maniatar a los dos sicarios con cinta aislante.Mientras Darío se quitaba los pantalones y seaplicaba un desinfectante en la herida, ella fuehasta la cocina, volvió con un vaso de agua yvarias tabletas analgésicas. Se tragó la mitad y ledijo a Darío que se tomase la otra mitad, luego leayudó con la herida. —Te tengo que dar un par de puntos —le dijo,mientras le examinaba. —Bien, espera unos minutos, que me hagan unpoco de efecto los analgésicos, ¿quieres? —¿Estamos bien? —preguntó Casandra,todavía sin poder creerse que todo habíaterminado. —Creo que sí, pero debemos marcharnos. Hayque estar lejos cuando se destape todo esto. Darío encendió su PDA y empezó a grabar envídeo la escena de los dos matones atados.Posteriormente les escaneó sus chips de identidad(todos los mercenarios lo tenían por motivosmédicos), que supuestamente estaban protegidos,
pero ellos sabían cómo leerlos. Redactó un correoelectrónico a sus jefes, anexó el vídeo y lasidentidades de los matones, luego accedió a la redde control de la empresa y buscó los datospersonales de su jefe inmediato, los anexó alcorreo (especificando que podían encontrarle yque sabían dónde vivía), accedió a la red deseguridad de la casa del jefe y consiguió una vistade la cámara de seguridad, e igualmente la anexóal correo. Concluyó enviando un documentoformal, en el que alegaba que consideraban surelación laboral concluida (para evitar problemaslegales), y expuso claramente que, si los dejabanen paz, ellos olvidarían el incidente y no tomaríanrepresalias. Al día siguiente, su jefe pensó conacierto que aquellos que conseguían penetrar en sured de seguridad, y además neutralizar a dossicarios profesionales, era mejor no tenerlos comoenemigos. Simplemente se limitó a redactar uninforme de lo ocurrido a sus superiores, alegandoque los dos seguramente eran espías profesionales
a sueldo de una compañía rival, y que, aunque suproyecto de reclutarlos resultó ser un fiasco, enrealidad fue un gran golpe de suerte evitar que dospeligrosos elementos terminasen como activopermanente de la compañía. También recomendabaque los dos sicarios fueran eliminados de la listade colaboradores habituales para estos casos decontratación extrema. Mientras tanto, Casandra transfirió todo eldinero de sus cuentas a una cuenta segura enAndorra, además envió un correo electrónico a laagencia inmobiliaria que les alquilaba elapartamento para rescindir el contrato. Ya habíaempezado a hacer las maletas. Sacó una tarjeta decrédito nueva de su bolso y la activó, dio de bajalas anteriores, así como todas sus cuentas,descargó la información en un sitio seguro de lared clandestina de Alba y borró sus huellasdigitales de todo el proceso. Darío acabó deponerse unos pantalones limpios y le preguntó: —¿Lista, cariño?
—Llamemos a un taxi —le contestó ella,terminando de cerrar una bolsa de viaje. —¿Adónde vamos? —Cojamos el tren de alta velocidad aBarcelona y luego volemos a Brasil —contestó sintitubear, como si lo tuviera decidido desde hacemucho tiempo. —¿Brasil? —preguntó Darío, sorprendido porla seguridad de la respuesta. —Sí, mi padre estudió allí, ya lo sabes. Hayuna estupenda facultad de Ingeniería en São Paulo.Podemos encontrar trabajo allí —dijo ella,mientras inspeccionaba por última vez elapartamento, intentando verificar si no olvidabanada. —Pero si tenemos edad para ser alumnos —objetó él, no muy convencido. —Yo me ocupo de eso, crearé un informe falsode una clínica de rejuvenecimiento. —¿De esas rusas? —Sí, de esas. Constará que nos hemos
aplicado terapias de rejuvenecimiento, entraremosen nuestras identidades y les sumaremos unosaños. Además, ya sabes que tenemos doctoradosen ingeniería. —¿Qué tenemos el qué? —Darío seguía conexpresión incrédula. —Fue un regalo de Alba. Por petición de José,en nuestros historiales consta que tenemosdoctorados en ingeniería, lo que es más o menosverdad, ya que lo que nos enseñaron José y Albavale más que cualquier ingeniería. Solo unmomento antes de irnos. Casandra caminó hasta la mesa caída y recogióel contrato del suelo, lo dobló y se lo guardó en elbolsillo, no quería dejar ningún cabo suelto. Luegose dirigió a los dos matones y comprobó su estado.Reguló el Táser a mínima potencia y volvió adescargarlo contra los dos. Supuso que eso lesdaría algunas horas más de tiempo, pero tampocoquería arriesgarse a que tuvieran una paradacardíaca.
—Hola, ¿estás aquí? —preguntó Casandra aDarío. Darío parpadeó y regresó al presente en unaestación de cercanías en las inmediaciones deBarcelona, veinte años después de los sucesosocurridos en París y de su huida a Brasil. Parecíaque había sido ayer, miró a Casandra y volvió aver a la joven veinteañera de París, la adolescentede la estación meteorológica, la compañera detantos años y de tantas peripecias. Sintió que laquería con todas sus fuerzas, la abrazó en silencioy se le saltaron las lágrimas. —¿Qué te pasa? —le preguntó Casandra,sorprendida. —No es nada, me ha dado un ataque desaudade —contestó secándose los ojos con eldorso de la mano. —¿Por qué siempre que te pones tierno sueltaspalabras en portugués? —replicó ella.
—¿Por qué siempre que hacemos el amorronroneas en francés? —apuntó él. —¿Prefieres que lo haga en inglés? —contestóella haciendo pucheros. —¿Acaso quieres provocarme impotencia? —No seas tonto. Salgamos de aquí y vayamosal centro de reciclaje de Ígor. Darío pestañeó y volvió a ver a la Casandraactual, seguía siendo la misma, alta, morena,delgada, con unos enormes ojos negros queparecían siempre ver el más allá, longitudes deonda que Darío no podía percibir, matices que élnunca podría interpretar. Ígor regentaba un centro de reciclaje dematerial electrónico cerca del Prat, en las afuerasde Barcelona. Tenía un aspecto que a Daríosiempre le recordó a un personaje de una serietelevisiva de culto de principios de siglo, alto ygrandote, con barba y el pelo largo y rizado, unavoz grave y profunda y una sonrisa bonachonapermanente en el rostro. Poseía un negocio
perfectamente legal y no levantaba las sospechasde nadie, pero él separaba ciertos elementoselectrónicos y los vendía a los Libres. A cambio,los Libres le suministraban antiguas copias devideojuegos que se podían ejecutar en las viejasconsolas, era una especie de historiador de losvideojuegos y tenía varios artículos editados sobreellos, pero las compañías retiraban siempre delmercado los juegos que consideraban obsoletos,además emitían juegos que caducaban cuando eranadquiridos, pues eran vendidos como copias dealquiler. La única manera de jugar con juegosdescatalogados era con el consentimiento de lasproductoras, pero las listas de historiadores eraninmensas y solo se les asignaba ventanas de pocotiempo para que probasen con estos títulos, así queÍgor conseguía copias de juegos desprotegidos porlos Libres y tenía acceso al juego el tiempo quehiciera falta. De esa manera publicaba excelentesartículos sobre juegos antiguos en forosespecializados. Por supuesto él no conocía la
identidad de ningún libre, todos los intercambiosse hacían de manera anónima, era de absolutaconfianza, pero las técnicas de interrogatorio delos mercenarios que cazaban libres eran muyelaboradas y se daba por sentado que cualquierinformación acabaría escupida en uninterrogatorio. Después del intercambio, volvieron a casa contres placas completas de consolas de juego y unpar de discos duros antiguos pero muy rápidos,pertenecientes a un antiguo sistema que fuedesguazado. Con ese hardware y con lashabilidades de la pareja se convertirían en másnodos de su red Libre, estos componentes leañadirían suficiente potencia de cálculo paraejecutar las nuevas rutinas que habían diseñado,con eso podrían acometer los contratos paraneutralizar los últimos virus que empezaban aaparecer. Estaban en el tren, retornando al norte, cuandola PDA de Darío empezó a zumbar. El tren poseía
su propia red inalámbrica y compraron la licenciade uso junto con el billete. Un bot de noticias quetenían programado aparentemente encontró algointeresante. Darío alzó la PDA, empezó a leer y, alllegar a la segunda línea tocó suavemente aCasandra, que estaba medio adormilada. —Creo que debemos leer esto —susurróDarío. —Ummm, qué sueñecito… ¿Qué ocurre? —respondió Casandra mientras se incorporaba. —Mira esto —dijo Darío pasándole la PDA. Extraña epidemia detectada en Ceilán. Las autoridades advierten de que no haypeligro para la salud pública. Sin embargo, haycuatro mil trescientos setenta y seis muertos quehan fallecido en circunstancias sospechosas.Las autoridades agradecen a la colaboraciónciudadana. —Vaya, ¿crees que estará relacionada con el
Cysex? —preguntó ella mirando fijamente lapantalla. —No lo sé, se supone que los protocolos deseguridad de Cysex son los mejores, pero siemprehemos pensado que esto podría pasar. Haydemasiados rumores en la red como para que noexista algo de verdad —contestó Darío rascándosesuavemente el mentón. Cysex era la concesionaria del programa desexo virtual que empleaba las interfaces neuralesde segunda generación. Millones de personas loutilizaban en todo el mundo, a pesar que muchospaíses tenían severas leyes contra el sexoprematrimonial o entre menores de edad, perohasta los países integristas claudicaron ante laspresiones de Cysex y de la OMC. Así que, aunqueel sexo real estuviera prohibido, el virtual estabaconsentido en todo el planeta. Existían parejas quejamás habían hecho el amor en vivo, preferían aCysex, siempre era satisfactorio y la simulación tepermitía elegir el aspecto físico que deseabas.
Existían continuos rumores de muertesaccidentales en usuarios de Cysex, pero el sistemasiempre las desmentía y nunca representaron unnúmero elevado o siguieron una pauta. Si el bot debúsqueda de noticias les envió ese mensaje a laPDA es que identificó la pauta de que todos losmuertos eran clientes de Cysex. Sin que nadie lo supiera, la propia existenciade Cysex estaba protegiendo a la red Libre.Cuando la red Libre pasó a moverse en laclandestinidad, surgió la necesidad entre sususuarios de seguir en contacto, pues toda lafilosofía de la comunidad Libre se fundamentabaen la colaboración del grupo y en el intercambiode información. El grupo tenía que seguirintercambiando datos de manera estable paracontinuar funcionando. Al principio se enviabanmensajes encriptados, muchos libres cayeron deesa manera cuando sus mensajes fueroninterceptados por las agencias de control. Lacomunidad estuvo a punto de desaparecer.
Hasta que un día Cysex lanzó un servicio deintercambio de grabaciones: los usuarios podíangrabar sus sesiones Cysex e intercambiarlas. Unade las formas más baratas era una grabación visualde lo que estaba viendo el usuario durante lasimulación, las versiones más caras incluían unacopia de todo el espectro de sensaciones. Cadavez que un usuario enviaba a otro sus vídeos,Cysex cobraba un canon por los derechos, aun asíla red se vio inundada de vídeos. Los programasde rastreo de las agencias de inteligencia y decontrol buscaban información oculta entre losvídeos, pero se vieron desbordadas por losmillones de archivos de Cysex. Así que, al final,redes inmensas de programas espiaban millones devídeos, pero nadie era capaz de contrastar lasmiles de alertas que provocaba el chapucerosoftware utilizado y normalmente los mensajes deposibles contenidos sospechosos terminabanborrados cuando los discos se saturaban. La red Libre encontró su aliado. La
información se estenografiaba digitalmente ocultaen los fotogramas de los vídeos, aunqueocasionalmente los programas espía detectabanesta información, pero nadie le daba importancia.Además, Cysex tenía en su nómina a ciertaspersonas de las agencias de control con orden deque dejaran en paz los vídeos de sus usuarios. La vieja red clandestina de Alba seguíafuncionando, eventualmente un viejo servidorolvidado de alguna universidad despertaba einiciaba una máquina virtual que enviaba losmensajes a buzones de Cysex, otros programasleían esos buzones y extraían la información.Algunos de los Libres habían conseguido accedera las puertas traseras de ciertos nodos del controlde tráfico de la red y allí mismo interceptaban lainformación. —Darío, ¿quién crees qué puede estar detrásde esto? —No lo sé, de momento no existe ningunaempresa que les haga la competencia. Son
prácticamente un monopolio, puede que algúngrupo fundamentalista, pero normalmente odiandemasiado la tecnología como para ser capaces dediseñar un virus que actúe sobre Cysex. —¿Una prueba de ciberguerra? —preguntóella, con voz entrecortada por las repercusiones dela posibilidad. —Podría ser, pero los países ya no entran enguerra. Solo las grandes corporaciones luchanentre sí por mercados o por recursos. Los paísessolo son la fachada. La PDA volvió a lanzar una alarma: secontabilizaron más de tres millones de muertes enlas últimas veinticuatro horas en todo el mundo,pero en cuestión de minutos todas las redes denoticias fueron silenciadas y las noticiasdesaparecieron. El bot arrancó un programa queestaba monitorizando directamente el nodo deacceso a la red de una agencia de noticias,utilizando su puerta trasera. Era uno de los nodos alos cuales la red Libre tenía acceso, la puerta
trasera estaba configurada con sus certificados deseguridad de fábrica, los técnicos de la compañíase olvidaron de cambiarlo cuando lo instalaron. —Casandra, esto es muy serio. Hay que haceralgo. —¿Qué podemos hacer nosotros? —dijo estasintiéndose impotente ante la magnitud de lasituación. Llevaba razón. Ellos tenían la posibilidad deinterceptar los virus de la interfaz neural estándar.La interfaz no evolucionaba desde que Alba yJosé, utilizando técnicas de ingeniería inversa y ladocumentación existente, descifraron el protocoloque utilizaba para intercambiar datos en la red.Pero la nueva interfaz de Cysex era distinta, noexistía ninguna especificación disponible y nadiesabía cómo funcionaba, sus rutinas eran inútilescon ella. —Está muriendo mucha gente —murmuróDarío, con expresión desencajada. —Sí, pero no podemos llegar a Cysex y
decirles: «Mire, somos dos libres que hemosdecidido ayudar. Por favor, liberen lasespecificaciones de la interfaz Cysex para quepodamos ver qué demonios está ocurriendo».Terminaríamos muertos nosotros también —reflexionó, con la mente muy clara, Casandra. —La verdad es que, visto de esa manera,tienes toda la razón. —La expresión de Daríocambió al momento, Casandra era más sabia en losmomentos difíciles. —Podemos mejorar el programa experto delbot para que rastree más profundamente en el marde datos de la red, buscando puntos comunes —dijo ella muy bajito, como si hablara para símisma. —¿Llegaste a implementarle lógica difusa? —Sí, utilicé una de las magistrales librerías deAlba —contestó ella, que siempre había sentidoadmiración por Alba. —Um, ¿y matemáticas del caos? —Daríoseguía pensando frenéticamente, buscando algún
indicio lógico en aquella pesadilla. —¿Qué sugieres, que busque atractoresextraños? —Algo así, supongo —contestó él, no muyconvencido. —Mira, no creo que sea algo fortuito. Sujeto aalguna lógica que no podemos ver normalmente,más bien creo que hay alguien provocando todoesto —reflexionó ella. Se abrió la puerta del compartimiento y entróun hombre menudo y con aspecto nervioso. Vestíade negro y tenía los ojos muy abiertos, como sihubiera consumido algún tipo de estimulante.Inspeccionó el vagón nerviosamente. Un poco másadelante estaba sentada una pareja, un hombre demediana edad y una mujer joven, alta, con el pelocortado a cepillo. La joven miró al hombre denegro y sus ojos se entrecerraron. El hombre denegro ignoró a la mujer, centraba toda su atenciónen el acompañante. Metió su mano en el bolsillode la chaqueta y extrajo una pistola de dardos. Ese
tipo de arma era mortal a pequeñas distancias, noaparecían en los controles rutinarios al ser depolímeros y solo las podían utilizar las fuerzas deseguridad como defensa en aviones y sitioscerrados. El hombre de negro apuntó lentamente.La mujer se incorporó un poco, en su manoapareció como por arte de magia un Táserminúsculo. Con un movimiento certero apuntó ydisparó al hombre de negro, que cayóconvulsionándose. Todo sucedió muy rápido.Antes de que nadie pudiese darse cuenta de lo queestaba pasando, la mujer ya se había levantado yhabía esposado al hombre de negro, luego empezóa hablar por el teléfono móvil. El señor demediana edad se levantó, inseguro, y habló a losdemás pasajeros: —Cálmense, no hay motivo para la alarma.Esta señorita que me acompaña es miguardaespaldas reglamentaria. Lentamente, los pasajeros se fuerontranquilizando y al poco tiempo llegó un agente de
seguridad del tren y se llevó al hombre esposado. —Guardianes de la Ley Divina —resoplóDarío. —¿Cómo lo sabes? —preguntó ella con losojos muy abiertos, sorprendida por la revelación. —El señor que lleva guardaespaldas se llamaSebastián y es genetista. Acabo de acceder a lalista de pasajeros y luego he buscado quién es —contestó él con una amplia sonrisa, satisfecho porsu hallazgo. —Vaya, qué eficiente, pero ¿crees de verdadque el de negro es un guardián? —Casandra noparecía muy convencida todavía. —Vamos, ¿quién más intentaría atentar contraun genetista? —Hasta ahora se habían limitado a presionar,hacer mucho ruido e intentar comprar a algunospolíticos —reflexionó ella, que seguía alerta,mirando de reojo a todo el vagón. —Sí, pero eso ya no funciona. Los políticospueden legislar localmente, pero los tratados de la
OMC tienen mucho más peso que las leyes localesy si hay negocio, la OMC autoriza lo que sea. —Parecía un poco aficionado, ¿no? —preguntó ella, recordando mentalmente elincidente. —Por eso creo que es miembro de esa sectafanática. Si fuera un encargo de asesinato normal,el sicario hubiera sido más cuidadoso y se habríapercatado de que llevaba guardaespaldas. Esincreíble el revuelo que se ha generado con estanueva religión, han conseguido atraer a integristasde todas las demás. Jamás pensé que tantointegristas católicos como fanáticos musulmanesllegarían a ponerse de acuerdo. —De cualquier manera, cada día es máspeligroso viajar. Entre los delincuentes comunes,los nuevos fanáticos religiosos y los mercenariosde los contratistas de seguridad, que se suponenque hacen la labor de las antiguas policías, esto esun maldito caos —resopló Casandra. Después de varios transbordos de trenes,
finalmente llegaron a la estación que quedabapróxima a su casa. —Vamos, recuperemos el quad —dijo Darío,rebuscando en la mochila. —Un momento, antes vamos a comprobar siestá todo bien en casa. —Casandra sacó su PDA yconectó con los sistemas de seguridad de su hogar,verificó que no existieran alertas de intrusión yaprovechó para conectar con el sensor que estabamontado en el collar de Rufo para verificar suestado—. Va todo bien: Rufo duerme plácidamentey los sistemas de casa están tranquilos —concluyócon una gran sonrisa. —Si Rufo está relajado no hace falta verificarnada más, todavía está por inventar un sistema deseguridad que sea mejor que ese perro —comentóDarío sacando su propia PDA. —Le sentó muy mal aquella vez que le sedaroncuando intentaron hacerse con nuestras rutinasexpertas en análisis estadístico. Estuvo una semanade mal humor y durmiendo con un ojo abierto.
Llegaron donde tenían guardado el quad. Daríole habló a su PDA: —Quad, diagnóstico —dictó a la máquina—.Quad, arranca. —El vehículo se puso en marcha alinstante, y se quedó ronroneando al ralentí. —Te crees muy listo con tus juguetes —bromeó Casandra. —No es culpa mía, fue tu padre el que meenseñó a hacer estas cosas, ya lo sabes. Además,me divierte mucho. Casandra asintió en silencio, Darío y Josémantuvieron un vínculo muy especial. José era uningeniero a la antigua usanza. Podía montar ydesmontar cualquier cosa, poseía un don especial,era capaz de mirar cualquier mecanismo yentender cómo funcionaba, su habilidad encandilóal joven Darío, que le seguía siempre al taller dela estación a reparar algo o a preparar uninstrumento nuevo para los análisis de Alba. Daríono tenía el don de José, pero fue capaz de aprendery sobre todo se aficionó al «bricolaje» como él lo
llamaba en broma. Involuntariamente, Casandrarecordó el día en que José y Darío se conocieronde verdad. Tenía recuerdos fugaces, eran niños ytendrían seis o siete años. Alba y Josécoincidieron en una conferencia y, como siempre,los dos iban acompañados por sus hijos. Casandrarecordaba una tarde un poco fría en una ciudad conplaya, salieron de la habitación del hotel y fuerona encontrase con Alba y Darío. En sus recuerdoslos dos niños ya se conocían, pero este era el másnítido. Mientras los dos adultos hablaban en unajerga incomprensible para ella, se aproximó alniño. —¿Qué haces? —le preguntó. —¿No lo ves? Leo este libro —le contestó elniño, sin mucho entusiasmo. Levantó la vista y vioa una niña delgada y larguirucha, con el pelo negroy largo recogido en una coleta y unos enormes ojosnegros que parecían mirar al mundo con asombro. —¿Es bonito? —preguntó ella asomándosepara ver mejor.
—No, es muy aburrido —contestó el niño, muyserio. —¿Me lo dejas ver? Darío asintió y le alargó el pequeño libro, laniña lo hojeó y leyó un par de páginas. —Es aburrido —sentenció Casandradevolviéndoselo. Se levantó y fue a hablar con supadre—. Darío se aburre —les dijo a los adultos,hizo una pausa, se lo pensó mejor y añadió—: y yotambién. —Pues tendremos que hacer algo al respecto—contestó José—. Alba, quédate un momento conlos niños que ahora vuelvo. —Y se fue presuroso. —¿Adónde va papá? —preguntó la niña aAlba. —No tengo ni idea —contestó Alba, viendo aJosé alejarse rápidamente. Poco tiempo después, José volvió con unabolsa. Reunió a los cuatro y los llevó a una terrazacerca de la playa, pidió bebidas para todos yempezó a sacar cosas de la bolsa. Las fue
colocando ordenadamente encima de la mesa. —Casandra, sujétame esto, que no se vaya conel viento —le tendió a la niña un pliego de papelde colores. —¿Qué está haciendo, señor? —le preguntóDarío, visiblemente intrigado. —Una cometa. Hijo, no me llames señor,llámame José o tío José, lo que más te guste —lecontestó con una gran sonrisa. —¿Qué es una cometa, mamá? —Ahora lo verás —respondió Alba, pero elniño casi no la escuchó, miraba maravillado cómoun montón de palitos y unas hojas de papel setransformaban en un pájaro. Casandra ya conocíael procedimiento y ayudaba a su padre. Casandra recordaba siempre aquella tarde, poralguna razón se convirtió en uno de los recuerdosfavoritos de su niñez. Le gustaba acordarse de supadre así, despreocupado, ayudándole a volar unacometa en la playa. Desearía poder recordar a sumadre, pero no tenía ninguna imagen, todo se
limitaba a algunas fotos y lo que le contó su padre. José nació en una familia humilde y siendomuy joven se alistó en la Armada, donde acabócomo mecánico de helicópteros. Ahorró algo dedinero, abandonó la vida militar y terminó enBrasil, en la facultad de Ingeniería. Tuvo un breveromance con una chica preciosa que irrumpió en suvida, cambió su modo de ver el mundo ydesapareció sin más. Hasta que casi un añodespués volvió a aparecer con un bebé, cogiendo aJosé totalmente por sorpresa. A partir de ese día,el huraño genio de las máquinas tomó contacto consu humanidad. Una tarde, la madre de Alba novolvió del trabajo, la buscaron incesantemente,pero nunca supieron qué le había ocurrido. Josénunca dejó de buscarla. Darío estaba muy orgulloso de su quad, undesecho encontrado en un desguace. Lo montó conpiezas de varios vehículos, le adaptó el motor paraque funcionara con metano y le acopló una CPUcon una impresionante capacidad de proceso que
se comunicaba con su PDA. Además tenía variossensores de seguridad, radares de proximidad y undispositivo de contramedidas electrónicas, todoencontrado en desguaces, piezas provenientes deantiguos coches oficiales o limusinas deejecutivos. Subieron al vehículo y tomaron la viejacarretera que serpenteaba montaña arriba hacia lacasa. A medida que avanzaban, la CPU del quadentraba en contacto con los microsensores queDarío tenía desperdigados por el terreno. Eransensores sencillos, pero capaces de acceder a lascajas negras que las compañías de segurosimplantaban en los escasos y caros automóvilesque circulaban, recogían su información y luego ladescargaban en la CPU del quad, que al final laretransmitía a la PDA de Darío. La información delas cajas negras estaba codificada, pero elalgoritmo de seguridad resultaba precario. No eraalgo inusual, las empresas solían gastar más dineroen marketing que en contratar a buenos expertos enseguridad. Existían muy pocos sistemas de
seguridad comerciales que no terminasen rotos, losúnicos sistemas verdaderamente seguros eran losbancarios y los militares, sin contar los de lapropia red Libre. —Buenas noticias. No ha pasado ningúnvehículo por la carretera desde que salimos —dijoDarío a gritos para que Casandra lo escuchase apesar del casco y del viento. —Bien, creo que este es el sitio más tranquiloen el que hemos vivido en todos estos años. Llegaron a la casa, los sistemas de seguridadya tenían constancia de que se aproximaba el quady pasaron a monitorizar el sensor del collar deRufo. El sistema experto dedujo por las constantesvitales del perro que estaba contento y llegó a laconclusión de que no había peligro, por lo queprocedió a desactivar las defensas y abrir lapuerta. Casandra se levantó sigilosamente, intentandono despertar a Darío, que dormitaba. Estabanagotados y decidieron echarse una siesta.
Acabaron haciendo el amor y se quedarondormidos profundamente, pero Casandranecesitaba menos tiempo de sueño que Darío y sedespertó antes. Caminó hacia la cocina y seencontró con Rufo, que la saludó alegremente yluego se sentó delante de la nevera. —Ajá, quieres una salchicha —le dijoCasandra. Rufo levantó las orejas, confirmándolo—. Te advierto que hace años que nadie sabe dequé están hechas estas cosas. Rufo ladeó la cabeza, mirándola comopreguntándose qué quería decir. —Vale, vale. A ti no te importa, ya veo. Abrió la nevera y le dio una salchicha a Rufoque, siguiendo su costumbre, se la tragó sinmasticarla siquiera. —Si te gustan tanto no entiendo por qué no lassaboreas un poco. Empezó a prepararse un café, encontró elpaquete de café brasileño e inevitablemente suimaginación voló a la época en que huyeron de
París y terminaron en São Paulo, con su enormeaeropuerto, y la ciudad inmensa, caótica,desbordante de vida. Se alojaron en un hotel cercade la Avenida Paulista, en el corazón financiero,era caro pero muy bueno. No conocían la ciudad yprefirieron no arriesgarse, lo cual era prudente,pues sabían de la existencia de barrios muypeligrosos. Cenaron en un estupendo y pequeñorestaurante en una calle cercana. Les llamó laatención que todo el mundo fuera tan cordial, lostrataban como a viejos clientes. El idioma eracontagioso, la entonación evocaba la música y lasensualidad. —Me encanta cómo hablan —dijo Casandra. —Pero ¿entiendes algo? —preguntó él conincredulidad. —Claro, ya empiezo a pillar cosas. Darío alargó la mano y separó un poco elbrillante pelo negro de Casandra, encontró unminúsculo auricular en su oreja izquierda. —Estás haciendo trampas, estás usando el
software intérprete —le dijo con expresión entreseria y preocupada. —¿Yooo? Además, sabes que no funcionanbien, son un timo —contestó Casandra con cara deinocente. —Sí, claro que lo son, a menos que…Casandra, ¿no estarás usando un programa libre?Esos sí funcionan. Sabes que como nos pillen coneso estamos fritos. —Ahora sí estaba realmentepreocupado. —Vamos, no seas tan quisquilloso. Esto no esEuropa, aquí tuvieron hace tiempo un ministro queestaba a favor del software Libre —señaló ella,quitándole importancia con un gesto de la mano. —Sí, era músico, pero de eso hace bastantetiempo. Las cosas han cambiado mucho desde quela OMC detenta el auténtico poder del mundo. —Sí, pero aquí todavía hay esperanza —concluyó ella con un tono de ilusión en la voz. Una semana después, ya aclimatados, entraronen contacto con un libre que respondía al
seudónimo de «feiano267», que consiguió que losrecibiera el rector de la Facultad de IngenieríaIndustrial, la FEI, como era conocida por todos.Consiguieron trabajo en el centro de investigación,que desarrollaba proyectos por encargo de lasmuchas empresas radicadas en el cinturónindustrial de la gran São Paulo. Alquilaron unapartamento en São Bernardo, cerca de la facultad,y poco después ya tenían un círculo de amigos.Suponían que entre ellos estaba «feiano267», perohasta años después no supieron cuál de sus amigosera realmente. Casandra se sentó con el café, volvió alpresente, encendió la PDA y le habló: —Bot de noticias sobre Cysex, resultados enel monitor de la cocina. El software experto que gobernaba la casaencendió el monitor y envió los resultados del bot.Empezaron a aparecer gráficos de estadísticas quebuscaban interrelaciones entre los casos ocurridos.Cuando diseñaron el programa experto dudaron si
poner sensores de sonido por la casa, pero al finaldecidieron que sería más seguro dictar las órdenesa la PDA. Las PDA tenían un sistema de control deacceso que permitía que solo funcionasen si lassujetaban uno de ellos. La voz era fácil defalsificar, pero las constantes biométricas queconseguía medir la PDA como vector deautentificación no se podían falsificar. El procesoera más tedioso y obligaba a utilizar las PDAcomo interfaz, pero cada día estaban másparanoicos con la seguridad. Tenían un pacto: cadavez que uno de ellos descuidaba la seguridad, elotro le enseñaba una de las varias cicatrices quecada uno conservaba, fruto de las veces que casilos matan. Casandra revisó los datos, aplicónuevos baremos a las funciones estadísticas, perono encontró nada en común: las muertes eranfortuitas, todos eran clientes de Cysex (pero ungran porcentaje de la población mundial lo era),no habían ocurrido en las mismas condiciones, niaccediendo a los mismos portales de la red Cysex,
ni utilizando los mismos servicios. Pero las noticias seguían siendo alarmantes:cincuenta mil muertes más en las últimas treinta yseis horas, ausencia de explicaciones oficiales,ninguna noticia en ninguna web, ni amigos nifamiliares airados. La censura era total, todos losmensajes desaparecían, si no fuera porque teníanacceso a las puertas traseras de algunos sitios nosabrían absolutamente nada. Es como si noestuviera ocurriendo, pensó.
> Algún lugar de Lisboa Teresa despertó sobresaltada, parpadeó y porun doloroso instante no supo dónde se encontraba.Consiguió enfocar la vista y respiróprofundamente. Despacio, logró centrar suspensamientos. Se encontraba en una sala de pruebas de lasede de Cysex de Lisboa. Algo va muy mal, pudofinalmente pensar, se supone que en una sesión deCysex no se duerme. Se incorporó y vio que en lacamilla de al lado otro tester estaba dormido oinconsciente, empezó a levantarse, se desacopló lainterfaz Cysex y fue hacia el baño, pues teníamuchas náuseas. Allí estaba cuando oyó voces enla sala de pruebas. —¿Cómo está ese? —preguntó alguien con unavoz un poco ronca. —Ha muerto. ¿Y ese otro? —dijo otro, con unacento extranjero que no consiguió identificar.
—También ha muerto. —Espera, ¡aquí hay uno vivo! —exclamó elque parecía extranjero. —Da igual, hay que deshacerse de todos.Suprímelo —sentenció el de la voz ronca. Por eltono parecía el que mandaba. —¿No quieres interrogarlo primero? —De ninguna manera, es perder el tiempo.Nunca saben lo que les ha pasado. Teresa se quedó helada, no podía creer quecasi todo su grupo de pruebas estuviera muerto. Ymucho menos que alguien decidiera eliminar, comosi fuera un insecto, al que se encontrabainconsciente. Se despejó totalmente al oír hablarmás alto en la sala de pruebas. —La estación número tres está vacía —indicóel de la voz ronca. —¿Dónde demonios está el tester que falta?—dijo el extranjero. Su voz parecía más próxima aTeresa que la otra. —No lo sé, pero no queremos a nadie andando
por aquí con este maldito entuerto. Encárgate deencontrarlo y de que se reúna con estos. Teresa casi se desmaya al oír que la buscabanpara matarla, empezó a ponerse histérica, pero serecompuso. A los tester se les exigía autodominio,pues en ocasiones las experiencias virtuales sesalían de los parámetros correctos y podían llegara ser traumáticas. Debían ser personas tranquilas. Pensó frenéticamente y se acordó de la puertade servicio de la sala de pruebas. Tenía unacerradura codificada, pero ella poseía el código(se lo dio una amiga que trabajaba en la limpiezadel turno de noche). Utilizando los pasillos deservicio se ahorraba mucho tiempo y se saltabados controles de seguridad y además evitaba lasgroserías de los guardias. Sería solo cuestión deminutos que la encontraran. Espió por una fisurade la puerta y vio que los dos individuos estabanmirando en el trastero, donde se almacenaba partede los equipos de diagnóstico. Respiró hondo ysalió corriendo hacia la puerta de servicio.
Mientras lo hacía, repetía mentalmente «dos, siete,uno, ocho, dos», una y otra vez. Pasó al lado de lamesa y vio su bolso, por puro instinto alargó lamano y lo atrapó. Al mismo tiempo, uno de losindividuos que la estaban buscando la descubrió ygritó: —¡Allí! ¡Allí está el que falta! —¡Rápido idiota, que no se escape!, ¡vamosdespierta! Teresa llegó a la puerta y tecleó frenéticamenteel código dos-siete-uno-ocho-dos. Por un instanteque pareció eterno, la puerta estuvo quieta hastaque sonó el clic de la cerradura automática, laempujó y saltó hacia el corredor de servicio. Alver eso, uno de los guardias desenfundó su arma yun punto rojo apareció en la espalda de Teresa,aunque ella no fue consciente de ello. El otroguardia, al contemplar la escena, le propinó unmanotazo al que se disponía a disparar y le gritó: —¡Nooo! Idiota, esto es un laboratorio, ¡nodispares, maldito estúpido! —Su voz se volvió
totalmente ronca después de gritarle al otroguardia y empezó a toser. Demasiado tarde, una ráfaga de cuatrodisparos salió a velocidad supersónica de lapistola, pero desviados por el manotazoimpactaron contra un cuadro eléctrico situado en lapared, a escaso medio metro de la puerta. Elcuadro comenzó a lanzar chispas. El corazón de Teresa dio un vuelco al oír losdisparos y se preparó para morir, se percató,segundos después, de que seguía viva por elatronador ruido de una alarma. El sistema de incendios de Cysex estabadiseñado para minimizar los daños, por lo queselló el recinto, inundó la estancia de gas parasofocar el incendio e intentó simultáneamenteaspirar todo el oxígeno de la estancia. Los dosguardias cayeron desmayados en segundos. Almismo tiempo, se inició el protocolo deevacuación del edificio. Teresa tuvo la suerte dellegar a una salida de incendios que el sistema
había desbloqueado y pudo salir del edificio sinque fuera interceptada por los de seguridad. Enpocos minutos se encontraba en la calle, corriendoa toda la velocidad que sus fuerzas le permitían.Sin saber muy bien qué hacer, Teresa cogió elteléfono móvil e intentó hablar con su novio, perono lo consiguió, así que le dejó un mensajediciéndole que estaba en peligro y que los deCysex querían matarla. Casandra y Darío estaban paseando con Rufopor las inmediaciones de la casa cuando sonó laalarma de sus PDA. —Mira esto, el sistema experto nos mandaalgo muy raro relacionado con Cysex —dijoCasandra. —Déjame ver. Sí es curioso, un mensajedejado en un contestador de un teléfono que fuebloqueado. El bloqueo reenvió el mensaje a unbuzón de Cysex. Por suerte fue en una centralita deteléfonos donde opera una de nuestros bots depuerta trasera. No tenemos muchas así, ha sido una
coincidencia increíble. —Si lo que dice es cierto, esa chica está enapuros. Darío, ¿puedes acceder a esa centralitadesde aquí? —No, creo que no. Nosotros no tenemosninguna puerta de enlace directa con la red internade la compañía de telecomunicaciones portuguesa—contestó él con expresión absorta, pues yaestaba pensando en otra cosa. —Espera, tal vez pueda saltar de aquí al nodolibre de la facultad de Coímbra y desde allí creoque podremos acceder. Hace tiempo se concibióun proyecto conjunto de investigación entre launiversidad y la empresa local detelecomunicaciones y les permitieron el acceso. Sino recuerdo mal, fue así como algún libre instalóel bot. Si las rutas siguen dadas de alta llegaréhasta la centralita. —Hazlo, manda un mensaje a la red detelefonía desactivando la función de rastreo delmóvil de esa chica, luego emite un mensaje
diciéndole que podemos ayudarla y dale un buzónde correo franco donde sea posible enviarleinstrucciones —dijo Casandra, casi atropellandolas palabras por la excitación. —¡Hecho! —exclamó Darío, después de unrato—. O siguen teniendo algún proyecto común onadie se molestó en desactivar las rutas. —Ojalá no sea demasiado tarde —murmuróella mordiéndose los nudillos. Darío enlazó con la PDA a la intranet de lacasa, activó las rutinas de conexión y deocultación, y después de varios saltos por viejosordenadores de universidades conectó con uno delos servidores de la Universidad de Coímbra. Elservidor ejecutaba en los tiempos muertos un nodode la red Libre y aceptó la entrada a Daríodespués de intercambiar certificados de seguridaddisfrazados de archivos comunes. Una vez dentrodel sistema, consultó en archivos ocultos losprocedimientos para acceder a la red de lacompañía de telefonía y se hizo pasar por un
usuario autorizado. Accedió a la centralita,normalmente para no despertar sospechas, y unavez que verificó que tenía acceso utilizó la puertatrasera para enviar las órdenes al teléfono deTeresa. —¿Tenemos alguien de confianza en Lisboa?—preguntó Casandra. —Solo tenemos contactos con los hackershabituales de la red Libre, no conocemos a nadieen persona que nos pueda ayudar —replicó él, quese sentía impotente y cada vez más furioso. —Tenemos que ayudar a esa chica o morirá —dijo Casandra, todavía más furiosa que Darío. —¡Espera! Nuestro amigo de São Paulo tienefamiliares en Lisboa, le preguntaré. Darío envió un mensaje urgente, cifrado yoculto en unos vídeos promocionales, a su viejoamigo de la FEI, donde resumía lo ocurrido y ledecía que necesitaban un lugar seguro en lasinmediaciones de Lisboa. —Bien, ya está. Le he enviado un mensaje al
buzón que tenemos para contactos personales, quele será reenviado a su teléfono móvil. Son variashoras de diferencia, no podemos hacer otra cosaque esperar. Volvamos a la casa.
> São Bernardo, Brasil Pedro se despertó temprano, era su costumbre,pues tenía un trayecto largo en bicicleta hasta lafacultad y luego solía ducharse para estarpresentable y dar clases en el laboratorio derobótica. Mientras desayunaba, revisó susmensajes y vio uno de alta prioridad en el buzónque utilizaba para intercambiar mensajes conDarío (eran amigos desde hace tiempo y una de laspocas personas que sabía que era un libre). Leyóel mensaje, pensó un poco y volvió a la habitación. Por un momento se quedó mirando a su esposa,todavía dormida. A pesar de los años seguíasiendo atractiva, con aquellos ojos verdes quecambiaban de color constantemente. Era rubia,atlética, parecía una guerrera vikinga. Pedro, alcontrario, tenía genes de infinidad de pueblos, eraun mulato de esos que parecen tener una edadindefinida con un color chocolate extremamente
bello, ojos oscuros y profundos que parecían habervisto muchas cosas, tanto buenas como malas, peroque todavía tenían la capacidad de sorprenderse ybrillar. —Neusa, cariño, perdona que te despierte —ledijo suavemente. —Umm, aah… ¿Qué hora es? ¿Ocurre algo?—preguntó ella, todavía medio dormida. —¿Tu familia aún conserva el apartamento deEstoril? —Sí, lo seguimos manteniendo. ¿A qué vieneeso ahora? —dijo Neusa sorprendida, empezandoa despejarse. —¿Te importa prestárselo a Darío unos días? —Claro que no, no lo usa nadie ahora mismo—dijo ella entre bostezos. —¿Puedes enviarme luego las coordenadasGPS y el código de acceso? —preguntó él,apartándole suavemente un mechón de pelo que lecubría los ojos. —Dame uno minutos que me espabile, los
busque y te lo envío —dijo ella incorporándose enla cama. —Gracias. Neusa, esto es muy importante paramí. —No seas tonto, pero te va a costar llevarme aver la película esa que te dije el otro día, ¿eh? —bromeó Neusa. —Iremos esta misma noche. Nos vemos mástarde. —Se acercó y la besó suavemente. Pedro, por un instante, estuvo tentado aconfesarle a Neusa para qué necesitaban susamigos el piso. Empezó a pensar en si contárselotodo, pero luego cambió de idea, la besónuevamente y salió de la habitación. De camino a la facultad, seguía debatiéndosesi además debería referirle a Neusa todo loconcerniente al universo de los Libres. En muchasocasiones sentía traicionarla por esconder ciertosaspectos de su vida, pero no quería involucrarla,la quería demasiado. Años atrás, en una reunión deamigos, terminaron acodados en la barra de un bar,
charlando tranquilamente, mientras las parejas deambos estaban enzarzados en una discusiónhistérica a causa de una tontería cualquiera. En unmomento dado de la noche, los dos amigoscruzaron una mirada que lo decía todo: ¿quéhacemos nosotros saliendo con esos dos histéricossi nos entendemos tan bien? Dos semanas mástarde ya vivían juntos. Siempre habían sido de esetipo de personas que no terminaban de encajar connadie. Como barcos en la bruma oyendo lassirenas de otros buques, vislumbrándose entre losjirones de la niebla, pero destinados a no tocarsejamás. Entre ellos siempre existió una atracciónindefinida, como dos estrellas orbitando en torno asu centro de masa común, sintiendo sus fuerzas demarea atrayéndolos. Hasta esa noche en que susmiradas se cruzaron y sus mentes se retorcieronsobre sí mismas, fusionándose en una nueva, comodos dimensiones afines después de su particularBig Bang.
> Cornisa cantábrica, España Unas horas más tarde, la PDA de Darío emitióuna alarma de alta prioridad. —Casandra, mira esto. Pedro nos presta unapartamento cerca de Lisboa. —¿De dónde se lo ha sacado?, ¿es seguro? —urgió ella, que apareció corriendo. —Es de la familia de Neusa, no lo usa nadie.Es perfecto —contestó él, visiblemente satisfecho. —Envíale los datos a Teresa ahora mismo —exclamó ella, con una gran sonrisa. —¿Crees que confiará en nosotros? —preguntóél, con expresión sombría, pues no había pensadoantes en esa posibilidad. —No lo sabemos, pero hay que intentarlo —contestó Casandra, quitándole importancia. Teresa intentó hablar por el móvil, pero este
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