DOS BALAS PARA CLAIRE Henry Drae
PUBLICADO POR: Henry Drae en Smashwords Dos balas para Claire Copyright © 2017 por Henry Drae Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido, escaneado, o distribuido en cualquier forma impresa o electrónica sin permiso del autor, a excepción de citas breves en reseñas. Por favor, noparticipar o fomentar la piratería de materiales con copyright en violaciónde los derechos del autor. Todos los personajes e historias son propiedad del autor y su apoyo y respeto es apreciado. Este libro contiene contenido para adultos y está destinado a lectores adultos. Este libro es una obra de ficción y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, o lugares, eventos o lugares es pura coincidencia. Los personajes son producciones de la imaginación del autor y utilizado de manera ficticia. Editado por Henry Drae Cubierta diseñada por Henry Drae
IMAGES: © Henry Drae AGRADECIMIENTOS A mis lectores de prueba, que entendieron con precisión lo quenecesitaba de ellos y me lo brindaron con la mayor generosidad.
TABLA DE CONTENIDOSCapítulo 1 – El nudo del verdugoCapítulo 2 – La serpiente negraCapítulo 3 – El camafeoCapítulo 4 – ExiliadosCapítulo 5 – ApachesCapítulo 6 – HerederosCapítulo 7 – DetectiveCapítulo 8 – ComuniónCapítulo 9 – PredicadorCapítulo 10 – Hermana serpienteEpílogoNotas del autor
DOS BALAS PARA CLAIRE CAPÍTULO 1 – EL NUDO DEL VERDUGO 1 EL CHARCO, TEXAS, 1873 Claire Higgins sintió un dolor agudo y punzante en su costado, que casi la derriba al suelopolvoriento. Intentaba apurar el paso al tiempo que echaba una mirada más al interior de lacanasta, cuando un mocoso de once o doce años que pasaba corriendo con su hermano sin mirarpor donde iba, la golpeó con su codo descuidado. Quedó mirando hacia el lado contrario al quese dirigía, viendo la espalda de su eventual atacante. — ¡Oye, podías haberme derribado! ¡Mira por dónde vas, so tonto! El niño apenas giró su cabeza para sacar la lengua como toda respuesta, su hermano máspequeño largó una carcajada sin dejar de correr. Claire revisó su canasta y comprobó cómo sustemores se hicieron realidad: estaba vacía. Las cuatro bolsas con hierbas que llevaba yacían en elbarro, una de ellas abierta e inutilizable. Y Alice… Alice había desaparecido. Dos cosas eran motivo de preocupación para Claire mientras cruzaba esa tarde la calleprincipal, tan atestada de gente como la recordaba cada vez que no estaba en el pueblo. Ambas sehallaban en su canasta: su coneja Alice —que en realidad era macho, pero a ninguno de los dos,ni dueño ni mascota, parecía importarles— y las bolsas con hierbas aromáticas y especias quecompró en el almacén de la señora Cossgrove. Su padre le había pedido que no fuese al pueblotan tarde —y ya eran casi las cinco—, pero ella quería hacerle una cena especial por sucumpleaños y le faltaban condimentos para la carne que deseaba prepararle. Y ahora no sólohabía perdido parte del botín sino también a su querida Alice. Claire y su padre vivían solos en esa granja que ya les quedaba grande luego de quefalleciera su madre, años atrás. A partir de ese momento comenzó a exhibir un comportamientoaniñado que por momentos parecía propio de un retraso madurativo, lo cual la hacía ver muchomás chica de lo que su apariencia a sus veintidós años decía de su cuerpo. Nunca había tenidoalgo parecido a un novio o festejante. A pesar de que su padre la alentaba a hacer nuevasamistades y a salir de la granja, su único amigo fue su vecino Ron Marcus pero, antes de quepudiese pasar algo más que un inocente coqueteo entre ellos, los Marcus enviaron a su hijo aestudiar abogacía a la ciudad de Boston. “El campo es para los brutos como tu padre” solíadecirle Bill Marcus a su hijo, sin que su afirmación tuviese un real sustento, ni que él mismo, consu formación tan vasta como autodidacta, pudiese servir de ejemplo. Claire, que no imaginabamejor lugar para vivir que aquel, lloró mucho su partida y luego con su ausencia, aunque nosabía identificar qué clase de sentimientos la invadían con precisión cuando lo hacía. Hasta sesintió culpable porque no sufría tanto desde que muriera su propia madre y no tenía intencionesde comparar aquello con la partida de Ron. Entonces se abocó a ayudar y a cuidar al señorHiggins prometiéndole que jamás lo dejaría. Eso los unió como nunca antes. Pero cada vez que ella salía, el temor principal de Charles Higgins se centraba en elcomportamiento de los muchachos que moraban por el pueblo, a quienes conocía desde que
nacieron y tenían más o menos la edad de su hija. No porque creyera que se tratara de un hato demalvivientes o depravados, sino porque sabía de su falta de control luego de beber y no podíasiquiera imaginar que fuesen a intentar abusar de Claire en medio de una borrachera. No queríaenfrentarse a ellos y terminar haciendo algo que tuviese que lamentar. Claire sabía de supreocupación, pero insistía en que sabía cuidarse sola. Al menos eso creía hasta esa misma tarde. Examinó los posibles caminos que podía haber tomado Alice. Era muy rápida, aunquetemía que, en lugar de saltar por su cuenta, el mismo giro de la canasta la haya catapultado lejosy se hubiese hecho daño. La llamó un par de veces a los gritos. Algunos vecinos giraron sucabeza para ver qué ocurría, el señor Fitzmore de la zapatería le preguntó a quien buscaba. Clairele respondió, pero el viejo hizo un ademán desdeñoso y siguió con lo suyo. A pocos metros, casioculto por un bebedero roto y mohoso tumbado, vio un pequeño callejón por el que podríahaberse escurrido el animal. Se asomó con cautela antes de avanzar de lleno. Pensó en su padre,comenzaría a preocuparse de un momento a otro. La luz estaba menguando y tenía todavía unbuen trecho de regreso. A los pocos segundos se zambulló en el pasaje, cuanto menos tardaramás pronto podría regresar. Con o sin Alice, pero al menos debía intentar recuperarla. *** 2 Nick Dolan observó toda la secuencia de la chica y su canasta sin quitar su espalda de unade las columnas de entrada al Salón del Sr. Eldmon, su jefe. Se encontraba a muy poca distanciay no le hubiese costado mucho echarle una mano, pero su trabajo era la seguridad de la cantina yno lo que sucediera en la periferia. Y si bien sólo se reclamaba su presencia cuando había muchopúblico —que en ese momento consistía de apenas cinco clientes habituales y de los mástranquilos—, no quería hacer algo que asustara a la chica. Sabía que su encanto era efectivo conlas mujeres del salón y alguna que otra señora casada, pero las jóvenes de crianza en el seno defamilias rurales como aquella lo veían como a una especie de lobo del que debían cuidarse. Y élmismo no estaba tan en desacuerdo con eso. Aun así, se quedó contemplándola; tendría unosveinte recién cumplidos y a pesar de su candidez era una mujer hermosa. Un tirón en la perneradel pantalón lo sacó de su abstracción. ¬Dolan, el Sr. Eldmon dice que tiene algo para usted y que será mejor que pase a recogerlocuanto antes. Nick agachó su cabeza y miró al mensajero con desdén. —Eres enano, no mudo. Te escucho perfecto sin que tengas que tirar de mis pantalones.Salvo que quieras algo más, pequeñín. El enano se irguió, con gesto de ofendido. —No, señor. Me gustan las mujeres. Dolan se puso en cuclillas para verlo directo a los ojos. —Pues si me vuelves a tocar para darme un recado te pegaré una patada tan fuerte en lasbolas que la última mujer que veas en tu vida será una enfermera, ¿de acuerdo, pequeñín? —Me llamo Edward Pud, señor. —Entonces, si quieres que te llame por tu nombre, compórtate como un adulto y no comoun mocoso impaciente, carajo. Ahora vete, ya regreso. Pud se retiró apurando sus pasos cortos hacia la taberna mientras Dolan recobraba suposición. Miró otra vez hacia donde estaba Claire, pero ya no había nadie. A su espalda alguien
encendía las farolas trepado a una endeble escalera y eso le recordó que las chicas como esacampesina no solían quedarse en el pueblo durante la noche. En el fondo esperó que hubieseencontrado a su conejo y vuelto a su casa sin mayores problemas. Pero jamás imaginó bajo qué circunstancias volvería a verla. *** 3 Claire divisó el granero, que parecía bastante descuidado, al otro extremo del pasaje. Setrataba de un galpón grande y alto con un solo tragaluz en lo alto bloqueado con una puertatrampa. La mayoría de sus tablas exteriores aparecían despintadas y las farolas con los cristalesrotos, con seguridad producto de la acción de chicos como el que la llevó por delante. Al costadode un bebedero seco cinco caballos permanecían atados, un tanto alejados de la puerta del frente.Claire se molestó con sus dueños sin conocerlos. ¿A qué clase de persona se le ocurriría dejar asu caballo atado y sin agua? El Charco era un poblado grande pero aislado y emplazado en zonadesértica por lo cual quienes hubiesen utilizado esos animales habían viajado mucho para llegarallí. Sin dudas estarían sedientos. Tuvo la intención de buscar la bomba más próxima yacercarles un balde de agua, pero la oscuridad avanzaba sin pausa y tenía una prioridad. Dejó depensar en los caballos con algo de remordimiento y consideró que dentro de todo era sumomento de suerte: si los moradores eran los dueños de ese lugar, seguro habrían visto a suconejo escurrirse dentro y lo contuvieron. Sólo rogó que no quisieran cazarlo para comérselo. Avanzó hacia el frente, pero luego supuso que, si Alice se comportaba tan escurridizacomo siempre, trataría de ir por detrás para evitar encuentros inesperados. Así que se desvióhacia la parte trasera y se coló por una puerta pequeña que ya estaba entreabierta. Un velo denegrura la cegó de inmediato y se llevó por delante con su pierna derecha el borde de unacarretilla. Se contuvo para no gritar de dolor al tiempo que esperaba que el ruido no alertara a losmoradores. Al menos hasta que no supiese en dónde se estaba metiendo. Escuchó voces dehombres en plena discusión y por primera vez tuvo miedo, se percató de que había una pelea allídentro, y no era una simple disputa doméstica. Estaba por echarse hacia atrás y huir a toda prisa,pero entonces la vio; Alice estaba muy cómoda observando desde arriba de un tirante del techo alos moradores que no dejaban de hablar. No quiso llamarla, primero porque sabía que en lugar desaltar a sus brazos intentaría escapar de nuevo y segundo porque de ser posible, trataría derecuperarla sin alertar de su presencia a esos hombres. Ya había demasiadas cosas que no le gustaban de todo eso. Trató de prestar atención yescuchar mejor: “¿Puedo hablar ahora?” dijo una voz balbuceante. La respuesta fue un susurro,no pudo entenderla. Miró de nuevo hacia donde estaba Alice. No era mucha distancia, quizáspudiera estirarse y tomarla… ¡BLAM! El estampido la aturdió, pudo ver como el animal saltó —o cayó— de la viga al piso que era en su mayoría heno seco, e intentaba cruzar el salón. Estiró elcuello y divisó al hombre sentado, lleno de sangre, chorreando a borbotones de su cabeza y aotro ubicado detrás sacudiéndose la camisa, manchada por los residuos que provocó el impacto.Cuando finalmente vio a Alice correr hacia el otro extremo ya era tarde, el disparo certero de unrevolver le daba al animal y lo hería, quizás de muerte. Y entonces no pudo contener el grito. ***
4 El golpe sonó diferente esta vez, algo se había quebrado en la cara del hombre atado a lasilla. La sangre y los moretones impedían apreciar los cambios de su fisonomía en detalle, perono podían ser pocos por la naturaleza del castigo. Alan Quarry se disponía a dar otro nuevopuñetazo, pero su jefe le sujetó la muñeca para impedirlo. —Suficiente, estoy comenzando a creer que en realidad no sabe nada. El hombre en la silla babeó sangre y balbuceó algo despidiendo más burbujas que palabras. —Quiere hablar, jefe —dijo Quarry como si deseara que todo terminara lo antes posible. —Y una mierda —acotó Lance Halsey, el más corpulento de los cinco que ocupaban elgranero y a la vez el que menos listo parecía—, digo que lo cortemos en pedazos y se lo demos alos perros. Al menos servirá para algo llenando panzas. Quarry lo miró, resignado. Halsey ni siquiera decía eso por convicción, lo repetía dehaberlo escuchado de boca del jefe, lo cual a su juicio lo hacía aún más peligroso. Era tan tontoque resultaba fácilmente manipulable, pero al igual que un arma tosca y pesada también podíacostarte un tiro en el pie. Los otros, tanto el flacucho Josh Deckard que mantenía el cañón de su rifle asomado haciael exterior y hacía guardia al frente como el inquieto Cal Murray, que husmeaba por los rinconescomo si fuese una ardilla en busca de frutos secos, no acotaron nada. Tenían una opinión similarsobre Lance y sus dichos a boca de jarro. Llegado el caso nunca se trataba de un tema a dirimiren votación y el que tenía la decisión final siempre era Trevor McKenzie. Quarry sabía que apesar de la impunidad que le daba el tamaño de su cuerpo al grandulón, nadie en su sano juiciopodía dejar de temerle al jefe, a quien no le llevaría más de dos segundos acabar con quien sea.Lo había visto hacer cosas imposibles y además por algo era quien estaba a cargo. Quarryrecordó que en algún momento de su pasado a él mismo le había tocado estar en el lugar delhombre en esa silla y su torturador era quien hoy le daba órdenes. Por eso prefería persuadir agolpes secos, no quería lo que había vivido por sí mismo para nadie, ni aunque se tratara de supeor enemigo. Nadie merecía padecer el método McKenzie. —Quizás hace rato que quería hablar y no lo dejabas con tus golpes —escupió McKenzie—, ¿no sé te ocurrió? —Quarry parpadeó nervioso—. ¿Escuchaste lo que dije, idiota? Límpialela cara y la boca, dale un poco de agua. Y luego que hable o muera con lentitud y mucho dolor. Quarry le pasó un trapo húmedo, el pómulo derecho comenzaba a hincharse, era probableque la fractura fuese en esa zona. Le dio de beber. No parecía tener dientes faltantes, o algo quedificulte su dicción. — ¿Puedes hablar? El hombre asintió, él también percibía que su golpeador era más benévolo que el propioMcKenzie, a pesar de que fuese quien detuvo la golpiza. —Esto es simple, Tadeus —siguió el jefe en tono suave y didáctico—: trabajaste un añocompleto para la familia Robinson. Eras su tesorero, administrador, albacea y a veces hastahacías de abogado. Eras de su absoluta confianza, tanto que, al margen de tus honorarios,Michael Robinson te regaló una estancia completa de varias hectáreas. Una con cabezas deganado, algunas gallinas, caballos y personal a disposición, ¿es correcto? —Sí, señor.
—Luego renunciaste y te fuiste de su lado para atenderla. Él no te lo impidió, pero lo viocomo una traición. De hecho, siempre supo que te acostabas con su esposa, pero eso no leparecía tan mal como el hecho de que dejaras de ayudarle. Tadeus Wallace abrió los ojos muy grandes, tratando de asimilar esa nueva información.Le provocó un escalofrío enterarse de que Robinson supiera de aquello a pesar de que yaestuviese muerto. —Pues bien, seré muy específico; aquí el buen señor Quarry te preguntaba con amabilidadpor la ubicación de las joyas de la señora Robinson como si fuésemos tras un botín de rateros.Acepto tu nivel de lealtad al negarte a cooperar, sobre todo entendiendo tus sentimientos. —Pero la señora Robinson y yo… — ¡Silencio, infeliz! Yo te diré cuando puedas hablar. La realidad es que no nos interesantodas sus joyas. Sólo una: un pequeño camafeo en el que tu querida tenía una foto con su esposo.El orfebre que talló las tapas era un cliente mío. Muy buen artesano, pero también un bastardomentiroso y aprovechador. Me debía mucho dinero, tanto que la última de las veces que fui acobrarle lo encontré preparándose para fugarse. Tuvo el valor de sacar un arma. Lo admiré porun segundo, justo antes de volarle la tapa de los sesos con mi rifle Henry Repeater, supuse queese tipo que presumía haber peleado con los confederados querría morir bajo las balas de unarma bien yanqui. Imagínate, no era muy rápido para que le gane yo en velocidad con el peso demi arma, así que merecía ese destino después de todo. Una pena —hizo una pausa, como si deverdad lo lamentara—. Luego tuve que dedicarme a su esposa, una verdadera santa a juzgar porcomo aguantó el interrogatorio sentada junto a su cadáver. Costó un poco, pero, antes de que alpobre tipo comiencen a sobrevolarle las moscas nos confesó que había escondido una pequeñafortuna con la que planeaba retirarse, bastante lejos de aquí. Ella no sabía la ubicación, pero síque había grabado un mapa diminuto en un camafeo. Le agradecí a la señora y la dejé encompañía de uno de mis hombres, para que le eche un buen polvo y la mate con una dulceasfixia. Nos había dado buena información, se merecía morir de manera placentera, ya sabes. Yel señor Butch calzaba algo decente para cumplir la tarea. Luego visitamos a su ayudante, unaprendiz joven y muy servicial. Sin necesidad de que hubiese que torturarlo nos reveló quiénhabía sido el cliente del camafeo, el único en el que habían trabajado por esos días: MichaelRobinson. Así que nos fuimos muy agradecidos, sólo dándole un balazo a él y a su madre por laespalda. Comprenderás que no podían seguir teniendo esa información. Wallace tragó saliva y aclaró su garganta, no había pestañeado casi desde que McKenziecomenzara su relato. —¿Pu… puedo hablar ahora? —No veo por qué no, he hecho silencio. Pero te advierto que me molesta que lo rompansin algo importante que decir. Deckard espió una vez más por la puerta de entrada, conocía al jefe lo suficiente para saberque se acercaba el final. Murray largo una risita aguda y sibilante, casi reptiliana. —¿Qué… qué me puede hacer pensar que no me matarán cuando les diga lo que sé? —Nada. Ya estás muerto, creí que lo adivinarías. Hombre, acabo de decirte lo que le hice aun grupo de personas en una situación similar a la tuya y así y todo ¿crees que saldrás vivo? Laidea es que no sufras, ¿o tienes otra alternativa? —Muerto, muerto, muerto —susurró Murray con disfrute—, alguien no volverá a casa acenar hoy. —¡Los puedo llevar justo donde está la joya! —No necesitamos un guía. Sabemos leer mapas. Sólo dinos dónde está.
—¡Entonces les mostraré…! —McKenzie sacó su revólver, un Colt Dragoon .44 con unescorpión grabado en la culata, y le disparó en medio de la frente. Un chorro de sangre y sesossalieron por la parte de atrás salpicando a Quarry, que comenzó a refunfuñar. Murray largó unacarcajada histérica y Lance se miró la camisa para ver si también tenía manchas. El estampidodel disparo aún retumbaba en los oídos de todos cuando se sorprendieron de nuevo con lairrupción de un conejo. Atravesó el granero a toda velocidad pasando por entre las patas de lasilla del hombre muerto, pero cuando estaba por escurrirse por la salida del frente, el Colt volvióa sonar y detuvo su huida con otro estampido en seco. Un grito agudo se escuchó al otro lado delgalpón. *** 5 Dolan entró a la oficina del viejo Eldmon a regañadientes. No era demasiado suntuosa,aunque tenía varios artículos caros, regalos de gente influyente que agradecía la discreción delanciano para cuidar sus secretos —que no obstante y por lo general eran vox populi—. La paredestaba repleta de estantes con vasijas orientales, esculturas y adornos costosos y pinturas deartistas que jamás habían pisado ese burdel. El escritorio era un mueble grande de madera nobley opaca también lleno de chucherías y alguna que otra carpeta o libro para presumir. Era elgerente de una casa de prostitutas, no un banquero que justificara tantos documentos a la mano.Dolan intuía que le pediría que se ocupe de algo que por lo general no eran de su agrado y fuerade sus tareas habituales. Y aunque el pedido viniese con un fajo de billetes o una bolsa demonedas por adelantado, no le gustaban esos trabajos en los que debía hacer algo sin tener todala información ni poder cuestionar una orden. No le gustaba verse como un mercenario, y si bienera temido en su círculo, quería ser también respetado y no por ser un asesino a sueldo. —No te preocupes, nadie morirá por lo que te voy a pedir. De alguna manera el viejo le leía la mente. O la cara, a veces creía que sólo era buenomintiendo para jugar al póker y el resto del tiempo sus gestos revelaban sus intenciones. Eldmon le sirvió un whisky de su reserva privada, que ocultaba en el gabinete detrás de susillón. Esto iba en serio. —Sabes cuánto te aprecio, Nick. Podrías ser mi hijo. —Si así lo desea, por la mitad de este burdel le diré “papi” las veces que quiera. No mesentaré en su falda, para eso están las chicas que lo hacen mucho mejor y con mayor gusto. —Hablo en serio, idiota. Eres el único en quien confío en este lugar. A Dolan lo sorprendió un poco la revelación. Un hombre como Eldmon suele tener máspoder que un alcalde o un banquero, ya que ellos son sus clientes más culposos y secretos por locual no lo consideraba como a alguien que no tuviese gente de confianza. —Vamos, ese enano suyo debe guardar muchos de sus secretos, ¿o acaso ya no le quedacapacidad para almacenarlos? Es un barril como de 15 galones. El viejo largó una risotada. — ¿Qué haré contigo, Dolan? Debí darte el escenario para que cuentes algunas de tuschorradas, me darías más dinero que las mismas putas. Ahora escúchame, esto es serio. Ya sabesque nuestro banquero, Ellison Hanke, no sólo es nuestro mejor cliente sino también unconfidente. No es que confíe yo en él, sino que él es quien me trae sus problemas, a veces sólopara descargarse y otras para que lo ayude, de ser posible. Confieso que a veces se me hace
insoportable si no tengo suficiente alcohol encima, pero son gajes de mi oficio. Como sea, el otrodía terminó contándome que este martes tiene que enviar una diligencia con dinero hacia undestino reservado. No será oficial. No porque se trate de dinero sucio, sino porque está seguro deque la diligencia será asaltada. No me dijo quién era su informante y hasta es probable que sólose sienta paranoico, pero me pagará una pequeña fortuna para que me encargue de que nadieinterrumpa ese viaje y el dinero llegue a salvo. ¿Cuento contigo? Dolan se lo quedó mirando un largo rato. Eldmon ni siquiera pestañeó. — ¿Quiere que sea el vigilante del botín aun sabiendo que querrán robarlo? Una cosa escuidar que nadie se propase con las chicas en un lugar lleno de borrachos y alardear con ser elmás rápido contra, insisto, una manga de tipos que ni pueden ver de lo que bebieron, y otra muydiferente es jugar a los pistoleros con ladrones profesionales. ¿Su aprecio le alcanza como parahacerme matar? Eldmon sacó una bolsa de monedas del cajón de su escritorio y se la arrojó a las manos. —Allí hay quinientos dólares. Ya son tuyos, si aceptas. —No veo la trampa. Porque la hay, estoy seguro. —Sólo lo difícil del encargo, no te engañaré con eso. Lleva a un socio de tu confianza, lepagaré la cuarta parte de lo que hay en esa bolsa, que sigue siendo buen salario. Asegúrate de quela carga llegue a destino y tendrás una pequeña fortuna y mi gratitud eterna. Quizás un créditobancario generoso también, para comenzar tu propio negocio. — ¿Puedo saber qué lleva la diligencia? —Ya te lo he dicho, dinero. —Ahora estoy seguro de que no es sólo eso. —Es tu problema, pero te aconsejaría no meter las narices donde no debes. ¿Aceptas? Dolan estrechó la mano que le estiraba su jefe. No supo en ese momento cuanto lolamentaría. *** 6 Lance sostenía a Claire por los brazos, manteniéndola inmovilizada. La chica no paraba degritar “asesinos” y de mirar, llorando, a su conejo muerto. La primera reacción del equipo dehombres fue la de paralizarse y observarla, atónitos. No estaban acostumbrados a tratar conmujeres de ese tipo, campesinas del aspecto de una chica adulta hermosa, pero con eltemperamento furibundo de una niña caprichosa. McKenzie se acercó a su rostro y le pidió quese calle. Como seguía gritando le dio una bofetada. Claire cerró su boca, al fin. — ¿Eres retrasada o qué? Ese puto conejo tuyo nos pegó un susto de muerte. Lugarequivocado para pasear. Comprenderás que había que respetar a un muerto, ¿verdad? — ¡Usted lo mató, señor! — ¿Lo viste con tus propios ojos? Te daré la oportunidad de que lo repitas, quizás estésconfundida, ¿no es así, muchachos? Claire no tenía miedo, sí mucha furia y dolor. —Si dice que lo vio debe ser cierto, jefe, digo que la liquidemos. —dijo Lance con suverborragia desubicada incapaz de distinguir ningún atisbo de ironía. Claire intentó zafarse, peroel grandote no cedía con la presión. McKenzie acercó su rostro al de Claire. Puso su mejilla juntoa la suya y olfateó su cuello.
—Mierda, eres muy bonita. Me daría mucha pena hacerte daño. Si me dices lo que viste, tecreeré y te dejaré ir, pero piénsalo bien, ¿sí? —Pero, jefe… —comenzó a objetar Lance, lo que provocó que McKenzie alzara su brazoy le sacudiera un golpe a la mandíbula con la culata de su revólver. El grandote giró la cabeza yescupió un diente sanguinolento. No agregó más nada y se mostró confundido, pero no soltó a supresa. —Cuando quiera tu opinión, la pediré. Trata de evitar hablar de más para que puedasmasticar tu próxima comida, te necesito fuerte. —volvió la mirada a la chica—. ¿Y bien? Claire tenía gotitas de sangre del diente suelto de Lance en el pelo, no parecía tan molestacon eso como con la situación de ser presionada para decir algo que no fuese la verdad. —Usted mató a ese hombre. Y a Alice, con ese mismo revólver que acaba de usar parapegarle a su propio empleado. McKenzie se mordió el labio inferior. Sentía pena por esa chica, de verdad. Le parecía delas decentes, de las que se eligen para casarse y llevar una buena vida. Una mujer joven, fuerte ysana para tener a su lado. Algo que escaseaba por esos años, vaya si era difícil encontrar buenasmujeres. Y bonita, diablos si lo era con esos ojos grises, la exquisita piel suave y blanca, casicarente de pigmento y esos cabellos sedosos y enrulados. Y a pesar del vestido patoso e infantil,gracias al esfuerzo de Lance por inmovilizarla, podía apreciar el volumen de sus pechos ycaderas abundantes asomando. No quería excitarse demasiado en esas circunstancias, pero seimaginaba convenciéndola de que olvidara todo y más adelante, desposándola. Ya iba siendohora de asentarse y quizás su llegada fuera un mensaje. Se sorprendió pensando en su futuro enesos términos, hacía rato que no lo hacía. Era un sentimiento muy extraño. —¿Cómo te llamas? —Claire. —¿Tienes familia, Claire? —Mi padre, ya debe estar buscándome, le dije que no tardaría en volver. —¿Y tú, quieres regresar? —Claro que sí. —Entonces, ¿qué debes decir si alguien te pregunta sobre lo que pasó aquí esta tarde? —La verdad: usted mató a ese hombre y a mi Alice. Volvió a abofetearla. —Escucha, perra estúpida, si insistes en hablar dejaré que mis hombres te den por el culode a uno a la vez, pero sin pausa, algo que ni siquiera debes saber que es, pero te aseguro que tedolerá mucho porque son malditas bestias. Y luego afilarán sus cuchillos en tu piel blanca hastaque se convierta en roja y los cortes no te dejen vivir más del dolor, o te desangres primero. Tearrancarán los dientes para hacerse colgantes, o quizás para reemplazar alguno que hayanperdido por idiotas como este grandulón que te sostiene. Cortarán tu cabello y harán una putaescoba para trapear con él. Si sobrevives, volverán a darte duro y luego si, te matarán para queno hables. No son muy caballerosos, debo admitir. En cuanto a mí, soy diferente, deberías cuidar a los hombres como yo. Hasta hace unsegundo pensaba en cortejarte y llenarte de obsequios. De verdad soy un buen partido cuandoencuentro con quien serlo. No estoy proponiéndote nada, pero trato de que veas tu propiaconveniencia a futuro, ¿comprendes? —hizo una pausa, Claire no dejaba de mirarlo fijo—.Entonces, ¿qué vas a decir cuándo te pregunten con respecto a lo que acaba de pasar? —Claire tragó saliva e hizo unos segundos de silencio. —Ya se lo he dicho: la verdad.
*** 7 Charlie Higgins detestaba que su hija fuese tan tozuda. No necesitaba una comida especialy mucho menos que ella fuese al pueblo por especias para prepararla cuando él no teníaproblema en engullirse un plato de frijoles, una gallina o un trozo de buey estofado con patatas,todo disponible en su propia granja y mientras fuese en compañía de lo que más le importaba enla vida. Sólo hubiera querido que ella sintiese lo preocupado que estaba de que le pasara lomismo que a su madre. Elle murió en medio del fuego cruzado en un tiroteo entre cuatreros ycuidadores. Fue una noche en la que la mujer dijo verse “seducida por la luz de la luna” y salieraa dar un paseo en su caballo con todos los riesgos que ello implicaba. La bala de uno de losladrones de ganado le dio en la pierna con tan mala suerte que le perforó una arteria vital. Sucaballo la trajo ya muerta; desangrada, dormida en su lomo por la eternidad. Elle era una mujerformidable. Libre, auténtica, fiel pero independiente, inquieta e indómita, pero al mismo tiempoentregada con devoción a su familia. Charlie mismo aprendió mucho de ella y si no se colgó deuna viga en su granero en ese preciso momento fue porque debía cuidar a Claire, la hija deambos, quien ahora mismo estaba haciendo cada vez más difícil esa tarea. Cuando el sol se ocultó comenzó a preparar su caballo para ir al pueblo. Pasaría antes porla oficina del sheriff Bennet. No tenía una relación estrecha con él, pero lo consideraba un buenhombre y sabía que él también lo respetaba. Cuando pasó lo de Elle, Bennet agotó los recursospara encontrar a los culpables. Nunca se supo de cuál de los tres cuatreros fue la bala que mató asu esposa, pero el sheriff los detuvo, los hizo juzgar y luego permitió que la horca hiciese losuyo. El cuatrerismo no era causal de pena de muerte, pero en este caso hubo una víctima fatal yno sólo Bennet era partidario de la justicia ejemplificadora, sino que el juez Loomis también loapoyaba y solía dictar las sentencias que sugería el sheriff. Porque, claro, las aspiracionespolíticas del juez eran bien conocidas y no necesitaba que nadie le aconsejara a quien debíapegarse para lograr el favor del pueblo. Pero todo eso a Charlie Higgins lo tenía sin cuidado.Hizo un pequeño galope hacia la tranquera cuando vio dos figuras acercándose. Tragó saliva alnotar que se trataba del sheriff y de su ayudante. Su garganta se cerró antes de que Bennetpudiese articular palabra. —Sr. Higgins… Charlie. Tengo que decirle algo terrible. *** 8 —No te lo repetiré: o me pagas ahora o te lanzaré por la escalera yo misma, saco demierda. María tenía las mejillas encendidas. Sentada a horcajadas sobre el hombre en ladesvencijada cama de la habitación más grande del salón, parecía una criatura salvaje en plenoataque y no una meretriz encomendada a brindar placer. No había tenido un buen día y lo únicoque le faltaba era terminar con un miserable y apestoso cliente —feo, rechoncho y borrachosegún veía, además—, que se negaba a pagarle. Así y todo, con la furia en los dientes apretados yel ceño fruncido, lucía hermosa.
Al entrar al cuarto estaba dispuesta a dar un buen servicio si no hubiese sido porquecuando quedó a medio desnudarse, el cliente insinuó que no le pagaría hasta la semana siguiente.Entonces se le tiró encima y le apuntó al cuello con la aguja afilada de madera que usaba a modode sujetador para el pelo, que ahora le caía tapándole la mitad del rostro con una frondosa melenaazabache. —Querida, sólo vengo por un poco de amor y suavidad femenina ¿y me tratas así? —Ni amor, ni suavidad, sólo tendrás un polvo si me pagas. O nada. —Te pagaré mañana, pero la verdad es que no puedo vivir si no te tengo esta noche. Sólome interesas tú. Y eso que ni siquiera eres la más bonita, ¿no es eso amor verdadero? –Maríaapretó aún más los dientes. Quitó la aguja del cuello del hombre y comenzó a incorporarse. —Vístete, me das asco. Agradece si vuelves a tocarme algún día. Mi jefe no me obligaría aatenderte. —De acuerdo, ¿qué tal si en lugar de dinero te doy algo mucho más valioso? Algo asícomo información exclusiva. Sé que además de hermosa eres muy inteligente y la sabrás utilizar. — ¿Estás borracho y debo tomar tu palabra como algo real? ¿Te diría que sí para quemañana te burles de mi con tus secuaces frente a la escalera? ¿Qué clase de estúpida crees quesoy? —Está bien —dijo el cliente con aire contrariado—, déjame vestirme, me rindo. Pero anteste demostraré que esto va en serio. Lo haremos al revés: te daré la información y la usarás comote convenga. Pero si es real, me darás tres encuentros contigo, no sólo uno. Y me tratarás mejor,no como a un sucio necesitado. — ¿Te estás escuchando, siquiera? ¿Crees que soy tu maldita esposa? ¿Qué tan importantees eso que tienes? — ¿Tenemos un trato? —Sólo si me sirve, si es un chisme, aunque termine siendo cierto no es de mi incumbencia.Puedes matarte a pajas sobre una hoja escrita con toda tu valiosa información. –El hombre hizoun mohín de disgusto. — ¿Tienes que ser tan vulgar, mi querida? —Larga el rollo, me estás cansando. —Muy bien, presta atención: esta misma noche están entrando a la oficina del sheriff cincohombres acusados del asesinato de una chica, una tal Claire Higgins, ¿la conoces? —No. —Pues bien, poco importa. Harán un juicio rápido por el cual serán condenados a morir enla horca, los cinco, el viernes de la semana que viene. —Ajá. —Eso no sucederá. — ¿Debido a…? —A que alguien, la noche anterior, tomará por asalto la oficina, reducirá al ayudante, yaque el sheriff no estará en ese horario, y liberará a la pandilla. María frunció el ceño, como mostrando interés por primera vez. — ¿Le harán eso a nuestro sheriff? ¿Crees que Duncan Bennet es un idiota? —No a él, recuerda que su ayudante es un chico honesto, pero no con muchas luces. El jefeanterior lo sabía muy bien, pero lo conservaba para hacerle un favor a su madre. Bennet debiódeshacerse de él, luego de todo esto que te estoy contando, lo lamentará. —Impresionante, si lo que dices pudiese llegar a pasar. No entiendo todavía la utilidad deque yo lo sepa.
—Déjame continuar. Estos cinco tipos, ladrones con experiencia, más allá de lo que lehicieron a la chica, intentarán robar una diligencia que lleva fondos no declarados del banco deEl Charco, no importa de quién, pero se trata de alguien importante. —Santo Dios, ¿eres algo así como un vidente? —Nada de eso, sólo tengo información. Alguien ya sabe que eso podría ocurrir entoncesreforzará la seguridad, contratará gente para custodiar el transporte. Y conoces muy bien a lapersona que hará esa contratación. María hizo un breve repaso de la gente a la que conocía, y el único que podía llegar a teneresa potestad era su propio jefe. — ¿Eldmon? —Así es. — ¿Conoces al dueño de este lugar? Y entonces, ¿qué quieres que haga? ¿Que lochantajee? De repente el rostro regordete del cliente se llenó de una luz extraña. —Sé quién eres exactamente, María Espinoza. No naciste puta ni quieres morir siéndolo.Tuviste mala suerte, pero eso está a punto de cambiar. No lo estropees. Por primera vez, María se mostró desconcertada. —Pero… ¿quién eres? ¿Qué más sabes de mí? —Ah, veo que costó algo de trabajo, pero tengo tu atención —se puso la chaqueta y elsombrero, con que llegaba apenas a los hombros de la mujer—. Dile a Eldmon que sabes lo de ladiligencia. Dile que quieres encargarte de la vigilancia. Cuéntale quien eres en realidad y lo quete ha pasado. No va a despedirte, valorará cada minuto de servicio que le des con tus armas en lacintura y aún más cada vez que las desenfundes. — ¡¿Quién carajo eres, maldición?! —Un amigo. El hombrecito acarició el ala del sombrero con la mano derecha y se inclinó en reverencia,tomó el pomo de la puerta y salió con elegancia. No parecía ni borracho como llegó, niconsumido por el deseo como hasta hacía minutos. Y María tuvo mucho miedo, por primera vez en años. *** 9 Leonard Eldmon miraba a María con perplejidad. Rara vez se sentaba para hablar conprostitutas en su despacho, sólo se ponía cómodo cuando recibía gente con la que se jactaba detener otra clase de trato, a quienes pretendía considerar como a pares, adjudicándose un statussocial que no poseía. Pero cuando María había comenzado a hablar, rodeó el escritorio y sedesplomó en su sillón como presa del agotamiento. No podía creer en la tremenda historia que leestaba contando la muchacha, pero tampoco podía dejar de conmoverse con ella mientras larevivía. —Con todo lo que me has dicho, no puedes tener sólo veinticinco años de edad ¿esa es tuprimera mentira? María se sorprendió, era una pregunta que no esperaba. —La menos importante, Sr. Eldmon, pero quiero retribuirle por cada cosa que no le hayadicho o que no sea cierta.
—Pero, ¿por qué me dices todo esto ahora? —Porque apareció alguien sabe quién soy en realidad. Y eso me traerá problemas. — ¿Con los rangers de Texas? ¿Acaso desertaste? —Me dieron por muerta y quise dejarlo así. No podía tolerar que mi familia siguiesesufriendo por mi culpa. —Me acabas de decir que mataron a tus dos hermanas y al más pequeño de tus sobrinos.Sin olvidar que dejaron paralítico a tu padre mientras lo interrogaban para saber tu paradero paraeliminarte. Y todo porque te alistaste con los rangers y desmantelaste una banda de saqueadores.¿Qué más podrían hacerte ahora? —No lo sé, señor Eldmon, quizás ir contra lo que queda de mi familia o venir a buscarme,pero no quiero averiguarlo. Mi paso por los rangers fue breve, no éramos demasiadas oficialesmujeres y hubo colegas hombres que hubiesen pactado con criminales para quitarnos del medio.Todo para que la idea de tener más guardianes de la ley mujeres no prosperase. Aún hoy creoque quien quiso matar a mis padres por una supuesta venganza, fue enviado por otro ranger.Creo… que lo mejor es irme lo más lejos posible de aquí. Eldmon echó su espalda hacia atrás, pensativo. —Y si de verdad quieres hacer eso, ¿qué necesidad tenías de contarme tu historia?Aumentas el peligro de que te encuentren en lugar de salir corriendo de aquí sin mirar atrás. Meconoces lo suficiente para saber que no iría en tu búsqueda. No porque no lamente tu pérdida,pero no quisiera tener a nadie cerca que crea que es mi prisionero. Todas ustedes están aquí porpropia voluntad. María levantó la vista, su mirada era triste pero firme. —Porque también tengo que advertirle algo: nunca me metería en sus negocios, no meinteresan. De todos modos, creo que ya me conoce lo suficiente. —Llevas dos años aquí pero recién me doy cuenta de que no te conozco nada. —Tiene razón, lo decía por… No tiene caso, y no tiene porqué creerme tampoco. El puntoes que alguien sabe que la diligencia especial que saldrá la semana que viene con una cargaimportante, será asaltada. Eldmon abrió los ojos bien grandes y torció la boca en un gesto de disgusto. —Sólo hay dos posibilidades para que lo sepas, que hayas escuchado detrás de la puertao… —No fue así, un cliente me lo dijo. No lo había visto antes, lo tomé por un borracho más ycasi lo echo cuando me dijo que no tenía dinero, pero terminó diciéndome que conocía mipasado y luego lo del robo. Cuando se fue me di cuenta de que había venido sólo para hacermesaber eso. Era un tipo bajo y algo gordo, aparentaba estar borracho y caliente, pero también dijono tener dinero para pagarme, con lo que logró hacerme enfadar. Luego, al despedirse cambió deactitud, se recompuso y me saludó al estilo de un caballero inglés. De hecho, con todo lo que medijo antes, se comportó al igual de traicionero que cualquiera de ellos. — ¿Quién diablos era? —Le digo que no lo sé, pero me dio un consejo que supongo que es parte de lo quepretendía. —Vamos, no juegues al suspenso, no querrás que me enoje de verdad. Este pueblo no estan grande como para que no conozcas a los clientes, aunque vengan por primera vez —Creí que había escuchado que no quiero seguir mintiéndole. Le digo que nunca lo habíavisto antes. Pero de alguna manera sabe que usted está involucrado con el envío de la diligenciay me sugirió que me ofrezca para hacer la seguridad.
—Santo cielo, esto se pone cada vez más raro, ahora parece un ardid tuyo para conseguirun empleo del que te has enterado de rebote. Te aseguro que ganarías menos que acostándote conesos perdedores y arriesgarías tu vida sin sentido. —No me interesa, entienda que dejé las armas hace rato y no pretendo volver aempuñarlas. Eldmon achicó los ojos y la señaló con un dedo. —Si de verdad eres una ranger, eso se lleva en la sangre y hasta la tumba. — ¡Pues ya no lo soy ni quiero serlo y por culpa de los malditos rangers, perdí a mifamilia! —De acuerdo, de todos modos, el empleo ya está tomado. Supongo que puedes irte si notienes más que decirme —María se levantó enfurecida. Si bien sabía que el viejo podía llegar aenojarse, le dolió que crea que todo era una trampa para conseguir un simple puesto devigilancia. Encaró hacia la puerta y se detuvo antes de chocar contra un hombre que la tomó porlos brazos. Se quedaron viéndose a los ojos. — Jodido Dolan, ¿no te he dicho que golpees antes de entrar? —dijo Eldmon. —Para eso tendría que tener una puerta y sólo veo unas feas cortinas que parecen echas debotellas de whisky rotas. —Son cristales de la China imperial, ignorante. Deja marchar a la señorita, ya se iba. Dellocal y del pueblo, aparentemente. —Nick Dolan levantó las cejas con sorpresa sin dejar de mirar a María ni de sostenerla porsus brazos. Siempre la respetó más que a las demás, no porque, gracias a su conocido mal genio,fuese de temer sino porque, por alguna razón, le llegaba de manera especial. Aprovechó lacercanía para hablarle en un susurro. —¿De verdad eso quieres? María sintió un nudo en la garganta. Estaba asustada, pero a la vez la reconfortó lacontención de ese hombre. Hizo un mohín y respondió apenas moviendo los labios. —No lo sé. Dolan miró a Eldmon, soltó a la mujer, pero enseguida volvió a tomarla del brazo derechopara evitar que se fuera. —Casualmente venía a terminar de hablar de nuestro trato. Ya tengo a mi nuevo ayudante. —Perfecto, deja ir a María y lo conversaremos. —Tengo entendido que ella no es ajena a este trabajo. Eldmon hundió la cabeza en sus manos. —Maldita sea, ¿por qué todo es tan complicado? ¿Acaso fuiste tú el que le contó delasunto y ella acaba de mentirme con todo descaro? —Su despacho no tiene puerta, estoy desde hace unos minutos, ¿es tan raro que escucharala conversación? —Está bien, pero déjala ir de una vez. María, te daré algo de efectivo para tu viaje, no soyun insensible. Aguárdame afuera. —Es que se trata de ella —sentenció Dolan con tono intransigente—. María será miayudante en la seguridad de la diligencia. La chica abrió la boca, pero no articuló palabra. Eldmon apenas entendía de qué iba todoeso, que le gustaba cada vez menos. ***
10 El sheriff llegó demolido a su oficina luego de llevarle las malas noticias a CharlieHiggins. Al entregarle el cadáver de Claire, el hombre estalló en lágrimas y apenas pudocontenerse para no hacer lo mismo. No era religioso, pero hubiera elevado plegarias para que lachica siguiese viva, o sus agresores hubieran sido fulminados por un rayo antes de que pudiesenhaberle hecho daño. De hecho, con gusto los hubiese matado él mismo de saber lo que harían. Secreía capaz, estallido de furia al margen. A pesar de eso Duncan Bennet se consideraba a sí mismo un hombre justo y respetuoso dela ley que le tocaba administrar. Pocas veces había matado a alguien con su revólver y siempreque debió hacerlo fue en defensa propia o de alguien más. O sólo respondiendo a una agresión.Bastante joven para el cargo que ocupaba, llegó a ser nombrado sheriff de El Charco cuando suabuelo, Reginald Bennet, moribundo en sus últimas horas de tuberculoso, lo nombrara en sureemplazo. A todos sorprendió el acto porque Reginald tenía fama de corrupto y mentiroso y sehabía enfrentado a su nieto varias veces antes por sus tratos poco éticos con los dueños de lascompañías mineras y con las bandas de forajidos que azotaban al pueblo. Con los primerospermitiéndoles una suerte de esclavitud solapada, disfrazada de trabajo digno y con los segundospasándoles el dato de ciertos botines alejados de El Charco con la condición de que no operasenallí. Duncan vivía con su abuelo desde que su padre muriera en la guerra y su madre loabandonase para irse al sur con su nuevo novio, un caza fortunas itinerante. Su abuelo era duro yexigente con él. Intentó inculcarle valores que él mismo no practicaba y así fue que un día, condieciséis años, Duncan se fue de su casa para vivir en una reserva apache, de las que hasta esemomento sólo había escuchado historias tenebrosas. Allí, luego de algunos conflictos menores, fue aceptado como un integrante más. Tuvo suprimera novia, la dulce Imalá, a sus amigos más entrañables entre miembros de la tribu y a unpadre de honor como el Gran Jefe Kodai. Aprendió muchas cosas sobre supervivencia y combatecon ellos. Lo entrenaron con la condición de que jamás atacara a su gente ni enseñara loaprendido a otros blancos con ese fin. Si algo había asimilado Duncan de su abuelo era el valorde la palabra por lo cual cumplir con esa promesa jamás le presentó un problema. Se convirtió enun guerrero con mucho entrenamiento, pero sin experiencia real, jamás le hubiesen permitidoque se enfrente a sus pares blancos como si fuese un indio y él lo aceptó desde el primermomento. Lo doloroso fue separarse de Imalá para regresar a su pueblo. Ella no entendía que semarchaba, pero Duncan, aunque la amara, jamás le prometió que se quedaría allí por toda laeternidad. “Ven conmigo, nadie se atrevería a mirarte mal siendo mi esposa” le susurró al oído con laesperanza de que accediera. “Mi pequeño Halcón Rojo” —lo llamó ella, tal como lo bautizara eljefe Kodai—, “si arrancas una flor de su tierra se marchita y eso me sucedería, tarde o temprano,viviendo entre tu gente”. “Tienes razón” —reconoció él—, “por eso mismo ahora soy un juncoque se está secando y debo regresar. Quizás sea lo mejor para ambos”. Ella no pudo más queentenderlo al estar en su lugar. Esa noche se besaron sin límites, hicieron el amor por última vezbajo una luna perfecta y luego, al amanecer, Duncan se fue sin mirar atrás para que ella no loviera lagrimear. A su regreso acudió a ver a su abuelo, quien lo recibió alegre y sorprendido porque lo creíamuerto luego de tanto tiempo sin recibir noticias suyas. Luego, al escuchar de su boca en quélugar estuvo viviendo, lo echó a patadas. Duncan consiguió trabajo en la herrería en la que su
dueño, el señor Serkis, lo dejaba pasar la noche y de vez en cuando, ir a su casa a asearse y adormir en una cama con ropa seca. Un día, el ayudante del sheriff, un novato que hacía un par de meses había tomado suabuelo, vino a buscarlo para avisarle que Reginald tuvo un ataque y pedía por él. Duncan fue averlo. El viejo le pidió perdón, sin aclararle porque lo hacía, y le dio su placa con forma deestrella antes de morir en medio de estertores y esputos de sangre. A partir de allí Duncan fue el nuevo sheriff y, a pesar de algunas voces opositoras, duranteun largo período El Charco conoció algo parecido a lo que serían, en otros lugares máscivilizados, equidad y justicia. Cuando debutó en su cargo, nadie conocía a Duncan y tenían realcuriosidad por saber si sería como su abuelo —algo probable por simple carácter hereditario— osi tendría otras pretensiones. Se dio lo segundo; terminaron los tratos poco favorables con lasmineras y los hombres esclavizados volvieron a sus casas con sus familias y a ocupar sus tierraslegítimas. Como ya no tenían trabajo estable, Bennet les propuso que se organizaran y formaranuna cooperativa agrícola, los eximió de impuestos por un tiempo y les dio la ayuda que pudopara que progresaran. La mina más perjudicada fue la del Valle Grande de Jonas Hicks, quien serumoreaba que prepararía un ejército para atacar El Charco y mataría al sheriff como represalia.Pero eso nunca sucedió, el gobernador dictó un decreto por el cual expropiaba las tierras de lasminas por haberse utilizado para esclavizar a gente blanca. Allí fue cuando hizo su aparición el Juez Donald Whitman ante Bennet para comunicarleque el gobernador y él en persona se ocuparían de que pueda hacer su tarea administrandojusticia sin problemas. No extorsionó ni condicionó a Bennet con sus objetivos políticos a futuro,pero se consideraba implícito su eventual apoyo. El sheriff no tenía problemas con eso siempre ycuando no se perjudicaran inocentes. Tampoco sabía demasiado de política. Pero hasta ese día no había lidiado con forajidos de la calaña de los que tenía enfrente.Asesinos de una chica que, todos coincidían, era lo más puro e inocente que había crecido en laregión. Apenas hacía unas horas había entregado el cadáver de Claire Higgins a su padre paradarle sepultura. Y ahora tenía que ocuparse del destino de esas alimañas. Los cinco estaban detrás de las rejas. Uno sólo de ellos parecía perturbado, era el que teníala camisa manchada con la sangre de una de sus víctimas, que por la naturaleza de lo sucedidoDuncan sabía que no era de Claire. —Señores, aguardarán su destino en esta celda hasta que el juez se pronuncie y dictecondena. He pedido la máxima pena así que si todo se da como corresponde, les quedan unospocos días hasta ser colgados. ¿Alguna pregunta? El hombre que estaba de pie, de cabello largo entrecano y barba en punta al estilo BuffaloBill fue quien habló, sin mostrar verdadera preocupación. —Quedó muy claro, sheriff Bennet, siga con sus tareas, nosotros aguardaremos nuestrofinal, como corresponde. Duncan respiró hondo, la frialdad de esos asesinos no tenía forma de ser descripta niasimilada. —Le agradezco, Sr. McKenzie, es una tranquilidad saber que no ofrecerán problemas hastapagar por lo que han hecho. —Un placer, sheriff, un placer. —dijo sonriendo el hombre que no parecía ser el mismoque el día anterior le disparara a quemarropa a un hombre, a una chica y a un conejo y ahoraestaba dispuesto a morir por eso sin objeciones. Salvo que escondiese algo que de alguna maneraDuncan debería averiguar.
*** 11 Ellison Hanke se encontraba guardando los papeles que había desparramado sobre suescritorio en su despacho del banco para tener el balance más claro cuando, luego de un brevellamado a la puerta, un hombre bajo y regordete se asomó pidiendo permiso para ingresar. ZekeOsman era el colaborador más cercano que tenía el banquero y en quien muchas veces poníadecisiones que afectarían su vida misma. Pero Osman le había demostrado que era el perfectoreceptor de esa confianza con hechos concluyentes. Hanke sabía que, si bien la ley estaba del lado del banco aún en los contratos más abusivosenunciados en letra pequeña, y su trato con el gobernador era afable, algunos de sus clientes erande temer, sobre todo los mineros, gente como Clinton Lamarr que podía sentarse a discutir enuna reunión de negocios con total respeto del protocolo durante horas, luego irse en aparienciaconforme para después enviar a su pandilla a liquidar a cada participante de la conversacióncelebrada, sin que nada pueda vincularlo a la masacre. Esas cosas eran frecuentes. Pero suhombre, Osman, era capaz de mantener a todos en su lugar, en paz y creyendo que obtienen lamejor parte del negocio. Hanke no tenía motivos para desconfiar de él, pero sus habilidades y laaparente conformidad con su rol de subordinado le hacían temerle. —Adelante, Zeke, ya terminaba. —Es un hombre muy ocupado, Sr. Hanke, admiro esa dedicación. Ellison sonrió, ya no caía en celebrar los elogios desmedidos y complacientes de sucolaborador como antes. —No tengo nada mejor que hacer, recuerda que ya no me espera una esposa que me regañepor demorarme para la cena. Osman puso cara de apesadumbrado, sabía que el banquero había enviudado hacia un parde años. Pero eso también había disparado su nivel de prosperidad y logro que le diera un papelde privilegio que lo beneficiaba, aunque de ninguna manera podía dejar que se trasluzca esa clasede emociones. —Tiene razón, fue desafortunado de mi parte. —Está bien, dos años son más que suficientes para reponerse. Ya ni recuerdo mi rutina dehombre de familia. ¿Vienes por algo en especial, Zeke? —Sí, ¿recuerda que le dije que había un plan para asaltar la diligencia que partirá lasemana que viene? — ¿Qué si lo recuerdo? No he pegado un ojo desde que me lo has dicho. De hecho, estoytomando medidas preventivas. ¿Tienes alguna novedad al respecto? —Puede que sí, pero son sólo rumores. —Lo que sea, suéltalo. —El sheriff Bennet acaba de detener a los asesinos de una jovencita. Son cinco, lideradospor un ex confederado. Es probable que los ahorquen el viernes que viene. No son gente de fiar,pero uno de mis informantes los escuchó hablar de algo antes de que fuesen detenidos,probablemente antes de que mataran a la chica, que vaya a saber porque lo hicieron. Ese díatambién mataron a otra persona, un ex-tesorero… Hanke comenzó a palidecer. Se apoyó en el respaldo de su sillón. — ¿Se siente bien, señor? —Sí, continúa por favor.
—Este hombre es quien originalmente asesoraba a la familia Robinson en todos susnegocios, incluso fue amante de la señora Robinson antes de que… —Conozco la historia, ¿qué pasa con ese hombre, entonces? —Pues que, si ese hombre les dijo antes de morir lo que sabía a estos delincuentes, ellosquizás le hayan podido brindar a los asaltantes la ubicación de las joyas. O, mejor dicho, de sutraslado antes de ser detenidos por el sheriff Bennet. El banquero tomó asiento, se sirvió agua de la jarra en el escritorio y apuró los sorbos hastavaciar el vaso. Lo apoyó en la mesa y habló casi a los gritos. —¡¿Cómo diablos sabías del traslado de las joyas?! ¡Nunca te había hablado sobre el tema,es… confidencial! Zeke Osman apenas se inmutó ante la reacción iracunda, quizás porque esperaba algocomo eso. —Señor, me paga para que vea más allá de su alcance. Si no hubiese sabido de esto porqueusted simplemente no me lo hubiera dicho, este dato que le estoy brindando jamás hubiesellegado a sus oídos. Pero si le parece que estoy excediéndome… —No, está bien. A veces creo que puedo mantener secretos en este maldito pueblo y olvidoque te pago para que no los haya, al menos para mí. Te completaré la información que esprobable que ya sepas: las joyas de la señora Robinson consisten en un conjunto de bijouterie demal gusto que carece de valor, aunque algunas estén enchapadas en oro y tengan algunaincrustación de diminutas piedras. Lo importante es un camafeo que un orfebre muerto grabó ensu interior y se dio por perdido. En realidad, está en la misma caja en la que se enviará todo aSan Diego, porque aquí ya no es seguro. Por lo que dices, esa banda de asesinos ya debe tener laubicación y quizás sean los asaltantes o tengan contacto con ellos. —Pero si los cuelgan, nunca lo sabremos. —Si son los asaltantes, nos ahorraremos un problema con el intento de robo a la diligencia,ya que nunca se produciría. El viernes por la mañana estarán muertos. — ¿Y si sólo son quienes pasaban la información? ¿Si los ladrones son otros? — ¿Qué sugieres? —Un rescate. Los sacamos de su celda, los interrogamos y luego los matamos en eldesierto. Ya están muertos, nadie los reclamará. — ¿Te has vuelto loco? eso nos volvería tan criminales como ellos. Los soltaríamosbasados en un rumor y cualquier cosa que salga mal derivaría en un desastre. Y si llegaran aconectarme con eso, sería el fin. Recuerda que soy amigo del gobernador. De hecho, hasta podríapedirle la posibilidad de tener un momento para interrogarlos, de manera legal. Osman sonrió. —Señor, eso lo implicaría mucho más directamente. El gobernador, la oficina del sheriff yquienes pasen por allí sabrán de sus preocupaciones y de la diligencia y su carga misteriosa. Sime disculpa, sería el accionar más torpe. Hanke resopló, fastidiado. —De acuerdo, perdona mi ingenuidad, pero no puedo ordenarte o autorizar lo quepropones. No saldrá de mi boca. —No será necesario, señor, olvídelo. Me retiro, ya se ha hecho muy tarde. Osman se dirigió hacia la puerta y antes de salir se volvió por última vez hacia el banquero. —Por cierto, ¿sigue confiando en mí para que tome ciertas decisiones sin que pasen por sudespacho? Como siempre, asumo toda la responsabilidad si hubiere consecuencias.
Hanke captó la indirecta, pensó en que la habilidad para manipular situaciones y salirse conla suya de ese lunático era asombrosa; Osman acababa de decirle que de todos modos haría elrescate sin implicarlo. Se alegró al tenerlo de su lado. —Claro que sí, no ha cambiado nada. Zeke Osman se tomó el ala del sombrero y lo acarició con los dedos de su mano derechamientras hacía una reverencia, su saludo habitual, ya fuese dirigido a su jefe banquero o a unaprostituta. Y también una señal de un pequeño triunfo. *** 12 El sheriff se acercó a Charlie Higgins y le colocó la mano en el hombro. La apretó fuerte,quería, de la manera que fuese, demostrarle que no era un gesto más, que de verdad sentía lo quele había ocurrido a su hija. Charlie no dejó de observar el cuerpo sobre la mesa, no quiso unaceremonia velatoria, ni tampoco que el dueño de la única funeraria de El Charco fabricara elataúd, lo prepararía él y se encargaría de enterrarla junto a su querida Elle, la madre que Claireno pudo disfrutar durante buena parte de su existencia. Al igual que Bennet, tampoco era unhombre de fe, de hecho, se negaba a responsabilizar a alguna divinidad por lo que su vida habíasido hasta ese mismo día, pero si algo deseaba es que las dos mujeres más importantes para élterminaran juntas y estuviesen compartiendo cosas en algún otro lugar sagrado. También teníaclaro algo: no sabía si mañana o a la semana siguiente, o en algún día no muy lejano, terminaríacon su propia vida, a la que ya no le encontraba sentido. —Charlie, de verdad no tengo palabras… —Lo sé, sheriff, yo tampoco las tengo. No hacen falta, le agradezco que esté aquí. Noquise que nadie viniese, pero usted es un buen hombre. Y en los momentos como estos, la gentebuena siempre es la mejor compañía. —Sólo quiero decirle que cuente conmigo para lo que sea de ayuda. —Gracias. Hay algo que quiero saber: ¿cómo hizo para atraparlos tan rápido? El sheriff hizo un silencio prolongado que aprovechó para inspirar profundo y tratar deseleccionar las palabras y, de esa manera, no derrumbar aún más a ese hombre con detallesescabrosos. —Fue fortuito. Estaba buscando nuevos ayudantes en el pueblo, los problemas estáncreciendo en la periferia y ya tengo un par de delitos al día que no puedo cubrir con mi ayudante.Cuando pasé por el granero de los Parker vi cinco caballos fuera, lo cual era llamativo porque losdueños están de caseros en otro rancho, muy lejos de allí. Me dije que volvería en unos minutos,una vez que hablara con los muchachos a los que fui a ver. Entrevistaba a Ray Stone y a PeckeWalton cuando escuché disparos. Les pedí que me acompañen y nos dirigimos directamente algranero. Lo rodeamos y atacamos casi de inmediato. Stone pudo reducir al vigilante de la puerta,distraído con lo que ocurría dentro, Walton y yo entramos por detrás y sorprendimos a los cincohombres armados, con el cadáver de un hombre torturado en una silla y allí fue donde vimos aClaire, en el suelo con la cara cubierta de sangre. Parecía que acababan de dispararle. Walton, unchico fuerte pero temperamental, martilló su rifle como para comenzar a disparar, tuve quedetenerlo para que no terminara la situación en una masacre difícil de contener. Pero créame,ahora veo a Claire y pienso que le fallé, debimos haberlos matado a todos. Son escoria y si no losejecutamos, seguirán matando y será por mi culpa.
—No, Bennet. No diga eso. Hizo bien. Usted es mejor que ellos. Y Claire era mejor quetodos nosotros. Se lo debemos. Se quedaron un buen rato en silencio. El cadáver de la chica, ya limpio y con expresiónserena, tenía una sola herida en la frente, no era un hueco sino algo más parecido a un corteprofundo. La bala no había salido por detrás así que no fue un completo desastre lo que hizo ensu cuerpo. El médico decretó su muerte luego de determinar que ya no tenía pulso a los pocosminutos de que fueran detenidos los responsables y a diferencia del cadáver del otro muerto deldía, el abogado de Robinson, que fue a la casa mortuoria para ser preparado y enterrado, Bennetquiso encargarse personalmente del cuerpo de Claire para entregárselo a su padre. Higgins estabamuy agradecido por ese gesto. —Me pregunto que llevaría a esos delincuentes a estar tan tranquilos y ser atrapados demanera tan infantil. Ni siquiera eran borrachos. He oído historias de McKenzie y es un cerdo tanbrutal como cuidadoso. —Es por lo mismo que le contaba al comenzar, mi oficina está siendo superada por delitossin atender y eso les dio impunidad. La mala suerte quiso que estuviese tan cerca ocupándome demejorar mi trabajo reclutando hombres y los atrapara. Pero si tan sólo me hubiese detenido al verlos caballos... —Esos chicos, Walton y Stone, se merecen el trabajo, ¿verdad? —Es verdad que fueron rápidos, precisos y obedientes, pero no puedo reclutarlos sólo poresa actuación. Necesito más datos para evaluarlos con justicia. —Usted sabrá, sheriff. Yo podría deberles a ellos y a usted mismo la vida de mi hija si loshubiesen encontrado unos minutos antes, pero de todos modos lo importante ahora es que nosigan sueltos y paguen por lo que hicieron. –Hizo un momento de silencio, casi al borde delllanto—. Dios, ahora mismo mi Claire parece tan viva que tengo la impresión de que encualquier momento abrirá los ojos para agradecerle. —Lo dejo solo, Charlie. ¿Necesitará algo de ayuda para el entierro? —No señor, me encargaré solo como hice con mi Elle. Tengo unos años más y quizásmenos energías, pero es lo que le debo a mi hija. Gracias de todos modos. Bennet se despidió y fue hacia la puerta. Antes de salir se volvió para deslizar unapregunta. —Charlie, seguiré con mi tarea de reclutamiento de ayudantes, honestamente no sé qué tanhábil sea con las armas, pero necesito gente de confianza y usted definitivamente lo es para mí.¿Le interesa? Higgins hizo una sonrisa que más parecía una mueca triste. No obstante, el sheriff pudonotar una chispa en sus ojos. —¿Es buena la paga? Ahora fue Bennet el que sonrió. —Podemos negociarlo. El sheriff se retiró con algo de esperanza. Subió a su caballo y mientras comenzaba agalopar pensó en el nuevo equipo que formaría. La muerte de Claire Higgins debería servir paraun bien mayor. ¿Y qué mejor que comenzar la cruzada con la recuperación de su propio padre? Pero lamentablemente Charlie tenía otros planes, y en ellos ya veía la silueta de la horcacontra la pared de su granero, una simple soga con el nudo del verdugo.
CAPÍTULO 2 – LA SERPIENTE NEGRA 1 La celda podría haber sido más pequeña y mucho más incómoda, la realidad es que, a pesardel hacinamiento lógico, todos tenían su catre y su turno para el excusado. Hacía un par de horashabían recibido la cena de manos del propio ayudante del sheriff, el eterno aprendiz Tom Linney.La comida tampoco era mala, el muchacho era un cocinero decente y a Bennet solía llamarle laatención la dedicación que le ponía a las preparaciones, que sin dejar de ser platos simples enbase a legumbres o algún trozo de carne estofada, siempre resultaban sabrosos. McKenzie nodejaba de elogiar ese servicio, le encantaba ver la cara del chico que, sintiéndose agradecido poresas palabras, tampoco podía olvidar la clase de delincuentes a los que estaba atendiendo y nopodía disimular su confusión. Murray, como siempre, era el más inquieto y quien tenía algo paradecir. Por la décima parte de lo que molestaba con sus locuras, el jefe le hubiese quitado ladentadura entera a Lance, pero Murray no era estúpido, sólo loco a nivel exasperante lo que enningún modo lo convertía en un inepto. Y por el contrario era un brillante estratega. Deckard, encambio, era una especie de sabueso en permanente alerta. Uno podía verle la cara y ya darsecuenta de que se avecinaban problemas, los olía. Quarry seguía siendo el segundo al mando,también una suerte de regulador ya que todos eran crueles, pero él en particular no disfrutaba delsufrimiento ajeno. McKenzie sabía qué hacía falta una cabeza fría en el equipo, no porque él nola tuviese, pero se conocía bien y sabía que a veces no podía dejar de disfrutar el sadismo y esadebilidad le presentaba problemas como el que estaba atravesando, sin ir más lejos. Hasta ese momento no se había puesto a pensar que estaba tan cerca de la muerte. Enrealidad, no lo aceptaba, sólo es que no creía que fuese a pasar. No había posibilidad de que él ysus hombres estuviesen bajo tierra al día siguiente. Su tranquilidad era real porque sabía queestallarían en el instante correcto, y quizás murieran en combate, pero jamás con la soga alcuello. Faltaba menos de un día para la ejecución y si algo lo motivaba y a la vez sorprendía erala lealtad y confianza de su equipo, ninguno de ellos había cuestionado la falta de un plan almomento. Pero los notaba inquietos, claro. —Muchachos, acérquense. —No tuvo que repetirlo, todos lo rodearon de inmediato comosi estuviesen a punto de escuchar el sermón de un pastor—. Les mentiría si les dijese que noestoy preocupado. Hacía rato que no estábamos en un calabozo por tanto tiempo, ¿verdad? —Halsey asintió con su sonrisa desdentada, McKenzie recordó aquella vez que lo encerraron enuna celda de barrotes tan endebles que los torció con sus propias manos. No consiguió salir, perofue una distracción formidable para que él y sus compañeros se llevaran puestos a los guardias ylo sacaran ileso. —Mañana no llegarán a colgarnos, ¿tienen eso muy en claro? —Los hombres asintieron—.Pues bien, esto es lo que haremos… Antes de que pudiera seguir hablando, una chispa lo distrajo por el rabillo del ojo. Rodabaen dirección a ellos hasta que se detuvo en medio de la recepción. — ¡Todos abajo! —gritó y sus hombres estuvieron en el suelo en fracción de segundos,salvo Halsey que tardó algo más en echarse. La explosión voló parte de la barra de madera que la
oficina tenía como admisión y las lámparas de aceite en la pared enfrentada a la celda. Tambiénse desplomó parte del techo en el lugar que ocupaba el ayudante. La oficina quedó en parte aoscuras y sumida en una nube de polvo. La única luz que se veía era la que salía de la cocina, enla que Linney hacía algo de limpieza lo cual quizás le haya salvado la vida. McKenzie y sushombres estaban cubiertos de polvo, pero intactos, Murray tenía un corte en su mejilla quesangraba bastante, pero no se quejó. Tom Linney salió tosiendo de la cocina, había tomado un cuchillo ya que su revolverestaba donde lo dejó, ahora tapada por una pila de escombros. A la silueta apenas visible delayudante en la densa nube de humo se agregó la de un pistolero vestido de negro empuñando suarma, que entraba por la puerta principal. Sólo se distinguían su sombrero, el revólver y unponcho que lo cubría casi por completo. Cuando estuvo más cerca el ayudante del sheriff pudo ver sólo sus ojos grises por debajodel sombrero, ya que un pañuelo tapaba su nariz y boca. El pistolero le apuntó a la cabeza ymartilló el revólver. Linney soltó el cuchillo. Sabía que no tenía posibilidades si se decidía arepeler al atacante. — ¿Qué quiere? El pistolero señaló la celda y con la otra mano le hizo un gesto indicando que debía abrir lacelda. El muchacho señaló el lugar en el que estaba su silla, ahora destruida por un pedazo deviga y escombros que cayeron del techo. —Las llaves quedaron allí. El pistolero le indicó que se metiera a buscarlas. Linney se zambulló en los restos de suescritorio, vio la punta de su cinturón con la cartuchera, pero no dudó en ignorarla, no necesitabarecibir un tiro por la espalda. Duncan siempre le había dicho que nada valía más que su propiavida y que no debía hacerse el héroe por ninguna razón, sobre todo en condición de desigualdad.No pudo dejar de sentirse culpable pero no intentó nada. De todos modos, la figura a su espaldasin dudas había visto lo mismo que él. El pistolero disparó al techo. —Tom pegó un salto del susto, pero al mismo tiempo ubicólas llaves en el piso y las tomó. Salió caminando hacia atrás para no caerse y se las entregó a lamano enguantada que se extendía hacia él. El atacante lanzó el manojo de llaves hacia la celda yMurray lo atrapó en el aire. Salieron de la celda en fila, McKenzie no disimulaba una gransonrisa, aunque parecía tan intrigado como los demás. Al salir encontraron sus caballos alineados, incluido el del asaltante. Todos montaron lomás rápido que pudieron y el enmascarado emparejó el suyo con el de McKenzie. El viejo lomiró fijo, mientras levantaba un brazo para indicarles a sus hombres que esperen antes demarchar. —No iré contigo a ningún lado sin saber quién eres. El pistolero se bajó el pañuelo al cuello revelando una sonrisa de dientes casi perfectosencerrados en unos hermosos labios de mujer. Era el rostro de la difunta Claire. —Hola, abuelo. *** 2 El brujo Skah esparció un poco de polvo sobre el fuego de la pequeña hoguera quemantenía enfrente desde hacía un buen rato. Escuchó su crepitar con atención mientras
reaccionaba con sus gestos a cada sucesión de sonidos, como si intentara descifrarlos. Luegohizo lo mismo con dos plumas, una de ellas se volatilizó al arder y la otra sólo se hundió en elcentro de las llamas. Tomó un cazo con un líquido espeso y barroso, bebió un poco y vació elresto en la pequeña fogata. El fuego se convirtió en una nube blanca y densa hasta que se disipódejando sólo un montículo de cenizas. La segunda de las plumas que arrojó seguía en el centro,intacta. Se sorprendió del resultado, las señales jamás eran tan literales, pero aquella resultabainequívoca: alguien se negaba a morir. Esa alma había franqueado el puente entre vivos y muertos por su cuenta, sin conjuros. Yde alguna manera los dioses querían que él lo sepa. Skah era un brujo del amor, de los que seocupaban de sanar vínculos maritales o de separar lo que jamás debió unirse. Esa clase de señalera más apropiada para el hechicero Lootah, encargado de conjuros de guerra y de todo lo quetuviese que ver con infringir muerte, violencia y dolor. Dudó en llamarlo, primero porque no lecaía demasiado simpático —rara vez existía una relación amable entre hechiceros y brujos queatendían la violencia por un lado y el amor por el otro— y segundo porque de algún modo losdioses le estaban diciendo que suyo era el enigma a dilucidar. La preocupación mayor del jefeKodai seguía siendo que su hija no eligiese todavía un hombre para desposarse y darle nietos.Cada vez que se sentaba a la hoguera tenía esa consigna en mente. Sin embargo, las respuestasparecían ir en otra dirección. Sus sueños también eran confusos; en ellos Halcón Rojo, el amorfrustrado de Imalá, era acechado por una serpiente blanca gigantesca. En realidad, era blanca deun lado y, en corte perfecto, su cara izquierda totalmente negra. Halcón no podía defenderse delanimal porque algo se lo impedía. En un momento determinado la serpiente se separaba de modotransversal en dos, una blanca y otra negra. La primera parecía amistosa pero sólo se encargabade distraer a su víctima para que la segunda pudiera morderlo. Su sueño se terminaba siempre enel mismo lugar. Había pedido a los dioses que lo ayudaran a interpretarlo varias veces, perosiempre obtenía mensajes confusos o ambiguos. La pluma intacta sólo podía significar quealguien se negaba a morir o regresaba de la muerte. Y un regreso de la muerte no siempredevolvía a la misma persona. Hubiese desistido ya de seguir buscando resultados, pero HalcónRojo no era cualquier hombre blanco, era el hombre de Imalá. Como si hubiese estado hurgando en sus pensamientos, la joven apareció por detrás. —Oye, ¿no sabes que no es sabio interrumpir mis tareas así? Imalá sonrió con dulzura, le gustaba asustar a Skah y juguetear con su concentración. No lohubiese hecho sin tener la suficiente confianza, pero el brujo había sido de gran ayuda cuando sucorazón quedó roto con la partida de Halcón Rojo. Skah siempre le dio esperanzas diciéndoleque, si los dioses habían cruzado su camino con el de ese hombre blanco, no sería por algo tanvano como esos breves momentos vividos, sin dudas la historia no terminaría así. Y lo que estabapasando, un poco confirmaba esto. —La fogata está apagada, ya terminaste. ¿Me preparas una sopa? El brujo hizo la infusión para los dos. Mientras bebían observaba a la mujer y lasrelevaciones le fueron llegando. Unos minutos antes no tenía nada que decirle, ya que sabía queImalá estaba siempre atenta a recibir noticias sobre su amor lejano, pero de un momento a otrono le quedaron más dudas. —Imalá, tu Halcón Rojo está en peligro. Ella se paralizó, por poco dejó caer el cuenco con el alimento caliente. — ¿Peligro de que clase? Por favor, sólo dime que no morirá. —Depende de ti. Llegó el momento de ir en su ayuda.
Las emociones brotaron a borbotones en la joven india, cuyo rostro comenzó aempalidecer. —Pero… ¿cómo podría? —Los dioses te ayudarán. Y yo mediaré por supuesto. Pero tienes que hacerme caso. —Lo que sea. —Prepárate lo antes posible y vete sin despedirte. Tu padre no dejaría que te marches. Y sicontemplara la posibilidad de hacerlo, le pediría consejo a Lootah. — ¡No! —Entonces, ya me entiendes. Prepárate y vete antes de que anochezca. Me haré cargo decubrirte, ya se me ocurrirá cómo. Imalá se abalanzó sobre el brujo y le dio un fuerte abrazo. Tenía mucho miedo y el corazónle latía muy fuerte. No sabía si era por la posibilidad de ver a Halcón Rojo después de tantosaños o por el temor de no llegar a tiempo para ayudarlo. —Vamos, hija, ya vete. El dios Gan te protegerá por la noche y cuando amanezca el diosSol se encargará de iluminar tu camino. El viejo Skah no dejará que te olviden. Imalá asintió con la cabeza y salió corriendo a prepararse, no sin llenar de lágrimas surostro mientras se iba. *** 3 Bennet estrechó la mano de Walter Pennywhite mientras se despedía en la pequeña galeríadel frente de su casa. No envidiaba para nada el trabajo de aquel hombre, pero alguien debíahacerlo y él resultaba el indicado, sin lugar a dudas. Pennywhite era el verdugo oficial,encargado de tirar de la palanca que dejaba colgando a los condenados hasta morir ahorcados.También se encargaba de armar, mantener o reparar los cadalsos según hiciese falta. El sherifffue a visitarlo para ultimar detalles y a confirmar que todo estuviese preparado. El hombre,además, era carpintero de obra y muy detallista así que confiaba a pleno en su doble función.También era un ferviente cristiano practicante, lo cual para muchos se veía como unacontradicción, pero decía a quien quisiera escucharlo que prefería ser él mismo quien entregaraesas almas al Señor mientras pudiese rezar por su salvación. Luego de dejar establecido lo que necesitaba para colgar a los bandidos de McKenzie al díasiguiente, el sheriff se despidió y montó su caballo. Dudó de hacerle una visita rápida a CharlesHiggins para invitarlo oficialmente a la ejecución de los cinco asesinos de su hija y también pararecordarle de la invitación a unirse a su equipo que le hiciera cinco días atrás. Desistió casi deinmediato, tenía mucho de que ocuparse y no era prudente que Linney quedara solo durante tantotiempo con los forajidos. Había cubierto la mitad de camino cuando escuchó la explosión, el sonido provenía dellugar que más temía: su oficina y el lugar que al mismo tiempo se constituía como la únicaprisión de El Charco. Apuró a su caballo mientras también palpó que el arma estuviese lista en sucartuchera, lo más probable es que necesitara llegar disparando, porque de alguna maneraimaginaba el escenario que lo esperaba. A unas pocas yardas divisó el humo que salía por laentrada y desde el techo. Escuchó a lo lejos alaridos de euforia y una estampida de caballos. Losdelincuentes habían huido. Sólo quedaba esperar que su ayudante estuviese a salvo.
*** 4 Ellison Hanke no se sentía cómodo tratando con gente como Nick Dolan o la ¿prostitutaranger? María Espinoza. Imaginaba que en esa ocasión debería tener enfrente a ex soldados conalta formación disciplinaria, pero en su lugar su confidente había enviado a dos de sus empleadoscomo si fuesen lo mejor que podía conseguido por la cantidad de dinero obscena que le dio. Talvez no se había expresado bien en su momento y Eldmon entendió que se trataba de una misiónsuicida. Como sea, no sentía que la importancia de su pedido se viera reflejada en el servicio quele pudieran brindar esos dos. Los había hecho sentar en su oficina y hasta servido un par detragos. También hubiese preferido que los rechazaran, pero ahí estaban, disfrutando junto a élcomo si fuesen empresarios o políticos, dignos de compartir un momento como ése con él. — ¿Y bien? ¿Les explicó en detalle el Sr. Eldmon en que consiste el trabajo? María no pensaba abrir la boca como no fuera directamente aludida. Se limitó a mirar aDolan. —Claro que sí. Se trata de custodiar la diligencia que llevará una carga especial. Eldmoninsistió en que se trata de dinero, no le creí, aunque me resulta importante saber qué estamosprotegiendo con exactitud. —La expresión de Hanke se volvió más intranquila—. No es por sercuriosos, es para poder hacer mejor nuestro trabajo, señor. —Por supuesto, ¿tiene usted experiencia, Sr. Dolan? Más allá de ser el matón del salón deEldmon, claro está. ¿Matón? Dolan odió instantáneamente a ese ricachón pedante. Ya desde antes de que serefiriera a su trabajo de esa manera no le gustaba el desdén con el que lo miraba. Ahora yapasaba a ser personal. —Fui capitán al servicio del General Carson contra los confederados en el sur. Me retirécon honores, luego de salvar la vida de siete de mis compañeros en pleno asedio enemigo,resistiendo hasta que llegaron los refuerzos de la Unión, un poco tarde si es que sus vidassignificaban algo para quien diera las órdenes. Fuimos los únicos sobrevivientes de ochenta ycinco hombres cuidando esa posición y gracias a eso me tocó ser de los pocos que recibieron laopción de retiro. El propio Carson me dijo que estaba decepcionado de mi decisión, aunque larespetara y agregara que toda su vida tendría su admiración por mi desempeño. No tenía laobligación de saber quién soy, señor “Hankeke”, pero le pido algo más de respeto por mi trabajo.Soy un ex soldado que trabaja como agente de seguridad, eso es todo. —Mi nombre es Ellison Hanke, señor Dolan. Y le ruego que me disculpe, desde ya nosabía que usted era un héroe de guerra. En cuanto a la señorita… —María Espinoza, ranger de Texas, señor —estiró la mano para estrechársela. Hanke se laquedó mirando, dubitativo. Al final se la tomó, obligado por la mirada furibunda que le dedicóDolan—. Fui dada por muerta y dudo que pueda conservar mi rango si se descubre la verdad.Pero supongo que esa situación lo favorecerá, un ranger oficial no se hubiese prestado acustodiar su diligencia sin hacerle un extenso cuestionario. —Vaya curiosidad, señorita Espinoza, ¿cómo fue que llegó a trabajar en el burdel deEldmon con semejante profesión y antecedentes? Dolan se revolvió en su asiento. Ante el silencio de María no pudo seguir callando. —Señor mío, si tiene objeciones sobre nuestra contratación no tenemos problema endeclinar la oferta. Acepté porque Eldmon suele ofrecerme trabajos extra y la señorita Espinoza
está aquí en calidad de ayudante y por quien respondo. Si no quiere revelarnos el contenido delbotín que custodiaremos, no hay problema, podremos hacer el trabajo igual. La pregunta es,¿podrá confiarnos la tarea sin seguir haciendo preguntas personales? De usted depende. A Hanke le gustó esa firmeza, aunque seguía preocupado por el pasado de María. Luegocalculó también que una ranger dada por muerta podía convertirse en un buen capital deinformación. Incluso podía allí mismo jugar esa carta y obligarla a responder a todas suspreguntas o que se someta a las consecuencias. O bien tener paciencia y beneficiarse másadelante. Prefirió esto último. —Le ruego me disculpe nuevamente, señor Dolan. Como usted ya sabe el rumor de que sellevará a cabo un asalto a la diligencia nos tiene preocupados. Mi asesor personal les dará losdetalles que necesiten y acompañará a ocupar sus puestos en el carruaje. —Hanke se puso de piey los acompañó hacia la puerta. Al abrirla María casi pega un grito: Zeke Osman estabaaguardándolos para hacer su parte como ayudante del banquero, pero ella lo reconoció como alhombre que la metió en todo ese lío haciéndose pasar por un cliente borracho. Osman le hizo ungesto discreto con un dedo en sus labios para que guarde silencio y no lo delate Luego miró aDolan y le guiñó un ojo. Hanke había quedado por detrás de la puerta y no llegó a percibir elintercambio gestual. —Señor Osman, ¿se ocuparía de mis nuevos colaboradores? —Desde luego —respondió Zeke con una sonrisa—, vengan conmigo por favor, les dirétodo lo que necesiten saber. Caminaron hacia la calle en silencio, atravesando un largo pasillo en el que Hanke lucíavitrinas en las que tenía exhibidas catanas, floretes españoles, armas de fuego experimentales yalgunas piezas de colección, Dolan pudo reconocer que la exposición tenía mayor gusto que loque mostraba el burdel de Eldmon en su oficina. Mientras caminaba comenzó a atar cabos,recordó la descripción física del cliente que María hizo cuando le relató el incidente y cayó en lacuenta de que debía tratarse del ayudante del banquero. Pero nada cerraba con eso, ¿Osmanguardándole secretos a su jefe ante dos perfectos desconocidos? Si bien la intriga lo atormentaba,maldijo una vez más al viejo Eldmon. Se las cobraría tarde o temprano. María caminaba comoperdida entre nubes, con cara de no entender nada. Aprovechó para observarla. Los pantalonesajustados, las botas y la blusa ceñida y con galones le quedaban mucho mejor que esos vestidoscon corsé y miriñaque que lucía en el salón y la convertían en fulana. Le hubiese gustado quehubiera confiado en él antes, quizás hubiese podido ayudarla sin que tuviera que seguirprostituyéndose para subsistir en el anonimato. María se percató de que la estaba mirando y giróla cabeza. Dolan le guiño un ojo intentando tranquilizarla. Al salir, Osman miró hacia ambos lados, les hizo una seña y cruzaron hacia un pasillolateral que dividía el banco de la residencia temporal de Hanke. Allí estaba emplazada ladiligencia, una Concord Stagecoach roja y negra con su correspondiente fuelle trasero paraequipaje sensible y algunos hierros adaptados arriba en lugar del portaequipaje convencionalpara apoyar artillería liviana. Dolan admiró las adaptaciones, discretas y que no alteraban laelegancia del carruaje Los caballos parecían corceles muy bien criados y mantenidos,disciplinados para la tarea que se les encomendaba. En su interior había una silueta de mujer yvarios bolsos de cuero. Osman giró y los encaró antes de seguir avanzando. —Supongo que tendrán muchas preguntas para hacerme —dijo en susurros. —Más bien ganas de darle muchos golpes, señor “cliente” —María estaba a punto deperderse en sus emociones y comenzar a emprenderla a puñetazos contra Osman, Dolan la tomódel hombro y le pidió serenidad con la mirada.
—El señor tiene mucho que explicarnos, me pregunto sus motivos para esconderle a supatrón lo que hizo contigo. —Les aseguro que estoy de su lado. No tienen porqué creerme, pero se habrán dado cuentade que me jugué el pellejo allí adentro y ahora mismo ustedes podrían decirle a Hanke loocurrido, ¿no es así? —Vaya sino quiero hacerlo ya mismo —dijo María sin separar los dientes. —De acuerdo, les explicaré. *** 5 McKenzie divisó un páramo y de inmediato supo que sería un lugar seguro para descansary reponerse. A escasos metros corría un arroyo que serviría para que pudiesen abastecerse deagua. Dio algunas órdenes para que sus hombres no se relajen demasiado y de inmediato tomódel brazo a la chica que ejecutó el rescate y la llevó fuera de la vista de todos. Cuando estuvieronsolos, la tomó de cuello y la empujó contra la roca, sin dejar de sujetarla. —Ya mismo me dirás cómo diablos es que estás viva. Todos te vimos caer en medio de uncharco de sangre luego de que te disparé. Tu padre te enterró y casi nos cuelgan por eso. No creoen fantasmas así que cuidado con lo que inventas. —Pues entonces pruébame: aprieta más el cuello, quiébralo y luego verás si vuelvo o nopara romper el tuyo. Porque pude perdonarte una vez, la siguiente sería mi culpa. McKenzie estaba asustado de muerte, sólo que, a diferencia de otros, combatía el miedomostrando los dientes. Esa chica era idéntica a la difunta, pero no podía ser ella. Se notaba en suactitud, Claire era casi una niña en sus modos, esta mujer que tenía enfrente parecía unabandolera, temeraria, sin miedo y calculadora de sus acciones. La soltó, entendió que debíaquitarse de encima esa intriga asfixiante con otros métodos. —No eres la chica que matamos. No hay modo de que lo seas, aunque te veas igual. Claireera casi una pequeña mojigata y tú… —Y yo te salvé la vida, eso es lo único que debe importarte. La actitud desafiante era lo que más inquietaba al viejo delincuente. Acostumbrado adominar cualquier situación, aquello se le iba de las manos. De acuerdo, eres un demonio porque de aparición angelical no te veo nada. Te comportascomo una salvaje. Quizás eres una hermana de la difunta o prima, me importa una mierda. Dimequé quieres de una vez. —Un botín. En cuestión de horas pasará una diligencia por el camino, a unas pocas millasen la misma dirección en la que vamos. Lleva dinero y joyas, ustedes pueden quedarse con eldinero, yo necesito las joyas. — ¿Y lo sabes porque…? —No es necesario que te lo diga. —Todavía puedo matarte. O torturarte hasta que lo sueltes. ¿A qué estás jugando? — ¿Te perderías de una suma enorme de dinero sólo por un chisme? Si no tienes corajevete con tus hombres, lo haré yo sola. Liberé a tu banda porque creí que podrían ayudarme, peroparece que me equivoqué. Disfruta de tu nueva libertad. El sol se estaba poniendo y cada vez les costaba más distinguir sus rostros al hablarse.Quarry y Murray discutían sobre si les convenía encender fuego para pasar la noche allí.
—Muy bien, trataré de razonar contigo —dijo McKenzie con una expresión de ansiedadprofunda—. No soy leal ni agradecido, por el contrario, soy un mal tipo que tiene como viciohacerse cada vez más temible. Tal vez esté mal que lo diga, pero me va muy bien así. Tampocoellos harían otra cosa porque me siguen y soy su referente, ¿de acuerdo? Entonces, no meconmoverás. Si te pegara otro tiro ya mismo, dejarías de ser un problema y nosotros seguiríamoslibres, ¿entiendes? —la chica asintió— Bien, por otro lado, tú necesitas de nuestra ayuda paraasaltar una diligencia. Y me lo dices una semana de haber muerto de un disparo a menos de unmetro de donde estábamos. Entonces, habla claro o deja de respirar una vez más. Y así será lasveces que quieras volver de la tumba, si pudieras hacer eso como un puto truco de magia. —De acuerdo, te lo contaré lo más rápido que pueda porque la diligencia ya está cerca. —La prisa es tuya, te escucho. *** 6 EL CHARCO, TEXAS, 1866 Elle sacudía con mucha parsimonia la ropa que tendió en la soga hacía unas pocas horas.Ya anochecía y como siempre, Claire se estaba demorando más de la cuenta en regresar.Confiaba en ella, sabía que estaba en lo de su amigo Ron con su familia. Pero esa tranquilidad noservía para confiar en que no le pasaría nada en el camino de regreso que cubría un par de millas.La chica sabía que no tenía que tentar a los peligros de la noche, que iban desde algún que otrooso hambriento a serpientes o apaches furtivos explorando fuera de sus límites. No esperabadentro para no tener que escuchar a su marido. Charlie era un hombre maravilloso peroimplacable a la hora de determinar responsabilidades. Él no hubiese permitido que Claireanduviese tan tarde sola, pero Elle le dio permiso bajo su responsabilidad. “Es una niña que estádejando de serlo, no hay nadie en millas a la redonda con quien pueda compartir cosas de suedad, al menos con este chico aprenderá algo que no le hayas enseñado tú y en un ambientefamiliar”. Charlie aceptó el argumento de mala gana, pero cuando comenzó a hacerse demasiadotarde, Elle salió para evitar el sermón, que, llegado el caso, sería lo que menos le preocupaba si lepasara algo a la niña. Cuando el sol ya casi se ahogaba en el horizonte el caballo de Claire apareció al trote. Ellesuspiró aliviada, pero tratando de parecer severa, no quería que su hija creyera que podía hacer loque quisiera. —No es lo que acordamos esto que está haciendo, señorita. —Perdón, madre, es que Ron quiso enseñarme a disparar. Le conté que papá me enseñabaa tirar con el rifle y entonces me dijo que debería aprender con la pistola. —El rostro de Elle ibapalideciendo, ni siquiera le gustaba que Charlie le enseñara a manejar armas estando presente.Ahora su hija estaba manipulando otras fuera de casa. —Su padre nos estuvo cuidando todo eltiempo. Elle no supo cómo reaccionar. Peter Marcus era aún más receloso y prudente que sumarido y seguramente habrá tomado todas las precauciones posibles, pero su hija le estaba dandodemasiada información inquietante. —De acuerdo, pero no le digas a tu padre, no quiero que se preocupe más y no te dejevolver a lo de los Marcus.
—Gracias ma, ¿puedo preguntarte algo? —Sí. —Sé que no te gustan las armas, les tienes miedo, ¿tu padre no te enseño a usar ninguna? Se sintió incomodada una vez más, esa chica tenía todo el poder para lograrlo y hacerla verdubitativa cuando pretendía mostrarse firme. La verdad es que siempre había esquivado hablarlede su abuelo, se limitó a decirle que las había abandonado a ella y a su madre con la excusa deuna guerra, pero la realidad era que no quería hablar demasiado sobre él. Quizás ese fuera elmomento. —Verás, desde que volvió de la guerra mi padre se resintió con el ejército, las fuerzas de laley y todo el mundo en general y se convirtió en un forajido. Se había transformado en algobestial, descorazonado, con hielo en los ojos. Ya no era el hombre dulce e idealista al quedespedí con lágrimas cuando se fue al frente de batalla. Ahora era un violento, un asesino detemer. Nunca quise saber más nada de él y traté de que no volviera a ver a mi madre, nosmudamos varias veces hasta que ella enfermó y murió. Luego conocí a tu padre, el mejor hombreque pudo haber llamado a mi puerta en ese momento. No me costó nada amarlo y decidíacompañarlo el resto de su vida. Es el padre que hubiese querido tener para mí y no sabes lo felizque me hace de que sea el tuyo, además de mi esposo. Él conoce la historia, pero estuvo deacuerdo conmigo en no contártela, al menos hasta que fueses suficientemente grande. ¿Crees quelo eres ya? —Sí, claro que sí. —Muy bien, entonces entenderás el porqué de mi rechazo a las armas. Mi padre teníamuchas de ellas y solía probarlas con animales, sólo por crueldad. Y cuando se le acababan,buscaba hombres a los que asaltar. No porque necesitara dinero, ni tampoco importaba que seresistieran o no, les disparaba para probar alcance y puntería de cada revolver o rifle queempuñara. Era un sádico y cuando lo acepté lo quise lejos de mi familia. Aún lo quiero lejos y esbueno que lo sepas. ¿Entiendes por qué? —Sí, claro. Es un forajido. Pudiste habérmelo contado antes, lo hubiera entendido. Elle acarició a su hija, era muy madura y comprensiva. —Me alegro mucho, hija, ahora vamos adentro, tu padre estará preparando un sermón paradarnos. —Sólo dime una cosa, ¿cómo se llama? Elle se mostró dubitativa. Su sinceridad jamás podía ser más importante que la seguridadde su hija, pero por alguna razón, sintió que no podía ocultarle ese dato. —Te lo diré, pero tienes que prometerme que jamás se lo mencionarás a tu padre. Sabeparte de la historia, pero nunca quiso conocer el nombre del forajido que me dio la vida. Fue poruna buena causa, dijo que no sabía si podía controlarse si conociera su nombre, por el daño quenos hizo a mi madre y a mí. —Suena razonable. Demasiado, pero papá es así. Lo prometo. —Su nombre es Trevor McKenzie. Y espero, por el amor que te tengo, que nunca en tuvida te lo llegues a cruzar. *** 7
El mensajero lucía una chaqueta del ejército. Su estado general revelaba que llevaba un parde días de viaje sin cambiarse de ropa, al menos, al igual que su barba desprolija. Como todapersona que decidiera arribar a El Charco, debió viajar en un tren y luego cubrir el resto deltramo a caballo. Como era habitual uno de los primeros en verlo llegar fue el reparador decalzados. Iba a preguntarle a quién buscaba, pero gracias al uniforme, descontó que sería alsheriff. Le hizo una seña para que siguiera por la calle principal hasta el fondo que era donde seencontraba la oficina, pero el jinete lo ignoró. Los presentens en la calle, en su mayoría mujeresy niños, lo miraban con cierta fascinación. El asalto a la oficina de Bennet y la huida de losasesinos de Claire era un suceso demasiado importante como para que no haya repercusiones. YEl Charco no tenía terminal de telégrafos para recibir mensajes de urgencia. Cuando llegabaalguno lo hacía a la localidad más cercana y de allí se desplazaba un cadete, una vez por semanaa lo sumo, para traer las novedades. Pero este mensajero llevaba más tiempo de viaje, era evidente. Venía directamente de lacapital, del despacho del gobernador. Y eso sólo podía significar una cosa. *** Bennet había reunido a un grupo de cinco hombres entre los cuales se encontraban los dosque lo ayudaron a capturar a la banda de McKenzie. Les estaba entregando las armas en la puertade su oficina para ir en busca de la pandilla prófuga cuando el mensajero llegó y se detuvo en elmismo punto. Bajó de su caballo antes de decir media palabra, se trataba de un hombre alto,rubio y con la piel lacerada por el sol del desierto. Llevaba uniforme con rango de capitán. —Busco al sheriff Duncan Bennet —dijo mirándolo fijo—. —Pues, eso parece evidente. Aquí me tiene. —Sheriff Bennet, el gobernador del estado de Texas lo releva de su cargo con efectoinmediato. Las razones están en este sobre, con el sello oficial. Duncan sonrió con algo de amargura, aunque no tan sorprendido. Supuso que elgobernador no tuvo las bolas para venir a decírselo o al menos enviarle a su juez amigo que noreparaba en elogios cada vez que lo veía. — ¿Quién se hará cargo, capitán…? —Capitán Chester Morrow, señor. Seré el nuevo sheriff desde su partida y hasta que seelija otro por votación. El gobernador quiere que sepa que su puesto siempre fue provisional ytarde o temprano debía dejarlo, por lo irregular de su nombramiento. Y creyó conveniente que,dadas las circunstancias, la orden sea de efecto inmediato. Bajo ningún punto de vista Bennet podía refutar eso, aunque le siguiera pareciendo injustoy lo llenara de impotencia. —De acuerdo, respondió quitando la insignia en forma de estrella del pecho de su camisa.Se la extendió al capitán, ante el estupor de los presentes —Estos hombres iban a ser de mi grupode colaboradores ante la urgencia de la captura de la banda de McKenzie. Supongo que estaránbajo sus órdenes ahora. —No será necesario. Pueden retirarse. Sólo necesito saber el paradero de su ayudante,quien estaba en el momento en el que McKenzie y sus hombres escaparon. —Está en su casa, recuperándose, ¿por qué la urgencia? —Debe quedar detenido, por presunta complicidad. ***
8 Bennet salió de su oficina sin ningún dejo de melancolía. Por otra parte, lo urgían doscosas; avisarle a su ayudante de la acusación y luego armar el grupo que pensaba reunir demanera oficial para ir tras McKenzie, sólo que ahora el reclutamiento no sería oficial y muchomenos por dinero. Todavía albergaba la esperanza de que Charlie Higgins se le uniera, aunquehacía varios días que no tenía noticias del padre de Claire. Como sea debía darse prisa, le habíadicho al nuevo sheriff que se encargaría de notificar a su ex ayudante y que no debía temer unafuga, ya que le constaba en persona que el muchacho había sido víctima del atraco. Morrow ledio unas horas de cortesía para que haga lo que creyera conveniente y le advirtió que luegoactuaría según sus órdenes. El gesto le había parecido noble, aunque todavía no tenía una opiniónformada del nuevo sheriff. Como sea, sabía que, por lo que estaba por hacer, no lo tendría de sulado en muy poco tiempo. Se dirigió primero a lo de Tom Linney, que no vivía muy lejos de allí. Pensó que elharagán de su abuelo quizás lo tuviera de ayudante por la cercanía, además de su inocultabledocilidad. Tom era un buen muchacho, de eso no tenía dudas. Tampoco era un adolescente,estaría cerca de cumplir los treinta, pero al vivir con su madre y sin aparentes intenciones dequerer formar una familia, parecía menor. Para muchos era simplemente “rarito”, para Bennet unhombre que se medía por sus acciones y había pasado la prueba. Al llegar lo recibió la madre de Tom, una señora muy bien plantada, algo coqueta peromuy hospitalaria. Le ofreció un té y comenzó a prepararlo mientras Duncan pasaba a ver a suhijo herido a su cuarto. Tom permanecía recostado y vendado en la cabeza y el brazo. No teníafracturas, pero apenas podía caminar del dolor en las costillas. Por un rato Betty Linney semostró un tanto enojada con Duncan, pero cuando este la puso al tanto de las novedades, surostro trocó a uno que mostraba más preocupación que reproche. —Dios, Sr. Bennet, no entiendo como mi hijo pueda ser acusado de cómplice de esosmaleantes, ¿qué piensa hacer al respecto? —Sra. Linney, me encantaría poder ayudar más pero ya no soy el sheriff y se me permitióhacerle esta visita de cortesía para que Tom sepa lo que le espera si se le ocurriese escapar. Betty miró a Tom como para que ni siquiera se le ocurriese opinar al respecto. — ¡Ni en sueños! mi hijo no será un fugitivo. —Lo sé, por eso mismo respondí por él. Deberá presentarse en cuanto esté repuesto.Ayudaré luego con mi testimonio, no dejaré que se cometa una injusticia. La mujer se quedó un poco más tranquila, Duncan se preguntaba que tanto podíaasegurarle que Tom no fuese colgado, no tenía idea de los planes del gobernador ni que tan justo—o dependiente— fuese el nuevo sheriff Morrow. Se despidió agradeciendo la hospitalidad ydeseándole a Tom que se mejore. No obstante, mientras montaba su caballo no dejaba de sentirsepreocupado por el destino del chico. Cabalgó hacia el rancho de Higgins, mientras llegaba sesorprendió al no verlo fuera pastando las pocas cabezas de ganado que tenía, era la hora perfectapara eso. Por el contrario, la hacienda parecía hasta vacía. Dejó su caballo frente a la casa y sedirigió primero al granero. La puerta estaba entreabierta, la sombra que se proyectó sobre lapared del fondo lo estremeció. Era una soga con el nudo de la horca, lista para ser utilizada. —Dígame si no es hermoso –se escuchó desde las sombras. —Diablos, Charlie, me dio un susto de muerte. ¿Qué se supone que significa esto?
Higgins estaba sentado en un fardo de pasto, de brazos cruzados. —Usted es listo, Bennet. De hecho, creo que imaginó lo que haría cuando me propusounirme a su equipo. Y por eso mismo me lo pidió. —Se equivoca. No pensaba en esto sino en la manera en que podíamos servir a la memoriade Claire y evitar más muertes como la suya. —Estoy viejo, sheriff, ¿qué podría hacer a su lado más que lograr que lo maten y quizáshasta recibir otro balazo yo por falta de reflejos? —Pues, eso habrá que verlo. Por lo pronto venía a darle dos noticias; ya no soy el sheriffde El Charco y eso es porque… —respiró hondo, casi no sabía cómo decirle eso— los bandidosescaparon. —Santo cielo, ¿cómo pudo suceder algo así? —Es lo que quiero saber. Tom está herido y a punto de ser encarcelado por el nuevo sheriffbajo sospecha de complicidad. —Absurdo, conozco a ese chico. —Yo también, pero poco puedo hacer para ayudarlo. Charlie se mostró compungido, se puso de pie y apoyó su mano en el hombre de Bennet. —Lamento que las cosas se complicaran así. Y que usted haya sido separado del cargo. —Quizás lo merezca. Pero no pienso quedarme sentado. —Bennet miró hacia abajo unossegundos, cuando levantó la vista sus ojos estaban vidriosos—. Mire Charlie, no tengo derecho ameterme en su vida. No tengo idea de lo mucho que debe doler haber perdido a su esposa y luegoa su hija y en parte entiendo que no le encuentre sentido a seguir sin ellas. Pero lamentablementelos asesinos están libres y lejos de ser castigados. Tengo mi parte de culpa y la asumiré yendo abuscarlos. Esta vez me encargaré de ellos de manera terminal, sin perdón ni posibilidad de que seescurran de nuevo. Y la verdad, necesito que sea uno de mis aliados. No tengo mucho dinero,pero conseguiré lo que pueda si lo necesita. —Hijo, cuándo pregunté por la paga la otra vez era una broma, pero no estabaconsiderándolo. Mis planes eran los que cuelgan ahora de esa viga —dijo señalando la soga—.Pero ahora es distinto. La memoria de mi Claire debe ser vengada. Y los inocentes que puedanmatar estas bestias, protegidos. Cuente conmigo y con mi rifle. Bennet suspiró aliviado mientras estrechaba la mano de Higgins. Al menos esta tragediaalargó la vida de quien ya estaba considerando un amigo. Le pidió que lo acompañe a seguirreclutando —tarea difícil, dada la falta de recursos—, pero debía intentarse. *** 9 Desde que subieron a la diligencia, María no había pronunciado palabra. Al principio delviaje Dolan acompañó al cochero en el asiento del conductor, pero el tipo no era de hablarmucho y tampoco convenía distraerlo, a pesar de que parecía compenetrado con todo lo que lorodeara. El territorio era rocoso, con muy poca vegetación y lleno de riscos y formaciones depiedra que parecían talladas al costado del camino. Partieron de día cuando el sol era impiadososobre ellos y respiraron un poco de aire fresco recién al atardecer, Faltaba un rato para queanochezca aún y sabían que el frío haría lo suyo para incomodarles el viaje. Llevaban como sieteu ocho horas de viaje y aún no se había presentado nada sospechoso. Nick había divisado
cabezas de indios asomadas detrás de algunas rocas y se inquietó un poco. El conductor pareciónotarlo sin inmutarse. —No te inquietes, hijo, sólo están cuidando su territorio. Saben que estamos de paso. Los apaches de esa zona habían dejado de saquear a los viajeros hacía rato por una suertede pacto de convivencia. Al menos a los civiles, a los bandidos o a los militares no losperdonaban tan fácil. Nick se alegró de tenerlos de su lado. Se volvió y asomó la cabeza desdearriba por la ventanilla del carro, esbozando una sonrisa tonta, María estaba sentada junto a unmaniquí, que no era ni más ni menos que la silueta que habían visto al acercarse a la diligenciaesa mañana. Y tampoco pudo evitar la carcajada y la sorpresa cuando Osman se los enseño endetalle. Le sonrió a Dolan de manera burlona. —Suelta ya, ¿qué te causa tanta gracia? —La verdad, no sé cuál de las dos está más pálida. —El maniquí con cabeza de madera ytrapo no tenía rostro, pero llevaba un vestido oscuro y cubierto de gasas como el de una viuda yun sombrero con velo. Tenía joyas disimuladas entre la ropa y algunas a la vista. Osman habíadecidido distribuir el botín en varias partes para hacer más complicada la tarea de los rufianes, encaso de asalto. Y el camafeo no sólo estaba oculto en un lugar especial, sino que tenía tres copiasmás falsas, capaces de engañar a quien no haya visto el original o no conozca muy bien susdetalles. También había dinero, pero ocupando la caja blindada, guardada en el fuelle trasero. — ¡Suerte que estás aquí! —dijo María sin cambiar su cara neutra—. ¿Tan aburrido es elconductor que me vienes a molestar? Dolan contorsionó con poco esfuerzo su cuerpo, delgado pero largo, y se metió en lacabina del carruaje. Se ubicó frente a María y al maniquí. —Por las dudas cuida tus palabras, no conozco a la señora que tienes al lado, quizás no seatan discreta. — ¿Te creíste lo de Osman? Dolan se puso serio, si antes de conocer al ayudante del banquero las cosas no le cerraban,ahora mucho menos. —No, de hecho, no sé porque accedí, supongo que porque estas en esto y no sé hasta quépunto no te perjudique si no lo hacíamos y utilizaran lo que saben de ti para extorsionarte. —Ay, por favor, no me digas que te has convertido en mi protector. — ¿Y si así fuera, ¿qué? María se sonrojó. Si algo era cierto es que Dolan no necesitó en el pasado ningún ardidpara acostarse con ella o con cualquiera de sus compañeras, Eldmon les había aclarado que éltenía ese derecho desde el principio y que, si bien no habría pago, las propinas serían generosas.Beth y Casey le habían echado el ojo desde que llegó, —lo consideraban muy atractivo— perosin embargo él nunca había hecho uso de esa ventaja. Cuando María pensaba que suscompañeras ya habían tenido sexo con el vigilante casi desde que llegó, ellas comenzaron aesparcir el rumor de que a Nick quizás le gustaran los hombres, y esa actitud de despecho sóloquería decir una cosa; Dolan las había ignorado. Pero de allí a creer que se sintiese atraído porella… —Vaya, te dejé muda. No es que seas muy habladora, pero… —Discúlpame, pero, así como tú desconfías de Osman o de Hanke, o incluso hasta delmismo Eldmon, a mí me cuesta confiar en los hombres. Y a ti me cuesta entenderte. —Ya lo harás a su tiempo. ¿Quieres ir un rato arriba acompañando al cochero? —No, pero si es una orden sé que debo cumplirla. Soy tu empleada. —Hazme el favor, necesito descansar un poco la vista.
María no se hizo esperar y trepó al asiento del acompañante. El cochero tenía el rostrofruncido por el sol con las comisuras de sus labios hacia abajo, el mentón arrugado y los ojosentrecerrados. Llevaba una galerita que lejos de darle elegancia lo convertía en una caricatura. Sepreguntó porque no habrían enviado a alguien más joven, luego pensó que quizás fuese elpropietario del carruaje. El anciano la miro ensayando una sonrisa, apenas distinguible. — ¿Todo en orden, jefe? —Sí, señorita, hasta ahora me he cruzado con un par de ardillas y algunas cabezasasomadas en lo alto de los riscos de apaches a los que no les representamos ningún interés. —Mejor así. María tomó el rifle que colgaba de la correa del soporte adaptado —un Winchester de losque se usaban en cualquier función oficial desde que los impusiera el ejército de la Unión— y locruzó en su falda. Revisó que estuviese cargado y posó su vista hacia el frente. De repente sintióun olor a pólvora quemada y se dio cuenta de que venía desde muy cerca. Siguió el rastro de unaligera nube de humo que se deslizaba hacia donde estaban y vio una silueta sobre un risco alcostado del camino. Levantó el rifle hacia la figura al tiempo que el cochero comenzó a apurar alos caballos. No era un indio ni estaba armado, pero llevaba una bolsa con algo que asomaba yparecía… ¡dinamita! — ¡Dolan, deja la maldita siesta! —gritó sin dejar de apuntar hacia arriba. El hombrepermanecía inmóvil, se percató de que el humo seguía saliendo, pero no de arriba sino desdedebajo del asiento del carro. Antes de poder avisarle al conductor que llevaban un cartucho dedinamita encima y estaba por explotar, un estruendo los sacudió al tiempo que los levantaba en elaire. Los caballos se retorcieron casi estrangulados por las correas y arneses que los sujetaban. Elanciano cayó hacia el otro costado y rodó contra el lado rocoso del camino hasta quedar inmóvil.María intentó conservar el equilibrio, pero salió despedida de igual manera por el otro lado, conla diferencia de que llevaba el rifle en su mano. Cuando el carruaje cayó sobre su lado agradecióhaber desatado la correa del soporte, de lo contrario la hubiese aplastado o al menos arrancado elbrazo. Rodó unos metros sin poder ver nada debido al polvo. Los dos caballos y estaban en elsuelo, casi inmovilizados. Iba a incorporarse para ver que había sido de Dolan, pero un fuertegolpe en la nuca la dejó sin conciencia. *** 10 A medida que se alejaba del campamento, Imalá sentía que iba perdiendo la confianza.Skah la proveyó de varias cosas, como algunos bocadillos y algo de abrigo que hacían de sutravesía algo no tan duro, pero su ánimo iba minándose cuando pensaba en lo preocupado y tristeque dejaría a su padre. Por otra parte, hacía años que no tenía noticias de Halcón Rojo y si biensus sueños le decían que ella tenía su corazón y tarde o temprano se reencontrarían, la realidad esque no sabía nada de la vida de ese hombre en la actualidad. Apuró a su caballo que en un puntose negaba a ir por un sendero que rodeaba una colina, hasta que se detuvo. —No me hagas esto, Kiter, no aquí. El caballo, un hermoso corcel blanco de pelaje larguísimo, se negó entre relinchos deprotesta. Imalá se bajó y se colocó delante, tomándole el hocico entre las manos, acariciándolo. —Amigo, tienes que seguir. Tengo tanto miedo como tú, pero eres mi compañero y debocruzar por aquí. Skah me lo dijo bien claro.
El caballo no se movió. —De acuerdo, si eso es lo que quieres. Tomó el saco con sus pertenencias y la cantimplora y comenzó a caminar. Su caballo no lasiguió, lo cual le dio aún más curiosidad y miedo. Caminó hasta que el sendero se convirtió encurva y le reveló la entrada a una caverna de aspecto frío y húmedo. Más allá de la entrada sólose apreciaba oscuridad. Su amigo brujo se la había indicado y descripto con mucha fidelidad.También le dijo que no intente rodearla, debía cruzarla por el interior para llegar a salvo adestino. Entró con mucha cautela, sintió como sus pies descalzos se enfriaban al contacto con laroca que no había sido bañada por el sol. Tenía sus botas en el saco, pero no pensaba enbuscarlas ahora, no veía una salida en el túnel, pero no lo creía tan largo. A medida que avanzabasu vista se fue acostumbrando a la oscuridad y comenzó a vislumbrar los detalles. No sólo la rocaestaba fría y resbalosa por falta de luz solar, era negra y pulida y reflejaba cada pequeña gota deluz que recibiera, casi como si estuviese revestida en diamante. De alguna manera la oscuridadnunca era total, siempre parecía surgir algo que le marcaba la ruta para no chocarse las paredes.Distinguió algunas arañas tejiendo sus trampas y a moscas pidiendo auxilio. Los sonidos lellegaban con una claridad impensada. —Por el dios Sol, Skah, ¿qué quieres que encuentre aquí? —susurró. Siguió caminando, cada tanto sentía un roce en sus piernas de criaturas acostumbradas a laoscuridad que investigaban al intruso, hasta que un sonido característico hizo que se le erizara lapiel. El siseo de una serpiente se dejaba oír con total nitidez. Entrecerró los ojos para intentardivisarla. La serpiente era una de las divinidades malignas que más temor le provocaban. Esperóque enfrentarse a una no fuese la prueba que le impuso su amigo brujo para hacerla venceralguna clase de temor. El siseo iba en aumento, estaba muy cerca. Tomó el saco con firmeza,Skah le había dado un brebaje para curar la mordedura venenosa del animal más potente,serpientes incluidas, era bueno tenerlo a mano. De pronto sintió que algo acariciaba su empeine, suave y frío. No reaccionó ni siguiómoviéndose mientras comprobaba, con horror, que la sensación seguía extendiéndose por supierna. Miró hacia abajo y vio que como sospechaba, una serpiente subía por ella. Ya no teníacaso intentar nada. Lo mejor sería esperar a que se diera su suerte y luego suplicar tener eltiempo suficiente para poder aplicarse el antídoto y salir de ese lugar a toda prisa. La realidad esque no sabía que tan rápido y mortal fuese el veneno. El animal siguió reptando, ya iba rodeandosu cintura, ¿hacía donde quería llegar? ¿Si la mordía en la cabeza el efecto sería más rápido?Comenzó a temblar, el miedo hacía mucho más que paralizarla. La serpiente ya estaba en su pecho. Reptó por su seno izquierdo y llegó al hombro. Pudo ver que era de un negro casi tanpulido como la roca de las paredes de la caverna. Rodeó su cuello y acercó su cabeza al oído. Elsiseo se hacía insoportable. —Debes resistir —sonó una voz. No supo si fue en el interior de su cabeza o si salió de lalengua de la serpiente negra. —Tu fortaleza debe ser consolidada. Si tienes miedo, se hará diezveces más fuerte, si tienes coraje, de igual manera. Deja que te muerda y serás mucho más de loque lleves dentro. La voz provenía de la serpiente, pero era Skah quien hablaba. No tenía mucho por hacer aesas alturas, aunque a pesar de lo extraño de todo eso, esa voz familiar la tranquilizó. — ¿Eres tú, viejo amigo?
—La serpiente reaccionó al movimiento clavando los dientes en el cuello de Imalá. Nopudo reprimir un grito y se desmayó. *** El sol le pegó en la cara, pero no fueron ni la luz ni el calor los que la sacaron de su sueñosino las lamidas de su caballo, que ahora estaba a su lado y parecía ansioso. Apareció recostadaen el camino, del otro lado de la curva que llevaba a la cueva. Se preguntó cómo había llegadoallí y más aún, como había atravesado el sendero su caballo. Pero olvidó esas cuestiones cuandorecordó la mordida. No le dolía. Se llevó la mano al cuello y notó un pequeño relieve. No parecíauna herida, pero debía serlo. Como no tenía como verse, pensando en una solución rápida, sacóun cuenco del saco y vació la cantimplora en él. Cuando el agua se quedó quieta se aproximópara verse en el reflejo. En el cuello, en el lugar en que estaba segura de que debía tener unamordida, lucía una marca, una silueta, una insignia. Una serpiente negra. *** 11 El dolor en la nuca era tan grande que, al despertar, casi se desmaya de nuevo. María setocó la cabeza y comprobó que no tenía sangre. Quien la golpeó no quiso matarla, pero si sabíacómo dejarla fuera de combate. Yacía con la espalda apoyada en un árbol, por debajo de dondecorría el camino y a unos veinte metros de la diligencia, que ahora era un trasto lleno de maderasrotas. Se puso de pie y comenzó a caminar despacio, el dolor seguía siendo intenso en su cabeza,pero el resto del cuerpo no parecía tener más daño que un raspón casual. Trató de apurar el pasoporque una de las ruedas del carro ardía en llamas y no sabía en dónde había quedado Dolan. Seasomó a la cabina volcada y vio a su compañero tumbado y perdiendo sangre por la pierna. — ¡Dolan! ¡Nick! ¡Despierta por favor! Ante la falta de respuesta metió medio cuerpo e intentó sacarlo. No se consideraba débilpero tampoco tan fuerte como para arrastrar hacia arriba a un hombre de la contextura de sucompañero en estado inerte. Respiró hondo y pudo sacar al menos medio cuerpo. Su manoresbaló y cayó hacia atrás Volvió a golpearse la cabeza contra el piso y vio las estrellas de dolor.Se incorporó como pudo y terminó de retirar a Dolan del carruaje. Tomó su pulso en el cuello,aún lo tenía. Rompió un pedazo de camisa y lo ató en su muslo para detener el flujo de sangre.Abofeteó su cara pero no obtuvo reacción. Miró hacia donde estaba el conductor de la diligencia,no lucía herido ni sangrante pero tampoco se movía. Se agachó sobre él y lo palmeó. El cocherodespertó y abrió los ojos muy grandes al notar el desastre. Luego señalo con su brazo extendido. —Los caballos, por favor, ayúdelos. María giró la cabeza y vio como los pobres animales sufrían aplastados por la cruz demadera que los ahogaba tirando de las riendas. Se incorporó y los ayudó a levantarse. De loscuatro sólo uno parecía herido de una pata. Volvió al cochero. — ¿Se encuentra bien? —Creo que sí. ¿Cómo está su compañero? —Vivo, pero no sé por cuanto, está perdiendo mucha sangre. Le hice un torniquete, perono sé cuánto más aguante. Necesito que haga algo.
—Dígame. —Cuídelo por un rato, no es bueno que esté inconsciente pero no reacciona. El coche estádestruido. Debo ir a buscar ayuda antes de que nos coman los coyotes o nos mate el frío de lanoche, ¿podrá hacer eso? —Por supuesto. ¿Ya ha revisado lo que se llevaron? María se dio cuenta de que ni por un segundo el botín fue parte de sus prioridades. Fuehacia la cabina y se asomó de nuevo. El maniquí estaba despedazado y desnudo, el vestido estabahecho jirones y hasta el tapizado de los asientos y paneles estaba desgarrado. Si había algo ocultoallí ya no existía en esa ubicación. El fuelle trasero estaba abierto a cuchillo y la caja habíadesaparecido, al igual que el resto de las joyas, puestas en maletas. —Todo, fue un saqueo total. Ya nos ocuparemos de eso. Me llevaré un caballo, por favor,encárguese de lo que le pedí, ¿sí? —Por supuesto, señorita. Lamento no haber visto venir antes lo que sucedía. —No fue su culpa, nosotros debimos estar atentos. Ya regreso. Saltó sobre el caballo, desprovisto de montura, pero como si eso no le molestara lo apuró ysalió cabalgando en sentido contrario al que se dirigían. No le importaba cuanto le llevara, pero haría pagar a esos maleantes por lo que hicieron, yaera algo personal. *** 12 Osman regresaba a su despacho en el banco cuando notó algo desde el pasillo que lo hizoponerse en alerta. Creyó haber dejado la puerta cerrada como lo hacía siempre, sin embargo, estavez podía ver hacia el interior de su despacho. Palpó su pequeña Derringer en la manga, quellevaba desde pocos días después de que se produjera el asesinato del presidente Lincoln. Nosabía mucho de armas, pero el poder de esa miniatura que se cargó un presidente lo conmoviócomo para adquirir una y llevarla en todo momento. Sobre todo, desde que comenzara a trabajarpara Ellison Hanke. No obstante, decidió hacer algo inesperado, golpeó con los nudillos la puertade su propio despacho. Sí había alguien dentro, hablaría. —Adelante, Osman, después de todo es su propia oficina. —reconoció la voz, aunque alhacerlo se puso aún más intranquilo, miró hacia ambos lados y entró, cerrando la puerta conllave. —Señor Hastings, le ruego considere que no muchas personas saben que tengoconversaciones con usted. Sam Hastings era el asistente del gobernador. Era cultor del bajo perfil por lo cual no erademasiado conocido en ningún lugar del estado de Texas y aprovechaba esa ventaja paramoverse con cierto anonimato. —Tranquilo, Zeke, ni siquiera me crucé con tu jefe. Supongo que estará muy ocupado conel traslado de su “tesoro”. ¿Ya hubo alguna novedad? —Aún no, pero no tardarán en comunicarse mis hombres. — ¿Tus hombres? Hablas como un pandillero. Esa manga de rufianes que estás usandopara asaltar la diligencia es una calamidad. Supongo que te desharás de ellos al terminar. — ¿Cómo sabes que trabajan para mí?
—Por favor, no me subestimes. No vivo en El Charco en donde parece que lo obvio se lesescapa de la comprensión aún más que sus presos de esas cárceles de papel que tienen. Sabiendoque estás detrás del robo, lo demás es sólo atar cabos. Si no fuese por la proximidad con lasminas, que ahora están paradas gracias a este pusilánime que acaba de ser relevado, esto sería unpueblo fantasma. —Supongo que debe ser así. Dime, ¿el gobernador está conforme con mi trabajo? —Bueno, detesto admitirlo, pero está sorprendido por la rapidez con que le quitaste aBennet del medio. La pureza moral de ese hombre lo crispaba. Ya con su abuelo era difícil, peropor otras razones. Y al tener el apoyo de su pueblo, no podía hacer nada. La única manera dedesplazarlo era por ineptitud y desde el asesinato de la chica hasta la fuga de sus responsablessólo fueron motivos razonables para su desplazamiento. Inobjetable y brillante. —Osman se pusoancho, disfrutaba tanto del odio que le tenían como del reconocimiento a sus estrategias—. Perobasta de adulaciones. Hay algo que le preocupa al gobernador y por eso estoy aquí, no todo escolor de rosa. —Dilo. —Hay un rumor extraño. Sabes que hay vecinos que son mejores informantes que muchosa quienes les pagamos. Para que sepas de qué estoy hablando, debo hacerte otra pregunta. —Soy todo oídos. — ¿A quién utilizaste para liberar a tu pandilla? Osman se puso serio, su semblante pareció palidecer. —Por Dios, debes darme algo de confianza. No puedo trabajar si tengo que declararlestodo lo que hago. No es bueno para ustedes conocer todos los detalles, los implica directamente. — ¿Quién era, Osman? Sabes que puedo comprobar muy fácilmente los rumores. — ¿Y qué rumores son esos? Adelante, dilos, te prometo que no negaré lo que sugieran sies verdad. —Que la chica muerta fue quien una semana después liberó a sus asesinos, a punta depistola. Algo que creo estaba muy lejos de sus posibilidades. No la conocía, pero los vecinosdicen que era casi subnormal. Una teoría tan descabellada que casi me rio en la cara de quien medio el dato. Hasta que recordé que tú estás detrás de esto, Osman. Entonces ya nada mesorprende. —Osman rodeó su escritorio y tomó asiento. Estaba más serio que en cualquier otraocasión que Hastings pudiera recordar. —No me dedico a resucitar muertos, Sam, aún no puedo hacer esas cosas, aunque meencantaría. — ¿Me obligarás a ir a buscar su tumba y desenterrarla para comprobarlo? —Está en la casa de su padre. No te lo recomiendo, pero haz lo que quieras. — ¿No vas a decirme a quien enviaste a liberar a tu equipo? No me importa si juegas a losmuertos con algún brujo, me interesa que no metas la pata y generes algo que nos comprometa atodos. —Está bien, está bien. Tú ganas. La verdad es que no sé qué pasó, pero todo sigue según loplaneado. — ¿Y eso qué quiere decir? —Qué contraté a tres hombres para liberar a la pandilla McKenzie, debían interrogarlos,matarlos, enterrarlos en el desierto y luego asaltar la diligencia. Pero alguien se me adelantó, mishombres nunca llegaron y siguen esperando órdenes. También escuché los rumores. No puedodarles crédito, pero algo raro está pasando.
Hastings sonrió. — ¿Quién lo hubiera dicho? el omnipotente Zeke Osman superado por los hechos.¿Alguien está manipulando al titiritero mayor? —No le veo la gracia, si alguien sabe de nuestras jugadas, tarde o temprano caeremostodos, ¡hasta el gobernador! —No creo que te importe si eso ocurre, porque a esas alturas ya estarás muerto. Yhablando de muertos… —Te dije que no sé qué pasó con la chica. —No, no, ella no me interesa todavía. Hablo de gente que debe morir cuanto antes. Pero lasigues teniendo fácil. — ¿De qué hablas? —Duncan Bennet. Está reclutando un grupo para ir detrás de la banda que se le escapó, apesar de que ya no es el sheriff. Incluye al padre de la chica muerta. Eso lo pone por fuera de laley, ni siquiera hay una recompensa por los prófugos. — ¿Entonces? —El gobernador no quiere que pueda volver a convertirse en el sheriff por elecciones o loque sea si los llega a recapturar y se convierte en héroe. Ponte en contacto con el nuevo sheriffMorrow que te habilitará recursos para que puedas desarrollar estrategias, pero la decisión estátomada: Duncan Bennet debe morir.
CAPÍTULO 3 — EL CAMAFEO 1 No hubo forma de que la señora Linney detuviera a Tom para que no acuda a la oficina delsheriff cuando estuvo casi recuperado. Aún tenía vendajes en el brazo y en el hombro, pero noquiso posponer la visita. De todos modos, lo acompañó ya que se encontraban cerca y su hijo notenía excusas para impedírselo. Al llegar, vieron como la oficina aún mostraba signos dedestrucción por el ataque, pero estaba limpia y un peón se encontraba reparando el techo.Morrow había movido su escritorio cerca de la puerta y allí los atendió. —Sheriff, me pongo a su disposición para lo que necesite. Estoy dispuesto a darle todos losdetalles de lo que ocurrió la otra noche, con el ataque y liberación de la banda de McKenzie. —Señor. Linney, ¿sabe que está acusado de complicidad? Un sólo hombre, que segúntestigos en realidad se trató de una mujer de contextura menuda, lo redujo y liberó a la bandagracias a la llave que usted mismo le dio. Le recuerdo que Duncan Bennet fue depuesto pornegligencia, pero no se encontraba en el lugar. En cambio, usted no sólo no ofreció resistencia,sino que colaboró con el único asaltante que estuvo involucrado en el hecho. —El sheriff Bennet me ordenó no ofrecer resistencia si me veía en condición desigual. — ¿Condición desigual? Chico, te estoy diciendo que sabemos que una niña se llevó a labanda completa, ¿y me hablas de que estabas en inferioridad de condiciones? Tom agachó la cabeza. Es que… la explosión hizo todo más difícil. Y luego el sujeto meapuntó todo el tiempo. —Sheriff Morrow, culpe a mi hijo de cobardía, si quiere, pero no de complicidad. ¡Notiene asidero! —Madre, por favor no te metas. Debo hacerme responsable de mis actos. En ese momentoera un funcionario y fallé. —Créanme que lo lamento, pero tengo órdenes muy claras del gobernador de llegar alfondo de la verdad en este asunto. —Morrow hizo una pausa y cambió el tono condescendientepor uno más oficial—. Señor Thomas Linney, queda usted arrestado por complicidad en el asaltoarmado que terminó con la fuga de la pandilla McKenzie, ¿tiene algo más para decir? —Soy inocente, señor. Los vecinos vieron como quedé herido y el sheriff Bennet…perdón, el ex sheriff… —Justamente, Linney, la autoridad de Duncan Bennet ya no tiene competencia aquí. Enunos días será juzgado y se decidirá su suerte. —Por Dios, sheriff, ¿qué pasa si lo encuentran culpable? —dijo desesperada la señoraLinney. —Será colgado, no hay nada que pueda evitar eso. Lo siento. Les daré unos momentospara despedirse, luego deberá retirarse, señora. Morrow se retiró apenas unos metros, manteniéndose de pie y mirando fijo hacia otroextremo. No era posible que no escuchase la conversación. Betty Linney se llevó las manos a la cara y rompió en llanto. Tom la abrazó y acarició consu mano sana. —Madre, no te preocupes, probaré mi inocencia. —Betty lo miró a los ojos,desesperanzada.
—No entiendes, hijo, estos hombres te colgarán sin importar que no seas culpable. Quierenescarmentar a Bennet. Él… hizo mucho por este pueblo, pero tocó a gente poderosa y en algúnmomento todos pagaríamos el precio. Estoy segura de que se trata de eso. Tom tragó saliva, en parte pensaba lo mismo que su madre, aunque la sorprendió lavaloración que tenía de Bennet, nunca antes la había escuchado hablar así del ex sheriff. Por otrolado, a él se le hacía difícil anticipar que intenciones tenía el nuevo jefe. El rostro de Morrow erademasiado pétreo como para dejar traslucir una expresión. Podía tratarse de alguien que sóloimpartía órdenes en la cadena de mando o un perfecto cínico. —Muy bien, sheriff, lléveme a la celda. Betty Linney abrazó por última vez a su hijo y se retiró sin saludar a Morrow. Sabía quedebía localizar a Bennet cuanto antes para contarle de los planes con respecto a Tom y tratar desalvar su vida. *** 2 Ray Stone masticaba un pedazo de tabaco en un intento por parecer más adulto a susdiecinueve. Pecke Walton, en cambio, trataba de prestar atención a cada palabra que DuncanBennet le decía a modo de instrucción previa al reclutamiento. Los había citado en el granero dela granja de Charlie Higgins y ya les había aclarado que no habría pago por ir tras la banda deMcKenzie, incluso hasta que podían llegar a ser prófugos si lograban darles caza y el gobernadorno había ofrecido recompensa por los delincuentes en fuga hasta ese momento. Pero existía laesperanza de lograr un indulto —Bennet esperaba que al menos le concedieran eso— y era todolo que podía ofrecerles, al margen de la satisfacción de hacer lo correcto. La situación de DonWilliams y Mark Sánchez era distinta, ellos necesitaban dinero para mantener a sus familias ypor eso habían acudido a la primera convocatoria en la oficina del sheriff el mismo día en que seprodujo su desplazamiento. —De todos modos, estoy con usted, Bennet —dijo Williams con firmeza—, esa lacra nopuede seguir suelta. Claire podría haber sido mi hija o mi hermana. Cabalgaré hasta donde puedacon ustedes y cuando necesite dinero, me retiraré. Sánchez contuvo la risa a pesar del tono enérgico y serio de su amigo y compañero deandanzas. Don era negro y dudaba de que alguien le creyera el parentesco que acababa deanunciar a modo de ejemplo con la chica asesinada. O con su padre que también lucía una tezpálida propia de descendientes sajones. Él mismo era mexicano pero criado en la Texas actual,que era una verdadera mezcla de razas y culturas. Lo pensó mejor y se creyó más lo de queClaire podría ser la hermana de cualquiera de ellos. —Lo mismo digo —agregó Sánchez—, mis hermanitos pequeños y mi madre no tienenque comer si no los ayudo llevando algo, pero quiero ayudar. Bennet miró a los hombres, pensativo. Charlie asintió con la cabeza, anticipando lo quediría el líder de esa improvisada banda. —Muy bien, antes de agradecerles y de comunicarles cómo seguiremos, tengo algo quedecirles: la búsqueda y cacería de los McKenzie no será eterna. Rastrearemos los alrededoreshasta donde dé nuestra capacidad y si no hay éxito, desistiremos hasta tener noticias. Nossepararemos y reuniremos las veces que sean necesarias y cada vez que estemos disponibles. Essabido que no se quedan en un lugar solo y suelen trabajar en varios pueblos y ciudades a la vez.
Pero luego de nuestro primer intento, tenga éxito o no, Charlie Higgins volverá a su granja ycontratará a quienes estén dispuestos de ustedes para que lo ayuden. No podrá darles un sueldode jornada completa en principio, pero podrán cobrarse en cosecha y algo de carne para llevar asus hogares. Y si la producción crece, pues, se beneficiarán aún más. El rostro de los hombres se iluminó. Sánchez fue el primero en ir a estrechar la mano deHiggins, agradecido, luego los demás lo siguieron, valorando el gesto. —Muchachos, ustedes intentarán darle paz a la memoria de mi hija y eso no tiene precio.Es lo menos que puedo hacer. Hubiese querido no tomar este camino jamás, pero debemospensar en los inocentes a los que esta escoria aún pueda perjudicar. No me perdonaría si no hagonada al respecto. Al terminar con la charla, Bennet hizo un repaso de armas. Charlie contaba con un rifleWinchester y un revolver Colt .45, al igual que Duncan, Stone sacó un Schofield reluciente, altiempo que orgulloso decía que era el arma preferida por el General Custer. Walton no traíaarma, pero se comprometió a conseguir una prestada, al margen de que dijo ser hábil con elcuchillo. Dalton le dio una daga que llevaba en el bolsillo y le pidió que la arrojara contra la vigadel techo. El muchacho lo intentó dos veces y falló. Bennet la arrojó sin mirar y la clavó almedio. Su tiempo con los apaches había dado sus frutos y cada tanto tenía alguna situación pararecordarlo. —No presumas de saber manejar un arma si no estás seguro de dominarla. Nunca. Elprecio por algo así es una muerte segura. —Walton asintió con la cabeza, rojo de vergüenza. El resto de la tarde practicaron puntería contra botellas y latas. Eran peores tiradores de loque Bennet pensaba, pero no tenía más que confiar en su entusiasmo y ganas de mejorar. —Será más difícil de lo que creía, sheriff —señaló Higgins. —Sí y no —respondió Duncan haciendo un segundo de silencio—. Sí, será más difícil yno, ya no soy el sheriff. Higgins lo palmeó en el hombro. —Para mí siempre lo será, Duncan. Espero poder verlo otra vez en esa oficina antes demorir. —Nadie que no sea alguno de los miembros de la banda morirá, Charlie —respondió sinsaber cuánto se equivocaba. *** 3 María intentó apurar al caballo todo lo que podía, pero no era fácil con la cabezaestallándole del dolor y el animal un tanto maltrecho por el incidente. También, a medida que sucuerpo se enfriaba del ataque, aparecían otros dolores en la pierna y en el brazo izquierdo. Veíaasomar por debajo de la manga de su camisa un moretón. Uno de varios, calculaba. Su idea erallegar al pueblo y arrastrar al doctor Percy a que la acompañe y si le alcanzaba el tiempo pasarpor la botica y conseguir algo para el dolor de los tres, porque descontaba que el pobre cocherotambién estaría sufriendo por algún magullón. Tenía un buen ritmo de galope luego de veinteminutos de viaje hasta que vio la columna de humo, antes de tomar la siguiente curva en elcamino. Le dio un tirón a la rienda y frenó al caballo con pericia. Pegó el salto para bajar y lodirigió, con el mayor sigilo que pudo, al costado del camino, retrocediendo varios pasos. El
paisaje no había cambiado demasiado desde donde había dejado la diligencia: era todo frenterocoso de un lado y una pronunciada caída arbolada del otro. El humo salía del lado de las rocas, que le permitían ocultarse. Buscó un lugar por dondetrepar. Ató el caballo a un tronco y comenzó a subir. La roca era bastante irregular lo cual lefacilitaba salientes para poder asirse, pero había perdido la cuenta de la última vez que habíahecho algo así. Muchas cosas habían cambiado desde entonces y por el esfuerzo que le costó, sedio cuenta de que no era la misma persona intrépida a la que no le importaba el peligro deantaño. Cuando faltaban algo así como tres pies para llegar a la cima, se desprendió la roca en laque estaba apoyada. Por fortuna su mano derecha estaba bien anclada y sostuvo el peso de sucuerpo, pero la piedra suelta fue a parar al lomo del caballo, que se quejó relinchando del golpe.No resultó herido. Con mucho esfuerzo terminó de escalar. Una vez arriba siguió avanzandoagazapada, consciente de que estaba cerca de donde salía la columna de humo. El risco se ibaachicando y se quedaba sin margen para ocultarse, se acostó sobre la piedra y continuó reptando.Al llegar al borde pudo identificar de donde salía el humo: un campamento improvisado decuatro hombres y una mujer –en apariencia—, discutían sobre algo que no llegaba a escuchar,rodeando un pequeño fogón. A pocos metros tenía un árbol, si retrocedía apenas podía bajar pordetrás de él y evitar que la vean, de ese modo podría acercarse y entender lo que decían. Esatenía que ser la banda que asaltó la diligencia. Comenzó a desandar el camino y llegó hasta elborde del risco junto al árbol. Estaba mucho más cerca de lo que parecía. Decidió descender porél asiéndose a una rama y en principio tuvo éxito, hasta que se cortó. Cayó en el césped, pudo evitar un nuevo golpe en la cabeza, pero se torció la muñeca conla que apoyó en el suelo. Se repuso como pudo, vio que el grupo estaba demasiado distraído y nomiraban para su lado. Seguía sin poder escucharlos, lo que explicaba porque ellos tampocorepararon en su caída. Creyó en eso, al menos hasta que oyó el martillar de un arma detrás de suoreja. *** 4 —Caballeros, sin dudas lo de ustedes ha sido un verdadero golpe de suerte —dijo con granalegría Zeke Osman, como dando a entender que para él también lo fue—. Me alegro de que apesar de los trastornos inesperados pudieran lograr su objetivo. La realidad es que, a pesar de que les ganaran de mano en la prisión del sheriff para liberara los McKenzie, todo se había dado como Osman les había dicho. Lugar y horario estimado delpaso de la diligencia, asalto efectuado con dinamita al primer intento, hombres neutralizados,botín robado y partida sin testigos. No tuvieron necesidad de matarlos, aunque uno de ellosquedó malherido. —Felicitaciones. Osman revisó la bolsa con las joyas: tal como sabía que ocurriría, los tres camafeos estabanen ella. El verdadero era el cuarto, pero si se seguía dando todo como lo había planeado, María lotendría consigo y se lo entregaría lo antes posible. Recordó que, cuando le dijo a la mujer que nose lo robarían y debía conservarlo para dárselo en persona, nunca le aclaró que los atacarían condinamita o que saldrían heridos. Debería cuidarse de su reacción la próxima vez que la viera, quedescontaba que no sería demasiado amistosa. — ¿Están seguros de que la mujer no sufrió daños?
—No, sólo le di un golpe para desmayarla —aclaró el más veterano de los tres hombres. —Muy bien, pueden retirarse. Cuiden su dinero, gástenlo bien. No siempre existenoportunidades como ésta. Los mercenarios se despidieron con expresiones felices. El monto de dinero recibido,proveniente del botín de la diligencia asaltada, hacía que olviden cualquier detalle que lespareciera fuera de lo normal. Antes de que pudiesen franquear la puerta, Osman les hizo unaúltima pregunta. —Disculpen, señores, ¿ustedes podrán orientarme sobre a quién podría contratar sinecesitara deshacerme definitivamente de alguien? Los hombres se miraron. El mismo que asumió el golpe a la mujer en la diligencia, sevolvió. —Robert Allison, señor, soy yo a quien necesita. Sé cómo y cuándo eliminar a alguien porencargo, sin importar quien sea. —Muy bien, parece que definitivamente hoy la suerte está de nuestro lado. ¿Trabaja solo oen equipo? —Allison hizo una seña y los otros salieron—. Solo, no es que no confíe en ellos,pero prefiero tener toda la responsabilidad en cosas delicadas como esta. ¿A quién necesitadespachar? Osman carraspeó y tapó su boca con la mano antes de pronunciar el nombre de su víctima. —A Duncan Bennet. Allison puso cara de sorpresa. — ¿El ex sheriff? Pensé que ya no sería una molestia para nadie. Sé que muchos queríanverlo muerto cuando les quitó el negocio. ¿Sigue siendo un riesgo? Osman se puso un tanto incómodo, no quería dar demasiados detalles, pero también debíaasegurarse de que su asesino tuviese la información necesaria. —No es que sea de su incumbencia ni le sirva como dato para el trabajo, que quede claro,pero un hombre como Bennet siempre molesta. Y si en las próximas elecciones resulta ganador,ya no se lo podrá desplazar. Hay que aprovechar su momento de mayor debilidad. —Entendido. Delo por hecho, pasaré a cobrarle cuando esté listo. — ¿No le interesa saber de cuánto es el pago? Allison mostró una sonrisa desdentada que lo hacía ver un tanto monstruoso. —Ya me demostró ser un hombre generoso, Sr. Osman, lo que diga estará bien. Esa clase de cosas enorgullecía al asesor del banquero; el prestigio y respeto del quegozaba hasta por parte de los asesinos. Estrechó la mano del mercenario y lo acompañó hasta lapuerta. Sólo le faltaba recuperar el camafeo y ya podría despedirse de su trabajo como sirvientegenuflexo de Ellison Hanke. *** 5 El caballo de Imalá entró por la calle principal con la misma prudencia que llevaba sudueña. La mujer apache sabía que no era el mejor lugar para pasearse o buscar hospedaje.Muchas de las personas que la miraban con verdadero odio y asco habían sido víctimas de lagente de su tribu. Y algunos de ellos, en cambio, sus asesinos. Pero también recordó que cuandosu Halcón Rojo llegó casi desnudo a su tribu, y a pesar de lo que tardaron en aceptarlo, nadie lolastimó o atacó. Esperaba correr la misma suerte. El cuello no le dolía a pesar de la mordida de
serpiente que se convirtió en marca, y tampoco se sentía débil o enferma. Eso le ayudaba amantenerse alerta. —Maldita india, ¿cómo te atreves? —vociferó un hombre obeso desde una mecedora, alotro lado de la calle. — ¿Te perdiste, “perra sentada”? ¿Qué haces tan lejos de casa? —gritó un muchachorisueño mientras dos de sus amigos estallaban en una carcajada. Pero Imalá continuaba sin mirar a nadie ni responder las provocaciones. Vio el cartel de“Hotel” en la siguiente calle y apuró un poco el tranco. Al llegar, ató a su caballo junto albebedero y entró lo más rápido posible. El hall de entrada tenía poco mobiliario, pero parecíalimpio y ordenado. Una señora que parecía un compendio de arrugas y gestos de amargura dejóuna bandeja sobre el aparador que tenía a su lado cuando la vio entrar. —Alto ahí, muchacha, ¿dónde crees que vas? —Necesito información. Y tal vez, rentar una habitación. Tengo dinero de hombre blanco. La mujer la miró con desprecio. —Pues bien, no nos interesa tu dinero. Márchate. —Sólo quiero saber… si conoce a Duncan Bennet. La mujer alzó las cejas en señal de sorpresa. — ¿Bennet? ¿El ex sheriff? Claro que lo conozco, pero no lo he visto desde que lo echaronde su oficina. Ahora fue Imalá la sorprendida, no sabía que su Halcón Rojo había llegado a sheriff.Aunque al parecer ya no lo era, ¿tendría que ver con el peligro que Skah le anunció que pesabasobre él? — ¿Lo echaron? ¿Sucedió algo malo? — ¡Demasiadas cosas! Bennet es un buen hombre, pero cometió dos graves errores;mataron a una chica en sus narices y cuando atrapó a los culpables, se le escaparon antes de quepudiera colgarlos. Mucha mala suerte para mi gusto. Ahora vete, ya tienes la información. — ¿Y no sabe usted dónde podría hospedarme? La mujer se quedó mirándola unos segundos. Por un instante Imalá notó que se conmovía. —Cruzando la calle a unas pocas yardas está el salón de Eldmon. Tiene cuartos de alquileren los que atienden sus mujerzuelas. No creo que tenga problemas en rentarte uno. Inclinó su cabeza en señal de agradecimiento y salió de allí. Al menos sabía que Duncanaún vivía en El Charco. No podía dejar de estar emocionada al saber que había sido sheriff,sentía orgullo por él. Pero ahora debía pensar en cómo ubicarlo antes de que le suceda lo quepredijo Skah. Cruzó la calle con su caballo y esta vez lo dejó en el umbral del salón que lerecomendó la señora del hotel. Alisó sus ropas y entró empujando las puertas vaivén. El lugarestaba atestado de parroquianos bebidos y otros que jugaban a las cartas, un poco más sobrios,pero igual de exaltados. Cuando repararon en su entrada comenzaron a voltear para verla y almismo tiempo a susurrar. Imalá se acercó a la barra. El despachante la miró con algo de sorpresa. —Disculpe, quisiera saber si tiene alguna habitación disponible. — ¿Estás segura de lo que quieres? —respondió el hombre repasando un vaso con frenesí—. Te aconsejaría que te retires ahora mismo, no queremos problemas. —Tengo dinero. Una voluta de humo le nubló la vista y la hizo toser, provenía de un hombre alto que ladoblaba en tamaño. Se le había puesto al lado fumando un cigarro que despedía un olornauseabundo. —No necesitas dinero, con gusto te pagaré la noche de alojamiento, preciosa.
—Le agradezco, señor, pero no lo quiero. El hombre le tomó la muñeca con fuerza, arrojó el cigarro a medio terminar y se lo colgóen el sombrero a un jugador de póker en la mesa más cercana. Las chispas comenzaron aagujerear la pana sin que el receptor se diera cuenta. Sus compañeros de mesa comenzaron areírse sin avisarle del incidente. —Escucha, sucia piel roja, te estoy dando la posibilidad de que pases la noche como unareina y no como un pedazo de carne salvaje para el disfrute de todos estos borrachos. ¿O en seriocrees que saldrás sana y salva de aquí? Imalá no tuvo miedo, de hecho, sentía ira, mucha ira y ganas de estrangular a ese hombrecon sus propias manos. Miró fijo al extraño a los ojos, sin intentar quitar el brazo de su muñeca. —Pruébeme, señor. Intente hacer lo que dice que me harán sus amigos y verá si lo logra. De repente una botella se estrelló en la cabeza del acosador, que soltó la mano de la india yse volvió hacia su atacante. En apariencia el golpe no lo había afectado. Quien le había dado conla botella le apuntaba con su revolver a la cabeza. —Déjala en paz, no es de tu propiedad. — ¿Otra vez molestando, Hutch? ¿Quieres que te dé otra golpiza? El agredido no parecía molesto, sino apenas fastidiado. —No, esta vez quiero que pruebes mis balas. —Eres una rata cobarde, estoy desarmado. —Pues toma —dijo arrojándole un Colt que desenfundó de su segunda cartuchera—.Vamos afuera. Los presentes comenzaron a vitorear y a gritar de júbilo. No había demasiados duelos en ElCharco y celebraron que se diera la oportunidad. Todos sabían que Donnie Morgan, el grandulónque acosó a Imalá, le había dado una paliza tremenda al joven Hutch Templeton algunas semanasatrás. El muchacho, que no olvidaba eso tan fácil, encontró una ocasión para vengar talhumillación. Mientras tanto, desde la otra punta del salón, alguien que parecía ajeno a lo que estabapasando, no dejaba de observar a Imalá. *** 6 María no tenía miedo de ser interrogada por intermedio de la tortura. Parte delentrenamiento de los rangers era la tolerancia al dolor y sabía que podía pasar con algo dedignidad por una situación así. Lo importante era no perder la conciencia y observar cada detalleque distinguiera en esa pandilla y pudiera servirle. Estaba sentada junto al fuego con las manos ypies atados, en medio de los cinco maleantes y la chica a la que no podía identificar. —Hay algo que no entiendo, chicos —dijo con un tono casi jocoso—, ¿cómo es que no sealejaron a todo galope del lugar del robo una vez que se hicieron con el botín? ¿No saben que yalos están buscando? Yo sólo soy una exploradora, parte de más de un par de docenas en total. McKenzie se agachó para mirarla a la cara. La estudió unos segundos con gesto depreocupación. Luego se giró y miró a Claire. — ¿La conoces? —la chica negó con la cabeza, pero se acercó. Decidió probar con diálogoamable. — ¿Dices que ya robaron la diligencia? ¿Crees que fuimos nosotros?
—No soy estúpida, ustedes son de la banda que escapó ayer de la prisión de El Charco. Ysería demasiada coincidencia que no fueran quienes cometieron el robo. McKenzie se acercó un poco más al rostro de la joven. —Eso quieres decir que ni siquiera los vieron venir. De hecho, para que los confundas connosotros, puedo decir que han hecho un buen trabajo despistándote. —Se volvió hacia Claire—.¿Esta mujer está diciéndonos sin saberlo que nos quedamos sin botín, sabelotodo? Claire no perdió la calma y siguió hablando con María en un tono cordial. —Te aseguro que no fuimos nosotros, quizás si nos dieras detalles podríamos demostrarteque no robamos nada. María pensó en mentir, pero no le vio la utilidad. —Volaron nuestra diligencia, un sólo cartucho de dinamita arrojado desde un costado delcamino por alguien con la cara tapada. Es todo lo que pude ver. Supongo que cuando perdí laconciencia luego de que alguien me golpeara por detrás, más asaltantes se ocuparon del botín.Cuando desperté ya no quedaba más que la carreta destrozada y mis compañeros heridos. — ¿En qué consistía la carga? —Dinero y joyas. McKenzie estaba perdiendo la paciencia. Otra vez se dirigió a Claire. — ¿Quién te enseñoa interrogar? ¿No te das cuenta de lo rápido que responde? Está mintiendo. En unos instantes tedirá que tiene algo que nos sirve sólo para que no la matemos. —No ganaría nada mintiéndoles. Si digo que fueron ustedes es porque me cuesta creer quealguien más sepa de la diligencia y sea otra banda de forajidos. Y, de hecho, sí tengo algo paraofrecerles, a cambio de ayuda. Claire volvió a tomar la palabra. — ¿Qué necesitas? —Mi compañero está herido, debo ir por un médico, o alguien que pueda atender suherida. Se desangra. — ¿Y pretendes que te escoltemos al pueblo? ¿No acabas de decir que sabes que somos losprófugos? No necesito saber qué ofreces para decirte que está fuera de discusión. —agregó casi alos gritos un alterado McKenzie. —Sólo hay una cosa que puede servirnos— dijo Claire, anticipándose y mirando fijo a losojos de María—. Y parece que sabes exactamente de qué se trata —María devolvió la mirada.Por alguna extraña razón se veía impulsada a confiar en ella. —Así es, ayúdenme a salvar a mi compañero y les daré el camafeo. — ¿Dónde lo tienes? —No conmigo, claro está. Acompáñenme y se los daré. Claire asintió y miró a McKenzie con una sonrisa. El viejo levantó su sombrero y se rascóla cabeza, sin poder entender cómo ambas mujeres sabían de qué hablaban sin conocerse. —Muy bien, llévame a donde está tu amigo y me encargaré de salvarlo —sentenció Claire—. Y luego despídete de El Charco porque el precio que pagarás por eso será muy alto. —Lo sé. Y ya no me importa. *** 7
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