rift… ¿Por qué no podría también ser el enclave de la finitud humana...? La travesía inició un lunes al amanecer. Se presagiaba un día calmo con una temperatura de 20º C. El terreno llano, yermo, permitió una caminata acelerada hasta el anochecer. Encendió un pequeño fogón, se alimentó y se propuso descansar… Alrededor de las 4 de la mañana lo despertó un estruendo, los relámpagos no cesaban; la voraz tormenta lo azotó durante varias horas. Quiso retornar… ¡Pero un aguacero no lo iba a vencer! Al día siguiente el clima mejoró. Prosiguió su viaje con más entusiasmo, hasta que se presentó una nueva dificultad. Un caudaloso río de aguas turbulentas hizo que se sentara en la orilla. ¡Imposible cruzarlo sin una embarcación! Miró al cielo y brotó de su garganta un grito lastimoso… ¿Por qué le estaba sucediendo esto? ¿Acaso había algo o alguien que estaba jugando con él? ¡No lo permitiría!... De pronto, surgió de la nada un niño de corta edad que levantó una de sus manitas y lo tomó del brazo; lo guió por el afluente como si hubiera un sendero invisible… Se sentía suspendido en tiempo y espacio hasta que llegó a la margen opuesta. El pequeño desapareció y pronto se hizo de noche.

El alba entibió su cuerpo, le dio energía para continuar. La vegetación era diferente en esa zona de Etiopía: plantas herbáceas de tallos altos, arbustos aislados, la manada de búfalos a lo lejos; le sugirieron que pisaba la gran sabana de Afar. Con paso firme se dirigió al sudeste… Alrededor del mediodía se acomodó cerca de unas rocas, para “engañar su estómago” con unas barras de cereal. Sintió como si un clavo abrazador se introdujera en su pierna, de un salto apartó el mosquito que lo había picado. En ese mismo instante se reprendió por no haberse vacunado como era recomendable en estos países ¿lo hizo adrede?... No supo contestarse… La fiebre fue su primer síntoma, luego el dolor intenso de cabeza y por último…, las náuseas y vómitos; la deshidratación debía ser controlada. ¡Ya no podía más!... Se quedó dormido… Las 3 jornadas siguientes fueron de un gran sacrificio infrahumano. Cruzó toda la planicie casi sin noción de a dónde se dirigía. El amanecer del sábado lo sorprendió con un nuevo desafío. Un frondoso laberinto verde, donde casi no penetra la luz del sol lo esperaba… Sólo el filo de su machete le permitió avanzar; como si fuera el único que le diera autoridad para llegar a destino. ¡Necesitaba atravesar la selva afro tropical! ¡Estaba exhausto! ¡Creyó desvariar! ¡No lo lograría!... Cayó de rodillas sin percibir que estaba ante una entrada rocosa, cubierta de moho y musgo. Parecía una caverna cuyo acceso daba paso a un camino sinuoso y subterráneo. La obscuridad enceguecedora hacía que los latidos del corazón fueran lo único que lo acompañaran. La piel morena, sus ojos negros, no permitían que se distinguiera su figura en ese recinto. A pesar de su gran altura y porte, se sentía pequeño e indefenso… ¿Debía continuar con esta aventura? Su mente le respondió que no. ¡Pero su espíritu hizo que persistiera...! ¡Fueron 1440 minutos de marcha! ¡Un día completo! Repentinamente un prisma luminoso encandiló sus ojos, no comprendió lo que veía… Cientos de esferas color plata flotaban, girando en torno a un haz de luz central. ¡Los colores y brillos se confundían formando una nebulosa fulgurante! Muga, impávido, descubre que estaba en una atmósfera atemporal e irreal para él. “¿Esto es la muerte? ¿Aquí vienen a refugiarse las almas...?” Pensó Muga

No tuvo tiempo de responderse. Una pequeña centella se posicionó frente a su rostro y se infiltró en su mente. Un placer desmesurado lo extasió. Su cuerpo comenzó a levitar entre todas las esferas e inició el proceso de revelación… Muga significa “Confidente de un secreto”. El significado de su apellido (Kariuki), designa “nacido de nuevo, reencarnación”. ¿Alguien lo sabía? ¡Él no! SI PUDIERA VOLVER EL TIEMPO ATRÁS El ambiente para la consulta semanal, era en un cuarto con un ventanal que iluminaba los dos sillones, ubicados en el centro, junto con una pequeña mesita que se interponía entre ambos. Las paredes decoradas con cuadros le deban un toque colorido. En un rincón de la estancia resaltaba una planta de follaje cetrino y frondoso. El terapeuta de Julia se llamaba Pascual Cortez, hombre de mediana edad, ojos pequeños «enmarcados con lentes» y con una mirada inquisidora que le adjudicaba una imagen de gran erudito en su profesión. Por otro lado, la figura de Julia Guzmán denotaba fragilidad y melancolía. Era alta, delgada, ojos grandes y cabellera ondulada, con un tizne grisáceo que revelaba su edad «65 años». Siempre en sus citas lograba aliviar su ansiedad y angustia. La charla se trataba de su infancia sus recuerdos... Una lluvia copiosa salpicaba la ventana de su habitación, tenía cinco años y abrazaba a su muñeca preferida como si la estuviera protegiendo sin saber el porqué. Observaba caminar a las personas con coloridos paraguas que luchaban contra las ráfagas de la fuerte ventisca…, y los envidiaba. Eran dos mundos opuestos, de un lado ella, \"encerrada\" en su caja de cristal, que le había construido su madre; creyendo que de esa manera la protegía. Julia tan pequeña, ya ansiaba disfrutar del otro lado de esa ventana, bailar bajo las gotas, mojarse, saltar sobre cada uno de los espejos de agua que se formaban en su acera. Sentir el viento en su rostro y ser abrazada por él.

Pero mamá no la dejaba, decía que era peligroso, que podía enfermarse o lastimarse. Esto le producía una gran frustración. Pascual la regresa al presente y le dice ¿Sabes por qué siempre que llueve te produce tristeza? Julia le contesta que no. Su terapeuta se inclina sobre ella y le afirma que ese momento de su niñez, representa la limitación a su libertad, a sus ganas de vivir y sentir. Al fin logra saber el porqué de su melancolía, los días encapotados. ¡Era esa pérdida de emancipación! Su psicólogo nuevamente la rescata de su pasado... La sesión había terminado, acuerda una nueva cita para la semana siguiente. Toma su cartera y encamina hacia la puerta, la abre y da sus primeros pasos para reparar su historia. MIRANDO CAER LA LLUVIA POR LA VENTANA Esperanza era una mujer que simulaba ser frágil, aunque su espíritu demostraba ser una leona incansable. Simpática y desconfiada, sus 30 años no habían pasado en vano, todo fue esfuerzo y perseverancia. La niñez simple, se convirtió en una adolescencia turbulenta y contradictoria. Al llegar a su juventud, se enamoró perdidamente de Dante (hoy su esposo); Tenía unos años más que ella, era alto e imponente, su cabello corto, delataba una frente ancha. Sus grandes ojos pardos enmarcados por unas largas pestañas claras, fue lo que la había deslumbrado a ella desde el primer día que lo conoció. Su personalidad firme, pero con gestos cariñosos y zalameros hacían que Esperanza se sintiera segura y protegida. Él era su puerto, su muelle, su luz en la obscuridad. Se amaban intensamente... Esperanza se acomodó en la mecedora, frente a la ventana que estaba abierta. Atardecía... el ambiente semi iluminado, creaba una atmósfera ideal para que brotaran del corazón un sin fin de emociones... Observaba como todas las flores de su jardín bailaban entre las gotas de lluvia y una brisa, con aroma a tierra húmeda, agitaba su largo cabello azabache; la fragancia de las rosas la embriagaban cada vez más. ¡Cuánto le agradaba!

Toda persona que la viera desde lejos, se sorprendería al ver su rostro, ya que unas tímidas lágrimas rodaban por su mejilla y los labios esbozaban una tenue pero intensa sonrisa. ¿Qué sentía?... ¿Qué es lo que le causaba tanto placer?... ¡Era feliz! Había concebido lo que tanto desearon por años... En ese instante, Dante ingresa a la habitación y se ubica a su lado para compartir ese cautivador momento. Le pregunta cómo se siente y ella le contesta, con ojos pícaros, que ese día jamás lo olvidaría, que sus vidas habían cambiado por completo... y que esas nubes con su lluvia, los estaba bendiciendo. De pronto, escucha un fino quejido que se convierte en un llanto armonioso. Era su tesoro, Nahiel, que estaba reclamando la cercanía de su piel y los latidos de su pecho. Lo tomó en sus brazos acariciándolo y al darle un beso en la frágil cabecita, quedó dormido inmediatamente. Parecía que la calma había retornado... Unos segundos después, percibieron nuevamente un dulce llanto... Dante da unos pasos reclinándose a una cuna, meciéndola hasta que logra dormir a Gael, el otro adorable gemelo. Decidió recostarse acompañando a sus pequeños. El destino intentará cambiar la historia. Obscurece repentinamente. A través de la ventana ingresan fuertes ráfagas de viento, que a cada momento se hacen más intensas…, como si el mismo demonio los quisiera invadir. La luminosidad de los relámpagos convierte la escena en una tragedia. Dante cierra las ventanas y persuade a Esperanza que cobije a sus hijos en sus brazos. Los cuatro se refugian en un diminuto espacio debajo de la escalera. La casa comienza a temblar, caen cuadros, alacenas, los muebles comienzan a quebrarse y el techo se desploma. ¡Todo es caos! La atmósfera se transforma irrespirable... Lluvia, polvo, granizo, una inmensa tiniebla envolvía a la familia. Se mantuvieron acurrucados, un torbellino de sensaciones también los rodea; angustia, desazón, incertidumbre e impotencia... Pero estaba Dante a su lado, para ampararlos. ¡Pasaron dos horas interminables! La tormenta comenzó a menguar, salieron de su refugio encontrándose en el centro del desastre, lo único que se mantenía en pié era la ventana...Esperanza suspiró… ¡Estaban a salvo!

Juan Carlos Espósito SI PUDIESE VOLVER EL TIEMPO ATRÁS… Estuve reflexionando sobre algo que me sucedió la semana pasada…Conversaba con mi amigo Raúl y de repente debido a mi carácter impulsivo, comenzamos a discutir, en definitiva. Se podría haber evitado esa discusión? No lo sé…, el tema fue que ninguno de los dos quiso cambiar su postura. Ahora pienso que tal vez…, si pudiera volver atrás en el tiempo, eso no habría sucedido, pero lo hecho, hecho está, y no estoy tan seguro de que no volvería a suceder, aun hoy creo que mi postura es la correcta, tal vez más adelante tenga la oportunidad de volverla a postular. En ese viajar de mi pensamiento a un tiempo cercano, me vino a la mente de repente una frase que en mi juventud, en tiempo lejano, me decía mi padre: “¡Ah si pudiera con mi experiencia volver a mi juventud!”, —Serias un muchacho aburrido—, le dije yo. Lo pensó y me contestó Tenés razón. En definitiva, hablar en potencial, no condice con mi forma de ser, coincido más con el final de una canción que dice: “Nada deje sin entregar porque viví…. siempre viví… a mi manera…” MIRANDO CAER LA LLUVIA POR MI VENTANA Repiqueteaba la lluvia en el vidrio de mi ventana, mirando a través de ella, vi relucir el pavimento con las luminarias de la calle, se escuchaba el sonido similar a una fritura que hacen las ruedas de los coches al deslizarse. De pronto sentí un ruido distinto, algo sorpresivo, corrí hacia el interruptor de la luz y la apagué, me agazapé a un costado de la ventana para observar sin ser visto, vi un coche medio subido a la vereda, y con el paragolpes apoyado contra un árbol…. ¿Qué habrá pasado…, algún desperfecto mecánico? No estoy seguro, pero alcancé a ver movimientos raros dentro del mismo, como si estuvieran peleando… Entonces decidí llamar al 911 mientras seguía mirando. De repente, vi que bajaba trastabillando una mujer del lado del acompañante, y un brazo del interior del

vehículo que la retenía. Ella logró zafar y comenzó a correr, pero patinó con la lluvia o se le rompió el zapato y cae. El conductor bajó por su lado, dio la vuelta y comenzó a pegarle. No pude con mi genio. Salí corriendo de mi departamento, para detenerlo; comencé a gritarle que se detenga, y el avanzó hacia mí, era grandote…, la cuestión que me derribó Luchamos un rato en el piso y por suerte en pocos minutos llegó el patrullero. Cuando quise aclarar la situación, vi azorado que la mujer no estaba. ¡Oh sorpresa terminamos los dos en la comisaría para declarar! ESPERO QUE AL REGRESAR… —Llegó por fin el viernes por la tarde…, mañana comienzan mis vacaciones— Pensó Jorge. Jorge es jefe del Departamento de Planos de una empresa automotriz; estuvo trabajando a full para terminar unos planos, antes de su viaje, los presentó a la plana mayor y fueron aceptados. Estaba feliz Se los entregó a su secretaria, le recomendó archivarlos y entregarlo al gerente general…, si se los pedía. — Espero que este todo en orden a mi regreso— La secretaria, se quedó mirándolo cuando se retiraba, mascullando entre dientes: ¡Así que te vas de vacaciones…, que bien! Jorge volvió a su oficina a terminar de ordenar algunos papeles, cuando terminó, cerró la misma y pensó¡Listo tarea cumplida! Mientras se retiraba, saludó al resto del personal que se cruzaba con él. Finalmente llegó a su casa, su Sra. ya tenía preparadas las valijas. Todo iba sobre ruedas…, tenían dos horas para llegar al aeropuerto. Una vez acomodados en el avión los dos se relajaron después de un día tan agitado. Se despertaron cuando el capitán anunció la llegada a destino. Un lugar paradisiaco, el clima hermoso. Estaban pasando unos días maravillosos junto al mar con su esposa. A la tarde cuando volvieron al hotel, tenía un mensaje. Era el gerente general de la empresa que le reclamaba los planos; se puso pálido, la mujer se asustó ¿Qué te pasa? Preguntó. —El jefe me

reclama los planos, y yo se los dejé a mi secretaria para que se los entregué— Tomó el teléfono y llamó a la empresa. El gerente, en tono enojado, le dijo que inmediatamente vuelva para entregarle los planos sin darle derecho a réplica y cortó la llamada. Sin pensarlo dos veces, Jorge vuelve a Bs. As. Estaba en juego su empleo. Desde el aeropuerto se fue directamente a la empresa. Entró como una tromba a la oficina de su secretaria y le preguntó ¿El gerente no te pidió los planos?, ella lo miró calmadamente saludándolo con una sonrisa en los labios…Buen día… ¿Cómo estás...? Si me los pidió. El ya furioso le dijo, ¿Y por qué no se los diste? —Porque me olvide que los tenía— dijo ella con sorna. ¿Cómo que te olvidaste? Respondió Jorge ya fuera de sí. Y… si, ¿Acaso vos no te fuiste de vacaciones con tu esposa y te olvidaste de despedirte de mí?  DRAMA NOCTURNO Una fría noche, de un sábado otoñal, se dirigía Mabel a su pobre vivienda, que compartía con su amiga Lucia en el barrio de la Boca La lluvia y el viento castigaban su rostro, enjugando sus lágrimas derramadas con pesar. Había tenido una discusión con su novio, al cual le había anunciado que no quería verlo más. El motivo…, la bebida. A Horacio le gustaba embriagarse, cuando estaba en ese trance, se volvía violento. Así que decidió, a pesar suyo, cortar la relación que los unía. Finalmente llegó al edificio donde vivía, su departamento, con apenas un dormitorio chico, un baño y una cocinita. Estaba ubicado en la terraza del edificio. Entró y vio a su amiga que estaba recostada leyendo un libro. Hola Lucia… ¿cómo estás? Bien, escuchando la lluvia y leyendo una poco, pero… a vos no te veo bien, ¿Qué te pasa?… ¡estás llorando! Si… discutí con Horacio, siempre lo mismo, me pasó a buscar por el restaurant y estaba borracho…, a pesar de sus promesas

de dejar la bebida…, me hizo una escena de celos..., bueno discutimos y decidí dejarloRespondió Mabel angustiada. Bueno… tranquilízate… tomemos algo, una ducha y a la cama… ¿Qué te parece? Si…tenés razón Se acostaron, y con el monótono golpetear de la lluvia sobre el techo de chapa…, se durmieron. De pronto a la madrugada…se sobresaltaron por un ruido similar a un trueno…pero no era un trueno…, era Horacio golpeando y empujando la puerta, a la cual logró abrir introduciéndose en la habitación. Encendió la luz y se dirigió hacia Mabel. Vos a mí no me vas a dejar… ¿entendiste? Por favor calmate Le respondió Mabel. El seguía fuera de sí, zamarreándola. ¡Tranquilo Horacio! Le gritaba Lucia. ¡No te metas! Grito Horacio, empujándola. Lucia tomó una olla de la cocina y le aplicó un fuerte golpe en la cabeza, Horacio se desmayó. Saquémoslo afuera y llamemos a la policíaDijo Lucia. Entre las dos lo arrastraron, y lo dejaron apoyado en una pared. Vamos adentro y trabemos la puertaDijo Mabel. De esa manera, trataron de controlar sus miedos. Pasada media hora llegó la policía. Lucia destrabó la puerta y el agente entró a la vivienda. Buenas noches… ¿quién de Uds. arrojó al sujeto por el borde de la terraza?Inquirió el policía. ¡Qué!… ¿que está diciendo? Dijeron las dos al unísono. Vamos…, abajo encontramos un occiso sobre la vereda Nosotros lo dejamos apoyado en esa paredDijo Lucia temblando. Bueno…a la comisaria las dos, allá aclararemos los hechos Se vistieron. Al llegar a la vereda, vieron el cadáver de Horacio, iluminado intermitentemente, por la luz azul del patrullero. Se miraron entre ellas, sorprendidas y con miedo, por el futuro que les depararía el destino, en esa madrugada.

LLAMADA INESPERADA Suena el teléfono un domingo por la tarde, atiendo de mala gana…, era mi amigo Raúl ¡Hola! ¿Cómo estas Luisito? Me dijo en tono jocoso Más o menos y vos Respondí. ¿Qué te pasa? Nada…, nada, estaba durmiendo la siesta ¡Uy disculpame!..., pero te voy a contar algo que me pasó ayer, y que te va a causar gracia  Y…bueno…dale Estuvo casi una hora contándome, pero la verdad me hizo reír Justo cuando estaba por terminar la conversación, viene mi mujer con unos mates y bizcochitos. Me despido de Raúl…, pero sigo riéndome. ¿Qué pasa, tanta risa? Pregunta mi mujer Sentate…, sentate que te cuento. ¿Te acordás de Raúl, mi amigo del club, el que se separó hace poco de su pareja? Si…, me acuerdo, es medio raro… ¿no? Si, ese mismo…, te cuento. Resulta que ayer estaba desayunando y…, según él se puso nostálgico, y comenzó a pensar en una novia que tuvo, llamada Graciela. Buscó en la agenda y la llamó. ¿Quién habla? Preguntaron Buenas tardes, ¿habla Graciela? Sí, soy Graciela, ¿y Ud.? Espero que te acuerdes de mí, soy Raúl, ¡podrías tutearme! En ese instante Graciela recuerda algo sobre un muchacho llamado Raúl y decide hacerle una broma. ¡Sí!..., ahora me acuerdo, ¿Cómo estás, tanto tiempo? —Raúl contento porque lo recordaban sigue la conversación— Bien…, bien, te llamaba, para invitarte a tomar algo esta tarde, ¿Qué te parece?

Me parece genial la idea, ¿Dónde nos vemos? A las cinco en “La Posada” ¿Estás de acuerdo? ¡Si, de acuerdo a las cinco! —Termina la conversación…, Raúl recontento. —Llega la tarde y se va hacia “La Posada”. Se sienta a una mesa y espera,,, En eso se acerca una joven y lo saluda. ¡Hola!Le dice —Raúl la mira sorprendido, y le pregunta— ¡Disculpe, no la recuerdo! Soy GracielaResponde. —En eso, siente que le tocan el hombro, se da vuelta, y ahí estaba la Graciela que él conocía, (que resultó ser la madre). Azorado se queda sin voz, se da cuenta de la situación y los tres comienzan a reírse— VIAJE EN EL TIEMPO Un conjunto de científicos, están experimentando sobre un proyecto ultra secreto. El mismo fue presentado por el jefe del grupo al Ministerio de Ciencias, siendo aprobado y financiado por el gobierno. Para ello, a los científicos los confinaron en un laboratorio instalado en el centro de una montaña, un lugar prácticamente inaccesible, lejos de sus familias. El proyecto consistía en diseñar y fabricar el prototipo de un vehículo que los trasladaría en el tiempo. Aunaron sus ideas, sobre la base del proyecto presentado. Pasa el tiempo y no avanzan demasiado. El encierro, la falta de comunicación con el mundo exterior, están haciendo estragos en la relación entre ellos. El vehículo esta armado…, pero no consiguen ponerse de acuerdo con respecto a la conexión de los dispositivos, Raúl el jefe está seguro de cómo hacerlo, pero el resto no está de acuerdo; esa

tarde todo termina en una discusión, así que cada uno se retira a su habitación. Raúl mascullando su rabia por lo acaecido con sus colegas, cenó solo, mientras seguía repasando mentalmente la idea que generó la discusión. De pronto se encontró solo en el laboratorio, sintió que el vehículo lo atraía como un imán, como si fuera una persona que lo invitaba a subirse… Se sentó ante los comandos, e impulsado por una fuerza misteriosa, como si fuera la inspiración de un poeta o un músico, comenzó a manipular las distintas conexiones. Finalmente se comenzaron a encender distintas luces en el tablero. Su alegría fue infinita, su ego creció representado en una amplia sonrisa de satisfacción… ”Yo tenía razón, lástima que no estén aquí para verme”. Pensó Raúl Prueba los comandos, se encienden y se apagan correctamente, controla el reloj que marcara la ruta a seguir…, todo en orden, se relaja…, se acomoda en el asiento. Coloca una fecha hacia el futuro, porque piensa que de esa manera podrá aprender más sobre distintos temas y así superar en conocimiento a sus colegas. Con una expresión de supremacía en su rostro, mientras piensa… ”Mañana cuando les cuente se van a querer morir”; se dispone a partir. Respira profundo, presiona el botón de encendido, el vehículo comienza a zumbar y él cae en un adormecimiento; por un instante se asusta…, pierde el conocimiento. Sin tener conciencia del tiempo transcurrido, vuelve en si…, observa alrededor suyo…, no entiende lo que ve, está en el medio de una aparente selva, arboles gigantescos, plantas y flores enormes. Se baja del vehículo y comienza a caminar presa de un mayúsculo sobrecogimiento, apenas iluminado por la luz de una gran luna, cuyos rayos pasan por entre la espesura…, un silencio sepulcral lo rodea. De pronto, caminando por un sendero se encuentra que tiene cerrado el paso; piensa que es un tronco, pero no…, tiene rayas de colores y… late… Su mente de científico comienza a pensar, su cuerpo a transpirar, su respiración se agita “¿Será lo que creo?”, pensó. De repente el supuesto tronco se mueve, y siente un sonido gutural, sale corriendo mientras piensa “¡Si…, es una anaconda gigante!”. Resbala en la humedad del pasto, que esta crecido a la

altura de sus rodillas, se levanta, esta desorientado, “¿Dónde está el vehículo?”. Se pregunta. Llega a un claro, la luna ilumina plenamente, pero no ve el vehículo. De pronto la tierra comienza a latir como si fuera un bombo, se refugia detrás de un árbol y en el medio del claro, ve un enorme dinosaurio. Ya para ese momento tiembla, las piernas no le responden, y se da cuenta de lo que está pasando “¡El vehículo funciono al revés, me trajo a la era mesozoica!”. Trató de calmarse…, de pronto en un lateral del claro…, ve al vehículo, se desplaza sigilosamente hasta llegar al mismo, se introduce en ély comienza a cambiar la fecha de destino, por lógica al revés. Cuando presiona el botón del encendido, el zumbido del aparato sobresalta al dinosaurio. Al girar, el animal con su cola le pega al vehículo que comienza a rodar. Raúl se marea, va cayendo por un pendiente, empapado de sudor, hasta que se frena de improviso con un fuerte sacudón. Raúl está enredado en sus sábanas, tirado en el piso, la respiración agitada y…, temblando se despierta de su pesadilla.

Marta Espósito VECINOS Como tantos otros sábados por la noche, se sentó en su sillón preferido a gozar de la música clásica…, su favorita. Durante la semana su trabajo no le permitía ese placer, porque ocupaba gran parte del día y a veces de la noche en las guardias. Era médica clínica en una Unidad de Emergencias. De pronto sonaron fuertes golpes en la puerta del departamento, y fue a ver quién interrumpía su concierto favorito. Con sorpresa y algo de temor vio el rostro desencajado de un hombre, rojo de furia que le dijo, más bien le gritó: — ¿Usted es sorda? ¿Y pretende ensordecer al barrio? — La doctora no terminaba de entender ¡Su departamento era el único ocupado en el piso…, o eso creía! Sin saber que habían alquilado el contiguo esa misma mañana. — ¡Perdón señor! ¿Quién es Ud.? — —Soy Enrique Ledesma y me mude acá al lado, sin saber que tendría una vecina sorda, que hace tanto ruido infernal por la noche— —Señor Ledesma, mi nombre es Elena Ortiz, y le comunico que ignoraba su existencia, además que catalogar de \"ruido infernal\" la música de Vivaldi es casi una blasfemia hacia tal magnifico compositor. Puedo entender su malestar, pero creo innecesario gritarme \"que soy sorda\". No le voy a negar que me gusta escuchar fuerte la música que me place. Pero podría haberse dirigido a mí en otros términos, obteniendo el mismo resultado. Ahora procederé a bajar el volumen y me compraré unos auriculares para evitar en el futuro dañar sus oídos y no alterar sus nervios… Un detalle ¡Bienvenido a su nueva morada! ¡Y no se irrite Ud. con tanta facilidad, porque le traerá problemas de salud!... ¡Ah… me olvidaba! Quería informarle que soy médica, eso por si necesita algún calmante, inyección o recomendación para algún colega Neurólogo. ¡Buenas Noches…, encantada…, aunque la presentación no haya sido la mejor! —


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