JUAN BUSTOSBERNARDO ARANGO
© La Chateadora© Juan Bustos© Bernardo ArangoPrimera EdiciónISBN: 978-958-46-6727-4Tiraje: 1000 ejemplaresImpresión: Editorial Mundo LibroMedellín - ColombiaDerechos ReservadosProhibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier me-dio o procedimiento, sin para ello contar con la autorización previa, ex-presa y por escrito de su autor. Su publicación autorizada debe llevar lafuente (©La Chateadora, ©Juan Bustos - ©Bernardo Arango).
“Si el sexo no fuese la cosa más importante de la vida, el Génesis no empezaría por ahí”. Cesare Pavese
ÍNDICE Pág. 07Preámbulo 09 19Capítulo uno: 29Una alondra llamada María 39Capítulo dos: 5Las gracias de la virtualidad 49Capítulo tres: 59De prostitutas y mujeres Webcam 67 75Capítulo cuatro: 85Las abejitas del placer en sus colmenas 91Capítulo cinco:El sueño colombianoCapítulo seis:Las líneas de la mano y el tarotCapítulo siete:Amores contrariadosCapítulo ocho:María al espejoCapítulo nueve:Al final todo se sabeCapítulo diez:El eterno retorno
Capítulo once: Pág. El enmascarado enamora 99 Capítulo doce: 107 Camino del viejo mundo 117 123 Capítulo trece: 135 Un amor fantasmal revive del pasado 147 157 Capítulo catorce: 165 En el sureste del viejo continente 171 177 Capítulo quince: 185 Unas son de cal y otras de arena6 Capítulo dieciséis: Mi alondra y el espíritu santo Capítulo diecisiete: La muerte de Anastasia Capítulo dieciocho: Diciendo y haciendo Capítulo diecinueve: El ring de la muerte Capítulo veinte: Tortura y muerte frente a las cámaras Capítulo veintiuno: La vida derrota a la muerte
Preámbulo 7Labor cumplida. La novela La Chateadora. Historias de unamodelo Webcam recibe el punto final. Juan Bustos y Ber-nardo Arango han escrito a dos manos una obra literaria deentretenimiento. Una ficción que se nutre de la realidad denuestro Siglo XXI, dominado por las ciencias y la tecnologíade la informática y la comunicación.Juan, que se mueve como pez en el agua en la virtualidadde las Webcam es su autor intelectual, producto de su ca-beza es la trama y los personajes de la obra. Juan pensóy repensó la urdimbre de la historia y el perfil psicológicode cada uno de los personajes. A propósito de la escrituradel texto a dos manos, y recordando los libros escritos ados manos también por Jorge Luis Borges y Bioy Casares,dice Juan: “por la complicidad, la amistad y la literaturacompartida he de agradecer profundamente a mi amigo ymaestro, Bernardo Arango, (consejero y tutor desde mi vidaestudiantil cuando hacía mis primeros pinos en filosofía ypsicoanálisis) que hoy con su pluma recree y dé belleza,con un toque de humor fino a esta escritura haciéndolaliteraria, y logrando elevarla hacia la estética sin que la fic-ción pierda credibilidad”.Eso sí, ambos dejan bien claro que es una obra fruto dela imaginación, y que cualquier parecido con la realidad esmera coincidencia.A Juan y a Bernardo les llevó cuatro meses producir el ori-ginal final y quedaron satisfechos. Los dos saben que hi-cieron una defensa digna a las mujeres que hoy en día sededican al chat erótico y a complacer desde el arte de lasensualidad y el erotismo cibernautas ávidos de entreteni-miento placentero.Ellos se preocuparon por demostrar con argumentos queel entretenimiento para adultos camino de la virtualidad noes más que un amanecer de otra recreación sana, y que nohay porqué estigmatizarlo desde posturas moralistas quearan en el desierto de la libertad del cibernauta.
La novela tiene una heroína: María, que sin perder su femi- nidad, belleza y encanto, prueba con creces las garras de su capacidad para sortear dificultades, y su inteligencia para la gestión y la gerencia. El hombre es en la novela un macho cabrío, que se muestra guerrerista y dominante como es en nuestra realidad histórica. En la trama es claro que las modelos sufren los embates de un destino marcado por el machismo como constante histórica y por una memoria perversa hacia las trabajado- ras sexuales, y ahora hacia las modelos Webcam, y se ve a las claras la dificultad que vive todavía la sexualidad, con- denada a la oscuridad y a la clandestinidad. Sin embargo fueron enfáticos al exponer que en el terreno virtual, el del cibernauta, la batalla la está ganando la libertad y el des- prejuicio, abriéndose paso hacia un sexo recreativo y sano imparable por el discurso moral hipócrita.8
CAPÍTULO UNOUna alondra llamada María
Hola. Soy el relator de María la chateadora, y el enamorado 11de mi alondra. Ay, mi alondra, que en su documento de iden-tidad se llama María. Tendré ubicuidad y les relataré su vidaen pormenores, incluso hasta calzaré sus zapatos de ceni-cienta y me meteré en los más recónditos lugares de situa-ción y del alma de ella. Me enamoré de ella escribiendo estelibro. Fue inevitable. Ella se hace querer, se deja enamorar yse le termina teniendo mucha pero mucha admiración. Peroseré objetivo. Al pan pan y al vino vino. ¿No les parece?Mi alondra nació en una comuna al nororiente de algún va-lle con montañas tutelares que amurallan desde el oriente ydesde el occidente una ciudad pujante, un hervidero huma-no, la cuna de Alondra bien llamada María. ¿Y dónde que-da ese lugar? ¿En el lomo del Cono Sur de América? ¿En laserpenteante culebra que alcanza su cabeza en el centro deAmérica..,? Digamos que en todos esos lugares y en ningu-no. No importa. Alondras hay muchas, pero ninguna comomi alondra. Mi alondra, que casi siempre se llamará María, yque finalmente la llamaremos María Celeste (celeste de co-razón, celeste de entrañas, pero no celeste de sangre) esúnica, ya verán el porqué.Su madre, María Luisa, madre de mi alondra, nodriza de susmuñecas de trapo y de otras boquitas, esas sí de carne real,nodriza, digo, por obligación de los parias que la rodeaban,dio a luz todavía con el vello púbico incipiente y un agujeritoen su boca carmesí que delataba la caída del último dientede leche. Madre primeriza, madre abandonada, púber hija deldestino; destino que tienen marcados como reses los seressociales de clase baja como mi alondra.Un macho semental, jactancioso, que en el umbral de lamuerte, le dijo al oído a su progenitor que dejaba una cría enuna barriguita, mencionó el nombre real de la madre de mialondra -María Luisa- , y como si se tratara de una novela
cualquiera, Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, El capo, El patrón del mal, Paraíso travel, el malandrín murió. Con la cría en brazos, envuelta como un tamal en una fraza- da sintética, María Luisa se fue a buscar al padre, para saber por el correo de las brujas que había muerto de múltiples heridas en pecho y espalda. Mueren los valientes, y mueren los cobardes, y los otros también, le habría dicho un hijo de vecino que como espontáneo indicó que había conocido al man. Muy guapo, dijo, pero le dieron piso. Un vendedor de raspao, hielo triturado, bañado con aguas sucias de colo- rín endulzado, que estaba de metido, le señaló a María Luisa con el índice la casa del abuelo de la ya huérfana de padre. El hombre recibió a María Luisa con displicencia y absoluta desconfianza; así y todo la mandó a sentar y trajo sendos ál- bumes de fotografías, en las que ella de inmediato identificó a su Romeo. Pero el hombre desconfiado, como buen hijo del12 mal destino, criado en las barriadas de mala muerte, la obli- gó a que le diera detalles del pene de su macho –su hijo de sangre- para asegurarse de que ella no era una sapa ban- dida que buscaba pescar en río revuelto y desprenderse del lío. El viejo zorro conocía al dedillo todos los ocho penes de sus ocho hijos y se valió de tan extraño conocimiento para asegurar una prueba mejor que la del ADN. Ella le habló del tatuaje de serpiente que llevaba sobre el lomo de la verga su Romeo. Eso fue suficiente. Sabiendo que aquella cosita era sangre de su sangre, el viejo cambió de semblante y actitud, tomó al montoncito de carne entre sus brazos quemados de obrero de la construcción, y se desentendió de María Luisa, quien se fue escabullendo de ese sitio.., para seguir perdida en las circunstancias adversas que le esperaban a su ado- lescencia, repetida mil y mil veces en mil Marías Luisas del tercer mundo: nuevos embarazos, abortos espontáneos y provocados por los golpes del macho de turno o de la ad- versidad, apegada a un malandrín que terminaba siendo su
proxeneta y que la ofrecía al mejor postor para completar el 13dinero del día, después de arrastrar la carretilla de las frutasamargas de la vida como pobre vendedor ambulante. MaríaLuisa se fue de ahí, de allí, de allá y de acullá, pero sobre todose fue huyendo de la responsabilidad de madre, para nuncamás saber de aquella macita de carne. Y mi alondrita quedóa expensas del abuelo paterno, quien también le puso María,vaya a saber dios por qué.Alondra, mi alondra, fue María de bautismo y registro civil,nombre común, bíblico. Esa María, mi alondra del cuento, encasa del abuelo empezaría a ir a la buena de Dios, del dios alque nos apegamos todos, para que nos salve de este infiernoque llamamos vida y que no terminamos de comprender porlo injusta, lo confusa, lo dura, lo amarga que es. Apretujada,hacinada, hecha en serie, perdida entre un número hacia elinfinito de primos, segundos, terceros y cuartos, empezabaa ser preparada por la vida de los miserables para ser comosu madre, Marías que parían como conejos para que losmalcriaran en casa de los abuelos, y ellas, adolescentes par-turientas, haciendo oídos crédulos a la voz de la ignoranciadel abuelo macho que decía a los cuatro vientos que dondecomen dos comen tres. Vaya con la premisita falsa que hahecho carrera en las ratoneras de las comunas populares endonde famélicas viven sus infiernos los niños.Ay mi alondra. Llegaste recién nacida a un hogar caótico yviolento y en ese infiernillo empezaron a correr los años. Tustíos pervertidos por partida doble, por culpa de los genes dela condición humana, y por culpa de las circunstancias, teacogían un día sí y otro día no; un día con la intención de ga-nar indulgencias, otro con la intención de violarte y otro paracompensar la maldad que les atravesaba el pecho, mientrastus tías de sangre o políticas te socorrían mal que bien, y tecondenaban a la esclavitud del Siglo XXI. Gatos que se dis-putaban a las ratas, tan grandes como ellos mismos, desnu-
trición que se veía en las ojeras, en el cabello que se dividía en sus puntas en horquillas, y se tostaba por el sol y la in- mundicia, dejaban ver un cuadro dantesco con nuestra pro- tagonista quemándose a fuego lento. A la pobre le tocaba de todo, aguantar y aguantar, pero también le tocaba robar y correr. Una cebolla, un tomate, una papa. Tómalas y corre. Distrae al tendero, dile que te alcance lo que está arriba en el estante, coge los huevos, los tubérculos, las viandas, y a correr se dijo. Luego en la cocina, leña, fuego en la olla negra desvencijada, agua y más agua, y los tomates, la cebolla, la papa, el huevo y el hueso poroso a quemar sus entrañas y a malnutrir unas anatomías esqueléticas de miedo. La vida del miserable. El hotel del desheredado. Allí entre niños y ni- ñas, primitos y primitas, todos, incluyendo mi alondra, todos esperaban con las tripas pegadas al espinazo, el aguasal de la vida miserable.14 Pobre mi alondra, qué infancia, y llegó la adolescencia. Y en diciembre los regalos no los traía ni el niño Dios, ni el papá Noel, venían en forma de pólvora negra, de papeletas, pum, de manitas y caras quemadas, de borrachos dando tumbos y mirando lascivos los limoncitos de las alondras. En las co- munas en donde vivía mi alondra, Dios no iba ni en diciem- bre. Dios los tenía olvidados a su triste suerte. Los tíos con un tufo a alcohol de asco, cuando cruzaban palabras con la niña, si lo hacían, justificaban la ausencia de Dios y del papá Noel de la manera más lógica y cruel: por aquí hasta a Dios o al papá Noel en el camino los atracan, decían joco- sos y soltaban una sonora carcajada de mierda. ¿Cómo iba a salvarse de los hijos de Satán y de tal inseguridad en el lugar, un viejo gordo, mofletudo y bonachón viajando en su trineo volador? No. Papá Noel no se atrevía a ir a la casa de la alondra. Y no fue nunca. Papá Noel no era sino para los “gringos”. (Gringo es cualquier rubio de cualquier lugar del mundo, más allá del valle de María).
Ay mi alondra del alma, mi María, mi santa María, como si 15estuvieras repitiendo la historia de tu madre María Luisa,perdiste la virginidad a los 12 añitos, teniendo todavía dien-tes de leche. Te la quitó un marihuanero, que se la pasabaapostado en la esquina fatal, diagonal a tu casa, con tresideas fijas en su cabeza de chorlito, una, violarte, dos, tenerpara el porro, y tres, dar fe en los hechos –de violencia- desu pasión por su equipo de fútbol del alma – ¿si tendría almaeste desgraciado?-; equipo que siempre estaba en la cuerdafloja de la b. Un gris domingo ese infame te violó como unanimal en celo. Y luego se fue a contar su hazaña a sus par-ceros, y todos partieron, un mismo color, una misma pasión,hacia el estadio para ver perder una vez más a su.., para quédigo el color.Pero a mi alondra perder la virginidad no le trajo nunca losmejores recuerdos. Todo fue brumoso como la niebla enLondres. Eso dicen. Un bosque espeso, árboles, un día fes-tivo pero frío, y el man en celo, sin conocimiento, sin arte,toda una bestia, que en dos minutos la montó, la penetró y seeyaculó. Un trozo de carne, como un palo venoso rompió lavulva de mi alondra. Marca indeleble para toda la vida, peroque fue a dar al inconsciente de nuestra heroína del cuento.Quién para saber que aquella cuevita del placer se conver-tiría con el paso del tiempo en datáfono que anidaría todaslas tarjetas plásticas del mundo civilizado, las que salían delas carteras de hombres de todos los pelajes y condicionesy que relucientes mostraban su casa bancaria: Visa, Mastercard, Diners, American express…Vida sexual prematura y sangrienta, con marcas indelebles:primer aborto a los 14 años. Aborto clandestino, dantesco,agresivo, aterrador. El feto debería tener cierto tamaño parasacarlo a punta de ganzúa, con un caucho color marrón alque se le ataba un anzuelo para cazar el feto. Un cauchoenhebrado en un alambre para revolcarlo en el útero has-
ta atraer la masa y desprenderla. Y luego llevar exangüe a mi alondra al hospital para que no se desangrara, alegando aborto espontáneo. En el quirófano, venía el raspado de las paredes del útero, y después del legrado, ella, anémica, oje- rosa, deprimida regresaría a casa a rastras para seguir su vida. ¿Vida? A mi alondra, María, le crecieron los pechos, se le agitarra- ron las caderas, se hizo voluptuosa y en el colegio empezó a ejercer la prostitución con pago en especie. Recibía ropa, calzado a cambio de mostrar sus tetas, y de una paja al vien- to, que hacía con la mano izquierda mientras miraba con una sonrisa de oreja a oreja al pajiento. Pronto vinieron las vi- sitas a los bosques y extramuros aledaños a las ratoneras donde vivía y a retozar y columpiarse en la yerba como una cucarachita patas arriba, con el sol en la cara y las garra- patas en los alrededores de la arañita. De ahí al prostíbulo16 estaba el camino de la necesidad y del dinero “fácil”. Y mi alondra dio ese paso como si nada. Primero copera. Sentarse con el cliente y pedirle coqueta una copa (una copa y otra copa, le significaban una comi- sión, monedas que acariciaba en el delantal de la perdición). Pero su cuerpo escultural, llamaba a la desnudez, a la pista, a la arena, al tradicional striptease. Y aprendió a enroscarse como una víbora cascabel en un tubo en mitad del escena- rio. Luego, “si lo hacemos sin condón vale tanto, con condón vale tanto, chupadita a tanto, nalguita a tanto” y así se fue entrando en el camino de la perdición. De ahí a la vuelta del crimen no había sino un pasito, y ella lo dio. Emborrachar a la víctima de turno, drogarlo con la famosa burundanga, y dejar inconsciente al cristiano para poder desplumarlo has- ta de sus órganos (pero les cuento que eso sí no lo hizo mi alondra, que Dios me la bendiga). Déjenme contarles esto: una vez mi alondra tuvo un cliente con un pene enorme, que ni el del newyorkino Jonah Falcon, que mide 34 centímetros
en erección, y en medio de la borrachera la obligó a tener 17sexo anal. Después de la brutal experiencia, ella soñó chas-queando los dientes que cortaba esa gran bestia y la ven-día como un órgano de exhibición, y pensaba sonriente quehabría sido la mejor venganza contra ese semental, alondralamentaba que no existiera el trasplante de pene, de ser asíella misma lo haría con sus propias manos y vendería esagran verga en el mercado negro, como otros lo hacían conlos riñones. Que risa y que pesar. Puro sueño. El ano de mialondra estuvo enrojecido por semanas.Mi alondra, no es solo María, también es Celeste y es Celestepor sus sueños académicos. A trompicones terminó el ba-chillerato y quiso ir con su cabecita calenturienta a la univer-sidad pública. Alcanzó a conocer el campus. Y allá conocióun maestro. Quería estudiar Etnoeducación. “Eso para qué”,le dijo el vejete de maestro. “Vete a la capital de la montaña,y vive de tu cuerpo. Allá hay muchas más oportunidades”. Yasí lo hizo.Un día cualquiera, entre los clientes pasó alguien diferente,un donjuán. Era un hombre de la industria del porno. Cul-to, perfumado, bien hablado, elegante, parecía un “dotor”. Eldonjuán se dirigió a mi alondra, llamada por todos, menospor mí, María, y le dijo: ¿quieres ganar dinero con sexo perosin que nadie te toque?
CAPÍTULO DOSLas gracias de la virtualidad
Alondra mía, mía de mi corazón. Como ya sabes, soy tu re- 21lator y estoy enamorado de ti. En cada capítulo te escri-biré una epístola, una prosa poemada y cuando me leas,espero que me hagas un nicho en tu corazón. Te amo por-que eres el hada del Siglo XXI. Hoy ya no tenemos hadas,hoy tenemos mujeres objeto, y tú eres ideal. Tú te regalasen el mundo virtual, y permaneces inmaculada, a pesar deser la Eva de las comunicaciones. Por eso te amo, y quieroque al final me ames. Ve contándome tus cuitas, tu vida,tus expectativas, tus sueños, y yo los voy relatando, hastaconvertirte en una modelo de literatura erótica que se iráa navegar los ojos inquietos de otras hadas como tú, y delectores ávidos de amar a una criatura inasible, casi ideal,como eres tú. Un beso virtual en tu boca roja de caperucita. ***La paloma mensajera trajo a mi escritorio tu segundo capí-tulo, en donde ya eres chateadora. ***Enter, enter, enter. María daba con su dedito del corazóndelgado y largo, coronado por un bello decorado en la uña:una hoja dentada de trébol y un coliflor, enter, enter, enter.Ella se sentía modelo. ¿Quién no con semejante belleza?Sonreía coqueta frente al juego de espejos de su dormito-rio/estudio, y seguía dando enter y enter. De la magia, queella sabía no solo de la tecnología sino de sus encantosllegaba el dinero a cántaros. La muy picarona construía unescenario repleto de fanes, miles, decenas de miles, comocuando se llena un espacio a cielo abierto para escuchar labanda británica de pop rock Coldplay. Que risa. Reías comoronronean los gatos, pensando -pero bueno, aquí solo soyyo, la diva de los encantos, mi computador, una cámara con
buena definición, una página web y una veloz conexión a internet-. Y a llenar ojos como quien llena estadios. Que pase la madona de las chateadoras, que nos llene los ojos de espectáculo, y mi alondra a bailar, a sonreír coqueta, a danzar, a mostrar su espléndido cuerpo, sus curvas, sus nalgas, sus pechos de pera. Sexo y ternura, gracia y glamo- roso encanto de la corporeidad eran suficientes para atra- par la atención de miles de ansiosos en busca de diversión, entretenimiento y placer virtual. Nada difícil comparado con toda la parafernalia que tiene detrás un concierto rock. Pero, veamos quiénes son los actores y elementos de esta productiva diversión en la que nuestra María está dele que dele al enter y produzca dinero y más dinero: Bueno, una actriz es ella misma, mi alondra, María quien vestida de hada sexy, a veces semidesnuda, a veces solo en la flor de su piel, a veces con su cuevita en primer plano22 y un espléndido banano vibrador haciendo gracias, está en el centro de la escena; y claro, los elementos propios de un escenario adecuado: un espacio cerrado, cuarto o sala, entorno con aire casero, con un buen afiche de los noventa, ¿The Rolling Stones con Mick Jagger a la cabeza? ¿O Brit- ney Spears en ropa íntima?, y no ha de faltar un peluche que asoma con sus ojos de botones a la cámara; y unos tonos pasteles que no agreden la vista del telespectador… Y cómo no, el computador de mesa, o preferible portátil; el mismo que ciego, sordo y mudo, por una cara, y lleno de luz, de sonidos y de voces por la otra, se facilita como instru- mento dócil, esclavo, tanto para que una monja en claustro busque un versículo divino, el corredor de bolsa una buena cotización, un buen índice financiero para tomar decisiones de compra y venta; o mi alondra, María, se muestre, son- ría, gima, cante, baile, dance y se apasione, para provocar el espectáculo del sexo virtual. Gracias cajita de Pandora,
maquinita mágica, eres el mejor instrumento del Siglo XXI. 23Y lo bueno es que eres amoral. La monja se comunica conDios, el agente de la bolsa con el diablo del capitalismo sal-vaje, y tú, María, te comunicas con todos los cuerpos másallá de la cámara, más allá del mar, más allá de la realidad,más allá de la moral.María entra con el desparpajo de las divas a una páginaweb, se identifica con un nombre de usuario y una con-traseña. Y viene la magia: Un software y la cámara de sucomputador la enfocan en su escenario natural, viva, ahí yahora, en ese mismo instante, y lo demás, es un sobreen-tendido: visitantes y visitantes entre los millones de nave-gantes de internet, que buscan entretenimiento, comunica-ción, placer y sentido de vida.De mil vagos mirones hay.., vamos a ver, unos y otros, unosaquí y otros allá… Cien clientes mirones, clientes solitariosque desnudos en sus habitáculos teclean con una mano ycon la otra se hacen cosquillas en sus partes nobles, pro-vocadas desde los ojos a los centros del placer de los ce-rebros por las alondras. Pero otros mirones están en sustrabajos y, burlando vigilancias, aprovechando soledadestemporales, con el monitor de espaldas a la puerta y consu pantalla en la cara, disfrutan de las alondras. Tambiénestán otros, muchos, quizás los más, que desde sus casas,aprovechando el trajín de la mujer y el estudio de los hijos,miran absortos las hadas en su acto.Aunque, para qué, si somos justos tenemos que dejar unalto porcentaje para los adictos, solitarios empedernidos,cuyo mayor logro de vida es la conquista del último juegode video en primera persona para ser él el protagonista deCall of Dutty de Ben Chichoski. Y son estos adictos, quedespués de que él, nuestro adicto, nuestro mirón, se sacudesu traje de campaña y empieza a navegar por internet se
encuentra con una alondra semidesnuda que le hace cucos con los ojos y le hace desorbitar sus grandes bolas de ver el mundo. Bueno, y quedan los últimos, ¿si serán los últimos? Aque- llos como yo. Aquí me toca hacer una confesión como relator, y aunque mi alondra me piense un espíritu puro, he de decir que hago parte del porcentaje que navega las hadas madrinas por mero entretenimiento, a pesar de tener una vida sexual nor- mal y mujeres de carne y hueso a granel, pero que acepto la fuerza avasalladora de la virtualidad y toda su generación de nueva realidad, y la aprovecho. Me quedaría por nombrar a las mujeres, que despiertas a la vida, sacudiéndose del yugo de la discriminación, se visua- lizan, sin miramientos, y unas sí otras no, en la diferencia24 lésbica, curiosas y desprejuiciadas, sienten las ganas lle- nas de hablar un rato con una de su género que se ofrece como una gata en celo, en la arena visual de la virtualidad. Y déjenme decirles, que muchas de ellas sienten en secreto la envidia oculta de exhibirse y mostrarse en todo su es- plendor como lo hace la interlocutora que enfocaron en su navegación. Para qué, eso le ha pasado a mi hermana. Dis- cúlpenme, pero soy confesional. Mi alondra, dice que juega como la mejor a exhibirse por internet, y que le apasiona sentirse en concierto, en donde, ella, directora de orquesta, a cada movimiento de su vibra- dor, de sus piernas, de sus ojos, de sus labios, de sus bra- zos, de sus manos, tiene un grupo de fanes hipnotizados coreando su nombre y lanzándole dinero a la arena, cele- brando el concierto en sexo virtual mayor que se la juega toda a su cuerpo, a su movimiento, a sus palabras seduc- toras, a su danza erótica.
Alondra: le dices Alejandro a tu empresario, el mismo que te 25conoció, reconoció y valoró en el paupérrimo prostíbulo enel que presentabas un show erótico y en el baile, brincabas,no al son de la música, sino de las ratas que desde el fon-do del escenario a veces salían despavoridas mostrándoseparte de la función de mala muerte.Alejandro, como buen entendedor de la vida, sabía que Ma-ría no podía empezar a trabajar de lleno, y no podía porqueestaba a 6 meses de sus 18 años. Con una mente relámpa-go le propuso que estudiara inglés y le habló de sus bonda-des si dominaba el idioma universal, y la hizo ver una gei-sha de internet, si aprovechaba al máximo esos seis mesesde aprendizaje. Generoso pero muy pragmático (sabía queMaría era una mina de oro) la dejó esos seis meses en casade sus padres. María no lo dudó un instante, tan despiertacomo Alejandro, sabía que aceptando la oferta de él, la vidale daría un giro de 180° grados. Pero ella, María, no sabíaque ella misma y sus rencores del alma, le jugarían másadelante una muy mala pasada. Ay mi alondra.María empezó a soñar. Sabía que dejaría atrás amaneceresen lugares sin memoria, albas con rebotes en el estómagopor culpa de la embriaguez de revolturas de tragos, camasdesechas, ella desnuda, con un cuerpo extraño en su con-ciencia, tirado ahí, con almidón de semen por su vientre ysus pechos sudados, y una vulva enrojecida por el “mete-saca”, y con un condón perdido en las profundidades de suvulva. Ella soñaba, con una sonrisa de oreja a oreja, con laoferta del empleo virtual que había recibido de Alejandro, ysentía que las noches truculentas estaban por llegar a sufin. Su vida cambiaría. Que felicidad.Y bien, se vino la realidad como una tromba. Clases de in-glés intensivo, entrenamiento agotador, con monitores ymonitoras muy idóneos. Sorpresa. Oh, sorpresa. Alejandro
le llegó en su primer día de formación con un libro en sus manos. María se vio caminando con un libro en la cabeza y haciendo equilibrio hasta verlo caer descuadernándose. Instintivamente irguió su espalda. Pero, no, que risa, el li- bro era de crecimiento personal, y zambomba, era para ella. Intelectualizarme yo, pensó, vaya, que maravillas tiene la vida. Memoria de una geisha era el título del libro. Alejan- dro le picó la curiosidad. Buen animador, le hizo una defen- sa al libro que a ella la asombró. Olvídate de la prostitución, de tu vida degradada, porque una prostituta no es solo la que comercia con su cuerpo y se ofrece en las calles, la que tiene la vida caótica, inmediatista, malhadada, desgracia- da, en la que los hombres la cosifican, la humillan, la vejan, y la tiran como trapo sucio después de evacuarse en ella. María, ser una geisha, en el sentido japonés de la expresión, aquí en occidente es trascenderle a la prostituta, es dejar26 atrás la vida infame, es caminarle al arte, al donaire, al gla- mour, a la calidad de vida. Una geisha es una artista del sexo, una amante del sexo, de su cuerpo, alguien que sabe manejar con mucha gracia, por ejemplo, los pezones de sus pechos, y sabe que mostrarlos es un arte, y que no se muestran vul- gares, quiero decir, de cualquier modo, sino bellos y limpios, coquetos y traviesos, y que se van desnudando hasta que la aureola y luego el chupo erecto se deja ver en su esplendor. Un hombre que busca una geisha no es un ser ordinario, es un ser que está buscando un sexo recreativo, evolucio- nado, artístico. Saberlo, es fundamental para manejar los tiempos, las gracias, la teatralidad, el encanto, que conecta la sonrisa, los ojos entornados y la mano sutil que desnuda poco a poco la aureola, hasta mostrar el pezón para que el mirón se venga de a poco, para que su respiración se vaya entrecortando, sus ojos se vayan abriendo más y más, y un hilito de saliva se deslice por la comisura de sus labios. En ese momento, ese hombre está en tus manos.
Ay, Alejandro, tú si le sabes hablar a mi alondra. Así se hace. 27Te deseo lo mejor en tu empresa con mi amada.La percepción del hombre debe estar en su máximo umbral,los ojos, los oídos, y su enjambre neuronal deben ser unatotalidad que palpita a toda marcha por tus movimientos,tus gracias, y esa percepción totalizante se conecta a lashormonas de tu hombre, y él queda totalmente en tus gra-cias de geisha de la virtualidad.El último episodio de este evento, lo marca las ganas irre-sistibles del hombre de poseerte, María, así de simple.María tienes que internalizar la María geisha, la María dama,la María icono de la virtualidad, un hada madrina inalcan-zable. Tú en tus dominios haciendo magia con tu erotismo,y un público mirándote extasiado. Todos se preguntarán,de quién serán esos pechos, quién besará sus senos depera, quién la abrazará como un oso, quién tendrá la di-cha de penetrarla, de hacerla gemir como una gata. Todos,todos, deben preguntarse las infinitas preguntas sobre elsexo, sobre el erotismo que tiene la imaginación cargadadel sexo del hombre, y finalmente soñarte como de él, únicay exclusivamente de él. Pero “él” son miles, los miles que tedesean, los miles que lograste que te desearan con irracio-nal pasión. Estamos todos fusionados en el pronombre EL.Alondra, la cagaste, ya sé que la cagaste. Lo supe en elconfesionario. Cómo le haces esa a Alejandro….Ay, María, qué hiciste, se te salieron las entrañas de la bajacalaña de tu vida miserable, y un mal día, unas pocas se-manas de formación después, sin avisar, y robándote de lacasa de los padres de Alejandro unos electrodomésticosque no valían sino centavos, y una alcancía llena a la mitadde monedas de quinientos, dejaste con un palmo de nari-ces a tu Alejandro. Boba.
Y como todo en la vida es un círculo vicioso, a los pocos días de tu fuga, diste de buenas a primeras con tus maldi- tos proxenetas, los que te prostituyeron, y sin más ni más te obligaron a ir con ellos, so pena de quedar en una zanja con la boca llena de tierra. Que mal hiciste María. No pensaste con la cabeza sino con los pies.28
CAPÍTULO TRESDe prostitutas y mujeres Webcam
Alondra: Yo te defiendo. Escúchame. Es como si escucharas 31por dentro a tu pepe grillo. Hazme caso. Yo soy tu relator,pero vivo en ti, y quiero para ti lo mejor. Trata de ser decente,ten la plena seguridad de que así sí te va bien, de resto te vacomo a los perros en misa, aunque ahora a los perros les irábien en misa, porque el papa francisco los quiere y ha pedi-do que no los expulsen de los templos. Ay mi atolondraditaalondra, escúchame para que no sufras tanto.María la bella, bella y resistente a los embates del cruel des-tino, volvía a las andadas. Centenares de lenguas de todoslos tamaños, colores, sarros, entre puntiagudas y romas,habían chupado sus senos y los habían mordido hastahacerlos sangrar; cientos de machos la habían penetradouna y otra vez, sin miramientos, como a una cosa, como auna burra en nuestras costas del caribe que son penetra-das por los muchachos que buscan desvirgarse en ellasy luego empalan y desgarran a los animalitos. De Maríaningún hoyito se le salvaba de esos ataques bestiales. Suanito, que ella quería guardar con tanto celo y maña, comouna princesa encantada en un cuento de sapos, fue roto sinpiedad una y otra y otra vez por una partida de borrachosque apostaron a penetrarla en simultáneo, y en medio delas perversas carcajadas hicieron sangrar su cañería enflor. Su cursi pensamiento poético de guardar ese agujeritopara lo que más iría a querer en su vida, se lo destrozó lacrueldad de la vida misma. Ay mi alondrita, eso en tu vidano era posible, en esos bajos mundos esos sueños rosas yde hadas no pueden existir, allí solo reina el terror, la violen-cia, la ignorancia ciega.De regreso a su mundo, el infierno de la desgracia por supropia culpa, los proxenetas la introdujeron en una ratone-ra peor que la anterior. En el corazón de la ciudad, lleno decomercio informal, todo a mil, todo a mil, puestos de cachi-vaches en las aceras, estaba el prostíbulo al que fue a parar
María. El primer piso un cafetín de mala muerte, bien aden- tro unos cuartos desvencijados de cortinas color carmesí, con unos camastros pulguientos que recibían los traseros de los insatisfechos; pero arriba, en el segundo piso, estaba el paso a la otra realidad, a la realidad virtual. Allí, en unos espacios reducidos, unas damiselas hacían el amor vapo- roso, etéreo, sin hombres físicos, solo cámara, internet y gracia de circo, y un show de película, que ya se lo quisieran las de abajo, que gemían a los golpes y a la realidad física de la vida miserable. Los proxenetas del cuento no eran ningunos bobos. Gra- cias a la misma María, a las amigas de María, al correo de las brujas, y a una investigación con María de informante, se enteraron de las bondades de los show eróticos por in- ternet, y se arriesgaron a emprenderla por ahí. Qué perdían. Y vaya si empezó a irles bien. Traficantes de décadas, que32 pactaban hasta con el diablo, se animaron a ese nuevo ne- gocio, y como por encanto las cosas les empezaron a salir a pedir de boca. Los malditos pensaron cínicos, que aque- llas mujeres en lugar de estar chismorreando en sus ratos de ocio, podían estar frente a unas cámaras haciendo el amor gaseoso, a clientes que en cualquier lugar del mundo, estarían ociosos y solitarios, ávidos de entretenimiento y placer. Y ellas “descansaban” de un pene de carne y hueso, excitándose con un empaque de cepillo de dientes simu- lando un pene y sus propios dedos a clientes invisibles, en el fondo de las pantallas de sus monitores de placer. El palacio del placer de mi alondra era en realidad una cue- va de bichos, visibles e invisibles; desde ácaros en los col- chones de humores apestosos, hasta nidos de ratas que hacían también el amor al unísono con mi alondra del alma. En el sudor y hedor de los cuerpos al desnudo y juntos, unas cucarachas planeaban sobre las espaldas de los amantes y ensayaban vuelos al techo para quedar atrapadas a ve-
ces en las telas de las arañas que colgaban lúgubres en las 33esquinas del infierno.María empezaba a perder las fronteras de la realidad con-creta y de la realidad virtual, pero sentía que se acomodabamás al mundo de los bailes de los siete velos que ensayabafrente a la cámara y que lograba aplausos y caritas son-rientes de sus invisibles clientes. Prefería los momentos dedescanso activo, en los que ella era la muchacha del circo,a estar desnuda frente a un bulteador sudoroso y peludoque se disponía a maltratarla y penetrarla sin siquiera estarmojada como quien pincha un clavo en cemento seco.Solo dos juguetes eróticos adornaban el cuartucho. Peroeran suficientes. Manejados con gracia, en las manos depianista de María eran más que suficientes. María y otras,no todas, solo las más inteligentes, aprovechaban los ratosde ocio y se dedicaban a dar espectáculo en las cámaras.Ellas sabían que se iban a viajar por internet, y que llegabanal cuarto de un solitario cliente que se entretenía hasta eléxtasis y que ellas, como si fueran enfermeras, sanadoras,daban vida, a aquellas miserables almas, perdidos sus ojosde enfermo solitario en el monitor de un computador de in-ternet, que buscaba la ayuda de una paja que le sabía agloria…. La gloria de mi alondra.A miles de visitantes de las páginas web, les parecía el es-cenario un teatro excelente, apropiado para saciar perversi-dades, las que todos llevamos a cuestas y se las ocultamoshasta al Papa en confesión. Y claro, paja tras paja, implica-ba, enter tras enter, y en nuestro sistema eso se traduce endinero contante y sonante. Gran negocio.Los proxenetas con la idea de sacarle el máximo provechoal negocio del sexo, pensaban que si todo era permitido,había que exprimir la mina por punta y punta, y la llegada de
las tecnologías de la informática y la comunicación no te- nían por qué ser ajenas a la ambición de estos traficantes. Un buen día pensaron en cámaras escondidas ya no solo arriba, sino abajo, que grabaran todo el acto sexual, y del dicho al hecho. Manos a la obra. Situaron las cámaras en ángulos estratégicos de los cuartos, las camuflaron y las activaron. Pero pronto, uno de los clientes, las pilló y puso el grito en el cielo. Ni cortos ni perezosos, le propusieron al escandaloso que todo corría por cuenta de ellos, y que él no le tendría que pagar el servicio a la prostituta. Incluso, entre risa y risa, los proxenetas y los mejores clientes, los de mejores cuerpos y armas, fueron invitados a ser prota- gonistas del show a cambio de gratuidad en el negocio, y a las prostitutas se les dio una tajadita de las ganancias. Bendición y acto de justicia, en medio de la injusticia perra y del infierno de la explotación.34 Lo que sí nunca divulgaron los proxenetas, pillos ellos, fue el alcance de las filmaciones. Ni la prostituta, ni el macho cabrío supieron nunca que sus desnudeces, gritos, sudo- res, gestos, palmadas, mamadas, penetraciones y leches en pechos y caras, irían hasta los lugares más recónditos del planeta, para excitar y masturbar otros cabrones de la soledad. ¿Cómo? Sencillo, los proxenetas, por el camino de las comunicaciones en el medio, ya metidos en el negocio de las Webcam, sabían a quién ofrecerles el material para que esas escenas grabadas como filmaciones se vendieran como videos porno por internet, alcanzaran otras latitudes y miles y miles de monitores con ojos solitarios que iban por todo el mundo hispano (que va de solo hispano y latino, el sexo no tiene patria, el sexo es universal, eso se ve hasta en los polos), sirvieran de bang explosivo. Pantallas emba- durnadas de semen. Que viva la vida. Y que esa folladita, sería vista una y mil veces hasta el infinito por millones de mirones ansiosos de sexo virtual, que los hay por miles de
millones aquí y en Cafarnaúm. Y que te perdone Dios/ que 35te perdone… Como dice la canción.Tras de ladrones bufones eran aquellos proxenetas. Chan-tajeaban a las modelos amenazándolas si se iban con di-vulgar los videos filmados a familiares y amigos cercanos.Con eso le ponían el tatequieto a las más críticas e inquietasy a las más alegonas y fregonas. Chantajes que han sidouna constante histórica, y que se sostienen gracias a la ig-norancia, mojigatería, y moralidad cristiana de las mujeresque se van por el camino de la prostitución creyendo que asíencuentran una vida fácil. Se dice que hecha la ley hecha latrampa, así mismo se puede decir, que desarrollada la tec-nología, desarrollado el negocio. Pirata, clandestino, o comosea. Y hecho el negocio, hecho el tramposo y el chantajista.Mi alondra es inteligente. Ella no hace montonera. Ella escapaz. Ella puede salir de esa ratonera. Ella saldrá. Yo lavoy a ayudar, haciendo fuerza, penetrando en su destino,tengo que ser su ángel, su ángel protector.María se dolía de la prostitución. No la quería. Pero por supropia culpa, y por su angurria, le tocaba. Lo hacía a regaña-dientes. Pero lo que más le gustaba era ser modelo. Lucirsefrente a las cámaras, excitar a miles de clientes la estimu-laba y mucho. Que bien. Además María nunca dejó de seruna colegiala. Ella continuó en el colegio, y allí, se veía unasanta para los profesores y autoridades académicas. Sololos proxenetas que se traían entre manos las más aberrantesperversiones, y que no comían cuento, la dejaban ir al colegio,eso sí, amenazándola a cada instante, con que si se iba, pa-garía con su vida la huida. Entre ellos tenían un plan con Ma-ría, que pensaban, les produciría una mina de oro. Veamos.Todo es posible en la viña del señor, y como si fuera un im-perativo categórico la frase, si Dios no existe todo está per-
mitido, los proxenetas se idearon la idea de un reality show con las colegialas, con la complicidad de María, que debía atraerlas a la diabólica idea que se traían entre manos es- tos bichos del crimen. El formato era viejo, ya muy probado en la televisión mundial. Se trataba de unos show reales, con cámaras escondidas, que habían rendido sus frutos en su momento, y atraían a millones de telespectadores, que mirones y morbosos penetraban por el ojo de la cámara en las intimidades de individuos que se dejaban filmar por días en un encierro. María no tenía alternativa. Sí o sí. Además y pensándolo bien, se haría a unos buenos pesos, atrayendo y conven- ciendo a sus compañeras de curso a unas “vacaciones re- creativas” en una casa de campo. Todo normal hasta ahí. El evento se produciría, como en el gran hermano, en vivo y en directo por internet. La magia del internet en todo su esplendor.36 Al grano. Se consiguió el sitio, una casa de campo en las afueras de la ciudad, y los proxenetas y sus técnicos se en- cargaron de llenar el interior y los antejardines y la piscina de cámaras escondidas unas, y de “vigilancia” otras; eso decía María a quien le preguntaba por esos ojos tecnológi- cos fisgones. Unos macabros empresarios de las páginas web, sin escrú- pulos y criminales, compraron los derechos de la filmación en vivo y en directo. Nada les importó a estos criminales la edad menor de las chicas y su inocencia al acudir a esa cita con la pornografía. Que calamidad. Aparentemente todo era normal, es más, inocente, natu- ral. Una casa de campo con todas las de la ley, las amigas de María y María de anfitriona para pasar un buen fin de semana, bailando, cantando, divirtiéndose. ¿Qué tenía eso
de malo? El veneno estaba por dentro. El veneno era la in- 37tención y el sucio negocio de una pornografía y un showmontado sin consentimiento de las protagonistas. Apartede las colegialas amigas de María, irían prostitutas y pros-titutos también atractivos y muy musculosos, impuestospor los proxenetas a quienes María presentaría como ami-gas del vecindario de su casa. Y para bajar las defensas,licor a más no poder, licor y drogas por todas partes. Cor-tesía de la casa, decían los proxenetas y se reían a carcaja-das, mientras María los miraba haciendo bizcos y tragandosaliva. ¿Pero que más podía hacer ella? Que fatalidad. Oyemi voz, alondra del alma.Y comenzó la fiesta. En pleno furor, ya todos desinhibidos,se propusieron juegos que habrían de conducir a la desnu-dez y al sexo. Absolutamente normal en la condición hu-mana. Que risa.El juego propuesto y aceptado por todos y todas fue el de laruleta. El muy trillado juego de la ruleta consistía en que lasmujeres hacían un círculo interior y empezaban a bailar alson de la música, reguetón, claro. Los chicos hacían un cír-culo exterior y se movían por detrás de las hembras al ritmocontagioso de la música. Y a cada canción, un trago hasta elfondo, vea pues. Y al calor de la música y del trago se ibandesvistiendo, una prenda y otra y otra se tiraba al piso entrecarcajada y carcajada. Es de advertir que los chicos podíanmoverse al son de las canciones corriendo de izquierda a de-recha, cada que terminaba una canción, y así las cosas, todoslos hombres en cada canción se encontraban con un traserodiferente. Desnudos y desnudas, desinhibidos todos, el bailese hizo orgiástico, y todas y cada una de ellas fueron clavadassin repulsas ni aspavientos. Y todo lo veía el ojo del gran her-mano. La idea como todo lo desaforado y loco era que ganaríaaquel que se sostuviera mayor tiempo con el falo erecto y sineyacularse. Vaya Superman. Así son las cosas, compadre.
Todo fue orgiástico, desordenado, caótico, loco, pero esas escenas en millones de monitores produjeron un dinero contante y sonante. A María recibió su comisión, claro que sí, y a las colegialas ingenuas una experiencia estuporosa, que deberían callar por toda sus vidas, y que pesaría como un fardo infame en sus conciencias. Y no contento con ese destino, a los meses, alguna colegia- la que se animó a hacerse la prueba de VIH Sida, le arrojó positiva y la desgracia de la muerte segura la llevó rabiosa a dar aviso a los padres, estos al colegio y el colegio a las autoridades policiales. Éstos investigaron y dieron con los proxenetas a quienes acusaron de trata de personas, por- nografía infantil, y al cierre del prostíbulo con fachada de casa de campo y estudio, y los proxenetas con sus huesos a la cárcel. María manejó la situación como pudo. La salvó su edad,38 era menor, vino una reconvención por parte de las autori- dades policiales, y la cancelación de la matrícula en el co- legio. Pero lo peor estaba por saberse, ¿estaría infectada del VIH Sida?
CAPÍTULO CUATROLas abejitas del placer en sus colmenas
El capitalismo salvaje ha alcanzado todos los lugares del 41orbe. Ni la china comunista se escapa. ¿Qué diría Mao, siviera las fábricas de su China Comunista? Hoy en día, lasmegaproducciones son el pan diario de las grandes poten-cias, con la China a la cabeza. Y qué decir de la industria dela confección. En las fábricas de confecciones los cuadrosson espantosos. Las jornadas de las operarias son exte-nuantes, 12 horas sin parar, para luego dormir debajo de lamáquina, mientras otra operaria China, de la misma con-dición, como si fuera su clon cumple el horario y redondealas 24 horas del día. La máquina mientras tanto no para unsegundo su zigzaguear. Qué terrible, el lugar de trabajo seconvierte en lugar de “descanso”, si a ese agujero debajode la máquina se le puede llamar dormitorio. Qué horror. Esel Siglo XXI, con sus cosas buenas y sus cosas malas.En el caso de la industria del entretenimiento, para lasdoncellas, las alondras de este cuento, el asunto varía unpoco, tiene un ligero cambio de matiz, no hay máquina,o sí, la máquina es ella misma. Alondra, la máquina dehacer dinero y el espacio laboral es la habitación, estre-cha y antihigiénica. En ese lúgubre escenario ella opera sucuerpo como un artilugio de producir placer y se lo cosey descose con caricias y toques, dedos y juguetes sexua-les que van por su anatomía humana para el deleite de losmirones. En esos reducidos espacios para placer mirón, aduras penas cabe una cama individual, y afuera, el pasilloparadójicamente cumple la función de dormitorio colecti-vo, como un largo túnel oscuro que alberga indiferente loscansados cuerpos de las modelos que ya se han exhibido ydescansan convertidas en un ovillo fetal y sudoroso, cuyasseñales de vida son sus ronquidos y quejidos por tan mal-parida vida. Así descansa mi alondra en posición fetal, conel dedo pulgar en su boquita de fresa y el ceño fruncido porel mal sueño de todas las noches. Las alondras vienen de
pueblos cercanos a la capital y por eso ellas sin dónde alo- jarse toman el pasillo de la colmena como su dormitorio, y hacinadas y apestosas se tiran al piso en una sucia colcho- neta a dormir para huir por unas horas de la rutina a la que las someten los proxenetas y empresarios de la industria. Obreritas esclavas del placer. La palabra colmena es bella, es de la biología animal, la tomo por su extraordinario parecido con los habitáculos de las alondras. El madeflex hace de tabique, pero sin respira- deros, ni claraboyas, la luz es siempre artificial, lámparas de medio peso iluminan el cubículo, que se alza solo 160 centímetros del suelo para permitirle al supervisor mirar por encima de la hoja de madera. El vigilante pasa cubículo por cubículo mirando con una ceja arriba y el dedo acu- sador si las ve vagando. En ese prostíbulo unas sí otras no, se hace aseo a la semana, y las modelos se contagian42 del desorden, el abandono y la suciedad; incluso, los ju- guetes se comparten sin escrúpulos, sin siquiera limpiar- los, y de una vulva a otra, las bacterias migran y en unos organismos enferman a los cuerpecitos que son el blanco de los ataques por culpa de la malnutrición y las bajas de- fensas. A veces ese compartir solidario de objetos íntimos ha causado verdaderas epidemias de enfermedades infec- tocontagiosas. En estos espacios del vicio ocurre lo mismo que en los espacios del horror que ocupan heroinómanos, quienes comparten jeringas y muerte. En este caso no es la jeringa, es el vibrador. Vaya por Dios. El Siglo XXI y sus caras patéticas para el sexo que se vende. Shows que se repiten, con modelos desaliñadas de pocas palabras que comparten el vibrador, y cuando el comodín de remedo de falo está en manos de una, en las manos de las otras están las botellas, los pepi- nos, los celulares, los controles remotos, es decir, a falta de un vibrador caro en el precio, todo adminículo que tenga
estructura de palo, de falo, de pene y que se pueda intro- 43ducir sirve de entretenedor. Y no ha de faltar la que combi-nando necesidad e ignorancia se introduce una salchicha,entre risas, y en el ajetreo de la menstruación se deja unpedazo del embutido adentro, que con un falo de carne yvivo después de la jornada, se hunde para pudrirse en lasprofundidades del útero y ocasionar una enfermedad letalen la humanidad de esta modelo, que da con sus huesos enel cementerio como una alondra NN.Alondra: mira lo que hiciste. Por tu culpa, por ladronzuela,por no respetar a Alejandro fuiste a dar al desbarrancaderode la peor prostitución. Levanta la frente. Cree en ti. Apren-de la lección de la vida.A Dios gracias, María no contaminó de VIH sida. Un mila-gro. Aquella orgía de colegialas infectó a más de una, perode esta se salvó mi alondra. Sin embargo, la vida no es unapera en dulce, y Alondra fue a dar a esa colmena. Esclavi-tud moderna. Muchas multas por esto o por aquello, cum-plimiento de horarios extenuantes, cronogramas de tra-bajo, minutos contados para almorzar. Ese era su mundo,su vida, su condena. No obstante, ella veía el lado buenode la película. No veía la colmena como un cuchitril, a lasjaulas las llamaba cuartos de producción, y a pesar de losaltísimos niveles de estrés y las peleas por insignificanciase ignorancia entre ellas, María soportaba estoica, con unasonrisa en los labios, el ambiente.Por fin María cumplió 18 años. Ya podía legalmente meter-se un vibrador en sus partes nobles frente a una cámara,sin aprensión a nada. Ya podía hacer un show erótico paraadultos, sin temor a nada ni a nadie. Bendito sea Dios.Como en todas las películas dramáticas y de amor, no ha defaltar el chico. Es lo mismo en la vida real, ¿o no? Y en aquel
estudio colmena también hubo un chico. De la edad de alon- dra, un todero, reparador de todo, patinador de todo, manda- dero de todo, era el que traía baldes y baldes de lubricantes cuyo proveedor era una fábrica casera del líquido; fábrica de mala muerte que envasaba en tarros de pintura el aceite del amor. Los baldes todavía con su sello original de fábri- ca de pinturas intactos, ya no contenían pintura para brocha gorda, sino el mágico menjurje para lubricar ojos, cuerpos y bocas de penes. Todo como para Ripley. El chico, humilde de origen, tenía una conducta peculiar- mente limpia, no morboseaba, no miraba con lascivia a las modelos, sino que se comportaba con simpatía y gracia in- genua. Sin preocuparse de lo que acontece en los cuartos, el muchacho instalaba un cable, movía una cama, o prendía una lámpara. Algunas vulgares conjeturaban homosexuali- dad del muchacho, para explicarse su decencia, que no era44 más que humildad. No, quien lo creyera, el chaval no solo era simpático sino in- teresante. Siempre tenía un buen comentario para subirles el ego a las modelos, oficiaba de psicólogo, sabía escuchar, desde problemas serios hasta rumores frívolos de alco- ba. A las modelos les caía muy bien. Él, psicólogo todero, aprovechaba el lugar como un laboratorio del fenómeno humano para crecer y desarrollarse. María, la bella María, con sus ojazos de lucero, llenos de vida, picaros, eran objeto de la exploración a hurtadillas del joven, y ella, María, mi alondra, vaya a saberse por qué, también lo observaba con una mirada especial. Bien podía serle indiferente el muchacho ya que en esos ambientes los clientes, muchos, no todos, son personas interesantes, adi- nerados, bien formados y atractivos; pero no, María sentía una extraña atracción por aquel muchacho. Vea pues.
La división del trabajo en el estudio de las modelos obli- 45gaba a tener una planta de 10 hombres que trabajaban ensoporte técnico, reformas manuales, trabajos contables yen fin, en tareas administrativas y de oficios generales quemantenían activa y próspera la empresa, gracias al dineroque arrojaban las vulvas de las modelos.Que gracioso. En la entrada a la colmena un símbolo ladistinguía. Era un cuadro de una gran vulva de la cual sa-lía dinero, mientras abajo unos hombrecillos la sosteníancomo si fuera una gran bolsa abierta de la que caían comomanzanas sacudidas de un árbol los verdes billetes, en lasque se leía un slogan: “La unión hace la fuerza”, lema quepara el dueño significaba el trabajo mancomunado de to-dos para producir réditos, y el imperativo categórico quedaba ánimo a las muchachas en el día a día. Y a fe que loestaba logrando.Mi alondra, te enamoran. Tienes un enamorado secreto.Tengo rival. Mentiras, mi rival es mi propio corazón por trai-cionero, como dice el bolero.En el computador que le correspondía a María empezó aaparecer misteriosamente una flor. Una flor de Liz, unasveces, otras una camelia, o una rosa, o una orquídea, o unclavel…. bellas flores. Ella no se lo explicaba. ¿Quién y porqué le enviaba ese cumplido? Y a la flor le acompañaba unverso, una bella línea explicativa de la flor y el parecido deese día con ella. En el texto se comparaba la flor aparente-mente frágil con María y su alma guerrera, quien hundidaen una selva profunda de sufrimientos, era lo suficiente-mente fuerte como para capear la dureza del lugar y saliravante. María sonreía. Y empezó a esperar expectante elotro día para saber qué flor le llegaría a su pantalla y quéle diría ese día su pretendiente secreto. Llegó a sentir esemomento el más grato de todo el día, y lo anhelaba como
una chiquilla en flor. En esos instantes se sentía feliz y ena- jenada en la dicha. Miradas furtivas y sospecha de María que no pasaba de los silencios cómplices, fueron el común denominador de esa extraña relación entre el chico “psicólogo” y ella. Ella deseaba que las flores vinieran de aquel muchacho, y que- ría que se lo dijera pronto. Pero no fue así. El muchacho desapareció como por encanto. Un buen día no volvió a la oficina. Ese día y otro corrió desesperada al monitor de su computador, y para el descanso de su alma descubrió las flores, las infaltables flores del amor perdido. De las flores se pasó a un software, que el chico le instalara, en el que se le advertía de forma bella que nunca, nunca dejaría de recibir un regalo virtual, siempre a la medida del día, y acor- de con el afán del día y con su belleza. Y si cambiaba de computador, bastaría instalar un sencillo software para que46 el presente y el verso animando a la flor estuviera siem- pre. María convirtió el evento en un ritual. Sin embargo, el asunto envuelto en el misterio no le permitía saber del todo si era el chico “psicólogo” o no. Desde su deseo, era él, y siempre fue él. Una tensa calma se apoderó del tiempo y del lugar. Empe- zaron a pasar las semanas en blanco, tranquilos, sin con- tratiempos, todo como un mal presagio. Así es la vida. En efecto, una noche, una terrible noche se vendría la os- curidad, la desgracia, la fatalidad. Nada es para siempre, y los momentos de paz y de sosiego son eso, momentos y nada más. Un buen día quedaron solas. El jefe se había ido. Entonces, todas sin pensarlo dos veces se reunieron en el pequeño estudio y empezaron a realizar un show, que proyectaron en el chat público. Entusiasmadas por estar sin jefe, sin
dios y sin concierto, se expusieron felices y al calor del li- 47cor y las drogas con las que unas tentaron a las otras sedieron a exponerse en una orgía de encanto erótico, llenade excesos, de risas y situaciones lésbicas. Los clientesempezaron a entrar al show por miles, decenas de miles,y a pagar las actuaciones. Propinas van y vienen, y ellasse entusiasmaban más y más y hacían de todo. Una copaera una invitación a dar un toque, un toque una propina,bienvenida, y con ello se dejaba venir la desinhibición, yel desparpajo del acto, que excitaba hasta el éxtasis a losclientes. Todo marchaba sobre rieles, el show era especta-cular, pero dentro de lo normal, hasta que apareció el perromascota en el estudio. Todas festejaron la llegada de Ty-son, un robusto pitbull, de mirada vidriosa y entre ingenua yasesina; aquel can empezó a perseguir el vibrador que ellasse tiraban unas a otras para su disfrute, y la escena parecíacircense, espectacular, sembrada con el perro, hasta que lamás embriagada de todas, la más perra y atrevida se subióal segundo piso, y del escritorio del jefe extrajo un arma,un revólver Smith & Wesson, y empezó a juguetear con él,a acariciarse el cuerpo con el cañón, y hacer de vaqueradel oeste americano, y aunque el juego se había encendidoy más de una temía que el arma estuviera cargada y se ledisparara a la damita, nadie sabía lo que iba a pasar en elsiguiente instante. Porque de pronto, una voz del lado deallá de las pantallas sonó como un trueno, entre la multi-tud de mirones, diciendo: “Pégale un tiro al perro, y te daré100mil créditos”. Tyson como si nada seguía persiguien-do el vibrador que se le resbalaba de su hocico, sin darsecuenta de que era la atracción principal y fatal.Sépase que 100.000 créditos corresponden a US 5.000 dó-lares. ¿Valdría la cabeza de aquel perro ese dinero? ¿Y esoya no se salía de madre? ¿Qué hacer? En medio de esa ba-rahúnda, el enloquecido cliente dobló la oferta, y para ga-
rantizar lo serio de su ofrecimiento, de un solo golpe envió 100.000 créditos. Ninguna de ellas había visto a un cliente hacer tamaño ejercicio de generosidad. Propina tan gran- de: nunca. El estudio se llenó de silencio y estupor. Al otro lado de las pantallas también reinaba el silencio, los otros clientes enmudecieron. El atrevido había atrapado a todo el mundo en su inflado ego de mirón y botarate. Entonces, una de ellas, se resolvió, tomó el revólver y lo disparó sin piedad, empuñándolo con las dos manos y mordiéndose los labios. María, que estaba a su lado, atónita, reaccionó instintivamente y forcejeó con la intrépida mujer; se entre- lazaron y cayeron al piso, rodaron haciendo un rollo, y de pronto, ¡pum!, un nuevo tiro se escapó del cañón de aquella arma, y se fue a alojar, en el cuerpo de María, quien quedó del lado del perro que yacía sangrante, con la lengua afuera y los ojos desorbitados y ya ciegos a la vida. Las sangres del animal y de María se mezclaron en un mismo charco, y48 todo se volvió un pandemónium de gritos, llantos, y carre- ras… Un médico, gritaban, llamen a una ambulancia. María se nos muere, decían a los gritos todas histéricas. Ay mi alondra, ¿morirás? En qué líos te mete la puerca vida. Te dejaré amar al florista si no mueres. Prométeme que de esta sales. Que sobrevives. Tienes que sobrevivir para lle- gar a ser alguien, para enseñarle a esta patria boba, que la vida se hace a mordiscos, y que se puede salir de las peores encrucijadas hacia espacios de vida y de sociedad mejores. Tienes que ser un ejemplo de vida, de coraje, de garra. No te mueras.
CAPÍTULO CINCO El sueño colombiano
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