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Los ultimos libres - Victor M. Valenzuela

Published by alexvogagermx, 2015-08-02 21:59:26

Description: Los ultimos libres - Victor M. Valenzuela

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estaba desactivado y no conseguía activarlo. Serefugió en una pastelería y pidió un pastel y uncafé, aunque era incapaz de comer nada, pegó unsalto en la silla cuando el teléfono zumbó avisandode la llegada de un mensaje. Lo leyó: Hola, Teresa: No nos conoces, pero somos amigos.Estamos investigando las muertes relacionadascon Cysex y hemos interceptado el mensaje a tunovio. Cysex está intentando por todos losmedios localizarte y creemos que te matarán site encuentran. Nosotros también nos hallamosen su lista negra por investigar las muertes queestán ocurriendo, puede que tengas informaciónque nos ayude a detener la plaga. Confía ennosotros. Hemos conseguido un lugar donde puedesesconderte, te he enviado las coordenadas GPS atu móvil y la clave para acceder al apartamento.

Hablaremos allí cuando llegues. Mientras tanto, Pedro copió su bot deseguridad y lo reprogramó frenéticamente, lodescargó en la red de seguridad del apartamentode Neusa, lo hizo de manera que pareciera unaactualización del software normal, pero le añadióalgunas funcionalidades, luego le pasó las clavesde control a Darío. Con eso podrían accederremotamente a las cámaras de seguridad delapartamento y verificar si no existía peligro antesde entrar. Casandra y Darío volvieron a la casa. Daríosilbó llamando a Rufo para que se reuniera conellos. El perro volvió de mala gana, un pocofrustrado por un paseo que le pareció muy corto.Mientras volvían, Darío lo observó; Rufo ya teníasus años, pero se conservaba fuerte y ágil.También tuvo sus encontronazos con los problemasque perseguían a la pareja. Era curioso, cuando losjóvenes huyeron de las cercanías del círculo polar

siempre temieron que mercenarios los cazasenpara terminar el trabajo. Pero eso nunca llegó aocurrir, que ellos supieran, todos los problemasque tuvieron se debían a que pertenecían a la redLibre y que eran muy buenos en lo que hacían.Siempre los estaban hostigando por susconocimientos. De cualquier manera, sabían que sialguna vez alguien unía las piezas delrompecabezas estarían muertos. Empezó a recordar cuando trabajaron conPedro en el centro de robótica de la facultad.Tenían el encargo de mejorar el software decontrol de un robot que fabricabaelectrodomésticos. El robot tenía un buenhardware, pero el programa fue desarrollado demanera chapucera y en una prueba piloto destrozólo que intentaba fabricar. Al tercer intento demejorarlo, la empresa contrató al centro deinvestigación de la facultad, les enviaron unprototipo del robot, toda la documentación y unafuerza de seguridad de guardias armados para

velar por el secreto industrial. Trabajaron bajo una enorme presión, pues laempresa tenía mucha prisa en poner en marcha lanueva línea de montaje. La presencia de losguardias no hacía más que complicar las cosas,pues eran arrogantes, estaban aburridos y se creíandueños del mundo por portar armas, y ademásdespreciaban a los académicos por considerarlosratas enclenques. Una noche estaban los trestrabajando en un bucle de realimentación bastantecomplejo cuando Casandra fue al baño. Uno de losguardias la siguió y entró detrás de ella. —Hola, preciosa. Apuesto a que te vendríabien relajarte —dijo el guardia con una sonrisapícara. Casandra se sobresaltó en un primer instante,luego lo miró y se le acercó lentamente. —Ajá, 10-26-613-X. Nunca olvido unasecuencia, ¿sabes? El guardia pestañeó y tardó unos segundos enreconocer que le había dicho el número de su

placa de identificación. —Vamos, no te hagas la difícil. He visto cómome mirabas —le dijo con una sonrisa forzada. —Sí, es cierto, me atemorizan los imbécilesarmados y siempre los vigilo para intentar evitarque os voléis los sesos a vosotros mismos conesas armas —le espetó Casandra. Había fuego ensus ojos, pero le habló despacio. El guardia perdió la paciencia e intentoabofetearla. Casandra, que esperaba esa reacción,esquivó el golpe, hizo una finta y salió corriendocon el guardia detrás de ella. Pedro y Daríooyeron el revuelo y se volvieron a tiempo de verque Casandra corría hacia ellos. El guardia ibatras ella gritándole obscenidades, y cuando se diocuenta (demasiado tarde) de lo que estabahaciendo, frenó en seco. Darío acudió junto aCasandra y se encaró con el guardia. —Quédate exactamente donde estás y ni se teocurra acercarte —dijo Darío despacio. —¿Y qué piensas hacer si me acerco, ridículo

empollón? —contestó el guardia con voz burlona,imitando el acento extranjero de Darío. Darío suspiró y pensó vaya día, y encima meaparece este idiota, pero Casandra empezaba aperder la paciencia y le gritó: —Mira, maldito gorila, sal de aquí ahoramismo o llamaré a los de seguridad de la facultady además me quejaré formalmente a tu contratista. El guardia se puso rojo y se abalanzó haciaDarío, seguramente pretendía deshacerse de élprimero y luego ocuparse de Casandra. Darío seseparó de Casandra y esquivó el puñetazo que elguardia le lanzó y se mantuvo lejos, esperando. De repente, el guardia gritó y cayómaldiciendo, agarrándose la rodilla derecha.Aprovechando la confusión, Casandra habíacogido un largo tubo de metal del laboratorio y lehabía golpeado en la pierna. Darío, que hastaahora tenía alguna esperanza de resolver elentuerto sin violencia, abandonó toda ilusión alver que el guardia trasteaba intentando sacar su

arma. En dos pasos se acercó al guardia caído y lepegó una patada en la mano, otra con poca fuerzaen la nariz, para atontarlo y le inmovilizó con suspropias esposas. Todo fue tan rápido que soloahora Pedro reaccionó. —¿Qué está pasando aquí? —dijo Pedro,todavía sin creerse lo que estaba ocurriendo. —¡Ese bastardo me siguió al baño!, ¡pretendíaviolarme! —contestó Casandra con furia. —¡Esa zorra me ha provocado, es culpa suya!—escupió el guardia retorciéndose en el suelo. —Estás metido en un buen lío —dijo Darío,mirándolo con desprecio. —Ni lo sueñes, idiota. Los contratistas deseguridad tenemos contratos blindados. Podríavolarte la cabeza y no me pasaría nada —contestóel guardia riéndose. —Puede ser, pero nosotros tres vamos a decirque has destruido material del robot y que además,por tu culpa, vamos a retrasarnos con el proyecto.Veremos qué piensa la empresa de eso —le dijo

Casandra, pensado seriamente en patearlo allímismo. —¿Qué hacemos con él? —preguntó Pedro,muy serio. —Bueno, podíamos programar al robot paraque le arranque la cabeza y decir que fue unaccidente. Todos hemos firmado cláusulasexculpando a la empresa en casos de accidentescausados por el robot —dijo Casandra después depensárselo un rato. —Es una idea tentadora. Arrastremos a esebruto hasta la mesa de pruebas —indicó Darío,aproximándose al guardia. El guardia en un principio empezó a reírse,pero luego se puso blanco al ver como loarrastraban cerca del robot y que Darío sededicaba a teclear en la consola de control. Elrobot se activó, alargó el brazo motriz y agarró alguardia por un pie, lo alzó y lo dejóbalanceándose, gritando como un loco. Casandrase acercó y le dijo:

—Dos opciones, o seguimos jugando con mirobot hasta que te arranque la cabeza odesapareces de nuestras vidas para siempre. —Vale, vale. Estáis locos, científicos locos deremate. Bájame aquí y me iré —dijo el guardiacon voz temblorosa. —Pedro, bájale despacio —indicó Casandracon desgana. Darío le soltó las esposas, y el guardiaaprovechó para empujarlo fuertemente. Darío cayóal suelo, rodó sobre sí mismo y se levantó con unmovimiento ensayado muchas veces. Cuando elguardia cargó, lo esquivó, lo empujóaprovechando la propia inercia del guardia y lehizo la zancadilla. El guardia se derrumbópesadamente y Darío se aproximó, lo agarró de unbrazo, y se lo retorció al mismo tiempo que lepisaba el cuello. —Mira, imbécil, no necesito al maldito robotpara acabar con un payaso como tú. Si tevolvemos a ver alguna vez, dejaré que ella se

encargue de ti. Yo soy el aficionado, ella es laprofesional. Has tenido suerte de que en el bañono te haya matado —dijo Darío, aplicando másfuerza a la llave. Al final Darío soltó al guardia, no sin antesquedarse con el cargador del arma. El guardia sefue escoltado por dos miembros de la seguridad dela facultad. —Menudo lío —dijo Pedro—. Voy a tener queredactar un informe sobre esto. —Aprovecha y exige que manden a guardiasde la universidad, ninguno de nuestros chicos deseguridad es un bruto sin cerebro —apuntóCasandra. —¿Dónde demonios dos expertos en robóticahan aprendido a comportarse así? —preguntóPedro, todavía intentando digerir la nueva facetade sus amigos. —Es una antigua historia, tuvimos un viejoamigo que era un experto en artes marciales y nosenseñó algunos trucos de defensa. Además,

solemos entrenar en el polideportivo de lafacultad. Tenéis un buen equipo —respondióDarío, quitándole importancia al asunto. Aquella noche terminaron los tres en la casa dePedro, charlando y bebiendo caipiriñas. Cuandollegó Leila, la compañera de Pedro en aquelmomento, los encontró a los tres riéndose de lacara que había puesto el guardia. A partir de ahí sehicieron grandes amigos. Un día, que estaban los tres solos tomandounas cervezas en el apartamento de la pareja,Pedro, de repente, se puso serio, activó su PDA yse la pasó a la pareja. Los dos pensaron que queríaenseñarles alguna foto, pero perdieron el color alver códigos de acceso a la red Libre y el perfil deun usuario de alto nivel. —Ese soy yo —les dijo con orgullo en la voz. —¿Eres un libre? —preguntó Casandra,aunque ya sabía la respuesta. —Sí, y vosotros también. No hay nadie queconozca tan bien las rutinas expertas de Alba que

no sea un libre. Vosotros habéis utilizado variantesde ellas programándolas de cabeza, sin «copiar ypegar». Tenéis que ser libres —dijo Pedro de untirón, casi sin respirar. —No es muy seguro discutir este tipo de cosas—apuntó Darío con expresión preocupada. —Mira, no hay sitio más seguro que vuestroapartamento. He visto los sistemas de seguridadque tenéis y el distorsionador láser que hace quevibren aleatoriamente los cristales de las ventanas,de manera que no os pueden enfocar con un láserni escuchar vuestras conversaciones a causa de lasvibraciones del cristal, y estoy seguro de querastreáis buscando micros ocultos —dijo Pedrodespués de dar un trago a su cerveza. Parecía muytranquilo, como si se hubiera sacado un peso deencima al destapar el asunto. —Vale, bien, nos gusta la privacidad. Eso noes delito —apuntó Casandra, que todavía no sabíamuy bien cómo enfocar aquello. —Somos amigos y pertenecemos a la misma

fauna tecnológica, os digo esto porque confíoplenamente en vosotros. No hace falta que digáisnada, solo quería que supierais que yo también soyun libre y que podéis contar conmigo —les dijoPedro muy serio. Casandra y Darío se miraron y no dijeronnada. Casandra se levantó y le dio un beso en lamejilla a Pedro; Darío, un fuerte abrazo. Buscó lacerveza. —Un brindis por José y por Alba, ¡los últimosde los Libres todavía legales! —exclamó Daríoalzando su vaso. —Un brindis por todos los Libres ilegales —dijo Pedro, levantándose rápidamente. —Por la verdadera amistad —exclamóCasandra, uniéndose al brindis. —Pedro envía a esta PDA tu ID de la redLibre para que podamos hablar en la red ysepamos que eres tú. Luego borraremos estaconversación de nuestras mentes y nunca máshablaremos como libres sin ser por la red. Es

demasiado peligroso, ya es peligroso ser un libre,pero que nos conozcas es altamente peligroso parati. Te queremos y no nos gustaría que te pasaranada por nuestra culpa, ¿entendido? —dijoCasandra mientras recogía su PDA. —Sí, por supuesto —señaló Pedro, no muyconvencido. —¿Alguien más sabe que eres un libre? —preguntó Darío. Estaba sentado relajadamente enel sofá y parecía mucho más tranquilo ahora que yaestaba todo esclarecido. —La facultad está llena de ellos. Muy pocosse conocen en persona, por la forma de trabajaracabas intuyendo a algunos, pero nunca hablamosde ello, como mucho hacemos alusiones veladas—contestó Pedro entre sorbo y sorbo. —¿Tu novia? —preguntó Casandra, un pocopreocupada. —Ni loco, no la metería en esto por nada delmundo. —Bien, mejor así —dijo ella, visiblemente

aliviada. Pedro no terminaba de entender porque ellosdecían que era peligroso que los conociera. Él eraun libre, eso de por sí ya representaba teneralgunos problemas. La leyenda decía que Alba fuequien eligió a los dos primeros administradores dela red Libre, que preparó en los días anteriores ala ilegalización del software Libre, y que ellostenían acceso a partes del código que solo losmíticos Alba y José conocían y no los habíaliberado a la comunidad, pues era código todavíainestable, pruebas de concepto y algunas ideasinnovadoras, a no ser que estos dos fueran losfamosos «admin1» y «admin2» de la red, él mismoera «admin69», pues a lo largo del tiempo admin1y 2 fueron elevando a la categoría deadministradores a usuarios normales. Darío volvió al presente, tratando de entenderpor qué siempre acababan metidos en líos de ese

tipo, en qué momento se tornó tan problemáticoejercer un trabajo.

> Estoril, Portugal Teresa todavía no podía creer que unosdesconocidos le ofrecieran un sitio paraesconderse. Cuando recibió el primer mensajepensó que quizá fuese una trampa y no les hizocaso, salió de la pastelería e intentó llegar a lacasa que compartía con su novio. Estaba casi allícuando, al volver la esquina, vio cómo unoshombres metían a su novio a empujones en unafurgoneta, arrancaban a toda prisa y se marchaban,pero los hombres entraron en dos coches cercanosy se quedaron. Teresa pensó que su cuota de suertedebía de estar acabándose, pues se había libradopor los pelos dos veces en cuestión de horas.Razonó que era mejor no tentar más al destino. Diomedia vuelta y se subió al primer tranvía que pasó,luego enlazó con el tren de cercanías y seencaminó a la dirección que le enviaron en elmensaje.

El apartamento no estaba cerca de la estaciónde tren, tuvo que andar bastante rato hasta llegar,cuando lo hizo estaba cansada físicamente, pero unpoco más tranquila. Se seguía sintiendo comovíctima de una alucinación, como si todo eso fueraun mal sueño y pudiera despertar en cualquierinstante. Llegó al portal del edificio y accedió conlas claves que tenía. El ascensor tambiénrespondió a los códigos, subió y al alcanzar lapuerta del piso se quedó paralizada delante,dudando qué hacer. Finalmente tecleó la clave deentrada y abrió la puerta, por un instante (quesubjetivamente pareció muy largo) se esperórecibir unos disparos o que salieran hombres delas sombras y la agarrasen. No sucedió nada. Sesobresaltó cuando las luces se encendieron y elsistema domótico de la casa le dio la bienvenidaapremiándola para que entrase y cerrase la puerta.El apartamento era más bien pequeño, estabapintado en tonos claros y tenía una decoraciónminimalista, olía bien y le pareció lo más

acogedor del mundo después de todo lo ocurrido.Nada más entrar, una gran pantalla se encendió enel salón y un acuario virtual resplandeció en ella.Sin pensar demasiado en lo que hacía, se encaminóal cuarto de baño, vomitó, tuvo una crisis deansiedad y, cuando finalmente se calmó un poco,se dio una rápida ducha caliente, luego se sentó enla cama. Sin saber cómo, se quedó dormidamientras pensaba en por qué su vida se había idoal cuerno.

> Cornisa cantábrica, España Casandra jugaba con Rufo con unamordisqueada pelota de tenis. Otros perros traíanla pelota cuando se la arrojaban para que se lavolvieran a tirar. Rufo se inventó un juego muyparticular: le lanzaban la pelota y cuando laatrapaba, la ocultaba, lo que obligaba a ir abuscarla. Parece que le parecía más divertido queel juego habitual y nunca traía la pelota de vuelta.Darío observó a los dos jugando. Hacía una bonitamañana de primavera, la zona todavía no estabadesertizada y se divisaban montañas verdes en elhorizonte. Era una especie de isla, como si eltiempo se hubiera detenido hace mucho tiempo enestos montes. Al final de la senda estaba la casa,una vetusta vivienda reconstruida infinidad deveces, parecía tan antigua como la propia montaña

y levantada con las mismas piedras. Laencontraron gracias a Alba, perteneció a unantepasado de ella y estaba abandonada. Lacompraron a cambio de pagar los impuestosacumulados durante años, pero fue un buennegocio, estaba aislada y tenía espacio parainstalar todo lo necesario. —Podíamos ir a Lisboa —dijo Casandra, sinprevio aviso. —Pues prepárate para otra jornada de trenes—contestó Darío no muy convencido. —¿Por qué no vamos en avión? —insistióCasandra. —La última vez que miré los precios de losviajes resultaban absurdos. Todavía estamospagando los plazos del último vuelo que hicimos aBrasil. Además, tardaríamos más que en tren. Lasmedidas de seguridad para la clase económica enlos aeropuertos son tan exageradas que debesllegar allí con muchas horas de antelación —recitóDarío de un tirón, todavía indignado por los

controles del último vuelo. —Vale, me has convencido. Espero que no nostopemos con ningún loco, como la última vez. Los tres bajaban por la suave pendiente de laladera en dirección a la casa, acortando por unsendero entre los árboles, cuando sus PDAempezaron a emitir señales de alarma del sistemade seguridad. —Parece que tenemos visita, hay señales delos sensores periféricos, pero nadie ha entrado enla propiedad —dijo Darío después de consultar lainformación del sistema en su PDA. —Llama a Rufo y veamos quién es. Casandra llamó a Rufo, que como siempreestaba deambulando entre los árboles, olisqueandoabsolutamente todo lo que se encontraba a su paso,y se dirigieron a la casa. Al salir del arboladopudieron ver a un todoterreno con logotipos dealguna compañía y dos tipos enfrente de la puerta.Uno vestía un traje negro, tendría unos cuarentaaños y lucía una prominente barriga que le

delataba como poco aficionado a la vida sana. Elotro vestía un uniforme de guardia de seguridad,era muy joven y tenía el aspecto físico de quientoma anabolizantes. Casi todos los guardias teníantendencia a parecerse: montañas de músculos,intimidadores y jóvenes. La verdad es que algunosno llegaban a viejos, pues los anabolizantes lesdestrozaban el hígado, pero la ausencia de trabajoshacía que muchos acabaran engrosando las filas delas agencias de seguridad. —Hola, buenos días —les dijo el de trajemientras se aproximaban con una sonrisa a todasluces falsa. Casandra y Darío se miraron, preguntándosequiénes eran esos dos y qué querían. Rufo los miródesde detrás de las piernas de Casandra y gruñóbajito, como queriendo decir «no los conozco y nome gusta cómo huelen». Casandra le lanzó unamirada a Darío que lo decía todo: «Habla tú, queyo me ocupo del sistema de seguridad». —Buenos días, ¿qué les trae por estos parajes?

—le preguntó Darío al tipo del traje. —Verán, represento a la compañía deseguridad que tiene la concesión de esta región.Hemos verificado que no son clientes nuestros yvenimos a ofrecerles nuestros servicios. —Gracias, son muy amables, pero nonecesitamos sus servicios —contestó Darío, yaimaginando de qué se trataba el asunto. —Creo que sería muy conveniente paraustedes que contratasen nuestra póliza especial —insistió el vendedor, intentando imponer un tonoamenazador. —Como ya le he dicho no estamos interesados—dijo Darío muy serio, empezando a perder lapaciencia. —Nuestra compañía tiene la concesión de estaregión y es ilegal que tengan otro sistema deseguridad que no sea el nuestro. —Mire, la ley no es exactamente así, ademásno tenemos contratada seguridad con ningunacompañía —indicó Casandra uniéndose a la

conversación. —No obstante, nuestros sensores me dicen quehay un sistema de seguridad activo. —Vaya, sus sensores son buenos.Enhorabuena, pero nuestro sistema de seguridad esprivado y de nuestra propiedad; ha sidodesarrollado e instalado por nosotros mismos. Demanera que no violamos la ley de monopolioterritorial de su compañía —concluyó Daríointentando zanjar la estéril discusión. El tipo del traje pareció perder finalmente lapaciencia y miró al guardia de seguridad. Le hizouna señal, el guardia se despegó del coche dondeestaba apoyado y se dirigió a Darío. —Mire, amigo, si sabe lo que le conviene, vaa desmontar esa mierda que tiene ahora mismo ycontratar nuestra póliza, de hecho puedo ayudarlea desmontar sus juguetitos —dijo visiblementeexcitado. —¿Me está amenazando? —preguntó Darío,con voz tranquila.

—No, todavía no, no me gusta hacerlo, ¿sabe?,pero si me veo obligado… Nada más decir esto, le dio un golpecito aDarío en el pecho con la punta del dedo índice. Alver esto, Rufo perdió la paciencia y se pusodelante del guardia a ladrarle frenéticamente. El sistema de seguridad pasó del modo devigilancia normal al modo de alerta. Se activaronnodos adicionales de la red y se levantaron lossistemas expertos, especialmente el quemonitorizaba el estado anímico de Rufo utilizandolos sensores de su collar. El sistema monitorizó lasconstantes vitales del perro y detectó que estabamuy cabreado. Activó el sensor de sonido y loescuchó ladrar como loco: inició el plan deemergencia. Se abrió un compartimiento del tejadode la casa y despegó un pequeño helicóptero deradio control. Era un juguete, pero llevabaadosado cámaras, sensores de movimiento,unidades de GPS y lo controlaba directamente unnodo de la red de control. El aparato voló y se

situó cerca de Rufo, su misión era protegerle. Darío y Casandra tenían que viajar a menudo ydedicaron mucho esfuerzo a desarrollar un equipoque protegiera al animal en caso de que noestuvieran y recibiesen visitas inoportunas. Elhelicóptero flotaba a unos metros de alturadirectamente encima de Rufo, escaneando a todo elmundo mientras el sistema experto intentabadecidir qué o quién era la amenaza. No hicieronfalta muchos ciclos de cálculo. El guardia, al ver aRufo delante de él ladrándole, empezó a maldeciral mismo tiempo que le lanzaba una patada. Rufose encogió y saltó, librándose de la agresión yseguidamente empezó a gruñir y enseñar losdientes. El guardia no tuvo una segundaoportunidad, pues el helicóptero tenía un Táseratornillado al fuselaje, lo disparó y el agresorcayó desmayado. El del traje miró incrédulo a sucompañero, que caía desplomado, y despuésobservó asombrado al helicóptero que ahoraflotaba justo delante de él.

—¡Quieto o terminarás como tu amigo! —legritó Casandra. —Nuestro amigo volador no es muy listo,simplemente dispara a cualquier cosa que estecabreando a Rufo, así que es mejor que seassimpático —continúo Darío. Casandra le habló a su PDA y el helicópterovolvió a su compartimento. Darío tranquilizaba aRufo y le hacía sentarse. Tomó la iniciativa: —Me temo que tenemos un problema. Primerohan invadido ustedes una propiedad particular, yluego han sido testigos de la actuación de unprototipo secreto de un sistema de seguridad queestamos desarrollando para una empresa. Cuandonotifique todo este lío a mi contratista, me temoque ustedes dos y su compañía serán demandadospor intento de espionaje industrial. —¿Se ha vuelto loco? —preguntó el del trajecon voz nerviosa. —Nuestro sistema lo tiene todo grabado. Losjuicios de espionaje industrial suelen ser muy

eficaces y las penas, espectaculares —dijoCasandra mientras colgaba su PDA en su cinturón. El hombre del traje abrió mucho los ojos y porfin pareció darse cuenta de lo que estabaocurriendo. Realmente su compañía no tenía encatalogo ningún artilugio volador, aunquepareciera ridículo podrían enjuiciarle por intentode espionaje industrial. A su empresa le caería unamulta, pero él tenía muchas posibilidades deacabar en la cárcel o algo peor. —Vamos, todo esto ha sido un malentendido,no teníamos modo de saber que estaban trabajandoen esto —dijo con una sonrisa forzada y al mismotiempo empezó a sudar profusamente. —Bien, ahora si son tan amables de irse pordonde han venido y olvidarse de todo esto…Nosotros haremos lo mismo, pero les advierto quecomo detecte algún tipo de intento de intrusión,tanto física como virtualmente, le enviaréinmediatamente un informe a nuestro contratista yellos no serán tan compresivos, ¿estamos de

acuerdo? —dijo Darío con voz fría, aunqueinteriormente estaba visiblemente aliviado. —Sí, claro, totalmente de acuerdo —contestóel vendedor mirando al suelo. El guardia empezaba a moverse y mirabaconfuso, intentando descubrir qué le había pasadoy por qué estaba en el suelo. —Vamos, Silver. Levántate y vámonos de aquí,ya la has armado bastante —dijo el del traje a sucompañero caído. —Maldita sea, ¿qué ha pasado? —gruñó elguardia mientras intentaba levantarse, todavía conlos músculos de las piernas parcialmentedormidos. —Obedece, vamos, sube al coche y nodiscutas —le increpó nervioso, quería estar lo máslejos posible de aquel lugar. —Maldito chucho, si le atrapo… —escupió elguardia con voz pastosa. —Cállate, memo, si vuelves a cabrear al perroterminaremos en la cárcel.

El guardia pensó que su jefe había vuelto aesnifar algo, pero prefirió no discutir, y se subió alcoche lanzando miradas asesinas a todos. Rufo legruñó a modo de despedida. —Uf, esa ha estado cerca —afirmó Casandra,visiblemente aliviada. —Sí, menos mal que se lo ha creído —intervino Darío. —Bueno, siempre podemos encubrir nuestrosinventos usando el departamento de investigaciónde la universidad —dijo Casandra de camino alporche de la casa. —La verdad es que seguro que nos comprabanel diseño del helicóptero, cuesta una miseriacomparado con la aplicación comercial que existey el nuestro es mejor —indicó Darío dejándosecaer pesadamente en una silla y respirando hondo. —El nuestro es mejor porque usamos lasrutinas expertas de las bibliotecas del softwareLibre. —Con software comercial esa cosa no volaría

jamás, es un juguete con un viejo Táser atornilladoa la panza y un montón de chatarra informáticaadosada. —Justamente por eso me encanta, es casipoético —confesó ella, sentándose a su lado. —Vamos entremos en casa y comamos algo,todo este lío me ha dado hambre —dijo élcogiéndola de la mano y levantándose. Al oír estas palabras Rufo empezó a saltaralegremente y a correr hacia la puerta, cuandollegaron estaba sentado poniendo cara de buenoenfrente de la puerta de la cocina. —Adivina quién tiene hambre —bromeóCasandra. —Bueno, dale su ración mientras voy a lahuerta. Darío rodeó la casa y se encaminó a la huertaque tenían detrás, pues poseían un pequeñoinvernadero donde cultivaban algunas cosas.Verificó el sistema que monitorizaba latemperatura y humedad del invernadero y cómo

andaban de nivel de agua en el depósito dereciclado. Recogió algunos tomates, luego salió yfue a una zona plantada al aire libre, donde teníanplantas aromáticas, y cortó unas hojas de oréganoy de albahaca. Se dirigió a otra zona, donde teníancebolletas en varias hileras, y arrancó dos deellas. Regresó a la cocina con los ingredientes, yvio a Rufo que ya había acabado de comer yestaba durmiendo la siesta en un sitio a la sombra.Casandra verificaba una gráfica en la pantalla dela cocina. —Casandra, ¿que te parece pasta con salsacasera aromatizada a las hierbas de la montaña?—preguntó dejando lo que traía en la encimera. —Suena estupendo. —¿Alguna noticia de Lisboa? —le interrogóDarío. —No, nada todavía, me temo que tenemos queesperar. —¿Ha habido más muertes? —indagó élmientras se lavaba las manos.

—Sí, por todas partes. Pero siguen sin noticiasoficiales, en muchos foros se está hablando deello, pero las entradas son borradas por losprogramas moderadores al poco de serintroducidas. Darío se encaminó a uno de los panelestáctiles de control de la casa y programó músicade jazz. Luego empezó a trastear en la cocina. —¿Abrimos una botella de vino? —preguntóCasandra. —¿Tenemos? —indagó él esperanzado. —Cada día es más difícil conseguirlo. Lasgrandes compañías persiguen a las pequeñascooperativas y las amenazan con demandasconstantemente. Las últimas botellas que hecomprado en el pueblo son de produccionesclandestinas —dijo Casandra cogiendo una botellasin etiqueta. —Algo va muy mal si el vino ya es clandestinoen este país —afirmó él con resignación. —Todo va muy mal hace tiempo —apuntó ella

con irritación. —Nosotros somos afortunados, ya lo sabes. —Maldita sea, somos afortunados porquevivimos en los límites del sistema. Bordeamos lailegalidad en casi todo lo que hacemos, en otrascosas somos fugitivos convictos. Comemos cosasnormales porque las cultivamos y eso es casiilegal. Somos dueños de nuestras vidas a duraspenas, estoy harta, este mundo es un asco —explotó ella. —El mundo nunca ha sido un sitio agradable—dijo él en tono conciliador. —Sí, pero en el siglo XX tuvieron laoportunidad y los medios de hacerlo mejor; enalgunos sitios las cosas empezaron a funcionardecentemente. —Así es, pero en el resto del mundo se seguíaviviendo francamente mal —repuso Darío concierta frustración en la voz. —¿Y que hemos conseguido en el XXI? Que seviva mal en todo el mundo. En todas partes hay una

minoría rica y una mayoría pobre, hemos logradodemocratizar la miseria —concluyó ella conindignación. —La democracia murió cuando el poder pasóde las urnas a las corporaciones. —La democracia de verdad nunca llegó aexistir, pero la divisamos en el horizonte. Eso nosdio falsas esperanzas. —Olvídalo, vivamos el momento. Vamos acomer, esto ya está listo —dijo Darío en tono másalegre. —Um, sea lo que sea lo que has hecho huelemuy bien —apuntó ella un poco más relajada. —El mérito es de los ingredientes —Daríopuso cara de inocente. —No digas bobadas. Darío miró a Casandra y vio el fuego en susojos, siempre estaba allí, afloraba cuando salíande su pequeña burbuja y recordaban que el mundoera un lugar injusto y sucio. Que el planetaagonizaba por la desidia de la gente, la corrupción

de los políticos y la avaricia de las corporaciones,que las personas eran meros consumidores sinderechos a nada distinto a ser mano de obrabarata. Casandra se acercó por detrás y lo abrazófuertemente, casi haciéndole caer el plato que teníaen las manos. —No sé qué haría sin ti —dijo ella. Darío sevolvió, y la abrazó, besándole el cuellosuavemente. —Vamos, somos un equipo, ninguno de los dosharía nada sin el otro —le explicó él bajito, aloído. —Pero fue tuya la idea de salir a pescar el díadel ataque a la estación. Si no te hubieraacompañado, estaría muerta —repuso ellamientras una pequeña lágrima se deslizaba por sumejilla. —Eso fue fortuito, tú me has salvado la vidamás de una vez con riesgo de la tuya, eres unaluchadora —dijo él, abrazándola más fuerte. —Umm… Acuérdate de eso la próxima vez

que me lleves la contraria —contestó ella mientrasse reía y le mordía la oreja. —¡Ay!, no seas salvaje. —Cuando estoy desnuda, nunca te quejas deque sea salvaje. ¡Eh!, era una broma. Conozco esamirada. Vamos a comer, la pasta recalentada estáasquerosa —dijo ella soltándolo rápidamente. —Me acordaré de esto más tarde —indicóDarío con una sonrisa pícara. —Eso espero —bromeó ella, guiñándole unojo. Terminaron de comer y Casandra insistió enrecoger la cocina, ya que Darío llevaba parte de lamañana cocinando. Mientras lo hacía, recordó conañoranza el tiempo que pasaron en la estación delÁrtico. Durante años bloqueó los recuerdos, puesla pérdida de sus padres y amigos fue un trauma.Con el tiempo fue superándolo y ya podía recordarsin que el dolor y la rabia le atenazaran. Se acordaba mucho de la impresión que sintióla primera vez que salieron a pasear por el

exterior de la estación. Llevaban ya unas semanasen la estación y finalmente el tiempo mejoró lobastante como para que fuera seguro salir.Casandra ya estaba claustrofóbica y fue a hablarcon su padre, y el taller fue el primer sitio dondelo buscó. —¡Papá!, ¿dónde estás? —exclamó al entrar yno verlo. —Aquí al fondo, hija —contestó José sinsiquiera poder verla, pues estaba soldando unagran pieza de metal y llevaba puestas unas gafas. Asu lado, un poco apartado, estaba Daríoobservando la operación. —¡Hola, chicos! —dijo Casandra al acercarse,alegrándose de encontrarlos juntos. —¿Qué te trae por aquí, hija? —preguntó Josésin levantar la vista de su trabajo. —He visto el parte meteorológico y el tiemposerá estable. Podíamos salir al exterior, me sientoun poco agobiada de tanto tiempo aquí dentro —dijo ella rápidamente.

—Sí, sí, un momento… —indicó Josémecánicamente y terminó de realizar la soldadura.Se quitó las gafas y apagó el equipo de soldar—.¿Qué decías de salir, pequeña? —Pues que podríamos salir a pasear un rato—resumió Casandra. —Okey, pero no es tan sencillo, hay ciertasnormas para eso —advirtió José con tono serio. —¿Qué normas? —preguntó Darío, terminandode guardar algunas herramientas. —No sé exactamente cuáles son, sé que lashay. Venga, vamos a hablar con Wangari —concluyó José, encaminándose hacia la salida deltaller. Salieron del laboratorio y José se dirigió a lasala de control seguido de cerca por los dosjóvenes. En la atestada sala Lexter, un canadiensegrande como un oso y con una poblada barba,discutía con Wangari, una mujer negraincreíblemente guapa. Al verlos entrar, cesó ladiscusión.

—Chicos, os presento a Wangari y Lexter.Lexter es el biólogo jefe y Wangari la responsablede la seguridad. Lexter, Wangari, estos sonCasandra, mi hija, y Darío, hijo de Alba —dijoJosé. En la estación todos se conocían de vista,pero insistió en presentarlos para que los chicosconocieran sus funciones. —Hola, chicos —les dijo Lexter. Le dio unbeso a Casandra y un apretón de manos a Darío tanfuerte que le dejó la mano adormilada. —Bienvenidos al infierno de hielo —dijoWangari, un poco seria, aunque les lanzó un besocon un gesto de la mano. —Ni caso, chicos. No es tan malo, lo queocurre es que a Wangari no le gusta el frío —bromeó Lexter. —Mejor no os fieis del criterio de Lexter,tiene genes de pingüino —contestó Wangari sindejar de mirar la pantalla de control. —Bueno, no quería interrumpir, pero nosgustaría salir al exterior y tengo entendido que hay

que seguir unas normas —interrumpió José. —Sí, claro que hay normas. Grabadlo a fuegoen vuestras cabezas duras. Si no se siguen, sepuede morir en el hielo —dijo Wangari en un tonoque a Darío le recordó al de un sargento demarines de cualquier película bélica. —Vamos, Wangari, no asustes a los chicos, note pongas castrense —indicó Lexter en tonoconciliador. —No te metas, Lexter. Sería más fácil sin tusmalditos osos —le cortó Wangari, todavía másseria que antes. —Pobrecillos, si solo quedan unos pocos…Están al borde de la extinción —dijo Lexter condulzura, como si hablara de pajarillos silvestres. —Esto… si no fuera demasiado inconveniente,nos podías dar las directrices —apuntó José. Losdos jóvenes miraban la escena un poco aturdidos. —Bien —dijo Wangari, respiró hondo ycontinuó—: Primero, ver la previsión del tiempo.Segundo, estar seguro de dónde están los osos de

Lexter. Tercero, escribir siempre en la pizarra quehay en la salida adónde se va, la hora de salida yla hora prevista de vuelta. Cuarto, llevar siempreesto. —Les tendió unos brazaletes—. Y porúltimo, siempre, pero siempre, avisar a seguridad,¿entendido? —dijo todo de carrerilla y en un tonoque no daba margen para la duda. —¡Sí, señora! —contestó Casandra y estuvo apunto de hacerle un saludo militar, pero se contuvoen el último instante. —¿Para qué sirven estos brazaletes? —preguntó Darío tímidamente. —Son localizadores GPS eintercomunicadores y os avisarán si el tiempocambia o si hay algún oso demasiado cerca.Además, ¿veis el botón rojo? —contestó Wangarien un tono más amigable. —¿Este? —preguntó Casandra apuntando albotón de su brazalete. —Sí, ese, pero no lo toques a menos quetengas un oso cerca —le dijo Lexter.

—¿Un oso?, ¿cómo de cerca? —volvió apreguntar Casandra visiblemente nerviosa. —Emite un sonido ultrasónico que molesta alos osos y los ahuyenta —explicó Lexter. —¿Y eso funciona? —preguntó Joséinspeccionando con ojo crítico el artilugio. —Hasta ahora a nadie se le ha comido un oso—dijo Wangari muy seria. —Bien, entonces, si no hay inconvenientesaldremos dos horas —dijo José no muyconvencido. —Okey, os apunto. Si en dos horas y diezminutos no habéis vuelto, os llamaré. Por favor,tened cuidado y seguid las normas. Aquí somostodos una gran familia y yo me preocupo por todos—se sinceró Wangari y la expresión de susemblante cambió de un sargento de marines al deuna madre preocupada. —Gracias, Wangari, seguiremos tus consejos.Nos vemos luego. Adiós, Lexter —contestó José. —¡Hasta ahora! —dijeron Casandra y Darío al

unísono. Y los tres abandonaron la sala de control. —¿Qué les pasa a esos dos? —comentóCasandra. —Son una pareja curiosa, ¿verdad? —respondió José riéndose. —Un poco raros —dijo Darío pensativo. —Casi todos los que estamos aquí tenemos unpunto de rareza —apuntó José. —No has contestado mi pregunta, papá —dijoCasandra sin darse por vencida. —No les pasa nada, hija, están casados ytienen mucho carácter. De hecho se han casado,divorciado y vuelto a casar tres veces. Cuandoestán juntos discuten constantemente, pero si seseparan son profundamente infelices. —¡Qué complicados! —dijo Casandra, sinllegar a entender totalmente a la peculiar pareja. —El amor es complicado, acuérdate siemprede eso Casandra —dijo José mirando de reojo aDarío—. Bien chicos, tenéis diez minutos para

poneros el equipo necesario para salir al exterior.Nos vemos en la puerta. Algo más de diez minutos después se reunieronen la puerta, llegaron y Darío empezó a teclear enla pizarra táctil informando la salida, Casandramiraba por detrás de su hombro. —¿Quién habrá diseñado esto?, no es nadaamigable, yo mismo podría escribir un programamejor —dijo Darío a nadie en particular. —Entonces ya tienes trabajo, jovencito.Ocúpate de reescribirlo —dijo José desde elpasillo. Mientras Darío ponía cara de «por qué nocerraré mi gran boca» y Casandra se partía de risa,José les revisó el equipo. Verificó que losbrazaletes estuvieran operativos y volvió a repasarel equipo. —¡Papá, no tenemos todo el día! —exclamóCasandra con impaciencia. —Aquí no hay prisas, en el hielo los errores sepagan muy caros, ¿o es que no aprendiste nada en

el curso de preparación? —la regañó José. —Vale, vale —contestó la joven un pocoavergonzada. —Y tú, jovencito, deja de jugar con la pizarray repasa mi equipo. La norma es que se revisa elequipo del compañero —le dijo José a Darío. —¡Señor!, ¡sí, señor! —bromeó Daríoponiéndose firmes. —Vaya, veo que te ha impresionado Wangari.No dejes que te engañe. Parece un sargento demarines, pero tiene un gran corazón, por eso sehace tanto la dura. Abrieron la puerta y pasaron a la cámara deaislamiento, de allí la siguiente puerta lesconduciría al exterior. Salieron y se alejaron de labase en dirección a la playa rocosa. Cuandoperdieron de vista la estación, todo el peso de unecosistema virgen les cayó encima. La soledad, lavisión del horizonte, el frío, la sensación deinsignificancia que sentimos cuando nos vemosdespojados de la civilización y nos enfrentamos

desarmados a la naturaleza en todo su esplendor.Miles de aves marinas volaban por todas partes,en las gélidas aguas del mar apareció por uninstante la figura de una ballena boreal. —¡Allí! ¡Una ballena! —gritó Darío apuntandoal mar. —¿Dónde? ¡Sí, es genial! —exclamóCasandra, visiblemente excitada. —Es una ballena boreal. Antes de que loshumanos llegasen a estas aguas eran muynumerosas, casi se extinguieron por la caza, serecuperaron un poco cuando las protegieron yahora están otra vez al borde de la extinción acausa de la caza ilegal —dijo José con tristeza. —¿Es que no aprenderán nunca? —resoplóCasandra con una mueca de disgusto. Siguieron andando hasta que el reloj de Joséempezó a sonar. —Hora de volver. Vamos, la próxima vezsaldremos a pescar —dijo José apagando laalarma de su reloj.

—¿A pescar? —preguntó Darío con unaexpresión confundida. —Sí, a pescar. No hay nada de malo encapturar un pez y comérselo. Lo hacen las focas ynosotros no somos mejores que ellas —apuntóJosé, un poco divertido por la confusión del joven. —Este sitio es increíble —señaló Casandracon un suspiro. —Está amenazado, por eso permanecemosaquí. El deshielo está destruyendo el ecosistema.Hay especies contaminadas por residuos tóxicos yel cambio de la corriente del Golfo estámodificando las condiciones del clima —advirtióDarío visiblemente irritado. —Veo que has leído el informe de la misión —dijo José. —Ya sabes que mamá es muy persuasiva —bromeó Darío. Después de comer, mientras Darío se dedicaba

a realizar un diagnóstico a todos los sistemas de lacasa y especialmente revisar el helicóptero delsistema de seguridad, Casandra empezó a leer másdetenidamente los informes del bot que teníaprogramado para realizar las búsquedas denoticias relacionadas con las muertes que ocurríanpor el mundo. Alguien, seguramente Cysex,borraba frenéticamente cualquier referencia a lasvíctimas, pero empezaban a encontrarse máscomentarios por toda la red: gente preguntando porconocidos que no contestaban a las llamadas, otrosque denunciaban desapariciones… Los bots decensura cada vez tenían más trabajo y era posiblerecopilar alguna información antes de que fueraborrada. No parecía existir ninguna relación, lasmuertes ocurrían en cualquier parte, sincorrelación de edad ni pertenencias comunes aningún grupo. Deberían de cruzar la informacióncon la base de datos de clientes de Cysex para versi era factible encontrar algo utilizando minería de


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