agresivas campañas de marketing paradesprestigiar a las asociaciones ecologistas ymucha gente daba la batalla por perdida: elecosistema estaba herido de muerte y era inútilluchar por él. Durante mucho tiempo los gruposecologistas advirtieron sobre el deterioro delmedio ambiente y la amenaza del cambioclimático. En algún momento histórico, losgobiernos asumieron la lucha contra el cambioclimático como labor gubernamental, pero dealguna manera la máquina de propaganda de lascorporaciones y los gobiernos consiguieron que elpúblico no considerase al movimiento ecologistacomo el responsable de este cambio. Las personassiguieron pensando que los ecologistas eran unosilusos antisistema, los gobiernos realizaronintensas campañas de propaganda contra el cambioclimático, pero no asumieron ningunatransformación estructural realmente importante, ypese a que algunos países tenían políticas másactivas, el consenso nunca llegó. Desde entonces
Patricia mantenía contacto con Isabel por correoelectrónico y siempre colaboraban en proyectos deconservación, pero no sabía nada más de ella y, derepente, aparece y dice conocer a su tío. Decidióverificar el correo. Allí estaba, un correo deIsabel, encriptado con su clave pública. Abrió elcorreo y le aplicó su clave privada. Empezó aleerlo. Hola, Patricia: Siempre hemos colaborado contigo enproyectos de impacto ambiental. Comosospecharás, soy una ecologista de la viejaescuela. Tu tío fue un alto cargo de Greenpeaceen la época que fue ilegalizada. Muchosecologistas seguimos trabajando en la sombra.La información que te enviamos prueba queGreenpeace fue ilegalizada debido a unaconspiración, donde además murieron muchosinocentes. Una persona muy próxima a mí fueamiga de tu tío.
Por favor, Patricia, habla con él, con estopodemos revivir la organización. Él todavíatiene los conocimientos y los contactos parajuntar a todos los activistas otra vez. Ademásconoce a nuestros viejos abogados y, créeme, losvamos a necesitar. Llama a tu tío, dile que necesitará suantigua identidad para acceder a lainformación. Cópiala y usadla, tened en cuentaque una vez destapada se hará pública en pocotiempo. Patricia sospechaba que su tío fue miembro deGreenpeace en aquellos convulsos tiempos; ellaera muy pequeña para acordarse de lo ocurrido yél no hablaba nunca de ello directamente, aunquede vez en cuando se le escapaban comentarios.Fueron sus influencias y su ayuda la que le hizohacerse ecologista en un tiempo donde ya no erafrecuente. Estaba atónita, revivir Greenpeace eraalgo con lo que todos soñaron alguna vez, además
eso abriría la puerta para revivir otrasorganizaciones, pues la ilegalización deGreenpeace supuso un golpe muy fuerte para elmovimiento ecologista, algunas asociacionesfueron ilegalizadas por tener vínculos o colaborarcon Greenpeace y otras se quedaron sin su sustentoeconómico al perder sus subvenciones y sussocios, puesto que muchos se dieron de baja pormiedo a ser investigados por las fuerzas deseguridad. Sin pensarlo más, llamó a su tío y lepidió que viniera a su casa. Llegó un par de horasmás tarde. Era alto y delgado, con el pelo blancomuy corto, cojeaba un poco al andar y olía aprotector solar. —Hola, Paty, ¿qué ocurre?, ¿dónde es elincendio? —dijo cuándo se soltó de su abrazo. —¿Es cierto que fuiste un alto cargo deGreenpeace en la época de la ilegalización? —preguntó ella sin preámbulos. —Uf, sí, es cierto. Estuve una época en lacárcel por eso, todavía conservo recuerdos muy
malos de los interrogatorios, por eso nunca hablode esa época. ¿A qué viene eso ahora? —contestóél, intrigado. —Mejor que leas esto. Patricia le tendió una pizarra electrónica conel mensaje de Isabel. Conforme lo leía, sus ojos seempezaron a llenar de lágrimas. Cuando ledevolvió el aparato, unas gotas resbalaron por elplástico pulido y el viejo ecologista tenía lamirada perdida. En su mente revivieron todos losrecuerdos que intentó olvidar inútilmente durantetantos años. Cuando levantó la vista Patricia no loreconoció, nunca le había visto con aquellamirada. En el semblante cansado y marcado porlas arrugas de su viejo tío, algo había cambiadosus ojos por los de un joven. —Tío, ¿estás bien? —preguntó ella conpreocupación, al ver la reacción de su tío. —No he estado bien desde aquel maldito día,cuando unos asesinos mataron a mis mejoresamigos y hundieron a toda nuestra organización en
la miseria. Pero, si esto es cierto, podemoscambiar las cosas. Siéntate, Patricia, es mejor quete cuente todo lo que pasó. Fue contando todos sus recuerdos, torpementeal principio, pues le costaba recordar tanto dolor.Luego fue como un embalse que se rompe yempezó a hablar compulsivamente. Un torrente deemociones cruzaba su rostro, lágrimas al hablar delos amigos perdidos, admiración y orgullo cuandole habló de sus antiguas luchas, de cómo seenfrentaban a corporaciones, como increparon abarcos balleneros y lucharon contra el lobbynuclear, de cómo consiguieron salvar algunasespecies casi al borde de la extinción. —Vamos, Patricia, accedamos a esainformación y veamos si realmente es tan buena. —Voy, ¿tienes tu firma digital? —Sí, toma, lo tengo en esta tarjeta dememoria. —Vamos —dijo ella insertando la tarjeta en suportátil.
Accedieron a la información, allí estaba:informes confidenciales, contratos de seguridad,hojas de gastos, planes del ataque y unos vídeos. —Patricia, copia todo eso en mi tarjeta dememoria —dijo él al ver la magnitud de lainformación. —Sí, voy. —Patricia empezó a copiar losdatos mientras seguían revisando el contenido. —Esto es mucho mejor de lo que podríamoshaber soñado —dijo él después de leerrápidamente la primera página de un documento. —¿Por qué han guardado todo esto? —murmuró Patricia, como preguntándoselo a símisma. —¿Quién sabe? Puede que alguien consideraseque era su seguro para nunca ser despedido deCysex. —Veamos los vídeos —dijo Patricia alempezar a leer un informe farragoso—, esto es unrollo. —No sé si podré soportarlo, pero vamos…
El primer vídeo estaba tomado desde la cabinade un helicóptero, empezó en el despegue ydurante un rato solo se veía el mar. El aparatovolaba a baja altura, luego se acercó a tierra y sequedó flotando, a lo lejos se veía la estación deGreenpeace. La grabación se sacudió cuando elhelicóptero lanzó dos misiles, se vieron las estelasde los misiles perderse en la distancia, pero en elúltimo momento se desviaron y fallaron elobjetivo. La grabación se aceleró cuando elaparato salió despedido hacia adelante y se inclinóal bajar el morro y ganar velocidad, luego empezóa temblar. Una estela blanca de balas trazadorascruzó el cielo mientras la Vulcan del aparatovomitaba cientos de proyectiles. El piloto corrigióla puntería y destruyó la torre de comunicacionesde la estación. Una nueva sacudida y las estelas dedos misiles más. Estos impactaron en la estación yla convirtieron en una bola de fuego, después sevio un destello y la grabación se interrumpió. —No entiendo qué ha pasado exactamente —
dijo Patricia. —Yo tampoco, espera, aquí hay un informe deuna segunda incursión unas horas más tarde —indicó él mientras abría al informe en la pantalla. —¿Qué dice? —Patricia cambió de posiciónpara ver mejor el texto. —A ver… Vaya, dice que los primeros misilesfallaron su objetivo debido a algún tipo decontramedidas electrónicas provenientes de laestación, y mira esto, indica que el helicópteroatacante fue destruido por un avión deaeromodelismo. Recuperaron la caja negra delprimer helicóptero con los datos y los vídeos quevemos. —¡Eso es imposible! —dijo Patricia conincredulidad. —Tú no conociste a José y a Alba —dijo élcon una sonrisa triste. —¿Quiénes? —José era un ingeniero que trabajaba en laestación de Greenpeace. Era un mago
construyendo cosas, Alba era un genio que haciamaravillas con el software, y los dos juntoshicieron cosas increíbles —recitó él mientras sumente recordaba a sus amigos perdidos. —¿Derribar un helicóptero? —Patricia noterminaba de creerse que eso fuera posible sinarmamento militar. —Todos pensábamos que José era unparanoico. Pero tenía razón, él pronosticó que lascosas se podían poner difíciles, seguramenteutilizó la torre de comunicaciones de la estaciónpara construir algún tipo de contramedidaselectrónicas. —¿Y el avión, de dónde se lo sacó? —José construía aviones de aeromodelismopara hacer mediciones atmosféricas y para sacarfotos. Seguramente transformó uno en un misil —aventuró él, recordando las habilidades de suamigo. —¡Venga ya!, ¿y los explosivos? —A Patriciale costaba encajar todo aquello.
—El informe dice que un aeromodelo impactóen la turbina y que encontraron fragmentos detungsteno. Eso tiene sentido, una barra de tungstenode un kilo lanzado a cuatrocientos kilómetros porhora tiene la suficiente energía cinética paradestrozar la turbina y derribar un helicóptero. —¿Cuatrocientos kilómetros por hora un aviónde juguete? —preguntó ella con los ojos muyabiertos. —Los aeromodelos no son juguetes, sonaviones en miniatura y José era un ingenieroincreíble. Yo llegué a ver alguno de sus aviones,eran aparatos con turbinas a reacción, volaban amuchos kilómetros de altitud para recoger datos dela alta atmósfera —le explico su tío en tonodidáctico. —Pero no les daría tiempo de lanzar el avión,fue todo muy rápido —objetó ella. —Para eso estaba Alba, seguramenteprogramó un sistema experto de defensa. —¿Y cómo detectaron el helicóptero? —A
pesar de sus reticencias Patricia ya estabaconvencida, pero la curiosidad le empujaba aaveriguar cómo habían hecho eso. —Diseñaban sensores para medir lasvariaciones del clima, eran extremamentesensibles. Posiblemente los rediseñaron paramontar una red de vigilancia, además es probableque trucaran el radar meteorológico convirtiéndoloen un radar activo. —Menos mal que eran ecologistas, si llegan atrabajar para los militares… —comentó Patricia,impresionada. —Eran pacifistas convencidos, peroconociéndolos no me extraña nada que hayanluchado hasta el final. —Esto explica qué pasó con la estación, perono es lo bastante para que retiren la orden deilegalización —comentó ella intentando hilar todala trama. —Es cierto, veamos los siguientes informes —dijo él, buscando más información en el
repositorio. Abrieron la siguiente tanda de información:más dosieres de inteligencia, contratos demercenarios, expedientes médicos, órdenesejecutivas… Estaba toda la información necesariapara que quedara claro todo el montaje. —Espera —dijo Patricia. Se levantó y fue abuscar una tableta multimedia—. Repasa losdocumentos, yo miraré los vídeos. —Mira, aquí está todo, míralo. Esosdesgraciados lo planearon hasta el último detalle—exclamó él—. ¡Aquí!, he encontrado las órdenesdel ataque al primer buque pesquero en las costasde Terranova. —Y según esto, este es el video delhelicóptero guardacostas que abatió a lospresuntos ecologistas —dijo ella visualizando otroarchivo. —Mira esto, la copia del soborno a un altocargo de los guardacostas —dijo él después deabrir y leer otro documento.
—Esto es mejor, una grabación de laconversación cuando cerraron el acuerdo y aceptóel soborno —indicó ella al abrir un archivo solode audio. —Esos mercenarios eran buenos —concluyó. —En realidad son empresas y se comportancomo tales, tienen clientes importantes ypeligrosos. No pueden dejar cabos sueltos y tienenque tener todo bien atado para poder cobrar —dijoél. El cúmulo de emociones desbordó al viejoecologista, por un momento sus manos empezarona temblar y se puso a llorar como un niño,abrumado por el peso de tantos recuerdos y por larabia contenida durante décadas. —Paty, no sé si puedo soportar todo esto —dijo él con voz quebrada por el peso de todo loque estaba viendo y leyendo. —Vamos, tío, para y piensa —Patricia dejó latableta y abrazó a su tío. —Es un buen consejo.
—Tú me lo enseñaste —dijo ella mirándole alos ojos. —Parar y pensar, esa era la clave y la frasefavorita de José cuando algo no iba bien —murmuró él para sí mismo. Y pensó que se lo debía a todos loscompañeros muertos en aquellos días, todos losque desaparecieron en las batidas policialesposteriores y los que, como él, sufrieron los malostratos y la humillación. Se lo debía a todo elmovimiento, se lo debía a sus ideales y se lo debíaespecialmente a Gaia, la madre tierra. Eldecaimiento de la causa verde hizo mucho daño yse perdieron muchos años, pero si conseguíanvolver a la actividad, aunque fuera necesarioempezar desde cero otra vez, valdría la pena.Tendría que contactar con los viejos líderes de lasorganizaciones ecologistas, convencerles de que loque decía era cierto y sacar a todos delostracismo. No resultaría fácil, algunos eran yamuy mayores, otros abandonaron la causa sin
contar con los no que estaban en condiciones dehacer nada, pues habían desaparecido. —Paty, quiero que lo medites bien antes decontestarme, ¿realmente estás dispuesta a seguirmeen esta locura? —dijo él muy serio, cogiendo a susobrina de la mano. —No me perdería esto por nada del mundo —contestó ella sin titubear. —Esto va a ser muy feo, será una batalla sincuartel en los tribunales y no descarto quecontraten a más mercenarios para terminar eltrabajo que empezaron hace años —confesó élhablando despacio e intentando enfatizar lospeligros que veía. —No tengo miedo —dijo Patricia sin pensar. —Debes tenerlo, un cierto nivel de miedo esesencial para hacernos precavidos, vamos a tenerque ir con mucho cuidado —aconsejó él,recordando las veces en su vida en las que elmiedo controlado le había salvado la vida alevitar que obrara impulsivamente.
—No sé si te entiendo —Patricia parpadeó,pues nunca había pasado por experienciasrealmente difíciles y no conseguía sintonizar conlo que su tío decía. —Te estoy diciendo que a partir de ahoratienes que tener mil ojos, que no puedes confiar ennadie que no sea de tu círculo más íntimo. Quetienes que volverte una paranoica de la seguridad—dijo su tío en tono paternal. —Deja de hablar y empecemos, no me tratescomo a una niña. Sé cuidarme —le regañó ella. —Tienes razón, ¿has copiado todo eso? —Ensu interior se debatía entre intentar dejarla almargen de todo esto y la realidad de que ella yaestaba implicada por méritos propios. —Sí, he hecho varias copias. —¿Quién es esa Isabel? —preguntó él derepente. —No lo sé en realidad, no la conozcopersonalmente, aunque siempre ha colaborado conlos proyectos medioambientales, nos remite
programas de simulación increíblemente buenos—contestó ella haciendo memoria de cómo Isabelhabía entrado en su vida. —¿Una informática ecologista? —preguntó él.Su mente buscaba relaciones. —Eso parece —dijo ella sencillamente, comosi no tuviera importancia la relación. —¿Te fías de ella? —No tengo motivos para no fiarme, siemprenos ha ayudado mucho, además dice que unapersona que ella conocía era amiga tuya —indicóPatricia recordando la conversación telefónica. —¿A quién crees que se refiere? —Él seguíateniendo un pensamiento escurridizo que noconseguía atrapar. —Seguramente a algún viejo miembro de laorganización. ¿Tienes hambre?, ¿descongelo unapizza? —preguntó ella ya de camino a laminúscula cocina de su apartamento. —Sí, y déjame tu portátil. Debo compraralgunas cosas.
Se conectó a la red y buscó en varias tiendas,finalmente encontró una tienda virtual que teníabuenos precios y que podía entregarles lascompras en unas pocas horas. Adquirió dosteléfonos móviles con encriptación que garantizabauna cierta seguridad, un rastreador de escuchas,tarjetas de memoria de alta capacidad y unapizarra electrónica con el último código delegislación y un sistema experto de búsquedaslegales, la pizarra que compraría un abogado, eracara pero les sería útil. Sacó su vieja PDA y buscóen sus antiguos contactos, y escogió a algunos quesabía que todavía estaban activos. Después devarias llamadas consiguió contactar con varios,los convenció para hablar e intercambiaron susclaves públicas, así podía remitirles correos conla información. Unas horas después tenía enviadosvarios correos y seguía llamando a antiguosmiembros de otros países a medida que recibíalistas de contactos de otros compañeros. Luegollamó a uno de los abogados que se dedicaba a
defender causas ecologistas. Era joven, pero supadre fue abogado de la asociación y murió en unsospechoso accidente de tráfico hace años; eljoven dedicó parte de su vida a intentar vengar asu padre: no existía nadie más motivado en el país. —¿Qué quieres beber? —preguntó ella desdela cocina. —Agua, por favor, me bebería una botella deron si no fuera por la edad —dijo él conresignación. —¿Has hablado con alguien, ya? —Patricia letendió una botella de agua. —He contactado con varias personas, no heentrado en detalles porque la línea no es segura,solamente les he dicho que tengo información muyimportante para la causa ecologista y quenecesitaba ayuda —contestó él después de dar unsorbo a la botella. —¿Y qué te han dicho? —Patricia abrió unalata de refresco y dio dos rápidos tragos. —Algunos me han colgado directamente, otros
me han dicho educadamente que los olvide, pero lamayoría se ha mostrado muy interesada, un par deellos están de camino hacia aquí para hablar enpersona. Ha ido mejor de lo que pensaba —contestó él animadamente, pues la respuesta habíasido favorable. —¿Crees que la hemos liado? —dijo Patriciacon la misma entonación que él recordaba decuando ella hacia alguna travesura siendo niña. —Cariño, los de vuestra generación no hanvisto nunca como nos las gastábamos antiguamentelos verdes. Si consigo una pizca del viejo empuje,verás por qué nos ilegalizaron —dijo él conorgullo. —¿Por qué lo hicieron? —Porque teníamos razón y lo sabían.
> Cornisa cantábrica, España Casandra seguía revisando los datos de losbots que incansablemente buscaban coherencia enlos datos de las muertes causadas por Cysex,cuando recibió un correo de Patricia. En realidadera su tío utilizando la cuenta de Patricia, lesagradecía la información y les contaba que estabacontactando con antiguos miembros para organizaruna respuesta, también le decía que cuandoconsiguieran una línea de teléfono segura leenviaría el número por si quería hablar con él.Casandra meditó sobre esto. Tenían decididoactuar en la sombra, pero hablar con el viejoamigo de sus padres era tentador aunquepeligroso: no se decidía. Mientras tanto, Daríollevaba horas rastreando la red intentando accedera alguna emisora de televisión. Consiguió penetrar
en una pequeña emisora local y cuando estaba apunto de dejarlo por no ser de gran difusión, se diocuenta de que a su vez esta tenía una conexiónabierta con un enlace del satélite de unacorporación de medios audiovisuales. Era muchomejor de lo que podía imaginar. Después dealgunos saltos estaba en la red local de una cadenade emisión europea. —Darío, ¿qué tal vas? —Sin que sirva de precedente, hemos tenidoun gran golpe de suerte: estoy dentro de unaemisora de difusión europea —contestó él sinlevantar la vista de la consola donde estabatrabajando. —¡Este es mi chico! —Casandra se acercó y ledio un sonoro beso. —Todavía tengo que estudiar el sistema paraver cómo hacemos la trampa —dijo élsonriéndole. —¿Te ayudo en algo? —preguntó Casandraasomándose para ver la pantalla.
—Sí, gracias, inspecciona los vídeos y mira aver si no tiene nada oculto, alguna estenografía oalgo parecido —dijo él sin mirarla, de nuevoabsorto en lo que estaba haciendo. —¿Y el virus? —preguntó ella mientras sesentaba en otra consola y empezaba a inspeccionarlos videos buscando código furtivo. —He hablado con Carmen, ella ha llamado asu hijo, que a su vez me ha llamado a mí y me haenviado una colección. —¿Por correo? —Me ha enviado el código fuente de algunostan antiguos que ya no están en las bases de datosde los antivirus —observó él. —Muy astuto —dijo ella también sin retirar lavista de la consola para ver si los diagnósticos queestaba lanzando se ejecutaban correctamente. —Sí, es listo, tanto que no me ha preguntadopara qué los quiero. —¿Dónde están? —preguntó Casandra. —Los he dejado en el nodo que está
desconectado de la red, el de la consola azul —dijo él apuntando hacia la consola con el dedo. —Bien, ¿has mirado alguno? —dijo ellalevantándose y dirigiéndose a la otra consola que,al estar desconectada de la red, no tenía accesoremoto. —No me ha dado tiempo —se disculpó él. —¿Me ocupo yo? —preguntó Casandra, que yaestaba encendiendo la consola autónoma. —Sabía que me dirías eso, pensé que teparecería divertido. Elige uno sencillo, no tenemosmucho tiempo. —Aquí hay un antiguo gusano, parece queprovocó un gran alboroto al derribar muchosnodos de la red el siglo pasado, es sencillo, seejecuta, se copia en el nodo más cercano y seesconde, luego vuelta a empezar —dijo elladespués de un buen rato de estudiar los diferentesvirus. —Ese puede valer —dijo Daríodistraídamente.
—Prepararé dos. —¿Dos? —Darío levantó la vista y mirófijamente a Casandra. —¿No te acuerdas? Uno enviará el archivo atodos los servidores de vídeos de la red, incluidoslos servidores de vídeos eróticos —explicó ella. —¿Vídeos eróticos? Eres diabólica. Haymiles, la mayor parte son automáticos, tardarándías hasta que empiecen a presionar para que losborren —dijo él, impresionado por la idea. —El otro cambiará aleatoriamente losanuncios publicitarios de la cadena por nuestrosvídeos. O dejan de emitir publicidad o terminanemitiendo nuestros vídeos —continuó Casandra. —¡Qué dilema! ¿Qué crees que harán? —Creo que antes de perder una fortuna searriesgarán a emitirlo, Cysex no hace propaganda,así que no es cliente de ninguna cadena —argumentó Casandra. —Tendrás que alterar el código fuente para losnuevos compiladores y especialmente a los nuevos
sistemas operativos —indicó él, se levantó y fuehacia donde estaba sentada Casandra. —Sí, eso me llevará algunos días y tendremosque probarlo también —dijo ella, que seguíaestudiando el código del viejo gusano. —Bueno, creo que con todo esto se creará elsuficiente alboroto para que cuando los viejosecologistas salgan de sus escondites se les presteatención. Darío seguía pensando que podían sacarle máspartido a todo esto, tenía esa extraña sensaciónque te dice que te olvidas de algo sencillo perotremendamente importante. Salió de la casa conuna pelota, al instante Rufo se materializó a sulado movido por ese extraño poder telepático quea veces parecen tener los perros. Y allí parado,Darío se quedó embobado mirando su mano vacía.Rufo había saltado y le había arrebatado la pelota.La soltó a unos metros de distancia y le ladrócomo diciéndole «Ven a quitármela». Y en esemomento lo vio claro.
—Casandra, llámame estúpido. —Bueno, si eso te hace feliz… Ahora déjame,que estoy liada —dijo ella sentada ante la mesadel porche. Empezó a dictarle órdenes en unaespecie de código a su PDA. —Casandra, lo único que tenemos que hacer espreguntarle a quien nos envió la información deCysex, cómo entró en su red. —Yo misma estuve dando vueltas a esa idea,pero consideré que no se arriesgaría a decírnoslo. —Vamos a intentarlo. Utilizaron el mismo tablón de anuncios ydejaron un mensaje: Hola: Nosotros también estamos rastreando lasmuertes asociadas al implante de Cysex. Nossería de gran ayuda saber cómo has accedido asu sistema. Irene leyó el escueto mensaje y estuvo durante
algún tiempo dudando qué hacer. Al finalrespondió al mensaje dejando las instruccionespara poder conectarse a Cysex y la autentificaciónque creó para ese propósito. Pensó que eraarriesgado, pero ya había cruzado la línea y no eraposible una vuelta atrás. Además, cuanta más genteestuviera implicada, mayores posibilidadesexistían de destapar lo que estaba pasando.
> Alicante, España. > Una semana después Patricia pidió unas vacaciones noremuneradas. Ella y su tío llevaban una semanaencerrados, planificando las actuaciones parademandar a Cysex y pedir al gobierno que sacara ala organización de la ilegalidad. Su teléfonozumbó cuando recibió un mensaje de texto. Decíasolamente: «Sintoniza la cadena de televisión denoticias europeas, no te lo pierdas por nada». Patricia pensó que algún mensaje depublicidad había conseguido burlar su filtro deseguridad cuando se dio cuenta de que el mensajelo remitía Isabel. De mala gana, conectó latelevisión y empezó a sintonizar los canales hastaque encontró el de noticias. No vio nadainteresante, noticias basura y poco más, perocuando empezó el espacio de publicidad casi se
cae sentada al ver el vídeo del atentado a laestación de Greenpeace. —Tío, ven a ver esto, rápido. —Al noencontrarlo por ningún lado volvió a llamarlo apleno pulmón. —¿Qué pasa, Paty? —Su tío apareció conmedia cara afeitada y una maquinilla en la mano. —Mira esto —lo apremió. —¿Qué diablos hace el vídeo del atentado enla tele? —preguntó él sin terminar de creer lo queveía en la pantalla de la arcaica televisión. —Esto nos va a ahorrar mucho trabajo —dijoella con una gran sonrisa. Al poco tiempo, empezaron a recibir mensajesde los otros activistas que estaban colaborandocon ellos, todos decían que el vídeo se estabaemitiendo en espacios de publicidad de variascadenas de televisión y que aparecía como uno delos vídeos más vistos en los servidores de vídeosde la red. En algunas agencias de noticias detecnología de la red, se hablaba de un ataque
cyberterrorista sin precedentes a varias cadenas detelevisión.
> Atenas, Grecia Irene se conectaba todos los días a la red Librey leía el foro donde cada vez más expertosdiscutían sobre cómo cazar al virus de Cysex.Estaba leyendo una entrada en la cual alguienrelataba un intento de intrusión de lo que parecíaun bot de gestión de derechos, pero que, derepente, empezó a buscar interfaces neuralesconectadas a la red. Decidió enviarle un mensajeprivado a esta persona. La PDA de Casandrazumbó suavemente, ella lo ignoró, pues estabatotalmente enfrascada en verificar la contabilidad,además se encontraba en aquel momento moviendofondos entre cuentas, pues tenía que renovaralgunas licencias de software legal quenecesitaban utilizar para mantener la empresa enmarcha. El servidor que mantenían en Andorra eraperfectamente legal y estaba sujeto a las diversasauditorías obligatorias. Era indispensable tenerlo,
pues todos los correos que intercambiaban con laempresas que los contrataban para cazar los virusde la interfaz pasaban por allí, de esa maneraningún curioso podía rastrearlos. Revisó lascuentas, pagó algunas facturas, verificó que ningúnbanco les cobrase comisiones por error, luegocomprobó cómo estaban de fondos y llegó a lavieja conclusión de que trabajar no era muyrentable. Se levantó, fue a la cocina, rebuscó en lanevera y encontró una jarra de té helado, se sirvióun vaso y cuando empezó a beber se acordó de laPDA. Verificó el mensaje. Hola: He estado revisando tus comentarios sobreel bot que rastreó vuestra red. Tengo acceso aalgunas bases de datos del gobierno griego y heverificado que la firma digital corresponde auna sociedad de derechos de autor que ya noexiste, fue absorbida hace años por otrasociedad de mayor tamaño. La firma no fue
revocada, pero ya no se utiliza. Le he pedido a un amigo de confianza quetiene acceso a herramientas que utiliza elMinisterio de Hacienda que verifique a esasociedad, y lo que ha encontrado es que estasociedad no ha remitido al fisco ningunanotificación fiscal, aunque es muy activa, puesse tiene constancia de que ha escaneadorepetidamente las redes ministeriales. Espero que esta información os pueda servirde algo. Saludos. Casandra se dirigió al taller, pues sabía queDarío estaba allí reconstruyendo el helicóptero. Alllegar, le tendió la PDA. Una vez que él la leyó, lepreguntó: —¿Qué opinas? —Pues que hemos encontrado una pieza.Parece evidente que este bot busca a quien estáusando la interfaz y que la sociedad de derechos es
la tapadera —dijo Darío después de leer elmensaje. —¿Crees que podemos rastrearlo? —dijo ella,no muy convencida. —No creo que nosotros podamos, peropodemos pedir ayuda a la red Libre. Una hora más tarde, en el tablón del foroampliaron toda la información sobre el bot,incluyeron su firma digital y colgaron la traza detoda su actividad cuando accedió a sus sistemasinternos.
> Estoril, Portugal Teresa llevaba ya varias semanas escondida enel piso que le facilitaron sus anónimos amigos.Estaba razonablemente tranquila porque recibíamuchos mensajes de sus protectores y algunosmensajes de voz muy simpáticos de alguien que,por la forma de hablar, solo podía ser de Brasil.Todos los mensajes le llegaban a través de lacentral domótica de la casa, que parecía habersido poseída por un espíritu cibernético. Ningunacasa se comportaba de aquella manera. El últimomensaje era realmente bueno: Hola, Teresa: Hemos conseguido acceder a la red de Cysexy logramos borrar todo lo relativo a tu incidente.Cysex ya no te busca y hemos retirado ladenuncia interpuesta en la policía, por lo queestás libre como un pájaro.
También hemos «convencido» al sistemainformático administrativo para que te despidacon una generosa gratificación y que terecomiende para un trabajo en otra compañíadel grupo. Creemos que es lo menos que te mereces,después de que casi te maten, y tambiénqueremos agradecerte tu ayuda, pues nospusiste en la pista al contarnos lo de la interfazde pruebas. Hemos accedido a los planos yvemos que desde la interfaz de pruebas esposible monitorizar una interfaz Cysex. Conesto podremos rastrear la fuente del problema. Teresa no dejaba de preguntarse cómo habríanhecho aquello, sin sospechar que Casandra y Daríoutilizaron la cuenta que les suministró Irene paraacceder a la red de Cysex y entrar en el sistemaadministrativo. A partir de allí fue cuestión debucear en el sistema y encontrar las bases de datosadecuadas y, actuando como administradores,
alterar los datos. Los sistemas expertos de lapropia compañía ejecutaron lo demásautomáticamente.
> Cercanías de Alicante, España Patricia empezaba a ponerse nerviosa, estabaun poco cansada de tener a dos ecologistascurtidos en situaciones extremas haciéndole deguardaespaldas todo el tiempo. Cuando se destapótodo el escándalo, su tío empezó a aglutinar a sualrededor a todo tipo de activistas, la noticia sepropagó como un tsunami. Todos esperaban algúntipo de reacción violenta por parte de Cysex, perono fue así. La empresa tapadera que contrató a losmercenarios hacía años que había desaparecido ylegalmente no se podía hacer nada, a Cysextampoco le preocupaba el escándalo, pues tenía unmonopolio y era inmune a la opinión pública. Losgobiernos cedieron a regañadientes y retiraron lailegalización de Greenpeace, existían muchas otrasempresas a las cuales les molestaba sobremanera
que la organización ecologista volviese a estaractiva, pero estas sí decidieron quedarse almargen del escándalo. Durante los primeros díasllegó realmente a existir peligro y todos estuvieronescondidos y con todas las medidas de seguridadde que disponían, pero a medida que el escándalose hizo público, el riesgo de un atentado se fuehaciendo menor. Ahora el peligro sería el ejércitode abogados y periodistas a sueldo que selanzarían a pleitear contra la nueva asociación acada paso que diera y a intentar difamarla en todoslos medios de comunicación.
> Ámsterdam, Holanda Donald salió del trabajo, por unos momentosintentó recordar dónde estaba su bicicleta. Tardóunos instantes en encontrarla entre todas lasamarradas al lado del canal. Mientras soltaba elcandado, una muchacha pasó en una vieja bicicletanegra y lo saludó, fue tan rápido que se quedó sinsaber quién era. Todavía se sentía un poco triste,pues hacía unas semanas que le había llegado lanoticia de que su abuelo había pasado a mejorvida. No tenían mucho contacto últimamente, perorecordaba cuando era niño y lo llevaba a pasear ensu barco. Fue una especie de hippie salido de otraépoca, enamorado de la vida marina y siempre lehablaba de ello. Seguía pensando en qué hacer conel veterano barco que su abuelo le dejóexpresamente en herencia, él no tenía ni idea denavegar y tampoco le apasionaba el mar, pero noquería deshacerse de él por respeto a su abuelo.
Después de trastear con el candado, se montó en labicicleta y empezó a pedalear. Dejó de pensar,simplemente se concentró en el ritmo y en laconducción, empezó a sentirse mejor. Tras untrayecto de unos veinte minutos, paró en elsupermercado cerca de su casa, volvió a amarrarla bicicleta y entró en la tienda. Compró algo paracenar y se dirigió hacia la caja, encontró algunaspersonas haciendo cola, justo delante suyo unapareja joven hablaba. —¿Has visto el vídeo ese en que unhelicóptero ataca unos científicos? —dijo la chica. —¿Qué vídeo? —¿En qué mundo vives? Unos piratasinformáticos han conseguido que un vídeo en elque se ve un helicóptero destruyendo una antiguainstalación científica salga en un montón decanales. Está circulando por toda la red —leespetó ella. —¿Y eso es noticia? —comentó el chico entono aburrido.
—Resulta que al parecer existió unaconspiración para matar a esos científicos y parailegalizar la asociación ecologista en la quetrabajaban —le explicó ella. —¿En serio?, ¿y quiénes eran esos? —preguntó él, empezándose a sentir interesado porel asunto. —Parece ser que se llamaban Greenpeace oalgo así —dijo ella mientras colocaba cosas en lacinta de la caja. —¿Greenpeace? Nunca he oído hablar de ellos—dijo él, rascándose el mentón. —Espera, ya nos toca. ¿Pagas tú o yo? En ese mismo momento algo encajó en lamente de Donald como las piezas de un puzzle.Salió del supermercado y se dirigió a suapartamento, a la vuelta de la esquina. Al llegarencontró a Saskia, una compañera de piso. —Hola, Saskia. —Ah, hola, Donald. Llegas temprano —dijoella haciéndole un gesto con la mano.
—Saskia, ¿has oído hablar de Greenpeace? —le preguntó. —¿Te refieres al revuelo ese del vídeo? —No, me refiero a quiénes eran y qué hacían. —Ni idea, ¿por qué te interesa? —preguntóella sin saber adónde quería llegar su amigo. —Es que me parece que mi abuelo me contóhace años algo sobre ellos. —¿Has buscado en la red? —preguntó Saskia,pensando que su compañero seguía tan despistadocomo siempre. —Pues no —contestó Donald tímidamente. —Mira, ahora estoy conectada. Vamos a ver. Pagaron por acceder a un repositorio denoticias, solo encontraron referencias al ataque depiratas informáticos. Buscaron en varios sitios yno hallaron ninguna información adicional. —Es inútil, debía de ser un grupoinsignificante, no hay nada en la red —dijo él contristeza. —Espera, vamos a intentar otra cosa —dijo
ella de repente. Saskia fue hasta su habitación, desde fuera sele escuchaba trastear y maldecir. Al cabo de unosminutos, volvió con una unidad de memoria en lamano y la insertó en el portátil. —¿Qué es eso? —preguntó él confundido. —Esto es la Wikipedia —dijo ella con énfasis. —¿El qué? —Es una antigua enciclopedia gratuita queestaba en la red —dijo ella como si hablara con unniño. —¿Bromeas? No existe nada gratuito en la red—aseguró él con incredulidad. —Ahora no, pero antes sí —sentenció ella. —¿De dónde la has sacado? —Circula por la facultad de Historia, es unafuente buenísima para estudiar el siglo pasado. —¿Y eso es legal? —dijo con preocupación. —Por supuesto que no, está camuflada como elreglamento de la facultad. Tiene su firma digital.Cuando la inserto en el ordenador, el sistema de
licencias piensa que estoy leyendo el reglamentouniversitario. —¿Quién ha hecho eso? —Alguien muy bueno. Mira, aquí está. —No puede ser cierto, dice que teníanmillones de simpatizantes, ¿cómo es que no hayregistros en las webs comerciales? —indicóDonald después de leer la entrada de laWikipedia. —Esta enciclopedia era muy fiable —dijoSaskia, por el tono y la mirada Donald ni pensó endiscutírselo. —¿De qué empresa era? —De ninguna, la realizaban miles devoluntarios de todo el mundo —contestó ella confirmeza. —Es difícil de creer. Oye, ¿dice algo de quetuvieran barcos? —A ver… —Saskia repasó rápidamente lapágina—. Sí, aquí está. ¿Por qué lo preguntas? —Me parece recordar que es lo que me contó
mi abuelo —dijo Donald intentando hacermemoria de cuando era pequeño y su abuelo lerelataba lo que él creía que eran cuentos. —Bueno, te dejo que leas tranquilo. Hequedado con mis amigas, me marcho. Saskia se levantó, le lanzó un beso con la manoy salió rápido, como era su costumbre. —Gracias, Saskia —apenas le dio tiempo dedecir a Donald. Después de leer las entradas de laenciclopedia, Donald se conectó a un sitio deasesoramiento legal, pagó por acceder al servicioy estuvo un rato peleando con el sistema experto,luego lo pasaron a un operador humano. Al díasiguiente, un misántropo anónimo donó un viejobarco a la organización y el Rainbow Warriorrenació. Lo llamaron Rainbow Warrior Fénix, demomento estaba varado en un puerto, a la esperade unas reparaciones, pero ya tenía pintado elarcoíris en el casco y esa imagen empezó a dar lavuelta al mundo. Alguien rescató la antigua
leyenda indígena que inspiró al primer barco yempezó a correr por las redes sociales estemensaje: «Llegará un tiempo en que los pájaros caerán del cielo, los animales de los bosques morirán, el mar se ennegrecerá y los ríos correrán envenenados. En ese tiempo, hombres de todas las razas y pueblos se unirán como Guerreros del Arcoíris para luchar contra la destrucción de la Tierra». En algunas redes sociales, los mecanismos decensura borraron las entradas. Sin embargo, enotras, los administradores ya estaban al tanto deque la organización ya no era ilegal y los filtrosdejaron pasar los contenidos.
> Cornisa cantábrica, España Casandra y Darío empezaban a pensar que seencontraban en un callejón sin salida. Entre lainformación que lograron analizar en la red Cysex,no consiguieron encontrar diagramas de loscircuitos de la interfaz ni tampoco un documentoen detalle de su firmware, solo les confirmó lo queya sabían, que todos los muertos tenían interfaces yfallecieron durante una sesión Cysex. Tampoco lacorporación sabía qué o quién les atacaba, pero loachacaba a algún virus de interfaz que no sabían nidetectar ni contrarrestar. Casandra se despertó un poco inquieta al nosentir a Darío a su lado en la cama. Mediodormida, fue al cuarto de baño y luego, ya vestidacon un albornoz, se dirigió a la cocina, encontró aDarío preparando el desayuno y en la pantalla de
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