perdían ver el edificio, se le mostraba solo un encadenado donde se suponía iba a estar el aula de sus hijos y eso si sumaba su esfuerzo para la realización. Los padres que hoy inscriben a sus hijos en cualquier escuela y piden ver los salones, los baños, la sala de computación, ¿inscribirían a sus hijos en una escuela donde, en lo material, está casi todo por hacer? Volvamos a la aventura. Se había proyectado dividir el gran salón con mamparas que se confeccionarían con dos grandes placas de korloc con telgopor en el medio. Para las actividades sociales y culturales que desarrollaba la institución era necesario poder contar con el uso del salón o con parte de él. Pero las placas todavía no habían llegado. Las directoras pudieron hacer la mudanza el fin de semana del 31 de marzo y 1 de abril. Recién se terminaban de colocar las cerra- duras de todas las puertas aunque las ventanas, por varios meses, no tuvieron los vidrios correspondientes y unas telas plásticas los suplían sin que nadie vulnerara el ámbito de la escuela. Los vehículos de todos los padres y familiares más el camión del tío de Cristina y la estanciera de Alfredo se pusieron a disposi- ción. Cristina se había puesto al hombro la organización de las activida- des formando grupos de trabajo definidos, así que, cada una de las personas, sabía lo que tenía que hacer. Si aparecían otros cola- boradores se dirigían a ella que les adjudicaba una actividad definida. Ese sábado, un hormiguero de personas y vehículos comenzó el éxodo hacia la “escuela prometida”. Norma, en la escuela funda- cional, organizaba los cargamentos con algunas maestras. Y allá, en el gran salón, Cristina dirigía la ubicación de los bultos y muebles según el lugar que les correspondía y otros desembala- ban. Chola y Angelita, mientras limpiaban y organizaban la im- provisada cocina, pasaban con mate o armaban sánguchitos, Mario iba con clavos y martillo por todos lados. Entrando por la puerta principal, a la derecha estaría la pequeña Dirección seguida de dos aulas; en medio quedaría un pasillo de dos metros de ancho y sobre la izquierda tres aulas más. Cada uno 101
de estos ambientes estarían divididos por mamparas sostenidas en rieles en U que se encajaban en el suelo, se adosaban en las paredes y en forma de T o L eran los que sostenían también por arriba. Este sistema ofrecía opciones múltiples; en solo unos mi- nutos se podía desarmar completamente para el uso de todo el salón o, parcialmente, para charlas o reuniones; además los paneles proporcionaban otras diversas posibilidades. En un rincón, las docentes luchaban con el tema de las mamparas. Colocaban en el suelo una placa, le pasaban cola sintética, le adherían el telgopor y después de otra mano de cola le ponían la otra placa para que fuera reversible. Así iban levantando una pila de “emparedados” de placas y telgopor. Se sentaban arriba para ejercer presión o le colocaban bultos pesados. Así, entre mates y esfuerzos los encontró el atardecer. A esa hora llegó de su trabajo el sr. Vázquez que se acercó a las desanimadas maestras; miró el trabajo que estaban haciendo y dijo: “con la humedad que hay, se van a secar dentro de una semana, además no van a quedar fuertes”. Vázquez era carpintero, tenía un bajo perfil y temía contrariar a alguien, pero se acercó a Alfredo y le dijo que si le permitían él iba a armar las mamparas con estructu- ras de madera porque de la manera en que se estaban armando no quedarían firmes ni se secarían para el lunes. Eso sí, recién podría comenzar a entregarlas la semana próxima y a medida que las fuera terminando. Los miembros de ADEC deliberaron un rato y consultaron con las directoras. Un frío helado les corrió por las venas a todos. ¡El lunes debían comenzar las clases! ¡Tenían solo un día! Y, entonces Cristina recordó una experiencia que le había hecho vivir la profesora Thelma Guala cuando hacía su profesorado en Avellaneda y con seguridad dijo: “sí, que se las lleven ya nos vamos a arreglar”. Y Vázquez partió con las placas. ¿Cuál había sido la vivencia que había tenido Cristina? La profesora mencionada, que la aconsejara muchas veces en los inicios de Mi Lugarcito, había llevado a sus alumnas del profe- sorado a conocer distintos jardines de infantes: un jardín estatal 102
de Vicente López, que contaba con una infraestructura de exce- lencia y también las contactó con la cara contraria, un jardín, también estatal, en Villa Albertina que funcionaba en los galpones y depósito de las piletas de natación públicas. Este jardín se tenía que desarmar cuando estaba por comenzar la temporada de verano y se volvía a armar cuando ésta terminaba. La imaginación y el ingenio de las maestras lograban el milagro. Los galpones eran altísimos y enormes, entonces ellas los dividían con los mis- mos muebles o enganchando los bloques de telgopor que prote- gían los electrodomésticos o maquinarias, con telas o cualquier material de desecho y así, en forma laberíntica, definían los am- bientes. Por supuesto todos se veían entre sí puesto que estas es- tructuras no pasaban el metro de alto (algo de esto ya se mencionó). Cristina agradeció por enésima vez a aquella profesora que la había hecho vivir tan variadas experiencias. Así, el domingo, bien temprano, la encontró haciendo un inven- tario mental de los materiales con que contaría y, no bien comen- zaron a llegar los padres y docentes, inició el rompecabezas. Ese ropero, allí; a continuación, esa mesada; enfrente, aquel estante; por aquel otro lado, ese bloque; más allá, ese armario; por aquí, esa biblioteca; cruzando, esa tabla sostenida por el pequeño pla- card; acá nada, pues sería el espacio de entrada y salida; allá, el pizarrón; por aquel lado, los cajones de bloques; aquí, le cruzamos esta tela; con este tapiz, separamos este sector; de acá a allí, colocamos este alambre y colgamos esta cortina… y esto, aquí y esto otro, allá. Todos caminaban con algo en los brazos como en una coreografía. Y, una vez delimitados los espacios para cada sala, Norma decidió cuál correspondería a cada grupo y allí se fueron ubicando las mesas y sillas con las correspondientes cajas de materiales que los chicos habían embalado e identificado y que al otro día comenzarían a ordenar. En breve, Vázquez iría entre- gando unas poderosas mamparas y todo quedaría armado tal como se había proyectado. Cuando cada cosa quedó ubicada en su respectiva “escenografía” todos se quedaron mirando descubriendo la magia que habían 103
sabido conjurar y la emoción los reunió en un múltiple abrazo. ¡Qué bueno esos abrazos!, ¡cómo energizaban! Rápidamente aparecieron las escobas, las bolsas de residuos, los trapos de piso, los plumeros para tirar, desempolvar y limpiar el estropicio que había dejado las cientos de caminatas que realiza- ran en las últimas horas. Agotados no solo por el trabajo sino por la ansiedad que circulaba, se fueron saludando para volver a casa a preparar a los niños para el día siguiente. Aquellos padres que no confiaron habían estado circulando por la calle, mirando hacia adentro. Seguramente desearían que las clases no comenzaran, único justificativo para sus temores. Tampoco se los juzgó; como decía Alfredo “al final, de lo único que uno es dueño, es de sus propios temores”. Cuando los padres se fueron y mientras Alfredo les cebaba mate, Norma y Cristina se pusieron a armar la Dirección y acomodar la documentación que al otro día pedirían las Inspectoras. A la mañana siguiente había que volver temprano, a las 7hs., a comenzar un nuevo día de trabajo. Aquel 2 de abril, con la asistencia de las dos inspectoras se izó por primera vez en local propio la bandera nacional y todas las miradas acompañaron el flamear de los colores patrios que co- braba, ese día, un significado especial. Nuevamente se había podido alcanzar un sueño, nuevamente una comunidad educativa chiquita había desafiado los inconvenientes, nuevamente se cele- braba un triunfo de los que creían y apostaban a un mundo mejor. Por la mente de la comunidad pasaron como en una película los escollos que se habían sorteado como así también las arriesgadas decisiones que se habían tomado y el compromiso con el que se enfrentó la adversidad. Ninguna de las muy pocas casas que se levantaban en el barrio tenía paredes medianeras, la escuela tampoco, así que aquellas miradas también atravesaban lotes vacíos, pastizales y arboledas dando la sensación de estar en una zona rural de nuestra pampa. Las directoras también recordaron para sí, a aquellas familias comprometidas con el proyecto que había tenido que “emigrar” 104
por razones de fuerza mayor. Allí estaban presentes, en sus emo- ciones, siempre. LA DURA ÉPOCA La realidad del país hasta la llegada de la democracia fue muy dura (76-83). Los hechos que se fueron narrando y los que vendrían se suce- dieron en un clima donde la cautela y la inteligencia se debieron agudizar al máximo. Toda acción había que pensarla muchas veces. Hubo que disfra- zar ideas, inventar respuestas ingenuas, esquivar cuestionamien- tos. Vale recordar que todos los cargos oficiales estaban cubiertos por personas acordes al gobierno de facto. Desde los más altos hasta el de menor cuantía respondía a la superioridad de mando. Por ende, las inspectoras de carrera fueron bajadas de sus puestos y reemplazadas hasta por gente que nada tenía que ver con el oficio. Así, Mi Lugarcito y la Escuela Popular Latinoamérica tuvieron que “camuflar” su proyecto que tanto hablaba de libertad y transformación. Se elaboró uno, sencillo y convencional. Las docentes hacían en sus carpetas una planificación acorde con las líneas que bajaban del Ministerio pero paralelamente, en un cua- dernito, dejaban constancia de las acciones reales que deseaban llevar a cabo. A las directoras les había llegado la lista de los libros prohibidos y los aconsejados. También, se había desatado la Operación Claridad, firmada por el Gral. Viola por la cual se ordenaba elevar informes sobre la bibliografía que usaban los docentes y leían los alumnos; había que declarar: El título de cada libro, el nombre del docente que lo leía, usaba o aconsejaba, el nombre del establecimiento, la cantidad de alum- nos que lo empleaban, etc. Estaban prohibidos escritores como Haroldo Conti, Griselda 105
Gambaro, Manuel Puig, Julio Cortazar; libros para niños como El Principito de Saint Exupery, La torre de Cubos de Laura Devetach, (por criticar la propiedad privada y el principio de autoridad), Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Borne- mann, El pueblo que no quería ser gris de Doumerc y Barner, Los Cuentos de Chiribitil, etc. Fueron cerradas editoriales como De la flor y el Centro Editor de América Latina entre otros tantos. La policía bonaerense quemó en un baldío de Saradí un millón y medio de libros y había que denunciar a los docentes que habían sido “captados ideológicamente”. ¡Piaget también había sido prohibido! De igual forma, la ense- ñanza de la matemática moderna (¿sería porque hablaba de con- juntos?) y en lengua, el análisis estructural (¿por qué?). En Lati- noamérica, ambas asignaturas, se enseñaban de forma concreta y en el pizarrón, en el cuaderno iba otra cosa. Como en el cuento de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, los maes- tros se sabían de memoria los cuentos prohibidos y se los relata- ban a los chicos cambiándoles el título. Las maestras estaban prevenidas y acordaban estrategias pues sabían que todas se te- nían que cubrir y la dirección las protegía. La institución nunca demostró ninguna orientación política y tampoco indagó sobre las orientaciones de las familias. Todos los niños eran iguales en el ámbito escolar. Cristina fue un día a la casa paterna que tenía un gran parque y, en él, Alfredo cavó un profundo y enorme pozo donde acabó toda aquella bibliografía sospechosa, más los libros y apuntes de la Facultad, envueltos en bolsas de plástico. Una vez terminada la operación se simuló un cantero e, irónicamente, lo llenaron de plantines de pensamientos. Hubo que inventar un argumento inocente para justificar el nombre de la escuela ¡Popular y Latinoamérica! Quedó más o menos así: como querían que a esa escuela fueran todos, se acor- daron de las bibliotecas populares, a las que podía concurrir cualquier persona y surgió “popular” y como el jardín se llamaba Mi Lugarcito se pensó en un lugar “más grande” que podría ser “el mundo” pero parecía muy vanidoso, entonces se pensó en 106
Latinoamérica que compartía la misma lengua. Ya estaba, todo parecía más ingenuo, sobre todo si lo decían unas directoras jovencitas y “sin experiencia”. Así zafó el nombre y su intención. Como el gobierno había prohibido las reuniones de más de dos personas, hubo que inventar estrategias para encontrarse y deci- dir. Así se crearon códigos, “redes” vía cuaderno de comuni- caciones, reuniones camufladas como “encuentros para elaborar material didáctico”; entonces, mientras se discutían acciones y se tomaban decisiones, se recortaban cartulinas, se tejía al crochet, se pegaban papeles en una escena casi teatral con una utilería estudiada de antemano, pero se hablaba en voz suave para estar atentos a los sonidos de la calle. Aunque podría haber sido una solución, nunca se realizaron las reuniones en una casa particular, porque se consideraba que se las “destitucionalizaba”. Ése era el lugar elegido: la escuela; ése era el lugar en que se construía, ése debía cobijar las sesiones, el lugar oficial. Las entidades deben respetar el lugar institucional; si las reuniones se efectúan fuera de su ámbito, quienes no participan eventualmente de ellas, podrían considerarse excluidos o imaginar “fantasmas” que no existen pero que pueden poner en circulación, habilitándolos. Si los asistentes, una vez terminadas las mismas, querían reunirse en alguna de sus casas era algo privado y nunca asistían los directi- vos, ni siquiera a los tantos cumpleaños a los que fueran invitados. Por vías “informales” las chicas se habían enterado que también se venía una persecución a los testigos de Jehová. Y así fue; pero ellas ya estaban advertidas y habían modificado las fichas inicia- les que llenaban los padres. Habían quitado los ítems que podían comprometerlos como religión, lugar de trabajo, teléfonos, estu- dios especiales y otros, agregando datos falsos. Así, quedaron unas fichas “lavadas” que no decían casi nada y no se utilizaban en la dinámica interna; eran las que mostraban a las inspectoras que las leían detenidamente. Si les señalaban la carencia de algún dato, las directoras se lo adjudicaban a su propia falta de experien- cia. ¡Qué suerte que todavía no existía internet, ni las redes ni se podían hacer seguimientos ni tráfico de datos! ¿Se imaginan? Las directoras tuvieron que reunir a todas las familias Testigos de 107
Jehová (que eran muchas porque la institución no las discriminaba y ellas se sentían cómodas) para sellar un pacto: si la inspectora invitaba a sus hijos a pasar a la bandera no se debían rehusar como también se les pidió que “movieran la boca” cuando se cantaba el Himno Nacional pues de lo contrario las escuelas serían sancionadas como encubridoras. Las familias comprendie- ron la situación y dieron instrucciones a sus hijos para que nadie tuviera ningún problema. Las inspectoras habían sido instruidas para tal fin; sabían que en esa religión no homenajeaban a la bandera ni entonaba las estrofas de la canción patria y entonces asistían a los actos y eran ellas las que elegían a los niños que pasaban a la bandera como también observaban quienes cantaban. Hace muy poco tiempo, Cristina estaba en una peluquería y salió el tema de la escuela. Una clienta que escuchaba el diálogo le preguntó: “¿Ud. es una de las directoras, se acuerda de la familia XX? “¡Sí, maravillosa gente, guardo un recuerdo muy preciado de ellos! Se habían mudado no sé dónde”, contestó Cristina. Entonces, la señora le contó que se habían tenido que mudar porque al padre lo habían “fichado” en la empresa donde traba- jaba. Cristina comenzó a retroceder la película recordando que aquel XX trabajaba en una empresa de automotores y para las dos primeras Ferias de Latinoamérica le había pedido a su gerente si no le prestaba las banderas de Latinoamérica que solían colgar, para sus grandes eventos comerciales, junto a las de otros países en los que tenían sucursales. Recordó también que, después se supo, las grandes empresas “delataban” a empleados “sospecho- sos” durante la época del proceso. Un frío le corrió por la espalda y con mucha emoción le dijo: “Cuando los vea dígales que nunca los vamos a olvidar ni a ellos ni lo que hicieron por la escuela”. También recordó que, como veinte años más tarde de su mudanza, una de las hijas de este matrimonio, les había mandado la foto de una escuela de aulas hexagonales. En el reverso les decía: “Miren, la escuela que Uds. hubieran querido tener”. Esa niña, ya mujer, había seguido la carrera docente también. 108
¡Cuánta gente, todavía, prefiere olvidar esos años de nuestro país! La memoria es el sostén de la dignidad. María Elena Walsh cantaba El país del Nomeacuerto: en el país del Nomeacuerdo doy tres pasitos y me pierdo…. un pasito para atrás, ¡hay que miedo que me da! En 1970 Pedro y Pablo ya cantaban la Marcha de la Bronca, contra la cultura oficial y sus prohibiciones; uno de sus autores, Miguel Cantilo, tuvo que exiliarse en 1976. “Bronca cuando ríen satisfechos Al haber comprado sus derechos. Bronca cuando se hacen moralistas Y entran a correr a los artistas. Bronca cuando a plena luz del día Sacan a pasear su hipocresía. Bronca de la brava, de la mía Bronca que se puede recitar. Para los que toman lo que es nuestro Con el guante de disimular. Para el que maneja los piolines De la marioneta universal. Para el que ha marcado las barajas Y recibe siempre la mejor. Con el as de espadas nos domina Y con el de bastos entra a dar y dar y dar. ¡Marcha! Un, dos No puedo ver Tanta mentira organizada Sin responder con voz ronca Mi bronca Mi bronca Bronca porque matan con descaro Pero nunca nada queda claro. Bronca porque roba el asaltante Pero también roba el gobernante”. 109
En 1982, y estando casi toda Latinoamérica dominada por dicta- duras, Gabriel García Márquez decía en el discurso de recepción de su Premio Nobel de Literatura: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez menos libres, cada vez más solitarios…Por qué la originali- dad que se nos admite en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social… como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los grandes dueños del mundo… Ni los cataclismos… y gue- rras a través de siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte... Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria… Una nueva y arrasadora utopía de vida, donde nadie puede decidir por otros la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes, condenadas a cien años de soledad, tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. EL NIETO PREGUNTÓN V LEANDRO —¿Seguís escribiendo la historia de la escuela? —Sí, dejé de escribirla por un tiempo porque no me sentía có- moda con el formato ni el estilo. Después seguí de otra forma y me gustó, así que modifiqué lo escrito y ahora sigo en esa línea. —¿Ya contaste cuando nació papá? Su papá, Leandro, entró en la vida de Cristina y Alfredo en 1977. Como la situación económica era acuciante, Cristina tomó un cargo en el primario. Alfredo, que había renunciado como visita- dor médico para ayudar a Mario, su suegro, con una fábrica de envases de plásticos, pugnaba por mantenerla a flote. Pero era muy difícil. Primero juntaban la plata para sus operarios y lo poco 110
que quedaba lo repartían entre los dos. Había bajado considera- blemente la demanda y no se conseguía la materia prima para la magra producción; trataban de conseguir material reciclado; era complicado. Así que Cristina en 1977 fue maestra de 3º y 4º que funcionaban integrados; también estaban integrados 1º y 2º y el 5º no integrado. Un día, Cristina les llevó a sus alumnos un montón de libros antiguos, con ilustraciones en blanco y negro para que los compa- raran con los más modernos que ellos usaban. Estaban agrupados en mesas y se los repartió comenzando a charlar sobre aquellas características que a los chicos les llamaban la atención. De pron- to Cristina descubre que dos varones miraban una figura y se reían con picardía. Entonces se acercó y los invitó a compartir el objeto de sus comentarios: era la figura de una estatuilla de un Cupido que, como todo angelito, estaba desnudo y ese era el motivo que sorprendía a los niños. La maestra tomó el libro en cuestión, lo levantó y socializó la imagen con el resto. No era muy común ver un cuerpo desnudo en un libro, así que Cristina comenzó su comentario. “Este angelito tiene un cuerpo como cualquiera de nosotros. Y a ninguno de nosotros nos gustaría que se rieran de nuestros cuerpos. Porque el cuerpo humano es una de las cons- trucciones más hermosas y completas de la naturaleza”. Prosi- guió, con un lenguaje sencillo y coloquial, reflexionando acerca de la complejidad del mismo, de todos sus sistemas, la funcionali- dad de cada uno de sus órganos. Hacía dibujos sencillos con la tiza en el pizarrón dispuesta a no desaprovechar una situación de aprendizaje tan rica. Dos años antes, observando en clase un huevo de ñandú, un alumno había dicho que más grande debía ser el huevo de per- sonas; la maestra no supo si convenía sacar al niño de su equivo- cación y se decidió una consulta a los padres sobre dar educación sexual. La misma dio tan variados y ridículos resultados que la dirección decidió, a partir de ese momento, que satisfaría las preguntas de los alumnos sin consultar nunca más a los padres y darían las respuestas científicas adecuadas a cada edad. 111
Ese día, en la clase de Cristina, por supuesto, las preguntas si- guieron con los nacimientos y así explicó los aparatos repro- ductores femeninos y masculinos con sus dibujitos; contó, como un cuento, el recorrido de unos miniespermatozoides hasta lograr el ansiado óvulo, símbolo de un acto de unión y amor. Allí se desató un torrente de preguntas dado que la charla mos- traba a una docente que no iba a esconder enseñanzas y no le asustaba el tema. Las preguntas abarcaron un espectro increíble y demandaban respuestas a inquietudes escondidas que, hasta ese momento, parecían no haber tenido respuesta satisfactoria. Eran preguntas no solo de aspectos físicos sino sociales y afectivas como vínculos entre las personas que vivían alejadas o en épocas de guerra, etc. Era evidente que éstas afloraban desde sus historias familiares. Y, en ese clima tan especial que se había creado, Cristina sintió la necesidad de contarles que ese funcionamiento natural en casi todos los seres humanos, en ella o en su marido tenía alguna dificultad que les impedía tener bebés (tampoco estaban de acuer- do con la fertilización in vitro que ya se practicaba). Y como si los chicos fueran parte de su propia familia, compartió con ellos la decisión que habían tomado con Alfredo de adoptar un bebé. Preguntaron cómo se hacía eso y ella les contó que había que anotarse en los juzgados de menores, que pasaban a formar parte de una lista y que cuando les llegaba el turno los llamaban. Ex- plicó con palabras sencillas que la paternidad no era solo una cuestión biológica sino que todos los padres adoptaban la paterni- dad recién cuando tenían el hijo en los brazos; y cada vez, con cada hijo se volvía a renovar un lazo especial. Mafalda, la de la tira de Quino, cuando sus padres querían demostrarle su autori- dad, les recordaba que, al fin, los tres tenían la misma antigüedad en la materia. El real vínculo comienza a entretejerse en la cotidianeidad del amor. Habían pasado más de dos horas de charla y al resto de la escuela les sorprendía que no salieran al recreo. En un momento, Cristina se dio cuenta de esto y convocó, a los que quisieran, a seguir la charla sentados en el pasto del parque. Nadie eligió jugar, no 112
querían deshacer la magia del clima así que siguieron proyec- tando los recientes conocimientos a otros seres de la naturaleza como animales domésticos y hasta las hormigas. En eso estaban cuando la vecina, que recibía los mensajes para la escuela, se asoma desde el alambrado y le dice a Norma que Cristina tenía un llamado. Norma se acerca al grupo y le dice que vaya mientras se hace cargo de los chicos. Éstos, que escuchan, dicen a coro: ¡Cristina es por el bebé! Ella los calma diciéndoles que hacía mucho que esperaban y que quizá todavía había que seguir haciéndolo. Pero los chicos prosiguen obstinados: ¡Andá rápido que es el bebé! Norma no pudo lograr que entraran al aula, quisieron quedar a la espera. ¡Y no les había fallado la intuición! Cristina volvió llorando de emoción. El llamado había sido del juzgado y a la mañana si- guiente debían presentarse. Ese día, 18 de mayo, había nacido un varón que sería Leandro Accialini. Pasados los años y siendo ya adultos, esos alumnos, cada vez que se encontraban con Cristina, recordaban ese momento mágico que compartieron con su maestra. Aquella charla que habían tenido, tan significativa en sus vidas, los había concientizado sobre la adopción como otra posibilidad de paternidad. ¿Habrá sido la energía de esos chicos la que dirigió el dedo del empleado del juzgado hasta pararse en la flia Accialini, justo en ese momento? Ellos lo creían así. Enloquecieron a sus padres pidiéndoles que los llevaran a la casa de su maestra para conocer a Leandro. Los papás lo consultaron con Norma (Cristina había pedido una licencia sin goce de sueldo, no existía la licencia por adopción). Fue así que desfilaron durante mucho tiempo por la casa de Llavallol. Cristina había hecho un auto con un envase tubular que llenaba de caramelos todos los días y les decía que los había traído Leandro para ellos. Hubo un tema duro en esa época: la apropiación de niños nacidos en cautiverio. Como los Accialini algo sabían al respecto, rastrea- ron los datos que figuraban en el acta de la guarda, que es el paso anterior a la adopción plena, y se fueron a la casa de la madre biológica y charlaron con ella y su hermano (el padre era 113
desconocido). Solo así se quedaron tranquilos, viendo corretear por esa casa precaria a otros hermanitos (algunos los habían dado en adopción o los tenían otros miembros de la familia). Leandro era el décimo. Igualmente, no se salvaron de sospechas y hasta recibieron llamados anónimos que decían: “Hijos de puta, devuel- van ese chico a su familia”. Fue muy duro porque cortaban la comunicación y no les permitían explicar. Duro también porque comprendían el sentimiento de quienes buscaban a esas criaturas, si eran aquellas familias las que llamaban. Duro porque contras- taba con el clima de amor y alegría que vivían y con la realidad confirmada. Leandro supo que Alfredo y Cristina eran sus padres adoptivos ni bien se dio la situación; era muy chiquito, pero entendió los lazos del amor y el tema siempre fue natural y expreso en la familia. Leo lo hablaba normalmente con compañeros y amigos. Leandro concurrió a la Segunda Feria de Latinoamérica vestido de gauchito con camisita blanca, una bombachita bataraza, faja, pañuelito rojo al cuello y unas alpargatitas que Cristina le había confeccionado con tela negra y suela de hilo sisal trenzado. Fue la Primera Feria, de una larga secuencia de Ferias, en las que no solo bailó sino que participó en la confección de las escenografías junto a su profe Jorge Ponce y sus compañeros y más tarde en el movimiento escénico de casi todas las Ferias hasta la 39ª. Las Ferias fueron para Leandro como la culminación energética del proyecto de su escuela, donde todo confluía: los aprendizajes, los deseos, las vocaciones, las emociones, las alegrías, el vuelo imaginativo, los lazos que unían a todos los participantes, el fin de un camino. Sus padres habían meditado mucho acerca de si Leandro debía concurrir a Mi Lugarcito y luego a la Escuela Popular Latinoamé- rica porque, en el ámbito de la docencia, se coincidía en que los hijos de docentes debían concurrir a un establecimiento donde no trabajaran sus padres. Pero, además de que en Llavallol no había jardines, les pareció injusto que el proyecto educativo por el cual abogaban no fuera disfrutado, justamente, por su hijo. Así que, antes de que comenzara el ciclo lectivo 1980, la familia se mudó 114
a Burzaco. Norma fue su madrina. Leandro escuchó hablar, discutir, re- flexionar sobre educación desde la cuna. Al crecer, sus lecturas y exploraciones vía internet apuntaron no solo a la educación, don- de siempre creyó que estaba, de la mano del arte, la base del futuro hombre, sino también a las temáticas que trataran el crecimiento espiritual y más tarde los adelantos de la neurociencia. Terminó siendo un “terrible” propiciador de la educación creativa y un discutidor en cualquier tema humanístico. Fue alumno del ciclo preescolar y el primario. Aunque latía la creación del secundario en su 7º grado, no se pudo lograr para esa época. Intentaron conseguirle una vacante en el Anexo del Nacional de Adrogué pero no hubo suerte y terminó cursando ese nivel en el colegio Inmaculada Concepción de donde se escapaba por los techos porque criticaba duramente el sistema de esa institución y, en la terraza, escribía sabias y duras reflexiones. El secundario de Latinoamérica se creó en 1993 con un grupo heterogéneo de alumnos de 1º, 2º y 3r año. Leandro desaprobó intencionalmente unas materias para poder volver a “su” secunda- rio de Latinoamérica donde repitió 4° y cursó 5°. De todos modos, la duda acerca de la conveniencia de asistir a la institución creada por su familia persistió, no porque pudiera recibir privilegios sino por todo lo contrario dado que no faltaron docentes que tanto a Leandro como después a sus dos hijos, Emi- liano y Martín, los maltrataran solo por “portación de apellido” aunque ninguno les diera motivos de queja. ¡Ah, dónde quedaba el lema de la escuela que decía “somos seres llamados a encuentros”! Los directivos nunca les señalaron a esos docentes su actitud discriminatoria; allá ellos con su conciencia. Leandro, ya como padre de la escuela, también recibió la negativa a varios proyectos que iban desde enseñar a hacer una huerta orgánica hasta la promoción de talleres de arte; se afirmaba en que debían ser totalmente gratuitos y él se ofrecía ad honorem. En una de las últimas reuniones, a las que llevó una de sus propues- tas, un miembro de la comisión directiva de ADEC le respondió a sus argumentos ideológicos altruistas: “El Che ya murió”. ¿Se 115
imaginan si los primeros padres de la escuela le hubieran respondido eso a su mamá cuando les hablaba de una escuela para todos? Leandro sostenía que “todo lo que uno da, el Universo te lo devuelve”. ¿Cómo no entendían ese principio los miembros de una institución que había nacido con ese mismo sentido? La institución no solo desaprovechó su capacidad y compromiso, sino que, desde la feria cuarenta, desmanteló el equipo de esceno- grafía que reunía a todos los egresados con historia detrás del escenario desde 1986 y también a él. LA ESCUELA, UN PAÍS EN CHIQUITO Desde que los alumnos, a quienes se les iba contando todo lo que se hacía la institución, comenzaran a preguntar acerca de los lugares que se iban ampliando o el porqué de las reuniones con los padres, las directoras empezaron a comparar la escuelita con un país en chiquito. Así fueron surgiendo distintos conceptos que se iban enrique- ciendo a medida que los hechos iban sucediendo. Cuando se comenzó a hablar de comprar los terrenos se les decía que ese paisito, que era la escuela, necesitaba un lugar propio del que todos fueran dueños. Sería su tierra, el espacio que los cobijara como pasaba con todas las comunidades que desde miles de años necesitaban de una tierra para vivir. En ese lugar podrían colocar sus pertenencias y hacer todo lo que necesitaban. Ese lugar debería ser reconocido por todos y también identificado por los de afuera, ya sea por los carteles o por el conocimiento de lo que ocurría en él. Lo que ocurriera debía ser peculiar, propio, diferente, significativo, conocido y amado por los que lo ocupa- ran. Por supuesto, si en ese lugar vivían muchos, como pasaba en la escuelita, tenían que ponerse de acuerdo en lo que iban a hacer y aquello que no querían que sucediera. Como lo hacían todos los días en sus clases con sus actividades, individuales o grupales, debían poner algunas pautas para no molestarse e incluso para 116
ayudar. Así como sus maestras sabían lo que querían hacer y lo tenían todo escrito, lo mismo estaban haciendo sus papás y maestras cuando se reunían: hablaban de lo que deseaban, lo pensaban, ideaban posibilidades, escribían lo que harían y lo que no deseaban. Así entendieron las reuniones de ADEC a las cuales asistían a veces. También les explicaron que los “estatutos” que estaban escribiendo con los papás eran como la Constitución y las leyes de un país y que reunían el pensamiento de los que las deter- minaban y las votaban para después respetarlas y disfrutarlas. Después fueron descubriendo otras similitudes. Para entenderse, todos debían hablar un mismo idioma y en este “descubrimiento” que habían hecho los chicos, las maestras encontraron una pro- funda metáfora: “todos debían abrazar el mismo proyecto” de lo contrario no se entenderían. Como la obtención de la personería jurídica de ADEC fuera una fiesta, los chicos preguntaron si ellos podían votar. ¡Qué osados estos alumnos, votar en dictadura! Para que tuvieran esa vivencia se “jugó” a votar con candidatos, propaganda y urnas. En el 83 recuperarían la experiencia y se constituiría el ADEC- NIÑOS con mandatos por un año, elecciones, campañas de can- didatos y jornada electoral. Los alumnos más grandes tenían los cargos dirigenciales, y los más chicos y el jardín elegían delega- dos. Tenían sus reuniones, discutían propuestas y acciones para lograrlas y trabajaban para alcanzar los objetivos. La campaña que hicieran para comprar los vidrios de las puertas corredizas de dos salas, fue famosa. Otra elección notable ocurrió en el 89, en el Jardín, donde algunos nenes cuestionaron la postu- lación de nenas a los cargos (¿y el cupo?, ja, ja); su maestra, Nora, propició la discusión y pidió que fundamentaran. Había muchos nenes que supieron argumentar citando afiches de propaganda con mujeres y recordando que había habido una mujer presidente. Confeccionaron DNI, boletas, cuarto oscuro y… finalmente en la votación ganó una nena. Dentro del concepto de escuela-país también se conversó sobre todas las cosas que compartían y los hacían diferentes a otras escuelas y así se trabajó el concepto de “cultura”. Era increíble 117
la comprensión de los chicos que, a veces, cuando se realizaba alguna acción que se había proyectado, preguntaban: ¿esto sería nuestra cultura? Así fueron integrándose a las actividades y crea- ciones de la institución. Pasado el tiempo y recordando esas etapas, las directoras reali- zarían una nueva comparación. Observarían que algunas personas aspiraban a “gobernar” para decidir sobre asuntos que más eran aspiraciones personales que beneficios comunes. Porque, a me- dida que las escuelas iban creciendo se iba haciendo más difícil que todos acordaran o que no se filtraran intenciones más personalistas. Y, a pesar de que las directoras tuvieran en sus discursos los principios del Proyecto Educativo y que actuaran permanentemente a favor de él, hubo, en la historia de la institu- ción, muchas situaciones dolorosas, álgidas, críticas y criticables donde prevalecieron intereses de personas o de grupos de personas que desviaron aquel rumbo tan claro que supo guiar los primeros años de la misma. Cristina, ya entrado el siglo XXI, escribió una carta dirigida a ADEC que nunca le envió, por esa manía que tenía de escribir y dejar “descansar” lo producido, resolviendo más tarde su destino. Pero, quizá, hoy sea oportuno conocerla solo para abrir una re- flexión o nuevos aprendizajes porque siempre es bueno volver a pensarse. LA CARTA A ADEC QUE NO LLEGÓ “No creo que, en el momento en que decidimos que una escuela con los padres afuera no podía existir, imagináramos un futuro incierto o que esta decisión cobijaría egoísmos o presiones in- ternas. Más bien pensábamos igual que el educador Paulo Freire que en1960 consideraba que “la escuela y la familia deben experimentar los caminos que mejor posibiliten el encuentro, la comprensión de la práctica educativa; un diálogo del que pueda surgir la necesidad de ayuda mutua. Él creía que se debía “fomentar la presencia de las familias en la escuela en 118
el sentido de abrir más canales de participación democrática a padres y madres en la propia política educacional vivida en la escuela”, (Freire se refería a la escuela pública de su país, Brasil). El Jardín se creó en 1970. En 1971 se había conformado una comisión como “Padres del jardín Mi Lugarcito” que fue fun- cionando mientras la institución crecía con muchas dificultades (en 1973 se crea la escuela Popular Latinoamérica). La política del país era dudosa y la educativa más. Funciona- ban en el Consejo escolar unas “Mesas de trabajo” y un día tuvimos la visita de un grupo que las integraba. Mientras les contábamos entusiasmadas el proyecto, miraban recelosos las mesitas hechas con las puertas de un placard de un familiar y las sillitas que confeccionaba Mario, mi papá, con maderas que juntábamos entre todos sin olvidar las que un papá, Aurelio, seleccionaba de entre las que descartaba el aserradero donde trabajaba y traía bien ataditas en colectivo. Ese día nos acompañaba el papá presidente de la provisoria asociación. ¿Saben cuál fue el único comentario que hizo ese grupo de visi- tantes? Nos dijo que nosotras, al servirle la merienda con man- teles, servilletas y juego de tazas y plato le estábamos desvir- tuando la realidad que vivían estos chicos. El dolor que nos causaron esas palabras nos dejó en silencio, pero Orlando, el papá que acompañaba la visita salió a la cancha diciéndole a la que llevaba la voz cantante: —Mire, esta chica, en mi casa no comemos con mantel, pero ¿sabe? acá mi hijo está aprendiendo a usarlo, las chicas lo es- tán enriqueciendo. La valoración de este papá respecto a nuestra actividad y la de todos esos primeros padres que estaban enviando a sus chicos a una escuela chiquita lograba revitalizar nuestros esfuerzos y no nos permitía bajar los brazos; pese a que funcionaba en espacios que no eran los ideales porque era una casa, a la que luego se le sumaron dos aulas construidas en una bocacalle dada en comodato por el municipio, nos valoraban. En esos espacios tan irregulares, pero tan llenos de amor y 119
respeto, la admiración y el reconocimiento no era solo de los padres hacia nosotras sino también de nosotras hacia ellos; porque podrían haber elegido las cómodas y funcionales escuelas privadas que existían en la zona o las estatales que también las había. Ellos también aceptaban el desafío y asistían a clase niños de diferentes procedencias sociales y económicas. En ese ambiente se fue gestando la forma legal de una asociación de bien público y, Ernesto, un papá escribano la fue ajustando a los objetivos que se perseguían y, así, el 3 de noviembre de 1973, se realizó una Asamblea en la cual se aprobó la creación de una asociación aceptando también la decisión de las fundadoras de no lucrar con la Educación. El Acta constitutiva se firmó en mayo de 1974 bajo el nombre de Asociación de Educación y Cultura, en la cual la misma se compromete a “apoyar y coadyuvar al mantenimiento y engran- decimiento del jardín Mi Lugarcito y la Escuela Popular Latinoamérica”; se aprobaron los estatutos y se autorizó a ges- tionar la Personería Jurídica. Ese mismo día, el escribano mencionado que condujera la redacción de la documentación, nos diría que él respetaba lo que habíamos promovido pero que personalmente no estaba de acuerdo. Sostenía su creencia de que nosotras podíamos poner dentro de las escuelas a todos los padres que quisiéramos pero que la propiedad y conducción debían estar en nuestras manos. Manifestaba la desconfianza, dudaba de que en un futuro no existieran intereses personales que desviaran o se interpusieran en el rumbo del proyecto pedagógico produciendo un desgaste de energía que los docentes debían destinar solo a su proyecto. Nosotras seguíamos a Paulo Freire. Él decía: “la tentativa de hacer que el trabajo intelectual sea un trabajo colectivo lleva consigo, sin duda, el método que más se presta a este tipo de tentativa: el diálogo”. Y nosotras, apostábamos a él. En 1993, un conocido periodista entrevistó a Paul McCartney y le preguntó el por qué de un tema que, en Álbum Blanco, tenía un contenido notoriamente político y Paul le contestó: “En los años sesenta John y yo, sobre todo, pero también George y 120
Ringo, hijos de la clase trabajadora británica y votantes del partido laborista, creíamos que el socialismo iba a triunfar en el mundo. Y el periodista comentó: “se hizo en el año del mayo francés, de las revueltas estudiantiles contra la guerra de Viet- nam y puede considerarse, desde el hoy, como un ejemplo de una era en que el poder les dejaba creer a los jóvenes que pronto les sería posible tomar el cielo por asalto”. Nosotras éramos producto de los sesenta y también creíamos posible tomar el cielo por asalto. Pero Paul le responde al periodista: “Yo creo que fue una revolución, lo que pasa es que no fue una revolución violenta… sino que fue una lenta revolución silenciosa. Los Beatles han sido parte de esa revolución… mirá la condición de los negros, mirá la condición de la mujer”. Y nosotras dijimos, como recordara Galeano citando a Birri: “no sé si la utopía existe, pero es la que nos permite caminar hacia allí”. El camino administrativo de la gestión por la personería jurídi- ca, se hizo en un país bastante convulsionado y la autorización seguramente se habrá firmado con los últimos vestigios de democracia aunque llega a nuestras manos ya instalado el golpe cívico–militar. Así aprenderíamos estrategias muy variadas para hacer posibles las reuniones de ADEC ya que durante un largo período estaban prohibidas las reuniones de más de dos personas. Así surgían “redes” vía cuadernitos de los chicos o encuentros “para hacer material didáctico” donde se despa- rramaban cartulinas, tijeritas y plasticola mientras se pensaba cómo seguir avanzando. No conversábamos solo de necesidades materiales, también explicábamos el sustento pedagógico y social de nuestras ideas porque creíamos que cuanto más supieran los padres respecto a nuestras acciones en el aula, mientras más argumentos descubrieran para compartir con nosotras el desarrollo de la personalidad de sus hijos, mientras más coherentes fuéramos familia y escuela, el camino del niño hacia un hombre pleno 121
estaba asegurado. Igualmente, y a pesar de todas las explicaciones y análisis, la relación entre ADEC y las escuelas no siempre fue un jardín de rosas. Tal vez sí, durante los primeros veinticinco años. Pero algo cambió cuando la institución comenzó a tener notoriedad. ADEC, o alguno de sus integrantes, escuchaban otras voces en sus oídos. Ninguno sospechado de hurto pero sí de sustraerle a sus hijos el derecho a creer y admirar a sus maestros; y eso lo comprobábamos en los ojitos de los chicos que nos miraban recelosamente, no entendiendo cómo esa maestra con la que se divertían, la que los ayudaba a pensar, la que los guiaba, era tan mala como comentaban en su casa. Muchas, muchísimas veces, miembros de ADEC llevaron la gestión por caminos engorrosos, marcados por personalismos, por no apuntar al real “diálogo” que mencionaba Freire (aun- que él se refería a las escuelas estatales que no corrían riesgo de cerrarse si no acordaban maestros y familias). Nuestras desavenencias podrían dejarnos en un equilibrio ines- table. Eso siempre es riesgoso. Y, generalmente, pasa cuando algunos integrantes dejan de lado los objetivos y funciones que constan en los estatutos, que deben estar armónicamente enlazados con el proyecto educa- tivo que les debería funcionar de faro. Ambos documentos fueron formulados como interreguladores de todas las accio- nes; ninguno de ellos tendría vida por separado. Son como un matrimonio sin opción a divorcio; deben ser un matrimonio basado en el respeto y el amor. Ambos organismos debieran enamorarse mutuamente. Sin anular las diferencias, sumándo- las, apuntando a un solo fin. Ambos, escuela y familia, en aquella escuelita sencilla, trajimos al mundo una realidad que parecía imposible y nadie puede negarse a esa paternidad, y sí negarse a aquel augurio del papá Ernesto. Me permito traer las reflexiones de un historiador y pensador británico, Tomy Judt que el 24 de marzo de 2010, en una entrevista hablaba sobre “la necesidad de actuar ahora como 122
si fuéramos a seguir viviendo el futuro, como si fuéramos a estar ahí para asumir la responsabilidad por nuestras palabras y nuestros hechos, por la vida en el futuro, aunque no sea nuestro propio futuro… Si cada una de las personas que habitan este mundo pensara que las consecuencias de sus acciones, aunque ocurran cuando ya no están, le son propias, muchos de los cambios bruscos o intempestivos que se vienen imponiendo en el campo comunicacional a tiro de firma personalistas o de mayorías automáticas, en distintos rincones del planeta, no se deberían haber tomado”. Los primeros socios de ADEC, junto con nosotras, se hicieron responsables del futuro. El Papa Francisco nos insta a la “cultura del encuentro”. ¿Por qué, a veces, ADEC ha dejado de ver como algo valioso el ser artífice del sostenimiento real y concreto del proyecto de las escuelas? ¿Por qué ADEC dejó de verse como los que abrían puertas, construían caminos, inventaban soluciones, incentiva- ban su creatividad para proveer lo necesario para los chicos, fomentaban el Proyecto pedagógico con incentivos, informaban a la comunidad con un brazo sobre el hombro, abrían los oídos a las propuestas, propiciaban el diálogo permanente? He escuchado muchas veces: “tenemos que hacer cosas para los socios”. Para ADEC, los socios mayoritarios deben ser los chicos y los docentes. ¿Qué función cumpliría ADEC si las escuelas desaparecieran? Los objetivos de ADEC están inmersos en un cúmulo de valores como el respeto, la fraternidad, la solidaridad, el bien común, el altruismo, la comprensión, la igualdad, el reconocimiento. Por esto, ¿no debería henchirse de orgullo cada miembro posi- tivo que pasa por la CD de ADEC si favorece el logro de los objetivos del Proyecto Educativo? ¿No deberían sentirse parte de la “lenta revolución silenciosa” que mencionaba Paul McCartney? ADEC y las Escuelas fueron pensadas como un todo. Pero un todo muy especial, porque el núcleo más importante y esencial de ese todo son los chicos, sus hijos, nuestros alumnos. Y todo 123
aquel que estuviera actuando desde una perspectiva personal y egoísta está disparando contra esos niños y jóvenes, les está arrebatando la confianza que depositan en nosotros unidos, sus padres y maestros, que somos los primeros en su integración con el mundo. La confianza es lo primero que descubre el ser humano desde la cuna, desde allí el niño se deposita con fe en los brazos de los adultos. Desde allí debemos acompañarlos mostrándoles no solo los peligros sino el entramado de relacio- nes positivas que podemos armar los adultos para que su camino sea seguro. Luego descubre la confianza en sus maes- tros y se cobija en su abrazo. Todos tenemos que hacernos cargo del futuro. El espacio real de conversación debe ser un desafío a la mayor capacidad creativa de las partes, una experiencia intelectual que nos lleve a desarrollar nuestro pensamiento crítico y a encontrarnos en comunión o si se quiere, en común-unidad, que es lo que quiere decir la palabra comunidad. Antonio Faúndez, filósofo chileno nos dice: “La tolerancia es la sabiduría o la virtud de convivir con el diferente, para poder pelear con el antagónico”. El Ideario de las escuelas, el que le recordamos siempre a los chicos comienza diciendo “somos seres lanzados a encuen- tros” y finaliza reconociéndonos como lo que debemos ser: “portadores de humanidad”. ¿Es poco militar, esforzarse, comprometerse para lograr estos principios?”. (No se eliminaron temas ya conocidos por no transformar la lógica estructural del texto). Así pensaba para sí Cristina cuando escribió y luego guardó esta carta. Porque volvía a recordar cuando comparaban a la escuela con un país en chiquito. Pero con Norma, soñaban un país ideal; y así deben ser los sueños. Un país en constante construcción y enriquecimiento. Soñaban que chicos reflexivos y críticos serían adultos que no permitirían, como ocurrió tantas veces en nuestro país, ciclos de retroceso, años en que se volviera atrás en derechos 124
y bienestares que se creían adquiridos, ciclos de “grietas”, de incomprensión, de indiferencia, de desencuentros, de enfrenta- mientos. ¡Qué acertadas estaban las fundadoras cuando les hacían conocer a sus alumnos las conversaciones, las discusiones, pero con acuerdos, a los que llegaban quienes se encontraban en aque- llas reuniones de docentes, directivos y ADEC (las autoridades) solo para el beneficio de ellos (que venían a ser el pueblo)! Les enseñaban el ejercicio de la democracia que ellos iban a tener que defender. Porque como lo mencionaba Cristina en la carta, ADEC, en varias secuencias temporales de su historia, desvirtuó sus objetivos y olvidó los valores en que se debía sustentar, funcionó cortando las líneas de comunicación y de interacción que durante muchos años habían activado sus acciones. Se enfrentó con las fundadoras, se sintió molesta con sus requerimientos manteniéndolos en stand by, se dejó manipular por algunas personas, les negó integrar las Comisión Directiva, criticó sus acciones y se olvidó que ellas solicitaban lo que era propio de los alumnos. ¿Cuándo aquellas dos mujeres habían pedido o exigido algún beneficio personal? ¿No habían dado muestras sobradas de altruismo y solvencia intelectual? Tal vez habrán tenido muchos errores, pero nadie po- día dudar de sus intenciones. Nada podría quedar sin solución mediando el diálogo bien intencionado. Actuaban, trabajaban, pedían, creaban y hasta soñaban por sus alumnos. Y hubo quienes se sintieron molestos por ello. ¿Y por qué? ¿Porque se habían alejado de ellas, porque se olvidaron de mirar desde la historia, porque querían competir? ¿Competir por qué premio? Los proyectos comunitarios no tienen premios, tie- nen logros. Y, por cada escisión que se abre, se va la energía. Y, puesto que deben ser ejemplo para los chicos, ¿qué mensaje les están dando con ese accionar? ¿Cómo queremos que los alumnos entiendan la historia si no podemos ver nuestra historia institucional? La escuela, un país en chiquito, no merece estas experiencias. Si no, ¿qué les estamos exigiendo a los políticos del país grande si 125
nosotros nos confundimos en el país chiquito? ¿De qué Latinoa- mérica regional unida se habla si la Latinoamérica de Burzaco pierde sus principios? SE SIGUE CONSTRUYENDO En septiembre del 79, empieza la construcción de pisos y paredes de dos aulas y un depósito a continuación de los baños. En su mayor parte fueron construidas por los padres y miembros de ADEC. Eran épocas difíciles social y económicamente. La cocina era usada como aula pues todavía no tenía las instalaciones pertinen- tes. Por ello se había dejado de servir la leche o el té al que estaban acostumbrados los alumnos en la otra escuelita. Pero a esta construcción recién se le podría colocar el techo en 1981. Se hizo con enormes chapas acanalada y todo fue a pulmón con mínima intervención profesional. El país de la Junta se resentía con la fuga de divisas y una devaluación tras otra. ADEC hacía malabares con la plata; era necesario no parar la construcción. En junio 81, se pueden poner las puertas y ventanas y más tarde, la cerámica roja en el patio que une la cocina-aula y el salón. Es en ese momento en que se levanta la medianera del lado este y un pedestal de ladrillos, con escalerita adornado con plantas, rodeando el mástil. Es importante destacar que, en las distintas etapas de la cons- trucción, siempre la definición de las necesidades y la aprobación de los proyectos de construcción estuvieron a cargo de las directo- ras que, a su vez, consultaban con las docentes; ADEC estaba consciente de que eran ellas quienes conocían la funcionalidad para el desarrollo de las actividades pedagógicas. En mayo del 82, se comienzan a construir dos aulas más pero del lado contrario, el lado este de los terrenos y una dirección a continuación del depósito (lado oeste) y en junio se techa también 126
con el mismo tipo de chapas. Para ese entonces, estaban adelantadas las conversaciones para la compra del terreno gemelo al que daba a Falucho. Se hace efectiva en marzo del 83, firmando el boleto de compra en la suma de $184.500.000 (¿qué dinero sería a precio actual?). La situación económica era turbulenta y con una enorme inflación. Recién, se volvía a estrenar un gobierno democrático que debía debatirse en una Latinoamérica todavía convulsionada. La dirección, se alarga hacia ese terreno y se le construye un baño interno (hasta ese momento los docentes usaban el mismo baño que los chicos) con una ducha dado que muchas veces era necesa- ria la higiene antes de volver a casa. También se busca al dueño del terreno con salida a la calle Brasil que se conectaba con el nuevo adquirido y al del otro que salía a Falucho (donde hoy se colocan los despachos de comidas para la Feria). El dueño de este último da el permiso para conservarlo limpio. Aunque el propietario del que daba a Brasil no se pudo ubicar igual se utilizó y recibió tratamiento de cuidado. Todos esos espacios se estaban limpiando y habían comenzado tareas de parquización. Alfredo junto con Poldo, el esposo de Elba, se dan a la tarea de plantar árboles junto con los chicos. Cada grado y salita tendrían designado un árbol y en un acto profundamente simbólico acorde con la orientación ecologista de las escuelas, cada grupo con sus familias plantó “su” árbol. Así comenzaron a compartir la vida institucional árboles autóctonos como un ceibo, una araucaria, un palo borracho, numerosos sauces (llorones y tortuosos), un brachichito, un calistemo, un jacarandá, un ginkgo biloba, un fresno, varias higuerillas y hasta un ombú. También se plantaron sauces y álamos plateados en las veredas de la escuela y en la vereda de enfrente que correspondía al Club Pucará. Chola se unía a esta labor pues fue la incansable jardinera. Todos los rincones y canteros comenzaron a florecer gracias a su “mano verde”. Había traído de su casa un trozo de hiedra que luego se reprodujo en todos los espacios que necesitaban color verde. Muchos chicos venían en el turno contrario a jugar un rato y también a ayudar a regar y cuidar las plantas. 127
En el amplio pasillo, al que daban las dos primeras aulas, los baños y la cocina, se habían construido tres canteros en círculo de 1,50m. de diámetro contorneados con una parecita de 30 cm de alto. Uno, con piso de cerámica de colores se llenó de agua, otro pasó a ser un arenero y el tercero cobijó numerosas plantas y va- rios bananeros. Hoy ya no existen. Solo duerme esperando otra “mano verde”, un aburrido cantero de ladrillos en el que se sientan los alumnos, pero que durante muchos años también estuvo lleno de plantas. CADATANTO En 1982 comienza a tomar fuerza la idea de editar una revista como lazo comunicacional entre las instituciones educativas y los hogares de los alumnos y Cristina asumió la tarea. El primer número sale en agosto de 1982. La tapa y su contenido estaban relacionados con Latinoamérica y su apoyo a la soberanía sobre las Islas Malvinas. El tema había cruzado las aulas permitiendo conocer aquel trocito de nuestro país que nos pertenecía, pero también, había posibili- tado reflexionar acerca de una guerra conflictiva e ilógica hacia adentro y hacia afuera, de los diálogos de paz que siempre deben existir, de las gestiones que desde hacía muchos años Argentina venía realizando para el reconocimiento de su soberanía. También permitió pensar que Latinoamérica estaba tomando conciencia de que Malvinas era una causa de todos sus países contra una potencia colonizadora. En ese momento no se les hubiera ocurrido pensar que, desde 2016, el gobierno de turno dejaría a un costado los reclamos de tantos años para no obstaculizar intereses personales de sus inte- grantes y amigos y permitiría la explotación de sus riquezas al enemigo. Aquel primer número de Cadatanto tenía producciones de los alumnos que se habían ido creando en relación a este tema. Los números 1, 2 y 3 de la revista eran de tamaño oficio y se 128
editaban manualmente. Se hacía un original de cada página escrita a máquina con tinta hectográfica y se sacaban copias con pasta hectográfica, una especie de gel medio endurecido sobre el cual se apoyaba el original, se dejaba unos minutos y al quitarlo el texto quedaba en la pasta. Luego se apoyaban las hojas en blanco y se quitaban ya impresas. La cuestión era que al ir llegando a la copia número 30 casi no se leían. ¿Se imaginan el trabajo que llevaba editar una revista así? No existían las fotocopiadoras ni la fotoduplicación e imprimirlas salía un dineral. Por esto, de las tres primeras revistas, cuyas copias todavía existen en la escuela, casi no se puede leer su contenido. La 4 salió en 1983 y Leandro (6 años) dibujó, para la tapa, una Casa de Tucumán con una enorme paloma de la Paz en su techo. Unos papás se habían unido al proyecto, pero duraron solo algu- nos números. En ese número 4 hubo una historieta que tenía por protagonistas a dos personajes: “ADECquito” y “Sociolito” que comentaban, de manera graciosa, algunas quejas de ADEC a sus socios. Participan alumnos con producciones, juegos, cuentos y se comparten algunas noticias institucionales. En 1986, sale la número 6 y adquiere el formato medio-oficio y en el contenido participan alumnos, docentes, padres y se pro- mueve una rifa. La escuela convoca a dos reuniones en el marco del 2do Congreso Pedagógico, Ley 23.114 (el 1º había sido en 1884) porque recono- cía el valor histórico del mismo. En ellas, con la comunidad, se discute, se dan ideas y las conclusiones se elevan a las autoridades y se informan en la revista. También se hace conocer un anteproyecto del Mrio. de Educación de la Provincia para el nivel preescolar, primario y dos años de secundario dividido en ejes con propuestas renovadoras. A partir de este número y hasta 2006, CADATANTO estará promovida por el Depto de Investigación y Cultura (DIC) que se había creado en aquel año. En el Nº 10, Ramón, el esposo de la docente Cristina, que diseñara el logo de los institutos y de la Fe- ria, diseña el nombre con una tipografía distintiva dándole tam- bién una curvatura que llevará hasta su última edición. 129
Las CADATANTO reunirían creaciones de los chicos incluyendo en su mayoría el diseño de su tapa; se mantuvieron actualizadas las cuestiones pedagógicas, socializaron inquietudes de los alum- nos, tuvieron aportes de profesionales y, al ser en blanco y negro, los más pequeños aprovecharon para darle color a las imágenes. Cristina pasaba por todas las aulas preguntando si tenían algún material para editar y los chicos, individual o grupalmente, hacían lo suyo; los docentes o ADEC también enviaban artículos y noticias. Luego tipeaba; al principio en una máquina de escribir, años después en la computadora; recortaba y pegaba los dibujos de los chicos. Ese trabajo no había cómo evitarlo, aunque algo se había avanzado técnicamente con la fotoduplicación. En 1991 salió el Nº 29 llamado CADATANTO DE ORO porque editaba la última reformulación del Proyecto Educativo y la pro- yección edilicia para ese año. En ese momento se introducen viñetas que diseña Jorge Ponce para las secciones fijas que eran: “El mundo es de nosotros”, con mirada ecologista; “¿Quién lee hoy?, leer en familia”, textos literarios y recomendaciones de libros que se podían extraer de la biblioteca; “Recuperando el pasado”, recuperación de las culturas ancestrales y la historia de Latinoamérica y de la localidad; el “Notitanto”, con noticias de interés institucional; “En qué andan nuestros chicos”, produccio- nes de los alumnos o relato de experiencias áulicas; “Para pen- sar”, notas para la reflexión; “Que no quede en el tintero”, un ida y vuelta sobre hechos variados como así también comentarios sobre posibles paseos y salidas familiares y otros temas. La revista daba especial atención a las vacaciones (de invierno o verano), recomendando actividades que no requerían erogación y que reafirmaban los lazos familiares y la observación de la naturaleza. En 1992, y a los 500 años de la conquista española, dedicó artículos especiales sobre el tema para el conocimiento y la reflexión incluyendo las conclusiones de los asistentes a charlas sobre el tema que organizara el DIC. CADATANTO fue un medio dinámico de comunicación entre las escuelas y la familia y éstas también participaban con notas y 130
comentarios que se editaban. El valor de la misma resultaba del costo de impresión (por mu- chos años se armó en la escuela) dividido el número de familias ya que cada una recibía su ejemplar. En 2006 el valor era de $1 y muchas familias se olvidaban de enviarlo así que Cristina solicitó a ADEC si no podían sumar a la cuota social el peso de la revista para que ésta pudiera seguir editándose (evitando el problema de la recaudación aula por aula) y no obtuvo respuesta. Fue así que CADATANTO dejó de salir antes de cumplir sus Bodas de Plata y así se perdió un histórico y efectivo intercambio cultural entre las escuelas y las familias. UN CRECIMIENTO FORZOSO Hasta 1984, la Escuela Popular Latinoamérica había conformado sus grupos integrando algunos grados de acuerdo al número de alumnos. Para 1978, tenía 1º y 2º juntos, 3º y 4º juntos, 5º puro y 6º puro. La búsqueda de alumnos para completar el mínimo que exigía el Mrio. era un tema constante porque, si no se alcanzaba, no se podía recibir la subvención (que, a su vez, cuando la sala era reconocida, se efectivizaba el pago uno o dos años más tarde). La institución afrontaba los sueldos de los docentes que todavía el Mrio. no subvencionaba y que eran muchos. Cristina era parte del equipo de maestras del primario puesto que el Jardín funcionaba en el turno tarde y lo sería hasta 1985. Pero, después del horario les daba clases, gratuitamente, de danza clá- sica y contemporánea a las alumnas que lo deseaban con recitales exclusivos a fin de año. Muchas veces, los mismos padres salían a buscar alumnos y a los que no tenían recursos se les ofrecía una o media beca según la situación. Eso, más tarde, trajo aparejada otra dificultad: muchas familias venían directamente requiriendo una beca como si fuera una obligación de la escuela y aún, muchos años después de que la escuela dejara de necesitar alumnos para completar número, 131
seguían insistiendo con solicitar beca (a pesar de que la cuota social siempre fue muy acomodada). Más tarde ADEC formaliza- ría un régimen de becas para dejar claro su otorgamiento. En 1979, egresan los primeros alumnos y la escuela inaugura una singular fiesta de egresados. Directivos y maestras preparan una colorida mesa de fiambres y quesos decorada con frutas y embuti- dos. Como no eran muchos, a los egresados se les elaboró un coctel de frutas servido en ananás vaciados y decorados con guindas y mentas. Los padres completaban otras mesas y todos festejaron y compartieron luego de la entrega de medallas, diplo- mas y un libro que pasaría a ser un regalo distintivo de la escuela para todos sus egresados. Norma organizó, como viaje de fin de curso, un campamento en San Antonio de Areco. Ese año, Cristina había pagado de su bolsillo un curso de Peda- gogía Musical en el Colegium Musicum para enriquecer sus conocimientos e implementarlos en las aulas. Las calles del barrio de la escuela eran de barro. Desde Brasil hacia la avenida Espora (que, en realidad, en este tramo se llama Belgrano), había más de dos manzanas baldías que eran todo yuyal y árboles de lo que habrían podido ser antiguas quintas. No estaban en venta, no estaban alambradas y entre las malezas dormían los restos de una edificación donde a veces vagabundos hacían su estadía. Algunos alumnos vecinos venían solos porque sus madres los miraban desde la puerta de sus casas y Norma los esperaba en la vereda. Un día, un alumno llegó asustado diciendo que un señor lo había interpelado en el trayecto. Rápidamente, Norma organizó la avanzada y allá salió con las maestras, basto- nes de gimnasia en mano, gritando mientras cruzaban los yuyales revoleando sus “armas” cual malón verde a defender a sus chicos. ¡Quién osaba amedrentar a los alumnos! Esos terrenos recién se lotearon y vendieron en la segunda década de este nuevo siglo, levantándose en ellos lindas viviendas. Allá quedaron aquellas aventuras campestres. En 1980, ADEC comienza a pagar un profesor de Educación Física (para un uso más calificado de los bastones) que recién se subvencionaría para el primario en 1985 junto a un cargo para 132
plástica y otro para música. Poldo, el esposo de Elba, había sido profesor ad honoren por un tiempo y le había sucedido Juan Carlos, un alumno de él. Es importante destacar, como ya se mencionó, que el hecho de que los establecimientos crecieran en número de alumnos y sus correspondientes grupos áulicos no implicaban la subvención automática de los mismos, a veces pasaban años para que fuera otorgada por lo que siempre ADEC tuvo que ir haciéndose cargo de los sueldos sorteando los avatares que las políticas económicas imponían y los docentes sosteniendo su fidelidad cuando había dificultades. Para 1983, los grados eran puros de 1º a 7º. Ese año, Romero Escalada llegó a la escuela con un señor que quería conocerla; ese señor era el dueño de la editorial Plus Ultra, Gerardo Román, quien se trabó en discusión con las directoras diciendo que debían haberle puesto Hispanoamérica a la escuela y ahí no más aquellas le echaron en cara los ultrajes y robos que había cometido España. Era un español muy bonachón que reco- noció la elección del nombre y su motivo. Se quedó más de dos horas conversando, finalmente, les dijo que quería donar unos libros para que fueran el inicio de la biblioteca. Fue a su auto y bajó una enorme cantidad de ejemplares. Así quedó sellada una amistad que duró hasta su fallecimiento. La escuela le compraba no solo libros para la biblioteca sino los que regalaba a cada promoción de egresados y él le hacía importantes descuentos y donaciones. Las chicas recordaron que, en 1922, José Ingenieros había recha- zado el Panamericanismo impuesto por Estados Unidos (iniciado en la doctrina Monroe: América para los norteamericanos) pro- moviendo en su lugar la Unión Latinoamericana “haciendo conti- nental el sentimiento de Patria”. A fines del 83, Argentina vuelve a la democracia de la mano del Dr. Raúl Alfonsín que arengaba a los argentinos con el preámbulo de la Constitución. Emocionaba recordarla después de tantos años de haber estado en una caja fuerte. Los docentes pudieron ense- ñarla sin prohibiciones. Fue un momento liberador después de 133
tanto ocultamiento y precauciones. Sí, fue como liberarse de pesadas cadenas; “oíd el ruido de rotas cadenas” volvía a tener significado. Alfonsín agregaba: “con la democracia se come, se cura, se educa” como compromiso del Estado. Pero nada sería fácil. Entre Martínez de Hoz y Cavallo, habían hundido económicamente al país y en Latinoamérica continuaban varias dictaduras producto del Plan Cóndor. Pero, a pesar de ello, Alfonsín creó la CONADEP e impulsó el Juicio a las Juntas. La película “La historia oficial” (que ganara un Oscar) cuenta una dolorosa parte de aquella historia. Se sientan las bases del futuro Mercosur. La democracia era como un bebé al que había que enseñarle a caminar. Aunque el sindicalismo no lo comprende cabalmente y queriendo desentumecerse, realiza trece huelgas generales y los militares, que no deseaban perder sus agilidades, aprietan con alzamientos. Alfonsín responde a los golpistas, tanto desde el palco de la Sociedad Rural que lo abucheaba, como desde el púlpito de la catedral. Como la gente se había acostumbrado a “esconderse en sus ca- sas”, la participación estaba en crisis, pero los directivos de la escuela no permitían que ésta decayera en su ámbito. La vuelta a la democracia permitió que Elsa Borneman y Gustavo Roldán visitaran la escuela, charlaran con los alumnos y les contaran algunos de sus cuentos, aquellos que había prohibido la dictadura. Antes del comienzo de las clases de 1984 se había iniciado una avalancha de padres buscando vacantes. ¿Qué pasaba? Sucedía que se había producido el otorgamiento de las viviendas en el Barrio Don Orione de Claypole pero las escuelas de la zona no tenían suficiente disponibilidad. Las familias habían comenzado a averiguar y supieron de Latinoamérica. Para la institución, era un sacudón. Había venido creciendo sin prisa, pero sin pausa y esta situación era un poco forzada. Hubo una asamblea de padres y maestros para escuchar opiniones, analizar y arribar a una decisión. Ésta no podía ser tomada solo por los directivos o la CD de ADEC pues, un crecimiento tan 134
concentrado y en poco tiempo, iba a repercutir en toda la comu- nidad educativa. Finalmente, luego de analizar los pros y contras, se decidió otor- garles las vacantes analizando la disponibilidad de espacios. Las aulas que se habían ido construyendo tenían como objetivo liberar el salón para que fuera usado solamente como tal; esto lo retrasa- ría. Se usó todo como aula, incluyendo la cocina que esperaba liberarse. ¿Se acuerdan del “Pa” de Cristina? Se acercó sigilosamente a su papá con unos dibujos en un papel. Eran unos módulos de la misma forma, pero con variantes, de 60cm de lado y 30 de ancho aproximadamente, Unos, cúbicos; otros, con un estante en el medio; otros, con fondo; otros, con patitas. Éstos permitían armar estructuras modulares a necesidad. Servirían para bibliotecas, para armar rincones, apilar, sentarse y hasta ordenar artesanías en la exposición de la feria. Cuando su papá le preguntó cuántos quería, lo miró amorosamente y le dijo con suavidad: setenta, sí, setenta. Muchos andan todavía por las aulas. La escuela no tenía casi muebles y estos módulos eran dúctiles para la creación y propicios para cada oportunidad. Así se abrió la inscripción, pero solo para jardín y los primeros años del primario. En 1985, hubo tres grupos de 1º, dos de 2º, dos de 3º, dos de 4º y de 5º a 7º solo un grupo de cada uno. Dado el número de salas, el primario debe considerar la Vicedi- rección; Elba toma el cargo. El año anterior, ADEC adquiere un micro para poder brindar el transporte a los alumnos que venían de Don Orione y aledaños, pero el servicio tenía dificultades que ADEC no podía atender por lo que en 1985 se lo vende al Sr Guillermo, un papá, que comienza a hacerse cargo del mismo. Ese crecimiento trajo consigo muchos desafíos. Las mudanzas traían algunos conflictos, eso lo sabían los docentes puesto que hasta las consideraban en la Ficha inicial de cada alumno. Acá no era solo un alumno sino muchas familias. Las adaptaciones no solo afectaban al chico sino implicaban al grupo familiar. Mucha 135
gente venía de vivir en zonas muy urbanizadas y en el barrio faltaba todo, no solo escuelas. No había negocios de comida, farmacias u otros servicios, unidades de salud, etc. y esto los tenía muy enojados y muy sensibilizados. La institución tuvo que hacer gala de comprensión y poner en juego todas las estrategias para que, por lo menos en la escuela, las personas se sintieran a gusto y encontraran una referencia cuando no un cobijo. Y también, que los alumnos “antiguos” no se resintieran con un ingreso tan masivo de compañeros. Comenzaron a realizar actividades para que se integraran las familias. Las charlas con ellas fueron lo principal. También co- menzaron los cursos de gimnasia femenina, telar, danzas folklóri- cas, campamentos, experiencias de Matrogimnasia en todos los niveles y se ofrecieron los servicios de la psicóloga que estaba integrada al staff. Se dieron charlas sobre adicciones y sobre conductas infantiles. Por primera vez, actuó el grupo Diablomundo con su espectáculo “El fuego”, interacción de títeres, actores y efectos que indagaban en la historia de Latinoamérica y sus raíces, como el Popol Vuh. Y se disfrutó de un Día del Niño particular con juegos y proyec- ción de películas. Se logró la visita de Javier Villafañe, reconocido poeta, escritor y titiritero, que con su teatrito “La Andariega” y como un trota- mundo había recorrido toda Latinoamérica contándole a chicos y grandes historias de los pueblos. Un abuelo gordo con un enorme jardinero se sentó en el salón y transportó a toda la comunidad educativa a un mundo mágico. Como él decía: “Y nadie puede dudarlo, todo lo que él dice es cierto. ¡Esa casaca de pana y ese gorro color cielo!” Se terminó ese encuentro comiendo cosas ricas en la cocina, donde se debe recibir a quienes se quiere mucho. En 1985, se comienza a dar Folklore como materia que después 136
se transformaría en Cultura Latinoamericana y la escuela adquiere un importante equipo de audio. Inicia el funcionamiento de una subcomisión de madres cuya labor más destacada se vería en su participación en las Ferias de Latinoamérica y en la coordinación de otros subgrupos para di- versas áreas comunitarias y culturales. A estas madres, Cristina les fue dando charlas para capacitarlas acerca de dinámicas y conducción de grupos con el fin de que adquirieran confianza y pudieran trabajar como equipo cohesionado y, sobre todo, para que conocieran en profundidad el proyecto educativo y entendie- ran que el único objetivo eran los niños. Más tarde se trasformaría en el Grupo de Coordinadoras, acompañado por Norma. Cada grado o sala tendría una representante elegida por sus pares y se le asignaría un país para investigar en grupo; tendría la representa- ción ante ADEC y viabilizaría la comunicación entre las familias del grupo de alumnos (todo sin de WhatsApp). SE SIGUE AVANZANDO Las fundadoras habían presentado los trámites de cesión formal de los establecimientos a ADEC ante el Mrio. de Educación. Éste reconoce a la Asociación como propietaria del jardín recién el 31 de Julio de 1984 y del primario el 8 de mayo de 1985. La necesidad de ampliar la infraestructura edilicia es imperiosa. Nuevamente se le encarga a Miguel Tiritilli el proyecto del edi- ficio que cobijaría al primario y que tendría su frente hacia la calle Falucho. El proyecto final consideraba una estructura de tres plantas y abarcaba los dos terrenos que daban a esa calle con aulas, labora- torio, biblioteca y baños, según las necesidades que Norma había señalado, y espacios para la administración de la escuela y ADEC. En enero se realiza toda la obra civil: cámaras, pozos, y cañerías para desagües pluviales y cloacales; se aprueba el proyecto pre- sentado y el presupuesto para la construcción de 18 bases; la pri- mera etapa de la obra cubriría 140m2. 137
La losa se llena en marzo del 86 y se continúa con la construcción de paredes, pisos, etc. Paralelamente, se realiza una reparación completa del techo para- bólico del gran salón de Azopardo. Para junio, se llena la segunda mitad de la planta baja, otros 140m2 de losa y la escalera; esta parte es el frente del actual primario. Con estas acciones se cubrió 1986 y parte del 87. Los ambientes estaban proyectados con grandes ventanales exter- nos con un zócalo fijo que impedía a los alumnos asomarse y am- pliaba la iluminación. Se hicieron a medida y la tarea estuvo a cargo de la empresa Suralum. En el 86 había dos 1ros, dos 2dos., dos 3ros, dos 4tos, un 5to, un 6to y un 7mo pero la demanda de alumnos hace que en 1987 otra vez hubiera que abrir tres 1ros. En marzo del 87, los chicos que seguían emocionados los avances de la construcción, quisieron habitar las aulas. Todavía no tenían las ventanas, pero Norma les dio el gusto colgando unas enormes telas plásticas transparentes hasta que, en mayo, fueron colocadas las aberturas definitivas. Semejante crecimiento trajo acompañada la necesidad de comprar sillas y mesas. Hasta ese momento las sillas, mesas, estanterías, mesadas del jardín, pizarrones y todos los elementos de madera habían sido confeccionados por Mario. Por el 80, la escuela había recibido una donación de pupitres de un establecimiento de la zona, pero Latinoamérica no estaba de acuerdo con el uso de pupitres. Ahí fue Norma la que miró fijo a Mario y le dijo con ojitos pícaros: ¿qué se puede hacer? Mario elogió la calidad de las maderas con las que estaban confeccionados y pidió que los desarmaran y enviaran las maderas a su casa. Para ese entonces, su sierra sinfín de carpintero había vuelto al taller de su casa. Mario transformó esos pupitres en unas hermosas sillas, algunas de las cuales todavía sobreviven en la sala de profesores del secundario. Por esa época, se compran las estructuras de caño de sillas, se pintan de verde y Mario les confecciona el asiento y el respaldo 138
de madera barnizada. Alfredo lo apuraba llamándolo para que le avisara la cantidad ya lista para ir a buscarlas. Así lo exigió hasta terminar todas. El 25 de mayo del 87 se inaugura el techo siguiendo un ritual que llevan adelante los pueblos andinos llamado wasipichana. En los pueblos incaicos, la finalización de la construcción de una casa se definía con la colocación del techo. Este hecho era celebrado por todo el hayllu (grupo de familias). El curaca (sacerdote) quemaba hojas de coca con harina de maíz y sahumaba los rincones. Luego, todos celebraban tocando sus bombos, renovando las bases de la amistad y los lazos de cercanía. La escuela colgó del techo cantidad de guirnaldas con flores traídas por cada familia; agradeció a la Pachamama y compartió un riquísimo locro renovando así los lazos que unían a toda la comunidad educativa. Como se quería dejar liberado el salón de Azopardo, se levantan aulas provisorias con mamparas (en esto ya tenían habilidad) en lo que hoy es el sum del primario. De aquella época queda hoy un pequeño espacio administrativo en el ángulo que fue en los últi- mos años el centro de actividades del Departamento de Investiga- ción y Cultura que dirigiría Cristina hasta su renuncia. El Jardín se desarrollaba en lo que hoy es la planta baja del Secundario. Dado que todas las calles seguían siendo de barro y que solo había un cruce de adoquines que colocó ADEC (los adoquines históri- cos cuya descarga ya contamos antes) sobre Azopardo. Para poder habilitar la entrada al nuevo edificio, se construye una veredita que da vuelta por media manzana: de la puerta de la escuela de Azopardo hasta Brasil, toda esta calle hasta Falucho y de esa es- quina a la puerta de la escuela con su vereda más amplia. En 1988, se decide que todas las aulas tengan una pequeña mesada con una pileta para facilitar el lavado de las manos de los chicos, afianzando hábito de higiene, y para la limpieza de materiales de plástica y otros. Se coloca el revestimiento cerámico en los baños y a la cocina. El profesor de plástica, con sus alumnos, pintan las cerámicas que 139
se mandan a hornear antes de colocar. Los chicos eligen los temas: la cocina con figuras afines, el baño de niñas con el tema “el casamiento de la luna y el sol” y el de varones con lugares históricos de Burzaco. En los baños, se instala un moderno sis- tema de pedales para accionar las canillas y que no queden chorreando, pero años más tarde se deben quitar pues la tierra que se acumulaba deterioraba el sistema. En algunos compartimentos colocaron duchas, pues los directivos imaginaron la posibilidad de que alguna vez los alumnos las necesitaran. En 1988, se diseña el equipo de gimnasia que adoptarían los tres niveles. En septiembre de 1989, se llena la losa del primer piso del primario y al año siguiente las paredes. También deben construir un inmenso tanque de agua con bases sobre la tercera planta para lo cual realizan una losa especial. En esa época, el tanque se veía desde lejos y en las paredes del mismo se pintó el nombre del jardín y la escuela. Se hizo una perforación industrial, (pues no había agua corriente) y colocaron la bomba de extracción y un clorador que garantizaba la potabilidad del agua. Para 1990, se habilitaba el moderno edificio del primer piso, con los mismos grandes ventanales confeccionados especialmente para sus dimensiones, también con aberturas de vidrio hacia el pasillo interior, que daba iluminación a toda hora de día. Las puertas, también a medida, se abrían resguardadas por un nicho y tenían un mirador de vidrio. Algunas mentes maledicentes dije- ron, una vez, que esos vidriados estaban para controlar a alumnos y docentes. ¡Ja!, ésas eran mentes controladas por los malos pensamientos. No podían imaginar al sol paseando por los espa- cios, ni el respeto que se debe a un maestro antes de entrar al aula ni el gesto de autorización de éste al observar por la mirilla y dar permiso para el ingreso. Los únicos que veían a su nuevo edificio con alegría, disfrute y sin especulaciones eran los chicos, siempre puros. Las aulas poseían un espacio debajo de los ventanales para futuros armarios. 140
Los dos baños eran amplios y tenían una cómoda mesada y luego se enmarcaron espejos sintéticos. El revestimiento cerámico se decoró con diferentes escenas del fondo del mar, temática elegida y pintadas por los chicos, coordinados por Graciela. En el final del pasillo, comenzó a tener el espacio propio la Bi- blioteca cuyo ambiente se inauguró el 15 de septiembre de 1990 con una jornada de talleres interactivos para adultos y chicos a cargo de varios profesionales invitados y culminó con un “vino de honor”. Hasta que ADEC creara el cargo, la Biblioteca había funcionado por algunos años gracias al aporte de varias mamás que lo hacían ad honorem. EL DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIÓN Y CULTURA (DIC) Cristina, que había trabajado en el primario desde 1977, vuelve a él, después de su licencia por el nacimiento de Leandro, en el área de Lengua. Pero al inicio del 85, debe tomar licencia sin goce de sueldo porque el jardín pasa a funcionar en los dos turnos. Luego renunciaría definitivamente al nivel primario. Los directivos de- bían rotar y el único cargo que el Ministerio reconocía también con poder de rotación eran las preceptorías. Por esto, Norma pudo retener su cargo de preceptora en el jardín. Cristina, que tenía la dirección libre y también debía rotar, se quedaba igualmente los dos turnos completos. Siempre estaba desarrollando alguna acti- vidad, como lo había hecho durante los años en que no tenía cargo en el primario. Eran tiempos de mucho crecimiento y había que resolver situaciones nuevas todos los días, sobre todo acompañar a los docentes que, o venían de otras escuelas con hábitos tradi- cionales o eran recién recibidos y debían absorber los principios que sustentaban los establecimientos. Cristina estaba atenta a cada situación y buscaba resolver las cuestiones estudiándolas, buscando fundamentos teóricos para la solución que ella creía más conveniente y poniéndola a consideración, después. Era una constante investigadora y a veces se iba a conversar con quienes 141
habían sido sus profesores más renovadores o se iba al CIIE a buscar bibliografía. No existía Google, que le podía acercar algún libro en PDF o referenciar según experiencias de otros países. Todo era muy de laboratorio y también era emocionante porque su imaginación hacía recorridos insólitos y volvía con proposicio- nes que en grupo decidían poner en práctica, registrando con minuciosidad los resultados para así repetirlos o modificarlos. Cristina se apasionaba. Además, todo lo relacionado con la cultura de los países de Lati- noamérica formaba parte de los contenidos institucionales, como así también todo lo que tenía que ver con la Feria de Latinoamé- rica. Ella iba a las embajadas, aprendía y enseñaba a los chicos las danzas, diseñaba los trajes típicos y se encargaba de organizar la Feria. Para 1986, un miembro de la CD (comisión directiva) “descubre” que ella asistía a los dos turnos para poder cubrir esas tareas y lo comenta en la reunión. Todos sabían lo que hacía, pero no habían reparado que eso absorbía un tiempo especial. Entonces, deciden crear un cargo remunerado y que ella definiera y delimitara las actividades. Cristina formuló los objetivos, las acciones y funcio- nes que deberían ser su marco y las interrelaciones que se deberían dar entre este “departamento”, los establecimientos educacionales y ADEC, y lo presentó a la CD para su aprobación. Fue así que nació el Departamento de Investigación y Cultura (DIC) y que funcionara hasta su renuncia en marzo de 2014. El DIC comenzó a formalizar la investigación pedagógica, no solo indagando sino promoviendo la investigación entre los equi- pos docentes. Así, los temas que surgían del quehacer áulico eran profundizados y su tratamiento era llevado por el DIC a las reuniones periódicas de perfeccionamiento en las cuales se discu- tía, se reflexionaba y se planificaban acciones para el enriqueci- miento de la actividad docente. Los docentes, a su vez, llevaban algunos de estos temas a sus reuniones de padres. El DIC promovía que estos encuentros con los padres siempre tuvieran como eje central una temática que permitiera a las familias entender el desarrollo intelectual y social 142
de sus hijos y promover, junto con la institución escolar, su evolución natural. Las docentes debían presentar, en sus carpetas didácticas, los temas a tratar en las reuniones y las directoras las apoyaban con bibliografía. A veces, el tema era señalado por cada directora de acuerdo a contenidos que estaban en investigación. También, en estas reuniones, participaban a los padres de inquie- tudes o proyectos que tenía el grupo de chicos a fin de que intervinieran para que éstos alcanzaran sus objetivos. No se ha- blaba de rendimientos escolares ni se emitían críticas a los alum- nos. Las situaciones que demandaban un tratamiento especial eran conversadas con los padres en una entrevista privada. El DIC promovía nuevas y variadas experiencias didácticas, que surgían de la observación constante y sistemática de la dinámica del aula y custodiaba que el Proyecto Educativo Institucional estuviera presente en todas las acciones y no se estancara. Cuando comenzaron a concretarse las Jornadas Pedagógicas, participaba con los directivos en la organización de las mismas; proponía técnicas grupales para dinamizarlas y estrategias para abordar ya sea la temática designada o la que se definía como necesidad. El DIC promovió las observaciones áulicas y empezaron a gestarse los llamados grupos heterogéneos que darían basamento al Proyecto Nueva Cultura (PNC). Todo comenzó en 1988, con la inquietud de las maestras de jardín de la 2da sección (alumnos de 4 años) Observaban que los chicos fluctuaban en sus actividades, iniciaban con una situación deter- minada de juego y minutos después la abandonaban cambiándola por otra y así varias veces sin que durara su interés por algo específico. No eran conductas individuales sino que el conjunto presentaba esa característica que ya estaba considerada en los estudios convencionales. Cristina comenzó a observar estos gru- pos y decidió que aprovecharía el Día del Amigo para que los chicos de cuatro años realizaran “visitas” a otros compañeros. Con esta excusa y el acuerdo de las maestras, conformaron grupos con una cantidad similar de alumnos de tres, cuatro y cinco años. Armaron las listas y el día indicado cada niño sabía a quienes iban a visitar y en qué salita. La idea era que la jornada se desarrollara 143
con una dinámica normal que les permitiera a todas las maestras observar específicamente las conductas de los chicos de cuatro años. La directora había instruido a las maestras para que realiza- ran una observación específica en el rango en cuestión. Estos alumnos mostraron una conducta notoriamente diferente, se inte- graron, desarrollaron actividades por largo tiempo y con disfrute. En eso coincidieron todas las docentes al finalizar la jornada. Entonces Cristina conversó con la inspectora de aquel momento y le comentó acerca de la experiencia solicitando permiso para que, al año siguiente, 1989, funcionara una “sala piloto integrada” con el objetivo de investigar cómo se daban las situaciones de aprendizaje en esas condiciones. La inspectora, a su vez, consi- guió el auspicio de la superioridad para la experiencia. Para ello, se preparó un registro de observaciones que debía llevar la docente a cargo puesto que la idea no era que cada edad realizara actividades específicas sino que las tres edades se interrelacionaran como cuando en una familia juegan los herma- nos de edades diversas. Todo se trataba con mucho rigor cientí- fico. La docente, que tuvo a cargo el grupo, fue Mónica; ella se había manifestado muy interesada en la experiencia y Cristina le reconocía una aguda capacidad de observación y autoexigencia profesional. A los padres, se les explicaron los beneficios que auguraba la propuesta puesto que también se recordaban los años que los niños de diferentes edades habían estado juntos por razones de fuerza mayor pero habían reportado exitosos aprendi- zajes. Fue todo un éxito. De las situaciones que se iban dando, aprendían todos y no había día que no brindara una nueva vivencia que era compartida por todo el grupo de docentes. Todo lo fueron registrando y en las reuniones de perfeccionamiento analizaban, proponían y se pro- yectaba algo que enriquecía. Para cada paso que daban, buscaban bibliografía que lo ratificara o lo refutara. Cristina investigaba sin parar. La inspectora concurría a verificar lo que se informaba y así se obtuvo para el año siguiente el permiso para que todas las salas fueran integradas, pero solo pudieron integrar tres salas porque la inscripción de niños de tres años no alcanzaba para las 144
seis salas que tenía Mi Lugarcito en ese momento. Hubo que flexibilizar contenidos e idear nuevas formas de registro y evalua- ción. Todo quedó renovado y enriquecido. Las experiencias del jardín Mi Lugarcito fueron la semilla que promovió que, años más tarde, toda la institución funcionara en forma integrada o “heterogénea”: jardín, primario y secundario. Cristina tenía un espíritu inquieto y estaba todo el tiempo leyendo, observando, cuestionándose, buscando nuevas respuestas a nue- vas situaciones. Al punto tal que, con el tiempo, sus compañeras directoras, al verla entrar diciendo: “Miren estuve pensando…” le respondían jocósamente: “Cristina pensando… ¡temblemos!”. En 1987, organizó un curso de Educación sexual para padres y alumnos de grados superiores con diapositivas y materiales interactivos. Ya se nombraron algunos de los talleres que promovía para alumnos y adultos que iban desde carpintería, batik, telar, hasta inglés, básquet y gimnasia. En 1989, se hizo socia de UNADENI (Unión Nacional de Educadores de Nivel Inicial) y la eligen secretaria de la filial Alte. Brown. Junto a su presidenta, ese año, viaja a San Juan partici- pando del Primer Encuentro Latinoamericano de Educación de Nivel Inicial. Además de compartir con docentes de toda la región toma contacto con enriquecedoras experiencias y con profesiona- les que estaban en la búsqueda de un perfil latinoamericano para la educación. En un programa de la feria, Cristina comparte estos datos emanados del Congreso: “El Primer Encuentro de Educación de Nivel Inicial que se realizó en San Juan en 1989 y en el que tuve la suerte de participar, nos puso a todos los educadores de cara a una problemática fundamental e insoslayable. Tal es así que, ningún docente, que se precie de tener los pies en la tierra, podrá seguir desarrollando “su labor” encerrado entre las cuatro paredes de su aula desconociendo la realidad de esta querida Latinoamé- rica que nos moviliza y nos duele”. Y agregaba los datos que se habían manejado en ese encuentro como ser “que en 1983 Latinoamérica tenía 65 millones de niños menores de tres años 145
y de éstos el 40% eran pobres y que para el famoso año 2000 la cantidad ascendería a 100 millones en igual situación. También se había criticado la tendencia a aceptar metodologías foráneas en educación, ajenas a la idiosincrasia de cada comunidad que, por supuesto, desprecian las culturas autóctonas y sus valores y por ende sus propios proyectos y técnicas; desestiman así, la espontaneidad de la enseñanza y obligan a que sea el niño el que se adecúe a la teoría. Se hacía, pues, un llamamiento a los docentes latinoamericanos a rescatar los recursos originales, a ser creadores de métodos o experiencias propios para así, rescatar el compromiso que implica la docencia y la dignidad que los jerarquiza y que está dentro de cada uno. Eso iluminará todo lo que haga. También se hizo un llamamiento a la comunidad y a los padres; se dijo que éstos deben dejar de ver a la escuela como el depósito donde dejan a sus niños, salir de la inacción y participar comprometidos con su sociedad”. Vuelve tan incentivada que asocia a UNADENI a Mónica, Nora y Norma, que pertenecían al nivel inicial; más tarde logra asociar a todas sus docentes y como adherentes a Elba y Graciela (la directora del 2rio, 1993). Mónica también pasaría a formar parte de la filial local. Esta asociación permitió que casi todas pudieran concurrir a importantes Congresos Pedagógicos Nacionales en Tucumán, Bahía Blanca y regionales en Pringles y Buenos Aires (éste fue organizado por la CD de la filial Alte. Brown quienes trabajaron para su concreción) y Congresos de la zona Sur (Avellaneda, Lanús, etc.). Cada una se costeaba los gastos y, a veces, la filial conseguía algunos descuentos. Las vivencias de los congresos fueron muy movilizadoras y demostraron que Cristina no estaba tan loca como a veces se decía. Escuchar a importantes personalidades de la educación sostener las ideas que ella defendía con tanto empeño permitió que descubrieran la dimensión de los principios que debía sostener la institución. Fue una etapa muy enriquecedora y avivó el fuego que ella mantenía sin desanimarse. Los congresos también permitieron contactarse con algunos de esos profesionales que luego concurrieron a la institución dando 146
charlas y talleres y asistiendo a la Feria de Latinoamérica. El Dr. Carlos María Menegazzo, reconocido profesional, Director del Centro Junguiano de Antropología Vincular y de la fundación Vínculo, que se ocupa de investigar la fenomenología de lo grupal y autor de importantes libros, buscó a Cristina en medio de la algarabía de la Feria y mirándola a los ojos le dijo: “¡No sé si sos consciente de la energía que se mueve acá, es algo muy fuerte!” y siguió disfrutando con su esposa, la pedagoga Lilia Fornasari y su amiga, la profesora Martha Kappelmayer. Lilia, que además de integrar Vínculos, es directora del Instituto Pedagógico Buenos Aires y directora de la revista Vocación Docente, publicaciones sobre temas pedagógicos para primario y otra para nivel inicial, invitó a Cristina a escribir para su revista. Así lo hizo y salieron, en Vocación docente Nivel Inicial dos artículos: “Ser nosotros” en el Nº 47 y “Hacer digno nuestro rol”, en un número posterior, contando experiencias de la Institución. Los tres profesionales estuvieron ligados a la institución y, en momentos difíciles, apoyaron con sus reflexiones. Martha Kappelmayer realizó talleres vivenciales con los docentes con el fin de enriquecer los vínculos. Luego, Cristina tomaría a su cargo la realización de Experiencias Vinculares con toda la comunidad educativa; fueron experiencias muy enriquecedoras. También se tomó contacto con Carlos Gómez, un revolucionario en el área de la Ed. Física, con Emilio Giordano y Alfredo Palacios, en matemáticas y Silvia Pulpeiro, en Educación. Ya para los 90, el DIC había promovido experiencias basadas en el Proyecto Educativo Institucional, PEI, que estaban institucio- nalizadas; a la Feria de Latinoamérica sumó, la edición de la revista Cadatanto y se afirmó el Coyatun (en mapuche, reunión de los ancianos-sabios de la comunidad) convocando a los mayo- res adultos de las familias, abuelos, tíos, a compartir momentos con los chicos para concientizar la necesidad de recuperar el pasado y su cultura. Asimismo, el proyecto Honatena (en wichi, nuestra tierra) buscaba compartir con las familias la decoración de cada aula con elementos que recuperaran técnicas tradicionales 147
en las cuales todos participaran; así se revalorizaban los tejidos varios, la alfarería, el bordado, la cestería y otros por sobre los materiales que eran manifestaciones foráneas producto de la sociedad de consumo. Se estableció una fuerte relación con los grupos de comunidades aborígenes que visitaron la escuela estableciendo un vínculo con fluidos intercambios: rondas de conversación, venta de productos de su elaboración, campañas de ropas, calzados, libros, útiles escolares. Norma visitó las comunidades wichi varias veces. Se recuperó la Fogata de San Juan para cuya realización los chicos traían ramas durante días que se encendían en la noche del santo mientras se cocinaban las batatas en las brasas como tam- bién las barrileteadas, en época ventosa. El DIC, en 1992, organiza una serie de charlas revalorizando el rol de las mujeres en la sociedad. Los diversos profesionales pasearon por temas tales como: “La mujer y el trabajo”, “Los hijos”, “Adicciones”, “Miedo a la computación”, “Alimentación y nutrición”, “Búsqueda de la mujer interior”, “Anorexia y bulimia”, “Madres adolescentes”, entre otros. Otros ciclos de charlas y talleres serían organizados en los años siguientes teniendo en cuenta las inquietudes manifestadas por la comunidad educativa o las temáticas que apoyarían al Proyecto Educativo Institucional. El conocimiento de nuestras raíces en las culturas precolombinas no era tema en los contenidos formales emanados del Ministerio; recién en el II Congreso Pedagógico comienza a considerarse parte de esta temática, luego de que los docentes hicieran oír sus voces reclamándolos. El DIC investigó acerca de las culturas precolombinas, de los efectos de la colonización y de la influencia de ésta en las socieda- des que llegan a nuestros días como así también de los rasgos africanos que se integraron en las costumbres: la música, las danzas, las comidas, los rituales, las palabras. Antes de la existen- cia de Internet, todo era muy difícil y había que ir rastreando libros, documentos o la poca información que tenían las embaja- das. Cristina elaboraba un documento de todo lo que investigaba 148
y se los pasaba a las directoras para que lo hicieran circular entre sus docentes. A veces, fotografiaba en diapositivas imágenes de libros para que aquellos se las pudieran proyectar a sus alumnos. En 1993 y 94, dicta un curso anual para docentes en el CIIE de Alte. Brown que por su originalidad y carga horaria otorgó un alto puntaje a los docentes que lo cursaron. Cristina lo hace con el objetivo de prestigiar a las escuelas Latinoamérica. La Feria del Libro, desde que se hacía en el Centro de Exposi- ciones de la Ciudad de Bs. As., fue la proveedora de variado material. Cristina y las directoras hurgueteaban en estanterías donde creían poder encontrar esta documentación tan preciada. Juntaban dinero y llenaban de libros los “changuitos” de la feria. La Feria de Latinoamérica era la canalización de estos saberes. Hasta el año 1998, fue Cristina quien también ensayaba los cuadros que se iban a presentar. Combinaba los días de ensayo con los directivos y se reunía con los chicos; les comunicaba qué iban a presentar y luego, les contaba acerca del país, de su cultura, de sus costumbres. Y mientras les enseñaba los pasos y la coreo- grafía, les explicaba por qué las personas de esa región eran expansivas o introvertidas, por qué sus pasos eran saltarines o pesados, cómo influía el clima o el paisaje, qué característica de los movimientos se debían a la influencia española o a la negra. Les mostraba fotos interesantes y los invitaba a investigar. En cada clase, aparecía algún dato más que, finalmente, permitía que los chicos supieran perfectamente qué estaban representando. Compartía sus investigaciones con los alumnos y les proponía indagar otros saberes. Cuando se reunía con las mamás para explicarles la vestimenta que usarían los chicos, también les pasaba todos los datos del país y del cuadro que iban a representar y nunca se nombró como “disfraz” la indumentaria que llevarían sino trajes típicos. Dado que Cristina sabía coser, les explicaba cómo tomar las medidas, la cantidad de tela que necesitaban, los secretos para lograr algunos efectos, cómo abaratar costos, cómo suplir una cosa por otra. Todo esto lo había aprendido de su mamá Chola quien por muchas Ferias cortó los moldes y muchos trajes en una mesa 149
grande que tenía la cocina. Cuando Cristina proponía algún traje “difícil”, como las Diabla- das, Morenadas, la Salamanca u otro, ya anteriormente había probado en su casa cómo allanar las dificultades. Aparecía con una máscara ya hecha y con los elementos parciales para mostrar cómo realizar lo pedido, o bien, convocaba a un taller para con- feccionar, todos juntos, aquellas piezas complicadas. Para la primer Diablada de Oruro, había venido a la escuela una vestuarista del Colón y enseñó a hacer las máscaras con papel de escenografía. Suerte que Cristina desconfió e hizo algunas para probar. Ante los primeros desplazamientos del ensayo, esas más- caras quedaron deshechas. A sugerencia de Jorge Ponce se co- menzó a utilizar el método de cartapesta y así armaron la máscara sobre un globo inflado. Pero Giorgia, una mamá muy colabora- dora e ingeniosa, al siguiente año, hizo un molde con lana de vidrio y pegamento y sobre él se fueron confeccionando todas las máscaras con la técnica de cartapesta. Recién en 2012, a Cristina se le ocurre restar peso a las máscaras y propone hacer los cuernos con espuma de poliuretano, con un eje de alambre, y otra forma de construir el casco. Realizó un taller para compartir ese conoci- miento. En 1998, Mónica se anima a enseñar las danzas y es la primera vez que se comienza a dar ya como materia: Cultura Latinoame- ricana. El DIC comienza a elaborar los contenidos y, luego, desde 1999, dos profesoras estarían a cargo de esa materia. Cristina tendría reuniones periódicas con ellas para orientar sus clases y acordar las ideas para cada Feria, supervisando sus resultados. En 1995 Cristina observa los adelantos tecnológicos y propone a ADEC que los alumnos cursen en contraturno algunas materias interesantes como: computación, inglés, Cultura Latinoamerica- na, y radio (con la idea de crear una FM) que completarían la formación de los alumnos. Se hace una consulta a las familias que responden con entusiasmo y ADEC encuentra la forma de hacerlo efectivo formalmente. Para ello, el DIC crea el perfil pedagógico del área, sus objetivos y el lineamiento que deberían seguir los 150
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