Felicitación del Jefe de Brigada a los que volvíamos de la Batalla. Escudo del Escuadrón Canberra. 51
Ediciones iNSomnes Canberras en línea. Vuelo entre dos fragatas. 52
Jorge Luis Reyes, en 1982, ya era Oficial de la Fuerza Aérea, con el grado de Teniente y su especialidad era la Artillería Antiaérea, por eso fue destinado a la defensa de la Base Aérea Militar Malvinas. Estuvo en las Islas desde el 5 de abril hasta el 20 de junio. 53
Ediciones iNSomnes La guerra es dulce para aquellos que nunca han luchado. (Jess Rothenberg) A las 07:00 hs. del 28 de Mayo todos los integrantes de la batería trabajábamos en la nueva posición, vuelta a llenar bolsas de arena y a preparar murallas de tierra; el lugar era bastante bueno y estaba al lado de un campo minado. El movimiento era constante, todos sabíamos qué hacer porque ya lo habíamos hecho antes y no hacían falta órdenes. Habíamos asumido la gravedad de lo que se nos venía encima y tratábamos de estar listos cuanto antes. Estábamos en combate desde el 1ro. de Mayo y ya nuestros cuerpos y nuestras mentes estaban adaptados a la realidad de la Guerra. Habíamos terminado de cambiar de posición y desde este punto nos preparábamos para enfrentar al enemigo. —Traten de levantar más esa pared por si nos tiran con un misil antirradar —nos dijo el Jefe de Escuadrón. Junto a nosotros se veían unas chapas colocadas en forma muy desprolija y precaria, había un hueco de entrada como si fuera una cueva, pero el refugio estaba lleno de agua y tiznado como si alguien hubiera hecho fuego adentro; no se veía nada. No nos detuvimos, teníamos mucho que hacer y los Harrier vendrían en cualquier momento. Y así fue, a las 11:00 hs. dos Harrier se lanzaron sobre el aeropuerto en vuelo rasante. Fierro 6 y Skyguard abrieron fuego simultáneamente, era increíble la capacidad de reacción de estas baterías antiaéreas que estaban tirando a los dos segundos de ver el blanco; los disparos llegaron hasta el avión que se alejó averiado. El otro avión, al ver la reacción sobre el que lo antecedía, giró hacia el sur y en ese momento un 54
misil Roland nos sorprendió a todos, ya iba en su búsqueda. Una enorme explosión le siguió y una bola de fuego cayó en el mar. Teníamos que terminar nuestro trabajo ese día para sumarnos a la defensa, sino seríamos meros espectadores. Entre las chapas me pareció oír un ruido. —¿No habrá alguien acá? —No, no creo, si está todo bajo agua— dijo Cardozo. Me acerqué para espiar pero no vi nada. Para equipar el nuevo refugio hacían falta algunos elementos que estaban en la antigua posición, con Garay fuimos a buscarlos. En el camino nos sorprendió un ataque de Harrier, eran las 16:20 hs. cuando escuchamos las explosiones a cien metros de donde estábamos. Corrimos al primer refugio a mano, sin saber de quién era, y nos encontramos con dos soldados en la puerta que no se animaban a entrar. Los metimos a cubierto de un empujón y caímos los cuatro al suelo, acababan de explotar dos bombas más. A las 17:00 hs estábamos de regreso en nuestra posi ción. Me encontraba de espaldas a la cueva de chapas y Rivarola me hizo señas para que mirara atrás. —¿Y esto qué es? —exclamé. De entre las chapas había salido un pie, el borceguí era pura agua y el pantalón de un verde gris turba inmundo. Lentamente una pierna fue desplegándose fuera de ese asqueroso agujero. Una mano negra, tiznada de hollín, 55
Ediciones iNSomnes se sujetó de los bordes y una cabeza desprolija y sucia comenzó a salir de ahí adentro. Todos nos quedamos mirando estupefactos, no parecía real. Se incorporó, se puso el casco, nos miró, miró la central de tiro, miró el cañón con ojos de asombro y de incredulidad, y se paró firme. Habíamos llegado, instalado el equipo, nos estaban atacando desde hacía horas y él recién salía. Al rato apareció otro soldado tan en ruinas como el anterior. —¿Cómo te llamás? —le pregunté. —Víctor Daniel Rena. —¿A qué unidad pertenecés? —Al Regimiento de Infantería 25 —me contestó. —¿Y este es tu puesto? —Sí. —Mirá, nosotros vamos a instalarnos acá, así que cual quier cosa que necesites pedímelo. Que idiotez, acababa de decirle, este soldado nece sitaba todo. —Vení, Cardozo. Cuando mañana traigas la máquina para hacer la protección de la central, acomodale el puesto a estos soldados. Se hizo de noche rápidamente, a lo lejos veíamos Mon te Longdon y Two Sisters y un poco más atrás el impo nente Monte Kent que, en esos momentos, estaba siendo ocupado por los ingleses; un frío glacial reinaba sobre ese páramo inhóspito. El terreno parecía deshabitado pero no era así, ambos ejércitos tomaban posición frente a su enemigo, ya nadie podía suspender el colosal cho que, es más, nadie realmente quería suspenderlo; frente a ese tablero siniestro que tenía ante mi vista, todos ha 56
cían sus últimas apuestas esperando una victoria. Pero cualquiera fuera el resultado ya no sería demasiado estridente, por lo menos acá, había corrido mucha san gre y, en los días que se avecinaban, presentíamos que correría mucha más. La vida me había dado la oportunidad de vivir mis vein ticinco años intensamente, sólo esperaba que la muerte me diera también la misma chance. Sin que lo notára mos, nuestro misterioso vecino se había metido en su cueva, una tenue lucecita nos indicaba que no se había dormido. Nosotros nos juntamos dentro del refugio para comer y descansar. El 1 de junio a la mañana fui hasta Puerto Argentino con Walter. Había recibido una caja de alfajores que me mandó mi cuñada y decidí llevarla al hospital para dársela a algún herido. Era la tercera visita que hacía allí, las dos veces anteriores fui a visitar a gente de la batería y a un piloto eyectado. La actividad del hospital era cada vez más incesante, nadie me había mandado, lo mío simplemente era una manera de no perder el sentido de la humanidad que, por la presión del combate, a veces se diluía. Y, también, creo que era una forma de hacer por alguien lo que me gustaría que hicieran conmigo. Mien tras en 200 millas a la redonda se luchaba por matar, en esas dos manzanas que ocupaba el hospital se luchaba a brazo partido por la vida. ¿Cuántos médicos y enferme ros, héroes anónimos de esta guerra, pasaban días ente ros sin dormir, suturando, operando? Eran un rayo de luz en esta gran noche. En el hall había un grupo de heridos en sus camillas, estaban esperando ser trasladados a un buque hospital 57
Ediciones iNSomnes que los llevaría de regreso a casa, ya habían dado todo, ahora sólo ansiaban volver a estar con sus familias. No había gritos ni corridas, como muchos imaginarían, por el contrario, reinaba la calma. En los rostros de estos hombres se veían reflejados los gestos del dolor, pero no había quejas. Los dos problemas más grandes eran las es quirlas y el pie de trinchera. Las esquirlas producían heri das cortantes, desgarros y hasta podían seccionar un cuerpo, y la otra plaga, el pie de trinchera, se producía por el suelo blando y húmedo sumado al frío intenso que nos dejaba sin sensibilidad en las manos y en los pies. Producía laceraciones incurables, dolor agudo y un malestar generalizado. Regresé al aeropuerto sin dejar de pensar en esos mu chachos, ellos llevarán para siempre las marcas del com bate en sus cuerpos y no les va a ser muy fácil olvidar este doloroso capítulo de nuestra historia. Nuestros cañones ya estaban listos y a partir de ese momento volvimos a entrar en acción. La batería de Skyguard acababa de derribar un Harrier, todo seguía igual. Nuestro vecino, el soldado Rena, había recibido la visita de un Cabo que sería su jefe de sección, vi cómo hablaban a un costado y cómo el Cabo le hacía recomen daciones señalando los sectores de los alrededores. Me moría de ganas de saber qué podía decirles, pero no quise que se dieran cuenta de que los escuchaba. Cuando los soldados quedaron solos y volvieron a su posición los llamé: —Vengan soldados, ¿pasa algo? —Nos dieron directivas. 58
—Y se puede saber ¿Qué les dijeron? —les pregunté con curiosidad. —Que en caso que ataquen los ingleses, tenemos que darles protección terrestre. —¿Ustedes?- ya estaba al borde de la risa. —Si, con mi compañero. Eran las 20:00 hs. y se escuchaban los cañonazos del otro lado de la ciudad. Dos bengalas habían iluminado el cielo de Puerto Argentino y unos disparos de armas livia nas completaban el cuadro total. En la mañana del 2 de junio, cuando nos levantamos, me encontré con el soldado Rena, de guardia cerca de nuestro cañón, lo saludé con la mano y me contestó. To dos nos habíamos encariñado con él porque era un chico sencillo y dócil. Más tarde lo llamé. —¿Así que vos nos vas a dar protección terrestre? —Sí, con mi amigo —los dos eran inseparables. —Bueno, entonces mostrame tu fusil. De tanto estar en el agua, su fusil se había oxidado, es taba lleno de tierra y arena. Para un soldado en combate no hay nada más importante que su fusil (porque de él depende su vida), por eso lo cuida y lo limpia en todo momento obsesivamente; pero de soldado éste tenía muy poco y su arma era un espejo de cómo estaba él. —Tomá el fusil y cargá —le ordené. Cuando tiró el cerrojo para atrás se quedó trabado, no volvía, era imposible que volviera. Si eso le sucedía fren 59
Ediciones iNSomnes te al enemigo era hombre muerto. Lo llamé a Pedernera que era nuestro armero. Cuando vio el fusil casi se pone a llorar. A ver si le podemos limpiar el fusil, a Víctor y a su ami go. Se lo desarmó y limpió pieza por pieza, con toda meti culosidad lo engrasó y aceitó, y se lo devolvió impecable. —A ver, ahora cargá. Cargó. —Ves esos tambores de 200 litros, apuntá y tirales. Estarían a ciento cincuenta metros de nosotros. Se acomodó torpemente, apuntó y tiró, el disparo pegó a sólo diez metros frente a nosotros. Creí que me hacía una broma. —Tirá otra vez —le exigí, mientras le miraba la cara. Nuevamente pegó casi a nuestros pies, tiró con los o jos cerrados, tenía miedo, yo apostaba lo que fuera a que no había tirado nunca. —Vení, Víctor, decíme: ¿Cuántas veces tiraste en tu vida? —Dos veces. Dios mío, era el 2 de junio, llevábamos 31 días de com bate, no sabía cuántos días faltaban para terminar esto, pronto estaríamos cuerpo a cuerpo con el enemigo, y no sabía tirar. Pacientemente les enseñé a tirar a los dos, a 60
tomar con firmeza el arma, a contener la respiración, a elegir el blanco, a no apretar con violencia el disparador y en muy poco tiempo estuvieron listos, era cuestión de dedicarse un poco, nada más. El 3 de junio entraba de turno a las 06:00 hs; cuando me dirigía al aeropuerto, me hicieron señas de alarma roja. Se escuchaban las turbinas de un Vulcan sobrevolar el aeropuerto y la ciudad, en un circuito hipódromo. Co mo preveíamos un ataque con misiles antirradar, todos los radares estaban apagados y no había un dato concre to de altura y distancia, pero lo escuchamos claramente durante veinte minutos dar vueltas sobre nosotros. Ese día, en la batería de skyguard próxima a la entrada del aeropuerto, estaba de turno el Teniente Alejandro Dachary. Me tiré cuerpo a tierra detrás de unas piedras, esperando que el camino se despejara. Desde ese lugar veía al cañón de 35 mm. en operación, pero no a la cen tral de tiro. La potencia de esas turbinas me ponía los pelos de punta. En forma sorpresiva vimos aparecer un misil, el trazo fue vertiginoso y una luz blanca cruzó el aire produciendo una terrible explosión. Me subí al jeep y salí a toda velocidad. Al pasar junto a la posición atacada presencié una imagen terrorífica. El misil pegó de lleno en la central de tiro matando a los cuatro operadores; miles de esquirlas fragmentarias habían terminado con la vida de cuatro camaradas. Llegué a mi posición, había que seguir adelante, care cíamos de alternativas. Teníamos un equipo similar y comprendimos rápi damente lo que no debíamos hacer. Todos trabajábamos en el refugio, nuestro vecino Víctor miraba sin sumarse al trabajo. Se lo veía más contento y más confiado, por lo menos ahora sabía tirar y tenía un fusil impecable. Cual 61
Ediciones iNSomnes quiera de nosotros, cuando se lo cruzaba, le hacía mostrar su fusil para comprobar que estuviera limpio. —Veníte a comer con nosotros —le dije. La invitación lo sorprendió pero aceptó y, a partir de ese momento, fue uno más de nosotros, se integró totalmente, nos contaba de su casa en Río Cuarto, de sus hermanos: creo que fuimos para él los hermanos mayo res que siempre nos sacan de líos y él fue muy dócil y agradable con todos. Aprendía día a día todo lo que le enseñábamos, era muy vivo y, a medida que pasó el tiempo, se convirtió en un verdadero soldado, y más tarde tuvo la oportunidad de demostrarlo. A las 14:00 hs las tropas inglesas instalaron dos cañones con un helicóptero en las montañas frente a nosotros. Los veía correr para tratar de poner en servicio los cañones. Por radio pedimos apoyo. Estaban fuera de nuestro alcance, pero el cañón que instalaban podía barrer todo el aeropuerto. Rápidamente metimos en el refugio todos los elementos vulnerables, tapamos los tambores de nafta y escondimos la munición. Nos movimos rápido y sin dudar. Estábamos a la vista del enemigo y eso siempre nos producía una extraña sensa ción. Cuando buscábamos cubierta para los primeros disparos, un cañón nuestro de 155 mm. abrió fuego con mucha precisión sobre los invasores. Quedaron desar ticulados, trataban de protegerse porque los tomó total mente de sorpresa. Nosotros disfrutábamos de esas escenas que bien podrían haber sido las nuestras. Mu chas de ellas se perderán en el olvido del análisis de la gran batalla, pero son imborrables para nosotros porque cada uno de esos pequeños éxitos nos hacían vibrar de 62
alegría, de satisfacción y de orgullo. Los ingleses com prendieron lo inoportuno de su visita y se alejaron dejando todo abandonado. 63
Ediciones iNSomnes ”Hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria” (Jorge Luis Borges) Asumir la derrota fue muy doloroso, la presentíamos pero igualmente nos sorprendió, nos dejó sin respues tas. La tarde de ese 20 de junio estábamos tratando de ser evacuados de las Islas. La imagen era patética, no po díamos con nuestros propios cuerpos y ni que hablar de nuestras almas. Pero la atención de la gente ya no estaba acá, estaba en España porque ese día, por el mundial de fútbol de 82, jugaban Argentina y Bélgica. Y, aunque pa rezca un cuento, ya no éramos el centro de la atención. Muchos pensarían: estos ya perdieron y se rindieron, no quiero saber más nada de ellos, ahora quiero seguir la ilusión de la Victoria con el seleccionado de fútbol. Como si hubiéramos sido un evento más en el calendario del cinismo. Qué dura y terrible puede ser la realidad, qué inces tuosa y sangrienta es la sociedad que devora vidas, sueños, ideales con la ansiedad del verdugo. Estábamos más para la piedad que para cualquier otra cosa y mu chos empezaban a darnos las espaldas, a cambiar la radio buscando algo más optimista cuando aparecían noticias nuestras, a buscar nuevos héroes y, lo que es peor, algunos pensaban en cómo sacar ventajas perso nales de este drama o no pagar los costos de tanto fracaso. Todavía no habíamos reaccionado y ya estába mos condenados a la frustración y al olvido. El barco seguía anclado frente a Puerto Argentino, me dieron elementos de aseo y me ubicaron en un camarote, no quise mirar más hacia las Islas. 64
Walter seguía conmigo, nos tiramos en las cuchetas y nos quedamos casi tres horas sin hablar. A las 19:00 hs. fuimos al comedor del barco, que en esos momentos acababa de zarpar. El comedor era moderno y lujoso, muy bien calefaccionado, un contraste muy grande con nuestra anterior noche de prisioneros en la barraca. Había un grupo muy numeroso de oficiales de las tres armas hablando de la guerra. Un oficial de la marina, perteneciente al Irizar, estaba discutiendo acaloradamen te con otro del ejército recriminándole la falta de movili dad y de eficacia durante el combate final. El otro, un Mayor del ejército, casi no respondía, tenía su uniforme a la miseria y su cara era el reflejo de los duros momentos que había vivido, estaba como estaríamos todos. Me indignó la situación y, a pesar de ser superiores en jerar quía me metí en el medio. —Es muy fácil decir todas esas cosas cuando uno pasa la guerra aseado y bien comido en un buque hospital, porque usted no tiene pinta de haber combatido. Había que estar allá. Desde atrás surgió una voz que me interrumpió, y dijo con indignación: —La verdad es que no vimos muchos barcos de nues tra Marina de Guerra apoyándonos por acá. Se armó un desbarajuste tan grande que creí que empezábamos a las trompadas, y así hubiera sido si no nos separan unos hombres del BIM 5. Pero si este hombre pensaba así, siendo un oficial que estuvo cerca de la zona de combate, evacuando prisioneros y heridos, 65
Ediciones iNSomnes viendo en carne propia las huellas del combate, ¿qué pensaría la gente común? ¿aquellos que estaban tan lejos, en sus trabajos, en las oficinas, en las fábricas, con una información mucho menos objetiva y más deforma da? Sin darme cuenta, estaba asistiendo a la parte más dura del combate, a la más cruel. Ingenuamente, pensá bamos que todo había terminado pero no era así, lleva mos una marca como la lepra, de la cual no podremos deshacernos nunca. Haber perdido nos quitaba el dere cho de sentir orgullo por haber peleado. ¡Qué ironía!. Tal vez me respeten más los pilotos ingleses contra los cuales combatí que mis propios conciudadanos. La entrada por el Canal de Beagle la hice sobre la cu bierta del barco, nuestro destino era Ushuaia. La tranqui lidad del agua en el estrecho, las montañas nevadas y la cantidad de aves que circulaban detrás del buque, pare cía un sueño, ya casi llegábamos a casa. La nave atracó en una maniobra normal; tuvimos que esperar algunos minutos para desembarcar, hasta que llegaran los micros que nos trasladarían al aeropuerto de Río Grande. Los pobladores de la ciudad fueron aproximándose con curio sidad y cariño. La gente del sur vivió esos momentos de manera diferente a la de otras ciudades del país, se sen tían más cerca de las tropas, las habían visto partir; ésta había sido también su guerra, se reunían en grupos silen ciosos a ver la salida de los aviones de combate, habían aprendido a calcular el tiempo para el regreso e iban a esperarlos. Vibraban de emoción cuando llegaban todos y se desesperaban cuando pasaba el tiempo y tomaban conciencia de que ninguno regresaría. El corazón de la gente se modela con acciones y esta gente, tan alejada de los frívolos centros del poder, tenía conciencia del sacrificio de esos días. Muchos se acercaron para saludar 66
Ediciones iNSomnes nos o solamente mirarnos. Nosotros no podíamos ni siquiera contestarles con un saludo alegre. Cerca de la 01:00 hs. despegó el Boing 707 que desde Río Grande nos llevaría a El Palomar. Atrás, cada vez más lejos, iban quedando las Islas, resignadas a su destino de despojo y sangre. Pronto llegaría a casa y todo esto pasaría a ser un recuerdo. Volvíamos en silencio, nadie tenía ganas de hablar. Lle gamos a El Palomar a las 05:00 hs., todavía era de noche; nos hicieron formar al pie del avión y avanzar por las calles de la unidad a oscuras. Nos llevaron al patio de tropa. Ese patio era un enorme rectángulo al cual se accedía por una arcada de entrada, por los cuatro costa dos estaba rodeado por dormitorios de los soldados. La planta superior tenía unas galerías que daban sobre el patio. De noche y en esa oscuridad total, parecía una boca de lobo. No entendíamos que hacíamos allí, pero nos dejábamos llevar. De pronto, el que conducía ordenó. —Agrupación alto. Displicentemente, nos detuvimos. En ese instante se encendieron todas las luces: todos los soldados y el personal de Palomar estaban en esas galerías, la banda empezó a tocar diana de gloria, desde los balcones llovie ron papelitos blancos, a los gritos bajaron las escaleras corriendo y todos nos confundimos en un solo abrazo. Sentí un dolor en el pecho por la emoción, esa actitud me devolvió el ánimo. Me las arreglé para llamar por teléfono a casa, mi madre no podía creerlo, su hijo estaba de vuelta. A toda costa quería saber dónde estaba para ve 67
Ediciones iNSomnes nir a verme, me costó convencerla de que no viniera porque no íbamos a quedar mucho tiempo ahí. De El Palomar nos llevaron a la Escuela de Suboficiales de Ezeiza; ni bien llegamos, nos dieron ropa limpia y calzado y nos metimos en las duchas con todo el tiempo del mundo para bañarnos, hacía dos meses que no lo hacía. La grasa, el humo y la pólvora formaban sobre nuestra piel una costra muy difícil de disolver, me jaboné cinco veces y todavía me salía mugre. Me lavé el pelo con el mismo jabón y el agua negra que me chorreaba parecía aceite. Finalmente y tras 45 minutos de baño, me cambié. Muchos dejaban sus uniformes para que los quemaran, yo pedí una bolsa de plástico y lo guardé todo, no podía desprenderme de mi ropa; aunque sucia y maloliente, guardaba mi sudor, el sudor de los momentos en que peleaba por la patria y por mi vida. Tenía pegada entre sus fibras la tierra y la turba de las Malvinas y todavía estaban adheridos a mis borceguíes mechones de pasto y barro de ese suelo siempre nuestro. ¿Cómo iba a cometer el sacrilegio de desprenderme de ellos? Sentía que, más que ropa, era mi propia piel de soldado. El regreso a Mar del Plata fue tranquilo, estaba cerrán dose el círculo que había comenzado el 5 de abril cuando salimos de nuestra unidad, ahora volvíamos al mismo lugar. En la base nadie fue a recibirnos, sólo el oficial de servicio. Mi habitación estaba igual a como la había dejado hacía casi tres meses y, sobre mi cama, mi valija y la bolsa que el 13 de junio por error quedaron en el avión. Era toda una sorpresa. Las abrí con ansiedad, se habían salvado igual que yo, por casualidad. Allí estaban mis cartas, mis papeles, una imagen de la Virgen de Lourdes, el manual de la máscara antigás, la esquirla que usaba de amuleto, las instrucciones en caso de tomar prisioneros, 68
la estampita de Víctor Rena y unas latas vacías de cerveza inglesa tomadas en el faro, eso era todo lo que me había quedado. Me sentía perdido. Acostumbrado a andar a los sobre saltos, no escuchar ahora las balas y las explosiones me hacían sentir inseguro; de tanto dormir en el suelo la cama me parecía peligrosa, la calefacción me ahogaba, prefería el cielo abierto y no estaba seguro de querer ver a nadie. Cualquier explosión del escape de un motor o del encendido de un calefón bastaba para que reaccionara co mo un animal. María Elena llegó de Tandil a las 16:30 hs, fui a buscar la a la terminal. Tenía enormes ganas de verla y a la vez miedo de que no me reconociera. Me escondí tras una columna y disfruté viéndola avanzar por el pasillo y bajar del ómnibus. Fue un reencuentro hermoso, ahora ya estábamos juntos y, poco a poco, tratamos de retomar todos nuestros planes de formar una familia. Los parien tes, a medida que se enteraban que había regresado, or ganizaron cenas para homenajearme y de paso les habla ra de las Malvinas, nunca tuve la agenda tan ocupada. Gradualmente, me empecé a sentir mal porque que rían saber lo que yo quería olvidar. Me preguntaban si había visto a un inglés, si había estado en peligro de muerte o si había matado a alguien, como si el mérito de la guerra estuviera sólo en eso. Me sentía mal, mi vida se había partido en dos y yo estaba en ese momento justo en el aire. 69
Ediciones iNSomnes Mi vida ya no volvería a ser igual, a los 25 años estaba seguro de haber hecho lo más importante que, como hombre, podría hacer. Cualquier persona tiene una ex pectativa de superación y progreso, siempre se confía en mejorar y realizarse con la madurez. A mí me falta ese sentimiento, siento que lo más decisivo ya lo hice. Lo que sucedió después es una historia compleja. Perdimos y de la peor manera; sin haber logrado al menos el recono cimiento de nuestra gente. Los gobiernos, empezando por los militares, trataron de no tener problemas, nadie se hizo responsable de los errores que se cometieron ni de las secuelas de la guerra, ni siquiera las Fuerzas Armadas que planificaron todo esta operación. Algunos sacaron provecho en forma personal y escalaron hasta las más altas jerarquías, pero se olvidaron de Malvinas. Gran Bretaña, sorprendida por las pérdidas humanas y materiales que recibió y que no estaban dentro de sus cálculos, como país vencedor se dispuso a tomar medidas para que esta amenaza no volviera a repetirse. Así, con la excusa de la modernización, se desmantela ron nuestra Fuerzas Armadas hasta colocarlas en el gra do de indefensión más grande que se recuerde. Un humillante final para las armas que llevaron la libertad a medio continente. Caído el gobierno militar, tampoco con la democracia cambiaron mucho las cosas para los excombatientes: muchos son los que se suicidaron por no haber podido superar el síndrome de Malvinas; otros, heridos y mutila dos, deambulan tratando de vender un diario o una calco manía para poder comer; finalmente, 649 héroes están hoy en el olvido. Quienes los conocimos y sabemos lo que hicieron, tenemos la obligación de honrar su sacrificio, aunque nadie más haga nada. 70
Algún día las Islas Malvinas se reintegrarán al suelo argentino. Recorreremos otra vez el aeropuerto, el Monte Longdon, el Monte Kent, esos lugares donde se jugó el destino de la Patria. Se habrán borrado las huellas del combate y sólo quedarán unas cruces blancas. Algunos seguirán preguntándose si valió la pena aquel esfuerzo y algún isleño les contará historias de valor y de coraje, no importa de qué bando, que podrán ser muy parecidas a la mía. Porque todas las historias de soldados se parecen, aunque en realidad son únicas. 71
Ediciones iNSomnes Homenaje a los Héroes de malvinas, y a los veteranos de guerra. Esta obra apunta a recordar a los heroicos miembros de las fuerzas armadas que combatieron por aire, tierra y mar, como así también el gaucho es en recuerdo al gaucho Rivero, y además al personal civil que desarrollo tareas sumamente relevantes en el año 1982, en las Islas. Honor y gloria a los héroes de Malvinas. ¡viva la patria! Matías Zárate 72
Oscar Roberto Vasquez estudió en la Armada Argenti na, y destinado a la Fragata Libertad y al finalizar el viaje, al Crucero General Belgrano. En el año 95 se crea el Centro de Veteranos de Guerra de Ituzaingó. Formó parte de las comisiones directivas de la institu ción y desde el año 2008 es su presidente, además en la actualidad forma parte de la Comisión Directiva de la Federación de Veteranos de Guerra de la Provincia de Buenos Aires. 73
Biografía Con quince años y medio de edad decidí ingresar a la Armada Argentina, luego de cursar durante un año en la Escuela de Suboficiales de la Armada fui destinado a la Fragata Libertad y recorrí el mundo, al finalizar el viaje me destinan a la flota de mar, más precisamente al Crucero General Belgrano. Luego de que las fuerzas Argentinas recuperaran Malvinas, nosotros zarpamos el 16 de Abril de 1982 para sumarnos a la flota, el día 2 de Mayo fuimos hundidos por el submarino inglés Conqueror. Permanecí en la fuerza hasta Octubre de 1984, cuando pedí mi baja. Los primeros años fueron muy difíciles sin trabajo, sin atención médica el estado nos abandonó. Gracias a la lucha constante de dirigentes de vetera nos logramos todo lo que hoy tenemos, pero siempre, pe ro siempre con la lucha en la calle reclamando al Estado que se hiciera cargo de nosotros. Soy parte del centro de veteranos de Guerra de Ituzain gó Provincia de Buenos Aires, del cual soy el presidente desde hace dieciseis años. Aquel 2 de Mayo de 1982 a las 15 horas un compañero me despierta para merendar, para que a las 16 hs tome mos la guardia. Luego de merendar nos dirigimos, en mi caso, a la to ma de la torre 1 (la más a proa). Ingreso último a la misma, ni bien entro y cierro la puerta, explotó algo, nos miramos y un compañero que era experto en armas sub 74
marinas me dice “ABRI LA PUERTA FUE UN TORPEDO” y abro... el barco ya estaba escorado y caigo sobre la ban da de babor a causa de una ola, miro hacia la proa y nos faltaban quince metros de barco, al mirar a popa veo que las cosas sobre cubierta caían al mar, que empezaban a salir compañeros de las cubiertas bajas y que, en el puente de comando, el comandante daba órdenes a los gritos, los impactos nos dejaron sin luz y sin propulsión. Por todo lo aprendido nos dirigimos a cubrir puestos de abandono cerca de sus balsas esperando órdenes. El comandante le pidió un informe al jefe de control de averías, ese informe fue que nos hundíamos, sin luz las bombas de achique no funcionaban, no había manera de salvar al crucero. Aproximadamente 15.30hs el comandante da la peor orden que tuvo que dar: “LANZAR LAS BALSAS AL AGUA Y ABANDONAR EL BUQUE” Lanzamos nuestra balsa, se tira un marinero y a causa del oleaje y los nervios, con la navaja marina, la pincha, lo cual hacía que algunos ya no íbamos a poder embarcar, teníamos un bote de goma el cual tiramos al agua, nues tro jefe pide un voluntario para bajar primero y me ofrez co, el oleaje ya era más intenso (olas de cuatro y cinco metros) me pasan un motor y con otro compañero lo colo camos y embarcamos a otros compañeros. Tratamos de alejar algunas balsas y nos alejamos. Vi hundirse al Crucero desde cincuenta metros. Se acercaba un temporal buscamos otra balsa y nos subimos, ahí éramos diez (la recomendación eran veinte 75
personas por balsa),las atamos una con otra para ser más visibles, pero a la noche nos pasamos a la otra balsa en pleno temporal porque seguro no íbamos a sobrevivir, la temperatura del agua de -20°C y vientos de 100 km, olas de más de 10 metros. La noche fue terrible. Amane ció con sol, el mar un poco más calmo y mucho más frío (nosotros estábamos empapados). Cerca del mediodía escuchamos un avión NOS HABÍAN ENCONTRADO, pasa ron las horas y nos vinieron a buscar pasé treinta y tres horas de mi vida sobre una balsa, luego nos trasladaron a Ushuaia, después Río Grande y Base Aeronaval Coman dante Espora. En el año 1984 me fui de baja y ahí empezó la otra guerra. En el año 1995 se crea el Centro de Veteranos de Guerra de Ituzaingó, por una necesidad de contener a los compañeros del distrito y sus familias. Durante todo este tiempo hemos llevado adelante un trabajo malvinizador en escuelas, clubes y diferentes entidades del distrito y otras localidades. Siempre formé parte de las comisiones directivas de la institución y desde el año 2008 soy su presidente, ade más, en la actualidad, formamos parte de la Comisión Directiva de la Federación de Veteranos de Guerra de la Provincia de Buenos Aires. 76
Oscar Enrique Mendoza, aunque no es oriundo de Itu zaingó, vive en el Partido hace muchos años. Cursó en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora la carrera de Abogacía. Trabajó en Telefónica Argentina desde 1982 hasta el 2009 y en la Dirección de Cultura y Educación como auxi liar de Escuelas desde 2009 hasta 2016. Por su participación en la Guerra de Malvinas obtuvo la jubilación especial para Veteranos de Guerra. Contacto con el autor: [email protected] 77
Ediciones iNSomnes Reflexiones A punto de cumplir 40 años de aquella Gesta Maravi llosa que significó el intento de reintegrar Malvinas a nuestro territorio nacional, solo quiero reivindicar y po ner en alto valor, el tremendo compromiso y sacrificio de mis compañeros conscriptos del Glorioso Batallón de Infantes de Marina Nro. 5 (BIM 5). Haber formado parte de ese grupo fue lo mejor que me pasó en mi vida, que loco no?. Algunos pensarán que, siendo una guerra, cómo puede ser algo bueno, pero en fin, es lo que siempre sentí. Yo no tuve la experiencia de la instrucción militar ya que solo era un mozo en el casino de suboficiales en Río Grande, Tierra del Fuego, nunca pensé lo importante que sería esa dura preparación que mis compañeros tenían, lo cual fue un aprendizaje para ellos y un desafío para mí al partir a Malvinas. Mis compañeros se adaptaron en el entrenamiento a pasar mucho frío, hambre, lluvias y vientos inhóspitos en aquella meseta patagónica, aprendieron a vivir mojados y metidos en pozos, casi desapercibidos al ojo humano, como una forma de supervivencia en el probable e hipoté tico caso de una guerra. Militarmente ellos fueron las mejores tropas argen tinas, dicho por los altos mandos militares ingleses, sa bían ocultarse de día y moverse de noche, guardando silencios tan profundos para no ser descubiertos cuando, 78
algunas noches, las tropas británicas caminaban entre sus pozos. Los Bravos Infantes de Marina entrenados en Río Gran de supieron utilizar cada arma que tenían a su alcance, siendo muy duros adversarios para esas tropas que, se gún ellos venían de “Pic Nic”. Yo mientras tanto trataba de adaptarme a lo que me tocaba, habiendo llegado a Malvinas en forma voluntaria porque con solo diecinueve años, sentía la necesidad de defender mi hermosa bandera y esta Patria grande here dada de San Martín y Belgrano. Aún en plena guerra seguí conociendo palabras tan fuertes como la camaradería, solidaridad y amistad, el trabajo en equipo fue fundamental y es uno de los valo res más fuertes que heredé de aquellos días de 1982. Ellos mis compañeros se enfrentaron, solo con fusiles en mano, a los mejores aviones y helicópteros haciéndo los caer o huir, también sintieron y años después confir maron por medio de un jefe del Regimiento Gurka el mie do que sentían para avanzar a un lugar al cual no pudie ron llegar (El Monte Tambledown). El día final, ese triste 14 de junio, todos juntos nos pre paramos para un contraataque final, aún habiendo recibi do dos horas antes la orden de rendirnos, estábamos con la sangre caliente a pesar de la terrible nevada, la bronca nos enceguecía por vengar a cada hermano caído y así fue que aparecen nuevos helicópteros ingleses a los cua les se los ataca generando grandes bajas. 79
Ediciones iNSomnes En nuestro repliegue cargamos a nuestros heridos y con la frente en alto y envueltos en lágrimas de bronca en tramos a Puerto Argentino cantando la marcha del infan te ante la mirada desconcertada de ingleses y argentinos que nos miraban como si estuviéramos locos. Nunca nos sentimos más de lo que fuimos simples sol dados del pueblo, muchos del campo y otros de barrios obreros. Lo que sí siempre sentimos fue el inocultable honor de haber podido defender a nuestra Patria. Pronto a cumplir cuarenta años y reflexionando a la ori lla de mi cama, siento que Malvinas marcó una forma de vida en mi para siempre, esa carga de valores que incorporé en el campo de batalla aún hoy la llevo con migo, como así también, la memoria de lo que hicieron mis compañeros que, con solo diecinueve años dieron pelea y aún hoy, no inventan historias, solo cuentan la historia de lo que fue ser un Infante de Marina del BIM 5. La vida me dio chances cada día de mis sesenta años y esas chances las utilizo a cada momento de mi vida, co mo sobreviviendo a una guerra que todavía no terminé, la cual trato de transformar en charlas en las escuelas, contando a las nuevas generaciones lo vivido en Malvinas por los soldados argentinos, mostrándole que con sacrifi cio, compañerismo, solidaridad y trabajo en equipo se puede salir adelante en la actualidad. A cuarenta años, nada de lo vivido por mi, es una car ga, más bien fue un aprendizaje al cual muy pocos pudi mos acceder, Honor y Gloria a los 632 caídos en Malvinas. 80
Las Enfermeras en Malvinas Matías Zárate \"HEROÍNAS\"(2016) dibujo dedicado a las valientes enfermeras que durante el conflicto armado en el año 1982, curaron y brindaron contención a nuestros valientes gauchos heridos. HONOR Y GLORIA A LOS HÉROES DE MALVINAS. 81
Ediciones iNSomnes El Personal de Sanidad en Malvinas Matías Zárate \"Los valientes\"(2018) lápiz de sepia tizoso sobre papel. Inspirado en el personal de sanidad que recorría los pozos de zorro en pleno combate ayudando a los soldados heridos, permitiendo salvar miles de vidas exponiendose en momentos de combates muy intensos. HONOR Y GLORIA A LOS HÉROES DE MALVINAS. Matías Zárate 82
Los Perros de Malvinas Guillermo Sottovía No te olvides de ellos...también fueron soldados y héroes...murieron por la Patria. Con poner sus nombres y sus fotos mantenemos viva su memoria. Texto y fotos gentileza del Sr. Guillermo Sottovía 83
Ediciones iNSomnes Los Perros de Malvinas 84
Jorge Verri es VGM del Regimiento de Patricios. Actualmente, está a cargo de la Dirección de Malvinas del Municipio de Ituzaingó, Buenos Aires. 85
Ediciones iNSomnes Infantes El 13 de abril a las 9 de la noche llegaba a las Islas Malvinas. Cargado de toda la ansiedad por descubrir con mis ojos ese lugar casi mítico. De niño había escuchado hablar de ellas como unas is las argentinas donde vivían ingleses. En los mapas esco lares pasaban casi desapercibidas, solas allí abajo. Como si nadie las habitara, sin detalles de su fauna, su geogra fía… no se nos contaban hechos significativos para la his toria del país que hubieran ocurrido allí, ningún prócer o celebridad había nacido en el lugar, ninguna batalla… Simplemente eran esas islas argentinas habitadas por ingleses. Casi como la Antártida, donde por un tratado in ternacional existía una zona denominada “Sector Antár tico Argentino”. Y era así porque lo decía la maestra o el profesor, y eso aprendimos. Quizá porque en aquellos años lo que decía un mayor o una autoridad no se discu tía. Era así y nada más. Todavía debíamos esperar un po co para hacer algunos cuestionamientos en público. Entre el 2 y 13 de abril del 82 escuché mucho hablar de Malvinas y los Ingleses… y ¡los kelpers!, así llamaban a los que allí vivían. Más tarde descubrí que no todos los que viven en las islas son kelpers, y que a muchos de ellos no les gusta que les digan kelpers. Pero eso fue después. En los primeros días de abril del 82 todas las personas 86
que me cruzaba sabían de Malvinas, también sabían de los llamados kelpers; en la tele y la radio, también sa bían, y en los títulos de los diarios… todos sabían… y más sabían de los ingleses, mucho, muchísimo. Yo también sabía de ellos. Eso sí. Las Invasiones Inglesas, 1806 y 1807, el aceite hirviendo, la Europa medieval, las Cruza das, la Primera y Segunda Guerra, y otras tantas guerras por el mundo… Aunque de chico, en el barrio, los grandes que hablaban de fútbol cada tanto rememoraban cómo Inglaterra dejó fuera del Mundial del 66 a la Argentina de manera injusta, “estaba todo arreglado” decían. Y las bandas de rock de los 70, todo parecía venir de Ingla terra, o por lo menos era en inglés. Más o menos así llegaba a las Islas ese 13 de abril. Aun que ahora las habíamos recuperado. Y la Argentina que ría dejar bien en claro que ya no las dejaría. Y yo en ese momento era una soldado, cumpliendo el Servicio Militar. Ahí estaba, a punto de conocer Las Malvinas. Tratando de acercarme con mis compañeros a la puerta de salida del avión. Creo que todos queríamos ver cómo eran. Íba mos cargados, con nuestro equipo completo. Casco, ar ma, bolsón. Cuando logro llegar a la puerta, la oscuridad del otro lado era grande. Sólo se veía hasta donde alcanzaba la luz interna de avión. Se sentía viento. Y algunas luces desparramadas por ahí. Comencé a descender por la escalinata tratando de entender el lugar, pero sólo podía identificar sonidos. Aparte de las turbinas de la nave, se escuchaba desplazamiento de gente, bastante gente, y 87
Ediciones iNSomnes gritos de órdenes; también algunos móviles. A medida que nos alejábamos del avión la oscuridad crecía y los sonidos eran referencia. Nuestro jefe de grupo encendió una pequeña linterna y ordenó que lo siguiéramos. Escu chamos y algo vimos del avión acomodarse para carre tear y luego levantar vuelo en la noche. Nos alejamos de lo que debería ser una pista de aeropuerto, pero no mu cho. Enseguida llegó otro avión, y a lo lejos los mismos sonidos. Turbinas, soldados, ordenes móviles y algunas luces. Detuvimos nuestra caminata y la orden fue “Ar men carpas acá”. No veíamos ni el piso. Y el viento seguía. Todos tenía mos en nuestro bolsón media carpa para dos personas, estacas y parante. Como se podía y sin ver hurgamos has ta dar con los elementos. Nuestro jefe repartía un poco de luz entre los grupos para poder armar las carpas. Lo gramos armarlas y tuvimos unos minutos para conversar entre nosotros. Mientras tanto, cerca de allí, la escena que se repetiría toda la noche: llegadas y partidas de aviones que trasla daban personal y materiales. Por un rato pudimos dor mir. El viento nunca se había detenido. Abrí los ojos y parecía que ya era de día fuera de la carpa. Con mi compañero abrimos los paños para salir y… ahí seguía el viento. Aunque ahora veíamos el terreno y lo mal que habíamos armado las carpas. Seguían llegan do aviones, y soldados, y materiales. Todo parecía gris, el cielo, el mar, la tierra. 88
Armamos nuestros bolsos rápidamente pues ya mar chábamos hacia algún lugar. Todos nos abrigamos un poco más. Seguía el viento, pero ahora también llovía. Formados, comenzamos una caminata. El viento era tal que la lluvia llegaba de manera horizontal, casi lasti mando. Mitad del cuerpo seco y la otra mitad, mojado. Casi no podíamos girar las cabezas hacia el viento para ver el paisaje de las islas. Estábamos en una ruta recta, hacia la derecha se divisaba algo de agua, quizás una bahía, mas allá montañas. Hacia la izquierda un terreno seco y a lo lejos, una inmensidad de agua, sería el mar. No había un solo árbol. El viento no dejaba nada en pie. Solo nosotros caminando, marchado, delante y detrás otros grupos de soldados hacía lo mismo, marchar. Éra mos infantes y los infantes se hacen de a pie, y en pie se mantienen. Marchando, sin conocer la próxima parada, hacia adelante. Hacia el frente. Donde estaba nuestro destino, el que nos marcaría por el resto de nuestros días… 89
Centinelas en Malvinas(2019) Matías Zárate 90
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Es un homenaje para que no se olvide a nadie: solda dos, oficiales y sub oficiales de las Fuerzas Armadas y de seguridad, personal civil, nuestros héroes hocicudos, los perros de la guerra, nuestros pilotos civiles que lo arries garon todo, las enfermeras y médicos en las Islas Mal vinas, el personal de apoyo continental y nuestros herma nos peruanos... A las madres que entregaron a sus niños para que vol vieran convertidos en hombres de hierro y héroes glorio sos y a los que quedaron custodiando eternamente nues tros mares, cielos y tierras malvinenses. Guillermo Sottovía 92
Gabriel Matías Zárate, artista plástico, es oriundo de Icaño, Provincia de Santiago del Estero, Argentina. Estudios Universitarios: –Profesorado en Arte en Artes Visuales en la Univer sidad Nacional de las Artes (U.N.A.) Materias aprobadas 100% de la carrera, finalizada en el año 2017. –Licenciatura en Artes Visuales en la Universidad Nacional de las Artes (U.N.A.) Materias aprobadas 100% de materias aprobadas, en desarrollo de la tesis: “Malvinas y Santiago del Estero”, año 2021. Exposiciones Y Obras Realizadas: -Ilustrador de la portada del libro La guerra del Atlán tico Sur. Autor: Sebastián Miranda, Editorial: 1884, Editorial Grupo Unión. -Ilustrador de la portada del libro Malvinas; Tinta gaucha, autor David Pignatta, Editorial: Ana. -Ilustrador de la portada del libro Malvinas, por sus protagonistas, Autor: Juan Cruz Castiñeiras. - Pintor de 27º Bandera cultural de Racing Club, en Homenaje a los Héroes de Malvinas -Expositor de obras en Malvinas arte cultura y educación. En Centro Cultural Julián Centeya. Años: 2014, 2015, 2016, 2017 y 2019. -Expositor de la exposición “Héroes” en la Gal. de Arte Alejandro Bustillos del Bco de la Nacion Arg. 2019. Contacto con el autor:[email protected] 93
Ediciones iNSomnes Xuavia En las últimas noches de combate, después de sopor tar el bombardeo británico sobre las posiciones argen tinas, Xuavia regresaba junto a las tropas a Puerto Argentino pero, de repente, se separó de ellos y corrió hacia la negrura de la noche. Varias horas después fue encontrada dándole calor con su cuerpo a un soldado argentino, herido, cubierto de nieve, el cual fue llevado hacia el hospital de Puerto Argentino por los camilleros y enfermeros. De no haber sido por Xuavia ese soldado habría muer to congelado y desangrado. Después del conflicto Xuavia regresó a su base naval y dio a luz a nueve cachorros. 94
Matías Zárate \"XUAVIA\"(2018) Dibujo realizado con tinta sobre papel, basado en uno de los animales que fue a Malvinas, con el Batallón Seguridad ARA Agrupación Perros de Guerra. 95
Ediciones iNSomnes Tras un manto de Neblina 96
Los Valientes Hombres en el Día de la Recuperación 97
Ediciones iNSomnes Hermanos en la Guerra 98
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Ediciones iNSomnes Reencuentro 100
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