LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS NOVELA CRISTINA PÉREZ ACCIALINI
Pérez Accialini, Cristina Los secretos del coronavirus / Cristina Pérez Accialini. - 1a ed. - Longchamps: LENÚ, 2022. 180 p.; 22 x 15 cm. ISBN 978-987-4983-89-3 1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863 Título original: “Los secretos del Coronavirus” Novela © Cristina Pérez Accialini Contacto: [email protected] Ilustración de tapa: Nidia Rivarola, exalumna, pintora. Primera edición mayo 2022 Editorial Ediciones Lenú Mail: [email protected] Facebook: Ediciones Lenú Aclaración: en determinadas expresiones y/o criterios narrativos, así como el vocabulario utilizado en todo el texto, se respetaron los gustos y deseos del propio autor. Hecho el depósito que previene la Ley N° 11.723 Esta obra se terminó de imprimir en talleres gráficos de Ediciones del País. Impreso en Argentina. Queda prohibido sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento comprendidos reprografía, tratamiento informático ni en otro sistema mecánico, fotocopias, ni otros medios, como también la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
AGRADECIMIENTOS A mi nieto Emiliano que me orientó en los vericuetos de la tecnología. A mis amigas lectoras críticas: Norma, Alicia, Laura, Cristina.
A LOS LECTORES Cuando se dieron a conocer los protocolos de cuidado, intuí que la pandemia sería un hecho histórico y comencé a hacer un diario con los datos más sobresalientes. Pero, tres días después consi- deré que eso podría llevarme a una psicosis que no estaba dis- puesta a sobrellevar. Entonces decidí que la pandemia tenía que ofrecerme una oportunidad más enriquecedora y resucité mis de- seos de escribir novelas. Esa intención había sido sofocada por largo tiempo dados mis compromisos laborales en el área de la educación. En el área creativa, solo había escrito cuentos que no requerían de larga dedicación. Así surgió esta primera novela escrita casi en tiempo real que en- treteje la realidad de nuestro país con los hechos que sorprenden a la protagonista en su período de aislamiento. Nayeli, nuestra protagonista, ha tomado contacto con mujeres luchadoras y, como ellas, también debe afrontar un desafío. Aquellas mujeres dirían: “Así que no podemos negar que hay fuerza en nuestras luchas, hay poder, hay alegría frente al dolor al mismo tiempo, hay vida frente a la muerte, porque insistimos, pese a los golpes, en “levantar en andamios la esperanza” con palabras de nuestra Clementina Suárez”. La línea argumental es ficticia pero todos los datos que la susten- tan son reales y los pueden investigar. Finalmente, Nayeli encuen- tra en una escritora, Emma Gunst, una premonición: Y debes construir una nueva relación sentimental mediante la que amarás de nuevo. Estoy segura de que gozarán leyendo esta historia y espero me lo hagan saber. Gracias La autora
LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS NOVELA No te rindas, aún estás a tiempo De alcanzar y comenzar de nuevo, Aceptar tus sombras, Enterrar tus miedos, Liberar el lastre, Retomar el vuelo. Mario Benedetti DÍA LUNES 9 DE MARZO Nayeli insertó la llave en la ranura y la giró. Mientras arrastraba su maleta y cerraba la puerta se escuchó la voz de Rita desde la cocina. —¡Ay, señora, no me diga que ya llegó! —Sí, Rita, ya estoy aquí. Una mujer joven apareció en el vano de la cocina secándose las manos en el delantal y avanzó hacia ella. Nayeli la paró con un gesto y la invitó a sentarse en un sillón ale- jado de ella. A Rita le temblaron las manos; su patrona tenía gesto adusto y preocupado; comenzó a pensar si había cometido algún error y descartó la posibilidad. Entonces, algo le pasaba a la se- ñora; solo la hacía sentar frente a ella, aunque más cerca, cuando la convocaba para organizar alguna recepción o algo especial que debieran planificar juntas. —Rita, ¿cómo anduvo todo? —Bien, señora. —¿Estuviste viendo la tele o escuchando la radio? 9
—La radio me acompaña siempre, me permite hacer las cosas y, mientras, me entretengo y me informo. —Bueno, entonces estás informada sobre el coronavirus. —Sí señora. —¡Ay! Y te voy a repetir que no me digas señora, para algo tengo un nombre. ¿Sí? —Sí, seño… digo Nayeli y escuché sobre la enfermedad. —Bueno. Entonces entenderás por qué no te abracé ya que vengo del exterior; …igual te traje un regalito que vamos a rociar con alcohol y después vas a abrir. Pero es necesario que, así como nos ponemos de acuerdo cuando vamos a realizar algún encuentro especial, organicemos los días que vendrán. Vos sabés que, por mi trabajo, viajo constantemente por distintos lugares del mundo. Ahora esa actividad es más riesgosa que antes y, en este mo- mento, tengo que tomar ciertas medidas para no contribuir al contagio. Nayeli comenzó a contarle que volvía de una misión en Honduras, que casi estaban terminando, pero debieron acelerar su conclusión a causa del covid-19. Pudieron viajar porque pertenecían a una misión especial de Médicos Mundiales (MM) que les aseguró el regreso a sus países de origen. Pero ya en el aeropuerto, tuvo que respetar algunos protocolos y llenar un formulario del Ministerio de Salud, la “Declaración de Salud del Viajero”, que implicaba un compromiso de aislación y debía cumplirlo; las autoridades la iban a monitorear por el celular. Tras compartir algunas anécdotas, comenzó a organizar la activi- dad en la casa. —Rita, hoy es martes 9 de marzo. Yo tengo que cumplir dos se- manas de aislamiento porque nada me da la seguridad de que no esté contaminada. El país de donde vengo todavía no tiene datos 10
precisos; solo sabe que si pasan los treinta y dos casos no podrían hacerle frente a la atención dados sus pocos recursos. En el viaje tampoco fueron demasiado estrictos, …no tienen registros segu- ros y a este virus no lo conoce nadie y todo está en estudio. Así que, hoy, vamos a hacer un plan que tampoco sabemos cuánto tiempo va a durar. Por ahora necesito saber si tengo provisión de alimentos para unos días —dijo mientras se refregaba alcohol en gel por las manos y brazos. —Sí. Pero como yo no sabía que volvía hoy, tendría que ir a com- prarle los frescos: pan, algo de verduras. En el freezer tiene otras variantes. Tomó la birome del lapicero e hizo una lista de frutas y verduras en una hoja del blog. —Por favor, mientras me doy un baño, me vas a hacer estas compras. Ah, y comprame un buen vaporizador, lavandina, una caja de guantes descartables, algún barbijo y alcohol líquido y en gel. —Ay, no sé a qué precio estará, porque vio como son cuando hay mucha demanda. —No vamos a hacer ahorro justo ahora, y comprá doble para llevarte a tu casa. Acá hay desinfectantes en aerosol. Después seguimos planeando. Salí por la puerta de servicio y volvé por la misma que esa yo no la toqué. —¿El señor Raúl también estará por volver? —¡Ah! ...¡qué tema ese! Me parece que tu señor forma parte de los miles de irresponsables que pululan por ahí… Encima está en Italia, uno de los países más críticos. —Sí, Nayeli, lo escuché en la radio. 11
—Cuando vuelvas, te lavás bien las manos y dejás todo sobre la mesada que yo lo desinfecto. ¿Te alcanza la plata que dejé en la caja o necesitás más? —No… Ud sabe que yo soy muy ahorrativa… todavía tengo. —No habrás pasado necesidades, ¿no? —No, Nayeli, ya aprendí, …si no Ud. me reta —y le regaló esa sonrisa tan espontánea con que siempre terminaba las conversa- ciones. —¡Ah! Hoy era el paro de mujeres, ¿no?, estoy medio desfasada con el tiempo. —Y yo ¿a quién le voy a parar?, ¿a mi marido, que aparece nada más que cuando necesita plata? —Ya vamos a ir logrando más cosas, Rita, ya estamos encamina- das. Nayeli rodó la maleta hacia un rincón y se dirigió al baño luego de volver a desinfectarse las manos. Abrió la ducha y trajo de la habitación algunas prendas para vestirse cuidando que no rozaran las que llevaba puestas. Debajo de la ducha y mientras se refregaba conscientemente, sus pensamientos rastreaban en su memoria los encuentros con Raúl que había tenido en los últimos meses. Comenzó por el principio, cuando, ni bien terminaron los festejos del año nuevo, ella viajó a Honduras para integrar el equipo de MM. Iba a desarrollar un programa regional relacionado con los migrantes para mejorar el acceso a la salud de éstos. Recordó que, forzados por diferentes clases de violencia, los migrantes se desplazaban entre El Salvador, Guatemala y Honduras y no los alcanzaba ningún mecanismo de protección de sus derechos como tampoco tenían acceso a ninguna atención respecto a su salud. En realidad, aquel programa era la continuación de otros con idéntico 12
fin que ya habían comenzado a desarrollarse años anteriores y se debían continuar. Hasta el 15 de febrero en que Raúl le anuncia que debe viajar a Italia por asuntos de negocios, Nayeli había hecho tres viajes relámpago a Buenos Aires para encontrarse con él. Y Raúl había pasado dos días en Guatemala a fines de febrero y de allí viajado a Europa con escala en Los Ángeles. Menos de ocho días en más de dos meses… Magro programa para un matrimonio que, aunque se conectaban por videoconferencia varias veces por semana, no se acercaba a la lógica, sobre todo siendo todavía una pareja joven. Además, debía pensar seriamente en convencer a Raúl de tener un hijo. Ya estaban pasando los años convenientes para un emba- razo. Cuando él la convenció de no apurarse, de disfrutar la vida, de no tener la atadura de los hijos, le pareció razonable. Ella amaba su profesión. Siempre había querido ser médica y a poco de ejercer se fue comprometiendo más con los aspectos sociales de la salud hasta lograr un pos grado: Médica Especialista en Evaluación de Tecnologías. De eso a formar parte de MM hubo solo un paso que buscó y conquistó para abrazar sus objetivos con convicción. Pero, ahora que lo pensaba, no habría tomado esta decisión si en su matrimonio hubiera habido hijos. La especialización había tenido, desde el principio, un objetivo solidario. No se habría contentado solamente con la atención de pacientes en un consultorio o en el hospital. Es más, ya antes de terminar la carrera colaboraba con el padre Tomás en la atención de las mujeres de la villa cercana. El contacto con diversas realidades la motivó a organizar un peculiar centro de atención alejado del microcentro. Convocó a dos profesionales más con las 13
que atendían integralmente varias necesidades de la mujer. Todo eso la impulsó a la especialización. Cerró las llaves de la ducha y se envolvió en el toallón. Respiró muy profundo y expiró lentamente tomando conciencia de su relajación. Hacía mucho que no se dedicaba una larga ducha. Con sus compañeros de MM, corrían de un problema a otro, estaban constantemente en contacto con su labor. Ni cuando paraban al anochecer, cortaban con su compromiso: se reunían a comentar sus acciones y a planificar el día siguiente. Sus duchas anteriores duraron diez minutos, a lo sumo. Quiso mirarse en el espejo y como estuviera empañado se preguntó: “¿estás ahí?”. Quitó la humedad con una toalla y se miró. —Hola… ¿existís? Por más de dos meses se había recogido el cabello en la nuca. Lo peinó y lo dejó caer sobre los hombros, tostados obligatoriamente por el sol del trópico. Suspiró. Buscó en el vanitori una crema corporal que recordaba tener. —Sí, te voy a atender un poco —le dijo a su cuerpo— La pena que tenga que ser en esta situación. Se envolvió en la bata; recordó que en algún lugar tenía unas primorosas pantuflas que nunca había usado. Sí, allí estaban. Se las colocó sonriendo. —Tendría que fotografiarme y colocar la imagen junto a las que tengo, con borceguíes, pantalones bolsudos, el pelo atado, atendiendo a las mujeres migrantes en medio de tanta pobreza. ¡Ah, el mundo dual! —murmuró para sí, meneando la cabeza. Rita la esperaba en la sala. —Ya está todo comprado. Lo dejé sobre la mesada. —Traeme los alcoholes, por favor, dejalos sobre la mesita. 14
Cargó el rociador con alcohol, vaporizó las manijas de la puerta de entrada, la llave que usó y mientras rociaba la maleta y el ma- letín de la notebook comenzó a trasmitirle a Rita su plan. —Vos ahora te vas a ir a tu casa. Y vas a respetar todos los consejos de higiene y cuidado que indiquen por los medios —le hablaba desde lejos. —Sí, ¿pero, quién la va a atender? —Nena, no soy inválida… Además, no sabés las comidas que improvisamos en los campamentos. Rita la miró con gesto dubitativo. —Bueno, cuando pase todo esto, te voy a organizar un almuerzo como aquellos y te vas a chupar los dedos; …sí los dedos, … porque muchas veces los dedos eran nuestros tenedores —rieron juntas —No, pero hay recetas ricas que se colocan en unas tortillas que se parecen a nuestras tapas de empanadas y de verdad te chupás los dedos —y continuó— Mirá yo quiero extremar los recaudos. Vos serías la persona que más riesgo tendría estando aquí… Como verás, mi consorte brilla por su ausencia… y si no pro- muevo una fiesta, aquí no aparece nadie espontáneamente. Al principio pensé que vinieras un rato una vez por día para proveerme de lo necesario, pero estoy más tranquila si estás en tu casa. Si yo necesito algo, te mando un WhatsApp y, respetando todos los protocolos, me lo comprás, lo traes, me tocás el timbre, lo dejas delante de la puerta y yo lo recojo. En la cuenta bancaria que abrimos yo te voy a transferir tu sueldo, como siempre, más una suma con la que irás comprando lo que yo te pida. Algunas veces, pediré delivery y ya es hora de experimentar en la cocina; pondré la notebook en la mesada, un canal gourmet y… manos a la obra. 15
Rita seguía mirándola con incredulidad. —No me mires así. No me viste cocinar porque siempre ando co- rriendo con mis ocupaciones pero recuerdo numerosas recetas de mi abuela, …la abuela paterna… Me seguís mirando con sorna. Te voy a contar una rica receta hondureña que me enseñó una mujer del grupo de ayuda. Picás cebolla, chile dulce (aquí sería ají) y tomate, con estos ingredientes hacés un sofrito; le agregás achiote, que son unas semillas rojas y la planta solo crece en la zona de México y Centroamérica y que, molidas, dan color y agregan un sabor apimentado, ahumado y dulzón; acá le podría- mos poner azafrán. Salás y le agregás pimienta, si te gusta. Luego de unos minutos le agregás hígado cortado en cubitos y cuando está cocido lo servís con arroz o porotos o queso. Bueno, nosotros solo teníamos arroz pero quedó riquísimo. —Qué rico, yo cocino algo parecido porque el hígado es barato y nutritivo. —La cheta de mi vieja nunca me había hecho probar el hígado, rico en hierro —Y se quedó recordando lo sabroso de esa comida hondureña y el amor con que aquella mujer la había ayudado a cocinar. —Ah… ¿vos seguís comprando en esa despensa de aquí a la vuelta? —Sí, la de don Jesús. —Bueno, cuando te vas, pasás y le decís si me podría alcanzar algún pedido en caso extremo. Si te dice que sí, que te dé el teléfono y me lo pasas por WhatsApp. Así tengo otra opción y te molesto menos. —No creo que haya problema, es muy servicial y yo le compro mucho. 16
—Bueno, andá a retirar todas tus cosas; …tranquila; …mirá, no te dejes nada porque una vez que estés afuera voy a entrar en la cocina y el lavadero y voy a ir lavando y desinfectando todo. —¿Y cuando venga el señor? —El señor va a estar tan jodido como yo porque vendrá también del exterior; viajará, pasará por aeropuertos que todavía no saben qué medidas tomar y tal vez se haya contactado con el virus… o no… igual que yo. Así que, si viene, haremos la cuarentena juntos y… tal vez sea más entretenido. En los últimos días solo se habían enviado mensajes de texto a través del celular pues era difícil tener señal en algunos lugares. —Ah, me olvidaba. Su mamá llamó varias veces. —¿Llamó acá… para qué? …Si me acosaba con mensajes de texto, como siempre. —No sé, tal vez para escuchar una voz. —¿Y qué te decía? —Bueno, si sabía cuándo volvía, si estaba el sr. Raúl… Y…, a veces, quería que yo opinara si estaba bien que Ud. viajara tanto… y otras cosas… Perdón…, pero fue así. —Perdón por qué, yo tendría que pedirte disculpas por los aprie- tos en lo que te suele poner mi mamá. Como no tiene nada que hacer, …como no acepta lo que hago, …como ella imaginó para mí una vida social con la que yo no acuerdo, …entonces rompe…. las… —se contuvo— Dejémoslo ahí, vos no le des bolilla…. Andá, tranquila; …prepará todo que te espero. Volvió a la habitación y se vistió con un solero que no era de sus preferidos. “Si lo mancho con lavandina tengo la excusa de tirar- lo”, pensó mientras terminaba de acomodarse los breteles. 17
Vaporizó su mano y la cajita del regalo para Rita quien reapareció con su bolso de siempre y con pena por despedirse y el desasosiego que le producía la incertidumbre. —Tomá —y le entregó el regalo —y no te preocupes. Nos habla- mos por WhatsApp todas las veces que quieras. Cuidá mucho a los tuyos; seguramente todos los días van a ir dando indicaciones sobre cuidados. Manteneme al tanto de tus chicos. Ah, decile a Héctor, el portero, que por catorce días no voy a salir, que no se preocupe; cualquier cosa, le aviso por teléfono… Bueno, andate de una vez; …hacé de cuenta que ya nos abrazamos… ¿Te llevas los alcoholes? Echate en la suela de los zapatos cuando salís. Rita le hizo chau con la mano sin ocultar su emoción. —Andate, boba, que me vas a hacer llorar. Ya vamos a organizar una joda cuando todo esto pase, …las dos solas. Cuando Rita desapareció y cerró la puerta, circuló con su maleta hacia el lavadero. En el mismo suelo la abrió, fue rociando cada prenda con alcohol y colocándolas en una enorme bolsa de con- sorcio donde quedarían por unos días antes de lavarlas. También allí fueron a parar las prendas con las que había viajado que trajo del baño. No sabía bien qué medidas tomar, hacía lo que su lógica le indicaba. A la bolsa fueron sus pantalones exclusivos que la acompañaban en algunos viajes. Se los había hecho confeccionar especialmente con grandes bolsillos en las piernas cerrados con velcro, con otros bolsillos misteriosos en zonas ocultas donde solía guardar algunos blísteres de medicamentos básicos, su DNI, pasaporte y las tarjetas de crédito y débito por si le arrebataban la mochila que la acompañaba siempre. No los dejaba en el hotel pues tampoco era seguro. A veces, tanto ella como sus compañe- ros tenían que andar entre grupos de gente donde circulaban per- sonajes copados por bandas de narcos que eran capaces de 18
cualquier acción; apremiados no solo por las necesidades sino por las presiones y amenazas, eran mano de obra de traficantes y ladrones. El grupo de investigación había resuelto esos problemas llevando consigo lo más importante de su material. Algunas remeras fueron directamente a la basura, previa desinfec- ción, por las dudas. En otra bolsa fueron a parar sus zapatillas y elementos que no irían, después, al lavarropas y, previamente, los vaporizó. Dejó las bolsas “en reposo” por unos días, desinfectándolas por fuera; luego llenó un balde con agua y lavandina y comenzó a limpiar todos los lugares por donde había pasado incluyendo el baño. Después fue a la cocina y roció con alcohol las bolsas con la mercadería que había traído Rita y lavó todo su contenido. En Argentina recién el 3 de marzo se había conocido el primer caso… y justamente había llegado de Italia a través de un viajero; hasta ese día, se llegaba a diecisiete casos. Extenuada, se sentó en la cocina y pensó que, de ahora en adelante, solo tendría que cuidar de ella y de sus acciones. De pronto imaginó que entraba Raúl con sus valijas y que todo comenzaba de nuevo. —¡Ah, no!, lo paro en la puerta y lo quemo a lo bonzo— y se rio de su ocurrencia. Estaba cansada. Estiró la mano, tomó una manzana y una banana y se fue a recostar en la cama. Durmió hasta el día siguiente. 19
DÍA MARTES 10 DE MARZO La televisión había quedado encendida y desde la habitación es- cuchaba: “En el marco del fortalecimiento de la respuesta del país ante el avance del nuevo coronavirus, el Gobierno nacional anunció la creación de un fondo especial de 1.700 millones de pesos destina- dos a la adquisición de equipamiento de laboratorio y de hospitales, con el objetivo de reforzar los elementos necesarios para hacer frente a la evolución de la situación epidemiológica del Covid-19 en Argentina”. Se incorporó lentamente tratando de adaptar su humanidad a su entorno espacial; parecía que su cuerpo todavía no tomaba conciencia de que estaba en casa, invadido por tanta variedad de experiencias realidades que había vivido en las últimas horas. Había soportado la presión de un viaje en avión, las alternativas inciertas, las expresiones de la realidad de un país en el cual no vivía en permanencia desde hacía casi dos meses, la limpieza y desinfección de la casa… El cuerpo le gritaba: ¡vayamos despacito, por favor! “La violencia de género la vivimos con nuestros propios hermanos” escuchaba la voz de Norma Pintos integrante del grupo Barrios de Pueblos Originarios que sonaba desde la tele. Entonces se quedó sentada en la orilla de la cama; tocó el velador que se encendió y buscó el reloj para entender en qué tiempo vivía; eran las 10hs. “La proclama denunciaba tres mil partos anuales de niñas meno- res de catorce años y reiteraba el pedido de aprobación de la ley por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito…”. 20
Caminó lentamente tratando de entender de qué hablaba el perio- dista pues no encajaba con tanta información sobre el coronavirus que había llenado su cabeza en solo pocos días. ¡Ah!, no; era una crónica sobre el 8M que había tenido lugar solo dos días atrás: “Histórica marcha de mujeres en distintos puntos del país…”. Por Dios, qué contradictorio parecía, semejante muchedumbre, mujeres abrazadas, juntando sus manos, compar- tiendo todo y ella, hoy, como muchos otros, cuidando de no contactarse con nadie, de aislarse. ¡Los dos días parecieron dos años! Otro canal confirmaba 19 casos de Covid-19. Apagó el televisor y se quedó sentada en el blanco sillón con la mente volando, planeando como una gaviota sobre sus últimas experiencias. Recordó que, cuando ya estaba volviendo de Honduras, se cruzó con la Caravana Feminista en la terminal de San Pedro Sula, que voceaban: “Somos las que no callaremos, las que no dejaremos de soñar. Las que perdimos el miedo y no pararemos hasta recuperar nuestra matria”. Algunas de estas mujeres habían trabajado con ella en el proyecto de MM. Nayeli las había conocido, luchadoras y esperanzadas; mantenían sus demandas desde hacía décadas pero, a medida que avanzaban iban modificando sus acciones de forma creativa como Mujeres Creando, de Bolivia con su poesía grafitera, como las Feministas en Resistencia, en Honduras y Costa Rica denun- ciando los Golpes de Estado y el Golpe a las mujeres, las mexica- nas, rociando brillantina rosa a las fuerzas policiales y las chile- nas, con la reciente performance de Las Tesis. En tanto desinfectaba su notebook, el interior del estuche viajero y nuevamente su celular, rememoró que le habían pasado on line 21
un artículo de la periodista y escritora hondureña Jesica Isla en el que hacía comentarios y reflexiones tan interesantes como com- prometidas; también recordó que había querido contactarse con ella, pero por diferentes motivos el encuentro no fue posible. Se arrellanó en el sillón y respiró lentamente. Se obligó a pensar en Raúl. Activó su celular y le envió un mensaje preguntándole si podía llamar, calculó que en Roma andarían por las 14hs; no creía que Raúl estuviera durmiendo una siesta, era más probable que estuviera tomando alguna copa con algún amigo o cliente. Recibió la respuesta: “Hola, querida, dame diez minutos que voy a la habitación, dejé el ordenador allí. Beso”. Nayeli, mientras tanto se exprimió dos naranjas y les rayó un apenas de jengibre. Encendió la radio de Rita. Las noticias que recibía de los medios habían provocado que fuera tomando cada vez más conciencia de los riesgos que estaba corriendo su marido en una Italia encendida. Justamente en ese instante decía el periodista: “Hoy, 10 de marzo el presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, anunció que toda Italia entraba en la llamada “cuarentena nacional” e inició un estado de excepción de facto que no se vivía aquí desde la Segunda Guerra Mundial, sólo que ahora el enemigo es invisible. Ayer eran 10.149 personas infectadas con el virus, hoy son 12.462”. Ya no era preocupación, era enojo lo que sentía. Su marido, ¿tenía realmente necesidad de viajar ahora que los negocios se hacían mayormente por videoconferencias? Si quería sumarle un paseo, se entendía, pero no en este momento de pandemia. Sonó la musiquita de la notebook y aceptó la videoconferencia. 22
Recién tomó conciencia de que se podía haber arreglado un poco dado que ahora él la veía. —Hola, cómo estás —dijo, sin saber si era esa la frase que co- rrespondía. —Hola, querida, yo bien, por suerte, ¿vos cómo volviste, todo bien? Le contó brevemente su vuelta y las decisiones que tomó respecto de ella y la casa. Sobre una pared blanca Raúl aparecía con su cara tostada, su peinado bien cuidado y su sonrisa de conquistador que no lo abandonaba y que tanto beneficios le traía no solo con sus clientes varones como con las mujeres, ya fueran empleadas, clientas o amigas. Le recriminó: —¿Se puede saber por qué no te has tomado el avión de vuelta con semejante descalabro mundial? —Querida, serenate, el problema está en Lombardía, Veneto y Emilia Romagna, no aquí en Roma. —Sí, eso era hace dos días; y cuando se decretó la cuarentena todos los irresponsables salieron con sus autos hacia el sur. En unas horas estarás rodeado de gente que está contagiando. ¡Oh, por favor!, ¿no les bastó con más de quinientos muertos solo en Lombardía? —Bueno, no te enojes conmigo, yo no tomo las decisiones de Italia. —No, pero debés tomar la decisión de volver… ¿Para cuándo tenés el pasaje de vuelta? —Para el 17. —¿Una semana más? Raúl, no seas irresponsable, andá a cambiar el pasaje o comprá otro para mañana mismo si es posible. —¿Mañana mismo? …No querida, con Renzo todavía tenemos que cerrar unos acuerdos. 23
Nayeli explotó: —¡Con Renzo! ¡Debí suponer que estabas con ese botarate! Irrumpió la risa de Raúl: —Ay, Na, hacía años que no escuchaba esa palabra… botarate… creo que me la decía mi abuelo. —También el mío la usaba —el recuerdo de su abuelo la serenó —Mirá Raúl, vos sabés que yo considero a Renzo, sé que es un buen amigo tuyo, pero no podría dejar que influyera sobre lo que es mejor para mi vida. —En eso tenés razón, pero debo reconocer que sí influye sobre lo que es mejor para mis negocios. —Es un tema largo y complicado que no vamos a abordar en estas circunstancias. Por favor, te ruego vayas a cambiar el pasaje y continúes las negociaciones por internet. —Es que hay cosas que comprar y vender que debo verlas con mis propios ojos… y los de Renzo. —¿Qué están negociando? ...¿obras de arte? —Más o menos —contestó Raúl y a Nayeli le dio un salto al co- razón. Había dicho “obras de arte” como broma, lo raro de la respuesta la sobresaltó. Se sintió confundida porque Raúl cada tanto comen- taba algunas facetas de sus negocios y ahora descubría que había zonas huecas en ese viaje. Decidió no seguir por ese camino. —Bueno, contame dónde estabas cuando te llamé, hace unos minutos. —En el bar —Raúl pasó a contarle cómo era el bar del hotel, las comodidades del mismo, la pileta climatizada… y ya no lo escuchó más. Su mente comenzó a sobrevolar la planificación de ese viaje que se perdía y mezclaba con sus actividades en Honduras y que por 24
esa causa se le presentaba con muchas incertidumbres. Se despi- dió algo contrariada. —Bueno, chau, manteneme al tanto. Nayeli apagó el ordenador y resbaló por el sillón en búsqueda de una posición más cómoda. Reflexionaba. Raúl se había mostrado como un tipo muy cauto en los negocios. Ella nada entendía de esos asuntos, nada más lejano a su realidad, pero, a veces escu- chaba con atención ciertas conversaciones de su marido con algunas personas que solía invitar a sus reuniones y lo percibía muy sólido; también los otros lo reconocían y buscaban su opi- nión. Pero no alcanzaba a definir bien el por qué Renzo le producía cierta inquietud. Tal vez porque en esas reuniones se mostraba indolente, superficial, interesado y …mujeriego. Eran cualidades que sí producían alerta; …y al contrario de su marido, ella no lo percibía como el indicado para influir en los negocios o transacciones de su consultoría. Lo había escuchado opinar con liviandad y argumentar con fluctuaciones. Y lo de “obras de arte o algo así” le producía más incertidumbre; …nadie más lejos del arte que Renzo. La radio le decía: “…Luego de la reunión de la unidad de coordinación general encabezada por el Presidente de la Nación, Alberto Fernández y el ministro de Salud, Ginés González García, y en la que partici- paron representantes de más de diez sociedades científicas, exper- tos y funcionarios del Gabinete Nacional involucrados en la res- puesta al Covid-19, la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, subrayó que el país “trabaja aún en una fase de conten- ción y observando lo que sucede en Europa” ya que Argentina tiene mucha más conexión con el viejo continente a comparación 25
de Asia, factor que generó un cambio en el riesgo del país relacionado con la importación de casos de Covid-19. Vizzotti recordó que esta reunión de seguimiento se inscribe dentro de las reuniones periódicas que las autoridades de Salud mantienen con todos los actores que vienen acompañando este proceso dinámico de generación de recomendaciones y de evalua- ción de la situación en relación al Covid-19. Con respecto al impacto de la enfermedad, y en relación a los datos que se conocen hasta el momento, la funcionaria explicó que “el virus en el 80 por ciento de los casos es leve, el catorce por ciento puede ser grave y solamente el seis por ciento es crítico, y la situación de mayor riesgo está focalizada en los mayores de 65 años”. “En ese contexto, la secretaria de Acceso a la Salud, recomendó el \"aislamiento social\" para mayores de 65 años y \"minimizar las actividades con público\", así como \"evitar el contacto con perso- nas que hayan llegado de áreas de circulación del virus, aunque estén asintomáticas\", para prevenir cualquier eventual situación de riesgo…”. Se levantó y decidió que por ese día ya no quería hacerse más problemas. Tenía doce días por delante, iba a desacelerar, pensar y relajarse… y reflexionar sobre algunos temas que venía sosla- yando desde hacía un tiempo dejando que el azar o las circunstan- cias decidieran por ella. Abrió la heladera y se preparó una ensalada de lechuga, tomate, zanahoria, repollo blanco, manzana, remojada con aceite de oliva, con ajo y almendras mortereadas. Se sentó en la cocina a saborear las verduras cotidianas; era un placer volver a los aromas, los sabores, las imágenes visuales de sus comidas. Se hablaba a sí misma; allá, en Honduras, la gente 26
era muy acogedora y a veces te homenajea con sus comidas loca- les, pero pasados unos días extrañás tus platos, tus combinaciones de verduras o carnes, tus aderezos, y hasta el humito de la leña preparando un asado. Mañana iría a la parrilla de la terraza para ver si había alguna bolsa de carbón o leña. Rita le había comprado una tira de asado. Sí, se animaría a hacerse un asadito unipersonal. Cerró los ojos porque le parecía que los sabores se degustaban mejor así, sin mirar de dónde provenían. Pero después quiso hacer otra prueba y se enfocó solamente en la imagen visual de su ensalada, sopesó los colores, la combinación de los diversos ver- des interceptados armoniosamente por los rojos y naranja, el equilibrio salpicado de los marrones de las almendras y el brillo lujurioso y sensual con que el aceite pintaba todo el cuadro. ¡Ah! Parecía una pintura de Clinton Hobart. Sentía que era un pecado comérsela. Respiró profundamente, olió con los ojos cerrados y resolvió que en ese momento debía prevalecer el gusto y masticó suavemente mientras buscaba al- guna emisora con música en la radio que usaba Rita. Volvía a la ensaladera por otro bocado y con el tenedor dirigía el ritmo de los instrumentos que sonaban, volvía por otro y se desplazaba por la cocina haciendo sonar con suavidad los sartenes que colgaban del rack, otro bocado y encontraba la gran cuchara de palosanto con la que ritmaba sobre las maderas de los armarios. Luego fue por pan y colocó unos trozos en el bols para dejarlos absorber aquellos jugos naturales… y ella… finalmente dio cuenta de ellos con irresistible deleite. Lavó todo lo usado y dejó otra vez la cocina impecable y desinfectada. Apagó la radio y volvió al sillón, se puso a repasar los programas de televisión que los días de ausencia habían ido borrando de su 27
memoria o más bien reemplazándolos por otras imágenes más concretas y crudas: realidades que aquellos programas ignoraban o descartaban en ese afán por el rating o por lo insubstancial. Buscó alguna película que pareciera interesante pero llevaban la delantera en la carrera las comedias “hollywoodenses” cuyo humor solo los yanquis entienden, o los dramas donde los golpes y la sangre inundan el film; también estaban las hazañas de la correctísima policía norteamericana que ante un sospechoso le canta los derechos antes de disparar, busca el ADN en el pelo más imperceptible, cruza datos en sofisticadas computadoras que le entregan registros oportunos que demuestran que ese negro que tienen en el suelo con la bota en la cabeza es el culpable y no el empresario rubio y elegante que nada en su piscina esperando la noticia de su inimputabilidad. No. Prefería las películas para chicos; y hasta por ahí no más. Apagó todo y se fue a la terraza con un libro; leyó hasta que el ocaso se lo impidió. Entonces, se acercó a la baranda y respiró el aire de los últimos días del verano que se empeñaba en quedarse a pesar de la cercanía del equinoccio de otoño, su estación preferida. Inspiró profundamente mientras su mirada recorría la vegetación de la Plaza Rep. Oriental de Uruguay que la oscuridad que avanzaba, las farolas y los monumentos la tornaban intrigante en aquella cálida noche. A doscientos metros, el Parque Thays aportaba belleza con su juego de luces y sombras y, en la esquina, la Plaza Evita contribuía a refrescar el espacio. Los autos reco- rrían Av. Libertador con la velocidad enloquecida de siempre. La mirada se fue desplazando hacia lo lejos, pasando por el sofisti- cado edificio de la Televisión Pública, cruzando la Av. Costanera, buscando el río en el que siempre, allá a lo lejos, alguna lucecita esperaba. Aunque no había estado de acuerdo con su marido en 28
comprar este sofisticado piso y dejar la casa en un barrio de Buenos Aires, debía reconocer que esa terraza, a esa altura y con un paisaje lleno de naturaleza arriba y adelante de su vista, era inobjetable. Hasta 1938, en el lugar que ahora ocupaba la plaza, había funcionado la cancha de River. Fue Perón, en 1950, quien promovió el nombre de la Avenida del Libertador Gral. San Martín como reconocimiento en el centenario del fallecimiento de éste, llevando a cabo un inolvidable desfile, el jueves 17 de agosto del ese año. Le envió un mensaje de texto a ambos padres: “hola, ya estoy en Buenos Aires, agotada, mañana los llamo, besos”. Después de cenar, volvió a la terraza, a respirar el aire que le filtraban los árboles de las plazas; con un gesto saludó a José Gervasio Artigas que, desde su importante monumento en medio de la plaza, parecía mirarla resignado a su inmovilidad, él también, después de una vida tan agitada; y se fue a la cama sin olvidar antes verificar si estaban cerradas puertas y ventanas. DÍA MIÉRCOLES 11 DE MARZO Se levantó con una idea fija, la de acotar los lugares por donde circularía para no andar desparramando virus en caso de que estuviera contagiada. Se vistió con un short, remera y zapatillas porque pensaba hacer algo de gimnasia. Mientras comía unas frutas y se exprimía una naranja observó la cocina para registrar los lugares mínimos que debería usar. Su cocina era enorme, razón por la cual convenía circunscribir su uso no así el lavadero que oficiaría de centro de operaciones puesto 29
que además de lavarropas tenía secarropas, todos los enseres de limpieza y un breve espacio al exterior. Con la manzana en una mano y el jugo en la otra se acomodó en el sillón de siempre a observar el resto de la vivienda y planificar su propio protocolo. El piso lo habían comprado en 2017 y lo habitaron recién a fines de 2018 inaugurándolo con una reunión de familiares y amigos donde Rita se descubrió como una eficiente organizadora. Era una holgadísima propiedad con una arquitectura minimalista en la que casi todo se conectaba; un enorme ambiente que combinaba rin- cones con sillones modulares que se podían mover con facilidad rearmando unos singulares rompecabezas adecuados a cada utilidad, mesitas bajas con estructura de acero inoxidable y trans- parencias y, en bajo nivel, un espacio que oficiaba de comedor con una gran mesa similar a las pequeñas y sillas blancas. En realidad, todo era blanco, las paredes y el mobiliario, interrum- pido por el verde de algunos macetones con plantas y el colorido de tres cuadros con dos reproducciones, una de Joan Miró, un autorretrato de Frida Kahlo y un original de Giovanni Guida, joven pintor napolitano que habían comprado en un viaje a Italia. Por un discreto pasillo se accedía a tres habitaciones, dos baños y un escritorio que compartían Nayeli y Raúl. Hacia el lado opuesto se encontraba la amplia cocina que se podía conectar con el resto del estar rebatiendo tres grandes paneles translúcidos que, al cambiar de posición, permitían la comunica- ción visual. Se accedía a la misma por dos puertas, desde la sala o desde un costado del hall de entrada. La cocina formaba parte de un trío funcional, junto a un baño auxiliar y el práctico lavadero. 30
Casi toda la vivienda estaba iluminada por enormes ventanales que daban al contra frente o a la enorme terraza, con vista a la plaza, cuyo deck, combinaba con sillones de madera rústica, al- mohadones, canteros y parasoles, ah, y parrilla. El piso, que era el último, llevaba un techo vivo que conservaba el fresco de la casa y cuya vegetación caía sobre los balcones de las habitaciones y la terraza. Nayeli miró todo como escaneando mentalmente los lugares y designó, de la misma forma, cuál sería el recorrido que habilitaría en su propia casa prohibiéndose el desplazamiento o uso de las zonas reservadas. Se quitó el calzado, se dirigió al escritorio, desconectó la compu- tadora y la conectó al lado de la notebook puesto que en ella tenía archivos que no tenía en la portátil. Corrió dos sillones más y se armó una zona que llamó “central de comunicación”: los dos ordenadores, el celular, el plasma con su control remoto, el telé- fono fijo y la radio, todo a mano y en su región permitida. Luego con el vaporizador desinfectó lo que había tocado en esa maniobra y clausuró el escritorio y las restantes habitaciones. Entonces dejó habilitados parte de la cocina, el lavadero, parte del enorme estar casi circunscripto a la “central de comunicación”, su habitación con su baño en suite y toda la terraza. Sí, la terraza sería su observatorio hacia el mundo cercano. Disparó el control remoto para escuchar la nueva noticia: la OMS había declarado el brote del nuevo coronavirus como una pande- mia. Bajó el volumen preocupada. Esto lo justificaba y decidió conversar un rato con Gonzalo, siempre y cuando estuviera en Argentina. Gonzalo era miembro del Consejo Directivo en la delegación argentina de la asociación internacional MM; pasaba apenas los cuarenta años y ya era Licenciado en Comunicación 31
Social, también en Ciencias Políticas y además tenía un posgrado en Salud Pública y un master en Epidemiología. Había conocido a Gonzalo cuando estaba terminando su espe- cialización, el día en que uno de los profesores lo invitó a dar una charla. Al finalizar, abrió un espacio de intercambio en el cual ella participó activamente pues el asunto que había abordado era acerca de un nuevo paradigma de la medicina social y a ella le apasionaba. Siempre se había cuestionado el tema de “el poder” con que los médicos creían haber sido “galardonados”. El concepto “verticalista” con que desarrollaban su profesión, sus diagnósticos incuestionables, los impensados márgenes de error, su negación ante una probable equivocación, su poderosa “última palabra” le producían un constante escozor. Era consciente de la enorme cantidad de factores que hacían posible una enfermedad y no concebía que solo el ver un análisis o consultar una radiogra- fía les otorgara fundamento para emitir el “veredicto” del diag- nóstico inmutable y la receta infalible. Jamás admitían un error como tampoco avanzaban sobre factores concomitantes o com- plementarios, indiferentes a otras razones; nunca conversaban con sus pacientes, éstos, para ellos, vivían ajenos al mundo, no tenían afectos ni sentimientos, venían volando a sus consultorios como personajes secundarios de una película y los hacían volver a su casa satisfechos por haber logrado la receta infalible. Ella sabía que ironizaba en sus expresiones, pero no soportaba esa superioridad casi castrense que sentían y que se manifestaba en el lenguaje: “vamos a combatir”, “vigilar”, “controlar”. ¿Serían capaces de repensarse, de replantearse su profesión en este momento en que el Covid-19 arrasaba con todas sus certezas? Aquel día, recordó Nayeli, había hecho varias preguntas a Gon- zalo y manifestado sus dudas y cuestionamientos. Al finalizar el 32
encuentro, él se acercó a ella y le reconoció el compromiso de sus preguntas y el valor que ella había tenido en hacerlas y en hacérselas. Le acercó una tarjeta y le rogó que lo llamara. Así fue como Nayeli comenzó a trabajar en su equipo de Argentina. MM había surgido como una expresión de la sociedad civil movilizada por el derecho a la salud de los pueblos e intervenía en poblaciones en situación de crisis, exclusión o víctimas de la inequidad social. Gonzalo le había explicado que no pretendían hacer turismo humanitario benefactor y que tampoco se sentían unos “superman” de la salud. Más bien pretendían, primero, anali- zar las dimensiones geopolíticas, socioculturales y de impacto de una acción y, además, detectar si estaban en juego los saberes y la historia de esos pueblos. Era obvio, entonces, que la interdisciplinariedad entre las ciencias sociales y las ciencias de la salud era básica. MM sostenía la participación comunitaria, el diálogo intercultural, la equidad de género en todas sus estrategias y la búsqueda del compromiso de los actores sociales. Gonzalo contestó a su mensaje afirmando que sí, estaba en Buenos Aires y esperaba su llamado. Al rato estaban conversando compartiendo opiniones y dudas, tal como lo hacían los científicos y médicos del todo el planeta a quienes este nuevo virus había tomado por sorpresa. Al final, Nayeli le consultó las medidas de su cuarentena y Gonzalo acordó con ella, pero antes de cortar la comunicación le preguntó: —¿Vos me habías contado el significado de tu original nombre? —No recuerdo, pero te lo cuento. Nayeli es un nombre indígena, viene de la cultura zapoteca y significa “te quiero”. Dicen que las mujeres que se llaman Nayeli son pura bondad, afectivas, siempre están dispuestas a ayudar a quien lo necesite sin esperar nada a 33
cambio; son cariñosas y atentas, no son personas dependientes, todo lo contrario, necesitan disfrutar de su espacio y momentos de soledad, entre otras cosas. Como verás el “mandato” ya me vino desde el nacimiento. —¿Quién te puso el nombre? —Mi papá. —Qué sabio —Mi papá, Santiago, es un personaje que te interesaría conocer. —Bueno, vamos a acordar un encuentro cuando todo esto ter- mine. Ahora te dejo porque estoy muy ocupado. Cuidate. —Una última pregunta; ¿creés que si en el aislamiento no se me declara el virus, me dejarán volver a trabajar en el hospital?, porque en esta emergencia me siento inútil en este encierro; quisiera estar haciendo algo para dar esta pelea. —Yo creo que sí, que se te va a necesitar y mucho; te van a hacer el test, pero no estás sin hacer nada, te estás cuidando y te necesitamos sana y con la energía que le ponés a todo lo que hacés. En unos días te va a llegar el turno, estoy seguro. Te quiero, yo también, Nayeli. Beso. Ella cortó y se quedó pensando. Cuando volviera Raúl iba a tener que hacer su propia cuarentena pero la perjudicaría a ella que ya estaría terminando la propia. Bueno, ya verían cómo resolverlo. Se sentó en la alfombra y comenzó a hacer ejercicios. Al terminar subió el volumen y escuchó que un periodista recordaba que el virus había comenzado a manifestarse en Wuhan una ciudad de China a fines de 2019 pero ya había llegado a otros países como Italia a finales de enero. Puntualizó luego que el 19 de febrero se jugó el partido de la Champions; 40.000 aficionados del Atalanta recorrieron los sesenta kilómetros que hay entre Bérgamo y Milán, y unos 2.500 valencianos se desplazaron al 34
encuentro; se movieron en autobús, autos y trenes, y volvieron a sus hogares de Italia y España. El alcalde había dicho: “El primer paciente en Italia fue el 23 de febrero. Si el virus ya circulaba, los 40.000 aficionados que fueron al estadio de San Siro se contagiaron. Nadie conocía que el virus ya circulaba entre nosotros. Muchos vieron el partido en grupos y hubo muchos contactos esa noche. El virus pasó de unos a otros”. Fabiano di Marco, jefe de Neumología del Hospital de Bérgamo, Italia, fue uno de los primeros médicos responsables que estuvo que enfrentarse al coronavirus en ese país. El 21 de febrero, recibió una llamada que le advirtió del “desastre” y nueve días después se desató la gran crisis. “Todo sucede el domingo 1 de marzo. Temprano en la mañana, entro a la sala de emergencias. Nunca lo olvidaré: la guerra. No encuentro otra definición. Pacientes en todas partes con neumonía severa, que jadeaban. En camillas, en los pasillos. Habían abierto la sala de máxima afluen- cia, y eso también estaba lleno. Y mientras Italia quería reabrir sus ciudades, en 24 horas consumimos 5.000 máscaras de filtro. Hubo un pánico general”, recordó en una entrevista. Y en su relato apuntó claramente a ese duelo de Liga de Campeones. “Fue una “bomba biológica” desafortunadamente”, señaló tajante. Nayeli se puso nerviosa y apagó la tele; … ¡y el inconsciente de su marido seguía en Italia!… ¿cómo era posible que no tomara conciencia? …bueno… no era un pendejo… era un adulto que debía hacerse responsable de sus actos… ¿qué continuaba haciendo en un país que ya se convertía en un infierno?... ¿se creía superman?, ...¡boludo!; …¿qué obra de arte valía más que su vida? ...que no pensara que ella lo iba a cuidar… que se lo banque su mamita…. no iba a dejar que pisara la casa… ¡cómo podía no 35
valorar la vida!, repetía desaforada Nayeli dando trancos largos por toda la casa. Se paró de golpe. No podía ser que semejante irresponsable le trastocara su vida. No. Tenía que cuidarse ella. No pensaría más. No lo forzaría a nada. Que tomara sus propias decisiones. Pero que no la complicara a ella. Basta. Se dio vuelta y salió a la terraza. Recorrió con la mirada el follaje de los árboles de la plaza que intercalaba sus pincelazos de diver- sos verdes con las islas rosadas de las flores de los palos borrachos y los ocres y amarillos que empezaban a insinuarse. Recordó que quería ver si tenía carbón; abrió las puertas debajo de la parrilla comprobando que allí dormían las bolsas que habían comprado para un asado programado a mediados de diciembre y suspendido por lluvia. —Mañana me mando un asadito —y se puso a correr por toda la terraza. Cortó su limitado entrenamiento el sonido del celular. —¡Hola, hija! —La voz de su padre la alegró y le alejó todos los pesares. —Hola, papá. No sabés el abrazo grandote que necesitaría darte… pero anteayer volví de Honduras y empecé mis dos sema- nas de aislamiento. ¿Vos cómo andás? —Bien, querida, bien. Vos sabés que yo siempre busco estar bien… Sorprendido con esta pandemia que no sabemos cómo ocurrió ni a dónde va a llegar. —Mirá, pa, recién terminé de hablar con un médico amigo epidemiólogo y me confirma que va a ser algo serio por la proyec- ción que fue teniendo en este corto tiempo. Te pido por favor que no compartas reuniones y suspendas tus salidas al teatro y demás. 36
No te puedo dar más precisiones, pero parece que afecta más a las personas que pasan los sesenta. —Si me lo pedís vos te voy a hacer caso. Pero el diario para quien escribo también me prohibió asistir y, además, me comentaron que desde mañana se cierran todos los espacios culturales o de espectáculos que promuevan asistencia de público masivo —Me parece excelente. Pa, mirá que yo tengo que estar en cua- rentena y no podría atenderte, así que prevení; ¿en qué andabas? —Mis salidas culturales y mis columnas en el diario que ahora las tendré que hacer desde casa y enviarlas. Sigo con la costumbre de escribir las críticas de arte aunque no las publique en ningún lado, pero no puedo dejar de comentar las obras de teatro que veo, las exposiciones, los espectáculos. —Los que yo leí eran sumamente interesantes porque esa forma que vos tenés de encontrarle siempre un nexo con la realidad, una reflexión desde la actualidad, despiertan el interés aunque el supuesto lector no vaya al espectáculo o a la muestra. Creo que abrís la inquietud por lo menos de googlear al artista, al autor, comprar el libro o solamente pensar todo lo que el arte puede disparar. —Sí, hija, es probable que pueda ser así. —Vos tendrías que crearte un sitio virtual e ir subiendo por día o por semana esos comentarios. Seguramente alguna persona de confianza del diario, que maneje mejor que vos esos recursos, te va a poder aconsejar o guiar. —Intuyo, mi querida Nayeli, que estás previendo el futuro, o me equivoco. —¡Ay, papi! Vos sabés que siempre valoré todas las actividades que vos realizás… pero ahora estoy algo miedosa y, como vos decís, y por lo que voy sabiendo, esto no va a ser fácil. Bueno, 37
pero no me niegues que es una buena idea. Yo tengo una amiga que se llama Ruth y que sabe un montón de esto de andar por las redes; le voy a decir que te llame. Acordate, Ruth. —Está bien, hija. Contame de vos. Nayeli le hizo una breve reseña de su acción en Honduras y ter- minó su conversación con una sensación de bienestar que siempre le producía intercambiar ideas y comentarios con su padre. Más calmada se dedicó el resto del día a “limpiar” su compu- tadora fija, abriendo archivos, revisando su contenido y elimi- nando los que ya no tenían vigencia. Consideró que esa actividad le llevaría todo el tiempo del aislamiento. Mejor, así estaría entre- tenida, realizaría una tarea largamente postergada y se pasarían más rápido los días. Sin escuchar nuevas noticias se fue a la cama luego de cenar frugalmente. DÍA JUEVES 12 DE MARZO Luego de desayunar sus frutas, decidió dedicar la mañana a las plantas así que se fue directamente a la terraza. Primero pasó re- vista evaluando cuáles necesitarían mayor atención, aunque segu- ramente la semana anterior habría venido Rodolfo quien asistía semanalmente a hacer el mantenimiento. Abrió el baúl, disimu- lado como un banco, y en él encontró todo lo necesario: las herra- mientas y hasta dos bolsas de tierra con fertilizante. La tarea la ocupó toda la mañana finalizada la cual se fue a dar una ducha. Después de almorzar llamó a su madre. Tuvo que hacer un es- fuerzo porque ya imaginaba de antemano toda la conversación. 38
Sus padres estaban separados desde hacía bastante tiempo. Es más, no sabía cómo habían podido estar juntos más de veinte años. Igualmente mantenían una relación de mucha tolerancia y sin conflictos graves; los únicos puntos de roces eran aquellos que provocaron la separación y que afloraban como recriminaciones cada tanto, y casi como el ritual obligado de recordarse el motivo de la separación. Leticia, la madre, venía de una familia acomo- dada y heredó los negocios de la familia desde que Nayeli tenía noción. Solo se preocupaba por gastar los dividendos que daban esos bienes. Había ido a la Universidad más por ocupar el tiempo libre que por estar convencida de que en las Ciencias Sociales estaba su voca- ción. Tenía cierto espíritu rebelde y tal vez la eligió porque sabía que era una carrera que siempre estaba en ebullición y le permiti- ría codearse con el peligro. Allí, en 1981, conoció a Santiago dos años mayor que ella y ya avanzado en la carrera. Tal vez le enamoró que él siempre se es- taba zafando de ser encarcelado, una especie de Zorro que peleaba por la justicia, y se escabullía de manos de los perseguidores en una época realmente fatídica para la Argentina. Escribía panfletos enardecidos y los hacía circular clandestinamente. Pero tenía un sexto sentido para manejar las dosis de peligrosidad y tal vez fue eso lo que le posibilitó no caer en manos de los milicos. Aparecía, actuaba y desaparecía. Igual que el Zorro. Le faltaba la capa y el florete. Pero tal vez con ellos se lo imaginó Leticia y quedó prendada de su osadía. Muchas veces la quinta de los padres fue el sitio donde Santiago se “guardaba” y la familia, que nada sabía de sus acciones clandestinas, lo acogía con beneplácito porque adoraban su intelecto y su versatilidad puesto que tanto entretenía en una tertulia con sus chistes y conversación como encantaba 39
tocando la guitarra y cantando con una romántica voz de tenor que atrapaba a las jovatas amigas de su futura suegra que lo comían con sus miradas mientras Leticia explotaba de celos. Leticia no solo era atractiva sino apasionada y seductora; tal vez a Santiago le gustó también jugar con ese peligro. Y se enamoró perdidamente a pesar del desprecio que le provocaba una familia aburguesada con principios totalmente opuestos a los de él. Se casaron en noviembre de 1982 con una fiesta íntima porque Santiago no quería llamar la atención y se lo puso como condición a Leticia; ella supo cómo manejar la situación prometiendo a sus padres que si no accedían a este requerimiento se fugaba con él. Los padres accedieron antes de tener que dar explicaciones a sus amistades acerca de la “desaparición” de la nena; también intuye- ron que era un año muy incierto en el país y no daba para festejos. Se casaron en esa misma quinta, con una jueza cuya gestión solventó el padre de Leticia y asistieron los padres de ambos y los hermanos y solo dos amigos de ella y dos de él. Un elegante almuerzo en medio del parque bajo un enorme gazebo blanco, con música que un disc-jockey eligió acertadamente fue a lo que más accedió Santiago. Como luna de miel se fueron una semana a la casa de Cariló que tenía la familia de la novia. Leticia dejó la carrera, ahora tenía otra aventura para vivir pues ella veía el matrimonio como todo un desafío, sobre todo con un marido tan especial que le cuestionaba todas las concepciones que habían sostenido su vida hasta el momento. Pero todo lo supera- ban, cediendo y presionando alternativamente como un juego de nunca acabar que los mantenía entretenidos y los ponía a prueba. Se amaban y ninguno de los dos tiraba de la soga más de lo justo; cuando se ponía tensa, alguno de los dos cedía. 40
Tal vez fue el secreto que tuvieron y que los mantuvo juntos por más de veinte años. En 1985 nace Nayeli y el nombre lo elige Santiago y a Leticia le encantó; por si hubiera habido oposición, Santiago tenía estu- diado un argumento: era un homenaje a su esposa ya que el nombre se traducía como “te quiero”. Tres años más tarde nació Nahuel que no hizo honor a su nombre y de jaguar o rebelde no tuvo ni un poquito; fue el mimado de la madre y ahora era un pusilánime que ni siquiera podía manejar con cordura una pe- queña empresa familiar que tenía a su cargo. Veinte años fueron muchos para vivirlos en esa situación de ambigüedades y cuando se fue apagando la pasión y el amor no era suficiente terminaron en una separación que no tuvo nada de trágica y cimentó una buena amistad, aunque el “tu padre” o el “tu madre” saltara en las conversaciones con los hijos. —Hola, mamá, ¿cómo estás? —Cómo querés que esté, sin saber nada de vos, tan lejos, con esto del coronavirus… y yo sola acá. —Y yo que no puedo ayudarte porque tengo que cumplir el aislamiento por venir del extranjero, haber viajado y todo eso. ¿Se queda Nancy con vos? —Sí, ella vive aquí, pero no es lo mismo… me siento sola. —Pues aguantá un poco hasta que se sepa cómo se va a ir dando todo esto —Y pasó a contarle partes de su viaje, algunas inventa- das, el paseo por Guatemala con Raúl, y otras anécdotas que sabía que a ella le gustaban. —Nena, ¡mirá la vida que te podrías dar siempre, solamente pa- seando! …pero, en cambio, andás por el mundo ayudando a la gente, …ahí, en la villa también; no sé por qué ni cómo te podés sentir haciendo eso. 41
—Mamá, mejor me tendrías que preguntar cómo me sentiría si no lo hiciera. No puedo estar indiferente, no sería yo, no acepto la injusticia, la inequidad. —Bueno, nena, la vida siempre fue así, …no la vas a arreglar vos. —Seguro que yo sola no, pero hago cosas con mucha gente y, sí, cambiamos algunas. Cuando terminó de hablar con su madre se sintió exhausta. Leticia podía desprenderse de la clase a la que pertenecía, además era demandante; si no fuera porque ella le había tomado el tiempo y no dejaba que la avasallara, manteniendo su independencia, ha- bría terminado siendo como su hermano. El resto del día se la pasó abriendo los archivos de fotos; ya había descubierto que tenía las mismas fotos en diversas carpetas y aseguraba que si borraba las repeticiones su computadora pesaría la mitad. No era tarea fácil, pero éste era el momento ya que no tenía apuro. Abrió la carpeta de las fotos de la última reunión en su casa que no había tenido tiempo de ver ni de seleccionar. Eran escenas de distintos momentos y en varios lugares de la casa; pensó en ir borrando las parecidas de manera que solo quedara un recuerdo del evento y de quienes habían concurrido. Miraba, comparaba o elegía. Así evaluó que las farolas nuevas que habían colocado en la terraza la hacían más cálida, se rio con algunos gestos que captaba la cámara y que nunca querría volver a ver, descubrió a varias personas que no recordaba que habían asistido, pero cono- cía y algunas que ni siquiera conocía …como esa mujer que veía ahora y que levantaba su copa junto con la de Raúl, la del solero rojo. Eran muchas fotos en las que aparecía …y siempre cerca de Raúl; los otros acompañantes no se repetían, pero ella y Raúl sí. Era evidente que, prácticamente, había estado todo el tiempo 42
cerca de su marido …y ¿dónde había estado ella aquella noche que esa actitud no le había llamado la atención? Suponía que como anfitriona debió haber tenido mayor ocupación, pero el catering era eficiente y casi ni había habido problemas. Volvió a mirar imaginando las secuencias en toda la casa, en toda la noche. Y ¿quién era esa mujer que ella no conocía? La mayoría de los presentes eran clientes o amigos de Raúl acompañados por sus esposas o amigas y le habían sido presentados Pero estaba segura que nadie le había hecho conocer a esa mujer; le habría llamado la atención por el vestido con un escote algo audaz. Pensó: ¿a quién llamar para que la sacara de la duda?; justo su madre que sabía “fichar” concienzudamente a la gente, no había venido a la fiesta pues estaba de viaje; ella le habría hecho una radiografía. Buscó en las fotos alguien de confianza a quien preguntar. Sí, allí veía en varias fotos, atrás, nunca en primer plano, a Ernesto, mirándola. No mirando a esa mujer sino a ella… parecía como que la estaba estudiando. Ahora tomaba conciencia de que no lo había llamado para avisarle de su regreso. Ernesto era su amigo del alma y no había evento al que él no concurriera, es más, compartía encuentros más privados con ellos, había sido testigo del matrimonio razón por la cual Raúl también lo había adoptado como amigo. A Ernesto lo había cono- cido en la villa realizando trabajos con el padre Tomás. Era escritor, de profesión sociólogo, profesor de la UBA. Cuando el padre Tomás consiguió los recursos para crear una radio comuni- taria en la villa, le propuso que la dirigiera, tarea que abrazó con el compromiso que le era propio en todo lo que realizaba. Desde hacía unos años mantenía una editorial con un grupo de amigos y con bastante esfuerzo; fue quien comenzó a hacerle ver la relación que tenía su profesión de médica con los aspectos sociales de la 43
salud. Así trabaron amistad, ella consultándolo cada vez que descubría en los casos reales los aspectos que él le señalaba desde la teoría. Tal vez había influenciado en la forma que Nayeli había dado a los consultorios interdisciplinarios que había abierto con tres de sus mejores compañeras, diez años atrás. Le envió un mensaje: “Ya estoy en Buenos Aires, ¿podemos tener una videollamada? Y se llevó el celular al baño, se peinó un poco y se maquilló apenas. Desde que despidió a su marido en Guatemala para volver a sus tareas que no se maquillaba. Sí, así estaba mejor. Él le respondió con un expresivo “sí”. Al rato estaban contándose los últimos acontecimientos; ella sus gestiones en Centroamérica, él sus trabajos comunitarios y los avances en su nuevo libro. Llevaban casi una hora charlando cuando Nayeli recordó lo de la mujer de rojo. —Ernesto, ¿te cordás de la última reunión que hicimos en casa, a fines de Noviembre? —Sí, estabas muy linda esa noche, con un seductor vestido azul. —Che, no te la recuerdo para que me piropees. ¿Recordás una mujer de rojo que andaba por todos lados… con un enorme escote? —No me digas que ahora te gustan las mujeres… ¿Cómo no me di cuenta antes? —No, bobo, ¿te acordás o no? —Sí, soy un intelectual no un ciego. —No recuerdo que me la hayan presentado y no sé cómo llegó a nuestra reunión. —¿Qué pasó, asaltó un banco? —¡Hoy estás jodón! —Es que me alegró escucharte. 44
—Dale, decime si detectaste con quién vino. —Por qué estás de detective… a vos te hace mal MM, dele inves- tigar. —Es que, viendo las fotos de la fiesta, esta mina está en decenas de fotos… y no sé quién es. —Bueno, Agente 007, me la presentó al pasar Renzo, creo que vino con él. —¿Renzo?, ¡otra vez el pelotudo ese! —Qué pasa con Renzo ahora. —Eso, que es un pelotudo… —¿Y recién lo descubrís? —Bueno, a decir verdad, no, siempre estuvo en esa categoría. —Y entonces, ¿por qué ese mayor énfasis hoy? —Porque es el que está reteniendo la vuelta de Raúl al país. —¿Y dónde está tu marido? —En Italia, en Roma. —¡Mamita! En el centro del huracán. —Sí y el tarado no va a volver hasta no cerrar un negocio que fue a hacer. —Pero tu marido ya es mayor de edad… y ¿dónde entra Renzo en todo esto? —Renzo está con él y le está recomendando desde allá porque tienen que ver unas piezas que están comprando… yo qué sé. —¿Unas piezas de qué? —No sé… obras de arte… más o menos. —¿Cómo más o menos? —Así me dijo Raúl cuando le dije por qué no terminaba el nego- cio por videoconferencia como lo hace la mayoría de las veces. No estamos en momentos como para decir que, mientras tanto, disfruta o pasea como otras veces. Hoy es peligroso. 45
—Salvo que elija quedarse en Italia… nena… ¡las italianas están fuertes! —¿Cómo tenés ganas de joder en estos momentos? —Estoy tratando de sacarle tensión al asunto, tonta. —Disculpá, ya me di cuenta. —Nayeli, tu marido es un adulto, por qué no dejás que decida y evalúe él. Volvamos a la mina, ¿qué pasa con ella? —Nada… una tontería… No sé cómo estuvo toda la noche dándole vueltas a mi marido y yo no me di cuenta. —Eso no importa… el asunto es si se dio cuenta él. —¡Ah!, ¡me tranquilizás un montón! —¿Y no aparece nunca con Renzo? —No. —¡Ah! —Ah, ¿qué? —Ah: interjección. —No estoy para que me recuerdes el diccionario de la real Academia. —Disculpá, otra vez. ¿Cómo es que casi cuatro meses después te comienza a interesar la mina de rojo? —Porque para matar el tiempo de la cuarentena que tengo que hacer, me puse a mirar fotos para borrar las repetidas y allí, al tener todas juntas las de la fiesta, comenzó a resaltar el rojo del vestido y, zas, descubrí que está en casi todas las fotos donde está Raúl. —Onomatopeya. —¿Qué? —Zas: onomatopeya —Me estás poniendo nerviosa; …vos sabés algo y no me querés decir. 46
—Ah, eso no; nunca te ocultaría nada; vos me conocés y sabés que soy tu más fiel amigo …no tanto de tu marido. Pero, si querés un comentario, ahí va: me di cuenta esa noche de que la mina de rojo era la sombra de Raúl… pero también debo decirte que no me pareció que tu Raúl le diera bola. Igual, yo no entiendo mucho de signos de seducción, tal vez por eso no tengo pareja, o tal vez suelo usar signos que la supuesta receptora no decodifica, …no sé, …digo. —¡Ay, Ernesto, te pusiste analítico! —Viene al caso, porque tampoco soy un detective muy eficiente; sabés que, por momentos, me distraigo… y, por ahí, en ese mo- mento de distracción… ¡zas! —¡Ay, Ernesto!, te quiero… por quererle sacar tensión a la cosa. —Yo creí que me querías por otra cosa. —Te quiero por muchas cosas, pero te agradezco. —Un día que tengas tiempo, en esta cuarentena, me vas a enume- rar todas esas “otras cosas”, ¿sí? —Sí, te lo prometo. —¿Querés un consejo?, borrá todas las fotos de la mina de rojo y se acabó el asunto. —Pero tendría que borrar más de la mitad… y me quedaría sin fotos de muchos momentos de la fiesta. —Eso sí que es un problema… ya se me acabaron los consejos. —Mmmmm. —Eso sería una muletilla. —Jajajaja, me hiciste reír al final, profe. —No soy ningún profe, soy un simple aprendiz de la vida. Andá a borrar las fotos y preparate una rica comida. —Me iba a hacer un asadito en la parrilla… pero ya se me hizo tarde. 47
—Si querés, ponés el celular sobre la mesada y yo te voy dando los consejos para un buen asado… y mientras vamos diciendo alguna boludez y tomando un vinito, …vos cocinás y yo preparo la picada desde este lado. —¡Ah, sabés cómo me gustaría! ...Bueno, dejémoslo ahí, ya es muy tarde para asados. Te mando un beso grandote que por esta vía no contagia y …podés llamarme cuando quieras… tengo 12 días para dedicarte. —¿Solo 12? —Doce de aislamiento, sola. Necesito compañía aunque sea virtual. — Lo voy a pensar …Beso. Nayeli cortó la comunicación con una sensación contradictoria. Se sentía inquieta por lo de la mujer del vestido rojo pero, por otro lado, la charla con Ernesto la hacía sentir más liviana; su voz era como un bálsamo, no sabía si era tu tono, la modulación de las palabras, la cadencia de las frases, el ingenio con que salpicaba los comentarios. Hablar con él era como mirar y sentir correr un río, era vida, era discurrir, era frescura, era canto suave. Gracias, Ernesto por ser como sos. ¡Ay!, tendría que haber llamado a Raúl, pero ya en Italia era de madrugada, lo haría mañana. DÍA SÁBADO 14 DE MARZO Se levantó directo a desembolsar la ropa que había traído en la maleta y la colocó en el lavarropas en el programa de doble la- vado. Se lavó bien las manos y enfiló hacia la cocina. 48
El día anterior había podido cortar un poco la tensión de la pandemia manteniendo los canales de información apagados. Decidió actualizarse. Prendió la radio mientras se preparaba el desayuno. A través del DNU 260 el gobierno había suspendido los vuelos internacionales provenientes de las zonas afectadas, por 30 días. El corazón de dio un vuelco, …lo había presentido, …se lo había advertido a su marido. Prestó atención a los aspectos que se anunciaban en ese DNU cuyas acciones “tendían a mitigar la propagación y actuar sobre el impacto sanitario. Entre las normativas se disponía: ampliar la emergencia sanitaria por el plazo de un año facultando para ello al Min. de Salud; éste brindaría un informe diario; también protegería los insumos críticos articulando con al Min. de Desa- rrollo Productivo; establecía un aislamiento obligatorio de catorce días en los casos sospechosos (por síntomas, por historial de viajes o por contactos probables o confirmados), confirmación del virus, familiares que hubieran tenido contacto estrecho, hayan arribado o arriben al país de zonas afectadas; obligaba a la pobla- ción a reportar cualquier tipo de síntomas compatibles con Covid- 19; suspendía los vuelos internacionales provenientes de zonas afectadas; disponía de la posibilidad de cerrar centros de cultura, recreación, etc., para evitar aglomeraciones como así también de librar sanciones a las infracciones al decreto; además constituía la Unidad de Coordinación General del Plan Integral para la Prevención de Eventos de Salud Pública de Importancia Inter- nacional, integrada por políticos, profesionales y especialistas”. El otro periodista decía: Y ahora noticias de Italia: “Todos los comercios del país de la dolce vita están cerrados: restaurantes, cafés, bares, pastelerías, cines, teatros, iglesias, galerías, centros 49
comerciales, boutiques, mueblerías, estéticas de belleza y barbe- rías. Sólo quedan abiertos supermercados, lugares de venta de artículos de primera necesidad, farmacias, bancos, el correo, gasolinerías, transporte público, servicio de trenes y puertos y aeropuertos. La única justificación oficial para estar en la calle es por desplazamiento al trabajo, farmacia, supermercado o alguna actividad de urgente necesidad como ir al banco o al servicio postal”. ¿Sería verdad eso?, y si era así, ¿qué hacía su marido allá? En la conversación del día anterior lo había notado indiferente. Ges- tionó una llamada. Sin dejarlo saludar le espetó: —¿Vos tenés planificado pasar la pandemia en Italia? —atacó con voz conmocionada. La imagen de Raúl, siempre calma delante de un fondo inidentificable, otra vez claro, la irritó…, más cuando le contestó: —Querida, por qué no te tranquilizás, ¿eh? —Bueno, dame motivos y lo voy a hacer. Estoy cargando con la incertidumbre de una cuarentena porque no sé si contraje el virus en otro país y encima tengo que soportar que mi marido, también esté en el extranjero, en uno de los países más contagiados, ha- ciendo negocios inciertos y contestándome como si yo estuviera pasando por la menopausia y, encima, acá en Argentina, salió un DNU que habla de la importancia que el virus está tomando y ellos deben tener más información que vos y que yo —Fue la catarata que le tiró encima. —Perdón, reconozco que estoy actuando un poco extraño, pero es solamente para no angustiarte. Tranquilizate, yo me estoy ocupando. 50
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