—No estropees el momento, además no esnada que no podamos acabar pagando. —¿Seguro? —dijo ella mirándolo fijamente alos ojos para confirmar la veracidad de larespuesta. —Sí, vamos, no te preocupes. Termina tudesayuno —contestó él, también mirándolatambién a los ojos. —¿Te he dicho hoy que te quiero? —preguntóella con voz mucho más dulce. —Sí, por telepatía. —¿Qué telepatía? —Pues esa que tú y yo tenemos. —Aaah…, esa. —¿Necesitas algo? —No, gracias, creo que me quedaré aquísentada un rato —dijo ella dando otro sorbo alcafé. —¿Algo para leer? —insistió él levantándose. —Quizá más tarde, gracias. —Bueno, ahora vuelvo. Voy a hacer un poco
de intendencia. Darío se encaminó al garaje, tenía que rellenarde metano el depósito del quad. A medio caminose encontró a Rufo correteando alrededor delárbol de las ardillas, lo llamó para que dejara enpaz a los vecinos y lo envió con Casandra paraque le hiciera compañía. Cuando regresó,Casandra estaba trasteando con la PDA,dictándole órdenes. —¿Qué haces? —le preguntó Darío intrigado. —Reviso los datos referentes al incidente«Teresa» —contestó ella en tono ausente. —¿Incidente «Teresa»? —Sí, lo he llamado así —dijo ella sin darmayores explicaciones, como si eso lo aclararatodo. —¿Alguna conclusión? —Es pronto, hasta que no hablemos con ellano habrá nada concluyente, pero estoy adelantandoel trabajo y guardando todo lo que sabemos en unrepositorio —contestó ella sin dejar de manipular
la PDA. —¿Quieres que la llamemos luego? —Sí. Pedro ha programado la central domóticapara que podamos hablar con ella y ha habilitadoun canal seguro. —Bien, déjame que termine unas cosas y mireel correo, por si hay alguna novedad de nuestroscontratistas, y después la llamamos —concluyóDarío ya a medio camino de la puerta de entrada.
> Estoril, Portugal Teresa se despertó asustada, como cuando tedespiertas en medio de una pesadilla y estás entrelos dos mundos, sin separar bien el sueño de larealidad. Por un largo instante se sintiódesorientada al percibir que aquella no era sucama ni su habitación, luego todo el raudal derecuerdos la inundó, parpadeó, apretó los dientes yse levantó tambaleante hacia el cuarto de baño.Cuando salía del baño, sin saber muy bien quéhacer, una voz la sobresaltó. —Buenos días, espero que haya dormido bien—dijo una voz incorpórea con un tono extraño. —¡Aaaaah! —gritó Teresa sobresaltada. —Por favor, no se inquiete —dijo la voz—.Soy el sistema domótico de la casa, me hanprogramado para ayudarla. —¿Puedes ayudarme y sacarme de este lío? —preguntó ella en tono sarcástico.
—¿Se supone que ahora tendría que tener uncortocircuito o decir algo como «No estoyprogramado para eso», no? —dijo la maquina entono serio. —Vaya, una máquina graciosilla —apuntó ellacon una sonrisa. —No, eso es imposible, solo estoy un pocomejor programada que la mayoría, puedo ayudarlacon información y todo lo que tenga que ver con elfuncionamiento de la casa, además puedo hacercompras en la red, si desea algo. —Vale, ahora solo dime si hay en la casaalguna cosa para desayunar —dijo ella en tonorepentinamente cansado. —En la cocina, segundo armario a la derechade la ventana, estante superior. Me temo que solohay café soluble —recitó la máquina. —¿Cómo es que una máquina sabe eso y cómoes que me entiendes tan bien? —preguntó ella cadavez más intrigada por las capacidades del sistema. —Leo las etiquetas inalámbricas de los
productos en los armarios y ya te lo he dicho,estoy mejor programada que las demás máquinas—explicó la máquina. Teresa no estaba segura, pero creyó detectarcierto orgullo en la voz. Teresa fue a la minúscula cocina, encontró elcafé donde la máquina le indicó y se preparó unodoble, también encontró una caja de galletas de lasque tardan mucho en caducar. No tenía hambre,pero le dolía el estómago y pensó que era mejorcomer algo. No sabía si el café era una buena idea,pero necesitaba despejarse un poco. Algún tiempo después, Teresa estaba sentadaen el comedor, viendo las noticias en la televisión.Como siempre, se centraban en infinidad denoticias sobre las competiciones deportivas, laprevisión del tiempo y la prensa rosa. No sintonizónada interesante, pero sin previo aviso latelevisión se apagó y la voz de la casa empezó ahablar: —Estoy recibiendo órdenes remotas
prioritarias, me indican que conecte el audio y elvídeo. Unos amigos quieren hablar contigo, perome dicen que antes te avise —dijo la asexuada vozde la casa. —¿Quieren hablar conmigo?, ¿quién? —preguntó ella curiosa. —Aquellos que me han indicado que te dejeentrar y que me han puesto a tu servicio. —Hola, Teresa, ¿cómo te encuentras? —Seoyó por el sistema de la casa. Aunque era lamisma voz, su tono y cadencia eran distintos y yano parecía una máquina. —Hola… —atinó a decir Teresa, un tantoconfusa. —Entendemos que estés asustada, pero teaseguro que donde estás no corres peligro y quesolo queremos ayudarte. —¿Quién eres? —preguntó Teresa cada vezmás intrigada. —Prefiero no decírtelo, a nosotros tambiénnos buscan personas sin escrúpulos como las que
han intentado hacerte daño. Por tu seguridad y lanuestra es mejor que no sepas quiénes somos. —Eso ha sonado fatal —indicó Teresavolviendo a sentir miedo por el tremendo lío en elque estaba. —Mira, Teresa, nosotros estamos investigandolas muertes relacionadas con Cysex y nuestrossistemas automáticos se toparon contigo sin querer.Decidimos ayudarte porque sabemos lo que es quete persigan y no nos gusta. —¿Qué queréis de mí? —Lo primero, ayudarte y luego que noscuentes lo que te ha pasado. —No hay mucho que contar. Yo trabajo paraCysex en el sector de pruebas, en medio de unasesión de ensayos me desperté y luego intentaronmatarme. Lo demás, ya lo sabéis —relató Teresacon pesar. —¿Te despertaste?, ¿estabas dormida? —Eso es lo extraño. Me dormí en la sesión depruebas, eso se supone que no tenía que haber
pasado. —¿Exactamente qué es lo que pruebas? —Cysex en ocasiones permite a otrasempresas utilizar la interfaz en sus programas,especialmente en juegos. Nosotros probamos quelos productos de terceras compañías cumplan conlos estándares de Cysex y los homologamos —explicó Teresa en tono profesional. —¿Probáis nuevo hardware? —No, el hardware de los implantes no cambiadesde hace años. —¿Nuevas rutinas del software de control? —Eso lo hace otro departamento, pero, que yosepa, hace años que no se cambia nada tampoco —contestó Teresa, que no entendía muy bien a quévenían esas preguntas. —¿Me puedes contar cómo se realizan laspruebas? —Sí, claro. Nosotros nos conectamosnormalmente y por la interfaz neural monitorizannuestras reacciones —explicó Teresa pensando
que lo mejor era colaborar con sus benefactores. —Espera, ¿has dicho que os monitorizan por lainterfaz neural? —Eso es. La interfaz Cysex no tiene capacidadde monitorización, pero descargando un softwarede control en la interfaz neural básica es posiblemonitorizar las dos. La interfaz Cysex esbásicamente activa. Está proyectada para estimularel neurocórtex y simular sensaciones de tacto, perola interfaz neural ha sido diseñada para leer. Loque se hace es verificar si la simulación Cysexgenera en nosotros sensaciones dentro de losparámetros deseados. —Y ese software que las activa, ¿cómofunciona? —No lo sé, nos descargan algo al principio dela simulación que activa esa funcionalidad, es loúnico que nos contaron. —¿Teresa, en algún momento os dijeron queeso podía ser peligroso? —No dijeron nada. Por supuesto todos
firmamos contratos con cláusulas que advierten demil cosas, pero casi nadie se lo lee, es como losprospectos de las medicinas. Lo peor que nos pasaes que alguna simulación no esté bien diseñada ylas sensaciones no sean las correctas —expusoTeresa intentando ser didáctica en susexplicaciones. —¿Quieres preguntarnos algo? —dijo la vozcambiando abruptamente la dinámica de laconversación. —¿Tenéis idea de qué va a pasar conmigo? —preguntó Teresa, intentando que no le temblara lavoz. —Sinceramente, no lo sabemos. De momento,opinamos que lo mejor es que te quedes escondiday que no intentes entrar en contacto con nadiedirectamente. Si quieres, puedes llamarnosutilizando la central domótica, y si necesitashablar con alguien más, podemos intentar que tepongas en contacto por correo electrónico conquien quieras, pero tendremos que hacer algunos
malabarismos para que no nos rastreen. —Me gustaría avisar a mi novio y saber si estábien. Se encontraba cerca cuando se lo llevaron —dijo Teresa, que llevaba tiempo queriendo sacareste tema en la conversación. —Bien, nos costará algún tiempo preparar elenvío de un mensaje. Luego te avisaremos, esprobable que te llame también otro amigo nuestroy hable contigo. —Gracias, no sé qué decir —apuntó Teresacon voz firme ahora, aunque tenía los ojoshúmedos. —No digas nada. Ahora intenta relajarte ysobre todo no dejes que te domine el pánico. Sinecesitas algo, díselo a la casa: ropa, comida todolo que se pueda comprar por la red te lo puedeconseguir. Luego hablamos. Teresa se disponía a decir algo, cuando latelevisión se volvió a encender en el mismoprograma que estaba viendo antes y comprendióque la comunicación había terminado. Se quedó
sola, un poco más tranquila que antes, por lomenos se sentía a salvo. Pensó que no tenía sentidoque la hubieran llevado hasta allí solo paraentregarla a Cysex, pero nada de esto tenía sentidoy seguía pareciendo una maldita pesadilla.
> Cornisa cantábrica, España A cientos de kilómetros, Casandra y Daríodiscutían las implicaciones de lo hablado conTeresa. —Así que podemos monitorizar la malditainterfaz Cysex —resopló Casandra. —Lo raro es que no lo supiéramos, tenemosacceso a bastante documentación de la interfazneural y nunca supimos que tuvieran esaposibilidad —dijo Darío en tono ausente, como siestuviera pensando en otra cosa. —Está claro que no querían que nadie losupiera, ni siquiera nosotros que cazamos los virusde la interfaz. Casandra iba a contestar a Darío cuando lomiró a los ojos y lo vio totalmente absorto.Conocía esa expresión, cuando la mente de él se
desconectaba momentáneamente de su cuerpo ybuscaba frenéticamente relacionar pensamientos,ideas, conceptos. Por un instante dejó que supropia mente también vagara, como si intentaseque se encontrara con la de él en el espaciocuántico, dos frentes de onda holísticos navegandocada uno por su red de neuronas, pero de algunamanera muy sutil interconectados por sentimientostan profundos que conseguía que en algunassituaciones tuvieran la sensación de sentir uno lospensamientos del otro. —¿Has tenido una iluminación? —le preguntóCasandra cuando la luz volvió a los ojos de Darío. —No, pero he tenido una idea obvia que puedeayudar. —Has pensado que podríamos monitorizar unaunidad Cysex —dijo ella jugueteando con unmechón de pelo. —Sí, la idea es obvia. En la mayoría de loscasos no serviría de nada, pero nosotros tenemoslas rutinas que rastrean pautas extrañas en busca
de virus. Quizás podamos encontrar algo —comentó él, por su expresión seguía pensando ensegundo plano en cómo hacerlo. —No sé. Nosotros rastreamos los virusutilizando una simulación de software que haceque el virus piense que es una interfaz de controlsiendo usada por alguien, no tenemos nada queanalice una interfaz de verdad —indicó ella. —Podemos crear nosotros un virus de interfaz,que… —empezó a murmurar él. —¡Sí, sí, sí! —gritó ella en una explosión dejúbilo. —Pero si no he terminado de hablar —balbuceó Darío confuso. —No hace falta, eres genial, ibas a decir queel virus monitorice la interfaz y nos vaya diciendolo que está pasando —dijo ella rápidamente. —Tienes que parar de hacer eso, a veces measusta. —¿Hacer el qué? —preguntó ellaparpadeando.
—Fingir que me lees el pensamiento —indicóél muy serio. —¿Y quién te ha dicho que no sea real? Asíque, ten cuidado con lo que piensas… —Vale, ¿y en qué pienso ahora? —preguntó élponiendo cara de concentración. —Uum… estás pensando en achucharme unpoco —dijo ella ladeando ligeramente la cabeza yguiñándole un ojo. —Bueno, no era eso, pero me parece unabuena idea. ¿Adónde piensas que vas? Ni se teocurra… vuelve aquí… Algún tiempo después, Darío dormitaba en lacama, abrió los ojos y vio a Casandra recostada,por un momento se quedó admirando su desnudez,luego sus ojos se encontraron. —¿Tramando algo? —le preguntó Darío. —Solo pensaba —contestó ella mirandofijamente el techo.
—¿En…? —preguntó él acariciándole elhombro. —Que aunque consigamos desarrollar unsoftware monitor para la interfaz, no sabemos québuscar —contestó ella volviéndose de lado. —Supongo que parámetros fuera de lo normal—dijo él sin demasiada convicción. —Y además, ¿cómo vamos a probarlo? —Buf… eso es un problema. No podemoscoger a cualquiera y decirle que vamos a usarlo deconejillo de indias. —Bueno, afrontemos un problema cada vez, nonos precipitemos —indicó ella. —He pensado que un monitor médico nosvendría bien. No quiero que nadie entre en coma oalgo peor durante una prueba. —Hablemos con Pedro, puede que en launiversidad podamos hacer todo eso. —Cariño, es una buena idea. Allí tienen lainfraestructura y lo pueden camuflar con algún otroexperimento. ¿Crees que nos ayudarán?
—Es probable que seamos nosotros quieneslos ayudemos a ellos. Si los conozco bien, ya debede haber alguien del grupo buscando soluciones. Darío se levantó temprano y realizó una de susvisitas periódicas al invernadero. Ya teníarevisado el estado de los principales sensores y sedisponía a reparar uno de los conductos de riegopor goteo, que parecía que se encontrabaobstruido. Rufo lo observaba desde la puerta, nole gustaba nada el invernadero, mucho calor ydemasiada humedad, se tumbó fuera dejando claroque prefería el clima del exterior. De repente,levantó las orejas, se incorporó de un salto y saliócorriendo hacia la casa. Unos instantes después, laPDA de Darío zumbó como si se fuera adesmontar. Darío dejó caer la herramienta queestaba usando y miró la pantalla que parpadeabaen rojo. Lo que vio no le gustó nada: «Alarma deintrusión física en el círculo exterior».
Eso era muy malo, quería decir que el sistemaexperto de vigilancia del perímetro externo de lacasa estaba convencido de que había alguienrondando cerca. El sistema ya tenía descartado quefueran animales o fallos en los sensores, estabamuy depurado y no solía cometer errores deinterpretación. Darío introdujo un código en laPDA y confirmó el protocolo de emergencia. Elsistema, en realidad, ya tenía activados losprotocolos de seguridad y no necesitaba lainteracción humana hasta cierto nivel, pero paradesplegar las defensas se requería la confirmaciónde uno de los dos. Acto seguido, llamó a Casandrapor la red interna de la casa. —Casandra, ¿dónde estás? —Estoy en el sótano. Tenemos visita —dijoella, de fondo se escuchaba el sonido del teclado. —¿Rufo está contigo? —preguntó él, aunquesabía la respuesta.
—Sí, al oír la alarma ultrasónica saliócorriendo y vino hacia aquí. Lo entrenaste bien —dijo ella sin dejar de manipular el sistema devigilancia. —¿Ves algo en los monitores? —Sí, por lo menos dos tipos, uno de ellosarmado —contestó ella. Por el tono de voz, Daríosupo que estaba profundamente concentrada. —¿Profesionales? —preguntó él con laesperanza de que fueran vulgares ladrones. —No creo, parecen saqueadores normales, elque va armado creo que lleva una vieja escopetade caza —expuso ella con alivio. —¿Dónde están? —Entre los pinos, detrás de la casa. Pareceque no se deciden. —¿Has llamado a la policía? —Sí, he llamado y me ha saltado uncontestador diciendo que todas las líneas estánocupadas y que, por favor, llamemos primero anuestra compañía de seguridad para que evalúen si
es necesaria una acción policial directa —dijoella con rabia. —No sé por qué pregunto… —añadió él conresignación. —He dejado un bot programado para quellame automáticamente y «hable» con el sistema dela policía. Cuando al final consiga contactar conun humano nos lo pasará a uno de nosotros. —Bien hecho. —Darío, no estás seguro donde estás, pero sisales del invernadero te verán —dijo ella muypreocupada por la indefensión de Darío. —¿Cómo sabes que estoy aquí? —Tonto, te estoy viendo por las cámaras. —No hay manera de tener intimidad —bromeóél. —No es momento para bromas, ¿qué hacemos?—le regañó ella. —Pues por ahora… —Espera, no me gusta nada esto: Conéctate ala cámara siete —le interrumpió ella.
—A ver, un segundo… Sí, ya lo veo. Vaya, seestán colocando con algo —dijo Darío después deconectarse y ver las imágenes de la cámara. —Eso me parece, creo que han decidido entrary se están poniendo a tono. Maldita sea, esto se vaa complicar. —Despliega las defensas, que se concentren enel que va armado —concluyó Darío pensando quela situación requería acciones directas. —Hecho —indicó ella fríamente. Casandra arrancó las defensas activas de lacasa. La red automáticamente suspendió todos lossistemas no necesarios, toda la potenciainformática se concentró en los mecanismosdirectos de defensa. El helicóptero en miniatura ydos pequeños robots, que eran maquetas de cochesmuy modificadas, se desplegaron; todos teníanTásers de defensa y podían dejar fuera de combatea una persona. Los dos vehículos terrestressalieron disparados al unísono y se dirigieron alos árboles. En pocos segundos se acercaron al
tipo que llevaba la escopeta y le dispararon losTásers. Resultó fácil, pues permanecían quietos. Uno de los impactos le acertó y lo dejóinconsciente; el otro dio en un árbol. No eraninfalibles. El compañero se percató de loocurrido, recogió la escopeta y, antes de que elsistema tuviese tiempo de recalcular el objetivo,destruyó uno de los vehículos. Cometió la torpezade dispararle los dos cartuchos, y mientrasintentaba frenéticamente recargar la escopeta, elotro vehículo lo dejó fuera de combate. Mientrastanto, el helicóptero sobrevoló el bosque buscandomás intrusos, sonaron dos detonaciones y cayócomo una piedra: existía alguien más armado en elbosque y parecía tener buena puntería. Darío sintióverdadera pena por el helicóptero, había destinadomuchas horas a construirlo a partir de una maquetade aeromodelismo normal y corriente y le tenía unespecial cariño. Tuvo que contenerse para nobuscar al desgraciado y romperle la cara. —¿Qué nos queda? —preguntó Darío, que
tenía menos información en su PDA que ella en lasala de control. —Uno de los vehículos terrestres sigueoperativo, pero, sea quien sea, está fuera delperímetro de defensa —sintetizó ella. —Tiene que hallarse cerca, habrá visto lo queha pasado y por eso ha destruido el helicóptero. —Sí, tienes razón. —Esconde el vehículo, pero déjalo cerca dedonde están los dos, lo más seguro es que venga aayudar a sus compañeros. —Preferiría enviarlo adonde estás para que teproteja —dijo ella. —No creo que el otro tipo sepa que estoy aquí.Además, es preferible que lo cace el robot antesque enfrentarnos nosotros, que es lo que pasaría sillegase hasta aquí. ¿Estás armada? —Sí, con el Táser que hay escondido en lasala de control, ¿y tú? —Tengo un martillo, como Thor —dijo élintentando quitarle importancia al asunto.
—El de Thor era mágico, no creo que el tuyosirva contra una escopeta —repuso ella, cada vezmás preocupada por su pareja. —Ni tampoco tu Táser, su alcance es limitado.Esperemos que se acerque lo suficiente al robotcomo para dejarlo fuera de combate —dijo élintentando no parecer demasiado preocupado. —Se está moviendo, ya ha entrado en elperímetro. —Espera a ver qué hace —aconsejó él. —Está dando un rodeo, maldita sea, no seacerca a sus compañeros. Viene directo hacianosotros, no parece que le importen mucho. —¿Dónde se encuentra ahora? —preguntó él,era más rápido que le informase ella que navegarpor el sistema de defensa con la pobre interfaz dela PDA. —Rodeando la casa, va hacia la puerta deatrás. —Despierta al robot y que lo ataque —indicóDarío, esperando que ese robot no cayese como el
primero. Casandra volvió a activar el robot, el sistematomó el control y fue directamente a lascoordenadas que le proporcionó. Eso era másefectivo que activar la función de búsqueda, le dioorden de ataque inmediato. La máquina saliódisparada hacia la casa, donde el intruso intentabaforzar la cerradura de la puerta de atrás sindemasiado éxito, y al que le alertó el ruido delrobot y, antes de que llegase a la distancia dealcance del Táser, le disparó con la escopeta, fallóel primer disparo, pero lo inutilizó con el segundocartucho. El tipo empezó a maldecir mientras buscaba enlos bolsillos más cartuchos, lo siguiente que sintiófue un fuerte impacto en el pecho que lo dejó sinrespiración. Darío siguió por las cámaras conectadas a suPDA los movimientos del intruso, cuando estuvoseguro de que no podía verle, salió delinvernadero escondiéndose detrás del depósito de
gas del biodigestor, donde esperó agachado.Encontró su oportunidad al ver al intruso con elarma descargada y buscando los cartuchos; saliócorriendo de su escondite y le lanzó el martillo.Todo le pareció que ocurría como a cámara lenta. El intruso se quedó unos instantes paralizado acausa del susto y del impacto. Su vista se nublópor el dolor y dejó caer la escopeta, llevándoselas manos al pecho, al lugar donde el martillo logolpeó. Darío no aminoró la marcha, todos sussentidos se agudizaron por el tropel de adrenalinaque recorría su organismo. Su visión parecióconcentrase en un tubo, enfocaba la escopeta caídaen el suelo, a los pies del intruso. Siguiócorriendo, se agachó y cargó contra el invasor, queya lo había visto, y dudó entre recoger la escopetao prepararse para luchar. Se quedó parado justo elinstante que Darío necesitaba, golpeándoleduramente contra la puerta. Él mismo quedó unpoco aturdido con el encontronazo. Se levantó y lesacudió una patada en la entrepierna. El intruso
hizo un ruido raro y se desmayó. Darío sacó unasbridas de plástico del bolsillo y las usó paraamarrarlo, se abrió la puerta y apareció Casandra,quien lo abrazó tan fuerte que casi le corta larespiración. —¿Te encuentras bien? —murmuró Casandrasin soltarlo. —Sí, sí, estoy entero. —¿Seguro?, ¿no te ha pasado nada? —Casandra lo liberó del abrazo y lo inspeccionó conactitud maternal. —Seguro, solo me duele un poco el hombro ytengo un susto de muerte, pero estoy bien. —Yo vigilo a este. Ve a amarrar a los otrosantes de que se espabilen —dijo ella, volviendo aser práctica. —Sí, tienes razón. Darío corrió hacia el bosque donde estaban losotros dos tipos, se escondió detrás de un árbol,descolgó la PDA de la cintura y se conectó a lascámaras del bosque. Vio que todavía estaban
tirados donde cayeron, guardó la PDA y corrióhacia ellos. Los amarró también con bridasplásticas. Vio la escopeta de caza tirada en elsuelo y la bandolera con cartuchos (a pesar delestricto control de armas, existían miles de armasde caza diseminadas por todos lados, el negociode la caza siempre conseguía dejarlas fuera de losmecanismos de control, aunque curiosamenteexistía ya muy poca caza en la vieja Europa, puesla fauna salvaje estaba al borde de la extinción).Recogió la escopeta y los cartuchos y los escondióentre los matorrales, no sabía si alguien másestaba rondando por allí, luego volvió a la casa. —¿Va todo bien? —le preguntó a Casandra. —Sí, he conseguido hablar con la policía, leshe dicho que hemos capturado a unos saqueadoresarmados y que los tenemos atados fuera, y que nonos responsabilizamos si tardan mucho en llegar ylos cuervos los picotean un poco. —¿Qué han dicho? —Se han puesto bastante nerviosos y han
contestado que envían una patrulla inmediatamente—contestó ella con una mueca. —Vaya, para proteger a estos sí se dan prisa. Poco tiempo después, mientras los dos estabanen la cocina tomando una tila e intentandocalmarse, el sistema de seguridad volvió a hablar. —Vehículo con identificación oficialacercándose por el camino principal —dijo lamáquina. Casandra y Darío se levantaron y salieronhacia la entrada principal, esperaron unos minutosy un vehículo blindado estacionó frente a la puerta.Debajo del logotipo de la policía podía verse, máspequeño, el logotipo del contratista de seguridad.De la parte de atrás se abrió una compuerta y salióun robot de combate, se movía por orugas yportaba armas de fuego, no era listo, estabamanejado a distancia por un operador dentro delcoche. El robot giró y los encañonó. —¡Quietos! ¡Las manos a la vista! Tenemos
autorización para usar la fuerza —dijo la vozmetálica del robot de combate. —¡Estúpida máquina!, ¡nosotros somos lasvíctimas! —explotó Casandra. —El malo es ese que está atado detrás de lacasa. La máquina se quedó quieta un instante,seguramente mientras el operador decidía quéhacer, luego empezó a moverse y rodeó la casa, alcabo de unos minutos volvió, se abrió la puerta delvehículo y salieron dos policías enfundados entrajes de combate. El más delgado miró alrededor,guardó el arma y se levantó la visera del casco,revelando una mujer de mediana edad con el peloblanco. Tenía unos ojos grandes que parecíanhaber visto más cosas de las que le gustaría, elcolor de su piel reflejaba que era una persona quele gustaba pasar tiempo al aire libre. Se movió congracia, a pesar del traje de combate, y se acercó ala pareja. —Identifíquense, por favor —dijo con voz
firme. Casandra y Darío dieron sus nombres legales ysus números de identidad fiscal. La agente locomprobó hablando con su antebrazo, después deun momento asintió con la cabeza. Su compañero,que estaba apartado y que no había bajado el armaen ningún momento, volvió a entrar en el vehículo. —Hay dos más en el bosque —le gritó Darío,antes de que se fuera. —Interesante trabajo han hecho aquí —dijo laagente después de observar la escena del delitocon ojo crítico. —Ya que vosotros no llegasteis a tiempo, notuvimos más remedio que improvisar —le contestóCasandra con una mueca de disgusto. —Según consta, ustedes no tienen contratadauna póliza de seguridad. Eso les habría evitadomuchos problemas —recitó la agente, como sifuera una frase hecha. Se miraron un instante, los dos pensaban lomismo: otra vez esa cantinela. Darío vio la rabia
crecer en los ojos de Casandra y antes de quedijese algo, contestó él. —Tenemos nuestro propio sistema deseguridad —dijo Darío en tono conciliador,intentado no llamar la atención sobre ciertas cosas. —Eso es absolutamente ilegal —respondió laagente mecánicamente. —No es verdad y usted lo sabe o debería desaberlo. Además, tenemos un permiso dedesarrollo de sistemas, poseemos sistemas deseguridad experimentales y trabajamos comocolaboradores para una universidad que tienecontratos de desarrollo aplicado con variasempresas de seguridad y hasta con agenciasgubernamentales —dijo Darío usando su tono másprofesional e intentando resultar impersonal. —Eso cambia las cosas —admitió la agentesuavizando su expresión. —También estamos obligados a decirle queestos intrusos han destruido prototipos de robotsautónomos de seguridad que están protegidos por
los protocolos de privacidad industrial, así que niusted ni su compañero pueden recoger parte deellos como prueba —dijo Casandra uniéndose a laconversación y ya más calmada. —Parece que están ustedes bien informados —apuntó la agente un poco impresionada por eldespliegue. Darío le narró una parte de la historia, si bientenían la tapadera de la universidad para hacer susjuguetes, no existía ningún encargo de realizarsistemas de seguridad, pero si poseían todos lospermisos, una vez que la confidencialidad en losprotocolos de investigación y desarrollo era tanestricta que nunca se especificaba claramente quése podía o no desarrollar para no dar pistasinnecesarias a los espías industriales. La agente volvió a hablarle a su antebrazo,luego puso cara de concentración y parpadeóvarias veces, cuando se dirigió a ellos su voz eramás suave y parecía considerablemente másrelajada.
—Bien, según su historial, lo que me dicen escorrecto. Tienen acreditaciones de colaboracióncon universidades nacionales, aunque, segúnconsta, sus permisos principales vienen delextranjero, pero son válidos. Me cuesta creer quedos investigadores neutralicen a variosdelincuentes armados con prototipos nocomerciales, pero no quiero saber más no sea queme tope con algún secreto industrial y termine conuna demanda. —No tenemos intención de demandar a nadie,solo queremos que se lleven a esos delincuentes loantes posible y que no vuelvan —dijo Casandra. —No se preocupe, estos no van a salir de lacárcel por un buen tiempo, se les acusará deespionaje industrial. —¿Espionaje industrial?, ¿y las armas, y elintento de robo? —preguntó con incredulidadDarío. —Eso son delitos comunes y entrarían por larama ordinaria de la justicia; el juicio tardaría
mucho. Si les acuso de espionaje industrial irán ala cárcel hoy mismo, mientras van a juicio —contestó la agente con indiferencia. Casandra se acercó a Darío y le susurró: —Ahora vuelvo, voy a desactivar todos lossistemas críticos. Darío asintió. Lo que Casandra quiso decirlees que iba a desactivar todos los sistemas expertosde la casa y a echar un vistazo por si tenían algocomprometido a la vista, no fuese que uno de lospolicías quisiera registrar la casa. Entró en ellaboratorio y recogió todo lo que estaba expuesto,desactivó los sistemas y puso toda la red en estadode hibernación, grabó una unidad de memoria conlos vídeos del intento de intrusión, eliminando lametainformación que contenían y dejandoúnicamente las imágenes, luego fue a la sala decontrol del sótano, liberó a Rufo y cerró la entradaque estaba disimulada detrás de una estantería deviejos libros de papel. Cuando Rufo salió de lacasa se asustó al ver a la policía con el traje de
combate, olía a humano pero tenía un aspectoextraño, además el traje refulgía en una longitud deonda fuera de la visión humana que él podía ver.Darío notó al perro inseguro, lo llamó y le dijoque se sentara a su lado. Rufo, al ver al extrañohablando cordialmente con Darío, se aventuró aacercarse un poco para investigarlo desde lejos,luego levantó las orejas, olisqueó el aire, se leerizó el pelo y empezó a gruñir. A continuación sedesató el caos: la oficial de policía se giró en unmovimiento antinatural, su traje de combatecambió de color y la visera del casco se cerró solasobre su cabeza. Un instante después se escuchóuna detonación, durante unos segundos queparecieron una eternidad no ocurrió nada, luego, elrobot de orugas apareció de detrás de la casa y sedirigió al bosque, se perdió entre la maleza y seescuchó el tableteo de las armas automáticas queportaba al ser disparadas, después se hizo elsilencio. Darío aferró a Rufo en volandas y selanzó hacia el porche de la casa, derribó la antigua
mesa de madera y se escondió detrás, sujetando alperro para que no se fuera por su cuenta. Cuandotodo pareció haber pasado, llamó a Casandra porla red interna. —Casandra, ¿qué ha sido todo eso? —No lo sé. Tenía desactivada la red devigilancia, pero por las cámaras puedo ver queparece que ha terminado todo. Casandra abrió un poco la puerta y con unosprismáticos miró alrededor. Le hizo señas a Daríopara que se quedase donde estaba. La agente depolicía, mientras tanto, se había refugiado detrásdel vehículo policial y hablaba en una especie decódigo de combate con su compañero, que eraquien comandaba el robot. Acto seguido, selevantó y se dirigió hacia ellos. —¿Están bien? —Sí —contestó Casandra—. ¿Qué ha pasado,quién disparó? —Alguien desde el bosque con un rifle decaza.
—¿Quién es tan idiota como para disparar a unpolicía? —preguntó Darío, todavía atónito por lasituación. —No lo sabemos, ha sido abatido por el robotde combate —dijo la agente en tono neutro,parecía querer obviar que no muy lejos de allí unhomicida yacía muerto. —Pero todo el mundo sabe que los trajes quevestís son a prueba de balas —insistió Darío. —Sí, pero yo llevaba el casco abierto,seguramente pensó que podía abatirme y falló eldisparo. —Sigue siendo un disparate —apuntóCasandra. —No crean, estos trajes valen una fortuna en elmercado negro, puede que le venciese la codicia—aventuró la policía. Daba la impresión que elincidente no le era del todo ajeno. —¿Ha terminado todo? —preguntó Casandra,que no paraba de inspeccionar el bosque con losprismáticos.
—He pedido que un helicóptero rastree lazona. Ustedes quédense dentro de la casa hasta queestemos totalmente seguros. Al rato, los tres estaban en la cocina todavíanerviosos. Casandra revisaba las cámaras deseguridad, maldiciendo por no poder activar lossistemas expertos de seguridad ahora que elhelicóptero de la policía rastreaba toda la zona.Darío se aplicaba una crema en el hombro que leestaba empezando a molestar y Rufo se echó adormir en una esquina. La agente de policía llamóa la puerta y la dejaron entrar. —Hola agente, ¿quiere un café? —le preguntóCasandra. —Pues creo que voy a hacer una excepción yaceptarlo, gracias —contestó la policía con unabreve sonrisa. —Siéntese, por favor. ¿Cómo le gusta? —Solo, por favor, sin azúcar. —¿Han descubierto algo? —le dijo Darío. —No mucho. Parecen delincuentes comunes,
menos el que me disparó, que portaba un arma decalidad y llevaba ropa y equipos caros. Tendremosque esperar a que los interroguen. Nosotros yahemos terminado por aquí y nos vamos. Puedenestar tranquilos, se ha rastreado toda la zona y nohan encontrado a nadie más. Casandra le puso la taza de café encima de lamesa, y le tendió la unidad de memoria dondetenía almacenados todos los vídeos de las cámarasde seguridad. —Son los vídeos de nuestras cámaras deseguridad, puede que les sirvan de algo —señaló. —Gracias, se los pasaré al departamento deanálisis. Vaya, este café es muy bueno —dijocuando lo probó—. Algo bueno en este día infame. Terminó el café, se levantó y durante uninstante miró a Casandra y luego a Darío, como sisopesase algo o calculase algún tipo deprobabilidad, luego le volvió a hablar a suantebrazo con vocablos que no tenían muchosentido.
—Acabo de enviarles mi dirección de correoprivada y mi clave pública, si tienen algún otroproblema o alguna información sobre este lío, nodejen de comunicármelo. Antes de que pudieran contestarle nada, lesdirigió una sonrisa cansada que le iluminó elrostro por un momento, se dio media vuelta ydesapareció. Durante un par de días se volcaron en susactividades. Casandra todavía se recuperaba de laoperación, aunque se sentía estupendamente; Daríoinsistía en que no hiciera esfuerzos. Entoncesrecibieron una llamada de vídeo autentificada dela policía. Puesto que se encontraban en la cocina,activaron el vídeo en la pantalla principal. El monitor se iluminó y vieron a la mismaagente del otro día, vestía sin uniforme y lossaludó amablemente. —Quería informarles personalmente de que, alparecer, los tipos que les atacaron lo quepretendían era hacerse con sus prototipos.
—¿Cómo dice? —atinó a decir Casandra. —Uno de los que inmovilizaron, accedió aconfesar a cambio de ciertas facilidades en eljuicio. Según dice, el que me disparó trabajabapara una compañía de seguridad y estuvo un día ensu casa, donde fue acorralado por un artilugiovolador. —¿El bruto que casi patea a mi perro es elresponsable de todo eso? —bufó Casandra conincredulidad. —Sí, por lo visto pensó en vengarse, por esointentó robarles y vender el prototipo al mejorpostor. La buena noticia es que contrató a los otrosy no hay nadie más detrás del asunto, así que, finde la historia. —Gracias, supongo… —atinó a decir Darío. La agente los miró con una expresión divertidaque no supieron identificar, luego se despidió ycortó la comunicación sin añadir nada más. —¿Qué opinas de este disparate? —preguntóCasandra.
—Pues que es mejor que haya sido un lunáticopor libre que alguna empresa. —¿Cómo será que nos metemos en estos líos?—dijo Casandra en tono cansado. —A mí no me mires, fue Rufo quien le gruñóprimero —bromeó Darío, intentando suavizar latensión. —Hablo en serio —le regañó ella. —Y yo prefiero no pensar en esto ahora. Noshan perseguido, golpeado, disparado con Tásers,acuchillado, pero es la primera vez que casi nosmatan. —¿Y en qué quieres pensar entonces? —preguntó ella todavía enfadada. —No quiero pensar en nada, solo quiero queme abraces. Darío trasteaba en la cocina. Habíadescubierto un viejo libro de cocina del siglopasado en una tienda que tenía de todo en el
pueblo y decidió preparar un poco de cocinatradicional. En el salón escuchaba a Casandrahablar por teleconferencia con Teresa. Seguíaintentando obtener la mayor información posiblesobre el funcionamiento de las pruebas querealizaba el equipo de Cysex. En el gran monitorde la cocina se veían gráficas del estado de lossistemas de la casa, en una ventana se exhibía elestado de los bots que continuaban buscando pistasrelacionadas con Cysex. Sin previo aviso, la PDA que llevaba siempreal cinturón empezó a vibrar y a emitir un sonidodesagradable. En ese mismo instante en el monitorse apagaron todas las ventanas y fueron sustituidospor una alarma en rojo parpadeante: «Detectadointento de intrusión». Darío casi se quema al retirar la salsa deverduras que estaba preparando y, todavíalimpiándose las manos, se dirigió a la sala demáquinas, cruzó el salón y se encontró conCasandra.
—Yo me ocupo, termina de hablartranquilamente —le dijo al pasar. Antes de llegar, utilizó la PDA para activar lossistemas de monitorización, se sentó frente a unaconsola y empezó a ver qué intentaba hacer elintruso. No necesitó hacer nada más, los sistemasde prevención eran automáticos y desviaron lasconexiones del intruso a un viejo ordenadorperfectamente legal. Era una reliquia, pero teníatodas las licencias en regla y además simulaba serel sistema domótico de la casa, el sistema quetendría una vieja casa situada en mitad de la nada,como la de ellos. Por lo visto no era un intento deintrusión, parecía ser un bot de control de losmuchos que rastreaban la red buscando contenidosdigitales sin licencia, de hecho el bot tenía la firmadigital de una sociedad de derechos de autor.Darío decidió que no valía la pena perder eltiempo y volvió a la cocina, tenía la esperanza deque no se le hubiera estropeado la salsa. A mediocamino se encontró con Casandra.
—¿Algo de qué preocuparse? —le preguntóCasandra. —No, era un bot buscando música ilegal oalgo así, el sistema lo desvió al ordenador legal,para que se conozcan mejor y charlen un rato. —¿Qué estás cocinando? Eso hueleestupendamente —preguntó ella fingiendo olfatearel aire como Rufo. —Es una sorpresa, algo que encontré en unantiguo libro. Estará listo en media hora más omenos. Casandra pensó que tenía tiempo de revisar lasdiversas cuentas de correo que tenían con lasempresas que los contrataban y se dirigió a la salade máquinas. Se sentó frente a su estación detrabajo y revisó rápidamente el correo sinencontrar nada urgente. Se disponía a irse cuandomiró la consola de al lado, que todavía exhibía elinforme del intento de intrusión, y le llamó laatención que el bot, además de buscar porcontenidos digitales, buscase por interfaces de
control neural. Sabía de sobra que los botsnormales no hacían eso, solo los virus de lainterfaz realizaban ese tipo de búsquedas. Decidióvolver a revisar las trazas del sistema. Daríoseguía en la cocina, totalmente absorto en su laborculinaria, cuando Casandra entró. —No era un bot de búsqueda de contenidosdigitales —dijo ella. —Pero el sistema… —empezó a decir Darío,pero Casandra no lo dejó terminar. —Sí, el bot hizo todo lo que se supone quehacen los bots de las entidades de gestión, peroantes de irse buscó por interfaces neuralesutilizando las mismas técnicas que los virus de lainterfaz. —¿Estás segura? —preguntó él mientas selimpiaba las manos. —Completamente. Sea lo que sea, estácamuflado. —Bien, ya tenemos algo con qué trabajar, perovamos a comer antes, esto estará listo en diez
minutos. Siéntate un momento mientras lo termino. Casandra se sentó y empezó a recordar cómoempezaron a trabajar en la caza de los virus de lainterfaz. Siempre supieron que los virus acabaríanapareciendo, pues Alba y José publicaron unartículo alertando de las vulnerabilidades de lasprimeras interfaces neurales. Ellos afirmaban quesolo la transparencia en las especificaciones y enel software de control proporcionaría lasherramientas para que los propios usuariosdepurasen la interfaz. Por supuesto, las empresasnegaron la vulnerabilidad y prefirieron gastar eldinero para mejorar la interfaz en ferocescampañas de propaganda. Todo se desencadenócuando trabajando en el centro de desarrollo de launiversidad recibieron un encargo de una empresapara que desarrollasen el software de control deun robot manipulador de sustancias peligrosas. Alprincipio parecía un trabajo rutinario, pero durantela fase de pruebas empezaron a encontrarproblemas que parecían interferencias.
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