fecha. Lo de él era aquel grito permanente: «¡Abajo el dengue mental!», una personalísima consigna que sirve hoy de contraseña para entrar en su tumba. ¡Qué de refranes se oyen bajo el nicho de Feijóo! ¡Qué de malas palabras! «¡Abajo el dengue mental!», dicen los güijes y las madres de agua, los kakafuakos y los kokoriokos. Él les abre la puerta. Y les muestra su reino subterráneo. Allí les cuenta las nuevas aventuras de Juan Quinquín, Wampampiro y Pancho Ruta. ¡Qué feliz anda por el más allá! Y a mí —que soy su amigo gracias a que jamás lo conocí— solo me queda preguntarle por él al brujo Ceferino Arregoitía. Así tuve noticias de que nunca olvidó a ninguno de los suyos. Hasta sem- bró unas flores que bautizó con los nombres de sus amigos más queridos. Tiene un clavel llamado Cleva, una gardenia a la que puso Aida Ida, y un girasol sediento al que nombró Agustín, como su amigo barbero. Lo último que supe de Samuel es que está organizando una velada con lo que él dijo siempre que debía brindarse en una fiesta: refresco de meao de jicotea y bistec de nalga de pulga. Supe además que tiene atormentados a todos los burócratas del otro mundo; que si no lo han mandado de regreso es porque —pese a todo— al lado de él la muerte es más bonita. Junto a Feijóo se sienten como llenos de música y de vida todos los gran- des muertos que aún yacen bajo tierra. 1997 SIGNOS [99]
Dibujo de Samuel Feijóo.
Alexis Castañeda Pérez de Alejo El Samuel que sí conocí n una ocasión, mientras subía la empinada escalera de mármol de la Biblioteca Provincial en Santa Clara, me encontré con Samuel Feijóo arroyando con sus pies varias cáscaras y semi- llas de mango. Por las huellas en su cara y sus manos, eviden- temente acababa de comerse las frutas. El célebre intelectual cubano trataba de llevar hasta la calle aquella basura sin hacer caso a una empleada encargada de la limpieza, que insistía en recogerla. Ya en lobby Feijóo se encontró frente a un numeroso grupo de personas entre las que se reconocían algunos tra- bajadores de la cultura y artistas que escuchaban una espe- cie de arenga de la entonces Directora Provincial de Cultu- ra. Sin inmutarse, el Sensible Zarapico penetró la multitud y siguió arrastrando las semillas y cáscaras de mango hasta la calle. Años después concluí que quizás este no fue un acto ca- sual de Samuel Feijóo, teniendo en cuenta su actitud antiburocrática y contra toda retórica estéril, rasgos promi- nentes de aquella directora con la que ya él había tenido pro- fundas discrepancias por los controles que intentaba poner a su labor, y que culminaron con la pérdida de un número de Signos que luego nunca apareció. SIGNOS [101]
Un día de abril de 1984, cerca de las diez de la mañana, al pasar por el acoge- dor parquecito que entonces existía en la esquina que forman las calles Inde- pendencia y Luis Estévez de Santa Clara (hoy el aséptico y aburrido Parque de Las Arcadas), vi una hilera de personas con libros en las manos que pasaban por frente a una mesa donde un anciano con inusual parsimonia firmaba los ejemplares. Entre la gente descubrí a mi hermano, quien, llegado su turno, extendió con perceptible emoción su libro hacia el hombrecito con sombrero de impermeable negro, este alzó la vista y le preguntó algo. Mi hermano se me acercó con el libro, la antología Ser, publicada por Ediciones Unión; en la primera página se leía, en grande y con irregular escri- tura: «Para que Aramís viva feliz mi mente de lombriz, Samuel Feijóo, 7 de abril de 1984». Una mañana del verano de 1987, mientras pasaba por la Biblioteca Provincial Martí en compañía del crítico José Luis Rodríguez de Armas, nos encontramos de pronto con Samuel Feijóo, quien venía de su mítica oficina, donde armaba la revista Signos. José Luis, que lo conocía, se le acercó y me presentó. —Mire, Samuel, este es Alexis Castañeda, trabaja conmigo. Feijóo me dio la mano y me miró ensimismado, como si meditara, luego me dijo: —¡Ah, sí! ¿Y tú también comes pirulí? SIGNOS [102]
Manuel Martínez Casanova y Miriam C. Artiles Castro Un aporte poco valorado de Feijóo a la cultura cubana Su labor editorial en la Universidad Central de Las Villas na de las facetas menos atendidas de la increíble personalidad de Feijóo y las múltiples actividades que desempeñó durante toda su vida, se refiere a su labor al frente de la Dirección de Publicacio- nes de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas a partir de 1958, desde donde desarrolló una tarea importante como editor y en la gestión de publicación de numerosas obras. Quizás esto se deba a que su desempeño como director de Islas y del Departamento de Investigaciones Folclóricas le dio una visibilidad mayor a sus acciones y sus esfuerzos. Pero basta hurgar solo un poco en aquel aspecto para descubrir cuán lejos de la verdad podríamos estar y cuán injusto ha sido nuestro desconocimiento de esta labor magistral. Es así que, en la bibliografía de referencia general existente, a la que se remitiría primeramente cualquier interesado, podemos encontrar una ausencia de información al respecto. Si accedemos por ejemplo a Internet, podríamos encontrar que en un referente básico como puede ser Wilkipedia, única- mente se habla del «artista», y en relación con el tema de nuestra reflexión solo se dice: En el año 1958 comienza a editar la revista Islas en la Uni- versidad Central de Las Villas que se hace eco de toda su SIGNOS [103]
obra anterior y de los jóvenes escritores y artistas locales. Pasa a editar la revista Signos en 1969 luego de ser expulsado de la universidad. Más adelante en el texto se ratifica la reducida información cuando se dice que fue «Director de Publicaciones y Ediciones en la Universidad Central de Las Villas, Cuba y en 1971 director y fundador de la Revista Signos de la Universidad Central de Las Villas, Cuba», lo que, como puede apreciarse, en- cierra ya una información falsa, pues esta revista, a diferencia de Islas, nunca perteneció a la UCLV. Así sucede con diversas fuentes que uno podría considerar «confiables» para búsquedas rápidas y respuestas a interrogantes. Pero veamos las disponi- bles en nuestro país, que pudieran ayudarnos a esclarecer la significación de Feijóo en este aspecto menos conocido. El Diccionario de la Literatura Cubana solo nos remite, en su mención a la Universidad Central de Las Villas, a que «desde su inicio la Universidad desarrolló un vasto plan de edición de obras de autores cubanos a través de su Dirección de Publicaciones».1 Esta misma obra, al tratar la figura misma de Feijóo, hace referencia llanamente a que «al frente de la Dirección de Publica- ciones de la Universidad Central publicó alrededor de un centenar de obras».2 Lamentablemente, esa consagración al hacer que caracterizó al maestro en detrimento, muchas veces, del registro para la historia de los resultados obteni- dos, nos ha dejado sin fuentes de información que aborden de forma totalizado- ra los aportes que realizara a la cultura en sus diversas áreas de actuación comprometida. Por suerte nos queda, en esta faceta que proponemos considerar, el regis- tro de su propia obra publicada, pero, lamentablemente, la muestra de los ejem- plares salidos de aquella editorial, con la dispersión, el agotamiento y la pérdida de la mayoría de los ejemplares publicados, o un determinado registro e incluso la referencia a los títulos, no está ni mucho menos mínimamente completa, y la información disponible es fragmentaria. No obstante, ofrecemos a los intere- sados en dimensionar adecuadamente esa obra multilateral de ese incansable escudriñador de la realidad cultural cubana y mundial, lo poco que hemos podi- do estructurar, lo cual nos permite llegar a conclusiones significativas. La primera podría ser que resulta a todas luces una obra colosal. Pocas editoras universitarias del mundo lograron tener una fuerza editorial, con tan escasos recursos, como la Universidad Central en los tiempos de Feijóo. El número de obras publicadas es indeterminado aún en nuestra indagación, pero no tiene parangón en la tradición universitaria cubana, latinoamericana e inclu- so de otras del primer mundo de gran prestigio académico y editorial. Pase- 1 Diccionario de la Literatura Cubana, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984, p. 1049. 2 Ibídem, p. 327. SIGNOS [104]
mos, en un recorrido preliminar, a descubrir cuán vasta fue la obra feijosiana como editor de la Universidad Central de Las Villas. Los autores y obras beneficiados con las ediciones de la UCLV fueron muchos. Algunos eran bien conocidos y constituyeron, sin dudas, un acto de reconocimiento al compromiso que la editorial universitaria asumía con la cul- tura cubana y universal. Así encontramos el Espejo de paciencia, de Silves- tre de Balboa; las Crónicas habaneras, de Julián del Casal o el formidable Ismaelillo, de nuestro José Martí. Son significativos los ensayos de trascendencia nacional e internacional que se encuentran entre los publicados. La poesía estaba llamada, en tierra de poetas, a ocupar un lugar especial. En su editorial se publicaron poetas consa- grados como Nicolás Guillén y su trascendental Tengo, expresaron su rima palpitante Rolando Escardó con Las ráfagas o Alcides Iznaga con La roca y la espuma, por solo limitar la relación diversa de poetas. No quedaría de nin- guna forma fuera de esta promoción de la lírica la expresión poética popular, y allí estuvo Donde canta el tocoloro, de Leoncio Yanes, con un prólogo espe- cial del editor, o la promoción de poetas extranjeros en ediciones complejas como sucedió con Poetas rusos y soviéticos, compilados por Nina Bulgácova y el propio Feijóo. El teatro no quedó ausente de esta gestión. Así lo atestiguan las obras publicadas de Luis A. Baralt y de Carlos Felipe. El ensayo ocupó lugar prefe- rencial. Gran significación posee la publicación de obras trascendentales del gran Fernando Ortiz. Así puso a disposición del público cubano dos de sus textos imprescindibles: su Historia de una pelea cubana contra los demo- nios y el Contrapunteo cubano del Tabaco y el Azúcar, donde como todos sabemos el sabio cubano nos ofrece su concepción del término transcul- turación, uno de sus principales aportes a la antropología como ciencia. No menos destacable fue la publicación de otras obras imperecederas como Lo cubano en la poesía, de ese otro grande de la cultura cubana, Cintio Vitier. Pero fueron muchos. De Silvio de La Torre sus estudios La educación en Los EE. UU. y Mujer y sociedad; de Roberto Fernández Retamar su obra Idea de la Estilística y su Papelería; así como esa joya de la reflexión sobre la cubanidad en un producto concreto como lo fue la Biografía del tabaco habano, de Gaspar Jorge García Galló. No fueron menos importantes en esta línea el ensayo de Ángel Augier Nicolás Guillén. Notas para un estudio biográfico-crítico, en dos tomos prologados por el propio Feijóo; los de Juan Marinello Vidaurreta Ensayos martianos, Meditación americana. Cinco ensayos, Contemporáneos y sus Ocho notas sobre Aníbal Ponce; o de la autoría de José Lezama Lima Tra- tados en La Habana. Allí Raúl Roa García publicó sus obras En pie, Retorno a la alborada, en dos tomos y su Escaramuza en las vísperas y otros engendros. Fueron exponentes importantes también los de Manuel Moreno SIGNOS [105]
Fraginals José A. Saco. Estudio y bibliografía y el de Jiménez-Gruñón La Filosofía de Martí. Siguiendo la misma línea están las Indagaciones martianas, de Manuel P. González y las valoraciones filosóficas de ese otro gran pensador y profesor de la UCLV en su momento, Medardo Vitier, y sus obras José de la Luz y Caba- llero como educador; Kant, iniciación en su filosofía y Valoraciones. Fue significativamente importante la publicación de obras dedicadas a re- flexiones de gran impacto como sucede con la Prosa de prisa, de Nicolás Guillén, o Memorias de una cubanita que nació con el siglo, de René Méndez Capote, ambos prologados por el propio Feijóo. No podía dejar de mencionarse la obra de Marcelo Pogolotti El caserón del Cerro. La narrativa de ficción ocupó un peso relativamente alto en la gestión de la editorial. Así vieron la luz obras de Luis Amado-Blanco como Doña Velorio y otros cuentos; de Onelio Jorge Cardoso Gente de pueblo y El cuentero; de Eduardo Benet Castellón su novela Birín; de Alcides Iznaga su novela Los valedontes; la de Leonel Lopez-Nussa Tabaco; de Rafael Suárez Solís su Un pueblo donde no pasaba nada; o el cuento Maguaraya arriba, de José Lorenzo Fuentes. Las obras dedicadas a la Historia y al pensamiento valorativo sobre la mis- ma fueron también objeto de publicación.Así vio la luz de José Antonio Portuondo su Crítica de la época y otros ensayos. Del destacado estudioso del movimien- to obrero cubano, José Rivero Muñíz, puso a disposición del público sus obras El movimiento obrero durante la Primera Intervención, El primer partido so- cialista cubano y El movimiento laboral cubano durante el período de 1906 a 1909, donde se abordan aspectos hasta entonces desconocidos en el hacer de los historiadores y en el contexto de las publicaciones cubanas. Los estudios de historia local hallaron temprano eco en su gestión, y allí encontramos el Club Revolucionario Juan Bruno Zayas, de Silvia Lubián; o incluso las historias especiales, como ocurre con Historia del teatro en La Habana, de Edwin Teurbe Tolón y Jorge Antonio González. No podía quedar fuera de este cometido la publicación de obras dedicadas a los resultados de investigación etnográfica-antropológica, incluidas las de carácter folclórico que tanto caracterizaron ese quehacer de abeja que era propio de Feijóo. De la destacada investigadora Concepción T. Alzola nos ofrece su obra trascendental, Folklore del niño cubano, en dos tomos, publicada antes solo fragmentariamente en revistas científicas. Autores menos conocidos, aunque importantes, tampoco quedaron fuera de su gestión. De José Seoane Gallo, ese otro gran investigador con el que hizo causa común, nos legó Remedios y supersticiones en Las Villas y Cuentos de aparecidos; y de aquel apasionado de la historia legendaria de Santa Clara, Florentino Martínez, nos legó su Ayer de Santa Clara. SIGNOS [106]
Especial peso tiene en los resultados de la editorial la publicación de obras de la autoría del propio Feijóo. Sin pretender agotar la larga relación, no podría- mos dejar de mencionar La alcancía del artesano, la Segunda alcancía del artesano o su Libreta de pasajero, expresión de su filosofía personal inatrapable para esquemas y escuelas, pero de tanto valor cosmovisivo, o sus compilaciones trascendentales para la poesía popular como Los trovadores del pueblo y La décima popular. Invalorables son sus compilaciones sobre cultura popular tradicional como fueron Refranes, adivinanzas, dicharachos, trabalenguas, cuartetas y dé- cimas antiguas, Cuentos populares cubanos, en dos tomos, y Mitos y leyen- das de Las Villas, convertidas en joyas de los estudios sobre la cultura popular cubana. Y de igual importancia patrimonial fueron sus compilaciones Cantos a la naturaleza cubana del siglo XIX, Sonetos en Cuba, La décima culta en Cuba y Sobre los movimientos por una poesía cubana hasta 1856. Experiencias y reflexiones suyas de indudable valor folclorístico y metodológico se conservan en sus Diarios de viajes montañeses y llaneros, Diario abierto, Temas folklóricos cubanos y Sabiduría guajira. Se incluyen también sus antologías personales Caminante montés (1955-1959), El girasol sediento (1937-1948), Cuerda menor (1937- 1939) y Ser fiel (1948-62), y sus novelas Juan Quinquín en Pueblo Mocho y Tumbaga. No quedaron fuera investigaciones importantes que asumidas por los co- lectivos de autores correspondientes vieron la luz en el marco de la editorial. Entre ellas podríamos destacar La Educación Rural en Las Villas y Teatro Bufo. Como puede verse, en las ofertas que puso la editorial en manos del lector se encontraba una diversidad considerable de temas, géneros, estilos y autores. Entre ellos los hubo ya suficientemente conocidos, pero muchos, renombrados o no, vieron en esta editorial la oportunidad de publicar sus obras fuera del marco de las cadenas comerciales tradicionales. Muchos de estos autores nunca hubieran imaginado ver su obra publicada, y menos por una editorial universitaria. En esta reflexión, ya lo hemos subrayado, no ofrecemos los futos de un trabajo agotado de búsqueda e investigación, tan solo no queríamos dejar de compartir estos resultados preliminares que tanto han hecho crecer en noso- tros la admiración por el maestro, y con ello rendir un modesto homenaje a aquel que tanto prestigio y visibilidad dio a una Universidad entonces peque- ña pero que, especialmente en el campo de la edición, ha sido reconocida y considerada gracias a la gestión incansable y extraordinaria del gran Samuel Feijóo. SIGNOS [107]
Cartel promocional de la obra Vida incompleta del poeta Vampampiro Timbereta, Compañía Teatral Mejunje.
Carmen Sotolongo Valiño Feijóo teatral n su autobiografía El Sensible Zarapico,1 Feijóo dejó cons- tancia de cómo estuvo, junto con su hermanito Nano, interno en un colegio bautista. Escuela pobre, de férrea disciplina que él califica de equivocada, pero donde leyó con ansias devoradoras y descubrió el humor como fuerza que sosten- dría su vida. Cuenta que todos los viernes ejecutaba con Nano comedias de cinco o diez minutos, que eran recibidas con gran alegría por niños y maestros. Las escribía él, a imitación de los diálogos que sostenían los payasos en los pequeños circos ambulantes. A la temprana edad de trece-catorce años escribió una «obrita circense», que ensayó y montó con su hermano para entretener y consolar a sus compañeritos del colegio; la transcribe en dos cuartillas, seguida de otra «co- media payaseril» que ocupa una sola. La obrita circense es un cómico diálogo entre el negrito y el gallego, donde, como es natural, el primero acaba engañando al segundo. Cien pá- ginas después ilustra con fotografías de «el gallego» Adolfo Otero y «el negrito» Sergio Acebal la narración de su primer encuentro con el bufo: 1 SAMUEL FEIJÓO: Signos (27), Santa Clara, enero-diciembre, 1981. Lo que se refiere a continuación se encuentra entre las páginas160 a la 279. SIGNOS [109]
Seguramente que después de una visita al Teatro Alhambra, donde vi una obra del Bufo Cubano, bailada, cantada, burlona, groserona y dicharachera, quedé muy impresionado por tan divertido teatro. Escribí en un solo día —27 de Octubre de 1929— un «juguete cómico» al que titulé «El raid Habana- China». Contaba, pues, 15 años de edad cuando lo escribí.2 Esta vez transcribe una síntesis de cuatro cuartillas, aunque citando partes enteras de los trapicheos del negrito Monguito y su socio Boliche para conse- guir dinero, construir un aeroplano e irse para China. Así pues, cuando digo «Feijóo teatral» no es a su singularísima personali- dad a lo que aludo, ni a sus desplantes, entradas y salidas, ahora ya convertidas en un copioso anecdotario de leyenda aunque en su momento incomodara a tantos; a lo que me refiero es a su definido amor por el circo y el vernáculo cubano —fue el primero en publicar en Cuba una compilación de obras de nuestro teatro bufo—,3 y también a estos tempranos intentos de comediógrafo documentados por él mismo, cuya esencia puede encontrarse subsumida en gran parte de toda su obra, señaladamente en la narrativa. Por eso no es de extrañar que Ramón Silverio, teatrista y promotor de profunda raíz campesina, terminara adaptando dos novelas de Feijóo para sendos montajes de su Com- pañía Teatral Mejunje. Es indudable que la narración es una de las fuentes principales del teatro, y a ella ha recurrido frecuentemente Silverio como director; así, en los últimos tiempos hemos asistido a la puesta en escena de Las Aventuras de Juan Quinquín, y, tiempo después, a esa superproducción delirante que fue La Odilea, también basada en una novela, esta vez de Francisco Chofre. Es decir, ya ha probado que sabe sortear los peligros que para la teatralidad supone la fuente narrativa, lo que en el medio suele llamarse la narratofagia. Aun así, montar una obra teatral a partir de Vida completa del poeta Wampampiro Timbereta, también de Feijóo, parecía, a todas luces, algo bien difícil por su estructura de yuxtaposición constante de historias, muchas veces ilógicas, acentuadamente hiperbólicas y hasta francamente inverosímiles, y por la im- portancia que en este tejido tiene el narrador. Fue en el año 2007, poco después del estreno de La Odilea. Se cumplían veinte años del inicio de la labor de la brigada artística Los Colines, también comandada por Silverio, y querían llevar algo nuevo al lugar donde comenza- ron: el secadero de café de Cordovanal en las montañas del Escambray. La Odilea no funcionaba fuera del espacio de El Mejunje y Juan Quinquín ya 2 Ibídem, p. 275. 3 SAMUEL FEIJÓO (compilador): Teatro bufo (Siete obras), Tomo I, Universidad Central de Las Villas, 1961. SIGNOS [110]
había cumplido su ciclo. Entonces se apareció Silverio ante los actores vo- luntarios («colines», al fin y al cabo) con la novela mencionada4 y comenzó una lectura colectiva, a partir de la cual seleccionaron las historias más teatralizables —de ahí el cambio de título a Vida incompleta…—, los perso- najes a interpretar y la situación dramática en la que estos se expresarían directamente, eliminando al narrador. La selección del espacio es clave en estas adaptaciones; en Juan Quinquín fue el circo, ahora sería una estación de ferrocarril de pueblo de campo (Macurijes) y el momento de la partida de Wampampiro para La Habana en pos de conocer la capital, sus tipos y cos- tumbres, el nuevo invento del cinematógrafo, comprarse los seis tomos de la Enciclopedia Universal y cuanto libro pudiera. Las personas a las cuales el Poeta había ayudado en situaciones difíciles lo esperarían para una despedi- da-sorpresa. Ya definidos el espacio y el tiempo de la representación, co- menzaron con las improvisaciones; qué haría cada cuál individualmente en la estación de trenes y cómo se relacionaría con los demás. Silverio escribía las escenas sobre la marcha. Cada actor subió al almacén y escogió lo necesa- rio para su personaje. Está probado que el espíritu feijosiano es contagioso y Silverio confiaba en eso. Concertó una cita de sus actores con la destacada pintora Aida Ida Mora- les y con Alberto Anido, quienes hablaron largamente de Feijóo. Aida Ida les mostró cuadros del pintor campesino Pedro Osés: todo lo que tenían que ver para llenarse los ojos de lo que iban a representar. Osés pintó con colores lo que Feijóo describió con palabras. Los actores comenzaron a ver el mundo campesino con los ojos de Osés y hablarlo en el lenguaje de Feijóo, los diálogos textuales de la novela acabaron siendo indistinguibles de los creados en las improvisaciones, tanto en su lirismo: «las estrellas parecen jazmines volando», dice Herminia (interpretada por la actriz Maya Fernández), como en su choteo guajiro: «el buey de hierro pasa a las cinco, a las cinco», advierte constante- mente Luquiño (encarnado por Nelson Águila). Y Simón Simemeo (Yoannis Sánchez) anda siempre con un tibor parecido al del guajiro de Osés sentado en el platanal, y en él se recoge el dinero de la recaudación del guateque para comprarle una pata de goma al cojo Curbelo (William Rodríguez, Caramelo). Cada personaje tiene su momento en el que es protagónico y representa la historia en que Wampa (Raudel Morales, Coqui) lo salvó de la enfermedad, de la melancolía, del desconcierto, y lo hizo recuperar la jiribilla: «Las jiribillas son las ilusiones de la vida […] un hombre sin jiribilla por dentro nació para aguantón y esclavo […] Cuando uno se enamora, se llena de jiribilla… Sin jiribilla todo se pone oscuro…»5 4 SAMUEL FEIJÓO: Vida completa del poeta Wampampiro Timbereta, Editorial Letras cubanas, Ciudad de la Habana, 1981. 5 Ibídem, p. 22. SIGNOS [111]
En esta versión de Silverio, secundado por su equipo, algunos personajes son la fusión de dos, como Simón Simemeo, que se atribuye los cuentos guajiramente mentirosos y exagerados del Felipe Briñas de la novela; otros, como Clarivel (Dairilis Sánchez), que solo están abocetados en la narración feijosiana, crecen y se llenan de vida propia en la obra teatral. La situación dramática creada enriquece a cada uno, Luquiño no es ya solo el viejo de las pesadillas, Micaela (Alina Garnica) no es ya solo la vieja de Jarahueca que habla sin parar, ni Anacleto (Duviel Gutiérrez) es solo el joven que dormía en una caja de muerto, todos han saltado de las amarillentas páginas y viven real- mente en el presente del teatro, convocados por una energía actoral apasiona- da, llena de «jiribilla». Hay muchos, muchos aciertos además de los ya citados, entre ellos, no perder la riquísima historia del cojo Curbelo, el que se metió en un pozo seco para morirse, llevando la situación al espacio y los recursos dis- ponibles: se acuesta en la línea del tren que pasará inexorablemente; otro fue introducir los códigos de la novela radial para contar la triste historia del amor de Wampa y su novia, separados para siempre por el abusivo desalojo del cual eran víctimas constantes los campesinos cubanos, con la ingeniosa idea de que la maleta (llena de libros, como corresponde al carácter del Poeta y Trovador) sea tratada como un radio viejo donde todos escuchan embelesados. A pesar de los sobrios recursos, el productor (Miguel Ángel Fernández) y los actores captaron la esencia de la belleza del mundo rural, todos trataron de adornar lo más sencillamente posible sus atuendos y los objetos escénicos, o de contribuir a su ingeniosidad, sobre todo en las transformaciones funcionales a las que estaban obligados al asumir las diferentes historias; véase si no esa caja de muerto que hasta entonces no era más que un bulto de equipaje y luego se convierte en la cama donde se tira el deprimido Anacleto para acostumbrarse a morir; o las señales del crucero del tren, o en fin, las mismas líneas del ferrocarril que cuando conviene se transforman en escaleras o en cercas de jardín. Otro acierto es la banda sonora de Raúl Marchena unida a la realiza- ción del sonido de José Ramón González; la música en vivo, las décimas can- tadas, serenatas, controversias —una de las esencias más caras de la novela original—; también la grabada: el pito de los trenes, el rocío mágico de la jiribilla cuando entra en los personajes, la canción final, El cinematógrafo, en la voz de Vionaika Martínez. Concebida para ir de gira por los campos, Vida incompleta del poeta Wampampiro Timbereta, fue un éxito de público en los predios mejunjeros y donde quiera que se presentó. Fue una obra capaz de cohesionar de una mane- ra extraordinaria al colectivo de actores, que se divertían mucho representán- dola, con la seguridad adicional de que siempre quedaba bien y se adaptaba a las más disímiles circunstancias; por ejemplo, cuando el actor Nelson Águila estuvo por Venezuela, todos los personajes se lamentaban de que el viejo Luquiño no hubiera podido venir a despedir a Wampa, y asumían sus historias y parla- SIGNOS [112]
«…todos escuchan embelesados», escena de la obra. mentos, y así se hizo algunas veces con otros personajes. De función en fun- ción la obra se enriquecía sin traicionar su espíritu. Sé que Samuel hubiera aplaudido esta obra. Porque actualizó las virtudes de la comedia popular campesina y se abordó desde la humildad del guajiro, desde la solidaridad entre los seres humanos; porque hacía reír mucho a la vez que promovía la pureza de los sentimientos más nobles. Ya puede hablarse de la enorme recepción que tuvo, sobre todo entre el público más entrañable para Samuel: la gente del campo y los niños; por tanto, afirmo que esta versión de su novela tuvo la más grande virtud: Ser fiel. Fue concebida para una temporada teatral en la montaña, pero Vida incompleta del poeta Wampampiro Timbereta quedará como una de las más importantes obras del repertorio de la Compañía Teatral Mejunje. Cartel y fotografía: Roberto Ávalos Machado. SIGNOS [113]
Dibujo de Samuel Feijóo.
Samuel Feijóo Cuba no es un caimán1 i Francia tiene a Marianne, los yanquis al rapaz hipócrita Uncle Sam e Inglaterra a su ventrudo John Bull, España tiene a su fiera, el León rampante, León que fuera sanguinario conquista- dor de América (y, al final, con comejenes en la veroquera). Inglaterra también tiene León (imperialista) en su emblema. México tiene el Águila y la Serpiente (el Águila devora a la Serpiente). Guatemala al libertario Quetzal… etcétera. Cuba, oficialmente, tiene solo a la palma real en su escu- do. La palma como símbolo de la patria, junto a la llave tradi- cional. La palma, amor grande y rebelde de los poetas bajo la colonia española. La palma, amor de los mambises, el más bello árbol del mundo, la «novia que espera» de José Martí. EL CAIMÁN Desde los primeros textos de las geografías de Cuba, ya la comparación con un Caimán, o un cocodrilo comenzaba. Los niños recibían esta información en las escuelas. Pronto se 1 Este artículo apareció en el número 20 de Signos, 1977, pp. 73-85. En esta versión se utilizan algunas de las ilustraciones del original. (N. del E.) SIGNOS [115]
En 1973 el poeta Fayad Jamís y Feijóo realizaron un dibujo en colaboración con el tema «El gallo cubano contra el caimán matrero». popularizó. Los geógrafos no ofrecían este reptil como el símbolo para Cuba, sino que mostraban su configuración de caimán, de arado, etcétera. No pasa- ban de ahí. Buscaban semejanza física. Pero de esa semejanza mostrada por los autores de textos de geografía cubana se pasó al símbolo grotesco. Ya en la geografía, aprobada oficialmente, escrita por Carlos de la Torre y Huerta, se señalaba la semejanza de Cuba con el Caimán y con el arado. Años después, en su también muy leída Geografía de Cuba, Leví Marrero anotaba el siguiente párrafo sobre las formas de Cuba: La isla de Cuba posee una configuración larga y estrecha; la cual debe a su estructura geológica. Esta configuración ha sido tradicionalmente com- parada a un caimán, un arado, la lengua de un pájaro o a un tiburón de cabeza de martillo. En su libro Así es mi país, una geografía de Cuba para niños (1961), Antonio Núñez Jiménez afirma: «la figura de Cuba tiene cierto parecido con un SIGNOS [116]
caimán o un cocodrilo». También: «alargada y fina como la figura de un cai- mán, vemos la isla de Cuba […] Punta Quemado, el lugar más oriental de Cuba y que forma como el hocico del caimán, hasta el Cabo San Antonio, su punto más occidental, simulando la cola». Así, al comparar su forma, sin otro designio, los geógrafos dieron pie al tosco mito Cuba-Caimán. Se tomó generalmente al Caimán como animal emblema de Cuba. (El desaparecido poeta Francisco Riverón llegó a titular uno de sus libros de déci- mas, dedicado totalmente a Cuba, Caimán sonoro). Por otra parte, en la poe- sía y el canto folk de Cuba se halla el Caimán con frecuencia. Existió un «Son del Caimán»: ¿A dónde está mi comadre que ya la mandé a buscar? El caimán está en el paso y no la deja pasar. Mi comadre tiene diente e caimán mi comadre tiene diente e caimán mi comadre tiene diente e caimán. También por Isla de Pinos, se escuchaba un famoso Sucu sucu, donde la criolla Rufina tiene serios problemas con un caimán guayabero: Vaya en busca de Rufina que ella está en el guayabal, SIGNOS [117]
que si ella se hace la boba mañana la va a buscar. Caimán caimán caimán no come caimán. Caimán caimán caimán en el guayabal. RÉPLICAS La primera réplica contra Cuba-Caimán, la escuchamos de labios del geógra- fo cubano Tomás Jústiz y del Valle, el cual, en plena clase de geografía (1927), en el Instituto de la Habana, exclamó violentamente: «¡Hay quiénes dicen que Cuba es un caimán, y eso es mentira! ¡Es mentira que Cuba sea una lengua de pájaro! ¡“Pájaro” es el que lo dice!» Pasaron lustros y continuó el mismo símbolo falso: Cuba-Caimán. Falso también porque en Cuba no existen caimanes sino cocodrilos, aunque conte- mos con una población llamada «Caimanes». Error de suma ignorancia darle sobrenombre de Caimán a Cuba. Emblema desagradable: tanto el caimán como el cocodrilo son fieras, alimañas sanguinarias. El caimán es reptil de brutal acometida. Muy bajo símbolo para nuestra patria. Aceptar la semejanza, como símbolo, Cuba-Caimán, solo por su configu- ración física, es un mal absurdo, caduco. Nuestra Patria demuestra que el pueblo cubano no es un reptil: no se arrastra, no es vil, no es sanguinario. Si Liborio fue un flojo prototipo para nuestro pueblo, aunque cumpliera un rol histórico, menos lo puede ser el cobarde caimán, al acecho siempre del incauto, babeante y taimado. SIGNOS [118]
MUESTRAS Algunas, pocas, muestras del falso símbolo Cuba-Caimán en los versos de algunos poetas nuestros: Versos de la primera décima del libro Caimán sonoro, publicado en 1959, por Francisco Riverón Hernández: Cuba dice una pregunta, por tu rocoso ademán; a los azules que van como abriendo un abanico, donde reposa el hocico de mi Sonoro Caimán. En su libro El Trovador Caonaero (1962), Cheo Alvarez, ve a Cuba como cocodrilo en su poema CUBA HOY Este cocodrilo verde2 no crean que está dormido a cualquiera en un descuido le da un coletazo y muerde. Es bueno que se recuerde que el Caribe en las Antillas al chocar con sus costillas en forma de inmensa ola, de la cabeza a la cola apenas le hace cosquillas. Si es caimán o cocodrilo de América cierra el paso y al que ande de payaso puede levantarlo en vilo. Conque déjenlo tranquilo que les conviene mejor; el Norte con ser mayor no trate de provocarle, ya que a este puede darle la dentellada peor. 2 «El cocodrilo verde», nombre de un conjunto de músicos y decimistas cantores en Santa Clara. El Caimán Barbudo, nombre de una actual revista cubana. SIGNOS [119]
En el periódico Vanguardia, Santa Clara, octubre 13 de 1976, leímos otra de Cuba-Cocodrilo: Me gusta sembrar temprano la planta que luce como un manto verde en el lomo del cocodrilo antillano. («Me gusta sembrar temprano», Ernesto Páez Ríos) Por demás, René de la Nuez ha publicado recientemente un libro de cuen- tos para los niños cubanos con el título Mi cocodrilo verde. En 1968, el poeta español Blas de Otero escribió unos versos con el estri- billo «guajira guantanamera», donde refleja el símbolo: Guajira guantanamera. Guantanamera trigueña, llevo en el pecho la enseña de tu isla caimanera… Existe el antecedente de otro poeta español, Federico García Lorca, que visitara Cuba en 1930. En un verso de su «Son de Santiago de Cuba», refirién- dose a la Isla (dándole nuevos nombres y símbolos), sale el caimán: […] arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco. En 1974, escribió Alfredo Balmaseda su libro de adivinanzas en verso, premio Uneac, Cantando y adivinando. Allí se encuentra una adivinanza cuya solución da como «La isla de Cuba»: Es un cocodrilo verde que parece estar dormido sobre las olas del mar, pero que no está dormido, sino despierto y alerta, bien despierto y siempre alerta y decidido a triunfar. También Dora Alonso escribe otra adivinanza cuya solución es «Cuba». La ve, además de piragua verde: Verde piragua, caimán despierto. SIGNOS [120]
En la poetisa Mirta Aguirre hallamos la misma reiteración, pero con el caimán dormido: La tierra en que yo nací, la tierra en que yo he crecido parece un caimán dormido de San Antonio a Maisí. Caimán de sangre mambí, la tierra de mi cariño, fue ayer la de Fidel niño, y la del niño Martí. Durante el Festival Nacional de Arte Popular, celebrado en Santa Clara y Remedios, en junio de 1976, oímos al trovador decimista Evelio Ruano, la no- che del 23 de junio, en el teatro La Caridad, de Santa Clara, improvisar la siguiente décima, que copiamos: Esta es la hermosa región al centro de mi caimán donde los campos están en perfecta floración. Bienvenidos con razón a nuestras amadas Villas ahora que nuevas semillas brotan en nuevas simientes y se ve más floreciente el caimán de las Antillas. RÉPLICAS La segunda protesta contra Cuba-Caimán que conocimos, la escuchamos de labios del decimista villareño Leoncio Yanes, ganador de numerosos premios nacionales como creador de la décima: «Cuba no es un caimán». No es un Caimán Cuba para Yanes. Estima que mejor símbolo es un arado productor que un Caimán devorador: No es caimán, es un arado que sobre del mar Caribe con su reja firme escribe nuestro porvenir soñado. Bolívar desengañado dijo en su fina oratoria, SIGNOS [121]
según recoge la Historia, que estuvo arando en el mar, y hoy Cuba sabe labrar en el mar de la Victoria. Estas décimas las improvisó Leoncio Yanes el 20 de junio de 1976, al referirse a la geografía de Carlos de la Torre y Huerta, que estudiara de niño. Otro decimista cubano, J. García Bakú, en las décimas de su «Canto a la palma», rechaza no solo al caimán sino a los demás símbolos atribuidos a Cuba, y escoge a la palma real. Cuba no es ninguna llave abriendo añiles al mar, Cuba no es ningún «solar» con bongó, maraca, y clave. Ni es la parte de algún ave que en Puerto Rico termina. Cuba no es una divina tinaja de sacarosa, Cuba no es ninguna rosa de procedencia marina. García Bakú continúa rechazando símbolos: Cuba no es el flamboyán vestido por una hoguera. SIGNOS [122]
Ridiculiza los motes comerciales y de bisutería lírica en relación a Cuba: Cuba no es tener en mazos caderas esculturales, ni un par de gallos rurales entrándose a machetazos. Ni está hecha de retazos regalados por estrellas, ni está formada de aquellas comparsas del carnaval; Cuba no es un lindo chal para guajiritas bellas. No es el caramelo literario: Cuba no es el escenario favorito de la luna. Ni banal estampa: Ni es la conga en su rosario de cinturas antillanas. SIGNOS [123]
Ni otros emblemas de merengue: Cuba no es un surtidor de frutas, mujer y brisa. Cuba no es ni el sueño de una guitarra que en el trópico se escribe, ni perla que se recibe en tabaco de coral. Ataca García Bakú una época podrida: Cuba no es el monopolio de fusil y agua por seña […] ni entrar en el comedor Liborio después del perro. No es un garabato: Cuba no es un garabato que trazara el huracán; Cuba no es ningún caimán frente al Paso de los Vientos… Para García Bakú Cuba es la palma real recostada en el Caribe. Sean los buenos, poéticos, sanos símbolos, los amorosos emblemas dignos. Pero Cuba-Caimán no es una dignidad, sino refalso emblema, semilla de mentiras. ¿Quién defiende a esa fiera de ojo bruto, fea, rapaz, reptante, siem- pre hambrienta, que se arrastra por el pantano, solo vientre y quijada? Ilustraciones: Samuel Feijóo. SIGNOS [124]
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Arria con café.
Captura de un novillo.
Carga de la carreta a mano.
Cortejo fúnebre.
Ensarte de la cinta.
Grupo musical campesino.
Inmovilización del ternero.
Pesa de caña.
Trabajo con ternero.
Mariana Enriqueta Pérez Pérez Las albas rumorosas: acerca del libro Jiras guajiras, de Samuel Feijóo cercarse a una obra que fue escrita setenta y tres años atrás puede acarrear el peligro de no alcanzar una visión objetiva del autor ni del instante en que este se expresara, máxime si se trata de alguien cuya obra asombra por su volumen y de quien han escrito antes figuras muy autorizadas de nuestras letras. Sin embargo, hay ocasiones en que un libro nos identifica con el sujeto que un día, aunque sea tan lejano en el tiempo, fuera capaz de atrapar la realidad circundante mediante el audaz entramado de las metáforas y las rimas. Inicié la lectura de Jiras guajiras —incluido en su libro Cuerda menor—1 en busca de la décima, tras el puro objeto de definir en qué grado los poetas actuales, que a veces em- pleamos esa estrofa como medio expresivo, tenemos deudas con ese «niño Samuel», como él se autocalifica en el poema «Las vacas», que culmina con el verso: «“es como un niño Samuel”». En este cuaderno ya puede distinguirse en Feijóo el dominio de la estrofa de diez versos, a la que imprime dinamismo a través de la puntuación, que es muy peculiar en el autor y que se analizará posteriormente con mayor detalle. 1 SAMUEL FEIJÓO: Cuerda menor (1937-1939), Universidad Central de Las Villas, 1964. SIGNOS [135]
El decimario, que Samuel Feijóo con su lenguaje de llana cubanía, ofrece «(Al arreglador del mundo, Juan Liriano, guajiro lépero como él solo, metido con la mocha en el bleo, en “La Josefa”, dedico estas décimas de la tierra, con las músicas y las alegrías de mi juventud campestre)», tiene en sí la rara belleza de una poesía «de la tierra» que se funde con las imágenes más exquisitas de la naturaleza cubana, pero que se salva del paisajismo exteriorista —característico de una amplísima zona de la décima cubana— a través de una mirada hacia adentro del ser que «siente» esa naturaleza y ese paisaje como propios. Virgilio López Lemus ha expresado esta idea, presente también en otros autores, con palabras más concluyentes y exactas: «en ella [la obra feijosiana] el paisaje no es solo ornamento, sino, además, entorno en el cual el ser se debate entre la plenitud de la belleza y las injusticias, para elevarse por la poesía, que es expresión y acción».2 El poeta capta el instante y el punto donde la imagen puede alzar un vuelo diferente, aunque el tema que canta haya sido tocado hasta el cansancio por todos los poetas del mundo, así: la luna, el gallo, el amanecer, el crepúsculo, el río… alcanzan en Feijóo una dimensión nueva. Tal vez otros estudiosos de su obra argumenten que no siempre logra esa interiorización del paisaje y se queda en la epidermis del poema o que hace lo que los decimistas espinelianos ortodoxos nunca aceptarían, como introducir asonancias junto con las conso- nantes, como por ejemplo: Se alza el gallo en la arboleda del alba, rojo. Deshecha3 tiembla su bárbara flecha. Dibuja en hoja de seda lucha de amor, suave veda. Al haz de oro, nimbada la neblina delicada, pica de cristal levanta al fuego mago. Allí canta hechicería reposada.4 Sin embargo, nuestro punto de vista es que Samuel Feijóo se sitúa por encima de esos detalles para lograr un resultado distinto, como se tratará de 2 VIRGILIO LÓPEZ LEMUS: «¿Feijóo zarapico o abeja?», Bohemia (31), La Habana, 31 jul.,1992, pp. 56-58. 3 En la edición de 1964 aparece la palabra desdecha, lo que es una errata. En otra versión de la décima, publicada en la revista Signos número 19, sep.-dic., 1976, bajo el título de «Gallo campero», aparece la palabra derecha. En el cuaderno «Gallo campero» de su Libro de apuntes (1937-1948), (tomo 1), 1954, aparece deshecha, la cual asumimos aquí. 4 SAMUEL FEIJÓO: Ob. cit., p. 64. SIGNOS [136]
demostrar en lo adelante. En la décima anterior hay belleza en el lenguaje, es como una instantánea del momento en que canta el gallo, pero en la cual los versos con rima asonante dan fe de que el contenido ha obviado a la forma, y esto ocurre en muchas de las restantes composiciones, pero de lo que sí no cabe dudas es de que, ya en época tan temprana, fue Samuel Feijóo un impor- tante cultivador de la décima. El libro se inicia con «Juegos» —en ediciones anteriores la titula «Jue- go»—, cuyo rasgo distintivo es la armonía imitativa y el retozo con los sonidos: Guitarras, güiros, guarachas, forman la G de mi canto; de la U tu azul encanto, y brindan A, las muchachas. J en jiras juegas —bachas jaraneras—; I, es suspiro; la R el rostro que miro, y la O, el son que cayó cuando dijiste que no para mi canto GUAJIRO.5 «Negocios» está compuesto por dos décimas, donde el humorismo carac- terístico de este poeta constituye la razón de ser, y luego le sigue «Milagro», cuyo recurso principal es la hipérbole, dos décimas al estilo de los mentirosos o «cuenteros» que tanto han abundado en nuestros campos. «Los brujos», en cambio, aunque escrita en diez versos, no presenta los rasgos distintivos de la espinela, ya que es una estrofa en verso libre con algunas asonancias distribui- das irregularmente. Las décimas siguientes, tituladas «Guajira», con una cita del Cucalambé: «Por la deliciosa orilla / que el Cauto baña en su giro», también son atípicas y asonantes, aunque conservan el verso octosílabo; se aprecia en su estructura lo siguiente: en la primera estrofa (o décima) riman el primero con el quinto y el cuarto con sexto y séptimo; en la segunda, riman segundo con noveno y cuarto con quinto y séptimo; mientras que en la tercera décima la rima se produce entre el sexto y el octavo, y entre séptimo y décimo. Con ello se demuestra que, si bien Feijóo domina la estructura de la espinela, no siempre se vale de ella para expre- sarse, en lo cual tal vez tuviera que ver el espíritu inquieto de este hombre y su iniciativa innovadora. En otros casos lo que varía es la presentación tipográfica, como en la décima que sigue, «Momento», en la cual aparecen seis versos inicia- les y cuatro finales, separadas ambas series, con lo cual se invierte la forma 5 Ibídem, p. 55. SIGNOS [137]
tradicional de dos series de cuatro y seis versos. Pero, junto a esos cambios estilísticos, existen espinelas perfectas, como «Albores»: Sobre el campo en madrugada la aurora encalma su vuelo y su sombra alumbra el suelo, nimba la faz hechizada. Lanza el gallo su llamada de cristal. Blancas gallinas picotean clavellinas. Las albas van rumorosas al cantero: hacen con rosas las más nórdicas colinas.6 Con este ejemplo, quedaría salvado cualquier duda que aún pudiera existir acerca de Feijóo como buen decimista, no tan solo por la forma exacta de la décima en cuanto a estructura, rima y acentuación, sino también por su alto contenido poético en la captación del instante, el uso de imágenes alejadas de la sencillez común, como «la aurora encalma su vuelo», y de un lenguaje culto: «nimba la faz hechizada». Pero lo más interesante puede ser que, junto a esos vuelos de alta poesía, aparece la belleza de lo sencillo: «Blancas gallinas / picotean clavellinas», para ascender nuevamente: «Las albas van rumorosas / al cantero…»; de esa manera, el creador alza o distiende la tensión poética en un rejuego, cuyo producto será un conjunto sonoro que reconforta espiritual- mente al lector o al escucha. El libro continúa con una fantasía humorística, «Sueño», que también será una espinela. Debe destacarse que Samuel Feijóo empleó la glosa, a la que consideraba —según expresara en su artículo «Breve décima culta»—7 «una forma arcaica de la décima», así como que «Glosar fue fuerte demostración del “saber” de un decimista completo». También nos informa que «la abundan- cia de glosas como estilo corriente de la décima culta sobrevino en el XIX. En estas formas, placenteras casi siempre, se unieron los gustos folclóricos y po- pulares cubanos con los gustos del decimista culto». De modo que en Jiras guajiras, donde se imbrican inteligentemente el gusto por lo culto y el gusto por lo popular, la inclusión de «Glosas de un guajiro satisfecho en su sitio», sobre una cuarteta popular, no resulta extraña. Asimismo corrobora lo expre- sado por el poeta español Lope de Vega acerca de que «las décimas son bue- nas para quejas» cuando imita el estilo repentista guajiro para sus décimas de 6 Ibídem, pp. 57-58. Esta décima sustituye a la titulada «Albor», que aparecía en las ediciones de 1949 y 1954. 7 SAMUEL FEIJÓO: «Breve décima culta», Signos (5), enero-abril, Santa Clara, 1971, pp. 175-208. SIGNOS [138]
amor «Del que anhela cariño» y en las cuales existe predominio del encabalga- miento, como punto de encuentro con la décima culta. En segmentos posteriores del libro estará presente también la poesía amatoria, tal es el caso de «Décimas enamoradas», en las que se emplean indistintamente la expresión popular: «No me he dormido: ven antes / de que me coman gusanos» y el refinamiento de la metáfora: «árbol de libre sinsonte / donde, en sombra, te suspiro». En «Décimas del que se quiere casar» aparece el repentismo guajiro impregnado de un toque bucólico y romántico. Luego regresa al humorismo con cuatro décimas: «Llu- vias», «Viento de agua», «Pretensión», «Amorosa» y «Canuto». Despierta cu- riosidad, sin embargo, el hecho de que un poema, cuyo título es «Décima trági- ca», de crítica social acerca de la penosa situación del campesino cubano en esa época, emplee un tono ligero y con matices de humor: Agustín vendió la tierra, vendió su tierra Agustín, y ahora vive en el confín comiendo nubes y sierra. Agustín su vida aterra por deshacer su conuco. El americano cuco le ofreció mil concesiones cuando vendió sus terrones y ahora se come el bejuco.8 Contrariamente, en la décima «Grito cubano», así como en otras, sí apare- ce la queja, el lamento, en forma similar a otros autores de su tiempo. Presente estará también, dentro de los variados matices que encierra el libro, el costumbrismo campesino con la cobija, la fiesta y la botija como instru- mento musical típico de nuestros campos, los cuales son rescatados por Feijóo en «Llamada al botijero». El estilo de los romances, signo de que a este poeta nada relativo a la tradición le resultaba ajeno, aparecerá en «Décimas de Angelito el cantor» y en «Escapada de la guajira Ana María Morales», constituida esta última serie por seis décimas de tema costumbrista, entre las cuales resaltan, por su belleza expresiva y cierta reminiscencia lorquiana, la primera y la sexta. Apréciese, por ejemplo, el lenguaje metafórico en los dos versos que inician el poema: «Suena su ojo la guitarra / redondo, con son de vega»; y a continuación, hasta el último verso, sorprenderán imágenes visionarias como: «Cigarras / trituran sombra» o «Vacilan las candilejas / con sus cabezas de viejas / cansadas». La 8 SAMUEL FEIJÓO: Cuerda menor (1937-1939), Universidad Central de Las Villas, 1964, p. 60. SIGNOS [139]
estructura descansa en la puntuación y el encabalgamiento, nada usuales en la décima tradicional: los dos primeros versos cierran con punto; en el cuarto verso aparecerá punto y seguido después de la quinta sílaba, para dar paso a un encabalgamiento que culmina en el verso quinto, también en la quinta sílaba, con un punto y seguido. Allí se inicia un encabalgamiento que se ex- tenderá hasta el séptimo verso y cierra con punto. El último segmento encabalgado aparece en el octavo, se mantiene en el noveno y termina, des- pués de la tercera sílaba del décimo verso, con un punto y seguido que apun- ta a la última idea de la décima con cinco sílabas: «La noche dura». Si nos hemos detenido en este particular ha sido solo con el interés de demostrar que, ya en época tan lejana, Feijóo tenía un modo no ortodoxo de hacer la décima y pudiera apuntarse hipotéticamente, para estudios posterio- res más profundos, que dichas innovaciones formales constituyen un antece- dente importante, en cincuenta años, de las características que comenzó a presentar la décima en nuestra región a partir de la década de los ochenta. Anteriormente se habló de la variedad temática y estilística presente en Jiras guajiras, y, naturalmente, un hombre que recorría insistentemente los campos de Cuba en busca de sus tradiciones, estaba muy impregnado de las tonadas con que se canta la décima; en «La crecida del Yaguaramas», por tanto, apela al efecto sonoro de una tonada-ritmo de Cruces y lo asume en las décimas tal como las interpretaría un cantor, insertando las voces: «¡Caray!», «¡Señor!» y «¡Qué horror!» El poeta, en ocasiones, utiliza neologismos, como goterío o estertoroso, este último en la décima «Calimbando» —donde describe el marcado de las reses— y que, a pesar de lo rudo del tema, concluye con dos versos hermosos: «(A la abrasante calimba / crudo amor quema los ojos)». Otros rasgos, aún no mencionados, que se aprecian en este libro son: lo onírico («Sueño de cundiamores»); la fantasía, la ternura, la ingenuidad que entronca con la cancionística («El pozo»); la cubanía, expresada en productos como la raspadura, que aparece en dos lugares con diferente connotación, además de la flora y la fauna del país; la enumeración; el dialogismo; la melan- colía y la nostalgia; la trova tradicional; el tránsito de lo concreto a lo abstracto («Desdén al sol»). Temas recurrentes dentro del libro constituyen el gallo y la luna, en una contraposición entre la luz del sol anunciada por el primero y la noche, simbo- lizada por la segunda. En el poema «Gallos bajo la luna», compuesto por cuatro décimas en las que el sujeto lírico dialoga con el astro, le expresa sus interrogantes: «¿Dónde están los gallos de / este instante en tu sigilo / luna densa? Ya tranquilo». En ellas se aprecia una apropiación melancólica del pai- saje nocturno, del hecho simbólico en que se inserta el propio sujeto lírico para trasmitir un sentimiento de vaguedad, ternura, tristeza. Él forma parte del con- junto de elementos que describe: «¿O acaso caerá de mí / rocío de tu figura?», SIGNOS [140]
es naturaleza en sí mismo. Al final solo quedará la duda en el aire, lo que contribuye a acentuar el sentido perturbador del texto: (…Por los racimos del sueño te perderás luna bella, ¿y quién vendrá que augure lo que perdimos?)9 Este libro fue escrito en los años juveniles de su autor, en una época en que predominaban las corrientes de vanguardia, y a pesar de que Feijóo se mostró opuesto al vanguardismo ortodoxo,10 no hay dudas de que muchos lo- gros formales vanguardistas fueron empleados por él. Sin embargo, cuando realizó la edición definitiva, insertó al final décimas escritas en el año 1962. En estas lo que prima es el lenguaje coloquial, con menos recursos poéticos y una estructura más conservadora, son décimas cercanas al repentismo, en corres- pondencia con el espíritu de la época en que primaba el tono conversacional dentro de la poesía. A manera de resumen, deben enumerarse algunas observaciones, que permiten sintetizar los rasgos particulares de la décima de Samuel Feijóo en Jiras guajiras: • Este decimario es, primordialmente, un libro de la naturaleza y el paisaje cubanos. • El paisaje es interiorizado y expresado con un tono sentimental, melan- cólico. Aun en los momentos en que trabaja la décima popular tradicional, se percibe un tratamiento más elaborado de las imágenes, cuyo resultado poético resulta auténtico y sensible. • Aunque el campesino cubano no utiliza el romance como vía de expre- sión poética, la décima con ese estilo sí ha sido empleada. Feijóo, apegado a las tradiciones, también la cultiva acertadamente. • El humor y el costumbrismo criollos están presentes en una buena parte de las décimas que forman el libro. • La noche, la luna y los gallos constituyen elementos recurrentes. • Presencia permanente en sus décimas son, entre otros rasgos: lo oníri- co, la fantasía, la melancolía y la ingenuidad. 9 Ibídem, p. 76. 10 En Signos (27), 1981, p. 647, a una carta en la que Alcides Hechavarría le dice: «Encuentro perfecta, irreprochable, tu “Canción” vanguardista», responde Feijóo: …a mí el vanguardismo ortodoxo me parece no más que una dislocación degenerada de la emoción lírica. Soy modernista y solo giros vagos de tal tendencia prenden en mí: aquellos que mi intelecto reconozca realmente positivos y recios como expresadores de la emoción estética que perseguimos. SIGNOS [141]
• Feijóo generalmente trabaja la décima a partir de dos redondillas, enla- zadas por el quinto y sexto versos, que conforman una unidad independiente, en lugar de una redondilla y una serie de seis versos, como hacen la generali- dad de los decimistas. • El encabalgamiento es un recurso altamente empleado y, como parte de ello, el uso de una puntuación peculiar, que permite un ritmo más dinámico en la décima inserta dentro de la vertiente culta. • Se aprecia el uso de neologismos que permiten al autor adaptar su len- guaje a las necesidades del tema tratado. • Las décimas del año 1962 difieren sustancialmente de las escritas en años juveniles del autor, tanto por su forma como por su contenido. • Algunas décimas —en la edición definitiva— presentan cambios de versos o palabras, respecto a ediciones anteriores. Jiras guajiras constituye un libro de capital importancia para valorar a Samuel Feijóo como decimista, por cuanto se imbrican en estas composiciones el talento y la inspiración del poeta culto con la sabiduría campesina, rica en matices y apreciaciones, sin desdeñar la innovación lingüística y estructural, para ofrecer al lector un conjunto de esencias nacionales, que el poeta supiera develar en medio de esas «albas rumorosas» donde el canto feliz de los gallos se contrapone a la oscuridad y la tristeza nocturnas. SIGNOS [142]
René Batista Moreno Aparece Signos* espués de que Samuel Feijóo abandonó Islas, órgano de la Universidad Central de las Villas, revista que dirigió durante años, nos preguntamos infinidad de veces si editaría otra vez. Dicha pregunta a tenido ya su respuesta: ¡Sí, Signos, la que acaba de ver la luz! El primer número de Signos (órgano del Departamento de Investigaciones Populares, auspiciada por el Consejo Nacional de Cultura y cuya dirección es: Biblioteca Provin- cial Martí, Santa Clara), aparece con una ilustración en la portada: Mito afrocubano, del sagüero Wifredo Lam, en correspondencia a que la revista está dedicada al mito uni- versal. En ella se pueden leer trabajos como «Literatura propia y apropiada», de Ezequiel Martínez Estrada; «Función del mito en la vida», de Bronislaw Malinowski; «Mito cubano del diente largo», de Magali Landa; «El cuento de Ambeko y Acuati», de Fernando Ortiz; «Mitología griega», de Alfon- so Reyes; «Mitos de los bosquimanos», de Frederick Rangel; * Este artículo fue publicado en el periódico Vanguardia, el sábado 24 de enero de 1970. (N. del E.) SIGNOS [143]
Portada de Signos número 1. «Sobre mitos cubanos de jinetes sin cabezas», deAlberto Roca; «Mito de Osiris», de J. G. Frazer, y otros trabajos en prosa de gran interés. La parte plástica está a cargo de figuras como Feijóo, Horacio Leiva, Ángel Hernández, Alberto Anido, Jean Dubuffet, Isabel Castellanos, Ramón Rodríguez, Antonio Saura, Matta, Mery y otros. Contiene asimismo poemas inéditos de Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Alcides Iznaga, Luis Pavón, Joaquín G. Santana, Rolando Escardó, Aramís Quintero, Emilio de Armas, Cleva Solís, Roberto Friol, Bienvenido Rodríguez, Jorge Caos y Sidroc Ramos. Y por último seis canciones de Sindo Garay, transcritas por Jesús Ortega. Signos (327 páginas), revista que presenta un bello formato y exhibe una calidad excelente, es, junto a Vamos, Tercer Mundo y Hogaño, una prueba más de esa tremenda fuerza creadora que viene desplegando la provincia de Las Villas tras el triunfo de la Revolución. SIGNOS [144]
Jesús Díaz Rojas Revista Signos, ¡levántate y anda! ucho antes de mi nacimiento el poeta me prestó los ojos, sus ojos límpidos e insaciables para que mi alma blanca y fría, se fuera entibiando entre el verde inusitado de los cam- pos, el iris de los ocasos y el infinito abismo donde se ex- panden y colisionan las estrellas que iluminan y zahieren, encumbran y arrancan, hacen soñar y desvelan. Y me prestó sus oídos y escuché el canto de todas las criaturas que pueblan el universo: aves de melodías y alas libres, aves depredadoras aguardando la hora propicia, el rugido de las fieras indomables en medio de las selvas y las avenidas intransitables, el de las fieras encerradas en los grandes zoológicos que simulan libertad, el silencio acom- pasado de los peces enormes y el chasquido de los peque- ños como perlas apagadas que danzan en los anzuelos su última esperanza. El paso de las alimañas, el zumbar de las moscas, las abejas, la mudez de los microbios y los virus, hundiéndose fieros en las carnes más tiernas y en los cuer- pos yertos. Me prestó —repito— sus oídos y se sentó conmigo en medio del bullicio para que distinguiera el canto de las pie- dras que juntas se yerguen en enormes edificios de acero y SIGNOS [145]
cristal, en catedrales que atemorizan al mismo dios que se supone las habita. Nos sentamos sobre el polvo arrastrado por el viento para que nos hablaran los muros de árboles, y las rocas de las profundidades y las empinadas montañas; rocas, enormes rocas siempre afiladas, siempre dispuestas a cortar el paso, sajar un cuerpo, mutilar un alma…, al final infelices rocas condenadas a tornar- se arena, leve arenisca que se llevan los vientos cuando un pecho se torna de acero al enfrentarlas. Y me prestó sus piernas inquietas y andariegas para vadear los precipicios y descender a las simas donde habitan ocultos los seres condenados al olvido, esos hombres pequeños que no caben en las enciclopedias de los doctos, por- que son más grandes que los supuestos paradigmas con que los tales llenan sus tomos… Hombres de tierra y cal, con aroma de estiércol y río crecido, fragan- cia de raíces y palmito, y sudor de toro indomable y de bueyes enyugados que aran desde la madrugada al anochecer. Hombres que leen en las hojas de los árboles el sabor de los frutos, que predicen en los primeros días de enero el tiempo para todo el año en puñados de sal, que leen en los ojos del otro si se les miente o se les quiere, que leen en la luna los momentos de la cosecha y en la borra del café descifran un futuro, tal vez no el suyo ni el de nadie, pero un futuro para los motivos de vida. Hombres que leen directo de la naturaleza, pero que no tienen tiempo para leerse un libro, tal vez porque ellos son el libro que se ha de leer. Hombres que erigen sus casas con troncos y barro, bejucos y sangre, hierba y sudor, y ya terminada las adornan con las cosas mínimas e indispensables: una flor, la foto de los abuelos, una tinaja de agua, cuatro taburetes y una mesa. Todo fabricado con sus manos, creado con sus manos, con las mismas manos con que levantan un machete o un fusil cuando de razones se trata. Hombres amantísimos que hacen parir a la tierra y a la mujer con idéntica pasión, a pesar de los huracanes que se llevan sus cosechas, a pesar de las enfermedades que siegan a destiempo, a pesar de los otros… de tantos. Es necesario que insista, el poeta me prestó sus ojos y sus piernas, troncos vivos, sus piernas tachonadas de heridas por los abrojos, las espinas, los sables, las espadas, instrumentos punzantes y torpes que no pudieron detenerle ni arran- carlo de su espacio. Sus piernas que salvaron las enormes rocas, las mayores distancias, alturas, honduras, planicies. Sus piernas indetenibles en busca de la cima; a sabiendas de que hallaría, aun en la más alta cumbre, a la serpiente que antecede siempre la llegada del águila. Y me prestó su espalda débil y robusta y sus hombros, para sostener toda la carga posible aferrándome a la tierra, a las rocas, a la arena, la nieve, al lodo, al fango, siempre aferrándome, clavando las uñas hasta el centro de la razón en esta tierra mía. Y me prestó sus enormes pulmones, capaces de aspirar la fragancia de todas las flores del universo y devolverla incólume, temeroso de que otros no SIGNOS [146]
puedan aspirarla. Sus enormes pulmones para recorrer las distancias sin el mínimo cansancio, sin la mínima duda. Y me prestó su cuerpo de pez, para desandar los ríos en busca de lo más pequeño, esos tesoros inadvertidos que valen más que el oro y que dan vida y sostén a las criaturas del agua y a los hombres humildísimos que habitan en sus riveras. Y me adentré río abajo, navegando en los mares en busca de las caracolas y las algas y corales que fueron creciendo desde el cuerpo de la poesía, y me entregué gustosa a las redes para alimentar los ojos de sal y hambre que cla- maban a un dios que no los escuchaba. Y me prestó sus manos para que las tendiera siempre repletas de afecto y sinceridad cuando llamaran a mi puerta. Y me brindó el puente que desde siempre había levantado entre él y los otros hombres para que uniera, congre- gara a mi vera, a todos los que se le igualaran en aquello de echar su suerte a favor de los marginados. Y «recibiera al hermano esperado, limpio, libre, espi- ritual, creador, sufriente y risueño, valiente y humilde». Aquel que me diera los ojos cuando él no estuviera. Y me prestó su verbo para escapar de las frases rebuscadas y los voca- blos estridentes y allegarme a la fuente de la vida, a los bordes, a la periferia y compartir sus costumbres, escuchar sus leyendas, entender sus mitos, unir mis manos con las suyas cuando le dieran forma exacta al barro, al cuero, la made- ra, o el tono exacto a un cuadro donde unos güijes se truecan por mariposas, y las mariposas en flores o lunas o enramadas… Me prestó su laúd, y su tres y sus pinceles hasta descubrir que no es la mano la que pinta lo que el ojo ve, sino que el ojo va descubriendo lo que la mano pinta. Me dio su verbo claro, para defender con la frase precisa y la explicación oportuna cualquier entuerto que pretenda acallarme la voz…, sin miedo, «por- que si un pensamiento no es libre, ni es bueno ni es pensamiento». De frente la verdad aunque se te juzgue rebelde y fiero, irreverente y cáustico. Me lo dio todo, ocultándome desde su niñez en un recodo de sus ojos, liman- do mis uñas y robusteciendo mis alas…, y una mañana de noviembre del año 69 del siglo XX, después de la última cruzada contra los molinos de la envidia y el odio, y cuando supo que yo había descubierto que la esencia de la vida no es convertirse en voz del otro, llanto o risa del otro, esfuerzo del otro, sentido o sentimiento del otro…, sino ser el otro, así sin más recompensa que serlo, me dijo con voz de profeta que los años no han desmentido: «REVISTA SIGNOS; ¡LEVÁNTATE Y ANDA!» SIGNOS [147]
Dibujo de Samuel Feijóo.
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