El 3 de junio de 1972, Norma y Cristina dan a conocer la “Decla- ración de Principios” y en 1983 se decide festejar los aniversarios de la institución para esa fecha que, a fines prácticos, terminó uniéndose a la del 9 de julio. A partir de dicha declaración del 72, formalizan el Proyecto Educativo y como corolario de tantas reflexiones se redacta, en noviembre de 1973, el Acta Constitu- tiva de la Asociación de Educación y Cultura (ADEC). En mayo de 1974, en asamblea, se conforma la primera Comisión Direc- tiva, formada por padres, docentes y amigos de los establecimien- tos, se firma el Acta Constitutiva y se aceptan sus Estatutos para así comenzar el trámite de aprobación. El primer presidente fue Juan Carlos Broglio y años más tarde (Juan Carlos había fallecido) se decide ponerle su nombre al aula del primer piso del secundario. ADEC recién tendrá personería jurídica a fines de 1977. El Estatuto de ADEC fue redactado (y puesto a consideración) por Ernesto, un papá que era escribano, aunque justamente él no estaba de acuerdo con que se socializara la propiedad; él había sostenido que las únicas garantes del Proyecto Educativo eran las fundadoras y las consideraba como las únicas con la autoridad de llevarlo adelante, modificarlo y administrar según su criterio. Presentía que, en algún momento futuro, ADEC podría obstaculi- zar el normal desarrollo de la institución educativa o cambiar la intención de las fundadoras. Abogaba por que hubiera una comi- sión de apoyo sin autoridad de decisión. Las fundadoras, en ese momento, pensaron que incorporar la duda en esa relación alumno-padres-maestros era contradictorio. ¿Ten- drían que decir, alguna vez, a sus alumnos que sus papás pensaban diferente a ellas, o que estaban actuando en perjuicio de ellos? ¡Qué difícil! Y decidieron apostar a que nunca los padres, como comunidad educativa, decidirían en contra de sus hijos, en contra del Pro- yecto Educativo. Y sostuvieron la conformación de ADEC. ¿El futuro les diría que no se habían equivocado? Los padres de ese momento estaban conscientes de que todo estaba por construirse y de que ellos serían en parte actores 51
principales, pero también percibían que en el futuro habría otros protagonistas. Decidieron ser muy cuidadosos e incorporaron en el acta constitutiva y en el estatuto algunos artículos que aclaraban la no injerencia en los aspectos didáctico-pedagógicos enunciados en el Proyecto Educativo, puesto que esa asociación se creaba para sostenerlo, pero también comprometía al o los institutos educativos a mantener ese Proyecto. También quedaban fijados los espacios de participación, los canales que los futuros socios tendrían para poder manifestar sus opiniones, sugerencias y aportes y la forma en que se renovarían año a año las personas que serían parte de la Comisión Directiva; esto sería en elecciones en las que se presentarían los interesados o candidatos. En ese momento casi todos los padres conformaron la primer Comisión porque eran pocos, pero en un futuro cualquier padre o grupo de padres y los docentes tendrían la posibilidad y hasta la obligación de formar parte, o cuestionar la gestión elegida, en Asamblea ordinaria, extraordinaria o en sus reuniones de CD. Si alguien tenía críticas debía acercarse a manifestarlas, conocer los motivos de las decisiones y comprometer su accionar. Así se entrelazarían las acciones de los establecimientos educati- vos y la asociación que los mantendría, como un lazo armoniza- dor, con la reciprocidad de acciones y sosteniendo el respeto por los valores humanos que las docentes inculcaban en sus alumnos: responsabilidad, honestidad, sinceridad, lealtad, solidaridad, res- peto, igualdad, altruismo, ética, tolerancia, equidad, justicia, paz. PRIMER CRECIMIENTO Lentamente iba creciendo el número de alumnos. Los padres eran los mejores promotores de este nuevo Jardín que hacía propuestas “raras”. Dos compañeras del secundario de las fundadoras man- daron a sus hijas, Carolina y Corina. Pero algunas instituciones comenzaban a inquietarse: las escuelas religiosas hacían correr la “sospecha” de que eran comunistas, las otras privadas 52
comentaban con sorna “que eran verdes” (en referencia a una “inmadurez” que estaría sostenida no solo por la juventud de las fundadoras sino por el color del delantal de los chicos y las docentes que era verde con una corbatita a lunares y en oposición al Colegio Burzaco, que tenía uniforme marrón). La escuela primaria más cercana, que tenía poca matrícula, corrió al Ministerio a solicitar que le construyeran un Jardín de Infantes en su excesivo terreno. Del barrio Luz y Fuerza, que se suponía iba a ser el mayor “proveedor” de alumnado, solo concurrieron 6 alumnos en la historia, hasta hoy en día. Más tarde, se incorporaría otra maestra, otra Cristina, alegre y cantarina cuyo novio, Ramón, diseñaría el logo del jardín: el niño y la niña unidos con delantalitos verdes y corbatín blanco a lunares. Para la primera Feria de Latinoamérica, esos niñitos, los replicarían en una ronda de igualdad vestidos con las banderas de Latinoamérica. El Jardín Mi Lugarcito crecía y el lugar quedaba chico. En la sala se integraban alumnos de tres, cuatro y cinco años, experiencia enriquecedora para los docentes, que se retomaría años más tarde, puesto que supieron ver los aspectos positivos que ofrecía la interacción de alumnos de diferentes edades. Los chicos “tomaban la leche”, sí; La Serenísima dejaba cada mañana un cajoncito con los sachet de leche y los chicos elegían si la querían con té o mate cocido. Una mamá iba semanalmente a Bagley y compraba unos paquetones con las galletitas que salían deformadas y que vendían a precios módicos. Si algún chico traía algo sabía que lo tenía que compartir. Lo mismo se hacía con los materiales didácticos que la institución compraba y estaban para su uso en la salita. Al Jardín asistían chicos de diversos recursos económicos, los había hijos de profesionales, de comerciantes, de sencillos traba- jadores y algunos que se quedaban después de clase y se bañaban y cambiaban de ropa porque en su casa no tenían esa posibilidad. Pero nadie se esteraba de esto. Todos eran iguales. Los padres respetaban esta consigna tácita. Con los años, esto se mantuvo pues nunca se dio a conocer quiénes eran los becados. 53
El ahorro jugaba siempre. Por eso también se instaba a resolver las necesidades con creatividad y no comprando rápidamente lo que se necesitaba. Mario iba a curiosear a un compra-venta que estaba sobre la Av. Espora, “León Sipis” y compraba maderas que transformaba en sillitas o muebles. Con unos tirantes les había fabricado a los chicos unos caballitos que pivoteaban sobre resortes y así “galo- paban”. Alfredo decía que Cristina “cirujeaba” porque cualquier cosa que veía por la calle la levantaba, la limpiaba, la pintaba e iba a parar al jardín. Los chicos también se acostumbraron a pensar que había muchas cosas que podían servir para jugar; fue así que se destinó aquel pequeño taller que había en un costado del patio para guardar materiales que podían servir para los juegos. Ellos sabían que podían ir allí a buscar lo que necesitaban y lo integraban a sus proyectos o los adaptaban a sus necesidades. Un día, “las chicas”, como llamaban cariñosamente los padres a las dos docentes, se fueron a hablar con el Municipio; las iba a recibir el Secretario de Gobierno. La antesala fue larga y como no habían desayunado se compraron un paquete de mini alfajorcitos; casi masticando tuvieron que saludar al secretario que imprevistamente abrió la puerta y las hizo pasar. Se disculparon por el paquete y convidaron al funcionario que, con una sonrisa tomó un alfajor y dijo: “Yo también estoy hambriento”. Tal vez esta particular situación lo predispuso a favor de las jóvenes que, con el entusiasmo y energía de siempre, contaron la breve historia del jardín Mi Lugarcito y sus actuales problemas de espacio. Entonces se animaron y pidieron permiso para cons- truir en el terreno de la bocacalle que les habían autorizado a usar. El Secretario era consciente de la falta de jardines en la zona y prometió estudiar el caso. La carta de ayuda fue escrita en una pesada máquina de escribir Remington de carro largo que era de Norma y ahora había pasado a brindar sus servicios a la institu- ción. Días después, el Secretario apareció por el jardín, miró todo, observó asombrado el hermoso parque en que se había transfor- mado el basural. En unos días, el Concejo Deliberante había 54
autorizado la construcción (precaria) del espacio que la institu- ción necesitaba. Eran mediados de 1972. La idea era construir un gran salón de 4,50 por 13 metros que se dividiera con algo plegadizo, pero funcionara para actividades recreativas y comunitarias. Comenzó así toda una aventura. Las maestras les contaban a los chicos que el jardincito iba a crecer y ellos pensaban qué iban a necesitar haciendo los dibujitos en un largo papel en tanto que Cristina escribía en imprenta los nombres de los elementos dibu- jados. Todos los días aparecían nuevas propuestas. Un día los ni- ños comenzaron a entrar con un ladrillo para el jardincito. ¿Qué pasaba? Se asomaron a la calle y descubrieron que éstos se pro- veían del material que un vecino había comprado para su uso y que el corralón había descargado en la vereda. Hubo que expli- carles que los ladrillos que necesitarían habría que comprarlos o conseguirlos de quienes los quisieran donar y los acompañaron a devolver los ladrillos del vecino. Y fue así como llegó la primera donación. En la zona iban a construir la capilla de San Cayetano y estaban demoliendo una vieja casona. Un papá que hacía reparto de soda en un camioncito playo habló con el sacerdote y se recibieron unos ladrillos antiguos que eran más grandes que los que se comercializaban en ese momento. Con éstos se levantaron paredes del salón planeado hasta casi 1 metro de alto. Casi todos los meses se hacían reuniones familiares: asados, pe- ñas, kermeses, cine-debate que además de compartir con las familias permitían juntar algunos fondos rifando donaciones. Bailaban gatos, chacareras y otras danzas que los niños aprendían en clase y las compartían con la familia instándolos a bailar a ellos también. Alfredo cantaba y acompañaba con su guitarra a todo aquel que se animara a hacer lo suyo. Las dos familias traían de su casa su vajilla y, cuando Alfredo ya había vendido su camioneta, volvían con todos los bártulos en colectivo que, a esa hora de la noche, venía tarde, mal o nunca (una noche los acercó un colectivero fuera de servicio que se apiadó al ver la cara de desesperación de los aspirantes a pasajeros). 55
Les habían comentado que Pepsi-Cola ayudaba a escuelas y allá fueron Norma y Cristina a Ranelagh. Las atendió el gerente de la zona, pero la información era falsa, aunque no se volvieron con las manos vacías. La empresa les donó las gaseosas para los even- tos que hacían con el objeto de juntar fondos y dos kioscos desarmables; de éstos se usaron sus partes para completar la altura de las paredes y hacer una puerta plegadiza que separaba en dos el salón. Los techos fueron hechos con materiales de demolición; Mario llevó su sierra eléctrica a la escuela y, en el lugar, se cortaban, encastraban y clavaban las cabriadas. La construcción estaba en marcha. Y, en marcha también estaba la creación de la escuela primaria pues los padres no querían que sus hijos cambiaran de sistema pasando a otros establecimientos en ese ciclo. Así es que las cabezas de los fundadores bullían; ¡había que sos- tener el jardín, construir nuevos espacios y crear un nuevo ciclo! Quedarían en la historia emocional de la institución aquellos valientes padres: Marta y Nishy, Beba y Alberto, Juan Carlos y Asunción, Aurelio y Silvia, Orlando y Tati, Tito y Griselda, Pepe y Haydee, Cristina y Facundo, Graciela y Ricardo, Margarita y Lito, Susana y Jesús, Manuel y Haydee, Jorge y Nora, Jorge y Alicia, Alfonso y Bety, Inés, Oscar y Estela, Ernesto y muchos otros cuyos nombres se esconden de la memoria pero sus caras sonrientes se recuerdan. Valientes por creer y solidarios por poner su esfuerzo físico en casi todas las jornadas de trabajo. De aque- llos padres es Pepe quien continúa organizando la parrilla en las Ferias de Latinoamérica, ¡Pepe, gran valor! LAS IDEAS TAMBIÉN CRECÍAN Norma y Cristina seguían investigando y poniendo en práctica las ideas pedagógicas innovadoras que habían recuperado como así también las investigaciones que Jean Piaget descubriera respecto a la evolución del pensamiento del niño. Pero en el mundo y 56
también en Argentina, el cambio que proponían estas concep- ciones daba miedo; el gran aparato de domesticación que “ma- nejaba” la Educación tenía sus interesados, eran las “manos anónimas” que necesitaban personas con información, pero sin capacidad crítica, sin creatividad ni autodeterminación. La única experiencia innovadora la llevaron a cabo las hermanas Cosentini (en la escuela Nº 79 de Rosario, Santa Fe entre 1935 y 1950) y las echaron de sus cargos. Pueden ver su historia en un documental de Mario Piazza del Canal Encuentro que se llama “La escuela de la señorita Olga”. En los años venideros, el golpe del 76 derrocaría, una vez más, a la democracia y pondría en el gobierno a una Junta Militar cuyo ministro de Educación quemaría en la puerta de la Facultad los libros de estos pensadores de la Educación junto con ramas de laurel para exorcizarlos. ¡Inquisición siglo XX! El jardín Mi Lugarcito ya tenía más maestras, y Norma y Cristina tenían aquellos libros que luego fueran prohibidos. Se reunían con las docentes después de clases o los fines de semana y los leían, los analizaban y proponían cómo llevar a cabo estas ideas. Era fundamental que las docentes estuvieran capacitadas y muy especialmente que se quitaran esa concepción en la que se habían educadas. Ellas habían cambiado esas ideas porque su secundario, en el Instituto Banfield, modificó estas tradiciones. Pero las nuevas docentes estaban temerosas. Hace unos años, Alicia recor- dó que al preguntarle a Cristina si podía hacer “x” experiencia con los chicos ella le respondía: “¿y por qué no hacerla?, yo te acom- paño” y, el poner en práctica esas experiencias, la hacían sentir cada vez “más libre”. Esa actitud le otorgaba autonomía al mismo tiempo que la tornaba más exigente y más crítica consigo misma. Alicia asumiría la misma actitud cuando, en el futuro, le tocara dirigir tres jardines de Infantes diferentes. Las reuniones de perfeccionamiento eran verdaderos laborato- rios; todas aportaban su material e investigaciones. La seriedad y exigencia que se imponían contrastaban con la situación en la que se daban las mismas pues podían ser almuerzo o merienda de por medio; en época de calor, iban a una pileta cercana, que 57
pertenecía a un sindicato, donde los conceptos se mesclaban con un chapuzón o con la idea satírica de conformar un “ballet acuá- tico”: ¿podrían acercar así unos pesos a sus magros sueldos?, se preguntaban riendo. Cristina había descubierto los CIIE, Centros de Investigaciones Educativas, y en Adrogué estaba el correspondiente al partido de Alte. Brown. Estos habían sido creados con el objeto de desarro- llar la investigación educativa y el perfeccionamiento docente. En su Biblioteca encontraba la bibliografía más actualizada para sus investigaciones. Más tarde, concurriría a jornadas y talleres y en los 90 ella misma dictó allí cursos sobre Cultura Latinoamericana. Era y fue siempre una incansable “buscadora” de autores y fundamentos para innovar en Educación pues, según ella, debían estar siempre actualizadas para enriquecer y hacer crecer a las personas. Por supuesto, era importante que los padres de los alumnos comprendieran también estas ideas. Así surgió la propuesta de realizar talleres para padres en los que, con una dinámica propicia, se desarrollaran diversos temas para entender mejor el desarrollo de la personalidad de los niños. Comenzaron a dar charlas para que comprendieran la Teoría del Aprendizaje de Jean Piaget (1896-1980), el desarrollo de la inteligencia, cómo iba constru- yendo el niño los conocimientos y el papel de mediador que jugaba el adulto. Fue muy interesante descubrir cómo, luego de un tiempo, docentes y padres hablaban “un mismo idioma” y esto era sumamente facilitador. Así comenzó a entenderse por qué en la escuela, los alumnos a veces se acostaran de cara al cielo, escribieran en un cuaderno apoyado en el pasto del parque o pasaran la tarde juntando y observando bichos, ensuciándose con barro y arena, cantando acompañados por la guitarra que tocaba Cristina o bailando bajo la lluvia; las preguntas o conclusiones que sacaban de todo eso componía el bagaje de respuestas sobre el mundo que los rodeaba. Al costado del patio había una escalera que conducía a una terra- cita; la misma fue protegida por fuertes barandas y Mario confeccionó un timón y un mástil del cual colgaron una gran vela. 58
Allí subían los chicos con sus maestras para “navegar” por un intrigante paisaje: árboles de variados tamaños y formas, ovejas pastando por los fondos de la fábrica vecina, el tren pasando por la vía próxima y muchos terrenos todavía sin construcción. En un ángulo del patio había una pequeña pileta de natación con paredes de cemento. Allí los chicos se remojaban y jugaban cuando el clima lo permitía y en invierno jugaban a pescar pececitos de telgopor con imanes. Había una consigna: cuando los chicos veían que la sala estaba muy desorganizada debían programar un tiempo para limpiar y ordenar y lo hacían como una fiesta. Comenzaron a realizar breves campamentos. El primero se hizo en una manzana arbolada frente al recreo de Luz y Fuerza en el Barrio de Corimayo (hoy Plaza Japón). Armaron las carpas, jugaron al aire libre, pasaron el día y la noche, y al otro día volvieron al jardín. Esa noche, una ronda de policías no podía creer que en las carpas hubiera chicos y pidieron que alumbraran dentro: “¡Mirá, son pibes!” les decían a sus otros compañeros. Después les comentarían a las docentes que era una zona medio peligrosa. Entonces, los campamentos comenzaron a hacerse en los parques del noviciado de Villa Betharrán, Soler al 500 (detrás del actual Carrefour de Adrogué). Allí pasaban dos días reali- zando actividades al aire libre, cocinaban y hacían, a la noche, la gran fogata que ayudaban a prender Alfredo y Mario que a la tarde se sumaban. Se veían pasar por la calle las lucecitas de los autos de algunos padres y hasta había quienes hacían señas para acer- carles almohaditas, mantitas o muñecos de sus niños sin los cuales se suponía que no lograban el sueño; pero éstos hacía rato que estaban dichosamente dormidos. Eran maravillosas experiencias. Y allí, mirando las chispas del fuego, otro de los elementos básicos de la vida, los adultos volvían a conversar sobre la idea de ciclo primario mientras, mateando, velaban el descanso de los chicos. Y, si lo llegaban a lograr, ¿qué nombre le pondrían? Hablaban, Norma, Cristina, Alfredo, las maestras. Las mentes 59
revoloteando por los valores, por los conceptos básicos del hom- bre. La tierra, el lugar donde el hombre se desarrolla, agradece y vive, había dado el nombre al jardín, pero el primario era algo más grande, ese “lugar” crecido, la tierra que fuera para todos como la pensaran los patriotas que lucharon por ella, que la soñaron enorme, como “una misma familia” al decir de Castelli. Sí, no cabía duda, el primario tendría que llamarse “Latinoamé- rica”. Porque era también en Latinoamérica donde tantas genera- ciones de jóvenes fueran perseguidas por luchar por las libertades y los derechos, y donde, en ese momento, un plan continental, se gestaba proponiéndose anular soberanías para su beneficio. Hoy, 2019, Argentina, como tantos países hermanos, todavía busca a aquellos jóvenes desaparecidos. SE GESTA LA “ESCUELA POPULAR LATINOAMÉRICA” Hasta los primeros años del siglo XX, los niños no eran considera- dos como tales, eran adultos incompletos y hasta los vestían como ellos. Es en esta época cuando comienza a ponerse en escena el lugar del niño en la sociedad. Surgía la reflexión y el debate que daría lugar a un movimiento pedagógico internacional: la ya nom- brada Escuela Nueva. Se pretendía con ello abandonar las hereda- das y antiguas concepciones escolásticas. Comenzaron a circular libros y otras publicaciones que expandieron estas ideas y méto- dos pedagógicos centrados en el otorgamiento de una función activa del alumno, la consideración de la experiencia propia, el trabajo en grupos; se insistió en el valor de la imaginación, la creatividad, las actividades dinámicas y al aire libre y la relación personalizada entre maestros y alumnos en el proceso de aprendi- zaje. También comenzaron a crearse materiales didácticos para tal fin. Las fundadoras estaban convencidas de estos principios que iban en contra de la homogeneización del alumnado y proponían tra- bajar potenciando y entretejiendo las características personales de cada alumno en beneficio del grupo. Las docentes, que hasta el 60
momento integraban el equipo, se iban sintiendo liberadas de viejas ataduras y abiertas también ellas a la creatividad. ¿Y, cómo sería la acción en el primario?, porque la escuela pri- maria argentina continuaba (¿y continúa aún hoy, 2019?) soste- niendo viejas raíces. El Nivel Inicial, ciclo prácticamente joven en el país, había nacido con los conceptos de la Escuela Nueva y la didáctica propia las contenía: mesas y sillas pequeñas, elemen- tos diversos para jugar, horarios elásticos, música y gimnasias lúdicas, y el juego como método; pero el Nivel Primario oficial sostenía todavía las viejas tradiciones sarmientinas: pupitres en formación, niños en formación tomando distancia (¡“tomando distancia”!), frío patio de cemento, pizarrón al frente, libro único designado por la superioridad, ningún alumno preguntando, campana o timbre para cada acción, régimen autoritario. El grupo docente que estaba en constante reflexión y práctica de las nuevas ideas, no veía complicado el desafío del primario: ¡bastaba con “continuar las prácticas” del nivel inicial! sumando las nociones de lectura, escritura, matemáticas, relacionados con la vida real y revisar los contenidos que señalaba el Ministerio acomodándolos a las prácticas que sostenían en el jardín. Tam- bién tenían otra ventaja; usarían, por la mañana, las mismas salas que el jardín usaba por la tarde. El ambiente propicio facilitaría el método. Tal vez lo más preocupante fuera cambiar la cabeza de los padres que habían sido educados (ellos y sus generaciones anteriores) en la escuela de la fila de pupitres, en el tomar distancia con el brazo adelante sin tocar al compañero y el aguantarse las ganas de orinar porque no tenían permiso. A pesar de esos esquemas rígidos o tal vez como rebelión fue que, dos bandas de un colegio de Caballito, surgían por esa época (Charly García y Lito Mestre) formando el dúo Sui Generis. En Burzaco, una institución chiquita se replanteaba la educación y a partir de esos temas se fueron armando las charlas que tendrían con los padres cuando les propusieran el Proyecto Educativo del Primario que se estaba gestando. Norma y Cristina fueron averiguando las gestiones que tendrían 61
que hacer para la creación y apertura del Ciclo Primario. Era el año 1972; faltaba mucho todavía para que, con la partici- pación de la comunidad educativa, se perfilara ADEC. Así que la decisión del Primario se gestó entre Norma, Cristina y Alfredo con el beneplácito de las otras maestras y el estímulo de algunas familias. Sí, tenían que continuar en el ciclo siguiente si querían confirmar que las ideas pedagógicas que sostenían podían continuarse con los niños más grandes. Un sábado, en un alto del trabajo que no conocía feriados, mate de por medio, se confirmaron a sí mismos la creación del Primario que se llamaría Escuela Popular Latinoamérica incorporando así la palabra “popular” que contuviera la intención de que la escuela tendría que ser de todos, de la misma forma en que los pueblos originarios desechaban el concepto de “propiedad”. Fue anunciada su apertura para 1973, compartido su Proyecto Educativo y promovida con los precarios medios que tenían a su alcance. Sencillos cartelitos aparecieron en los negocios pero, como siempre, el boca a boca fue lo más importante. Por aquella época era la Inspectora de Primario Estatal la que supervisaba también los Jardines de Infantes. En el Ministerio no existía una Dirección ni para las instituciones privadas ni para el Nivel Inicial lo que daba cuenta de que todavía no eran tantos los jardines para que merecieran una atención especial. En cierta forma, el que la inspectora conociera el trabajo que venían realizando en Mi Lugarcito, jugaba a favor. El Jardín despide con una hermosa fiesta a sus egresaditos y en el “diploma” les dejan un mensaje “Lo esencial es invisible a los ojos”, una frase de El Principito de Saint Exupery que seguiría acompañándolos por muchos años como advertencia de que todo hay que “verlo” también con la mente y el corazón. COMIENZAN LAS CLASES, EN 1973 El primario se inauguró con muy baja matrícula y contra viento y marea pues aquella construcción de las dos aulas consecutivas, 62
que se estaba levantando en el terreno de la bocacalle, todavía no estaba terminada definitivamente. Faltaban los revestimientos internos y las últimas fases de mampostería se habían construido regadas por unas lluvias torrenciales que complicaron el trabajo. Hay una foto histórica del primer día de clase con Norma y los primeros alumnos donde aparecen unas telas plásticas cubriendo partes internas del aula. En unos días, todo quedó terminado: colocaron los revestimientos, a los ventanales cuadriculados que construyó Mario se le colocaron los vidrios que consiguiera como donación un papá que trabajaba en VASA, colgaron las cortinas confeccionadas por Chola con telas que donaría TASA combinando con los almohadoncitos que cubrían las sillas y tendieron alfombras tejidas al crochet por Ange. Las dos familias de las “chicas”: Norma, Angelita, Cristina, Alfredo, Chola y Mario no tuvieron fines de semana ni feriados desde aquel día en que comenzaran a desmalezar el entorno de la casita de la calle Lomas de Zamora. Muchas veces se sumaban los tíos de Cristina y dos primas, Graciela y Laura que también en oportunidades oficiaron de preceptoras no formales, confec- cionando material didáctico y acompañando en salidas, excursio- nes y campamentos ¿Qué otra cosa que empeño, convicciones y amor era eso? Diría Eduardo Galeano en un texto llamado La Utopía: “Qué tal si deliramos por un ratito, qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible”. La sociedad no educa para que los sueños sean posibles y la realidad argentina de aquellas épocas cerraba puertas y aspiraba a cerrar cerebros; perseguía y proscribía. Desde aquel junio del 66 la llamada “revolución argentina” (golpe militar- Onganía- Levingston- Lanusse) habría de anular todos los derechos. Pensar, proyectar y hasta tener ilusiones era subversivo. No faltaban los argentinos que creían que las “manos duras” solucionarían los problemas en tanto les anulaban los derechos; y tampoco faltaban los grupos que siempre hacían negocios en cualquier régimen. Muchos ansiaban la vuelta a la democracia; 63
otros, trabajaban para que, con ella, Perón volviera y fuera can- didato, cosa que ocurriría luego de que Cámpora resultara electo y presidiera la Argentina por 49 días dando lugar a elecciones sin proscripciones. Perón ganaría las elecciones con el 62 % de los votos (septiembre 1973). La Escuela Popular Latinoamérica comenzó su existencia en ese clima bullente. ¡Cómo no iban a cuestionar ese nombre en los años venideros, cuando en el 76 volvieran “las botas”! Felipe Pigna, historiador, sintetiza la situación de esa época diciendo: “La década del 70 comenzaba con grandes esperanzas para América Latina. Tras largos años de dictaduras renacían las democracias y el pueblo volvía a expresar su voluntad. Pero esta primavera democrática durará poco y retornarán los gobiernos autoritarios que ocuparán la región hasta mediados de los 80. Las nuevas democracias latinoamericanas surgirán débiles por la herencia económica y social dejada por los gobiernos militares y con graves problemas que resolver”. La UNESCO diría respecto de los golpes militares de esa época: “La supresión y violación continua de los derechos civiles, políticos y sociales fue la característica de este período; los gol- pistas accedían al poder con el discurso de proteger la democracia, amenazada por la crisis económica y las protestas sociales, pero fue una época en la cual los derechos humanos eran violentados y mancillados de todas las formas posibles… un período de represión de ideas, personas y derechos que consistió en la persecución, detención, desaparición, tortura y asesinato de los opositores al gobierno y la disolución de los partidos políticos”. Y allí estaba la Escuela Popular Latinoamérica experimentando nuevos métodos, ofreciendo distintos espacios, descubriendo es- pontáneas formas de relación entre el docente y los alumnos. Allí estaban, todos aprendiendo, desarrollando un nuevo entramado entre experiencias, vivencias y conocimientos. Y allí estaba Norma, con su delantal blanco arriba de la minifalda, sus zapatos con plataforma, sus hermosas uñas siempre pintadas, sentada en el suelo del aula o jugando a la bolita en el parque; o 64
corriendo tras de Petronio, aquel perro callejero que llegó para quedarse, desobediente, que siempre desaparecía cuando era hora de cerrar. Norma, abrazada al Proyecto, con los “sí” flexibles y con los “no” rotundos. Norma, directora y maestra al mismo tiem- po; único docente en la planta funcional del primario; Norma, única, al decir de los chicos. El grupo de alumnos del primer grado era pequeño. No todos los chicos que estaban en condiciones de ingresar al primario se quedaron en la escuela; algunos padres temían que el Ministerio no aprobara el ciclo y sus hijos perdieran el año. Hubo niños que comenzaron las clases en otra institución y, a la semana, volvie- ron porque no se adaptaban a otras escuelas. Hubo tristezas y alegrías, pero se siguió adelante. Los chicos aprendían a leer y escribir como un juego, no existía el timbre y salían al parque cuando tenían ganas. Como compar- tían el aula con el jardín, tenían los rincones para jugar, el espacio para leer tirados sobre la alfombra que daría lugar, más tarde, a la biblioteca áulica, el rincón de ciencia, de construcción. Toda ex- periencia los ponía en situación de escribir u operar numérica- mente; la necesidad era la motivadora de los aprendizajes no lo que una maestra “obligaba” aprender. Piaget permitió descubrir que era el aprendiz el agente que, en última instancia, motorizaba su propio aprendizaje; los docentes (o los adultos) eran solamente facilitadores del cambio que se estaba operando en su mente, pero no la pieza principal. Y era emocionante mirar a los chicos “desde afuera”, como un investi- gador, e ir siguiendo sus evoluciones. Antes, la educación consideraba al niño como “una tabla rasa” donde el maestro debía dejar su huella. Esta nueva concepción instaba a descubrir todos los conceptos que el alumno traía con sus experiencias de vida y a acercarles nuevas informaciones para que ellos construyeran su propio conocimiento. Al concluir el año los alumnos tuvieron que ir a dar examen a otra escuela designada por la Inspección. Por casi diez años, la Escuela Popular Latinoamérica fue “castigada” por su tipo de enseñanza y la Inspección designaba una escuela de la zona que se 65
presentaba con sus maestras a tomar un examen final. Ningún alumno reprobó nunca. La escuela hacía que los chicos vieran esto con normalidad; no se presionaba con los exámenes. Las visitas de las inspectoras se hacían ver con normalidad, sin agitar el fantasma de la “autoridad” puesto que todos estábamos traba- jando juntos para beneficio de los alumnos. Éstas reconocían siempre la espontaneidad de los chicos y, algunas, disfrutaban de eso, participaban en juegos y se implicaban en conversaciones o les respondían preguntas que ellos le hacían. Nunca se los amedrentó con el “cuidado que está la inspectora” puesto que ellos venían a la escuela a disfrutar y también lo debía hacer la supervisora. Por más de veinte años la inspección aparecía de sorpresa en tanto que a todos los jardines y escuelas les avisaban de su visita previamente. El Mrio. de Educación de la Prov. de Buenos Aires, crea el Consejo de Equiparación de Institutos No Oficiales: CEDNO; el 16 de junio de 1973 firma la Autorización de Funcionamiento para Mi Lugarcito y el 20 de julio le otorga el Nº de Registro 1263. Más de 3 años de trámites, de ir a La Plata, primero, para entregar la documentación a la que siempre había que agregar algo más, después, para averiguar si el expediente había ascen- dido un paso más en la interminable escalera burocrática. Era “el trámite del arbolito” (sketch humorístico de aquellos tiempos). ¡Las antesalas eran eternas!; a los únicos que atendían presurosos era a los curas y a las monjas. Un día Cristina le dijo a Norma por lo bajo: “para la próxima vez le digo a mi mamá que nos confec- cione dos hábitos de monja y venimos vestidas así”; tuvieron que salir corriendo hacia un patio para reírse con libertad. Al aula en que funcionaba el primer grado se le había sumado otra igual cuya separación era una gran puerta plegadiza confec- cionada con partes de los famosos kioscos de Pepsi. Así, cuando ésta se replegaba se obtenía un gran salón de casi 60 metros cuadrados que también comenzó a albergar fiestas, reuniones, cine para niños, charlas y talleres. Si el día designado para la actividad amanecía soleado se ponían mesas en el parque; fueron famosos los pollos que se asaban en una enorme parrilla 66
construida para esos encuentros como también las inolvidables tallarinadas. Alfredo amasaba tallarines y los colgaba en los bastones de gimnasia de los chicos. Algunos sábados el municipio les prestaba un proyector y pasaban películas y hasta concurrió el cantante Víctor Velázquez que era amigo de uno de los papás; ese encuentro duró hasta largas horas de la noche y, a propuesta del cantor, la siguió en la casa de su amigo. Las fiestas o encuentros seguían realizándose todos los meses puesto que, aparte de permitir juntar fondos, integraba a las familias y todos participaban. Allá aparecía Juan Carlos Broglio, el primer presidente de ADEC, con paquetes de enormes merengues para rifar o compartir. ¡Las fiestas del final de clases se hacían de noche! Tal vez a ello contribuyó el clima, dado que en diciembre el calor impedía realizar un acto de día en un parque. En cambio, a la noche se ponían mesitas, se compartía un refrigerio, los chicos mostraban sus logros y participaban ante los ojos emocionados de las fami- lias y amigos. Con los años, la fiesta nocturna pasó a ser un estilo de las escuelas hasta hoy. Muchos habían participado para levantar las aulas o construir sillas y mesas. Había un papá, Aurelio, que trabajaba en un aserradero y todos los días se venía desde la capital con un atadito de maderas que la empresa descartaba pero que la sierra de Mario transformaba en listones y juntos construían las sillitas o juegos. Había un juego de bloques didácticos que era carísimo; Cristina los fue dibujando en las maderas y Mario los cortaba, así nacieron los propios Smith Hill y para guardarlos construyó unos enormes carros de madera con manijas de soga que los chicos desplazaban por todos lados y a veces los trasladaban a ellos mismos. A partir de allí, Mario comenzaría a “temer” cada vez que su hija dijera: “Pa”; él sabía que detrás de ese Pa llegaba el pedido de algo que seguramente no sería simple y tampoco una unidad. “Pa, podrías hacer 20…”, “Pa, mirá que interesante este material”, “¿cuántos querés?” preguntaba el padre resignado. Por muchos años, Mario sería el “carpintero designado” de la institución que crecería con su aporte desinteresado. 67
Con los chicos salían a pasear por el barrio a descubrir diversas cosas. El paseo más esperado era ir a la feria. La profusión de puestos, la variación de ofertas y las formas expresivas de los feriantes los fascinaban. Días antes juntaban dinero en un tachito con ranura y allá iban con algunas bolsitas para poder traer la mercadería que compraban. Antes planificaban: ¿ensalada de fru- ta?, ¿ensalada de verduras?, ¿maíz para pochoclo? Ellos compra- ban, pagaban, hacían las cuentas para calcular cuánto iba quedando. Una vez quisieron comprar un patito y la escuela pasó a tener otra mascota. Pero el pato no estaba dispuesto a la domes- ticación y resultó tan agresivo que fue a parar al gallinero. A fin de año y ya terminadas las clases, un papá propuso, un sábado, hacer un puchero con el “pato malo”, pero, aún hervido, siguió resistiendo puesto que no se pudo comer por la dureza de su carne; el papá dijo con resignación: “fue malo hasta la muerte”. También existió Petronio, el perro callejero que se “inscribió” el primer año; a veces desaparecía y Norma salía a buscarlo por el barrio y al no tener éxito volvía y encontraba a Petronio en la puerta moviendo la cola. En el parque se había preparado un espacio y los chicos tenían una huerta que cuidaban, regaban y lo producido lo comían o llevaban a casa. También había un gallinero con varias gallinas una de las cuales, la pigmea, cada tanto desaparecía. Entonces, los chicos comenzaban a contar los días pues sabían que pasando los veintidós aparecería con sus pequeños pollitos; se iba a anidar al campito de la fábrica pero luego volvía con sus crías. Durante un tiempo hubo hasta un chanchito. El jardín, y luego el primario, irían integrando los grupos de acuerdo a la inscripción puesto que el número de alumnos no alcanzaba para tener salas “puras” (así llamaba inspección a los grupos de la misma edad) con el mínimo que exigía el Ministerio. Así, los dos establecimientos podían tener algunos grupos inte- grados y otros puros. El primario recién tendría todos puros en 1983. De esta experiencia también los directivos decidieron aprender descubriendo la riqueza de vivencias y situaciones de aprendizaje que se dan en el intercambio de alumnos de diferentes 68
edades. Experiencias enriquecedoras que años más tarde llevarían a proponer, como proyecto institucional, la integración de alum- nos como parte de una metodología de aprendizaje: el Proyecto Nueva Cultura. AVANCES 1974 trajo novedades esperadas. En este año se formaliza la constitución de ADEC y comienzan los trámites respecto de la obtención de su Personería Jurídica. El 31 de julio, el CEDNO, que luego se transformaría en Direc- ción de Enseñanza No Oficial (DENO), firma la Autorización del funcionamiento de la Escuela Popular Latinoamérica con retroac- tividad al inicio de su funcionamiento y el 19 de agosto le otorga el Nº de registro: 1332. El 29 de septiembre, se recibe con entusiasmo el otorgamiento del 100% de los sueldos reconocidos en Planta Funcional del jardín de Infantes Mi Lugarcito retroactivo al 1 de marzo de 1974. Por fin las angustiosas esperas en el Ministerio traían alguna satisfacción. Para los docentes del jardín, estos serían los primeros sueldos formales que cobrarían. Un matrimonio, ambos psicólogos, Eduardo y Bea, comenzaron a apoyar al equipo y participaban gratuitamente en algunas reuniones dando orientación a docentes y padres. La Iglesia Inmaculada Concepción le pide a la escuela el lugar para dar catecismo y se les da una copia de la llave para que asistan los sábados, aunque siempre había alguien de la escuela haciendo alguna tarea. Siguiendo con la idea de juntar fondos, se construye un pequeño espacio a continuación de aquellas dos aulas, que daba a la calle. Comienza a funcionar allí una sencilla proveeduría con artículos de primera necesidad que atendían los mismos padres en forma rotativa, pero no funcionó y fue desmantelada. Para los eventos al aire libre, cuando arreciaba el frío, le pedían 69
al jefe de la estación de Burzaco unas enormes lonas; eran con las que tapaban algunas cargas de los vagones que esperaban o maniobraban en el costado este de la estación (hoy el predio, transformado en plaza, conserva enrejado el sistema que hacía girar la máquina para que se pusiera al frente de la formación). Todavía en esa época, el ferrocarril formaba parte del transporte de lo que producía el interior del país. Se habían colocado unos altos postes alrededor del jardín y, sostenidas por ellos, se colocaba las lonas. Cubrían su contorno con plásticos transparentes. Ese ambiente cobijaba las fiestas y reuniones de la institución. Para las celebraciones patrias invita- ban a los Bomberos Voluntarios que venían con una autobomba y llevaban a pasear a los chicos. Por ello y por el techo de chapa, algunas lenguas maledicentes decían que la escuela era “el gran chaparral” (nombre de una serie televisiva yanqui muy vista). En ese tiempo, los actores tenían un equipo de fútbol que jugaba para beneficios y los contactaron para jugar con los padres; para esto prestó su cancha el Club San Martín de Burzaco. Finalizado el partido los alumnos de los dos niveles hicieron una exhibición de gimnasia con sus maestras pues no había profesor/a de la materia. El lugar que ocupaban las dos instituciones iba quedando chico. No se podía crecer sobre un terreno que era oficial; la casa no brindaba posibilidades y la inspección indicaba la urgencia de tener un espacio propio. Un día Norma y Cristina se fueron a la Sección de Tierras del municipio y preguntaron si no había algún terreno fiscal en las inmediaciones. El empleado les dijo que ese era un dato que no se podía informar al público. Entonces las chicas comenzaron a contarle sus sueños y… ¡cómo sustraerse al entusiasmo que las dos jóvenes manifestaban! Finalmente, el empleado les dio una información rogándoles que no dieran a conocer cómo la habían obtenido. Los terrenos estaban casi a la misma altura de la es- cuela, pero del lado oeste, cruzando la vía del ferrocarril. Tal era la emoción que al otro día las maestras salieron con sus alumnos y se fueron caminando a poner la “piedra fundamental” en los 70
mismos. Como había mucho sol, se hicieron unos gorritos de papel plegado como los de los albañiles (costumbre perdida hoy). Y allá cruzaron el campito fantaseando dónde construirían las aulas, el parque, los juegos. La tramitación no dio los frutos esperados y la ilusión quedó en la historia. La necesidad del lugar propio era urgente. Comienza así el intercambio de ideas en las reuniones del recién inaugurado ADEC. Todos traen propuestas, sugerencias, a veces muy locas, a veces coherentes. A las reuniones no asistían sola- mente los miembros elegidos de la CD sino también cualquier padre o docente que lo deseara; cuanta más diversidad más posibi- lidades habría. Para ir hablando sobre algo concreto, se comenzó a averiguar los precios de terrenos. Fue así que descubrieron el loteo reciente de unas tierras pertene- cientes a una familia antigua de Burzaco, los Loray. Abarcaban como cuatro manzanas con muy poca edificación en los alrededo- res. Enfrente, se extendían los campos de deporte del Club de rugby “Pucará”. Viendo los planos del loteo, había dos terrenos de 50m de largo. Eran los más grandes y continuos, situados hacia el Este de la Av. Espora y a cinco cuadras del establecimiento. A dos cuadras es- taba el Hospital Lucio Meléndez. Las calles eran de barro con enormes zanjones por donde corría el agua cuando llovía. Una vez averiguado el precio y ya corriendo el año 1975, Alfredo y Norma gestionan un crédito personal en la Cooperativa Lomas de Zamora (actual Banco Credicop) con el que se adquirieron los dos terrenos: uno con frente a Azopardo 846 y, a continuación, el otro con frente a Falucho 845. Cuando no se llegaba a juntar el dinero para la cuota, los dos responsables ponían de su bolsillo. ¡Otra vez habría que volver a comenzar! La alegría de las docentes por tener la tierra propia les hacía ir muchas veces a los lotes a bajar las malezas con machetes, palas 71
y rastrillos, una vez terminadas las clases. Se quitaban los delan- tales, y Cristina con las maestras que querían, se trasladaban unas cuadras hasta estos predios y casi disfrazadas, con bermudas, remeras y sombreros, atacaban los yuyos con la satisfacción de ir sentando la base de un futuro. Mientras el sudor humedecía sus cuerpos imaginaban el edificio, que, como casi todo lo que hacían, era medio loco. Cristina y Norma querían hacer aulas hexagonales pues imaginaban una circulación dinámica y no convencional, como la personalidad de los chicos, con mucha iluminación, como la mente de los chicos y todos los muebles bajos, al alcance de éstos, para que pudieran elegir, guardar, coleccionar, seleccionar, crear. Antes de que comenzaran a apoderarse del lugar las primeras sombras, desandaban el camino y así, ridículas, desaliñadas, tras- piradas, volvían a la “escuelita”. A la mañana siguiente había que volver temprano, a las siete, a comenzar un nuevo día de trabajo. Pero esas ansiedades deberían apaciguarse pues nada se podría comenzar a edificar si no terminaban de pagar el crédito que habían contraído. Muchos otros inconvenientes tendrían que afrontar que parecían acrecentarse ante cada dificultad. Para esa época, Alicia también había comenzado a trabajar en el primario y también se incorpora como docente de la escuela una mamá vecina, que enviaba a sus dos hijos al jardín, Elba, que acompañó entusiasta los primeros años del primario y que, diez años más tarde, sería la vicedirectora de Latinoamérica y directora al retiro de Norma. También pasa a formar parte del equipo del jardín Nidia quien muy rápidamente se sintiera compenetrada con los principios educativos. ¡Un trío de maestras jardineras insuperable: Alicia, Cristina y Nidia! En 2017, Nidia recordaba y saludaba: “hoy más que nunca, feliz día para nosotras por las innumerables horas de estudio, de dibujos, de planificaciones, de cuentos como también bolsas repletas de materiales didácticos mezclados con sueños y proyectos.... ah... me olvidaba del imanógrafo. Soy muy feliz de verlas”. Y la otra Cristina también decía en Facebook: “¡qué lindos recuerdos, éramos tan jóvenes y en aquel Mi Lugarcito, 72
comenzamos el camino del compromiso y pasión por educar! Mis hijas y mis nietos formaron parte de ese proyecto educativo hasta ahora. Hoy, ya estoy fuera del sistema, o sea en jubileo, después de 34 años ininterrumpidos de tarea pero sigo aprendiendo”. El 13 de agosto (1975) la disposición 266 aprueba el personal inicial de la Escuela Popular Latinoamérica y el 30 de septiembre le otorga la subvención del 100% . Cada vez se notaba más la necesidad de otro espacio y donde estaban no se podían realizar construcciones definitivas. Entonces un papá comenta que se vendía una pieza prefabricada a un bajo costo en Lanús y que se podría reconstruir en una parte del patio de la casita con permiso del dueño; negociaron con éste que, cuan- do la escuela dejara la casa, les dejarían la prefabricada y así sumarían un ambiente más. El dueño aceptó. El dinero se podía reunir, pero no alcanzaba para pagar el desarme de la prefabricada, y su traslado. Y entre tanto remolino de opcio- nes alguien comentó que el regimiento de La Tablada había ayu- dado a una escuela y allá se fue Norma, carta en mano, a pedir la colaboración del ejército. Así fue como, un sábado casi heroico, padres, docentes y ejército desarmaron la prefabricada, la trasladaron a la escuelita y la bajaron en el predio. No había celulares que podrían haber filmado semejante odisea, pero quedan, en el recuerdo de los que participaron, las imágenes de las docentes, sucias, olorosas pero contentas, viajando en la caja del camión junto a los soldados que trataban de asimilar tan extraña situación: ellos cumplían órdenes, ellas cumplían con la fidelidad a sus sueños. Esos sueños que pugnaban por no debili- tarse ante una situación general del país que andaba a los tumbos con Isabel Perón presionada o manipulada. Hacia fin de año queda levantada el aula con ayuda de conscriptos quienes también hicieron el contrapiso. ¿Qué edad tendrán ahora esos muchachos?, ¿se acordarán de esos hechos de su “colimba” que no fue su cotidiano “correr-limpiar-barrer” sino el construir algo para el disfrute de los niños?, ¿habrían sido “dados de baja” al año siguiente cuando, apenas empezadas las clases (24 marzo 73
1976), el Ejército fuera parte del golpe de estado más luctuoso de los últimos años? Diría poco después, el escritor y periodista luego desaparecido, Rodolfo Walsh: “se implantó el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina”. En marzo, las Fuerzas Armadas conjuntas usurparon el gobierno derrocando a la presidenta María Estela de Perón; destituyeron gobernadores, disolvieron el Congreso Nacional y las Legislatu- ras Provinciales, removieron a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, anularon las actividades gremiales y las de los parti- dos políticos. No hubo actividad fundamental de la vida democrá- tica que no clausuraran. La Constitución Nacional dejó de regir la vida política y los ciudadanos del país quedaron bajo las normas que establecían los militares. A pesar de todo esto, había gente común comentando que “las botas” pondrían orden en el país. Y qué no decir de la ayuda que dieran grupos de poder, civiles y económicos, y algunos medios de comunicación que colaboraron con las fuerzas militares y se beneficiaron con su accionar. El ciclo lectivo 1976 inauguraría una serie de años en los que hubo que aprender a actuar con equilibrio, inteligencia y cuidado. La comunidad educativa era bien heterogénea. Nunca la institu- ción indagó en sus inclinaciones políticas ni religiosas. Los prin- cipios educativos que sostenían no habrían permitido ningún tipo de discriminación. El cariño por la institución y el compromiso con el proyecto eran suficiente. En junio, una terrible Ley de Alquileres impide seguir arrendando la casa fundacional. No se podía hacer frente al pago del Banco, a los gastos y a un alquiler que era impagable. La única posibilidad que quedaba era mudar todo al terreno municipal. En el patio de la casita quedaría dormida la salita pre- fabricada que solo usaron unos meses. Norma había solicitado en su trabajo una licencia sin goce de sueldo desde enero de ese año y se dedica exclusivamente a la escuela y jardín; más tarde renuncia definitivamente a Seguros. Entre todos se comienza el acondicionamiento del terreno. 74
Se construye a continuación de las dos salas dos baños de mam- postería con techos de chapa. Con partes de los kioscos de Pepsi, arman una cocinita y una pequeña dirección. Se le sumará des- pués una nueva aula. Otra vez, todos a proveer la mano de obra y la sierra de Mario a cortar maderas para tirantes y tirantes. La provisión de agua la brindó la fábrica vecina donde el presidente Broglio tenía un cargo importante y una larga manguera llegaba al tanque instalado para tal fin. Con gran dolor toda la comunidad educativa le dice adiós al lugar donde germinara la semilla y se gestaran los sueños de una educa- ción diferente, la casita de Lomas de Zamora 901. Y las calamidades naturales se sumaron. El 29 de septiembre, un temporal de lluvia y granizo-nieve además de ocasionar serios perjuicios, vuela gran cantidad de chapas que se habían comprado para hacer un patio cubierto. Los “cubitos” de hielo caídos cons- truyeron montañas que hubo que romper a pico y desparramar a pala. El tornado fue singular, había arreciado en forma circular y era sorprendente ver cómo había techos destruidos y casas pega- das que no habían sufrido ningún daño. El personal directivo y Nidia no vivían en Burzaco, y en sus lugares solo había llovido. Mientras el colectivo las iba acercando no entendían por qué éstos se desviaban por calles que no tuvieran árboles caídos. Las cua- dras que caminaron para llegar a la escuela se hacían intermina- bles mientras observaban el desastre. ¿Con qué se encontrarían? Nadie había enviado los chicos a la escuela; casi todos habían sufrido algún perjuicio; sin embargo, muchos fueron los que se acercaron a dar una mano y a acondicionar la destrucción. Un papá, Lito, que era fotógrafo vino con su cámara y registró el fenómeno. No había lugar para las lágrimas; al otro día debían tener clases y mucho había por hacer. La escuela no permitía que decayeran los ánimos. A los campamentos que realizaban con los chicos se sumaron los campamentos con las familias. San Antonio de Areco era el lugar de preferencia. Hacia allá partía una caravana de vehículos. En ese momento Alfredo y Mario tenían sendas Estancieras y en 75
ellas, y en otros lugares vacantes de los otros autos, se llevaba a los que no tenían medio de locomoción propio. En Areco, se acampaba a orillas del río, se llevaban grandes ollas que usaba la escuela para la merienda de los chicos y se competía por hacer el mejor guiso o el más sabroso asado. Dos anécdotas quedarían en la memoria. La de las milanesas que, bajo una intensísima lluvia, tapados con plásticos y paraguas, iban friendo los padres mientras las maestras armaban los sánguches y los pasaban a los niños; al acabarse las milanesas los adultos se dieron cuenta de que ellos no habían comido… los niños también habían dado cuenta de su ración. La otra fue cuando Cristina cocinó un guiso con arroz. Nunca lo había hecho para tantas personas y para no quedarse corta agregó más medidas; al levantar el hervor, la excesiva canti- dad de arroz comenzó a manar de la olla y caer por la pendiente hacia el río dejando una senda blanca y humeante. Poldo, el marido de Elba, que era un atleta reconocido, entrenaba cruzando el río, pero con un niño colgado del cuello cada vez. Y la noche se cerraba con la infaltable guitarreada. LA PRIMERA FERIA DE LATINOAMÉRICA Cristina había comenzado a interesarse por las danzas de Lati- noamérica. En aquellas épocas no estaba Google para ver videos o material de investigación; por lo tanto, esa idea demandaría mucho esfuerzo. Entonces, comienza a visitar Embajadas tratando de hacer con- tacto previamente con sus Agregados Culturales. La escuela ni siquiera tenía teléfono. La mayoría de las Embajadas eran preca- rias en relación a los aspectos culturales de sus países, más bien atendían a cuestiones políticas, legales o de turismo y lo más ac- tivo eran sus Consulados. Después de deambular por sus secretarías, magros eran sus lo- gros. Volvía con algunos folletos turísticos y poco material cultu- ral. Así aprendió a descubrir datos casi como un detective. Veía, en propagandas o revistas, cerámicas, tejidos o bailarines e iba 76
haciéndose preguntas concretas: ¿de qué región es este traje?, ¿en qué zona se producen estos tejidos?, ¿qué influencias hicieron que este objeto tenga tales características? Así comenzó a armar un entretejido de conocimientos. A veces, en las embajadas daba con algún empleado residente que algo sabía y se lo pasaba; otras, la orientaban hacia grupos que residían en el país y allá iba a contactarse con ellos. Una vez dio con un embajador de Ecuador que algo sabía de dan- zas y en un rincón de su despacho comenzó a enseñarle algunos pasos y a tomarse el pantalón como si fuera pollera para bailar la parte de la dama; luego haría grabar un cassette TDK con músicas de su país para la escuela. ¡Qué genio! La primera edición de la Feria del Libro había sido en 1974; allá fue preguntando por todos los stands y hurgueteando según títu- los, ilustraciones o temáticas. Esos pequeños caminos de investigación la llevaron a elaborar una breve guía sobre sencillos conocimientos que podrían ir des- cubriendo las otras maestras o los padres. Indagaba si las personas tenían algún contacto con nacidos en Latinoamérica o en el interior del país y si esas personas tenían algún conocimiento de sus respectivas culturas, de artesanías, música y otros temas. ¡Quién pensaría que, años más tarde, toda la información y músi- cas se hallarían con solo “googlear” y esperar unos segundos! Visto a la distancia, se valora tanto esfuerzo, dedicación y hasta se podría decir obstinación. ¿Estarían pensando en esto los crea- dores de Microsoft (1975) y Apple (1976)? De a poco, la comunidad comenzaría a dar valor a las distintas expresiones de cada cultura. Empezaron a aparecer familiares, oriundos de las provincias o países vecinos que al ver el valor que le daba la escuela a estos temas, hicieron un viaje a sus historias y fueron recuperando costumbres, relatos, habilidades, creencias y hasta idiomas que se mantenían ocultos porque se los había discriminado por hablarlos. ¡Hacer visible esa identidad cuando hasta ese momento las mismas escuelas de sus pueblos se la nega- ban! Hubo alumnos que contaban que a sus abuelos les hacían dejar las ojotas o las alpargatas en el patio de la escuela para que 77
no entrara al aula ningún vestigio de la cultura ancestral de su familia; tampoco les dejaban hablar el quechua o el guaraní. Todo esto se compartía en rondas de charlas, mate de por medio. También se recordaba que Sarmiento había establecido “civiliza- ción y barbarie” como una de las primeras grietas en la sociedad argentina. Cristina les venía enseñando a todos los alumnos danzas del fol- klore nacional y cantando sus canciones acompañada de su gui- tarra. También fue compartiendo con ellos y las maestras los co- nocimientos que iba atesorando de otros países. Aquel 1976, se dio cuenta de que era mucho lo que sabían sobre la cultura del país y de los países hermanos, así que decidió que había que mostrarlo. El resto del equipo tomó con entusiasmo la idea. Se echaba así la semilla de lo que ahora todo el mundo disfruta: la Feria de Latinoamérica. Fueron acopiando materiales, lo comentaron con la comunidad que también lo vio con orgullo y comenzó la organización. Los chicos presentarían danzas argentinas a las que se sumarían las primeras latinoamericanas: de México, el jarabe tapatío; de Perú, un wayno; una galopa paraguaya y un ritmo centroameri- cano con influencia afro. Cristina diseñaría los trajes típicos de cada región. Reunió a las mamás para explicarlos y les ofreció la colaboración de su mamá para cortar los moldes. Después de clase, Chola tomaba las medidas de los chicos y cortaba los mol- des en papel o bien directamente las telas para que luego las ma- más o abuelas las cosieran. Esa sería la primera vez, puesto que siguió cortando los trajes durante años. Después lo hizo en la enorme mesa que tendría la cocina actual y por la que pasaran cientos de madres con sus telas para que ella hiciera sus prácticos cortes enseñando sus trucos y, sobre todo, cómo ahorrar tela. Los aprendizajes que Chola adquiriera en la confección de los trajes de danza de su hija fueron pasando a ella y a las mamás de la escuela y jardín. Esto lo haría hasta el último día de su trabajo como ecónoma en la escuela de la que se despidió al perder la vista. Como Cristina estaba acostumbrada a los festivales de la escuela 78
de danzas donde concurriera, se fue a la Municipalidad a pedir un escenario y un equipo de audio. El municipio aseguró su colabo- ración. Entonces las clases de Expresión Corporal se transformaron en espacios de aprendizaje y ensayo de las danzas. Y un día de octubre ocurrió la primera vez. Pidieron el escenario y el municipio lo armó en la ochava de una de las calles; en las veredas levantaron carpas donde mostraron artesanías y en el salón, que conformaban las dos aulas abiertas, mostraron trabajos de los chicos y piezas de cerámica, textiles, ñandutíes y afiches. Un papá, que trabajaba en una conocida fá- brica de automóviles, consiguió en préstamo unas enormes ban- deras de los países latinoamericanos y fueron el marco que cobijó las palabras de inauguración y la participación de los chicos que por primera vez subirían a un escenario. Recordada foto: las maestras con guardapolvos blancos (así lo había comenzado a exigir el Ministerio del gobierno de facto) de- lante de aquellas banderas movidas por el viento, Norma, Cris- tina, Alicia, Elba y Nidia. Alfredo fue el maestro de ceremonias. Terminadas las danzas, en el enorme parque y en una gran ronda, cantaron con los chicos todas las canciones aprendidas del folklore latinoamericano. Así tuvo lugar la Primera Feria de Latinoamérica en Burzaco, en una pequeña localidad de la provincia de Bs. As., en un país atra- vesado por la injusticia del poder de facto, en una Latinoamérica a la que se pretendía doblegar con golpes de estado, donde las opiniones estaban controladas, donde la palabra “Latinoamérica” era sinónimo de “zurdito” y lo latinoamericano “ir en contra del régimen”. Tal vez LA FERIA se hizo como un desafío, como otro signo de rebeldía. La Feria, que llevaba consigo el germen de la repetición como todas las expresiones de los pueblos que tienden a volver a hacer lo que les llena el alma, lo que se carga de significación, lo que expresa su cosmovisión del mundo, lo que une a la vez que libera, como la magia que se comparte y que se proyecta en una nueva realización. 79
Y la Feria de Latinoamérica comenzó a ser un compromiso, un compromiso que Cristina se cargaría al hombro. Compromiso con el legado de milenios que las culturas primigenias habían ido dejando generación tras generación; legado que se iba entrete- jiendo con las nuevas experiencias de los hijos y los hijos de esos hijos, enriqueciéndose, superándose para volver a ser simiente y fruto de un futuro mejor. Esos legados también fueron pasándose a los alumnos de la escuela. Cristina, mientras les enseñaba los pasos de las danzas, les contaba a los chicos el origen de los mis- mos, las diferencias entre los hombres de la montaña y los del llano, las posturas de sus cuerpos, el grito alegre del llanero y la voz quejumbrosa del coya, el movimiento de las polleras de las caribeñas con genes africanos y el recogimiento de las coyas, la altivez del Inca, la sumisión del minero y su motivo. Las danzas que más les gustaban a los chicos tenían su propia historia y un pueblo estaba detrás. Tal vez por eso Cristina era tan exigente al querer poner en el escenario todo aquel bagaje de conocimiento que sustentaba cada cuadro. Tal vez por no poder vislumbrar ese compromiso era que algunas personas se sintieron molestas algunas veces con sus indicaciones o pedidos. Muchos años más tarde, en 2013, con experiencias acumuladas, gobiernos democráticos de por medio y cientos de alumnos par- ticipando, Cristina inauguraría la Feria Nº36 con estas palabras: “La Feria de Latinoamérica es un singular entretejido que, cual un telar, requiere del conocimiento de técnicas de enlace e in- terrelación, de la habilidad del artesano para encarar el desa- fío de cada producto, del riesgo de proponerse variaciones, de errar y mejorar hasta aprender, de acudir humildemente a los consejos de los más sabios, de dejar fluir las pulsiones de nues- tros ancestros para que nos lleguen hasta nuestro hoy, de sentir la pertenencia de un todo universal que danza un ritmo de energía y nos une a nuestra tierra, la Pacha. La Feria no es simplemente la preparación de algunos cuadros con los que se arma un espectáculo. En ella están implícitos innumerables aspectos que al ojo vulgar son invisibles. 80
Requiere de técnicas que interjueguen en las diversas acciones. Técnicas artísticas para resolver una danza, con sus habilida- des corporales y la resolución de coreografías; una escenogra- fía que nos traslade a distintas escenas; la elección de un ritmo, una melodía que sea el sustrato temporal y el contacto con la idiosincrasia de un pueblo; la poesía o el texto que inspire y defina; técnicas artesanales que permitan: pintar la tela para confeccionar una pollera, recrear un sombrero, una rastra, un machete, una carreta, imitar un instrumento musical, suplir un arma de verdad, un cañón. Necesita sostenerse en una postura política, no como política partidista sino como esencia; porque, como dice Sartre, “el hombre, con solo tener existencia tiene una postura política, aunque sea de indiferencia”. La Feria nos posiciona como integrantes de un continente cuya unión y hermandad fue soña- da por nuestros grandes hombres, Belgrano, Monteagudo, San Martín, Castelli, Bolívar, O·Higins, Martí y tantos otros. En este momento histórico que nos toca vivir, pareciera que lo estamos logrando, doscientos años después. Somos parte de un conti- nente cuyos países sufrieron las mismas vicisitudes (¿y las seguimos sufriendo?). Fuimos conquistados y sometidos por una cultura foránea que no solo sacrificó vidas, sino que anuló la cultura originaria, imposibilitando cualquier continuidad de costumbres, valores, ideas, creencias, conocimientos, saberes. En una palabra, anulando su libertad, pues no hay avasalla- miento más terrible que el de la penetración cultural. Los levantamientos y protestas fueron acallados con violencia, muerte y ensañamiento para que no quedaran dudas acerca de quién iba a mandar en estas tierras. Estas actitudes fueron co- piadas alternativamente por los dictadores que, siglos más tarde, molestos por las elecciones de los pueblos, volvían a demostrarles de quién era el poder y a qué manos debería ir la riqueza. Tal vez sea por eso que con la Feria no se debe pensar en lucrar y su concreción deba ser el logro de muchos y la aspi- ración de todos. La Feria debe honrar la libertad, la libertad que proporciona el no tener que sujetarse a ninguna 81
especulación individual, corporativa o personalizada, la deses- timación de alguna vocación de poder que ande por ahí o la imposición de la soberbia del que se cree superior; debe soste- ner la valoración del acordar por encima de todo y el respetar antes que el imponer. Antes que respaldar argumentos hay que abrazar conceptos. La Feria de Latinoamérica sostiene una filosofía pues también ella permite pensarnos como un ser pleno de humanidad. Pode- mos experimentarnos en estado de unidad con todo aquello que está en contacto con nosotros. Sentir la pertenencia, ubicarnos en un orden amplio que trasciende el yo porque todos estamos impregnados de la profunda inteligencia de la vida; porque no es verse a sí mismo en el mundo sino ver al mundo en sí mismo. Porque esta visión crea la enorme diferencia entre libertad y servidumbre. Y desde ahí deberíamos ver, sentir, pensar la Fe- ria que no debe ser otra cosa que el resultado del Proyecto Educativo Institucional. Sirve recordar lo obvio, su esencia pedagógica, puesto que la apropiación del conocimiento enriquece tanto al individuo co- mo a la comunidad y el acercamiento a la cultura latinoame- ricana desde diferentes ópticas, atraviesa todos los aprendiza- jes y nos funde con nuestras raíces fortaleciendo nuestra identi- dad como pueblo. La Feria de Latinoamérica pende, se suspende, depende de las emociones, flota sobre ellas, se sostiene por ellas. Mueve nues- tra interioridad. La de los chicos, desde el primer día en que se define su participación poniendo en movimiento la alegría, el desafío, la búsqueda, la ilusión, la expectativa, la superación, la autoexigencia. La de los grandes, que inventamos provoca- ciones o controversias, creamos ilusiones, sostenemos fracasos, secamos o compartimos lágrimas, fomentamos acuerdos, sofo- camos nuestros nervios, manejamos la expectativa, ocultamos las dudas, contenemos la excitación, promovemos la diversión. La emoción hace que, mientras se va bajando del escenario, ya se esté proyectando para el año próximo, ya se manifieste la idea, el deseo, las ganas, la fuerza, el empeño, la creación, la 82
invención. Emociona ver a los chicos “poner el cuerpo” en cada actua- ción, en el sentido literal pero también en el sentido profundo porque saben que, a través de su expresión materializada en una danza, comparten los lazos comunicacionales y afectivos con los que, desde abajo, desde atrás o adelante, nos sentimos unidos, latentes, expectantes, asociados al ritmo de su corazón. Emociona a quienes la descubren por primera vez y se prometen que un futuro hijo, un futuro nieto debería estar allí alguna vez. La Feria es una experiencia colectiva y bueno es que los chicos lo sientan así porque, en este mundo de vorágine, stress y especulaciones, ellos pueden ser parte concreta, afectiva y efec- tiva de esta vivencia local pero también continental. Shakespeare dijo alguna vez: “Somos la materia de la que están hechos los sueños”. La Feria de Latinoamérica es la realidad de los sueños y con ella nos suceden cosas como las que canta el Nano Serrat: “El milagro de existir el instinto de buscar, la fortuna de encontrar, el gusto de conocer. La ilusión de vislumbrar el placer de coincidir, el temor de reincidir, el orgullo de gustar …la delicia de encajar…... En este 2013, volvamos a repensarnos y a repensar NUESTRA FERIA”. Al finalizar ese año Cristina tomaría la decisión de renunciar a la institución. 83
MÁS AVANCES, EN UNA REALIDAD ADVERSA A fines de 1976, Juan Carlos Broglio era presidente de una ADEC a la que todavía no le salía la Personería Jurídica. Él y Norma toman, también en forma personal, un crédito (igualmente en la Cooperativa Lomas de Zamora) de $ 600.000 de aquel momento (¿valor actual?), con respaldo hipotecario de sus respectivas casas, para comenzar la construcción en los terrenos. Miguel Tiritilli, amigo personal de unos padres, presentaría los planos según las necesidades manifestadas por las directoras. Otra vez, a poner en juego el ingenio: las necesidades formales requerían aulas, pero las necesidades sociales hacían imperativo un salón. ¿Por qué no las dos cosas? ¿Y si construían un gran salón e ideaban un sistema de aulas desmontables? ¡Todo el mundo a pensar! Tiritilli se acostumbraría a escuchar pacientemente a esas dos “locas” que le proponían cosas extrañas. Para poner una nota jocosa a tanta preocupación, las directoras hicieron una lista de propuestas hilarantes entre las que pedían una playa de esta- cionamiento subterránea para los automóviles de las docentes, un cable carril con cabina para trasladarse desde las futuras instala- ciones que darían a la calle Azopardo hasta las que se construirían sobre Falucho, entre otros disparates. ¡Era necesaria la nota de humor! Se decidió, entonces, construir un gran salón de 10 x 15m con un techo parabólico de hierro y chapa, un patio de las mismas dimen- siones, una cocina y dos baños con techo de losa (en la actualidad serían el sum que da a Azopardo, patio —sin el pasillo ni los bañitos—, cocina y baños que usa el secundario). Se buscan presupuestos y se le adjudica el primer tramo de la obra a la firma Raffo Hnos bajo la dirección de Tiritilli. Corría 1977. Y aquí otro recuerdo jocoso: las chicas habían mandado una nota a “Loma Negra” de Fortabat solicitando una donación de cemento y a los pocos días recibieron una carta que abrieron emocionadas; la nota de forma decía en el espacio correspondiente al número de bolsas: “cero bolsas”. 84
El crédito acordado apenas alcanza para comenzar la construcción y costear los primeros pasos de la mano de obra, pero se decide comenzar. Aquella anterior colaboración del Ejército facilita otros pedidos y el mismo dona la perforación para el agua y el motor bombeador como así también materiales para la construc- ción. ¡Qué paradoja! ¿Cómo se condice esto con el despliegue que el ejército realizara por techos y jardines de la casa de Norma donde vivían también Cristina y Alfredo? ¿Desorganización, amedrentamiento, aviso, confusión? ¿Cómo fue ese episodio? A los Accialini no les alcanzaban los ingresos para pagar el alquiler y Norma les ofreció temporalmente una parte independiente de su casa (habitación, cocina y baño pequeños). Alfredo tenía una fábrica de envases de plástico en sociedad con su suegro, Mario, y les iba bastante mal. La mañana de la “visita”, Alfredo había partido a la fábrica y Cristina, luego de ordenar algunas cosas, decidió ir al Jardín mucho más tem- prano que de costumbre. El jardín funcionaba solo en el turno tarde. Al rato de llegar, la vecina del jardín recibe una llamada de un tío de Norma; ésta acude al teléfono y el tío, llorando, le acon- seja no volver a la casa porque estaba llena de soldados con armas que andaban hasta por los techos. Era viernes y al terminar las clases decidieron pernoctar en casa de familiares en tanto que buscaban algún indicio que justificara el hecho. Si se quería, había muchos (gente que ni sabía de compromisos ya había desapare- cido). Era ingenuo no pensar que podrían encontrar muchas razo- nes, …con el nombre de la escuela bastaba. Una tía de Cristina le pide averiguar sobre el hecho a un comisario amigo de ella. El domingo le avisa que ya no había problema, que “ya había pasado”. ¿Qué era lo que “había pasado?, ¿qué hubiera sucedido si Cristina se hubiera ido a la hora de siempre?, son preguntas que nunca se pudieron responder y temían imaginar. A esa altura nadie era cándido; por diferentes vías se iba sabiendo de “desapariciones forzadas”. Alfredo, que había sido visitador médico, había conocido a gremialistas de farmacia como Jorge Di Pascuale (desaparecido en diciembre/76) y tenía un cliente de la fábrica que era familiar 85
del padre Carlos Mujica. Por gente allegada a ellos se conocían los “hechos reales”. Aunque los medios disfrazaban la realidad o la ocultaban, quienes deseaban no engañarse sabían lo que pasa- ba. Cualquier persona podía contar algún suceso ilegal, ya sea porque las “fuerzas del orden” te bajaban del colectivo, te palpa- ban, te retenían los documentos o te llevaban por portación de cara, o un Falcon se cruzaba en tu camino, o aún si fueras cate- quista, entrabas en la categoría de sospechoso. Y en los años siguientes, hubo familias que dejaron la escuela por mudanzas, con pases abiertos para que no quedaran datos de sus futuros paraderos. Las directoras aprendieron a no preguntar pre- servando así a sus queridos alumnos y su grupo familiar. Ésta era la sociedad en la que trataban de ir creciendo el jardín y la escuela. Era como trasladarse en una canoa entre los rápidos furiosos de un río torrentoso. Esa sociedad queríamos cambiar, decían las fundadoras. Cuando en los últimos años, las fundadoras les recriminaban a algunas personas de la institución el no ser fieles al proyecto educativo fundacional o el poner trabas para su consecución éstas decían: “es que la sociedad cambió”; ¿se imaginan lo ridícula que les parecía esa respuesta cuando ellas habían luchado por concretar ese proyecto en aquellas circunstancias? Además, habían pensado una escuela comunitaria para ir evolucionando con la sociedad, para acordar, para descubrir, para que la escuela fuera dinámica, creativa, integradora, igualitaria, dialoguista, respetuosa y car- gada de valores. Nada de lo que pasó del 83 en adelante se puede comparar con aquella época. Pero tampoco nada de lo que pasó después de los primeros veinticinco años de la institución volvió a tener el com- promiso, el diálogo, el respeto y la responsabilidad que circuló por la comunidad educativa de los primeros años. En el lote que daba a Azopardo ya se estaban construyendo las enormes zapatas, los encadenados y las paredes. Con aquella donación de materiales, pueden levantar también las bases, vigas y columnas de la cocina y los dos baños programados 86
con techo de losa cerámica y paredes de mampostería (sin abertu- ras ni pisos). Esta etapa costó otros $680.000 de mano de obra. Como la zona era muy baja en relación a las calles aledañas a Azopardo, hubo que rellenar el área. Solo el salón se llevó once camiones de tierra que toda la comunidad educativa ayudó a des- parramar; para el resto, la tierra la proveyó la municipalidad. Allá iban los fines de semana el batallón de padres y docentes a desparramarla y luego dejar las mangueras abiertas para que el agua la asentara. Entusiasmados, colocan el primer cartel donde se anuncia el próximo funcionamiento del Jardín Mi Lugarcito y la Escuela Popular Latinoamérica. Las “chicas” salen a convencer a los vecinos de asfaltar. No solo todas las calles que rodeaban al futuro establecimiento eran de barro, sino que también lo era la calle Brasil que desembocaba en el Hospital Lucio Meléndez. Cristina había visto en las inme- diaciones que dos cuadras de la calle Castelli cruzada por Cervantes habían sido asfaltadas con unos bloques hexagonales y fue a preguntarle a esos vecinos; les contaron que fue una inicia- tiva del barrio y le pasaron los datos de la empresa. Fue de esa forma como, organizados por la escuela, juntaron el dinero y comenzaron la obra del asfalto pre armado que saldría desde el Hospital, llegaría a la escuela, pasaría por la puerta hasta la calle Uriburu, beneficiando así también al Instituto de Rehabilitación Dr Jorge (en su parte de atrás). Pero al llegar a la esquina de Azo- pardo la empresa no quiso seguir construyendo porque el Instituto no había gestionado los fondos para el pago y a su vez tendría que tomar a su cargo el asfalto de la bocacalle. No hubo forma de negociar. Se frustró así el tener la comodidad en la puerta. Ya instalados (1979), el papá de Cristina, que había cerrado su fábrica y ahora trabajaba de electricista en el puerto, recordó que en sus inmediaciones estaban levantando el empedrado y consi- guió el permiso para llevarse una cantidad. Le pidió a su hermano que tenía un camión e hizo trabajar a todos sus compañeros cargando los adoquines históricos del puerto de Buenos Aires. Cuando llegaron a la escuela llovía y solo quedaban Cristina y 87
Norma, esperando. Junto a Mario y el tío, descargaron los adoqui- nes del camión con los que luego construirían un ancho camino hasta la vereda de enfrente hasta la de la escuela para que todos pudieran acceder a ella sin meterse en el barro. ¡Ah, la fuerza que dan los sueños! Pero sigamos con la construcción. Era junio de 1978; a Alfredo le habían ofrecido, por un tiempo, hacer un “interinato” como ge- rente de Credicop y había ayudado a una empresa de hierros a armar una carpeta para la solicitud de un crédito, muy importante para ésta, que finalmente el consejo aprobó. El dueño, agradecido, le ofreció a Alfredo sus servicios y, entonces, él le pidió una donación de hierro (3,5 toneladas) que canjean a la firma Amaz de Monte Grande, quien, así construye el techo parabólico del salón. De esa forma, Raffo Hnos vio facilitado su trabajo y con ese ahorro se pudo adquirir el resto del material necesario para continuar. En octubre del 77, ADEC había obtenido la Personería Jurídica, abre su primera cuenta corriente en el Banco Provincia y al año siguiente puede gestionar un crédito institucional en la Coopera- tiva Lomas de Zamora por $4 millones. Vuelve a retomar fuerza la construcción y se avanza con más bríos. ADEC nombraría su primer Representante Legal que iría varian- do por períodos según decisión de la misma. OTROS SUCESOS INSTITUCIONALES Decíamos que en 1977 a ADEC se le habían aprobado los Esta- tutos y por lo tanto se le había dado la Personería jurídica Nº 659/77. En realidad, dadas las circunstancias políticas imperantes (gobierno de facto ya mencionado) nadie esperaba que llegara esta aprobación por lo que se especuló que tal vez había sido autorizada durante el gobierno democrático pero la gestión siguiente de la carpeta se había retrasado en los estantes de los ministerios y que finalmente alguna mano piadosa la descubrió, 88
le colocó el sello y envió por correo la notificación. En una época en que estaban prohibidas las asociaciones, las reuniones de más de dos personas y donde el “bien público” era sospechado… no era muy lógica aquella aprobación. Reforzó esta teoría el hecho de que el 27 de septiembre se había firmado, en el Ministerio de Educación de la Pcia. de Bs As, la Disposición Nº 86 a través de la cual privaba de la subvención del 100% que ya recibían la Escuela Popular Latinoamérica y Mi Lugarcito. El texto hacía alusión a que el ambiente en que desa- rrollaban las actividades “no brindaban las comodidades necesa- rias para realizar sus tareas dentro de las normas y principios de higiene acordes con la noble tarea de la enseñanza y determina que para hacerse acreedor de la contribución estatal se debe acreditar la existencia de local propio”. El Ministerio no aceptaba que en una escuela de chapa se brindara educación con las orientaciones más modernas y renovadoras que provenían de otros países y que promovieran el desarrollo de la persona. ¡Esta disposición sí que estaba de acuerdo a la época! En ese momento Cristina era también la Representante Legal y como tal le respondió al Director de la D.E.N.O. Fernando Aguer con una nota encendida fechada el 23 de noviembre de 1977 en respuesta a diferentes cargos que se les hacían a las escuelas y en los que se fundaba la quita de la subvención. Se transcriben algunos pasajes de la misma: “Relacionado con las condiciones higiénico-pedagógica… nuestro establecimiento es pulcro, aunque modesto, y su simple edificación no es solamente limpia sino cálida y cuidada con esmero por las docentes que aprecian su ámbito como el de su propia casa… El desayuno es servido en mesas con manteles, servilletas y tazas con platos, cosa que pocos establecimientos realizan. Es importante señalar que cuando ese Ministerio presentó el Currírulum Tentativo, casi a fines de 1975, nuestra escuela fue llamada a trabajar en forma conjunta con la Srta. Inspectora Sara Juliano puesto que era el único establecimiento de la zona que ya venía desarrollando una metodología más moderna. Los 89
trabajos presentados en esos momentos fueron tomados como modelo y muchas fueron las maestras de escuelas vecinas que se acercaron a nuestros establecimientos requiriendo orienta- ción pedagógica… Conscientes de que la Educación debe cam- biar sus esquemas caducos nunca tuvimos aprehensión en poner en funcionamiento los métodos que ampliamente habían demos- trado su eficacia en otros países. Los resultados siempre fueron exitosos… Esto nos lleva a trabajar con alegría y esmero ten- diendo siempre a crear y estimular en los alumnos el deseo de aprender y que ese deseo active el esfuerzo por sí mismo. Todo esto ha podido llevarse a cabo en el edificio que poseemos. Demostramos así que las condiciones, tan criticadas por la Disposición 86 han sabido cobijar desde hace más de 6 años las más ricas experiencia…. No entendemos cuáles son las condiciones higiénico-pedagógi- cas que no puedan ser contempladas por la DENO. …Respecto a la nota enviada por nosotros anteriormente… si la misma no ha sido suficiente, si las palabras escritas no son atendidas, si los hechos que respaldan a las palabras no son considerados valederos, por qué no se nos ha otorgado la entre- vista solicitada por nota 4-9-77 para explicarle personalmente cómo funcionan nuestros establecimientos… Ud. dijo que iba a visitar escuelas y creemos que, por lo menos, hubiera podido vivenciar nuestro ámbito antes de tomar una determinación. Hubiera sido recibido con gran alegría por nosotros. Se hubiera contactado con nuestra realidad, hubiera visto el ambiente espi- ritual en que se desarrollan nuestra tarea, hubiera percibido los sentimientos de los alumnos y padres; …creemos que hubiera terminado reconociendo nuestro esfuerzo tal como lo hiciera Domingo F. Sarmiento cuando visitó a Pedro B. Palacios, Almafuerte, en su precario medio en el que desarrolló su digna tarea pedagógica. Quisiéramos saber si el habernos acordado la posibilidad de presentar los “descargos que estimáramos hicieran a nuestro derecho” fue una mera fórmula, un mero trámite o requisito administrativo y que en ningún momento se tuvo intención de 90
leer o considerar siquiera. …El tercer cargo redunda en los mismos aspectos anteriores. Si a través de tantas “citas” o expresiones distintas se quiere decir la misma cosa creo que es porque no se está seguro de poseer toda la verdad sobre el asunto. Se nos requiere comodidad para las tareas cuando en la mayo- ría de las escuelas de la zona sientan tres niños en cada pupitre o deben mandar a los niños a sus casas para ir al baño, o deben abrir paraguas dentro del aula cada vez que llueve… Se insiste con la comodidad y se relaciona ésta con la “noble tarea de la enseñanza”, con lo cual debemos colegir que a mayor belleza edilicia más noble sería la tarea educativa. Y si volvemos a revisar nuestra historia bajo esa mirada resulta que varias tareas pasarían a ser innobles. Creo que los conceptos del cargo 3º son discriminatorios y no concuerdan con el Objetivo nº 3 de la DENO en el cual se expresa el deseo de “eliminar toda clasificación discriminato- ria, etc.”. Esto nos lleva automáticamente a hacer compara- ciones, a pensar que solo es noble la labor docente realizada en esas monstruosas escuelas, con edificios casi agresivos por su excesivo confort, que nunca han sido construidas por la comunidad sino por elementos interesados… Nuestra labor es noble por el esfuerzo con que se lleva adelante. Sr Director, no mezclemos el confort con el enriquecimiento del espíritu pues si no estaríamos haciendo un análisis materialista de las cosas que, creemos, no es la política que sustenta su ministerio, análisis peligroso puesto que todo materialismo anula el espíritu y la libre creatividad. El cargo 4º vuelve a insistir en el mismo aspecto. Los “princi- pios básicos” así como “los hábitos correctos y básicos que mo- delan la vida futura” se logran con lo que se hace, con la acción que se ejecuta sobre las cosas no con las cosas mismas. El hecho de que una escuela tenga un baño con grandes piletones no implica que los alumnos se laven las manos, o el poseer un amplio economato dice que se sirva una merienda con mantel y con todas las acciones que implican el compartir una mesa. 91
…Reitero una pregunta: ¿qué explicación darle a toda esta gen- te de nuestra comunidad educativa? ¿Decirles que su esfuerzo fue en vano, que debían haber desembolsado grandes sumas de dinero para tener rápidamente un suntuoso edificio?, ¿decirles que lo construido antes es “pobre” y lo construido después no suficiente?, ¿decirles que la situación económica del país la siente solamente la DENO que debe descontar unos pocos sueldos de su presupuesto pero que ellos sí deben invertir más dinero para urgir una construcción? La DENO, ¿no desea invertir fondos en escuelas pobres? Nota- mos en esto cierta incoherencia; dar al que tiene y no estimular al que no posee recursos. Si Ud. desea responder a estas preguntas con gusto lo recibire- mos en nuestras escuelas. …Espero del Sr Director una rápida respuesta y ruego tome a bien algunas palabras tal vez un poco duras pero una docente, que ha dado todo de sí, que ha restado horas a su familia, a su hijo, a su vida personal por luchar en pos de sus ideales educa- tivos no puede callar, puesto que heredó de Sarmiento no solo su vocación sino esa fogosidad que poseía el maestro sanjua- nino. Saluda atte. M. Cristina Pérez de Accialini” En ese tiempo, el jardín y la escuela contaban con varias docentes quienes, con compromiso, informaron que seguirían trabajando aunque no recibieran remuneraciones porque ellas eran parte de la institución, porque ellas abrazaban el proyecto. ¡Qué hermosa palabra ABRAZAR! ¡Abrazarse y abrasarse, sentirse ardiendo de empuje, de compro- miso, por sentirse en una común-unidad! ¡La institución no olvi- dará a esas docentes! Pocos días después tendría lugar la Segunda Feria de Latinoamé- rica y la municipalidad había enviado el escenario que le solicita- ran y que fuera armado en la calle, al frente del parque de la escuela. La sorpresa fue que el intendente Hugo Aresca apareció al final de la fiesta; allí, ante el público presente, le pidió a su 92
secretario de gobierno que anunciara por micrófono el compro- miso que se había tomado de interceder ante el ministerio para que fuera devuelta la subvención que había sido retirada “dada la obra de educación y extensión comunitaria que desarrollaba la institución”. Aresca pertenecía a la Gendarmería pero conocía la institución porque siempre había sido un vecino activo en Adrogué. El 30 de diciembre, el Mrio. de Educación levantaba la privación de la subvención que recién recuperaría su efectividad a partir del 1 de marzo de 1978 con la condición de acreditar a esa fecha un local adecuado. Luego se negoció ese plazo mostrando los adelan- tos de la obra. Pero los meses de sueldos no percibidos nunca pudieron ser cobrados a pesar de haber realizado todos los trámi- tes posibles. En enero de 1978, ya con la personería jurídica de la asociación, Cristina y Norma formalizan el Acta de Cesión de las dos insti- tuciones a ADEC, que hasta el momento no había podido firmar ninguna acción legal. Nunca las dos fundadoras pidieron una retribución por los gastos e inversiones que habían realizado en los primeros años ni por las cuotas de los créditos que habían pagado cuando no se llegaban a recaudar los fondos para ello. Jamás pidieron retribución por las tantas horas extraescolares dedicadas a la institución ni siquiera solicitaron los viáticos de los centenares de viajes que hicieran por las gestiones a La Plata, embajadas y por otras representaciones. La idea había sido siem- pre compartir las gestiones para que los padres se sintieran comprometidos con la educación de sus hijos. Así lo dejaron sentado en la Declaración de Principios que definieran en el primer año de la creación y que luego pasaría a formar parte del Acta Constitutiva de los Estatutos de ADEC. LA TERCERA FERIA DE LATINOAMÉRICA Era 1977 y en la radio —nacional, Belgrano y Municipal— había un programa conducido por el periodista Roberto Romero Escalada, especializado en temas sobre Latinoamérica y en 93
especial su música (fue el promotor de la visita al país de la Nueva Trova Cubana, Chabuca Granda, Chavela Vargas, Cecilia Tod y del salto a la popularidad de muchos folkloristas como Teresa Parodi, Suna Rocha, etc., y recibió el Premio Ondas de la Radio- difusión Española). Beba, una mamá, lo escuchaba y lo había llamado varias veces comentándole las inquietudes de la escuela. Lo sorprendente fue que, en el transcurso de la Segunda Feria, se vio a un señor pasear por todos lados. Como nadie lo conocía y por esa época solo concurrían amigos, familiares o vecinos, la mamá mencionada sospechó de él y se acercó para trabar conver- sación. Inmediatamente identificó la voz y descubrió que ese sos- pechoso era Romero Escalada. Rápidamente lo puso en contacto con las directoras. A partir de allí se trabó una interesante amistad que duró hasta el fallecimiento del periodista en 1998. Desde ese momento Roberto sería un interesante proveedor de música lati- noamericana y, aunque su fuerte era la música de artistas, tuvo los suficientes contactos para conseguir los temas folklóricos que necesitaba Cristina para los cuadros que investigaba y proyectaba en cada feria. Las músicas estaban grabadas en discos de vinilo o en cassetes TDK lo más moderno de la época. Además, Romero Escalada gestionó, más tarde, contactos como Oscar Arach que proveyó durante varios años las artesanías para su exposición y venta y que también participara con su conjunto Oyantay Tambo y fueran los que durante muchos años tocaran en vivo la Diablada de Oruro para ser bailada por los chicos. Lo sentían como un compromiso personal. Roberto también les ofrecía a artistas la posibilidad de estar en su programa radial si actuaban para la Feria. Eso posibilitó que, en próximas Ferias, actuaran importantes intérpretes: La Chacarerata Santiagueña, Los Arroyeños, Leda Valladares, Isidro Contreras, Cristina García, el Ballet que Norma Viola tenía en la Universi- dad, Suna Rocha, Teresa Parodi, Mitimaes, El Cantar de la Ve- reda, etc. Para 1978, llevados por el entusiasmo y para que se conociera la institución y su actividad, se decidió realizar la Feria en la Plaza Belgrano de Burzaco. Se la imaginó “a lo grande”. 94
Se pidieron los permisos correspondientes y el municipio ubicó un escenario en la esquina de las calles 25 de mayo y Quintana en tanto que el Fobal Club, a media cuadra de allí, oficiaría de base de operaciones y en él se realizaría un agasajo por si alguna autoridad concurriera. Por primera vez se habían extendido invi- taciones formales a autoridades locales, provinciales y especial- mente a las embajadas. Se realizó el domingo 3 de diciembre de 1978. Cristina, al inicio, y después, algunas docentes habían comenzado a visitar las embajadas en búsqueda de material cultural, sobre todo música y danzas folklóricas de cada región. En las vacacio- nes de invierno solían asignarse una embajada a cada una, visitar- las y luego encontrarse en la confitería El Ciervo de Corrientes y Callao (ya no existe, pero fue famosa) para contarse las noveda- des y volver juntas. Cristina descubrió que algunos jóvenes latinoamericanos venían a estudiar a Argentina y los ubicaba a través de los centros de estudiantes de las Universidades de La Plata donde hacía estas investigaciones. Así logró que algunos vinieran a bailar en las Ferias y otros les enseñaran sus danzas pues no había joven que no las conociera. En esa Feria, bailó una parejita de costarricenses que le habían pasado las coreografías y música de dos danzas de su país: el famoso “Torito” y el punto guanecasteco. En la embajada de Honduras, las había recibido una hondureña que vivía en Argentina pues estaba casada aquí y sus hijos eran argentinos y amaba a este país como al suyo. Se entusiasmó con las ideas de la escuela y se comprometió a ir a Burzaco a enseñar las danzas de su país. Doña Enriqueta Alvarado de Bono tomaba el tren en Constitución y un taxi hasta la escuela. Era una mujer que había avanzado en sus sesenta años, con unos kilos de más que no le impedían bailar con un garbo especial que dejaba a las claras el amor por su país natal y el orgullo por sus danzas. Les enseñaba a maestras y alumnos en el patio de tierra de la escuela (todavía en la calle Lomas de Zamora) y al finalizar pedía una palangana de agua y se lavaba los pies para regresar “decente” a su casa. A veces se quedaba charlando con todos y contaba 95
historias de su país; contaba sobre los mayas y también situacio- nes cotidianas; les decía a los chicos que si en Honduras, uno se sentaba en una perezosa, por un largo rato, podía mirar cómo crecían los bananeros. Por varios años siguió enseñando las danzas y eso la entusiasmó para armar un ballet propio para repre- sentar a su embajada abalado por ésta donde terminaron bailando Elba, la maestra que luego sería vicedirectora, y una alumna del primario, Irene. Doña Queta, como quería que la llamaran, influyó en su embajada y a último momento su representante confirmó su asistencia en aquella 3ra. Feria de Latinoamérica. El protocolo obligaba a las autoridades locales a asistir y así fue como en dos días cambió el panorama y apareció un palco especial y el día de la Feria concu- rrieron, acompañando al embajador, las autoridades locales, la única banda que no tenía compromisos para ese día, la presiden- cial y varios medios periodísticos. Mucha gente, algunas que salían de misa, se había reunido atraída por las interpretaciones de la banda y por sus uniformes de gala y se sumaban al festejo. Fue toda una sorpresa, incluso para los organizadores. Los alumnos con los trajes típicos fueron apareciendo por las calles, cuyo tránsito había sido cortado, acompañados por sus maestras también con vestimentas tradicionales. Otra sorpresa emocionante fue que Mario había conseguido la donación de la primera bandera de ceremonia y fue entregada a Norma en ese momento. A continuación del izamiento del pabellón Nacional y el himno se le dio la palabra al Intendente Aresca quien pretendió arengar en contra de los “enemigos de la Patria” pero Alfredo, que era el presidente de ADEC ese año, le contestó que “una escuela siem- pre debe estar a favor de la paz y el diálogo”. Fue un momento tenso y riesgoso (también en Honduras ese año había habido un golpe militar siguiendo la línea del Plan Cóndor). Los chicos con sus danzas cortaron la tensión y a las 13hs el espectáculo había terminado, pero continuaba la exposición en la calle y en los pues- tos de comidas a los que se sumó la embajada con un despacho 96
de cerveza tirada. ¡Oh! El almuerzo en el club fue una “invasión” de genuflexos y adve- nedizos. Cuando los directivos y miembros de ADEC pudieron delegar la continuidad de las actividades, se encontraron con que sus lugares en la mesa habían sido ocupados por esos extraños que en toda aparición de una autoridad se las arreglan para “hacer rostro” y salir en los diarios. Todos aquellos sucesos, tan ajenos al espíritu que se había imagi- nado para la fiesta, llevaron a los responsables de la escuela a ju- rarse que nunca más la Feria de Latinoamérica saldría del ámbito escolar. Y así fue durante todas las que siguieron. La Feria del 78 había abarcado otras actividades. La escuela se había conectado con un grupo llamado “Gente para el Arte” com- puesto por artistas plásticos locales, entre ellos la famosa Sara Stábile. Les propusieron participar y así armaron una interesante idea: ellos pintarían un cuadro pero no de forma convencional sino sobre paletas de pintor. Armando Papa, hijo de quien fundara la confitería El Molino, en Burzaco, con mucha generosidad, prestó Cerca del Sol, recientemente construido, y allí, el viernes 1 se realizó una exposición de las obras que luego se remataron para beneficio del Jardín y la Escuela. Y el sábado, antes de la primera función, el histórico cine San Martín (hoy Centro Munici- pal de Arte y Cultura Discépolo) prestó gratuitamente el mismo para proyectar documentales. Un poeta local, Hugo Adán Gorrini, se había sumado a esta expresión cultural creando este poema que aparecía en la primera revista-programa que tuviera la Feria: HOMBRE-AMÉRICA Es el hombre silencio de las manos callosas viva imagen doliente enclavada en la tierra; semental pedregoso esculpido en el llanto y en el grito aborigen de llanuras y arenas. 97
Por su sangre transita un dolor de quebracho y lo atrapa la angustia tabacal y minera; lleva el cobre en la cara y el salitre en los ojos, le galopan las fiebres de montañas y selvas. Va mascando la coca de su largo calvario con un sueño de plata y siringas de penas; rastreador de imposibles con penurias de hachero y el sudor trasegado de la red que gotea. Con el surco sembrado de esperanzas y anhelos filosofa teorías de la buena cosecha es dulzor de la caña destronada a machete vendaval de pasiones en el monte y la sierra. Arde en rubias gavillas con el sol de la tarde, de cacao luce el cuerpo y es su voz viñatera; lo taladran los vientos del tenaz altiplano y le laten presagios de infernales condenas. Agoniza en la lenta procesión de injusticias que se yerguen activas en nidal de miserias; eslabón secundario de un destino cuatrero que desgasta su pulso y el ramal de sus fuerzas porque aún el vasallo de raíces indianas sometido al escarnio se adormece en sus venas. Pero, así como surge con pujanza el petróleo de milenios de sombras contenido en la tierra, desde montes y valles, o de bosques umbrosos, ya de páramos fríos o quebradas sedientas, él de suma coraje redentor de la raza porque no está vencido, porque nada lo arredra; libertaria su antorcha signará el derrotero para orgullo fraterno de los pueblos de américa. y el ignaro, el sufriente, el indígena, el hombre en la cima del cóndor izará su bandera. 98
LA MUDANZA 1979 Como se dijo antes, se había podido construir un gran salón de 10 x 15m. con techo parabólico de chapas de cinc alternadas con algunas trasparentes para que pasara la luz. Dos ventanas al frente con su puerta de entrada de doble hoja y tres puertaventanas hacia el fondo que daban al patio que sería “rojo” (llamado así por los chicos porque se le habían colocado cerámicas rojas) de 1500m2. A partir de allí y sobre la medianera oeste se había construido un ambiente de 5x6 que correspondería a la cocina pero que por un tiempo tuvo usos múltiples: aula, dirección, biblioteca o sala de reuniones (desde años después y hasta hoy funciona la cocina). A continuación de éste, se edificaron dos baños, uno de los cuales se usó como tal, y unisex, y el otro como único espacio de depó- sito de materiales de construcción y de elementos pedagógicos. El terreno lindero al salón hacia el oeste había comenzado a limpiarse de yuyos, tarea que reiniciaron (otra vez) las maestras en el 78 a las que más tarde se sumaran los padres. Mónica se integraría al grupo del primario haciendo la suplencia por emba- razo de Elba y sería parte de este grupo. El dueño del mencionado terreno había aceptado que se usara como espacio de juego para los chicos. Por seguridad se levantó un frente de maderas con un gran portón y un alambrado en su fondo. Más tarde cobijaría algunas Ferias. Había sido toda una aventura llegar al edificio propio. ¡Otra aventura más! Se había acordado con la Inspección el inicio del año lectivo 1979 en el nuevo edificio. Embalar “toda una escuela” para la mudanza había llevado semanas. Si la mudanza de una casa trastorna a una familia es fácil imaginar lo que era mudar un jardín de infantes y una escuela primaria. Las maestras, desde que se compraron los terreros, habían trabajado el tema con los chicos para que el cambio no produjera sentimientos de desarraigo o pérdida llevándolos tam- bién a visitar los terrenos y luego otros adelantos de la construc- ción. Se hablaba constantemente del tema y se les contaban las 99
decisiones que se tomaban en las reuniones de ADEC. Los hijos de los padres que eran parte de la Comisión Directiva algo sabían, pues concurrían a las reuniones a acompañarlos y así tenían la posibilidad de jugar mientras los adultos discutían, aunque siempre terminaban dormidos en las colchonetas de gimnasia como seguiría pasando durante las reuniones de Comisión de los años siguientes. En los últimos días de clase de 1978, las directoras decidieron que los niños embalaran sus propios materiales propiciando así una interesante situación de aprendizaje. Tuvieron que traer cajas de sus casas, acordar los criterios de agrupación de los materiales, especular el tamaño de las cajas a usar para cada categoría, hacer los carteles identificatorios, decidir para qué cosas necesitaban ayuda de los mayores y qué cosas no podían hacer quedando éstas en mano de los adultos. Escribían grandes carteles con lo que querían hacer al día siguiente y qué iban a hacer para poner linda la escuela nueva. Así se logró un clima festivo para una experiencia que podría ser traumática. Pero se acercaba el inicio del ciclo lectivo y faltaban todavía algunos pasos que se habían ido retrasando. Allá fueron las di- rectoras a pedir dos semanas más de prórroga y las inspectoras deciden que el 2 de abril los institutos debían comenzar las clases y ellas estarían presentes en ese inicio. Lamentablemente el 2 de abril se tendría que asociar, años más tarde, con una sórdida guerra en la que murieran tantos jóvenes casi niños como los que cobijaba la escuela. Con esa prórroga, algunos padres se asustaron y, temiendo la pérdida del año escolar de sus hijos, los inscribieron en otras insti- tuciones. Pero la mayoría participaban y los fines de semana acu- dían con los directivos y docentes a quitar escombros, habilitar espacios, terminar contrapisos, limpiar y ordenar los desmanes que dejaban los trabajos de albañilería. Las directoras reconoce- rían toda la vida a aquellos padres que confiaban y creían en el proyecto educativo, que llegaban por primera vez a la institución y se les hablaba de una educación innovadora, pero, cuando 100
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