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ELBOTICARIODEARANDAS

Published by mariocastillocolque, 2018-06-14 19:15:24

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El Boticario de ArandasInspirada en la vida de Don Pablo Jiménez Camarena

Título original: El boticario de ArandasPrimera edición. Publicado en Guadalajara, Jalisco, México2018D.R.Todos los derechos reservados.

Dedicatoria



ÍndicePRIMERA PARTEPreludio 7El languidecer del sol 13¿Adónde van los jóvenes? 23Un lugar llamado Arandas 33El sacamuelas 47Una revolución desconocida 61El color gris de la vida 73Trabajar para vivir 85Aprendiendo a ser boticario 97La sabiduría de mamá 109La botica del pueblo 119El loco anda suelto 131Ungüentos, antibióticos, remedios caseros… 143Miedo en las calles 155El itacate para el viaje 179SEGUNDA PARTE



PreludioDicen que el tiempo es impiadoso porque nunca devuelve lo mejor de lo que se ha vivido. Que uno se debe resignar a esa levedad existencial, aesa efímera forma de ser. Quizás ahí radique el talón de Aquiles, de los noso-tros los humanos, y esa sea la señal más evidente de que fuimos exiliados delparaíso. Así nos convertimos en errantes que pululamos en una realidad que,por momentos nos sabe extraña, se recicla continuamente. Claro que, a la vez, es este círculo es paradójico y ofrece la posibilidadde vivir en esa dicotomía, el de ser felices e infelices, en esta brevedad exis-tencial. Y ante esta contingencia de que este vivir no es una balsa quimérica,es que el protagonista de esta obra evoca su ayer. Evoca como un asunto devida y como un acto significativo para no morir en la intrascendencia de supropia historia. Y en ese incurable arte de recordar, se pretende evitar que laexperiencia de sobrevivir en la felicidad, no huya y lo abandone a uno. En esailusa pretensión de atrapar la felicidad de vivir, se aproxima la literatura, quehace del escribir un cazamariposas, por el que pretende colaborar para que elolvido, de uno mismo, no haga que el protagonista se pierda en el camino ala pretendida trascendencia. La evidencia de ello son aquellos instantes queperduran en los resquicios del laberinto interior del protagonista y tienen unligero aroma de eternidad. Uno apenas tiene la oportunidad de vivir su propia biografía. El boticariode Arandas sabe bien que no hay otra posibilidad para repetirse. Sabe, tam-bién, que todo instante, que es único y no será otra vez. No se podría decir,

al menos aquí, si esto le da sentido o sinsentido al vivir de sí mismo; pero éltrató de envolverlo con un barniz de tinte perenne. Se pretende que aquelloque a uno lo hizo terriblemente humano perdure. Perdure sin que el tiempolo erosione y sea testimonio para que este estar en el mundo sea constatable. La memoria es humana y, como tal, corre el peligro de olvidar. Es unatarea titánica esa de sumergirse en los laberintos de los detalles de la propiabiografía y a sabiendas que solo se encontrará lo esencial. Ese grosso modo deconstruir el mosaico de aquellos instantes, pocos por cierto, y con ellos tejerun todo armónico que le dé un hilo conductor y sentido a la existencia. Y serámucho más arduo, si se trata de que este aprecie la fidelidad aristotélica delas esencias, y redima el arte en lo accidental, en este asunto autobiográfico. Sí ese intento de escribir en un género autobiográfico, uno descubre queexisten pocos elementos para tejer la obra total, es entonces cuando uno apelaa la magia de la imaginación y la recreatividad. Uno comienza a escribir aque-llo que quizás o tal vez o posiblemente, no haya experimentado en vida pro-pia. Así es como emerge el manto de la ficción para cubrir la realidad pretéritay hacer de ésta, una imagen nítida, que luego completará el puzle autobio-gráfico. Así el todo será más que la suma de sus partes. Y estaremos ante unaúnica e implagiable obra de arte literaria: la vida de uno que ya no está aquí. A la vez que la misma historia da lugar a que no siempre el protagonistatenga la posibilidad de escribir su propia obra autobiográfica. Y sucede, demodo creíble, que ésta pueda ser factor de inspiración para que ese funda-mento sea piedra angular que guie esta obra literaria. Esta usurpación literariade la personalidad del protagonista, es asumida por un escritor aventurero eimpertinente, que se introduce en el pellejo del protagonista. No sé si esto (elusurpar) condenará al escritor a los peores infiernos. De ello solo el oráculosabrá; pero de lo que de lo que sí se puede estar seguro, es que esta obra podráser compartida con sujetos e individuos de la sociedad de este tiempo. Esta es la vida de un hombre, como todo mortal, debe enfrentar su propiamuerte. Un hombre, que a pesar del éxito económico y la fama, nunca sedejó de pensarse como un común y silvestre mortal. Un hombre que supoque nunca dejo de ser un ser un ciudadano de la cotidianidad. Esta pretendidalectura de uno mismo, a partir de toda su historia acontecida y recopilada enla remembranza, se supone que es un ejercicio que todo hombre lo hace, justo

cuando cree estar en postrimerías de su propia muerte. Ésta es, quizás, la parteque más sentido le da a la vida de uno mismo. Esta es la vida de un hombre cotidiano que se expone a la mirada delmundo. No pretende ser propiamente una autobiografía, en el sentido tradi-cional, del protagonista, sino que se inspira en la vida de un hombre que viviósu tiempo y sus avatares. Un hombre histórico con su propia identidad, sutiempo, sus lugares, sus próximos, su comunidad, su vocación. Tan mortalcomo cualquier otro. Un hombre que a lo largo de su vida ha pretendido expe-rimentarse como un hombre común. Condición que ni la fama ni el éxito em-presarial han desvirtuado, y mucho menos alienado su condición de percatarsecomo uno más de su comunidad. Esta es la evidencia de que el protagonistase ha asumido simbólicamente en su propio destino, sin traicionarse y, menostraicionar, su condición de humano. Cuando el protagonista supone haber llegado al final de su camino, enton-ces se ilumina y en ese instante cree saber para siempre quién es. Y su yo se di-suelve en aquel retorno mágico. Y vuelve sobre sus propios y pretéritos pasos.Cree haber llegado a sus raíces propias, que están profundamente arraigadas ala fragancia de su pueblo natal. Como todo mortal, cuando se aproxima al filodel tiempo señalado para vivir, se pregunta, como nunca antes lo había hecho,¿Quién soy? O ¿Quiénes soy? Uno sabe que la vida es un camino que lleva a la muerte, inmarcesible-mente. Y a la luz de este recordatorio, el protagonista se aproxima de maneramuy singular a su propia vida. Y este modo de palparse es el modo más su-blime de asumir la pasión por sí mismo. Y ese acto se convierte en un acto dejusticia para consigo mismo y teniendo como testigo al universo. Este viaje por la propia historia del protagonista, que comienza en su pue-blo y termina cuando se convierte en un autoexiliado de su propio paraíso.Allí, bajo esos colores pueblerinos, es donde suceden los hechos que configu-ran el escenario de la obra. En ella son esenciales los próximos de su comuni-dad: su padre que apenas es una imagen borrosa y una voz distante. Su madreque es su aya, juega un papel crucial en el descubrimiento de su vocación porla vida. El sacerdote que es la autoridad moral y ha contribuido para que lapersonalidad del personaje se fortalezca. El doctor quien ha influido para queel boticario descubra y haga suya la vocación de sanador. Finalmente, existe un loco, quien funge como si fuera su propia concien-cia ante los problemas de su tiempo. Este orate fue una especie de señal bru-

jular, para influir en la opción de elegir, tenga una enorme dosis de libertad,así sus decisiones no se diluyan en el sinsentido y la negación de sí mismo.Así como exigir la consagración de lo mejor de sí mismo a sus propias causas,por las que contribuiría a que su vivir y la de sus contemporáneos, sea mejor. Esta obra, en su primera parte, narra un tiempo de guerras, de pérdidashumanas, de jóvenes que en éxodo salen del pueblo para trabajar y renunciara esa parte de la vida llamada juventud. Esa azarosa tempestad de vientos des-conocidos que enturbiaron el aire que se respiraba, que empujaron al prota-gonista y su familia a cambiar de manera radical el rumbo de su cotidianidad.De una madre que, siguiendo los dictados de su corazón, en nombre del biencomún, consagró su vida en sacrificio por aquello que creó y crio. Así abrelas páginas a ese tiempo de inspiración y descubrimiento de la vocación, paraasumir el compromiso de entregar lo mejor de uno a una causa humanitaria. En este punto se puede decir que la vida de la que se habla, en este libro,es, ni más ni menos, aquella que está encapsulada en la memoria del corazóndel protagonista. La misma fluye por los recuerdos, para hacerse presente enla palabra. Quizás sería una especie de testamento apócrifo, puesto que seescribió sin el consentimiento del protagonista, es por ello y como excusa, esque uno apela al género literario, autobiografía, para dar contemporaneidadal protagonista. Es probable que esta obra solo desnude al protagonista des-de una ficción benevolente y esperanzada de asumir el mundo. ¡La literaturanunca es imparcial! Es así como se escribe estas páginas tratando de develar el yo más profun-do, el más misterioso y más humano del protagonista. Y, desde esa vertiente,encontrar su sentido de trascendencia en este mundo complejo y plagado dedesafíos. Existe una pretensión fuerte en el texto, ese de emprender vuelo,junto con esas aves del paisaje, que levantan el ánimo o inspirarse con sucanto para que sucede al amanecer. Esta memoria que pretende, a duras penas y contra el viento e intermi-tencia olvidadiza, dibujar con estas palabras la propia vida del boticario deArandas. ¿Qué importa si no es posible recordarlo todo? Sí lo esencial es loque trastoca esas fotografías que recrean con la pulcritud, la importancia emo-cional de haber vivido y trascendido su tiempo. Este libro está plagado de palabras que homenajean al protagonista. Estaspalabras que ayudan a leer el ayer en un ahora tan diferente; pero en esa her-

menéutica benevolente, mirar por los ojos del boticario, el ayer que ayuda aentender el ahora. Estas palabras que constituyen un fermento de esperanzay que, ojalá, penetren hasta aquella intrinsiquedad en la que radican las másnobles razones para apostar por un mundo mejor. Que estas palabras ayudena revelar las razones por las que uno vive y, además de embellecer la historia,apueste por la trascendencia. Estas son las palabras puras y auténticas quepretenden, en una viva retórica, ilustrar el significado de la vida del boticariode Arandas.



EL LANGUIDECER DEL SOL



El languidecer del solEn esta tarde de febrero, cúspide del invierno, como mi vida misma, me experimento y me percibo, cómo el color del tiempo que sufre su propiametamorfosis y se tiñe de un color grisáceo. Ya pasó aquel otoño innombrableen el que las hojas de los arboles cayeron una por una, dejando los arbolesdesnudos. En esa metáfora puedo sentir: cómo el invierno pretende penetrarmi piel. Mientras camino, el polvo del camino se adhiere a mis pies. Ya me lohabían dicho: que además de venir del polvo, uno vuelve hacia el polvo. Talvez debo entender esa lógica, como una forma de diluirme para volver a serpolvo. Quizás eso lo sabía; pero aceptarlo cuesta. ¡Cuesta mucho! Nunca quisiera dejar de escuchar esa placentera melodía del viento, quesuena desde esa naturaleza viva que me rodea en estas horas llanas y sensa-tas. Huelo esa sequedad de la brisa, de los árboles, que se despiden hasta lapróxima estación invernal. Puedo sentir que estoy aquí, aún, y eso es, de porsí, mucho. A momentos siento que me confundo con la naturaleza, que soyuno con ella. Eso me recuerda que de ella vine y a ella retornaré…..de eso nome cabe la menor duda. Siento, también, que la tierra me llama. Mi espíritu se confunde con labrisa del silencio. El horizonte viene a mi encuentro y eso me estremece. Ya loque mis sentidos perciban poco no importa, pues mi corazón sabe admirar elfondo del universo. ¡Y ahí quiero quedarme! El sol sufre su propia metempsí-cosis; pero nunca deja de ser en esencia. Y yo sucedo en la trascendencia demi espíritu, tan elemental y humano. Este atardecer me cobija y nada existedespués. No quiero perder esta conciencia de que estoy asistiendo a este langui-decer del sol, porque la vida misma tiene sus ciclos y uno debe cerrar estos, 15

para que la misma tenga sentido. Aquí estoy yo, mirando como mi propia vidatranscurre en esta tarde abigarrada de recuerdos. Ya a cierta edad uno se olvidade contar los días del calendario o quizás ya no tiene sentido contarlos, porqueuno ya ha alcanzado el futuro y solo quiere disfrutarlo. ¿Qué puede importaresa contabilidad de días que vienen y se van? Eso ya es nada para alguien quevive el principio de la eternidad. Aquí estoy yo, con mis formas y estilos circunstanciales. Con esta camisaque ya ha perdido su color original y luzco de manera poco convencional. Conestos zapatos que pareciera que fueran la piel de mis pies, porque casi nuncame los saco, salvo para dormir. Pareciera que son los únicos que tengo; peroson mis preferidos. ¡Y como me gustan! Será porque ya suenan a cuero seco.¡Eso es música para mis oídos! Y mis pantalones…..estos que me regalaronhacen unos 5 años, pero cuando lo uso, solo pienso que aquel instante queme lo regalaron: estaba muy feliz. Y cada vez que llevo ese pantalón, me de-vuelvo a esa noción de felicidad, de aquellos rostros felices que me miraban,mientras mis ojos delataban plenitud. Mi familia ha tratado de quitármela yreemplazarla por oros nuevos; pero yo hago vigilia constante, pues temo queal menor descuido podrían arrebatarme. ¡Hasta ahora he tenido éxito! Podría decir que mi vida es una colección abigarrada de remiendos, esospedazos de felicidad pegados a cada parte de mi ropa, de mi cuerpo y miespíritu. Esos que el vivir me ha regalado. Y eso me abriga de los inviernosque acechan mi corazón. Y con este abrigo de emociones, que son el pasadoconjugado con el futuro, en este presente muy tangencial para mí. Me pregunto, mientras observo con notable dilección los árboles, por quéviven de pie toda su vida. He abrazado árboles y he tratado de robarles aque-lla vitalidad que les da fortaleza para soportar las inclemencias del tiempo yseguir firmes. Los desiertos son el cementerio de los árboles y allí nada esvida. Supongo que por eso huimos de ella. Apreciamos la vida y un bosque esel mejor indicio de que la naturaleza existe y nosotros somos un punto vivode ella. Tengo la firme convicción de que estos árboles, que podemos ver connuestros propios ojos, son un signo de que este es el paraíso. Todo esto que me rodea y se evidencia en la savia de vida que está dentrode ellas, me llama de sobremanera. No quiero perderme el universo y por ellopongo atención a estos detalles, aparentemente, irrelevantes. Quiero respirareste aroma de la vida, ahora que no me importa el éxito, las cosas materiales,las empresas. ¡Solo me importa esta riqueza espiritual que me hace conscientede que soy uno con todo lo esencial que me rodea! Esta riqueza que está hechade un poco de paz, de silencio, de una bienaventuranza indescriptible, y que loencuentro en este pedazo del tiempo que cobija mi existencia.16

El sol, al parecer, se apagará pronto. Ya siento que no brilla como cuandoera niño. En ese tiempo sentía en la piel esos rayos que me revitalizaban; quede ella tomaba la energía para que las baterías me durarán todo el día, mientrasmi vocación absoluta era el jugar. Uno, a estas alturas de su vida, mira haciaatrás y redescubre su niñez en aquellos paisajes fecundos de emoción. Cuandouno corre por la vida, los lugares por los que atraviesa, cobran significado por-que en ella fuimos los que siempre anhelamos ser. Y llegó un día en que dejéde correr y comencé a redescubrir aquel paraje en el que fui feliz, es entoncescuando pude palpar aquel lugar llamado Arandas, que sigue latente en mí.Hasta podría afirmar que, quizás, nunca me fui de él. Ese pueblo que me vio nacer. Yo, cuando estoy en silencio, sigo viviendoen él. Atesoro el polvo de sus calles que se impregnaron en mí y cuido de queno se las lleve el viento del olvido. Ese rincón mexicano de casa rusticas quecomo colosos se levantaban para dar forma al pueblo. Esa gente elemental quecamina con huaraches por la rutina de cada hora e iba al encuentro del otro yese paisaje humano nunca más he vuelto a ver en otro lugar. Esos mercadoscon olor a fruta nueva y silvestre, donde la gente pulula y regatea, como unaforma de convivir, los precios y productos. Aquel templo de San José tanenorme y que es el corazón del pueblo y pareciera, en ese mi tiempo, quenunca se terminaba de construir. Aún siento sus campanadas que anuncianun ritual. Estos iconos han alimentado mi inspiración por la vida de cada día. Estoy presente en ese recordar vivo, como si acabara de transcurrir y pue-do percibirme en esos paisajes tan míos. O ¿será que la existencia es tan levey bella, que justamente por ello, a veces, nos duele morir? ¿Será que la vida estan plena y que tratamos de retenerla, mientras se nos va de las manos poquitoa poco? A estas alturas poco importan las respuestas, pues en gran parte demi vida he tenido interrogantes existenciales y he encontrado mucho misterio.Puede ser que el misterio no sea develado nunca. Puede ser que éste sea elazúcar que le da sabor a mi vida. Este preguntarme me invita a palparme de un modo que solo uno sabehacerlo. Y, mientras estas mis palabras me abrazan, mis ojos aprecian tardemortecina de invierno que esconde una rutina bien sabida y sagrada para mí.Miro el transcurrir del tiempo sin prisa, mientras mis pensamientos sobre lavida son retrospectivos y lleno de emociones. A mi edad, solo existe el presen-te lleno y radiante de pasado. Puedo acariciar este auto azul, que tanto aprecio y que me acompañó ensus buenos momentos. Descolorido por el uso y puedo decir que sí ha sidomuy bien usado. Su motor aún puede dar por unos buenos años, sus ruedaspueden durar todavía unos buenos viajes. Viajar en él ha sido muy placentero 17

y hasta podría seguir viajando en él hasta mi destino final, sí es que eso fueraposible. Como no recordar aquel día que la utilizaron llevar a la Virgen deZapopan. No puedo olvidar es aquella multitud de buenas gentes que mostra-ban fe religiosa, sin preguntar mucho. Siempre me he puesto a pensar cómose podrá creer sin pensar mucho. Tal vez tendría que nacer de nuevo paraentenderlo. ¡Tal vez! Yo que puedo ver este aquí y este ahora, y deleitarme de ello. Estos misojos que los he cuidado para no perderme ningún detalle de mi vida. Esta exis-tencia mía que se deleita de esta creación maravillosa. Estar aquí con los ojosbien abiertos, es lo más dichoso que puedo experimentar. Y quiero creer quemi vida ha sido útil para que mucha gente pueda estar como yo ahora, mirandocon deleite como transcurre la vida. Y percibirse integro en ese transcurrir dela vida. Confieso que el éxito material no me ha obnubilado ¡Eso creo yo! Al final,por ello he entendido que éste solo es una casualidad de la vida. Que despuésde todo uno es como es y esas esencias de hombre común, nunca dejan deser nuestras. Los bienes materiales si se nos pegan demasiado, podrían con-vertirse en unas armaduras que nos oxidan el espíritu y nos impermeabilizanel arte de aprender la vida. Decir esto es bastante fácil; pero vivirlo ha sidotoda una odisea. Lo más complicado de ello es que uno se pierda a si mismoentre aquella maraña de formas burocráticas que nos teje la sociedad de estetiempo. Solo se debe tener cuidado, mucho cuidado, que estas trampas con-temporáneas no nos lleven a traicionarnos a nosotros mismos, para terminarcomo ídolos metálicos que suenen a oquedad. Uno, mientras la juventud fluye por sus venas, sabe que algún día seráviejo y que la muerte asolará su puerta algún día. Pero que diferente habíasido cuando a uno le toca vivir esa aproximación a la muerte en carne propia.Como decía aquel añejo amigo mío, el loco del pueblo, que cuando se es vie-jo, la muerte comienza a ser de uno….lentamente y poco a poco. Todo ese tiempo que transcurrí del vivir, aprendí que uno es del presente yen ese instante sintetiza todo el ayer y todas las posibilidades del porvenir. Enalgún instante uno abre la última puerta de la vida y debe seguir caminando.¿Adonde? No me pregunten aún, porque todavía no lo sé. Me considero un ser silvestre y común, por lo que creo que ese temor a mipropia muerte, es igual de común y silvestre, como la de los otros. Mi vida fuecomo subir a una montaña y a medida que ascendía a la cima se manifestabami juventud y en un momento, en el que no caí en cuenta, comenzó el descen-so. Esto representó un cambio de ángulo y después de estar en la cima, comen-zó a inclinarse y a emerger el deterioro de los átomos de mi vitalidad física.18

A partir de ese momento la preocupación por la muerte comenzó a ron-darme. Al principio quise huir de él y evadirme en el bullicio de la gente, enlas cosas que me rodeaban, en el que trabajo de cada día, en mi familia y lasociedad de mi tiempo. Al final, después de tanto intentarlo, me di cuenta queno puedo mentirle a la parte más profunda de mí mismo. No puedo quitar esamúsica de fondo, la preocupación ante la muerte, que acompaña mi vida decada día. Duele saber que este momento de felicidad no se repetirá jamás.Antes ni me lo planteaba; pero ahora, aunque no quiera pensarlo, está en mimente y mi corazón. Voy descubriendo, en las paredes de mis entrañas, quemi miedo a la muerte no tiene que ver con el porvenir de mi pasado, sino conel pasado de mi porvenir. Tengo miedo a perder el pasado. Desde ya el olvidoes una forma de morir que siempre está presente en mi vida. El loco de Arandas me ha enseñado a mirar la vida desde otra perspectiva.Su modo tan exacerbado de mirar el dolor humano desde la enfermedad, hasido un signo que me ha ayudado a mirar el otro ángulo, de aquello que esmás medicinal para la vida. Y me aproximó a entender la muerte desde el su-frimiento. Y está ha sido mi escuela inicial para transitar el entender la muertedesde el dolor de vivir vida, para asumir la muerte desde la contemplación dela vida. Los locos, al principio llaman la atención y luego se disuelven en larutina de los días que suceden, hasta un día convertirse en invisibles. Cuando apareció el orate en el pueblo, sus palabras eran gritos que aler-taba a la gente sobre el dolor de vivir, sobre la predestinación del ser a laenfermedad, sobre la tristeza del cuerpo como respuesta al malestar. En eseentonces todos se palpaban el cuerpo y estaban perplejos de esa terrible ver-dad. Ya con los días, los meses y los años ese discurso se volvió una cantu-rrea y ya quienes lo escuchaban, de volvieron sordos y ciegos a esta verdad.Mientras gritaba el loco, ya nadie lo escuchaba con atención y sus palabras,para sus próximos, sonaban huecas. Y él estaba ahí, hablando solo, para losotros; pero todos pasaban de largo. Yo me quedé en esa primera estación: sigoescuchando al loco. Aun puedo escuchar el eco de su voz, que me dice quesí el cuerpo hace lo posible por salvarse del sufrimiento de la enfermedad, suvivir será como un acto de redención y trascendencia. La enfermedad hace delcuerpo una cárcel. Quiero pensar que la gran verdad sobre mi vida nace de mis adentros,de ese despertar tardío y final que acontece en mí. Quizás sea como una ilu-minación. Y que me ayuda a tener conciencia de que soy un ser finito. Y esaconciencia se extiende a entender con benevolencia que esta brevedad con laque vivo mi finitud, no solo aplaca ese gusano roñoso de la angustia, sino quehace de mi vida más intensa y vital. 19

Sé que negar la muerte podría llegar a empobrecerme en mi vida interior,nublar la visión de mi propia existencia y embotar mi ejercicio de racionali-dad. Es por ello que decidí mirar la muerte acompañado por mi propia esenciaespiritual. Con ello mi existencia en esta estación de la vida, se hace másnutrida, intensa y vital. Esto me ayudará a traducir este otoño de mi vida, demodo sereno, con palabras impregnadas de sabiduría, y, a la vez, a sobrepo-nerme a la muerte, por mi propia existencia. Esto me deriva a un estado deautoconciencia, que es un don supremo que me posibilita atesorar la vida. Yen este credo, entiendo la misma como un camino de muchas estaciones, tantopara un nacer, un florecer, un marchitarse y un morir, que se debe que se debenabarcar como un asunto de existencia. Soy un humano, como todos los que me rodean, y mi deseo de trascenderlas cuatro paredes de mi cuerpo, es un anhelo, y podría decirlo, hasta natural.Y, en un pedazo de ella, proyecto mi futuro en mis hijos. Puedo decir quequizás viví con suprema heroicidad, creyéndome inmune al tiempo, cuidandomás de los próximos que de mí mismo. Hoy no quiero quedarme paralizadoante mi propio morir y por eso me confieso. Valga precisar que esto es unaconfesión. No quiero lidiar con esta parte del destino, imposible de cambiar,solo quiero mirar cara a cara a la muerte y, de este modo, enriquecer mi propiavida….aunque sea el capítulo final de la misma. Valga precisar que este es elmejor capitulo. Yo, todo sereno, pienso en mi propia muerte, eso me ayuda aencontrar sentido a mi vivir. Cuando era niño la muerte no existía o quizás las formas lúdicas de mivivir no daban tiempo para pensar o preocuparse por ella. Entiendo que senos presta el tiempo que vivimos. Y bajo esa premisa, quiero agradecer pro-fundamente esta oportunidad. Y, confieso, que quise ser como el artista quesiempre está intentado detener el tiempo, ya sea en una foto, en un paisaje, enuna escultura o en un poema. Cuando uno menos lo quiere el tiempo vuela yse lleva una parte de lo que somos. ¡Se lleva lo mejor! Este confesarse es como un modo de viajar al pasado de mi infancia, demi madre, de mi padre, de mis hermanos, de mis raíces, de mi pueblo. Viajarhasta esas formas de cómo nacieron mis indicios de consagración vocacionalpara exiliar la enfermedad con ayuda de las medicinas. Viajar hasta esos rin-cones íntimos de la botica y la rebotica en los que nació la inspiración por lasanación y lo medicinal. Este es un acto para demostrarme que cuan humanoy vulnerable soy; pero eso me despreocupa. Para mí solo existe el aquí y elahora. Este estar rodeado de la familia y los amigos, que son cómo un antídotoa esa idea del morir.20

Estos próximos, a los que mis manos tocan, a los que mis oídos, aun,escucha sus voces, a los que puedo acariciarles con la mirada, me ayudan ano sentir miedo de la muerte. Hasta quisiera pensar que ellos complotan afavor de ahuyentar el miedo a morir. Sócrates agradecía por verse libre de laestupidez del cuerpo, poco antes de asistir a su propia muerte. Y yo no podríadecir lo mismo. He amado este cuerpo y ha sido mi mejor coraza de esperan-za. Gracias a ella me he podido palpar como lo humano que soy. Ahora no meduele entender esta mi finitud. Esta brevedad que es la luz de la vida y aun así,lo considero precioso y disfruto del placer de ser. Esto incrementa mi pasióny compasión por la humanidad. Mientras el sol tenuemente me irriga la piel, debo decir que este aquípuede ser cualquier lugar. Ya a esta edad basta con imaginar aquellos lugaresen los que uno fue feliz. Y ese volver emocional, en este tiempo que el sollanguidece, se convierte en un deseo cumplido. Por ello es que me siento enaquella niñez que viví en el pueblo que me vio nacer. Yo sigo imperturbable-mente corriendo por esas calles cenicientas que albergaban mis travesuras.Esto sucede porque no puedo dejar de ser aquel infante que comenzó la vidaen aquel paraíso que me albergó. Esto no es una pretensión por decirles que persigo mi niñez, sino quesiento que es ella quien me persigue. Y yo, en mis formas esenciales, me dejoalcanzar. Este alcanzar me infunde de una felicidad sin justificaciones. Aque-lla infancia que me corría por la sangre y yo solo era aquel niño, tan elementaly desprovisto de prejuicios sobre el vivir. Es increíble que en esta edad, creo que tengo unos ochenta años. ¡Noestoy seguro de este rasgo cronológico! Qué más da tener 80 o 100 años, quecasi son lo mismo a estas alturas de la vida. Ahora es cuando, en mi silenciopropio, puedo acariciar aquel tiempo en el que mi vida se entendía desde eljuego y la alegría. Esa niñez tan abarrotada de mamá, de papá y mis hermanos.Jugaba como si fuera lo único para lo que nací. Aquellos amigos míos tanelementales en su forma de ser y uno podía creer absolutamente en ellos. ¡Ohclaro que tratándose del juego, no había consideración con los rivales! Uno pasa por el tiempo y pienso que soy sincero para afirmar que traté deser honesto conmigo mismo. Al final la muerte llegará inexorablemente. Nohay donde esconderse. Y es mejor es mirarse en el espejo de la conciencia ydecirse sus propias verdades. Uno debe estar preparado para enfrentar a supropia muerte. Yo no sé sí estoy preparado. Y no quiero pensar mucho en ello,pues al mismo tiempo recuerdo que hay muchas cosas que están pendientespor realizarlos. Mi agenda de pendientes se llena. Por eso decidí no pensaren estos asuntos triviales y solamente vivir esta tarde de febrero de 1989, tan 21

lleno de sol y despejarme de obligaciones y deleitarme de mi propio silencio.Esta es mi verdad. ¡Y puedo decir que la he alcanzado!

¿ADÓNDE VAN LOS JÓVENES?



¿ADÓNDE VAN LOS JÓVENES?Con el paso del tiempo aprendí que el sinónimo de juventud es que siempre están buscando novedades en la vida. Se mueven de un lugar a otro yaunque lo encuentren, siguen buscando. Tal parecer que es su espíritu predes-tinado, mientras dura esa estación de la vida, a buscar y precisamente en elloradica su esencia. Ya ello asimilé ya en la madurez, pues cuando fui joven, notuve tiempo de sentarme a reflexionar porque el mundo giraba tan rápido a míalrededor, que tenía que correr para alcanzarlo. Y en esas repensares uno seencuentra a sí mismo y comienza a configurar su propia identidad para luegolevantar la mirada y seguir caminando. Claro que esta vez uno ya sabe lo quees y hace de su caminar una forma de ser con todo lo que le rodea y uno co-mienza a buscarse más que afuera, dentro de sí mismo. Cuando vivía mi niñez y comenzaba, con cierta curiosidad, a descubrir alos jóvenes del tiempo de mis padres. Desde el esfuerzo hermenéutico de des-cubrir e imaginar aquel tiempo en el que papá y mamá eran jóvenes. A los ojosde un niños los jóvenes casi no existen, para la mirada de un niño, parecieraque los dos únicos polos de la vida fueran los de los niños, como yo, y los an-cianos. Yo veía que los jóvenes eran una variación de los adultos. Y tuvieronque pasar tantos años como tiene mi cuerpo para caer en cuenta que no era así.Aprender los vericuetos de la historia, a estas alturas de mi mente, es un ejer-cicio diletante y mis neuronas aún me permiten retrotraer el ayer al presente. Unos años antes había comenzado el peregrinaje de los jóvenes que deci-dieron salir en búsqueda de mejores tiempos para ellos y sus familias. Aunqueeso de mejores tiempos era más una cuestión de aventurarse hacia aquellodesconocido y propio de los jóvenes que buscaban matizar su vida de algo 25

nuevo. Los migrantes tenían como destino otros Estados del país y los EEUU,Veían el norte como un mundo extraño que los llamaba. Aquel tiempo que sedescubría, mucho más, el dinero y su valor, los jóvenes comenzaban a deman-darlo y había que buscarlo en otros horizontes. La oferta de un trabajo atracti-vo se propagó. Los pioneros de esta aventura fueron aquellos rancheros y lospequeños comerciantes que se aventuraban de pueblo en pueblo y llevaban lasnovedades comerciales. Estas novedades eran como la adrenalina que impul-saba a los jóvenes a ser buscadores de oportunidades. Durante años muchoscomerciantes migrantes habían ido a caballo desde Arandas hasta Aguasca-lientes, Querétaro, Guadalajara, Guanajuato y Michoacán para comerciar susproductos como mantequilla, tequila, aceite de linaza, animales, etc. Estos fueron los primeros en llevar a los ranchos la noticia del empleoofrecido por los ferrocarriles nacionales de México. Ahora traían al pueblola noticia de que un nuevo mercado laboral estaba disponible: El norte. Ycomo no faltan en los pueblos los aventureros que siempre están en búsquedade nuevas experiencias y cuando se hablaba del norte, los ojos les brillaban.Estos serían los pioneros de esta aventura de llegar a tierras extrañas y revolu-cionar la dinámica del desarrollo en el pueblo. Aquellos que iban a emprender dicha aventura, tenían que pensarlo mu-chos meses antes. Poco se sabía lo que había más allá de la frontera. Apenasalgunos conocían Guadalajara o Tepatitlan. Esto desnudaba que la noción deterritorio para ellos se circunscribía a pocos kilómetros a la redonda. Paramuchas madres, hermanas y novias, el más allá era un misterio y veían lospeligros y la incertidumbre de no saber lo que había en ese horizonte desco-nocido. Soy escéptico de pensar que haya habido madres, novias o hermanasque hayan alentado a sus hombres a migrar. Este asunto de buscar razonespara migrar era un asunto más de los varones. Menuda tarea la de convencer aestas mujeres, especialmente madres, y no por nada había que prepararlo conmucha anticipación, pues conseguir el dinero para financiar esta aventura, eraotra odisea. Las discusiones sobre quienes decidían ir en un viaje desconocido, ibandesde ponerse a pensar en dejar a la novia, a la esposa e hijos, a los padres.Luego se volvía el debate sobre el dinero necesario para costear el viaje, pueseste viaje costaba mucho dinero para la economía de las familias. Literalmen-te se podía decir, que la gente vendía sus animales, sus terrenos y no faltaronque algunos vendieran sus casas. Lo que sí consta es que una gran mayoríatuvo que prestarse para este viaje e imagino que los intereses no eran baratos.Muchos partían sin la bendición de sus padres, puesto que no habían logradoponerse de acuerdo.26

Y en este mosaico de aventuras y desventuras, no faltaban quienes se ibansin permiso de sus padres o sin informar a los suyos. Así, de improviso, unopodía encontrar a una madre lleno de lágrimas por las calles o en la plaza, enbúsqueda de su hijo, que no aparecía desde hace varios días. Y que ya luego seenteraba de que se había ido con sus amigos hacia el norte. Y, alguna vez, unanovia triste, que lloraba en silencio la ausencia de quien le había prometidoamor eterno…..claro que esos amores eternos terminan cuando las sirenas delmar llaman y embrujan con su canto, como ocurrió con Ulises de Ítaca. Cuando uno de la familia manifestaba su inquietud de viajar a trabajar alnorte, era motivo de conflicto y debate. Había que tratar el tema con sumocuidado y vencer la oposición de los padres. Aunque se decía que iban a bus-car mejores condiciones de vida, los padres entendían que tenían todo en elpueblo y no era necesario ir a buscar la vida en otro lugar. Tenían la tierra paratrabajarla y seguro que esto sería su herencia. Y, como sucede en toda cultu-ra, la emergencia de una nueva generación, se inquieta por señalar su propiaidentidad. En este propósito uno de los costos era el de desligarse de ciertasideas sobre el progreso y la forma de ver el trabajo de sus padres y la culturaque imperaba en el pueblo. Y esta no era la excepción. Y en las despedidas, además de lágrimas, había la esperanza de que elaventurero encontrará trabajo, pudiera ahorrar y volver con el dinero, parapagar las deudas. Así el pueblo veía partir a muchos de sus jóvenes y con laimagen anhelante de que el retorno sería pronto. Cuando uno percibe su existencia, casi toda, en su propio lugar de naci-miento; es decir, su nacer, su crecer, su multiplicarse, en ella esperaba, cons-ciente o inconscientemente, su propia muerte, el universo está al alcance desu mano. Todo lo demás le resulta lejano y desconocido y, por lo tanto, miraesa distancia con miedo. En tanto que los jóvenes veían el horizonte como undesafío. Que éste aquí con sabor a pueblo se les hacía estrecho. Y entonces, undía inesperado, salían en busca de otros tiempos, otros lugares, otras personas.Se arriesga y sale. Se aventura y se busca a sí mismo en otros horizontes. Con-sidero que el migrar es un intento por encontrarse a sí mismo; pero en otrostiempos y lugares. Una tarde, en el que papá y mamá caminaban, se encontraron con Pedro.El amigo que siempre uno quiere tener y es, quizás, más que un hermano. Deesos con el que el jugar pulveriza el tiempo, tanto que siempre se hace esca-so. Juntos habian crecido y eran compañeros de juegos y compartían la vida.Siempre se buscaban y eran cómplices de travesuras, de aventuras y desventu-ras. La historia de cada amigo no podría entenderse sin la del otro. 27

Uno no puede imaginar el mundo sin aquel amigo y aquel amigo no puedeimaginar el mundo sin uno. Quiero pensar que, desde mi percepción de lavida, que los amigos son aquellos que nos amplían la noción de mundo y defelicidad. Este, muy amigo y cómplice de papá, incluso tuvo mucho que ver paraque mis padres se hayan encontrado y sean lo que pudieron ser. Vaya a saberque trampas tendieron entre ambos, para que papá alcanzará su propósito deconquistar a mamá. Ya de eso mamá nunca decía nada. Y que cuando le pre-guntaba, ella solo sonreía con nostalgia. Este amigo iba muy apurado y cuando se cruzó con mis padres, apenaspudo decir algo parecido a esto: - José, me voy del pueblo. Mi padre me ha pedido que debo acompa-ñarle. Que aquí en el pueblo estoy de ocioso y que eso no puede seguir así.Iremos al norte a trabajar. Dicen que allí hay mucho trabajo y que se gana muybien. Yo no quiero ir; pero papá me está obligando y debo ir. Él piensa quesi quiero casarme con la Lupita, debo tener algo con que mantenerla y luegopensar a los chamacos que llegarán. ¿Tú no te animas? Ándale que sería lindoque fuéramos juntos y como siempre hicimos las cosas. Ves que aquí no haytrabajo y la agricultura apenas da para comer…… Ya papá no quiso escuchar más y se dio la vuelta, sin responder agarró dela mano a mamá y se fue. Y sin volver la mirada ni dar explicaciones. Aqueldía su amigo Pedro murió en la memoria de papá. Ya nunca más lo nombró.Nunca encontré alguien, que como papá, entendiera una amistad de ese modotan profundo y leal. Quizás fue su amigo único, en el sentido en que no podíapensar el pueblo, si no era comenzando a imaginar a su amigo Pedro. La tris-teza de papá fue palpable. Mamá, con el correr del tiempo comenzó a entendercuán extenso era el amor fraterno hacia el amigo. Y esto mamá lo comprendió con el tiempo y por su propia experiencia. Yacuando mi padre no estaba con nosotros. Fue cuando comenzó a asolar la au-sencia de papá, con quien habían cultivado un amor imperturbable al tiempo.Las amigas ayudaron mucho para que ella se piense sola y no se desconectede su proximidad. Así ella nos decía: que si uno tiene amigos, el mundo es unaprolongación de nosotros. Incluso cuando Pedro volvió del norte y buscó a papá, con la excusa deque le había traído un regalo. Papá seguía indiferente y no quiso verlo y me-nos recibir el regalo. Mamá dice que nunca más le dirigió la palabra. Aunqueella trató de explicar, al amigo, que papá tenía sus propias ideas sobre el asun-to, que si bien no le hablaba, el seguía queriéndole con aquella amistad de ni-ños que juegan y serán siempre compañeros. Que tuviera paciencia y esperará28

a que a José se le pase este enojo. Ella estaba segura que pronto volverían aser nuevamente amigos. Eso decía, aunque ya habían pasado muchos años deaquel desencuentro. Pedro se había vuelto escéptico y llegó el día en que se le-vantó un silencio largo y extraño, con sabor de ausencia entre ambos amigos. Papá estaba un poco triste, pues, además de Pedro, otros de sus amigosde infancia, se marchaban al norte, con la ilusión de ganar y traer su dineropara invertir en el pueblo. También para tener aventuras. El éxodo ya habíacomenzado unos años antes. Si bien al principio fueron pocos los aventurerospara llegar a un lugar tan lejano para trabajar, sin saber lo que realmente eratrabajar en otro país. Y, a su retorno, estos jóvenes mostraban que valió la penair y gastaban a manos llenas. Eran la admiración del pueblo y otros jóvenes los envidiaban y se apunta-ban a los siguientes viajes. Definitivamente los amigos volvían con los humosaltos, pues se habían vuelto engreídos y a papá eso lo molestaba. Incluso laschicas los admiraban y les seguían. Otros ya solo volvían para divorciarse desus esposas o simplemente no volvían y dejaban abandonadas a sus novias ose olvidaban de sus padres, que envejecían con la esperanza de que antes demorir, verían a sus hijos. En esas noches largas cuando el cacahuatero parecía que alumbraba in-terminablemente, papá esgrimía sus argumentos y mientras mamá escuchabacon suma atención: Le parecía paradójico que los que migran al norte, en bús-queda de mejores condiciones de vida, siendo que en el pueblo, se vivía conmucha tranquilidad y eso de por sí, ya era parte de la felicidad. Entendía queestos aventureros estaban huyendo de la realidad. Eran como sobrevivientesde la vida, cuyos sueños estaban subordinados al dinero. Creían mucho en eldinero y sobrevaloraban el poder de éste. Temía que con el tiempo, estos ami-gos llenos de ilusiones, se convertirían en nómadas; es decir, irían corriendopor los lugares sin nunca encontrar su verdadera patria. Y esto sería legadoa sus siguientes generaciones. Ese cruzar la frontera entre ambos países, eracomo un acto de búsqueda que podría, un día del porvenir, llevarles a descu-brir, después de tanta búsqueda y aun siendo materialmente estables, que nohayan encontrado lo que buscaban. Y eso que tanto buscaban, paradójicamen-te, se quedó cuando ellos decidieron darle la espalda. Y eso explicaba, según papá, por qué siempre querían volver, siempresu mente estaba en Arandas, aunque sus pies pisen tierra extraña y sus ma-nos trabajen para gente que no conocen. Estaba seguro que los tacos de allá,jamás serán como los de su pueblo. ¡Jamás! Y, también estaba seguro, que amedida que los días corrían, Pedro y otros amigos quedarían enredados en las 29

telarañas del destino y viviendo en una cultura que solo los quiere como manode obra. Uno pertenece solo al lugar en el que nació. Temo que la verdaderafrontera la trae cada uno adentro y esa nunca uno podrá atravesarla. Esa fron-tera está hecha de toda la historia que a uno lo antecede y le dan eso que sellama: identidad. Esa historia que marca y determina el modo de ser. Lejosy ausente, la existencia podría ser un acto de melancolía y uno hasta podríamorir en vida. Viendo esto papá había prometido que él no se iría, pues tenía muchoque hacer en su pueblo. No abandonaría a su familia por dinero. Se tenía lonecesario materialmente; pero la verdadera riqueza era intangible. El creía,deduzco de lo que mamá me contó, que estos jóvenes que comienzan a cruzarlas fronteras, podía que se pasen toda la vida cruzándola o suceda que algúndía ya no puedan volver. Y comenzaban a no pertenecen a ningún lugar. Decíaque estos amigos, un día, comenzarán a añorar aquello que dejaron y aunquevuelvan, no será lo mismo. Esas fronteras, con el tiempo, se pueden convertir en muros altos y cadavez más altos. Y uno, con el pasar de los años, tiene menos energía para atra-vesarla. Los hijos ya son del otro lado y si han dejado una familia aquí, pocoa poco esa distancia que hay entre ellos comenzará a llamarse olvido. Luegodespertarán y solo encontrarán un recuerdo mísero en su memoria o unas evo-caciones debilitadas de nostalgia y que derivarán al corazón a una estacióninvadida de desasosiego. Creía que cuando uno abandona el lugar donde nació, es como un árboltalado de un rincón del bosque, ya no puede ser el mismo al ser trasplantadoen otro lugar. Así sucede con los hombres que dejan su pueblo, eso entendíapapá, de quienes migraban y que poco a poco se convertían en extraños paraesa tierra que los vio nacer. Los que se quedaban los miraban con admiración;pero sin corazón. Los miran de lejos y con un saludo que lo manifiesta. Ya losdeclararon como extraños, aunque ellos (los migrantes) no lo sepan. Y esto hacía que ya comenzaba un proceso de desenraizamiento; es decir,que de pronto sus raíces culturales comenzaban a despegarse de la tierra yaprendían nuevas costumbres……y pronto serian extraños en su propia tierra.Eso también los alejaba poco a poco de sus propias raíces, si bien volvíanaquellos; pero con cada invierno, esas raíces comenzaban a salirse del sueloy el viento las debilitaba. Hasta que despertaban en la comodidad de la vida;pero en la tristeza del corazón, porque uno solo es en su tierra. ¡Estas eran las razones por las que papá decidió fortalecer sus raíces en latierra que lo vio nacer!30

Este era el imaginario de papá, aunque mamá trataba de hacerle entenderque también había otros hombres que volvían y traían recursos a sus familias.Que no se habían olvidado de sus esposas y sus hijos. No sé si esas explicacio-nes servían para que papá entendiera aquel fenómeno. Lo que sí papá no podíanegar, aunque hablaba poco del tema, era que estos aventureros le habían traí-do al pueblo un empuje al desarrollo. Volvían con ideas nuevas, gracias a esecontacto con la cultura norteamericana. Que sus experiencias la trataban deadaptar a la emergente sociedad de su tiempo. A partir de estas migraciones,nuestro pueblo comenzó a tener otro sabor y color. Me atrevería a decir, quedesde que Pedro y otros hombres salieron y volvieron a su pueblo, comenzóla revolución industrial en Arandas. 31



UN LUGAR LLAMADO ARANDAS



UN LUGAR LLAMADO ARANDASAveces mi memoria tiene sus propias lagunas, que refrescan y humedecen mi corazón. No me aflige este bache en mis neuronas. Más pienso quecuando sucede esa sinapsis me deriva en un aleluya extático. Y aprovechoesos instantes para volver al lugar donde nací. ¡Oh, volver es siempre una for-ma anhelada de ser! Siento que en un momento del vivir, el camino sufre unquiebre y si uno no tiene esa sutil percepción de cuan profunda y misteriosa esla vida, podría perderse la experiencia, casi mística, de este retorno placenterode la vida. Ese volver a sus orígenes, tiene un almíbar que enciende esos misinstantes de lucidez y dan la savia suficiente para que esa aproximación a misraíces tenga conmoción. Uno puede ser un tronco viejo; pero lo que le ayuda a ser vital son susraíces. El día que dejemos de tener raíces, seremos las hojas amarillas queel viento arrastra de un lugar a otro. En esas condiciones nuestra percepciónde la felicidad será una efímera y anémica manera de aprehenderla. Nuestrasraíces nos proveen de la savia vital para vivir lo que entendemos que somos.Saber sin vericuetos por qué somos lo que somos y cuanto significa esto paranuestros días. De allí nos brotan esas ganas de seguir viviendo, aun sabiendoque asoma el ocaso de nuestras células. Y, con notable vitalidad, levantar lamirada y aun mirar el sol con ilusión. Entonces vuelvo a Arandas, ese pueblo que contiene mis raíces y siempreme llama. Al parecer esta edad es en la que uno escucha mucho más ese lla-mado. Mientras era joven, tantas cosas me distraían y estaba abocado a esasdistracciones y ruidos que emanaban de esa gran urbe que me rodeaba. Soloel silencio de esta tarde me pone absolutamente perceptivo a esa llamada delespíritu del tiempo. Esa lejanía se disuelve cuando hago de este silencio un 35

modo de caminar a mi propio estilo y convencido de que voy a mí encuentro.Aún está conmigo aquel polvo de esas calles arandenses, que contienen miesencia. He aquí retornando a mis raíces. Y en mi imaginario me veo. Me veo fecundo y lucido. Me veo comoel niño que sigue corriendo por las calles de aquel pueblo sorprendente quetengo dentro de mí. Ese soy yo, que a pesar de que el tiempo pretende ero-sionarme, mi espíritu se percibe más vital y sabe que trascenderá este cuerpo.Contrariamente a esta limitación y levedad, siento plenitud y me dice que elestar aquí es solo un asunto estacionario. El Parián, como se llamaba al mercado principal del pueblo, era el lugaren el que se sucedían las más diversas actividades comerciales. Se comprabany vendían frijoles, tortillas, maíz, gallinas, huevos, huaraches, lejía, lazos ysogas de maguey y henequén, dulces de leche, cohetes, tequila. Las frutasestaban tan artísticamente acomodadas, como si fueran altares todosanteros.Eran unas verdaderas obras de arte, con olor, sabor y colores auténticos. Yo,en mis mejores años de infante, me quedaba unos minutos, absorto y contem-plativo, ante tal maravilloso paisaje frutesco. Ustedes se pueden imaginar queaquello, para mí, era y sigue siendo el mayor mercado que puedo imaginar ylo digo, luego de haber conocido miles de sitios como ese en mi vida. Claroque esta imagen no tiene que ver con lo exterior que se me da a los ojos, sinocon aquella noción intrínseca que mi yo interior guardo de mi historicidad. El día preferido para mí era el domingo. Pareciera que ese día la gente sehubiera puesto de acuerdo para encontrarse, algo así como un complot a favorde esa forma comunitaria que se vivía. Uno podía toparse con sus amigos queno había visto en semanas. Sentarse y platicar, acompañado de un buen pulqueo unos elotes con queso. También estaban los enemigos, que aun siendo muyenemigos, uno no temía, pues la enemistad solo era asunto pequeño e inofen-sivo que no perturbaba la rutina. Aquello del mercado era un hervidero de gente. A veces solo veía som-breros blancos que se acumulaban tumultuosamente. Y los caballos eran unasenormes bestias que siempre que pasaban por mi lado. Cuando estaba juntoa ellos, me detenía y lleno de admiración. Los miraba hasta que se perdían.Eran tantos los caballos que a veces eso se ponía muy peligroso para los niños,puesto que alguno podía recibir una patada de estos equinos. En ese tiemposiempre quise montar un caballo; pero nunca lo hice, pues mamá decía que yahabría tiempo para ello. Las voces de las gentes, comprando y vendiendo, eran como un piar dela granja de pollitos. Los rostros estaban, por lo general, felices. Ya al morir36

el día, cuando la gente había comprado y vendido todo lo que tenía planifica-do, aquello quedaba vacío de personas. Lleno de desechos y basura. Tambiénmucho trabajo para quienes debían hacer la limpieza, que tenían que quedarsehasta muy tarde. Aun así, no terminaban. Me veo en mi estado parvulario rondado el mercado. ¡Cuando no! Siem-pre me ponía contemplativo ante este templo abierto y desprovisto de dogmas.O quizás la mayor de las creencias era la de que uno sabía que siempre encon-traría gente allí, gente que le daba color y sabor a esa rutina de cada día. Esteera como un imán que atraía al gentío. El antiguo Parián, que estaba en aquellaenorme calle empedrada que al parecer, con el paso de los años, se hubieraencogido y ahora me parece pequeña; pero siempre hermosa. Esto era entreel atrio parroquial y el jardín Antonio Valadez. El domingo era el ombligo dela semana, aquellas horas que llamaban a romper la rutina y saberse vivo. Elarco iris se alzaba en medio de esa multitud. Aquello era un mercado de Babel,por las emociones que fluían en ella. Todos los colores, todos los olores, todoslos humores. Todos los intereses se congregaban, como en un templo de lasociabilidad. Ese paisaje era mi verdadero Arandas. Mientras caminaba, percibía que un hilito de agua corría por el suelo.Podía ver, a través de él, la humedad que va dejando a su paso. Qué sería dela tierra sin esa humedad vital. En esos momentos imaginaba que los desiertoseran las lágrimas secas de aquella lluvia abortada y en ella existían almas tris-tes que caminaban por esas arenas ardientes y estériles. Pero mi pueblo sabíaa vida y eso se reflejaba en aquellos hilos vitales y húmedos que eran la savia.Toda esa naturaleza que me tocaba la piel, se adornaba de aquel conglomeradode gente y del que yo era un puntito. Eso pienso ahora, mientras me inclino ytrato de que el agua de este bosque que me cobija, toque la yema de mis dedosy penetre mis poros para alimentar mi existir. Tantas veces que recorrí esos pasillos de mercado para mirar con admi-ración y anhelo todas esas bondades que habían sido hechas por las manostrabajadoras de aquella gente que dedicaba una parte de su vida al trabajo.Mientras que la otra parte, la más importante, a celebrar la vida en el platicar,cultivar el curso lento del tiempo y ser con los próximos. Así es como el relojde tiempo dejaba pasar la arena de un compartimento a otro, con tanta lenti-tud, que parecía que nuestras vidas de cada día duraban mucho más que la deahora. Uno sabía del tiempo solo mirando como nacía o moría el sol. El modoen que la luna aparecía o como la noche nos cubría con su manto oscuro o seiluminaba con las estrellas. 37

Todos los días, todos los soles de aquella mi infancia estaban consagradosa mi pasión por los dulces. Ahí fui donde viví que aquello que menos tienes atu alcance, es lo que más te apasiona. Dulces de todos los colores y sabores defrutas. Las blancas y rugosas cocadas, las frutas cubiertas, el rollo de guayaba,las deliciosas bolitas de leche quemada, los dulces de camote, las magdalenas,el jamoncillo y otros. No puedo creer como mi memoria aún se siente fuertepara nombrar e imaginar los colores y sabores. Seguro que esa fuerza emanade esas evocaciones de mi paladar. Aún puedo sentir el sabor de aquellosmuéganos, que seguro que estaban envenenadas, que aún hoy siento debilidadpor ellos. Ahora puedo comprender ese aprendizaje y que para reconocerlo,tuvieron que pasar 80 años. ¡Eso sí que se llama vivir! Cómo olvidar aquellas mañanas económicas en casa, cuando teníamosque contar el dinero para comprar la comida de cada día. Aunque más quecontar, era buscar sí entre alguna de las monedas no encontraríamos otra yentonces esos tostones podían convertirse en una suma mayor. Y entoncesmamá salía de compras y tenía que regatear un poco, pues digo un poco, por-que también ella tenía su orgullo y, obviamente que estaba en juego. A pesarde esas menudencias en mis comentarios, ella siempre salía ganando unosgramos a su favor. Y a la hora de pesar, el frijol, tenían que ponerle onzas omonedas de peseta que tenían impresas las basculitas en una de sus caras, puesella compraba en pequeñas cantidades y hacia milagros en su cocina para quenosotros pudiéramos comer. Esto no habrá sido diferente de aquellos milagrosque obraba ese tal Jesús. El lugar en el que usualmente solía comprar era unatiendota de abarrotes. En ese tiempo las tiendas me parecían enormes y espe-cialmente aquella expendeduría de mercaderías llamada el Golfo de México.Ese negocio me llamaba la atención porque tenía una variedad de pilones parala balanza. Mientras mamá hacía sus negociaciones, yo disfrutaba mirandoesos pequeños objetos. Si veía que nadie me miraba, los tomaba con la manoe imaginaba que eran juguetes de mi colección. La alegría era un don natural, para todos nosotros los niños de aquel lugar,parecía que uno había sido programado para jugar y ser feliz. Claro que tam-bién había algo de cuestión material en esa cuestión: Los tostones. Siemprerecordaré aquella vez que encontré una fortuna. Era algo así como un tesoroperdido y encontrado: 5 tostones. Ustedes no pueden imaginar la felicidadque nacía de encontrar aquel cofre. Es cierto que no todo lo que uno llamafelicidad tiene que ver con el dinero; pero cuando uno tiene algo que nunca hatenido y se llaman tostones: Uno identifica la razón de su bienestar y confirma,que los tostones son, también, una fuente de felicidad. Claro que esta felicidaddura hasta que a uno se le acaba los últimos muéganos que había comprado.38

¿Cómo encontré esos tostones? Recuerdo aquel día nítidamente, mientrasiba jugando a saltar en un pie, justo por una esquina del mercado Independen-cia. Tropecé con una piedra y justo mi mano cayó encima del tostón. A la vezque tomaba sorprendido dicho pedazo de fortuna, vi enterrados otros tosto-nes. Y luego al tomarlo vi otro tostón y así sucesivamente aparecieron estos,como diciendo: ¡Tómame! Eran 5 tostones ¡Se imaginan: 5 tostones! Nuncaolvidaré aquel momento de felicidad material. Ya todo lo que encontré y gané,más después en la vida, no se pueden comparar con aquel tesoro escondidoque encontré. Aquella tarde de un sofocante calor, sucedió un bullicio inusual y vi quemucha gente comenzó a correr hacia la plaza. Y yo, como todo niño curioso,también me sumé a esa corrida de personas. Ya cuando llegué a epicentro de lacuriosidad, vi el motivo de aquel escandalo: en el centro de la plaza había unaextraña máquina circulando lentamente, echaba algo de humo que formabauna estela muy extraña para nosotros y hacia un ruido que nunca habíamosescuchado antes. ¡Había llegado el primer automóvil al pueblo! Había tanta gente que cuando llegué no había un lugar desde donde pu-diera ver lo que ocurría, de más cerca. Y, como cualquier niño travieso, pudeintroducirme en medio de aquel gentío. Arrastrándome entre las piernas de laspersonas, me hice un espacio y pude llegar cerca de donde estaba aquel mons-truo que caminaba ruidosamente. Como yo, muchos en la plaza del pueblo,estaban fascinados. Aunque la experiencia de nosotros los niños era indescrip-tible al ver aquel objeto tan extraño y quizás era como cuando el Quijote viogigantes monstruosos en aquellos molinos, que se interponían en su camino. Nadie se quería quedar sin tocarlo, al menos, eso pude entender. Y estedaba vueltas y vueltas por la plaza. Muchos no entendían cómo podía moverseaquella cosa, pues no tenía algún caballo o mula que tirará de él. Jamás ha-bían siquiera pensado que existía un medio de transporte como el que veían.El dueño, muy orondo, era un ganadero y comerciante bien acomodado. Yjustamente aquel modo de presumir su nueva adquisición, era sumar prestigio. Seguro que aprovecharía de esta circunstancia prestigiosa para más tardepostularse para ser presidente municipal. Él sabía lo que hacía y su intenciónera que todo el pueblo hable de él. Yo solo vi de lejos aquel espectáculo, puessentía miedo llegar hasta la bestia. Tenía claro que no quería tocarlo, comomuchos lo hacían. Seguro que esa experiencia, la de tocarlo, la contarían a susfamilias, quienes escucharían maravillados esa historia. Solo vi de lejos y miatención estaba más concentrado en el comportamiento de la gente. 39

Y aquel día marcaría la historia del pueblo. Me atrevería a pensar quetodos aquellos eventos que sucedían en este principio de siglo, marcarían elprogreso del pueblo y efectivamente, eso sucedió con el pasar de las décadas,hasta hacer de Arandas el polo de desarrollo de la región. Estábamos asistien-do a una serie de cambios en la realidad de nuestro pueblo. Arandas ya nosería la misma desde aquel día. Mamá decía que cuando llegaba invierno había que abrigarse. Aunque norecuerdo algún frio que me haya quitado las ganas de jugar. El invierno era untiempo en los que jugar era nuestro mejor antídoto contra el frio. A veces creoque mamá exageraba con aquello de que había que abrigarse muchísimo o quede otro modo nos enfermaríamos. Eso me hizo concluir que su percepción delfrio era mayor que la nuestra. Ahora entiendo el porqué, a la hora de dormir,nos ponía toneladas de cobijas en la cama. Claro que cuando era invierno llegaban las noches frías y era hora dedormir, ella nos cobijaba con una montaña de cobertores. ¿Así quién podríadormir? Simulábamos que habíamos caído en brazos de Morfeo y que nuestrosueño era profundo. Así ella ya no nos vigilará y se vaya a dormir. Pero ellatenía una fuerza sobrehumana para vigilarnos y asegurarse de que todos yaestábamos dormidos y así ser la última en dormirse. Papá ya se había cansadode rogarle para que se fuera a la cama a dormir. Ella era una desobediente delhogar, aunque una generala cuando tomaba el poder. Había que esperar a quemamá se duerma para deshacernos de aquella montaña de cobijas, solo des-pués podíamos dormir a gusto. En Arandas los telares de aquel tiempo eran prósperos y aunque el comer-cio interno de este producto no era ideal, había que buscar mercados fuera delpueblo. Entonces se buscaban mercados para dicho producto en los pueblosvecinos. A los trabajadores de los telares, en muchos casos, se les pagaba enespecie (cobijas), pues no había mucho dinero circulante y había que saldarlas jornadas de éstos. Recuerdo que a mamá le atraían las cobijas y teníamos muchos en casa.Esto había logrado gracias a sus notables habilidades de comerciante y poresos trueques, que era la forma común de comercio en aquel tiempo. Había lo-grado recopilar un pequeño surtido de cobertores, fruto de sus tratos con aque-llos que habían trabajado en los telares. Mamá había logrado hacer pequeñosnegocios con estas personas y fruto de ello disponer de algo de este producto.Había que intentar si este negocio era una opción a la economía familiar. Esapequeña mercadería había que venderla. Y en ese propósito mandaba a papá, aregañadientes, a que fuera a Jalostotitlan a vender. El día y la hora ideal era los40

domingos después de la misa. Las ventas eran, casi todas, al crédito, ya que lagente no siempre disponía de efectivo en el momento de la transacción. Estodaba lugar a que esta deuda se pueda saldar en el tiempo de cosecha. Claroque si la cosecha se malograba o ésta era mala, entonces la deuda quedabanflotando y solo quedaba la esperanza de que algún día se cobraría. Aunque esamodalidad de hacer negocio no le funcionó bien a papá, y mamá se quedó consu inventario y por eso que en invierno jamás pasamos frio. Y todo ello gra-cias a que mamá tenía una despensa llena de cobijas. Cobijas de todos coloresy diversos estampados. Mis padres vivieron un tiempo con aroma de felicidad. En aquellas tardescalurosas disfrutaban de tomarse un buen refresco. Siempre había refrescosen casa para saciar la sed en aquellas tardes bochornosas. Aunque lo hacíanocasionalmente, puesto que ya desde que llegamos nosotros, los hijos, su es-cenario de recreación amorosa se había encogido. Tanto que apenas teníantiempo para ellos. Nosotros los hijos teníamos muchas divergencias sustan-ciales sobre estos menesteres de la vida de cada día. Veo necesario, y para queconste en acta, señalar que nuestras discusiones bizantinas entre hermanosduraban algunos minutos y muchas emociones. Una de estas disconformida-des era sobre cuál de los refrescos era mejor. Si la de Sancho Panza, o sí losRefrescos Díaz. En fin, yo tenía claro que el primero era el mejor y, como erael más consentido, lograba que mis padres compren este refresco. Trataba, atoda costa, de convencer a todo el mundo que éste era el mejor refresco deArandas. Yo estaba seguro. Creo que mis hermanos les hacía falta saber másde bebidas o solo querían llevarme la contraria y por eso me discutían. ¿Ya aestas alturas de qué puede servir saberlo? Aunque yo tenía mi propia estrategia para poder tomar, de vez en cuando,el refresco que me gustaba y sin tener que erogar ni un peso. Mi habilidadconsistía que cuando pasaba por la calle de San Juan cerca del Mesón de lasQuince Letras, que no eran precisamente mis rumbos de caminante, me sen-taba y hacía como sí me hubiese torcido un tobillo. Allí ensayaba mis mejoreshabilidades de actor y mostraba una cara de quien necesita ayuda. Y, bien losabía, a qué hora salían los de la fábrica, quienes al verme y entender queno podían ayudarme, sino regalándome un refresco. Esa era la medicina quecuraba mi mal. Y ya después de terminar el contenido de la botella, me ibasaltando y olvidando que había tenido un percance, pues el refresco era comoagua milagrosa que operaba en mi cuerpo. 41

Pensar en un niño limpio, de cuerpo y ropa, en el pueblo, era como algoexcepcional. Los niños de pueblo siempre fuimos aquella señal de que solo sevive una vez y había que hacerlo de una buena vez. Y ese vivir tenía que vercon jugar con la tierra. La tierra era nuestra mejor evidencia de que sabíamosjugar. Y una simulación de que había una lluvia de tierra era lo máximo. Nadiepuede llamarse niño si no ha experimentado ese chaparrón de tierra y que tedejaba empanizado. Todo podía ir bien, hasta que alguien lloraba porque susojos habían sido afectados y no podía ver. Menudo lio para todos, pues habíaque ayudarle lavándole los ojos para que no sufriera mucho. Y, más que eso,pedíamos a los dioses que su mamá no apareciera en ese momento inoportunoe hiciera problema por haberle llenado de tierra al niño de sus ojos. Esto se-guro que haría que el caso sea llevado ante nuestros padres y con las sabidasconsecuencias. Lo terrible, tanto como un castigo de Zeus, eran aquellos baños que mamános daba a los aterrados, y para ello usaba una lejías que eran tan duras, tantoque daba la impresión de que nos estaba quitando la piel de tanta fricción. Unotenía que aguantarse de llorar, pues el orgullo de niño era más importante.Intentar llorar, seguro que era como demostrar debilidad y esto podría conver-tirse en una sentencia que nos podría impedir el volver a jugar con nuestrosamigos en la calle. Seguro que ahora ustedes no podrían entender que jugarsin tierra, era el equivalente a no saber jugar. Mientras nos bañábamos en tierra, el mundo era nuestro. Puesto que éstese circunscribía aquel escenario terroso de nuestros juegos. Todo era posiblegracias a la imaginación. Estoy seguro que gracias a esa mi niñez fecunda dejuegos y travesuras, a estas alturas de mi cronología vital, veo este mundocomo una posibilidad; es decir, con optimismo. Siempre me he preguntado porqué el polvo de la tierra es algo que estáimpregnado a nuestro cuerpo. Quizás porque tiene mucho que ver con el estaraquí. Esto podría derivarse de aquella sentencia bíblica de: Polvo eres y al pol-vo volverás. Nosotros infantes, sí que la cumplíamos al pie de la letra. Éramosuno con el polvo. Aunque después de tanta polvareda, volvíamos a la realidadde nuestras vidas. Confirmábamos que sí, era posible, ser polvo por unos mi-nutos. Y por ello supongo que entenderán que ese modo de ser polvorosos ennuestra infancia, fue inolvidable. Desde que tengo conciencia y he visitado tantos pueblos, es que la vidame ha dado oportunidad, siempre me han llamado la atención los templos.No recuerdo haber visto un pueblo que no tenga un templo. En todos ellos, hepodido encontrar un coloso que llama a los hombres de buena voluntad. Ese42

coloso que está, por lo general, en el centro de los pueblos, representa muchopara sus pobladores. Todos o casi todos, acuden allá para encontrarse y ser unoen comunidad. Significa mucho para la fe de las comunidades y, podría decircon temor a equivocarme, es como el péndulo de un enorme reloj espiritual. La perplejidad me asalta por tan maravillosas obras de arquitectura y cuyaprofunda simbología aún no he podido captar. Todo esto es otro misterio queno sabría descifrar. Este fenómeno sucedió durante mi infancia. Mientras lavida me daba la oportunidad de respirar en nombre de la alegría, cuando minoción de mundo se restringía solo era aquel rincón terrenal de Arandas. Yocaminaba y creía que el suelo que pisaban mis pies era el todo. Y eso tiene quever con que mis juegos eran terrenales y estábamos concentrados en el aquíy el ahora. En esos caminares de rutina, un día en el que el juego había terminado,cansado y ya sin ganas de jugar, levanté la mirada hacia arriba y descubrí lapretensión humana de alcanzar el cielo. Ahí estaba aquella obra arquitectónicaque era parte del templo de San José. Esa era la evidencia de que los hombresaspiramos a llegar al cielo. Esa mole de piedras que tenía ante mis ojos, enaquella construcción santuarial así me lo mostraba. A mi entender, de niño muy terrenal, el cielo estaba tan lejos de mis posi-bilidades y mi imaginación, que cuando aquella tarde vi la nave del templo,tan alto, tan alto, que parecía que estaba tocando el cielo, supe que el mundoera mayor de lo que mi mente concebía. Todo el universo que podía concebirmi experiencia y mi mente, estaba encapsulado en ese rincón paradisiaco. Cuando uno es niño, el cielo es solo un pedazo del paisaje de la imagina-ción con el que topan nuestros ojos; pero poco o nada nos interesa. Pero poraquel descubrimiento de la prolongación material del templo, que eran tanalto al alcance de mis manos, comencé a entender que la tierra que pisabanmis pies no eran los únicos asuntos terrenales que debería considerar entre mistemas de cavilación. Me quedé tan absorto…. Y estoy seguro que de aquel tiempo me queda la admiración por semejan-tes obras de arte, tan lleno de símbolos y que al hombre siempre le faltará vidapara interpretarlos. Con certeza puedo afirmar que aquella mole, que estaba enel corazón del pueblo, sabía de tantas historias de esta colectividad de huma-nos. Historias de poder, de milagros, de envidias, de acciones que dignifican,de amores imposibles, de soledades arcaicas. Aquel tiempo en que comencé a descubrir estos pilares de la fe humana,aquello era un lugar de paredes abandonadas y huérfanas. Aunque con el tiem-po aprendí que la construcción de los templos y catedrales duran tantos años 43

como puede durar una centuria y que mientras suceden, en ella se tejen lashistorias, humanas, demasiado humanas. Como en aquellos días no había personas construyendo en el templo, queestaba algo desolado y abandonado. Así fue que aquel lugar se convirtió ennuestro fuerte de grandes batallas contra el enemigo. Ese enemigo que po-dían ser los seres de nuestra mitología pueblerina, los gitanos que alguna vezllegaban y les teníamos miedo y hasta soldados federales. Estos últimos eranpara nosotros extraños extranjeros y siempre que llegaban, era porque habíaalgo malo. Todo podía ir bien, cuando de vez en cuando, de entre la nada aparecía unafigura enorme con sotana y que nos daba miedo. Era alguien con una miradafría y penetrante, que podía fácilmente avergonzarnos. Vestía con una sotanade color café como si fuera una armadura. Era rígido como una enorme es-tatua. Ahí aparecía repentinamente y con sus manos, como si fueran tenazasfuertes, con las que agarraba al primer incauto que se dejaba atrapar. Lo aga-rraba por el cuello y lo levantaba hasta que sus pies dejaran de tocar el suelo.Esto era para demostrarnos de lo que era capaz con su fuerza. Y luego, sonabasu una voz enérgica, que salía de él y sonaba a un anatema: - ¡Qué hacen aquí! No saben que ustedes están profanando este lugarsagrado. Iré con sus padres para reclamarles que deben educarlos en el miedo.Que no saben respetar este lugar. Ustedes deben estar sordos, ya les dije queeste lugar no es para jugar. Aquí deberían arrodillarse y rezar. En aquel momento y al eco de esas palabras, nos entraba mucho miedo.Para nosotros los clérigos eran como personas sobrenaturales. Sus palabras enlos rituales eucarísticos eran sabiduría pura. Nuestras madres siempre apela-ban a los sermones para encontrar los argumentos para educarnos. Entoncesimaginar que el sacerdote iría con nuestros padres y madres para reclamarlesque sus hijos se les iban de las manos, nos daba terror. Si nuestras madres seenteraban de que sus hijos estaban profanando la casa de dios, seguro que nosesperaba un castigo muy serio. ¿Cómo era posible que unos niños traviesospodían hacer de aquel lugar sagrado un centro de travesuras? De solo pensaren ello nos invadía el pánico. Mamá me contó, que la construcción del templo se había detenido porquehabían cambiado al cura Nepomuceno. Este clérigo fue el que inició la cons-trucción y su liderazgo era importante. En su ausencia ninguno de su comu-nidad había decidido sucederle en este magnánimo empeño. Esta encomiendaera algo así como una obra titánica y la responsabilidad era muy pesada. Porello exigía mucho compromiso para poder continuar la construcción. Aunquelos feligreses siempre fueron fieles en el esfuerzo por recolectar y aportar re-44

cursos para levantar esta obra, no pudieron oponerse, aunque hicieron ciertosintentos, al cambio del cura Nepomuceno. Ante la ausencia del líder de laobra, la construcción quedó paralizada un buen tiempo. Ese fue el tiempo quelos niños hicimos de aquel lugar nuestro templo lúdico. Puedo extraer de mi memoria, con cierto esfuerzo, aquellas imágenes delo que prometía ser aquel templo. Tenía una paredes muy; pero muy gruesas,que cuando mis brazos pretendían abrazarse no lograban asirlo. Eran tan du-ras esas columnas que si alguien quería oculta algo allí, con seguridad queestarían bien guardadas. Si bien le faltaba todavía mucho a la obra, uno podíaponerse a lado de una de sus paredes y luego levantaba la mirada hasta llegaral final, seguro que sentía vértigo. Esas ventanas eran enormes y más parecíapuertas elevadas. Imagino que por ellas el sol podía penetrar e iluminar a losque estarían dentro. La idea de casa que tenía en ese tiempo, era limitada. Esa imagen limitada nacía de la casa pequeña en la que vivíamos, puestoque desde que papá murió, nuestra casa también se redujo y aunque no siem-pre era cómoda, en ella había bienestar familiar. Ésta era de tamaño estrecho,de habitaciones pequeñas y cuyas ventanas apenas dejaban penetrar la luz.Esto daba la impresión de que los de adentro queríamos ocultarnos de los deafuera. En cambio estas habitaciones del templo se proyectaban enormes. Ca-minaba de un lado a otro y me parecía perderme en ella. Nunca pude imaginarel futuro del templo, pues la noción de futuro me era ajena. Para un niño soloexiste el presente y se circunscribe a lo pequeño, de todo lo que podía tocar,sentir y vivir en el ahora. El tiempo solo era hoy. El universo solo era el aquí.Todo lo que escapaba a esta noción, simplemente el porvenir no existía en miimaginario. 45



EL SACAMUELAS


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