DIEGO ARMANDO MARADONA En Curuzú Cuatiá El 25 de noviembre parecía ser un día más, de los tantos de aislamiento social a causa de la pandemia del COVID-19. Todo estaba preparado para la cotidianidad; despertarme, preparar mate y sentarme con mi señora en el hall de entrada para disfrutar la mañana y ver como el barrio comienza su trajín. En medio del silencio matinal suena el teléfono de mi esposa y era mi suegra, algo también cotidiano, nada hasta el momento parecía romper con la rutina, al mismo tiempo me llamó mi her- mano para hablar, no recuerdo bien de qué. Mi esposa hablando con su madre me dijo; “Murió Mara- dona” y yo hablando con mi hermano le pregunté; “¿Qué?” a pesar de haber escuchado lo que me dijo, quise asegurarme de no haber entendido mal. En un segundo explotaron los noticieros y las redes sociales, el mundo entero se hizo eco de esa terrible noticia, mientras que por mi parte me había negado a aceptarlo, me rehusé a mirar los noticieros, hasta que poco a poco lo fui asimilando. Ahora en medio del vacío que dejó me consuela saber que se ha conver- tido en un verdadero “Mito”, por todo lo que hizo con esa ben- dita pelota y no por todos sus conflictos personales, que como todos ¿Quién no los tuvo? Hace un tiempo bastante largo Maradona había dejado de ser “El Diego”, aquel que todos conocíamos, su adicción, su entorno, su familia y su propio cuerpo se habían puesto en su contra. No fue para nada un 25 de noviembre más, murió crucificado en la tristeza, pero también su muerte resulta ser un alivio, saber que ahora está en paz, esa paz que tanto anhelaba, con Doña Tota y Don Diego, mientras que los buitres que quedaron de pie se sacan los ojos entre ellos. Todos de alguna manera u otra hicieron comentarios o publi- caciones en las diferentes redes sociales refiriéndose al tema, Marcelo Frola, un amigo de mi página “Postales De Mi Pueblo” 151
de Facebook, me envió una foto de su padre, Luís Francisco Frola, junto a Maradona y me contó una hermosa historia que yo des- conocía por completo sobre la visita del “10” a nuestra ciudad. Siempre supe que los padres de Diego eran oriundos de Es- quina, Corrientes, y que él visitaba asiduamente esa localidad porque era fanático de la pesca y la caza en los montes correnti- nos, pero lo que no sabía era que, en el año 1981, cuando él viajaba desde Esquina hacia Brasil, se detuvo en la ruta Nacional N° 119 por causa de un desperfecto mecánico en su auto a pocos kilómetros de nuestra ciudad y llamó al A.C.A. (Automóvil Club Argentino). Jorge Gamarra, jefe del A.C.A. envió a Luis Edmundo Mellone, como auxilio mecánico. Fue así como llegaron a nuestros pagos, Don Diego, Doña Tota, Claudia, Diego y una de sus hermanas que viajaban en dos Mercedes Benz. Llevaron el auto al Taller Ford del Sr. Frean que estaba ubica- do por la calle Caá Guazú, entre Sarmiento y Posadas. (Hoy Diny Distribuciones). Inmediatamente después de publicar en “Postales De Mi Pue- blo” la foto de Don Francisco Frola junto a Diego, muchos de los que vivieron o recordaban aquel acontecimiento histórico, hicie- ron sus aportes que ayudaron a reconstruirlo. Mirian Carrizo Astiazarán recordó ese momento inolvidable: “Llegaron en dos Mercedes Benz esa siesta muy calurosa. Nos enteramos por el famoso Mariano.... En el otro auto estaban los Padres, una hermana de Diego y Claudia. Los invitamos a bajar a la que era en esa época la casa de mi Mamá, hoy de su hermana, la tía Rosita. Un recuerdo que nunca se olvida, tomaron mi helado casero de durazno que lo había preparado para la tarde , por eso me perdí la foto, jaja. En esa época no había cámaras fotográficas ni celulares. Sí me quedó su autógrafo”. 152
María Julia Carrizo Astiazarán, desbordada de emoción, tam- bién relató aquello: “A la familia Maradona los llevó Mariano Cardozo, que era un criado de mi abuela, él los encontró en el parque Mitre y los llevó a casa, mi mamá llamó a Frean de Ford, entraron todos a la que en ese momento era nuestro hogar Caá Guazú 1285. Nosotros llamamos a nuestros primos Bravo y al abrir la Ford doña Tota, Claudia y no sé quién más almorzaron, nosotros ya habíamos almorzado, mi mamá y mis hermanas los atendieron, justo mi hermana había hecho helado para el postre, y yo con mis primos fuimos y nos sacamos la foto, fue inolvidable, lamentablemente mi papá había viajado a Corrientes Capital con mi hermano Julio, que es un año mayor que Ricardo, y mi mamá le pidió que le firmara una camiseta de River, Diego le dijo a mami que solo por su gentileza y cordialidad iba a firmar una camiseta de River, jajaja. Por último, solo mencionar la alegría enorme que tuvimos al conocerlo y ahora recordar esos momentos nos llena de nuevo de alegría”. 153
FOTO 113: “Cacho” Calgaro y su hijo Matías Leonardo junto a Diego. Taller de Ford (Foto Gentileza: Juana Villalba). 154
FOTO 114: “Cacho” Calgaro, Diego Maradona y Benito Ramón Fontana. Ambos empleados de la Ford (Foto Gentileza: Betiana Fontana). 155
FOTO 115: Diego Maradona abrazado a Francisco Frola. Luis Edmundo Mellone, Marcelo Ramírez, Diego, Francisco Frola, Jorge Gamarra, César Telaina y Adela Miño. FOTO 116: Diego Maradona junto a familia Bravo.1981. Luís Rodríguez, Maria Julia Carrizo, Nancy Bravo, Juan Bravo, Diego, Ricardo Bravo, Jorge Martínez y Carlos. 156
MI CAPA DE SUPERHÉROE Autobiografía y Homenaje al Diego (1974 – 1986) Nací el miércoles 10 de abril de 1974, en el seno de una familia de clase sencilla, segundo hijo de Roque Ramón Cañete de oficio pintor, músico y futbolista y Valentina Franco empleada domés- tica y repostera. Mi hermano mayor, había nacido el 24 de noviembre de 1971 en la ciudad de Concordia, Entre Ríos, porque mi papá se había ido a jugar a préstamo por un año al “Club Social y Deportivo Dr. Ernesto P. Ancel” de dicha localidad, de allí proviene su nombre; Ernesto Roque Cañete. A mí decidieron llamarme César Alberto, en honor al lateral izquierdo de Boca Juniors, el “Conejo” Tarantini, quien había de- butado en 1973 con la casaca Xeneize, a la edad de 17 años, aun- que su nombre era Alberto César. Por algún error en el Registro Civil mi nombre terminó siendo César Norberto en lugar de César Alberto. Desde la pequeña anécdota de nuestros nombres y las cir- cunstancias que nos rodeaban ya nos sometíamos a los precep- tos futboleros dignos de un barrio marginal como el Centenario Argentino, donde los hombres curtidos por su labor cotidiano de pintores o albañiles, encontraban equilibrio social y refugio emo- cional dentro de aquel mundo que se reducía a un potrero donde su única razón de ser era esa caprichosa redonda. Mi máximo ídolo del fútbol y el de millones de argentinos, Diego Armando Maradona, por aquel entonces aún era el “Pe- lusa”, aunque todavía no era conocido ya comenzaba a marcar su camino en los “Los Cebollitas”, era el nombre del equipo de la clase 1960, creado por Francisco Cornejo de las inferiores de Argentinos Juniors, para disputar los “Juegos Nacionales Evi- ta” del año 1973 y 1974, se llamó así ya que los equipos no se podían anotar bajo el nombre de la institución. Aquel equipo 157
ganó ese torneo y el campeonato de la 8ª división en 1974, con este equipo logró un record increíble, un invicto de 136 partidos. Sinceramente mi recuerdo de aquellos primeros años en el barrio Centenario Argentino son muy vagos y difusos, solo me vuelven a la memoria algunas imágenes intermitentes de un ni- ño jugando con su perro llamado “Boca” y las tardes de fútbol en la canchita que se encontraba a un lado de las vías del ferrocarril, de donde surgió el equipo “Campo de Mayo”. En 1977, un año después que Diego debutara en la primera división de Argentinos Juniors el 20 de octubre de 1976, diez días antes de cumplir 16 años, mi vida experimentó un cambio radi- cal, mis padres se separan y mi mundo quedó en medio de una tormenta emocional, una grieta que ha llevado sus años poder enmendarla, hasta que pude entender que la vida no es fácil para nadie y a mí me presentaba esa situación adversa para que me reflejara en el esfuerzo de mi madre y así poder afrontar los difí- ciles momentos, algo que me ha servido de ejemplo de lucha y constancia a lo largo de mi vida. Quizás por todas esas razones el Campeonato Mundial ga- nado por la Selección Argentina en 1978 no lo siento como un gran logro en mi corazón futbolero y más aun sabiendo que Diego, con 17 años, tuvo la posibilidad de jugarlo y quedó afuera, no por una decisión deportiva sino política, en cuanto a ese pun- to yo tengo mi propia versión pero no quisiera ahondar en ella porque es de público conocimiento que los mismos compañeros de aquel plantel campeón afirmaron que a pesar de su corta edad él estaba a la altura de la circunstancia. En ese 1978 mamá conoció a Ramón Celestino Báez, quien trabajaba en la Estación de Servicio Shell, con el comenzó un no- viazgo y se casan en 1979, hasta el día de hoy, después de tantas idas y vueltas, ese matrimonio sigue en pie. La vida de todo niño está marcada por la experiencia del inicio escolar, en mi caso fue un poco diferente, en 1979 comencé Jar- dín de Infantes en la Escuela Primaria N° 435 “Provincia de Tucumán” (hoy Escuela Centenario), pero lo abandoné, o mejor 158
dicho mamá quiso que no fuera más, porque frecuentemente me escapaba por la ventana del salón y me iba a pasar la tarde con mis primos a la casa de mi tía Genara, que estaba a media cuadra de la escuela. El 5 de agosto de aquel 1979 se agrandó nuestra familia, nació del nuevo matrimonio de mamá, mi hermana María Cecilia Báez, casi un mes más tarde, el 7 de septiembre, Diego levantó la Copa del Campeonato Mundial Juvenil en Japón donde comenzó a es- cribir la historia grande del fútbol. En 1980 comencé primer grado en la misma escuela, recuerdo que el primer día de clase volví a repetir la misma hazaña del año anterior, me escapé por la ventana y fui hasta la casa de mi tía, mamá me esperó ahí seguramente porque intuía que yo iba rein- cidir o quizás sea esa extraña relación simbiótica que hace que nuestras madres piensen lo que vamos hacer mucho antes de que lo hagamos. Lo cierto es que, hoy escucho que los psicólogos nos dicen; “A los chicos hay que hablarles”, mamá en esa oportu- nidad estuvo tan lejos de los postulados de la psicología mo- derna, lo único que recuerdo es que me repetía una y otra vez; “Que sea la última vez”, “Que sea la última vez”, con dos o tres chancletazos entre frase y frase, la sesión tuvo un efecto positivo en mí, no solo volví a la escuela ese día sino que a partir de ese momento hasta que terminé séptimo grado no volví a faltar nunca más, terminé la primaria con asistencia perfecta. Otros recordarán ese 1980 por el 9 de noviembre, día en que Diego, jugando para Argentinos Juniors, se tomó revancha del “Loco” Gatti por su declaración pública antes del partido Argentinos - Boca: “Es muy buen jugador, el mejor del momento, a quien se está inflando de manera increíble. Me preocupa su físico. Tengo la sensación que en pocos años más no va a lograr contener su tendencia a ser gordito” y el gordito esa tarde le hizo cuatro golazos, dos de tiro libre, uno de penal y otro con un terrible cachetazo de zurda. Fue un triunfo de Argentinos Juniors por 5 a 3, que hasta el último hincha de Boca lo ha festejado, ahí 159
me di cuenta que mi fanatismo era mayor por el fútbol encar- nado en Diego Maradona, personificación y sinónimo de ese deporte, que por Boca Juniors. Ese año marcó otro cambio muy profundo en mí, luego de un largo deambular en alquileres por el Barrio Centenario, mamá y el “Negro”, como llamábamos a Ramón, decidieron ir a vivir a Barrio Norte a la casa de su padre, don Mauricio Báez. Por razones de distancia me cambiaron a la Escuela N° 564 “Domingo Faustino Sarmiento”, que desde el primer día se trans- formaría en mi segundo hogar donde transité el resto de mi ex- periencia primaria. Tengo los mejores recuerdos de ese barrio y de esa escuela, a mis mejores amigos los he conocido allí, con quienes me sigo viendo y escribiendo hasta el día de hoy. Miles de anécdotas y gratos recuerdos guardan esas calles de tierras y esos patios embaldosados. El primer amigo que hice en el barrio fue mi vecino Eduardo “Wata” Ávalos, con quien, no solo compartía travesuras y tardes de fútbol en el barrio sino también el salón en la escuela, ya que fuimos compañeros de grado durante toda la primaria y parte de la secundaria en la ENET N°1. Hoy, no solo seguimos siendo bue- nos amigos, sino que nuestras esposas, Norma y Jorgelina, tam- bién lo son entre sí y nos enorgullece recordar aquellos años tan felices. Me remonto a aquella época y recuerdo que en el silencio de la siesta alguien se atrevía a romper la tranquilidad con un silbido llamador o simplemente tirando la pelota al cielo para que el sonido del rebote en el suelo hiciera el efecto de onda expansiva y como un gran dominó íbamos cayendo todos a la canchita para armar esos partidos que, de no ser porque el sol se cansaba antes que nosotros, serían eternos. Creo que esa locura por el fútbol estaba potenciada de alguna manera por el hecho de querernos parecer a nuestros ídolos dependiendo el club que fuéramos hinchas, pero nadie escapaba al fanatismo por Diego Armando Maradona, fue el único jugador 160
argentino que logró unir a todas las hinchadas, de alguna manera u otra todos queríamos tener algo de él, ¿Quién no ha querido ser Maradona alguna vez en su vida? Sin lugar a dudas fuimos la generación más bendecida por el “Dios del Fútbol”, en nuestro despertar futbolero lo veíamos a él como un emblema o como un superhéroe, memorizábamos sus jugadas y la queríamos repetir en el potrero, una y otra vez, aunque casi siempre sin éxito. En 1982, el año que Argentina quedó eliminada del Mundial de España donde Diego fue expulsado contra Brasil en su pri- mera experiencia mundialista, yo con 8 años, jugué mi primer campeonato infantil en el Club San Martín con “San Caferino”, un equipo organizado y dirigido por el almacenero de mi barrio, a quien cariñosamente le decíamos el “Gordo” Torres, quien bautizó al equipo con el mismo nombre de su negocio, mi cate- goría era “Bichos Colorados” (7 y 8 años, clase ´74 y ´75), el equipo hizo un buen papel quedando en cuartos de finales y la categoría “Mini” (11 y 12 años, clase ´70 y ´71), donde jugaba mi hermano mayor, Ernesto, y la mayoría de mis vecinos y amigos de la escuela, fueron los campeones, ganando al siempre favo- rito y local “San Martín” dirigido por el recordado “Negro” Díaz. Estos resultados marcaban el nivel de los chicos de mi barrio, quienes jugábamos solo con el impulso de las ganas y sin más profesores que la pelota misma, con la suerte que algunos, como el caso del señor Torres, confiaran en nosotros y apostaban a nuestra felicidad. Al año siguiente, en 1983, cuando Diego ya era jugador del Barcelona de España y que a causa de una grave lesión en su tobillo quedó imposibilitado durante varios meses, yo recibo una gran noticia futbolística, los chicos del Barrio deciden entrar al Campeonato del Club San Martín bajo el nombre de “Rufino Ca- bral”, seguramente por iniciativa de “Pino” Gómez y “Monego” Comparín, dos amigos del barrio, hijos de Dalmiro Gómez, crea- dor del equipo de mayores con el mismo nombre que partici- paba en el Campeonato de los Barrios. 161
Nuestro D.T. era “Davito” Medina, un vecino del barrio que por ese entonces tenía quince años, algunos de los chicos que recuerdo integraban aquel equipo; Oscar “Pino” Gómez, Luís “Monego” Comparín, “Dany” Ocampo, “Pocho” Medina, Ernesto Cañete, Gustavo “Lalo” Borda, Ernesto “Lalo” Domínguez, Juan “Pelado” Rojas, Mauricio “Cacho” Acosta, entre otros. Yo con nueve años jugaba en dos categorías diferentes, “Pre- Mini”, 9 y 10 años, y además fui incorporado como suplente en la categoría “Mini”, de 11 y 12 años. En aquel campeonato, a pesar de ser suplente y tener pocos minutos de juego, hice algunos goles y fuimos subcampeones en la categoría “Mini”, fue el único título que pudimos disfrutar juntos con mi hermano, ya que había tres años de diferencia entre nosotros. En 1985, en el año que Diego hace el “Gol Imposible” contra Juventus, un tiro libre indirecto dentro del área que desafió to- das las Leyes de la Física en una parábola que aterrizó en el ángulo superior izquierdo del arquero Stefano Tacconi, yo con once años me disponía a jugar mi último Campeonato en el Club San Martín, como la mayoría de los chicos del barrio ya habían superado el límite de edad para ese campeonato, los equipos “San Ceferino” y “Rufino Cabral” ya habían dejado de existir. Por suerte don “Kelo” Romero, dueño de una Fábrica de Mosaicos y papá de Gustavo, un amigo que era arquero, decidió formar el equipo “Mosaiquería Kelito”, con chicos del barrio, él era nues- tro Director Técnico y alguno de los jugadores eran; Gustavo Romero, Diego Vallarino, Juan Carlos “Patita” Torres, Regino Benítez, Marcos Mellone y Eduardo “Wata” Ávalos, entre otros… con ellos logramos un merecido Tercer puesto. Así llegó el año 1986, el año más emblemático para todos los que tenemos el corazón futbolero, yo estaba transitando por el último año de la escuela primaria N° 564 “Domingo Faustino Sarmiento”, una experiencia única e imborrable y en el plano deportivo tuve la suerte de jugar con el seleccionado de la Escuela y salir Campeones del Campeonato Intercolegial, con 162
algunos de mis compañeros de grado; Víctor Hugo Mellone, Valentín Romero, Ernesto “Chule” Portillo, Roberto “Tito” Pérez y Dardo “Chueco” Benítez, son los que recuerdo en este momen- to… una experiencia inextinguible porque con apenas doce años estaba jugando con chicos que ya estaban dando sus primeros pasos en la primera división del fútbol curuzucuateño, como era el caso de mi compañero de travesuras Roberto “Tito” Pérez, seguramente uno de los mejores jugadores que dio nuestra ciu- dad. En aquel campeonato llegamos a la final y nos enfrentamos al seleccionado de la Escuela Villa del Parque, aquella tarde en la cancha del Club Huracán estuve iluminado y le convertí el gol de la victoria a Julio César “Cocola” Gómez, hijo del emblemático arquero de la Selección Curuzucuateña “Coco” Gómez, quien también estaba surgiendo como un genuino heredero al trono de guardameta dejado por su padre. Pero ese era nuestro mundillo, el universo futbolístico no recuerda aquel 1986 por mi gol a “Cocola” o nuestro Campeo- nato Intercolegial sino por el Mundial de México, con Diego Ar- mando Maradona aterrizando con todas las esperanzas de con- vertirse finalmente en el mejor jugador, aunque la realidad supe- raría las expectativas, nadie, ni el más ingenuo optimista, se pudo haber anticipado a todo lo que estaba a punto de suceder en ese campeonato. El Mundial de México ´86 se redujo a un solo partido, Argen- tina – Inglaterra, que se llevó a cabo en el emblemático Estadio Azteca, el 22 de junio a las 12:00 hs. Cada ser humano viviente, digno de refugiarse en su memo- ria, recuerda en qué lugar del mundo se encontraba cuando comenzó aquel partido inolvidable, yo particularmente, al igual que en los partidos anteriores, estaba en la casa de mi tío “Cacho” Borda, porque en su casa se vivía el fútbol de una ma- nera muy especial y además porque él era uno de los pocos del barrio que tenía un enorme televisor color. Aquel día improvisamos una tribuna entre todos los familia- res. Reconozco que, para mí, como para tantos argentinos, ese 163
no era un partido más, me vino a la memoria la imagen de los chicos caídos en Malvinas. Escuchar la palabra “Inglaterra”, te hacía tragar saliva, te producía enojo, odio y bronca. Aunque muchos decían que no tenía nada que ver una cosa con la otra, lo de la guerra era una herida que aún nos dolía a todos. No era lo mismo perder contra ellos que ante cualquier otro equipo. Si ganábamos ese partido no nos devolverían las islas, ni resucitarían a nuestros héroes abatidos, pero si perdía- mos la angustia iba a ser más insoportable, de ninguna manera podíamos aceptar que nos sigan humillando. Hablo en primera persona del plural porque todos estábamos dentro de esa cancha, el alma de cada argentino estaba flotando en aquel verde césped del Azteca ese mediodía y también aque- llas que dejaron de custodiar las islas por esos noventa minutos. El primer gol yo lo vi antes que todos por la sencilla razón que mi mirada siempre estaba fijada en Diego, cuando hace ese “dribling” y le pasó la pelota a Valdano, él no se desentendió en ningún momento de la jugada, lo que yo no podía entender es como con 1,65 m de estatura le pudo haber ganado el salto al arquero inglés que era gigante. Víctor Hugo Morales decía que fue con la mano, yo nunca la vi y de haber sido así, que importaba, se debía festejar porque lo nuestro era un robo, pero sin muertos de por medio. Explotamos en un grito, que más que festejo era un desahogo, nos abrazamos entre todos, salimos a tirar cohetes a la vereda, nos pusimos como locos en ese primer gol. El segundo fue realmente una obra de arte, una pincelada de potrero en el mítico Estadio Azteca, que marcó un antes y un después para el fútbol mundial y nosotros fuimos testigos privi- legiados de ese momento histórico, lo estábamos mirando en vivo. Cuando el “Negro” Enrique se la pasó aún en campo argen- tino, creo que solamente Diego, que era un extraterrestre, pudo advertir que se venía esa jugada maestra. Cuando vi que eludió al tercero pensé; “este tipo está loco, se los va a marear a todos”, 164
recordé una película del Gordo Porcel, “Te rompo el rating” del año 1981, dónde Diego en una escena hace una jugada similar y cuando iba a definir Jorge Porcel lo detiene para hacerle un re- portaje, finalmente se la sacan y no pudo convertir, pero esto estaba muy lejos de ser una parodia, allí iba él corriendo por la derecha del mundo con la pelota atada a sus pies, una bandera Argentina en su mano, la Marcha de Las Malvinas retumbando en todos los corazones argentinos, con los jugadores ingleses desparramados por todo el campo de juego, pues esa era su ma- nera de matarlos y humillarlos en su ley. Yo miraba la jugada y escuchaba el relato de Víctor Hugo Morales, cuando pisó el área esperaba el “Ta, ta, ta”, su clásico anticipo a un gol, porque ya era inminente que ni un misil inglés era capaz de derribarlo a esas alturas. Cuando la pelota tocó la red, mis primos y mi hermano salie- ron gritando nuevamente a la vereda, yo me quedé idiotizado mirando la pantalla, cuando reaccioné estaba llorando frente al televisor, no podía creer lo que había visto, de hecho, hasta el día de hoy no lo puedo creer. Todos decían: “Qué golazo…”, “Qué golazo…” y yo no decía nada, porque en realidad no había nada para decir, tampoco había nada para agregar, reaccioné unos minutos más tarde y recuerdo que en el tiempo que restaba el partido había perdido importancia, solo se hablaba de ese gol. Al final se sufrió un poco, pero Argentina le ganó a Inglaterra por 2 a 1. Lamenté que fuera Gary Lineker quien haya convertido el gol inglés porque con ese tanto se convirtió en goleador del campeo- nato con seis goles, solo uno más que Diego. Al terminar el partido nos reunimos en la canchita a comentar lo sucedido y a partir de ahí todos queríamos hacer un gol como el segundo de Maradona. Aquellos que nos creíamos más habili- dosos lográbamos eludir a dos o tres y para el cuarto hasta tus propios compañeros te lanzaban una patada para que no lo pu- dieras hacer y “way” si querías hacer una de más y te salía mal, todos te gritaban; “¡Tocá! ¡Que te hacés el Maradona!”. 165
Desde ese encuentro nada de lo que hiciera ningún jugador ya nos podía asombrar, ya lo habíamos visto todo. Si se bajaba el telón en ese momento y le daban la copa a Maradona estaría bien. Sentíamos, por un lado; “ya está, que más le podemos pedir a Diego” y por otro, nuestro fanatismo y egoísmo insaciable nos hacía pensar; “Y si podemos ser campeones mucho mejor”. Ese mundial fue el de las grandes figuras, es lo que muchos que no lo vivieron no lo saben, ser el mejor de todos entre los mejores del mundo no era para cualquiera. Solo uno se destacó sobre el resto en ese mundial y en la historia del fútbol, ese fue nuestro “10”, el “Pelusa”, el niño nacido en Villa Fiorito. Aún había mucho más para ver y disfrutar, faltaban los dos golazos a Bélgica y el pase genial a Burruchaga, para el 3 a 2 en la Final contra Alemania. Nada puede explicar la emoción que nos causó ese equipo campeón del ´86. Salir a festejar abrazándote con las personas que encontrabas a tu paso, no importaba si eran conocidos o no, una alegría incontenible que solo el fútbol puede despertar, quien pueda sentir esa sensación puede entender claramente porqué la gente amó y ama tanto a Diego Armando Maradona. Por otra parte, ese mundial fue como una bomba atómica de motivación, de repente todos nos habíamos fabricado un braza- lete con la “C”, similar a la de Diego, para distinguirnos del resto y cuando jugábamos había equipos con dos o tres capitanes, na- die era capaz de renunciar a la responsabilidad que nosotros mis- mos nos habíamos encomendado. Fue como una tormenta que nos arrastró a buscar clubes para desplegar nuestra “magia”. El primero del barrio que consiguió club fue mi amigo Diego Vallarino, uno de los buenos jugadores de nuestro barrio, se incorporó al plantel de Villa del Parque, dirigido por “Fuse” Hernández. A los pocos días él nos invitó a Hugo López, otro de los que jugaba muy bien, y a mí para que nos uniéramos a ese grupo. Fuimos los tres representantes de Barrio Norte en aquel plan- tel. Entrenábamos en una canchita improvisada a un lado del 166
Parque “Mitá Rorí”, donde hoy se levanta el monumental edifi- cio de la Escuela N° 321 “Hugo Oscar Rosende”, de aquel equipo de “Villa del Parque” recuerdo a Dany Ángel, un extraordinario jugador y mejor persona con quien entablamos una hermosa amistad. Luego del cuarto o quinto entrenamiento nos llamó el entre- nador a los tres, nos apartó del grupo y nos dijo que se aproxi- maba un campeonato, que necesitaba que hablemos con nues- tros tutores para solicitar los permisos porque los tres íbamos a jugar de titulares en el equipo. Íntimamente sabíamos que los tres nos conocíamos de me- moria, jugábamos juntos desde los 6 años y ya teníamos 12. Para ese entonces nos convertimos en los jugadores más importantes de ese equipo, o al menos eso era lo que nosotros creíamos. Dos días más tarde llegó a casa Gabriel Balceda, conocido en el barrio como “Yogurt”, a contarme que él estaba armando el equipo de “Juveniles de Barrio Norte” para participar del Cam- peonato Juvenil de Fútbol y quería saber si yo quería jugar con ellos. Era para mí algo así como la citación para jugar en la selección, de mi barrio, pero una selección al fin, de igual manera le conté que con Diego y Hugo estábamos entrenando con Villa del Par- que para ese mismo campeonato pero que no habíamos firmado nada, que podíamos hablar para jugar con el equipo del barrio. Al día siguiente en el entrenamiento de Barrio Norte, en la cancha “Barracas”, que estaba en Gobernador Gómez y Larrea llegamos con Diego y Hugo dispuestos a comenzar a entrenar con Barrio Norte. Todos los chicos del equipo eran amigos del barrio, en ese sentido era un equipo auténticamente barrial. Desconozco el pensamiento de los demás, pero creo que to- dos en ese mundillo futbolero, queríamos ser Maradona. Era inevitable hacer algo propio de Diego, yo por mi parte lo primero que hice fue desatarme los botines para entrar en calor, con la diferencia que yo si pisaba los cordones. 167
Recuerdo que mamá con mucho sacrificio me compró un bo- tín de Uruguayana, al que yo delicadamente le pinté la franja de “Puma” y le hice el dibujo con pintura blanca para que parecie- ran los Borussia del “10”. Antes de los entrenamientos hacíamos jueguitos con la pe- lota, en la fantasía de nuestro pensamiento ese campeonato que se aproximaba era para nosotros, nuestro “Mundial”. Un día antes del primer partido “Yogurt”, nuestro D.T., nos reunió en la cancha para darnos la formación y las camisetas. Es- taba convencido que iba a ser titular, porque ya habíamos ju- gado varios partidos amistosos con la futura formación. El equipo titular elegido para el primer partido y que solo su- frió variantes circunstanciales a lo largo del campeonato fue: 1. Juan “Foco” Báez, 2. Raúl “Fierrito” Blanco, 3. Eduardo “Wata” Ávalos, 4. Juan Carlos “Patita” Torres, 5. “Chino” López, 6. Mario Rosas, 7. Walter López, 8. Hugo López, 9. Diego Vallarino, 10. César Cañete y 11. Regino Benítez. La camiseta número diez fue en ese momento una caricia al alma, definitivamente era la capa que usaba mi superhéroe, el ser que casi no pisaba el césped cuando jugaba, el que llenó de alegría a un mundo entero, quien para muchos no era humano, el mejor de todos, y en mi quimera yo me convertía un poco en él, al menos tenía mi propia capa de superhéroe. Aún faltaba que nuestro Técnico dijera quien iba a ser el capi- tán del equipo. Mientras estábamos sentados yo pensaba que si tenía la 10 y era capitán en esa selección sería un sueño cum- plido, algo digno de presumir, aunque yo sabía que Hugo, nues- tro número 8, era quien tenía la personalidad más fuerte dentro de la cancha, era quien se ponía el equipo al hombro en los momentos difíciles, podía ser muy habilidoso en el ataque o muy áspero en la marca, el entrenador pensó como yo y lo eligió a él como capitán. Debo reconocer honestamente que en ningún momento me puse mal por esa decisión, al contrario, me puse contento porque reconocí que esa elección fue muy justa. 168
Cuando terminó el entrenamiento me llevé la camiseta a casa, era tanta mi emoción que esa noche casi no dormí pensando en nuestro debut en el campeonato. Al día siguiente, tomé la bicicleta de mi primo y me fui rumbo a la cancha del Barrio Suboficiales “Sargento Cabral”, donde se disputaría el primer partido del campeonato, quería que todo el barrio se enterara que yo era el “10” del equipo y salí vestido con la indumentaria completa desde casa, iba lo más despacio posi- ble para que todos pudieran enterarse. Nuestro primer partido fue contra Centenario, sin mayores sobresaltos, terminamos ganando cómodamente 4 a 1, un resul- tado importante para comenzar. El segundo partido fue contra San Martín, uno de los equipos más fuertes en las categorías infantiles por aquellos años, no solo nos enfrentábamos al equipo candidato por excelencia sino también a su Técnico, El “Negro” Díaz, el entrenador más gana- dor en la historia del futbol infantil de nuestra ciudad, a pesar de todas las presiones logramos imponernos por 3 a 1. Al ganarle a uno de los candidatos del campeonato tomamos aún más confianza y fuimos asumiendo que podíamos ser cam- peones o al menos estar entre los mejores. Otro partido clave fue contra Santa Rosa, nuestro superclá- sico porque éramos vecinos y antes del campeonato jugamos al- gunos amistosos. Ese fue nuestro mejor partido, recuerdo que hice cuatro goles y ganamos 15 a 0, ese fue el partido con el re- sultado más abultado de todo el campeonato. De esa manera fuimos sorteando obstáculos hasta llegar a la semifinal contra Villa del Parque, yo quería que fuera mi Argen- tina – Inglaterra, porque había una especie de rivalidad personal, quienes fueron nuestros compañeros en el breve paso que tuvi- mos por ese equipo creían que los habíamos traicionado al comenzar a entrenar con ellos y luego cambiar de equipo. Era ese el partido indicado para volar con mi capa de superhé- roe, recuerdo que perdíamos 3 a 2 y logré hacer el gol del em- 169
pate faltando dos minutos para el final, que sirvió para ir a la ins- tancia de los penales. En el transcurso del encuentro tuvimos la mala suerte que Hugo, nuestro Capitán, sumó otra amarilla, la cual lo dejaba afuera de la final en el caso que ganáramos ese partido. Decidí patear en el quinto lugar, quería que ganáramos con un gol mío, pero cuando me tocó el turno íbamos un gol abajo, estaba obligado a convertir para seguir con la ronda de un tiro. Desde que caminé del centro de la cancha hasta tomar el balón ya tenía decidido patear a la izquierda del arquero con la parte interna del pie. Tomé carrera y me paré a cuatro metros de la pelota con las manos en la cintura, traté de ocultar mis nervios, pero mi mirada me delataba. Cuando escuché el silbato ya no había tiempo para volver atrás. La presión me apretujaba el corazón porque en esas condiciones si erraba no solo no le iba a dar la victoria a mi equipo, sino que todo el esfuerzo que hicimos hasta ese momento lo iba a desperdiciar yo. Mientras corría veía que el arquero no se movía, ya era tarde para cambiar de plan, le pegué como había pensado a su izquier- da con la cara interna del pie, el arquero se movió levemente hacia el otro lado y quedó parado, ambos quedamos mirando la pelota, yo la soplaba con la mirada y el arquero hacía lo propio para que no entrara. Me pareció que esa pelota tardó toda mi infancia en llegar al arco, tocó la cara interna del poste y entró muy despacio, recién ahí pude desahogar mis nervios con el grito de gol, mi equipo seguía en carrera, teníamos una oportunidad más. Seguimos pateando en la ronda de un tiro, no recuerdo quien, pero uno de ellos pateó por encima del travesaño y nos regala la posibilidad de convertir y poder pasar a la final. Quien hizo nuestro gol de la victoria fue nuestro número 6, Mario Rosas, luego de convertir su penal explotó en un llanto incontenible, después me contó su primo “Wata”, que Mario antes de patear se había encomendado a su abuela fallecida, por eso su emotivo festejo. 170
La emoción nos superaba, habíamos cumplido con nuestro principal propósito que era llegar a la final con un equipo que era cien por ciento del barrio, con muchos jugadores que estaban acostumbrados a jugar descalzos y que en ese campeonato tu- vieron la posibilidad de ponerse por primera vez un botín para jugar a la pelota. Lo primero que hice fue salir a buscarlo a Hugo López que es- taba llorando por la impotencia que le causó quedar afuera de la final. Así como creí que era justo que él fuera el capitán también pensé que era muy injusto que quedase afuera de ese partido tan esperado, porque fue una pieza fundamental para nosotros. Hoy puedo tomar conciencia de lo que habíamos logrado, era la primera vez que junto a mis amigos del barrio jugábamos un campeonato en cancha grande y logramos llegar a la final des- pués de ganarle a muchos de los equipos con gran historia de nuestra ciudad. En aquella final teníamos frente a nosotros al “Club Barracas”, un equipo que tenía muy buenos jugadores, algunos de ellos fueron de San Martín y de otros clubes que Walter Delgado, su D.T., se tomó el trabajo de convencerlos de formar aquel exce- lente equipo que para nosotros era la “Selección de Alemania” hasta por su camiseta verde. No solamente nos pesaba la ausencia de nuestro capitán, sino que a esa altura del campeonato cualquiera que faltase en el equipo sería un problema porque cada uno de nosotros ya está- bamos afianzado en nuestros puestos. Éramos un gran engra- naje al que no le podía faltar ninguna pieza. Había gran expectativa en el barrio porque el partido se trans- mitiría por radio, nuestros vecinos, amigos y familiares que no iban a poder ir a la cancha nos seguirían por radio y seríamos famosos al menos por ese día. En esa final tuve la responsabilidad de ser el capitán de nues- tro equipo, el encuentro fue parejo en los primeros minutos, pero justo antes de terminar el primer tiempo ellos logran po- nerse en ventaja y fuimos al descanso 1 a 0 abajo, fue la primera 171
vez en el campeonato que comenzábamos con un resultado adverso. Recuerdo que aquel partido comencé jugando por derecha y mi marcador personal fue, un gran amigo que falleció muy joven, Martín Urreli, un rubio zurdo de contextura física muy parecida a la mía, muy áspero en la defensa, que realmente me la hizo muy difícil esa tarde, cuando quería evadir su marca me tiraba a jugar hacia el medio y ahí me encontraba con la marca de José Padrón, otro defensor tan áspero como Martín, pero con la dife- rencia que era medio metro más alto que yo. En el segundo tiempo ninguno de los dos equipos marcaba superioridad, hasta que por un descuido lograron marcar el se- gundo tanto, allí nos faltó concentración, nos desesperamos pa- ra ir a buscar el descuento y nos encontramos con el 0 – 3, que fue el resultado final. Estuvimos a un paso de conseguir romper con todos los pro- nósticos, pero en ese partido cometimos todos los errores que no lo hicimos antes, pero creo que también nos ganó la desespe- ración y la inexperiencia, fue el único partido que perdimos en todo el campeonato y lo hicimos contra un equipo muy sólido que ya estuvo en varias oportunidades en esas instancias. Más allá del subcampeonato, que de alguna manera nos do- lió, nuestros familiares y vecinos nos recibieron en el barrio como verdaderos héroes, nos agasajaron y nos hicieron enten- der que el esfuerzo muchas veces es más importante y valioso que el resultado. Después de aquel campeonato pude sincerarme con mi con- ciencia y darme cuenta que no bastaba con la capa de superhé- roe para parecerme al gran “Diego”, aunque lejos de apenarme saber que no lo había podido lograr o que ninguno lo pudo hacer, me reconfortaba y me reconforta el alma saber que esa persona, que no parecía pero en definitiva era un ser humano, llenó nues- tra infancia de felicidad y aquella dicha se ha quedado para siempre impregnando esos potreros donde jugábamos a ser ese fenómeno que por suerte se dio una sola vez en la vida. 172
FOTO 117: Roque Cañete (primero de la izquierda) y amigos músicos. Festivales Barriales. FOTO 118: “Patita” Gómez y Roque Cañete junto a simpatizantes. Jugando para la Selección de Curuzú Cuatiá. 173
FOTOS 119 y 120: Valentina Franco y Ernesto Cañete, 1972. FOTO 121: Casamiento de Valentina Franco y Ramón Báez, 1979. 174
FOTO 122: Primer añito de María Cecilia Báez, 1980. Ernesto (8 años), César (6 años) y María Cecilia (1 año). 175
FOTO 123: COMUNIÓN DE ERNESTO CAÑETE, 1982. Ernesto (11 años), María Cecilia (3 años), César (8 años) y Valentina Franco (28 años). 176
FOTO 124: Campeonato Infantil, Capilla San Pablo, Barrio Norte, 1984. FOTO 125: VIDRIERÍA VALLARINO, Campeón del Campeonato Infantil, 1984. Arriba: Gustavo Romero, Diego Vallarino, César Cañete, Choco Vallarino (DT). Abajo: Marcos Mellone, Juan Carlos “Patita” Torres, Regino Benítez. 177
FOTO 126: PROMOCIÓN 1986, ESCUELA N° 564 “DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO”. Junto a la maestra de grado, Mirta Núñez y la profesora de Música, Silvia Durazeck. 178
FOTO 127: Eduardo “Wata” Ávalos, Seño Silvia Duraczek, Profesora de Música y yo. 179
FOTO 128: JUVENILES DE BARRIO NORTE, 1986. Subcampeón Campeonato Infantil de Curuzú Cuatiá. Arriba: Gabriel Balceda (DT), Eduardo “Wata” Ávalos, Regino Benítez, Juan “Foco” Báez, José Maidana, Diego Vallarino, César Cañete (Cap.). Abajo: Juan Carlos “Patita” Torres, Walter López, “Chino” López, Raúl “Fierrito” Blanco y Mario Rosas. FOTO 129: CLUB BARRACAS, 1986. Campeón Campeonato infantil de Curuzú Cuatiá. Arriba: Pocho Mendiburu, José Padrón, Romero, Ariel Carlevaro, Ocampo, Toco Pérez. Abajo Jorge Balbi, Cuenca, Jorge Bordón, Martín Urrelli, Rivero, Fernández, Maidana y Dagoberto Verón, DT Carlevaro y Delgado. 180
Diego Armando Maradona y la Selección Argentina de Fútbol. Campeones del Mundial de México 1986. 181
EL SEÑOR DE LA TROMPETA Carlos Alberto “Pachú” Mancuello Cuando comencé a hilvanar las primeras líneas de este libro, incluso cuando ya lo estaba dando por finalizado, jamás hubiese cabido ni en mis más remotos pensamientos la idea de tener que referirme a la partida en manos de esta maldita pandemia de un ser tan querido y especial en mi vida, quien me adoptara como su hermano menor, alumno, amigo o su hijo en ocasiones, como mi primo Carlos Alberto “Pachú” Mancuello, “El Señor De La Trompeta”. Debo reconocer con total sinceridad que no todo lo que es- cribí en este libro ha sido fruto de mi imaginación o de mi frágil memoria, he tenido que recurrir a personas que sabían mucho de mi vida, incluso mucho más que yo, ellas fueron mi madre, Valentina Franco, mi hermano mayor, Ernesto Roque Cañete y el mayor de mis primos, “Pachú”, junto a tantas otras personas que fui conociendo en el camino, todos ellos me hicieron volver a mi viejo barrio, hicieron que mi piel se volviera a estremecer con sus anécdotas, sintiendo a la distancia las caricias de mi abuela o aquel perfume a mandarina de nuestras siestas interminables. Me reconforta saber que no solo yo había desnudado mis sen- timientos más profundos en mis narraciones, también mi primo “Pachú”, lo hacía en esas interminables charlas telefónicas don- de me hacía reflexionar, entender y desmitificar algunos secre- tos de nuestra familia. Por nuestras venas corría la misma sangre italiana inyectada por nuestro bisabuelo, Domingo Casafiori, del cual me contaba muchas historias ya que no he tenido la suerte de conocerlo. “Pachú” era el mayor de los hijos de mis tíos Genara y Quicho, luego vinieron Guillermo, Mirta y Darío, como la vida es una rue- da y la historia generalmente se repite en otros cuerpos, su ma- dre cuidó de su hermana menor, mi madre, y muchos años más tarde, él se encargaría de encauzarnos a mi hermano y a mí por un camino que marcaría nuestras vidas para siempre: La Música. 182
Mamá siempre recordaba una anécdota muy graciosa cuando él tenía apenas cuatro o cinco años, algo que sería una imagen premonitoria de su vida en las fuerzas armadas, por esos años él junto a mis tíos vivía por calle Sarmiento al 1500, su casa resul- taba un paso obligado para los camiones y vehículos del Ejército Argentino que provenían de su destacamento “Batallón Logís- tico 3”, cuando la caravana verde de camiones y soldados parali- zaban su atención, él se ponía en la posición militar de firme y hacía el saludo uno, es la forma en que ellos saludan mientras están en funciones, consiste en llevar la mano derecha con los dedos juntos hacia la sien o a la visera de la gorra si es que la llevaran puesta. Él mantenía esa postura hasta que pasara el último vehículo. Luego de aprender a tocar el tambor en el Batallón Logístico 3 de nuestra ciudad y la trompeta en la Escuela de Suboficiales del Ejército E.S.P.A.C. GRAL. LEMOS, la música comenzó a ser una parte fundamental en su vida, no solo como una profesión sino también como una forma de expresión. Fue miembro de la Ar- mada Argentina y luego se incorporó, hasta su retiro, a la Banda de Música de la Policía Federal en la ciudad de La Plata. Dentro de su amplia trayectoria musical formó parte de dife- rentes grupos hasta que se decidió a emprender su propio pro- yecto personal, la formación del primer grupo de música Maria- chi en la capital de la provincia bonaerense, donde se había instalado y formado su familia, lo llamó Mariachis de Tabasco en agradecimiento al Restaurant de comida mexicana del mismo nombre, donde realizó sus primeras presentaciones y luego fue contratado de forma permanente los días viernes durante varios años. En el año 1996, llegué a la ciudad de La Plata, luego de un in- tento fallido de un porvenir provinciano en Capital Federal, fue mi punto de partida para mi formación como un trabajador de la música. Tengo un sinfín de anécdotas divertidas con él, porque en rea- lidad ese era su gran secreto, tomar la vida con humor y hacer 183
las cosas con amor, siempre decía que era la única manera de soportar las penas, su presencia explosiva contagiaba y transfor- maba el lugar donde se encontraba, creo que inconscientemente traté de imitar esa conducta como un escudo y una forma de vida. En una oportunidad fuimos contratados con el grupo de Mariachis por una familia peruana en la ciudad de La Plata, para tocar en el velorio, de quien supongo era el abuelo de la familia, luego de una serie de tocatas llegamos al lugar, recién antes de entrar, él nos comunica de que se trataba y nos dijo: —“Es un velorio, toquen como si estuvieran tocando en un cumpleaños”. Lógicamente para ninguno de nosotros era una situación nor- mal y cotidiana, generalmente en nuestras presentaciones la gente cantaba, bailaba y se divertía, algo que estaba muy lejos de lo que ameritaba ese momento, después me entero que esa era una tradición muy arraigada en algunos países como Bolivia, Perú y México. No recuerdo haber pasado por una situación semejante en toda mi vida, por los nervios o la incomodidad del momento, estaba más duro que el difunto. Él se percató de mi estado de nerviosismo, se acercó y me dijo al oído: —“Vamos a tocar algo más alegre, así le levantamos el ánimo al que está acostado”. Este virus que, nos tiene a todos en jaque, desgraciadamente lo alcanzó y tras padecer un mes de intensa lucha, su enorme corazón dejó de latir el mediodía del sábado 1º de Mayo. Así como su fecha de nacimiento, 20 de junio —Día de la Bandera, en homenaje al fallecimiento del Gral. Belgrano—, la fecha de su fallecimiento, también lo definía a la perfección, ya que era un trabajador incansable. Hoy me resulta imposible escribir sin dejar caer una lágrima, trato de reconfortarme diciéndome a mí mismo que su paso por la tierra no ha sido indiferente, pues ha dejado su semilla en sus hijos, sus nietos, sus hermanos y en cada uno de nosotros. 184
Soy consciente de la importancia que ha tenido su presencia en mi vida, lo único que espero es que el día que yo tenga que partir a su encuentro a la Tierra Sin Mal, lo haga de la misma manera, con la sensación de la tarea cumplida. Antes de su partida se escribió una muy linda historia, que se hizo eco en todos los medios del país, la cual dejó al descubierto su gran amor por la música y su eterno legado, fue cuando Pame, su hija mayor, se instaló por un mes, el tiempo que estuvo inter- nado en la Clínica de la Comunidad de Ensenada, a tocar desde la calle su canción favorita con su trompeta, la marcha Teniente Donovan de Caballería. “Es la manera que tengo para estar a su lado y hacerle sentir acompañado”. “Yo vengo a la plaza a las 6:00 de la mañana para hacer un toque de Diana”. Para aquellos que no sepan, el toque de Diana, es una marcha que se utiliza para despertar a los soldados. Todas las mañanas la trompeta sonaba con la esperanza que el soldado se despertara y siguiera la batalla, pero el destino quiso que él falleciera el 1º de mayo. Alguien puede pensar que todo lo que hizo Pame fue en vano, pero como aquel soldado que desobedeció a su jefe para ir a buscar a su compañero mal herido al campo de batalla y al regresar llorando por la muerte de su amigo su jefe le dijo: —Te dije que sería inútil ir a buscarlo. —No fue inútil mi Teniente, cuando llegué aún estaba vivo y en su último suspiro me dijo: ¡Sabía que vendrías! 185
FOTOS 130 y 131: CLUB BARRACAS. Categoría 1962 -14 años 186
FOTO 132: Cumpleaños de Darío, junto a sus hermanos Guillermo y Pachú. 187
FOTO 133: Aspirante en Escuela Militar, E.S.P.A.C. Gral. LEMOS (Buenos Aires). 188
FOTOS 134, 135 y 136: Aspirante en Escuela Militar, E.S.P.A.C. Gral. LEMOS (Buenos Aires). 189
FOTO 137: Casamiento con Sandra Pescatori. FOTO 138: Carlos y su hijo Damián. FOTO 139: Carlos junto a su primo Ernesto Cañete y sus hijas Claudia y Pamela. 190
FOTO 140: Carlos junto a su hija Pamela. 191
FOTO 141: Mariachis “Tabasco”. “Pachú”, primero de la drecha, a su lado su nieto Faustino. FOTO 142: Mariachis “Tabasco”. “Pachú”, primero de la izquierda, a su lado su primo, César Cañete y primera a la derecha su hija Pamela. 192
FOTO 143: Mariachis “Tabasco”. Carlos y Darío Mancuello. 193
FOTO 144: “Pachú” en guitarreada con amigos. FOTO 145: Banda de la Policía Federal de La Plata. 194
FOTO 146: Banda de Música de la Ciudad de los Niños. FOTO 147: Tocando con el “Tula” para el Presidente Carlos Saúl Menem. 195
FOTOS 148, 149 y 150: El abuelo Carlos junto a sus nietos. 196
FOTOS 151, 152 y 153: Carlos junto a la “Tribu” completa. TRIBU: Término que él utilizaba para referirse a la familia. 197
FOTO 154: Pame tocando para su papá frente a la Clínica de Ensenada. 198
FOTO 155: Buen viaje querido primo. Tu música vive y vivirá en cada uno de nosotros por siempre. 199
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