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VIAJE DE DOS SIGLOS 2

Published by Javi Muñoz, 2022-02-04 22:16:09

Description: Todas las historias tienen un principio

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PRELUDIO DE PRIMAVERA La tapa de la pava comenzó a tintinear, justo cuando Carlitos entró apresurado a apagar el fuego. El agua se le había hervido mientras atendía a un cliente de su hijo, en la puerta de la casa. Genaro Iervolino buscaba arreglar su cortadora de pasto quemada, porque ya se venían los meses de calor. Ese tano electricista había tenido un hijo justo el mismo día que nació Juan Carlos, lo cual dicen que representó para el pueblo un gran salto demográfico. Carlitos se sirvió un mate y con una mano corrió las tiritas de plástico que colgaban de la puerta, para salir de nuevo al patio. A lo lejos se escuchó llegar un tren. Se acercó al frente de su casa, y observó la estela de humo detenerse a la altura de la estación de Longchamps. Ultimamente llegaban pocos trenes a vapor. Quizás fuera el último, pensó, y se quedó mirando la lejanía. Tomó despacito su mate, a la sombra del árbol de magnolia. Aquel arbolito que había nacido en casa de su vecina Miriam, esposa de don Giorgio, pero que ella había sacado porque se iba a hacer muy alto. Entonces, después de que se lo ofreció a Quitchi, Victoria y Carlitos decidieron ubicarlo en medio de cuatro parras, que con el tiempo la magnolia aniquiló. Intentaron con serrucharle la rama central, pero la planta siguió avanzando. Hasta convertirse en refugio de los zorzales en primavera, que con su trinar los despertaban temprano. Y al final lo dejaron crecer, así algún día daba flores.

Carlitos no podía dejar de pensar en Victoria. La había perdido hacía tan poco... Los resoplidos de la locomotora en la distancia, despidiendo chorros de vapor por los costados, le traían otro triste recuerdo, esta vez de su infancia. Sin embargo, ambos pensamientos se cruzaban. El viejo tren que había traído el cuerpo de su madre desde Constitución, para llevarla en carruaje hasta el cementerio, cuando él apenas tenía diez años, parecía estar ahí otra vez. Ahora, se había ido su compañera. Y sintió que la vida le hacía transitar de nuevo lo que había pasado su padre. Estaba solo, con sus hijos, y la casa que habían soñado juntos ya se sentía demasiado grande. Miró por un instante al “caracol”, en el frente de su casa. Ese caminito que había hecho con ladrillos revocados, y que sus hijos, jugando, recorrían una y otra vez de afuera hacia el centro; y al revés, para salir. Y aflojó una sonrisa. El estruendo del silbato del ferrocarril, de repente lo sacó de sus pensamientos. Y el humo volvió a avanzar lentamente sobre el horizonte, con el arranque pesado de la formación. Seguía camino, quizás a Glew o San Vicente. El viaje, como la vida, continuaba. Y Carlitos pensó en los chicos. ¿Cómo serían los años que venían? Apenas podía pensar en el día a día en aquel momento. Quitchi ya no iba a retomar el secundario y se estaba ocupando de la casa. Chichita definiendo su futuro, todavía no sabía qué carrera estudiar. Y Juan... estaba en Tandil, en pleno servicio militar. Pero el vasco recibía a los clientes y se arreglaban para no perder trabajos.

Hasta había aprendido a hacer algunas cosas en el taller, los fines de semana. Porque las cuentas habían quedado en rojo. Era otro punto de inflexión en su vida, pero como otras veces se iba a salir adelante. Se tenía que salir. Como el caminito caracol. Sintió el silbido del viento entre las ramas de la magnolia. Volaron algunas de esas grandes hojas alrededor suyo, y casi se le escapa la boina. Lo rodeó un rico aroma. Giró sobre sus talones y enfiló para el fondo. El mate ya estaba vacío hace rato, pero más que nada quería ir a buscar una silla de la cocina. Para alcanzar algunas de esas flores de magnolia, gigantes y de dulce olor a limón, que habían empezado a aparecer por primera vez. Y con las que seguramente a Victoria le hubiese encantado perfumar toda la casa. Los últimos años de la década del 50 se caracterizaron por momentos tristes, con la despedida no solo de Victoria Casullo, su madre y su abuela, sino también la de Faustina y José Collazo. Y la muerte de Ezequiel Barzola; seguida, pocos años después, por la de su esposa Marcelina Olmedo. Se iban así los protagonistas de todo un período de esta historia. Pero las familias tendría también su primavera. La llegada de los años sesenta traería, poco a poco, cambios que significarían una ansiada vuelta de página. Que cada uno de los descendientes pronto empezarían a “escribir”.



VIII. L o s s e s e n t a DORITA Y JUAN Dora Collazo y Juan Carlos Apecetche habían cursado coincidentemente el primario en el mismo colegio (la vieja y la nueva escuela Nº 9), pero con siete años de diferencia. Terminada la primaria, Juan había seguido en el Otto Krause y, al egresar con el título de electrotécnico, estudió ingeniería durante un año en La Plata. Luego fue convocado al servicio militar, por lo que dejó los estudios. Dora por su parte, al finalizar el primario, cursó en una Escuela Técnica Femenina de Lomas de Zamora. Después de un año de soldado, Juan regresó definitivamente a casa. Notoriamente cambiado. La rutina de la colimba y, sobre todo, lo que le daban de comer (que odió durante toda su estadía) lo habían llevado a adelgazar casi 25 kilos. Pronto retomó la rutina del taller. Pero ahora eran dos. Él bobinaba y hacía la mecánica, y Carlitos le sacaba el alambre y hacía los moldes de las bobinas en madera. Fueron ganando clientes y los “nuevos socios” tuvieron gran éxito. Incluso una vez un colega le pidió a Juan que le preste a su papá, porque le gustaba su prolijidad para trabajar. Pero Juan no cedió. En paralelo, Carlitos consiguió jubilarse en aquellos años. Aunque hasta mediados de la década del 60, la edad jubilatoria había sido a los 53 años, para entonces se había corrido la noticia de que se subiría la edad a los 55. Carlitos, ya con la edad justa, se había apurado a pedir todos los papeles en las oficinas de Aguas Corrientes e iniciado el trámite. Juan Carlos Apecetche. Cuando empezó la colimba, y un año después.

Los Apecetche en la playa hacia 1963. Juan mantendría el pelo corto estilo colimba varios años. Abajo, junto a Julio Faga (amigo de Carlitos) y familia. A Carlitos finalmente le aprueban los trámites de la jubilación.

Dorita, entre los Entre sus estudios en capital, los de La Plata y el año de servicio militar que vivió en años 1965 y 1969. Tandil, Juan se había alejado del contacto con la gente de su barrio. A su regreso, tuvo que acostumbrarse de nuevo al vecindario, a caras nuevas y a quienes conocía de vista pero habían cambiado un poco en ese lapso de tiempo. O quizás, como alguien en especial, habían cambiado bastante. Aunque Juan y Dora ya sabían uno del otro, como vecinos, al reinsertarse al día a día en Longchamps, él se sorprendió un día al verla pasar por la puerta de su casa después de tanto tiempo. Esa vecinita, hija de los Collazo, ahora era toda una adolescente. A Juan le pareció atractiva, y por su altura calculaba que ya era toda una mujercita. Comentó algo sobre ella con sus hermanas, Quitchi y Chichita, a lo cual ambas respondieron “¡¡Tiene 14 años!!”, con tono de advertencia. Dora quizás se sentía un poco intimidada por Juan, y “por las dudas” (aprovechando que casi no tenían contacto) nunca lo saludaba. Intercambiaba el saludo sólo con su padre Carlos, cuando pasaba por la vereda de Boulogne Sur Mer, generalmente acompañada por su hermana Celia. Una vez Juan se asomó a saludarla repentinamente desde atrás del cerco, mientras ellas pasaban de casualidad. Esa vez no le respondió del susto que se dio y siguió caminando. Pero... era cuestión de tiempo que alguna situación los cruzara definitivamente. Fue así que en 1966 se jubilaba una maestra que ambos habían tenido en común en la escuela, en primero inferior, la señora Sara Ramos de Castroagudin. Se organizó una reunión por tal evento hacia mediados de año y Dora se enteró a través de su profesora de piano. La reunión se realizaría en el piso superior de la casa vecina a lo que hoy es una herrería, al 18.150 de Hipólito Yrigoyen, en Longchamps. La señora Seisdedos le pidió que avisara también a Juan, ya que sabía que él era otro ex alumno de la vieja maestra. Sin embargo, Dora no cumplió en informarle de la reunión porque como no lo saludaba, ¿cómo iba a presentarse en su casa para invitarlo a tal evento? Así que asistió ese día pensando que no lo iba a encontrar allí.

Una vez llegados todos los invitados, Dora se sorprendió al verse cara a cara con Juan, La joven pareja hacia que a través de su hermana Quitchi (también ex alumna de Sara y compañera del primario finales de los años 60. de Celia) había estado siempre al tanto del encuentro para homenajear a la maestra. Fueron solo cuatro los viejos alumnos presentes ese día, y los ubicaron en la misma mesa. Finalmente Dora y Juan terminaron charlando y entrando en confianza. Terminada la reunión, él se ofreció gentilmente a llevarla de regreso en su primer auto: un Renault Dauphine blanco, modelo 62. Así, la acompañó hasta la casa de los Collazo. Y Dorita le contó a su padre que la había traído “el chico de Apecetche”. A partir de entonces comenzarían a saludarse cada vez que se cruzaran por el barrio. Y con el correr del tiempo, finalmente organizarían una salida juntos. En uno de esos primeros paseos por las calles del barrio, Dora le preguntó qué debería decir si se cruzaban con alguien conocido. Cómo lo presentaba. “¿Le digo que somos novios?”, consultó para ponerse ambos de acuerdo, a lo que Juan respondió afirmativamente. Años después, diría que ella aquél día “lo apuró”.

YRIGOYEN 17621 Dora Collazo y Juan Carlos Apecetche se pusieron oficialmente de novios en septiembre de 1966. Antes de poner fecha de casamiento, empezaron a buscar algún terreno para comprar y, a futuro, empezar a construir su propia casa. En la vidriera de la inmobiliaria del Sr. Funes, encontraron uno que se ubicaba sobre la avenida Hipólito Yrigoyen al 17600. Quedaba del otro lado del barrio y estaba sobre una calle colectora, de tierra, paralela a la avenida; separadas ambas por un profundo zanjón. El lugar era parte de un gran terreno utilizado hacía años para un criadero de chanchos, Pensando en y luego subdividido. A Dorita y a Juan les gustó de entrada porque estaba cerca de la casa casamiento, de los Collazo. Cuando lo fueron a visitar, se entusiasmaron. El lote se veía amplio. Detrás empezaron a del alambrado, hacia la izquierda, había un álamo. Unos metros más hacia la izquierda, planear la casa. lindaba con otro terreno que tenía una casilla. Y a su derecha, con la casa de la esquina. Los convenció y se decidieron. Se lo compraron a un hombre que no había terminado de pagarlo, hacia 1968. Así, durante Un día, Dorita y Juan encontraron en el diario Clarín el plano de un departamento en los siguientes años, viajaron todos los primeros viernes de cada mes hacia capital federal, venta que les gustó. La distribución de la cocina, baño y lavadero giraba alrededor de la a abonar las cuotas en una escribanía. En una libretita les irían descontando los pagos, ubicación del termotanque. Esto permitía que siempre hubiese agua caliente rápido, hasta terminar de saldar la deuda. al evitar las largas cañerías. Le contaron la idea a un constructor, quien les aconsejó algunas mejoras, y les propuso ubicar la vivienda en la planta alta para tener abajo un Juan, trabajando por su cuenta, no cobraba un sueldo fijo. Así que sacaba siempre de garage y dos locales, que podrían alquilar algún día. Les dio la idea de la forma del “la caja”, donde iba juntando, lo que necesitaba. Su papá les prestó gran parte del monto balcón, y de cambiar el techo de chapa que tenían en mente, por un estilo tipo chalet, inicial del lote y la pareja empezó a pagar las cuotas restantes, mientras le iba devolviendo con tejas. Esa sería la construcción inicial, dejarían para más adelante extender ambas el dinero. También comenzaron a ahorrar para arrancar la construcción. Y talaron el plantas hacia atrás. Pero no demasiado, ya que el fondo no era muy extenso. árbol, entre Juan y su papá Carlitos, como puntapié inicial para preparar el terreno. Por el momento, los vecinos más cercanos vivían en una casita a mitad de cuadra. En el invierno del 68 los novios se comprometieron y se hizo inminente la futura boda.

La gran familia festejando el compromiso en casa de los Collazo. (1968)

Dorita y Juan se casaron en el viejo registro civil de Longchamps, en el verano de 1969. No quisieron hacer una fiesta, así que organizaron una reunión con los más íntimos en casa de los Collazo. Su viaje de “mieleros” fue a San Carlos de Bariloche; y viajaron en tren, una costumbre muy común por entonces. Pasaron la noche de bodas en el Constitución Palace para estar listos, temprano, a abordar su camarote en la estación de ferrocarril, justo enfrente.

Postales de los mieleros En la ciudad patagónica, se alojaron en un residencial céntrico, que consiguieron gracias en su viaje a San Carlos a don Ramón Rocha, aquel vecino que le explicaba a Juan, de chiquito, las señales de Bariloche. ferroviarias. Le habían pedido que les encontrara algo bueno y económico, y así lo hizo. La luna de miel duraría tres semanas. Una prima de Dorita, con su familia, vivían en la ciudad y a su llegada los pasaron a buscar para almorzar: un rico chivito al asador (menú que se repetiría en la despedida). Con ellos hicieron algunas excursiones, y todavía no saben cómo entraron todos en su Renault 4. Continuando con la estadía, una mañana se encontraron con el primo de Juan, Herbert “Bebe” van Domselaar. Él los invitó a visitar la obra en construcción de un amigo suyo, que estaba desarrollando una discoteca que imitaba una mina de carbón. Habían conocido al que luego sería el famoso boliche Grisú. A su regreso de Bariloche, los recién casados suscribieron un crédito de ahorro y préstamo del Banco Provincia, con el que empezaron la construcción. Mientras tanto, vivirían durante cuatro años en casa de Angélica Barzola.



QUITCHI Y MARITO Patio de Carlitos: el vasco rodeado por la joven pareja y Juan Carlos. El Renault Dauphine, modelo 62, había sido un vehículo que Carlitos compró para sus tres hijos. Su tío Leandro Irigaray les había enseñado a conducir y vivían arriba del auto casi todo el tiempo. En aquellos años era poco común que dos chicas manejaran y las Apecetche se habían destacado por hacerlo muy bien. Una noche de 1965, Quitchi había sido invitada a una fiesta de quince y fue con el auto. No conocía casi a nadie en la reunión, pero enseguida la invitó a bailar un chico que se presentó como Mario D´Ursi. Se divirtieron y hablaron durante toda la noche. Tenían un tema en común con este muchacho de anteojos, él también tenía un Dauphine, rojo con techo blanco. Al retirarse, Mario la invitó gentilmente a ir a una quinta el sábado siguiente a festejar el día de la primavera. Quitchi aceptó, y fueron en el auto de ambas con su hermana Chichita. Causaron gran revuelo al llegar manejando. Sorprendieron a todos y pronto se las conoció como “las chicas del Renault”. Desde entonces, Quitchi y Mario iniciaron una amistad y él empezó a visitar bastante seguido la casa de los Apecetche. Con la excusa de llevar motores para arreglar a Juan, llegaba y se ponía a charlar con todos, pero especialmente con la menor de la familia. Al principio, Juan no notaba la preferencia y lo tomaba como una visita de vecino. Mario se había hecho un amigo de la casa, e incluso de Blanca, la prima de los hermanos Apecetche. Un día este apareció y Juan se tenía que ir, entonces le comentó a su padre, apesadumbrado, que era una pena que lo tenga que dejar solo justo cuando recién había llegado. Carlitos lo miró muy sorprendido a su hijo y le respondió: “¿Y qué? ¡Viene por Quitchi!”. Quitchi y Mario se siguieron viendo en los meses siguientes, pero no pasaban de ser amigos. Quitchi esperaba que se le declare... pero nada. Hasta que llegó el fin de año, y los Apecetche se fueron a pasar las fiestas y todo el mes de enero a San Clemente.

Quitchi y Mario paseando Se hizo larga la espera pero, al regreso, “Marito” los visitó para saber cómo les había ido. en bici, capturados por la Quizás no fue oportuno que Quitchi le comentara que había conocido a un chico en la cámara de Juan. playa, pero sirvió para que él se decida y rápidamente le proponga ser novios. Y ella no lo dudó. Lo más difícil iba a ser, en realidad, “pedirle la mano” al vasco. El pretendiente no se animaba. Las hermanas decidieron organizar una cena. Justo aquella noche de 1966, Juan Carlos se iba a visitar a Dorita, así que no se enteró del motivo real de la reunión. El “plan” pergeñado por las Apecetche. Todo transcurrió como cualquier comida y sin mayores novedades. A Mario le venía costando encarar el tema. Entonces Quitchi y Chichita decidieron servirle una copita de caña paraguaya, fuertísima, que le había regalado un cliente a Juan. Y ese trago le dio el empujón que necesitaba, obteniendo la aprobación total del vasco a la pareja. Dos años después se comprometieron y empezaron a planear el casamiento. Mientras, Quitchi decidió dedicarse a los tejidos y empezó un curso. Su prima Blanca ya venía en ese emprendimiento y la asesoró. Carlitos le compró una máquina de tejer eléctrica con los accesorios, y le construyó una mesa para sujetarla, más un mueble con estantes para guardar las lanas devanadas. Ya tenía todo, y lo convenció a Mario de ser el encargado de la búsqueda de clientes, las compras y las entregas. Ella se ocuparía del diseño y la confección. Solo faltaba el nombre. Pensaron, y finalmente eligieron llamarse “Quichimar Tejidos”. Les fue muy bien y llegaron a tener dos locales, en Longchamps y Adrogué. Mario había perdido su trabajo por la colimba, pero luego consiguió uno mejor. Y con la ayuda de los tejidos, fueron comprando muebles y electrodomésticos. Pero faltaba lo principal: la vivienda. Y entonces Carlitos les ofreció mudarse a su casa, terminando de construir un departamento que ya estaba a medio hacer, justo detrás de la casa de él. El vasco contrató a dos albañiles y se puso manos a la obra.

Y fijaron fecha de casamiento en 1971. Después del civil, hubo una ceremonia en la iglesia de Longchamps donde los casó el padre Antonio, de quien Mario había sido monaguillo de chico. Además de sus palabras sentidas, tuvieron un Ave María en vivo, en la voz de una las antiguas profesoras de Quitchi. Su papá organizó un lunch, de La Espiga de Oro, y un brindis con champaña, para que la “nena” salga de su casa ya casada. Le siguió un almuerzo para 25 invitados en casa del novio, para lo cual venían cocinando hacía dos días. Chichita, la madrina de la boda, había estado a cargo de la ensalada de frutas, mientras Juan ponía el disco de la marcha nupcial y Quitchi ensayaba la entrada del brazo del padrino, su cuñado, caminando por la galería de la casa de Carlitos. La noche de bodas fue en el hotel Cosmo, de Constitución, y de ahí viajaron a su luna de miel en Villa Carlos Paz, en su Renault 4. Después de sacarle las latas que tenía atadas, partieron pasando primero a visitar a un amigo fotógrafo que había tomado todas las imágenes del evento, y tras una larga noche tenía ya todo revelado. Desayunaron una chocotorta y se llevaron las fotos listas a pocas horas de la boda, ambas cosas toda una novedad por entonces. Diez días después, regresaron a estrenar el departamento. Pero Carlitos no sabía cómo Los novios durante decirles que aún no estaba terminado. Los albañiles cada vez que el vasco les pagaba, los años 1969 y 1970. se emborrachaban y desaparecían por dos días. Y todo se había atrasado. Así que se las arreglaron para acomodarse en la casa de adelante. Y hubiesen dormido hasta tarde al otro día, cansados por el viaje, a no ser por el tocadiscos que empezó a sonar a todo volumen a las 9 am. Cuando Juan Carlos los despertó de golpe, dando un salto en la cama con las trompetas de la Marcha Triunfal de Aída. Se dice que casi lo matan. Finalmente el departamento del fondo estuvo listo para ser estrenado. Allí vivieron durante ocho años. Mientras empezaban a construir una casa de cero, del otro lado de las vías. Cada tarde a las cinco se hizo un ritual ver la novela en la tele, en casa de Carlitos. Él dejaba lo que estaba haciendo y Quitchi abandonaba los tejidos, y se ponían a tomar mate con buñuelos. Un manjar para el vasco. A veces cocinaban una torta. Una hora después, puntual, Juan dejaba el taller y se arrimaba, pero con un café. Y la tertulia seguía un rato más.

Postales de Quitchi y Mario hacia 1970.

LA LICENCIADA Cuando llegó la década del 60, Chichita todavía no se decidía sobre qué carrera seguir, terminado el secundario en la Escuela Normal Mixta, de Lomas de Zamora. Le gustaba la química, y siempre había querido estudiar ciencias y dedicarse a la investigación, pero también tenía intenciones de estudiar para dentista. Su hermano Juan Carlos también se había interesado por todo lo relacionado con las mezclas y las reacciones, en su “laboratorio” del fondo, pero finalmente se había decidio por la electromecánica, atraído por el trabajo a la par de don Giorgio y, tras la muerte de su madre, para ayudar a afrontar las deudas. Chichita se sentía fascinada por lo que su hermano le contaba sobre los experimentos Las hermanas Apecetche en 1969. que hacía en el Otto Krause, y las ecuaciones que simbolizaban las diferentes reacciones químicas. Así que él la aconsejó para definir su carrera, y finalmente Chichita se anotó Después de los primeros cuatro años obtuvo el título de Químico, y decidió especializarse para comenzar la carrera de Doctorado en Química en la Facultad de Ciencias Exactas en Química Industrial. A fines del 66, recibida de licenciada, se fue junto a treinta de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). compañeros de promoción y un profesor a Europa. Se financiaron casi todo el costo del viaje con la venta de paladio, metal precioso que fueron recuperando de catalizadores Es más, en una oportunidad después de mucho estudiar la materia Fisica II (Electricidad usados, durante tres años. y Magnetismo), Chichita no se animaba a presentarse a rendir, sentía que no sabía lo suficiente. Su hermano la había ayudado explicándole temas en lo que él era un experto, Para muchos la carrera finalizaba obteniendo esa Licenciatura, pero Chichita quería así que la incentivó e incluso la acompañó a rendir ese día a la facultad. Como aquél dedicarse a la investigación, y para eso culminó la carrera con una Tesis de Doctorado. primer examen de Chichita para entrar al primario. Juan, esta vez, la esperó afuera. A fin de poder hacerla, hacia 1968 aplicó y ganó la Beca de Iniciación a la Investigación del CONICET. Por entonces, se fue a vivir La Plata. En el transcurso de su carrera también Y Chichita, a pesar de los nervios, aprobó. Tuvo una exitosa carrera universitaria gracias hizo docencia. Comenzó como ayudante en una cátedra y en los años de la Licenciatura fue al apoyo de su padre y de sus hermanos, sin los cuales no hubiera podido hacerla. Jefe de Trabajos Prácticos en la materia Procesos Químicos Fundamentales. En esa materia, Su hermana Quitchi la esperaba todos los días con la comida lista cuando hacia mediodía sería designada más tarde Profesor Ajunto. volvía de las clases matutinas en La Plata y tenía solo 15 minutos para tomar el tren de vuelta, y así asistir a las clases de la tarde.

Carlitos y Quitchi, despidiendo a Chichita antes de su partida a Europa. Transatlántico Giulio Cesare, puerto de Buenos Aires. (1965) Chichita con su prima Blanca Apecetche. (1969)

El vasco a finales de los 60, en foto carnet. Carlitos, Quitchi, Chichita, Dora (con pancita), Almuerzo en vacaciones y dos momentos en el Mario y Blanca, retratados por Juan Carlos. frente de la casa de Boulogne Sur Mer 1371.



VIII. Los años 70 Los vascos, a la derecha, acompañados por sus familias. Detrás el Rambler. (1974) ESTEBAN Y CARLITOS Mariquita Apecetche, hermana de Esteban y Carlitos, siempre había tenido una acción disociativa entre varios integrantes de la familia, especialmente entre sus hermanos. Aunque eso no los había hecho enemistar, sí habían dejado de frecuentarse con el tiempo. La enfermedad de Victoria Casullo fue un momento en la vida de los dos vascos en que comenzó a borrarse la barrera. Tras su muerte, poco a poco volverían a juntarse, ellos y sus hijos. Desde entonces comenzaron a invitarse a los bailes en sus casas (los “asaltos”), salir juntos, ir al cine e irse todos de vacaciones. El fallecimiento de Mariquita, hacia 1970, consolidó la unión definitiva entre los dos hermanos. A principios de los 70, Dora, Juan, Quitchi y Mario, alquilaron chalets o departamentos en común, e invitaron a Blanca. El destino era la costa atlántica, los clásicos: San Clemente, Santa Teresita. En aquellos años, se hicieron asiduos visitantes de las playas bonaerenses. Esteban Apecetche había tenido varias casas rodantes para pasar el verano, e incluso se había comprado un Jeep IKA, modificándole el motor para poder tirar de una de éstas hacia la costa. Hasta construyó un trailer, que remolcaba con un enorme Kaiser Carabela, que tragaba nafta a rabiar. A este le siguió un Rambler, también de gran porte. Llevaba una casilla desarmada de madera, con techo de lona a dos aguas, instalándose todo el verano cerca de los médanos, en las afueras de San Clemente. Era una casilla grande y una vez llegaron a cenar bajo ese techo 12 personas. Tardaban como tres horas en armarla. Incluso hacían un pozo para obtener agua. Allí pasaban los tres meses de vacaciones, rotando entre varios integrantes de la familia. Y dedicándose Esteban a su pasión: la pesca.

Hacia 1981, su médico le recomendó que evite los esfuerzos, para cuidar su salud, y que si pescaba fuera “dentro de un balde”. Esteban hizo caso omiso a esos dichos, y se dedicó a disfrutar de la pesca hasta el último de sus días, cuando sacar del mar una raya grande le costó demasiado caro. Falleció en la arena de aquella playa a los 72 años. Carlitos compartía ese fanatismo con su hermano y lo había acompañado muchas veces en sus aventuras, incluso llevándole la pesada caja metálica de pesca a través de los médanos. La había optimizado, sacando un montón de cosas de más que Esteban llevaba “por las dudas”: carretes, plomadas, posa cañas de hierro, casi todo hecho por él mismo en su taller. Pero después de aquella tragedia no quiso volver a pisar más ese mismo balneario de la ciudad de San Clemente. Los hermanos Apecetche en los veranos a pura pesca, y el Rambler con el que llevaban el trailer hasta la costa.

BLANCA Y TATO Hacia 1970, Blanca Apecetche y una de sus hermanas tenían también su negocio en casa. Con la entonces popular máquina de tejer eléctrica Knittax, hacían prendas a medida, y también vendían lana. Contiguo a la casa, había un local que la familia le alquilaba a don Oporto, quien tenía su taller mecánico ahí hacía años. Oporto, alias “Varón” (porque tenía un hermano apodado “Macho” y no habrán querido que él se sintiera menos), siempre le decía a Blanca que un día le iba a presentar a su sobrino Jorge “Tato” Corti. Ya parecía que lo decía por decir, pero un día Tato se acercó hasta el taller para hacer revisar su Fiat 600. El mecánico la llamó a Blanca, y los presentó ahí nomás, en la puerta de la casa. Tato era un muchacho alto, de 1.83, empleado de oficina en la famosa fábrica de galletitas Terrabusi. Blanca y Tato en sus veranos en la costa atlántica.

Pasó un tiempo, y una vez ella estaba trabajando con su máquina de tejer frente a una ventana que daba al taller, cuando de repente se asomó Tato. La sorprendió su aparición, pero más aún que desde el otro lado le propuso salir juntos, alguno de los próximos días. Blanca aceptó, y quedaron para el sábado siguiente, a la noche. Él la iba a pasar a buscar con el “Fitito”. Sin embargo, ella esperó... y nada. Una semana después, Tato apareció y se disculpó porque había estado engripado. Y sin teléfonos, por entonces, no podía avisarle. Se pusieron de acuerdo para la siguiente semana, en una cita frente al Colegio Nacional de Adrogué. Él prometió no volver a dejarla esperando en vano. Esta vez, Tato cumplió. Y esa noche de 1972 empezaron un noviazgo de tres años, que los llevaría a casarse en la parroquia Inmaculada Concepción de Burzaco. Blanca siempre le diría que aquella primera vez la había dejado “plantada” porque esa noche peleaba Carlos Monzón para defender su título mundial. El evento, donde el boxeador argentino noqueó al danés Tom Bogs en el quinto round, había paralizado a gran parte del país por la televisión. Tato lo negaría una y otra vez, pero ella estaría muy segura de que ese enfrentamiento en el ring había motivado el faltazo. Por suerte, esa discrepancia nunca fue motivo de una pelea. La pareja de vacaciones en la costa a mediados de la década del 70.

Carlitos dando una En el centro, los recién casados por civil. A la izquierda, mano con las tortas Esteban Apecetche, papá de Blanca. Detrás de Tato, sus en el festejo por el padres. Y a la derecha de ellos, el tío de la novia, Carlitos. civil de Blanca y Tato. Blanca, de blanco. El vestido con el que entró a la iglesia de Burzaco. (1975) Blanca en sus veranos de playa. (1975)

Blanca y Tato en los clásicas veranos juntos. Junto a Dorita y sus hijas en 1975. Blanca y Dorita a principios de la década del 80.

LOS PRIMEROS NIETOS Esteban y sus hijas Olga y Mabel Hacia finales de la década del 50, empezó a nacer una nueva generación en la gran familia. con Nora. (1957) Esteban Apecetche y Luisa Faga debutaron como abuelos en 1956, con Nora, hija de Olga y Luis Merlo. En 1961, nació su hermana Diana. Luis había sido trabajador del Esteban (hijo) en ferrocarril Roca y después fue colectivero. su motocicleta. Los siguientes nietos fueron Rubén (1962) y Viviana (1967), hijos de Ana y Rubén Gastón Barros, Vivardo, operario de la fábrica de tejeduría Tasa. Luego sería también colectivero. hijo de Mabel. (1980) Mabel estaba casada con Hugo Barros. En los 60 tuvieron a Alberto, Marcela y años después a Gastón (1976). Hugo fue toda su vida marroquinero y trabajaba por su cuenta. En 1969 les dio nietos Esteban, con el nacimiento de Fernando; y en 1974 con Adrián. Esteban también era chofer de colectivo y estaba casado con Alicia Iglesias. Luisa Faga falleció en 1966 a los 53 años. Llegó a conocer solo a sus primeros nietos. Mabel, con Olga Luisa y Esteban con Blanca, y su hija Nora. en la vereda de Av. Espora Al lado, Esteban. 1576. A cada lado: Mabel y Ana con sus hijos y el Jeep .

Del lado de los Collazo, tras el casamiento de Celia, debutaron como abuelos Angélica y Carlos: en 1966 nació Claudia. Seguida cuatro años después por María Angélica. Pero los nuevos integrantes de esta parte de la familia, apenas empezaban a llegar. Mientras Dora y Juan Carlos vivían en casa de los Collazo y avanzaban la construcción de su casa sobre la avenida Yrigoyen, nació su primera hija, Carolina. Fue también la nieta pionera de Carlitos. Cuando la pequeña cumplió un año, en el terreno de Yrigoyen 17.621 ya estaba terminada la loza. En 1972, nació la segunda hija del matrimonio, Florencia. Por entonces, el monto del crédito les alcanzó justo para pagar el techo. El crecimiento de la inflación en el país había sido alta. Además, había cambiado el signo monetario en el medio. El Peso Moneda Nacional había sido reemplazado por el Peso Ley. Carolina, la primera nieta del vasco y la tercera de los Collazo. (1970-71)

Llegada de Florencia a la familia Apecetche. Carlitos orgulloso junto sus nietas. Angélica y Carlos Collazo junto a sus hijas y sus primeras nietas: Carolina, Claudia y María Angélica. (1971) Derecha: Collazo y Apecetche con Carolina, en su primer año.

En esa época, Dorita y Juan se mudaron a casa de Carlitos Apecetche, quien les cedió su cuarto. El vasco pasó a dormir en la habitación de adelante. La galería, usada hasta entonces de living, fue el nuevo comedor. Detrás de la vieja casa, vivían todavía Quitchi y Mario en el departamento. Cada uno en su hogar pero eso sí, los miércoles por la noche Dorita hacía unas pizzas exquisitas e invitaba a todos. Y se convirtió en un ritual. En 1974 nació el primer hijo de los D´Ursi, Fernando. Habían decidido esperar por lo menos tres años sin chicos, para poder viajar de vacaciones. Sin embargo, siendo padres siguieron saliendo de viaje igual. Y en 1978 llegó Mariana. Así, de chiquitos, Carlitos convivió con sus primeros nietos. “El Tata”, como lo bautizaría Fernando. En estos años se produjo el casamiento de Waldo Fortuño con Marta Chanaday. Embarazo de Quitchi, en el verano de 1974. Fernando D´Ursi en sus primeros meses. Derecha: Mariana D´Ursi en la panza. / Primer año de Federico Apecetche, con Mariana de 1 mes en brazos de mamá y Fernando Corti a upa de Blanca. (1978)

Quitchi con Mariana Los hermanos Javier, Mariano y Fernando Corti. en Córdoba. (1978) Mario y su primer hija. En el verano de 1975, Dora, Juan y sus hijas al fin pudieron instalarse en su casa a (1979) estrenar y empezaron a amoblarla. Ojeando revistas como La Mia Casa, fueron eligiendo materiales y diseños. Hacia 1976 construyeron la loza de la terraza, a la cual Carlitos le Federico en hizo una baranda de ladrillos decorativos. Abajo levantaron las paredes de los locales y Villa Gesell pusieron las cortinas metálicas, el portón y las puertas. La casa estaba casi lista y el crédito con Dorita. lo terminarían saldando ocho años después de obtenido. Y un año después, en el 77, (1978) llegó a estrenar la casa un nuevo integrante: Federico. El año anterior, en 1976, había nacido Fernando Corti, el primer hijo de Blanca y Tato. Sobre el final de la década llegó justito su hermano Javier; y abriendo los 80, Mariano. 1976 también fue el año en que Celia Collazo se fue a vivir a Córdoba, luego de separarse. Vivió en Bialet Massé para después mudarse definitivamente a Cosquín. En 1979 nació su tercera hija, Elizabeth, fruto de su segundo matrimonio.

Federico en familia, junto a su padre, hermanas y abuelos. En su casa recién estrenada y de vacaciones en Lobos. (1978-1979) Fernando D´Ursi pedaleando en su triciclo por el patio del abuelo. (1979)

Los primeros nietos de Carlitos Apecetche y Angélica Barzola, nacidos durante la década del 70.

EL ADIÓS A COLLAZO Vacaciones en Villa General Belgrano Carlos Collazo se había jubilado de su trabajo en Alpargatas en 1965. Por aquellos años, con Angélica, en los su exposición constante al polvo de los telares que flotaba en el lugar de trabajo ya había años 60. empezado a afectar sus pulmones. El neumonólogo que lo atendía le había advertido: “Collazo, por cada día que usted trabaje no va a dejar solo el esfuerzo en la fábrica, va Asado de despedida a perder un día más de vida”. Finalmente, Carlos logró retirarse antes de la edad de de la fábrica junto a jubilación de entonces por “discapacidad”. No quiso hacerle un juicio a la empresa y, compañeros de en cambio, consiguió que esta le reconozca dos años más de sueldo, como si continuase Alpargatas. trabajando. Por entonces tenía 51 y tener que dejar su puesto le resultó duro. Carlos había abandonado el tabaco a mediados de la década del 50. Tras regalar todas las cajas con paquetes de cigarrillos que guardaba sobre su ropero. Hasta entonces fumaba sin descanso, incluso se dormía con un pucho en la mano. Y se levantaba con otro. Pero con el tiempo los trastornos pulmonares se hicieron evidentes. Una vez habían ido a ver un espectáculo de unos acróbatas en el obelisco y cargó en cada hombro a Dorita y a Celia. El esfuerzo luego le afectó tanto que lo atribuyó al tabaquismo. Carlos Collazo en su cédula de identidad. (1964)

Pasaron nueve años y en 1974 internaron a Angélica en el hospital Gandulfo, de Lomas de Zamora, para operarla de la vesícula. Escaseaban los medicamentos, y su esposo anduvo de un lado para el otro tratando de conseguir lo que los médicos le habían recetado. Era pleno invierno, hacía mucho frío, y eso no le hacía nada bien. Carlos Collazo estaba enfermo de enfisema pulmonar para entonces. Las partículas de los telares en la fábrica donde trabajó y el haber fumado gran parte de su vida, le pasaban factura. Como si fuera poco con la internación de Angélica, por esos días se perdió el perrito que tenían por entonces, llamado Chiquito. Carlos, además de todo lo que había estado haciendo, lo busco incansablemente. Cuentan que una tarde recorrió todos los rincones del barrio en su bicicleta. Esa noche, fue invitado a cenar a casa de los Apecetche. Agradeció pero decidió pasarlo a solas. Al otro día, ya no se veía bien, y pronto terminó internado en el hospital Muñiz, mientras su esposaba continuaba aún en el Gandulfo. Carlos Collazo falleció en aquella circunstancia, por una complicación respiratoria, y no se pudo ver por última vez con Angélica. Fue la despedida de aquel descendiente de inmigrantes gallegos, nacido en un conventillo del sur porteño. Arriba: Carlos Collazo junto a Angélica. (1969) Rodeado de sus nietas Carolina, Claudia y María Angélica. (1971)

El legendario LOS AUTOS Renault Dauphine de los años 60. El Dauphine fue el primer auto que compró Carlitos, allá por 1965. Era modelo 62, blanco tiza, con una línea azul en cada lateral y una vertical en su capot. La idea de El Rambler 65 conducir no le interesaba. Había tenido una mala experiencia de chico en el auto de su y la Veraniega, tío Fernando Harguindeguy, en unas vacaciones en su tambo en Glew. Incluso a fines de de acampe. los años 40 le habían ofrecido al personal de Obras Sanitarias la compra de jeeps de Juan al volante. rezago de la segunda guerra. A la oficina trajeron uno flamante y salieron a probarlo, pero a Carlitos le pareció incómodo. Así que el Dauphine convirtió en el vehículo que empezaron a usar los hermanos Apecetche para sus salidas. Con este también se irían durante el verano de vacaciones a la costa. Una vez, desplazándose los tres por la ruta 4, el auto resbaló, perdieron el control y volcó de costado, sobre una zanja. Repitiendo la historia de Jean. Gracias al impacto en el agua, salieron ilesos, pero el auto quedó un poco aplastado de un lado. Fue remolcado y lo siguieron usando, por el barrio, hasta su venta. A fines de 1967, Carlitos había intentado comprar un Gordini 0km. Alertado de que pasaba “algo raro”, retiró el dinero del anticipo y se salvó de una posible estafa. En esa época, Juan Carlos soñaba bastante con comprarse una casa rodante. Pero su padre le decía que primero se compre el auto. “¿O la vas a remolcar con un caballo?”, bromeaba. En el 76, Juan finalmente se compró un Rambler Cross Country, modelo 65, color claro. Era tan largo que parecía una ambulancia. Y los pequeños Apecetche sentían que iban en una de ellas. Viajar en aquel Rambler era toda una experiencia. La parte trasera del auto, en plena ruta, era casi un caos. No se usaban cinturones de seguridad en esa época, y eso alimentaba el desorden entre los más chicos.

Con ese auto, Juan cumpliría su deseo de tener una casa rodante. Remolcarían una de Los pequeños Apecetche de 3,50 metros, de color celeste azulado, comprada en 1979. Su nombre pintado en el camping con la casita rodante. lateral: Veraniega. Con antecarpa incluída, para armar como ambiente secundario en los Carlitos a cargo del asado. campings, los acompañaría por 30 años, en viajes a Tucumán, Misiones y durante 10 años a la costa atlántica. A mediados de los 80 la pintarían de blanco. El Rambler Cross Country después del El Rambler fue protagonista de varias anécdotas. Una vuelta camino a Tucumán, habían accidente, al costado decidido visitar a Celia, cuando pasaron por Córdoba. Dora guiaba con el mapa, pero de la vieja avenida. parece que los anteojos de sol la hicieron confundir las rutas y terminaron subiendo con la casa rodante por el cerro Pan de Azúcar, sin saberlo. El camino comenzó a hacerse difícil, por el peso que arrastraba el auto. Los que bajaban comenzaron a hacerles señas, para que no avancen, hasta que los Apecetche se dieron cuenta. Dar la vuelta era imposible, no daba el ancho del camino. Afortunadamente, un lugareño que pasaba decidió ayudarlos y los guió hasta su casa en el cerro, donde abrió el portón para que el Rambler pueda maniobrar y volver en el sentido contrario. Así lograron pasar el mal trago. Otra prueba superada del Rambler eran los cumpleaños. Durante el jardín de infantes de Carolina, Florencia y Federico, para cada festejo su padre iba a buscarlos y los traía junto a sus compañeros, a celebrar a la casa. Eran como veinte, gritando entre los asientos y la parte de atrás. Luego los repartía uno por uno en sus domicilios. Pero el destino de aquel Rambler quedaría marcado un día en el que Juan y su padre volvían a casa, por las calles de Longchamps, encontrándose con una calle cerrada por la construcción de la nueva avenida Yrigoyen. El desvío por Boulogne Sur Mer terminaría con el auto impactado de costado por un camión, en una de las bocacalles. El Rambler quedó doblado casi como una banana, pero los Apecetche milagrosamente no salieron lastimados. Lo venderían más tarde así como estaba, y sería visto, aún sin arreglar, paseando por las calles del barrio con la leyenda “La Nave” escrita en el vidrio de atrás. Dicen que ahora doblaba más fácil hacia la derecha.

Blanca al volante Los pequeños Corti (izq), El primer auto de Esteban Apecetche había sido un Jeep IKA, color verde Nilo y blanco, en los años 70. junto a su primo Gastón con el que transportaba en los veranos la casa rodante. Con ese vehículo había aprendido Barros, sobre el Citröen. a manejar Blanca, bajo las instrucciones del vasco. Al igual que sus primas Quitchi y El Jeep IKA de Chichita, Blanca fue una hábil conductora desde muy joven. Luego de este Jeep y el Esteban. (1956) mítico Kaiser Carabela, compraron el Rambler, similar al de Juan Carlos. Incluso del mismo tono. Ya a esa altura, Blanca llevaba a su papá y el trailer con la casilla de madera hasta San Clemente, cada verano. Cuando conoció a Tato Corti, él tenía un Fiat 128 nuevito. Pero en la despedida de solteros tuvieron la mala fortuna de que se lo robaron. Corría el año 1975 y, con la inflación mediante, luego de la luna de miel y el papeleo por el auto apenas se pudieron comprar un Citroën 3CV usado. El famoso “auto rana” o simplemente “ranita”. Luego vendría el Peugeot 404, y más tarde otro Citroën blanco, que tuvieron durante casi dos décadas. Más cerca en el tiempo llegarían un Renault 11 y un Fiat Duna. Quitchi y Mario habían coincidido manejando dos Renault Dauphine cuando se conocieron. A diferencia del blanco con líneas azules de los Apecetche, el de Mario era color rojo con techo blanco. El tema automovilístico había sido relevante en la charla de aquella primera noche. Cuando se casaron, se fueron de luna de miel a Córdoba en un Renault 4 blanco. Tiempo después llegaría un Renault 6, verde, 0km. Con este auto fueron hasta la clínica cuando nació Fernando, y repetirían con Mariana. Pasaron 6 años y lo cambiaron por un Renault 12 plateado y después por uno rojo 0km. Parece que la marca Renault les gustaba, porque le seguiría un Renault 9 metalizado. En el medio, y por poco tiempo, tuvieron dos Dodge 1500. La variedad de autos de la gran familia en esas décadas fue enorme, con los vehículos más clásicos de la historia de nuestro país. Y la lista continuaría en los siguientes años. El Renault 12 rojo de los D´Ursi, a principios de los 80.

EL CONICET Y EE.UU. Chichita finalmente se recibió de Doctor en Ciencias Químicas en 1974. Los años finales Chichita en distintas etapas del trabajo de doctorado y los subsiguientes fueron marcados por la convulsión política que se vivía en el país, que precedió al golpe de estado de 1976 y a la dictadura militar. de aquellos años. Fueron años turbulentos, en los que perdieron la vida muchos estudiantes universitarios, algunos alumnos suyos. Luego de su graduación, y en medio de revueltas y diversos El trabajo fue arduo pero exitoso. Y en 1988 la llevó a viajar dos veces a Sudáfrica a hacer paros sindicales, la UNLP estuvo cerrada por el término de un año. unas pruebas. Todo esto despertó el interés de Union Carbide, por lo que la invitaron a trabajar a New Jersey, en el 91. Estuvo un tiempo y volvió a Polisur, pero pronto fue Mientras concluía el trabajo de Tesis, ingresó a la carrera de Investigador del CONICET. convocada nuevamente para cubrir una vacante. Chichita no dudó y aceptó el puesto. Poco después, ganó la Beca Externa y logró viajar a hacer un postgrado en Bélgica, Así, a partir de 1994 y durante 14 años, se dedicó a la investigar y desarrollar catalizadores, en la Universidad de Lovaina. Vivió y trabajó en Europa entre el 77 y el 80. A su regreso, para la fabricación de polímeros de aplicación industrial. Sería de los pocos empleados retomó su actividad en la UNLP. Llegó a dirigir su propio grupo de becarios y fue que sobreviviría a la venta de la empresa a la compañía Dow Chemical, en 2001. nombrada Profesor Adjunto. Durante los años en Bahía Blanca y luego en New Jersey, Chichita volvió de visita a la Era finales de 1982 y un día alguien del trabajo le acercó un aviso clasificado del diario Argentina cada fin de año, para pasar las fiestas en familia. Carlitos la esperaba para Clarín. La empresa Polisur, en el Polo Petroquímico de Bahía Blanca, estaba buscando pasar su estadía en su casa natal. un profesional de la química con experiencia en cierto tipo de catalizadores, que justo eran su especialidad. Mandó su currículum sin dudarlo y, tras algunas entrevistas, la empresa la tomó para ocupar el cargo de Jefe de Laboratorio. Así dejó la academia por la industria, y se fue a vivir al sur en el 83, donde comenzó a trabajar en una planta flotante que llamaban “la barcaza”. En una pequeña oficina con una ventana ojo de buey, desde donde podía ver el mar. Para su entrenamiento fue enviada, junto a otros, a visitar durante un mes distintos centros de investigación de la empresa Union Carbide Co., en Estados Unidos. A su regreso, un año después, inauguró un laboratorio de catalizadores dotado de la más moderna tecnología en materia química que había en Argentina en esa época.



IX. Un nuevo cambio de siglo LOS 80 Y LOS 90 A poco de empezar la década del 80 llegó Cecilia D´Ursi. Una semana antes, su familia se mudó para estrenar la casa que habían estado construyendo. Cinco años después, en 1985, se sumó al hogar de Dorita y Juan, Andrés. Y sería el más chico de la gran familia por mucho tiempo. En el 86, los Apecetche y los D´Ursi coincidieron en unas vacaciones juntos. Con Carlitos y Chichita, que había venido al país, se fueron a la costa en el Rambler y se instalaron con casa rodante y carpas en el viejo camping “California” de Villa Gesell. Los D´Ursi cargaron su Dodge 1500 e hicieron una parada de unos días, camino a Mar del Plata. Una noche estuvo tan fría que terminaron todos amuchados en la casa rodante. Nunca se rieron tanto. Desde los años 70 y hasta mediados de los 80, Carlitos compartió siempre las vacaciones El vasco suma con su hijo Juan Carlos y su familia. Villa Gesell era un clásico. Algunas veces también una nieta más: los acompañó en Tandil. Fueron las épocas del Rambler y la casa rodante. De la vida de Cecilia. (1980) campamento, en las que el vasco se destacaba por organizar competencias de lanzamiento de un avioncito de madera balsa, para sus nietos, a los que se acercaban todos los chicos de las carpas cercanas, formando una fila. De vacaciones junto a su familia en alguna playa, el objetivo de Carlitos siempre era tirar la línea y esperar que haya pique. En el mayor de los silencios. Ni la radio de compañía, ni nada, porque los peces “Se espantan”, decía. Y cuando no pescaba nada, le echaba la culpa a “la contramarea”, un fenómeno marítimo que explicaba cualquier mala racha y había sido teorizado por su hermano Esteban, que antes de salir a pescar miraba atento las nubes y calculaba el viento. Carlitos se quedaba pescando todo el día si hacía falta, hasta que bajara el sol. Cuando sus nietos se aburrían, los mandaba a juntar almejas.

Cecilia, la tercera Los nietos según pasan hija de los D´Ursi. (1980-83) los cumpleaños. Con Angélica llegaron a visitar las Cataratas del Iguazú, entre otros paseos. Y al enorme Rambler de los Apecetche, en los 70, siguió otro auto, no menos opulento: un Ford Falcon rural, modelo 77, color verde oliva, comprado en el 92. El Falcon sería el compañero de todos los viajes de los siguientes 18 años. De las visitas a Tandil, la costa atlántica y la del río Uruguay, para los carnavales. Siempre remolcando la infaltable Veraniega. Blanca y los D´Ursi por entonces se habían pasado a Volkswagen: manejaban un Pointer y un Polo. Los domingos se caracterizaron por el clásico almuerzo en Yrigoyen 17.621 con los abuelos, y abundante comida asegurada. Angélica siempre venía antes a ayudar con la cocina. Nunca faltaba en la previa de los cumpleaños, preparando a la par de Dorita empanadas. Los almuerzos eran coronados con un postre imperial de merengue y crema, que compraba Carlitos, dulcero empedernido. Angélica solía traer dulce casero de ciruela remolacha. Aquellos años serían también una década de cambios en la conformación de la gran familia, con algunos nietos dejando ya la adolescencia, comenzando una etapa de nuevas parejas.

Nacimiento de Andrés, y las inolvidables vacaciones en el camping de Gesell, donde coincidieron todos los hijos y nietos del vasco. (1986) Derecha: Angélica de festejo en un cumpleaños. (1986)

Carlitos con su nieto más chico. (1986-88) El vasco y Angélica completaron así una gran cantidad de nietos.

Celia y Dorita con Angélica y algunos nietos. En el centro, Elizabeth (1991) Carlitos en familia, con hijos y nietos. (1987-1995) izquierda: Dorita con Andrés, Claudia (centro), Angélica, Florencia y Federico. (1987)

Tato Corti con su La llegada de los noventa trajo además momentos difíciles, con la pérdida temprana de hijo Fernando. Fernando Corti y pocos años después la de su papá Tato. Aquellos primeros años de la década también fallecieron Miguel Fortuño y su esposa Nélida Casullo. Carlitos y Angélica de cumpleaños con Andrés. Pero esa rama de la familia también tuvo grandes noticias. En 1991 nacieron los primeros (1991) bisnietos de Esteban y Luisa: Victoria Lo Tartaro, hija de Diana, y Lucas González, hijo de Marcela. Rubén les dio otra nieta con la llegada de Eugenia Vivardo (1993). Marcela fue madre de Matías (1993) y Valeria González (1995). Diana agrandó la familia Lo Tartaro con María Emilia (1994), Josefina (1997) y Mariana (1999). En el 96 nació otro Esteban, hijo de Rubén Vivardo. En1997 nacieron Priscila Apecetche, hija de Fernando, y un año después Florencia Liberto, hija de Nora. Por el lado de los Collazo, las hijas de Celia también fueron madres en los años noventa. Claudia se había casado con Horacio y tuvieron a Carlos Posadas (Charly). María Angélica fue madre de Carolina y Axel. Vivieron en España hasta que se separó de su marido. Luego ella y sus hijos se mudarían a Chilecito, La Rioja, donde viven hasta el día de hoy. A mediados de los años 90, Carlitos fue invitado a participar de un programa en una radio local de Longchamps, para hablar sobre el Ferrocarril del Sud y sus trenes a vapor. El Sr. Rojas, conductor del segmento radial, era un cliente de Juan que cuando iba al taller le encantaba charlar con el vasco sobre viejas historias del pueblo. Así que no dudó en convencerlo un día de que pase por la emisora. Y Carlitos se animó, armando antes un texto para no olvidar nada. Parte de lo que contó aquella vez al micrófono forma parte del capítulo II “Villa Longchamps”, de estas páginas. Fin de año en la casa del vasco, bailando junto a sus nietos.

MILENIO El 2 de enero de 2000, se armó gran fiesta de disfraces en la casa de Dora y Juan Carlos. Celebrando el año nuevo y el comienzo del nuevo siglo. En la terraza hubo baile y luego, desde el balcón, disfrutaron de un show de malabares, con fuego y todo, en el boulevard de la nueva avenida Hipólito Yrigoyen. Recientemente ampliada, dos colectoras laterales habían modificado todo el paisaje, con el viejo zanjón ahora entubado bajo tierra y una hilera de pequeños árboles recién plantados en toda su extensión. Aquella noche no se escatimó para nada en los festejos por los años que venían. Y, sin dudas, los primeros del siglo trajeron grandes novedades, entre casamientos y bebés. A finales de 2000 nació Luciana Muñoz, hija de Florencia Apecetche, primera nieta de Dorita y Juan. Y primera bisnieta de Carlitos. Llegaba una generación más a la familia. Tres festejos en el 2000: siglo nuevo, casamiento y llegada de Luciana.

Luciana Muñoz, la más mimada entre 2000 y 2002.

El 1 de mayo de 2002, los Apecetche festejaron el Día del Trabajo, como se había hecho costumbre cada año. Ahora con bisabuelos de invitados. Dorita preparó el clásico locro y pastelitos para la merienda. Pero el día siguiente se empañó con la muerte de Carlitos, en su casa a los 90 años. Su corazón cansado le falló, y así se fue el último de los vascos. En 2003 nació Maximiliano Largo, hijo de Carolina, y junto con Luciana se mantuvieron como los nietos más chiquitos de Dora y Juan. Hacia 2006, Celia Collazo llevó a su mamá Angélica a vivir con ella a Cosquín. A pocos meses del traslado, se produjo su fallecimiento, con 91 años. Por esas vueltas del destino, quedaría para siempre en la provincia de Córdoba; pero su recuerdo también en su querido Longchamps. Aquel 2006 también falleció Olga Apecetche, hija de Esteban. Carlitos de brindis. Y en el patio de su casa con algunas de sus hijas y nietas.


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