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Los ultimos libres - Victor M. Valenzuela

Published by alexvogagermx, 2015-08-02 21:59:26

Description: Los ultimos libres - Victor M. Valenzuela

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—Casandra, ¿en qué estás pensando? —preguntó Darío, posando suavemente su mano en elhombro de Casandra. —Eh, ¿qué ocurre? —contestó ellaautomáticamente, parpadeó un par de veces y miróa Darío con expresión soñadora. —Te he preguntado dos veces qué quieres parabeber con la comida. —¡Anda! Lo siento, estaba recordando cómoempezamos a trabajar con los virus —murmuróCasandra volviendo a la realidad. —¿El robot manipulador de sustancias tóxicas,el RMST? —preguntó él animadamente. —Sí, eso es. —Me acuerdo como si fuera ayer. Fue aquellanoche de madrugada en la que me impediste darlemartillazos al robot —señaló Darío entre risas. —¿Y te acuerdas de la cara que puso Pedro?—comentó ella, haciendo memoria y recordandocon más claridad. —No, de eso no me acuerdo —dijo Darío, un

poco confundido al no recordar de qué hablabaella. —No me extraña que no te acuerdes de eso.Cuando se te pasó el ataque histérico te sentastefrente al ordenador y estuviste escribiendo códigocomo un poseso durante horas y escribiste elsimulador de interfaz. —Fue un ataque de inspiración, era primitivopero no estaba mal —indicó Darío, que solo seacordaba del código escrito y tenía una especie delapsus sobre lo que había ocurrido a su alrededordurante esa larga noche. —Con eso cazamos el primer virus, que era loque estaba interfiriendo en el robot. Al final no setrataba de un fallo en nuestros algoritmos.Estuviste genial —concluyó ella, recordando cómoaquella noche ella se dedicó a probar cada funciónque Darío escribía, buscando errores. —No digas bobadas, yo solo lo detecté. Laque escribió el código para cazarlo fuiste tú —dijo Darío, rememorando cómo después ella

reaprovechó el código de detección para escribirlos algoritmos capaces de contrarrestar los virus. —Bueno, yo tuve la idea, pero la mayor partede la implementación fue de Pedro —señaló conun ademán, quitándole importancia. Posteriormente fueron mejorando lasfuncionalidades de sus sistemas detectores yempezaron a usarlos cada vez que tenían unproyecto con interfaces neurales; además, eso lespermitía probar directamente sin necesitar unoperador con la interfaz implantada. Años mástarde, ya de vuelta en Europa, los proyectos conlas universidades no eran tan frecuentes y fuecuando un día, leyendo ofertas de trabajo en unforo especializado, encontraron una en la querequerían expertos en detectar «anomalías ensistemas al utilizar la interfaz». La empresa estuvoencantada en contratarlos, pues ellos mismospropusieron solo cobrar si resolvían el problema.Fue el comienzo. Casandra siempre recordaba a Darío con un

ordenador cerca desde que llegaron a la estaciónen el archipiélago. El joven había absorbido comouna esponja la genialidad que rezumaba Alba, perouna vez en la base Darío conectó con José y setransformó en su aprendiz. Alba a su vez decidióutilizar a Casandra como ayudante y empezó aenseñarle su mundo. A ella al principio no le hizomucha gracia, pero le encandiló la magia de lassimulaciones, el recrear el mundo dentro de unordenador y poder acelerar el tiempo, preverconsecuencias, ajustar el conocimiento al mundoreal. Antes de que pudiera darse cuenta estabametida en el proyecto de Alba, hasta tal punto quedescuidó sus estudios a distancia y empezó aestudiar solamente física y matemáticas. Una tarde estaban en el gimnasio, pues nadieconseguía escapar al programa físico de Tanaka, yCasandra al llegar se sentó al lado de Darío, queobservaba atónito a Wangari y Tanaka luchar. —Fíjate en esto, Casandra, es un espectáculo—murmuró Darío sin desviar la mirada del

combate. —¿Dónde habrá aprendido Wangari? —dijoella mirando hipnotizada el peligroso baile queejecutaban los luchadores. Wangari, enfundada en una malla, luchabacomo una pantera contra Tanaka, que parecíallevar una especie de pijama. El pequeño japonésesquivaba los precisos ataques de Wangari hastaque algo muy rápido ocurrió y ella cayópesadamente sobre la estera. Wangari se levantómaldiciendo y se fue a sentar exhausta con loschicos. Tanaka llamó a Darío y empezó aenseñarle katas, corrigiendo sus movimientos. —¿Dónde aprendiste a luchar? —preguntóCasandra a Wangari. —Me enseñó mi padre —contestó Wangarientre dos sorbos de una botella de bebidaisotónica. —Eres muy buena, ¿me enseñas? —No tanto… no hay manera ni de rozar aTanaka. Quizá yo te podría enseñar a pelear y

Tanaka a defenderte; es mejor que lo haga él, peropodemos entrenar juntas —objetó Wangarimientras se levantaba camino del vestuario—.Mañana a la misma hora —le dijo sin volverse. —Eso sería estupendo. Gracias. Después de un entrenamiento agotador conTanaka, Casandra se acercó a Darío. —¿Vamos a la sauna? —dijo ella todavía sinaliento. —¿Tenemos sauna? —contestó Darío. —Oficialmente estamos en Noruega, ¿cómo novamos a tener sauna? —bromeó Casandra—. Estáallí, medio escondida detrás de las duchas. —Bueno —aceptó Darío no muy convencido. —Vamos, primero una ducha rápida. Darío estaba en la puerta de la minúsculasauna con una toalla enrollada en la cintura,sintiéndose un poco raro, cuando llegó Casandracon un albornoz y una toalla en la mano. Ella sequitó el albornoz y entró en la sauna. —Venga, no te quedes ahí. Pasa, vamos —dijo

Casandra. Darío entró un poco cohibido y loabofeteó el calor. Se sentó mirando al suelo. —Vamos, Darío, no seas tímido. Ya me hasvisto en biquini antes —comentó ella al ver queDarío se mostraba inseguro. —Antes éramos niños —balbuceó Darío. —No seas tonto —Casandra se acercó y lesujetó de la mano. Él levantó la mirada y sesonrojó tanto que su sonrojo fue visible a pesar delsudor que le caía por el rostro. —Casandra, yo… —empezó a decir Daríoapretándole suavemente la mano. —No digas nada… —Casandra se aproximómás y le besó dulcemente. El suave toque de suslabios generó una onda expansiva que reconfigurósu mente a su paso y cambió su modo de ver elmundo pasando del «yo» al «nosotros». Y fue así como en una minúscula sauna, cercadel Círculo Polar, dos jóvenes unieron sus vidassin ser demasiado conscientes de ello todavía.Pero el Ártico los cambió mucho más. Una pareja

de adolescentes curiosos estaban rodeados deadultos brillantes y un poco excéntricos. Tanakalos enseñó a defenderse y sobre todo filosofía;Wangari confianza, disciplina y a estar siemprealertas; Lexter consiguió que amasen más todavíala naturaleza. Cada miembro de la base fuedejando su huella en sus jóvenes personalidades ysin querer los forzaron a madurar muyrápidamente.

> São Bernardo, Brasil Pedro llegó temprano a la facultad. Era latípica mañana de São Bernardo, con una brumaespesa que se iba levantando poco a poco. Pasó elcontrol de seguridad y se encaminó a loslaboratorios. Entre la niebla se perdían los viejosedificios, y culminando uno de ellos, la antiguatorre de radar parecía vigilar todo el campus.Franqueó más controles de seguridad y llegó a unviejo laboratorio en el edificio de ingenieríaeléctrica. Estaba oficial y prácticamente en desusoy era utilizado para hacer ensayos pococonvencionales. La dirección de la facultadsiempre miraba hacia otro lado, pues sabía que,aunque en aquel sitio se llevaban a caboinvestigaciones «ilegales», también se gestabanpatentes y servicios que hacían que eldepartamento estuviera entre los másvanguardistas del mundo, por lo que en ocasiones

la seguridad tenía que prohibir el paso ainspectores y mantener a raya a una legión deespías industriales. Pedro entró en laboratorio, saludó a otros dosacadémicos y empezó a revisar el equipo; unaespecie de camilla médica, una potentísimaestación de trabajo artesanal, ensamblada en lapropia facultad e ilegal fuera del laboratorio, puesno utilizaba software comercial normal y ademásno tenía ni mecanismos de derechos digitales niningún tipo de puertas de control. En teoría era unprototipo, y así constaba en los registros, en lapráctica era una máquina hecha a medida parasaltarse las imposiciones. Conectada a la estaciónde trabajo tenían varias consolas de juegos consoftware Libre, encargadas de ejecutar el sistemaexperto que desarrollaron Casandra y Darío y unportátil comercial, que enviaría los datosdebidamente ocultos en vídeos a la red Libre. Allado de la camilla tenían un escáner médicoexperimental, que motorizaría la actividad

cerebral, y una unidad de soporte y monitorizaciónvital. En realidad, la tapadera del experimento erarealizar una prueba con el nuevo software delescáner. Además existían cámaras de vídeos, todointerconectado a la estación de trabajo. La parteoficial del experimento se transmitía en directo ala red de la facultad, de modo que otrosinvestigadores podían ver parte del experimento.De esta manera, Casandra y Darío podían ver yverificar ciertas constantes del experimentosimplemente conectándose a la red privada de lafacultad y recibirían los datos sensibles a travésde los mensajes encubiertos de la red Libre. No fue fácil encontrar a alguien de confianza.Al final un primo de Neusa, adicto a los juegos,resultó ser la persona indicada. Esta adicción lellevó a ser probador de una importante compañíade juegos. No era estúpido y también estaba alertasobre la ola de muertes extrañas que parecíanvinculadas a Cysex, así que no fue difícilconvencerlo de que se pasara por los laboratorios

de la universidad. En el laboratorio le pidieronque se conectara a una demo de Cysex con suinterfaz, mientras monitorizaban el tráficoutilizando la interfaz estándar. Al otro lado del Atlántico, Darío y Casandrarecibían toda la información de control y ponían atrabajar sus rutinas expertas en rastrear la interfaz. Pedro estaba terminando de verificar que todaslas conexiones estuvieran establecidas y que seestaba grabando correctamente el experimento. Porultimo, conectó remotamente con la estación detrabajo de su despacho y la programó paraalmacenar una copia de seguridad de toda lainformación que se fuera generando. Se abrió la puerta y entró un estudiante con elprimo de Neusa. —Hola, Nelson, gracias por venir. Estos son ladoctora Eiko y mi colega Osmar —dijo Pedronada más verlo entrar. —Buenos días —dijo tímidamente Nelson, queera alto y muy delgado, y llevaba el pelo largo

recogido en una coleta. Curiosamente usaba unaspequeñas gafas redondas, algo inusual desde quese popularizaron las cirugías oftalmológicas porláser. —Nelson, por favor, túmbate aquí —señalóEiko, quien pese a tener unas facciones orientalesposeía unos ojos ligeramente verdes, y el cabellocastaño con tirabuzones. Se movía por ellaboratorio con suma delicadeza. —¿Aquí? —preguntó él señalando un sillónque recordaba vagamente al de los dentistas. —Sí, eso es. Un momento que te voy a colocarun sensor médico. No te preocupes, es superficial—dijo Eiko en tono profesional, mientras le poníauna pulsera médica. —Okey —murmuró Nelson, recostándose. —Bien, eso es. Pedro, ¿recibes los datosmédicos? —preguntó Eiko después de conectar lasinterfaces del sillón y sincronizar los sensoresadicionales que colocaba en Nelson. —Un segundo, que está sincronizando. Sí, eso

es, esperad que active la consola central —contestó Pedro sin dejar de mirar su consola. Enuna pared se iluminó una gran pantalla, yempezaron a rellenarse datos en las gráficas. —Osmar, ¿estás preparado? —preguntó Pedro. Osmar trasteaba en la gran estación de trabajo,levantó la mirada un instante, se volvió y tecleó enel portátil. —Listo, empecemos cuando quieras —indicóOsmar. Se puso unas gafas de inmersión, dondetendría la perspectiva de varias consolassimultáneas de la estación de trabajo. —Nunca entenderé como es capaz de controlartodo eso al mismo tiempo —dijo Eiko sin dirigirsea nadie en particular. —Es magia —bromeó Osmar entre risas. —¿Estás listo, Nelson? —preguntó Pedro. —Sí, claro —contestó Nelson, intentando queno le temblara la voz. —Bien, tu parte es conectar con el programademo de Cysex. Nosotros monitorizamos todo. Si

vemos algo raro, cortamos la conexión. —Pedro letendió unas gafas de inmersión y una consolaCysex. —Okay, vamos allá —dijo Nelson, frunciendoel ceño. Nelson encendió la consola y la conectó con suinterfaz Cysex, luego se puso las gafas, activó elsistema y enlazó con uno de los programas dedemostración del portal de Cysex, intentó relajarsey dejó que la simulación lo envolviese. Inútil, todoparecía inservible. El diagnóstico que realizaronsolo sirvió para saber cómo funcionaba la interfazCysex y cómo interactuaba con el neurocórtex. Sacaron en claro que, efectivamente, eraposible inducir sensaciones extremas al usuario, loque explicaría las muertes y los comas inducidos,pero no tenían ninguna pista de quién infiltrabaalgún tipo de virus que desbordaba la interfaz. Lainformación era valiosa y hasta le podría ser útil aalguna empresa que quisiera hacerle lacompetencia a Cysex, cosa que no ocurriría, pues

tenía el monopolio y tantas patentes que seríaimposible para cualquier otra compañía lanzaralgo ni remotamente similar. Lo intentaron variasveces, pero no hubo suerte, en ninguna de lasdiversas pruebas que realizaron encontraron nadasospechoso. Al final, Pedro los llamó por elsistema de teleconferencia de la universidad. —Hola, chicos —dijo Pedro con una ampliasonrisa cuando la comunicación se estableció. —¡Hola, Pedro!, ¡qué bueno poder verte!Últimamente solo hablamos por correo electrónico—dijo Darío visiblemente emocionado. —Sí, tienes razón. Entre las prisas y el desfasehorario… —comentó Pedro con resignación. —Hola, Pedro, ¿qué tal está Neusa? —preguntó Casandra asomándose por detrás deDarío para entrar en el área de enfoque de lavideocámara. —Hola, Casandra. Estás cada día más guapa—dijo Pedro haciendo el gesto de enviarle unbeso con la mano—. Neusa está bien, se va a

alegrar de tener noticias vuestras. —Luego la llamo y charlamos un rato —comentó Casandra. —Se pondrá como loca, no dejes de hacerlo.Bueno, esto… —Pedro cambió de expresión,desapareció el amigo y apareció el investigador—. ¿Tenéis los datos del experimento? —Sí, no parece que haya nada anormal segúnnuestras primeras observaciones. Sin embargo,vamos a realizar análisis más exhaustivos —contestó Casandra. —Bien, gracias. La facultad agradecemuchísimo vuestra colaboración —indicó Pedroen tono formal. —Bobadas, sabes que nos encanta trabajar convosotros —dijo Darío. —Bien, vamos a recoger los equipos y ponerun poco de orden por aquí —dijo Pedro haciendoun gesto con la mano para abarcar el laboratorio. —Okey, recuerdos a los demás, luegohablamos más tranquilamente. Hasta luego, Pedro

—dijo Darío. —Chau —dijo Pedro rápidamente. —Menuda actuación —comentó Casandra aDarío cuando se cortó la comunicación. —Digna de un óscar, pero es mejor así. Alfinal, el experimento tenía una tapadera y noconviene dejar cabos sueltos —dijo Darío sinlevantar la vista de la consola donde estabaalmacenando el vídeo de la conversación—. ¿Quéopinas, Casandra? —preguntó cuando acabó dealmacenar toda la información en un repositorio enel servidor principal de la red. —Creo que el virus no está presente en lainterfaz Cysex, que debe de ser algún tipo degusano que se propaga por la red y quefortuitamente entra en la simulación Cysex dealguien y ataca. Eso explicaría el porqué no lovemos durante estas pruebas. —Si es así, va resultar muy difícil cogerlo.Dependemos de la suerte —comentó Darío,frunciendo el ceño.

Eiko, Pedro y Nelson se quedaron en lacafetería de la facultad, mientras que Osmarinsistió en verificar algunos datos. —¿De manera que no hemos sacado nada enclaro? —preguntó Nelson un poco disgustado. —Hemos aprendido en parte cómo funciona lainterfaz, pero no hemos detectado nada raro —contestó Pedro en tono un poco ausente, como siestuviera pensando en otra cosa. —Tus constantes vitales eran del todonormales, de hecho, no parecías ni siquieraexcitado por la simulación —dijo Eiko. —Bueno, fue un corte, allí conectado a unmontón de chatarra informática y una médicaestudiándome como a un hámster —confesóNelson un poco cohibido. —Vaya, debo irme a toda prisa. Tengo unaclase de laboratorio en cinco minutos, ya nosveremos —dijo Pedro, que apuró la cerveza sin

alcohol, le dio un rápido abrazo a Nelson, un besoa Eiko y desapareció. —No sé cómo es capaz de hacer tantas cosas.Parece no cansarse nunca —dijo Eiko, mientrasmiraba a Pedro atravesar la puerta de la cafeteríaa toda prisa, rumbo al laboratorio. —¿Lo conoces bien? —indagó Nelson. —Dio clases a mi hermano, que terminótrabajando con él en algunos proyectos. Me lopresentó un día. Cuando le conté que era médica,me dijo que en ocasiones necesitabancolaboración médica para algunos trabajos y mepreguntó si estaba interesada, le dije que sí y aquíestoy. ¿Y tú? —Es el marido de mi prima —contestóNelson, después de una breve pausa en la que sehabía perdido, hipnotizado por los ojos de ella. —¿Eres primo de Neusa? —preguntó ellasonriendo. —Sí, Neusa siempre ha sido como unahermana mayor para mí. Era inevitable que

acabase siendo amigo de Pedro. —Vaya, yo también tengo que irme. Se me estáhaciendo tarde y he de llegar a la clínica, que estáal otro lado de la ciudad. ¿Te llevo a algún sitio?—dijo Eiko después de echar un rápido vistazo asu móvil. —¿Pasas cerca del centro? —Sí, sin problemas. —Bien, entonces me apunto. Gracias. Salieron de la cafetería y, para sorpresa deNelson, Eiko se dirigió al aparcamiento de motos,se acercó a un escúter eléctrico, abrió el gran baúly le tendió un casco ligero. —Toma, creo que te servirá —dijo Eiko,recogiendo otro casco de mayor tamaño. —¿Esto es seguro? —preguntó él, vacilante. —Por lo visto, es más seguro que una sesiónCysex. Vamos, no te preocupes, llevo años usandoestos trastos —contestó ella riéndose. Se subió ala moto y le hizo un gesto para que la imitase. Minutos más tarde, Eiko paraba en el

intercambiador del centro de la ciudad. Durantebuena parte del trayecto, Nelson mantuvo los ojoscerrados mientras la chica conducía como si lahubiera poseído el mismísimo espíritu de Akira, sedeslizaba a toda velocidad con una precisiónescalofriante entre el tráfico de la ciudad. Aunquecada vez existían menos coches particulares, lacirculación seguía saturada con los vehículos demercancías, el transporte público, las motoseléctricas y las grandes limusinas blindadas. —Listo, te he traído de una pieza —bromeóEiko, levantando la visera de su casco. —Gracias —atinó a decir Nelson, mientras ledevolvía el suyo. —De nada —Eiko guardó el extra en el baúlde la moto y empezó a bajar la visera de propio sucasco. —Eiko, ¿te gustaría venir al lanzamiento de lanueva versión del juego en el que he estadotrabajando? —dijo Nelson atropelladamente. —Sería estupendo, pídele mi número a Pedro

y envíame un mensaje. —Le lanzó un beso, y saliódisparada, fundiéndose con el tráfico como unagota de lluvia que cae en un río revuelto. Al bajar la visera del casco, Eiko activó elsistema de realidad aumentada que empezó aproyectar datos e imágenes en su visión periférica. Nelson se quedó allí parado con una sonrisatonta, mirándola desaparecer, con el zumbido delmotor eléctrico como una extraña banda sonora defondo. Salió de su ensoñación cuando untranseúnte chocó bruscamente con él. Casi unahora después, Nelson llegó a su casa, al entrardesactivó el sistema de seguridad, se cambió deropa y se dispuso a trabajar. Activó su estación detrabajo, esperó el largo proceso de encendido yaccedió a la red. Estuvo otro rato esperandomientras las rutinas de derechos digitalesrastreaban su estación en busca de algo ilegal y,finalmente, pudo conectarse a la empresa de

juegos, pasó todos los controles de seguridad ypreparó una sesión de simulación. Se tumbó en unacamilla y se colocó las gafas de inmersión, estasse conectaron con sus interfaces neurales y con suestación de trabajo. Sufrió una momentáneadesorientación mientras sus ojos se acostumbrabana la proyección del juego, luego se concentró en lapalabra «menú» y apareció el menú principal deljuego. Cuando aparecieron las interfaces neurales,la industria prometió la realidad virtual, pero lasituación se presentó de un modo distinto: lasinterfaces eran capaces de reconocer patrones depensamiento y asociarlos a comandosinformáticos, pero no eran competentes a la horade interpretar el pensamiento como el marketingprometía, aun así fue un salto cuantitativo, puesahora no era necesario teclear comandos o pulsarbotones, solo hacía falta pensar en la palabraasociada al comando. Penetró en la realidad del juego que estabaprobando, cargó su último punto de entrada. La

simulación era una evolución de los antiguosjuegos de acción en primera persona y estabaambientada en las antiguas películas de vaqueros. Nelson caminó virtualmente hacia la imagendel caballo atado en la polvorienta calle, seacercó, miró al caballo y pensó «utilizar». Suimagen virtual se subió al animal virtual y este sesacudió ligeramente, luego volvió a mirar alcaballo y pensó «acariciar», y la imagen de sumano acarició el cuello del caballo, y a través dela interfaz Cysex sintió el toque del caballo en sumano real. Nelson congeló el juego. El tacto delanimal estaba mal, parecía el de un oso depeluche, no el de un caballo. Abrió una consola deprogramación en el juego y verificó las constantesfísicas de la simulación, fue probando lasdiferentes texturas y no encontró ninguna queremotamente se pareciera a la que tenía el pelo deun caballo de verdad. Al final, envió una nota aldepartamento de diseño denunciando el fallo.Regresó al juego, se bajó del caballo, miró al rifle

Winchester enfundado en la silla y volvió a pensar«utilizar», nuevamente encontró algo extraño en elrifle: no tenía el peso ni la textura correcta.Retornó a verificar los parámetros del armavirtual. Sí, allí estaba el error, el programadorcopió los parámetros de un rifle moderno, laempuñadura tenía las constantes de la fibra decarbono en lugar de la madera. Cambió losparámetros de la empuñadura, luego revisó lasdemás y al final ajustó la realidad de la física deljuego con la imagen virtual del rifle. Cuandoabandonó el modo de programación y volvió almodo de juego, sintió el rifle más pesado y laempuñadura con el tacto de la madera. Realizó undisparo de prueba: seguía mal, no había sentidonada en su hombro. Regresó al modo deprogramación, no habían cambiado los parámetrosde la munición y del retroceso, seguían con losasignados a un fusil moderno. Al cabo de unashoras se desconectó, sin realizar demasiadosavances, el juego estaba plagado de

inconsistencias, la parte visual estaba yafinalizada, pero existían muchas variables quepulir. Nelson se dirigió a la cocina, abrió lanevera y buscó una cerveza, luego encontró unalasaña en el congelador y la puso en elmicroondas. Mientras esperaba, buscó su pizarraelectrónica y se conectó a varias redes socialesbuscando el perfil de Eiko. Después de dosintentos la encontró, husmeó en su perfil público yvio algunas fotos, descubrió que le gustaba el artey la música electrónica de finales del siglo pasadoy que tenía alergia a los gatos, además eracooperante de Médicos sin fronteras. Le dejó unmensaje en el tablón de anuncios del perfilpidiéndola como amiga virtual. Se desconectó dela red social y fue a visitar un foro de juegos,donde un nutrido grupo discutía las últimastendencias, alababa algunos títulos e intentabahundir otros. No estaba con ánimo de participar,solo se quedó leyendo los airados comentarios devarios grupos. El sistema informático de la casa le

habló. Tenía la voz de la heroína de su saga dejuegos favorita. —Hay una persona en la puerta. Solicitaacceso. Su identificador coincide con el de unaempresa de mensajería reconocida por estaentidad. Nelson abandonó la cocina, activó el vídeo-portero y se encontró con la cara del mensajero.Tenía una expresión cansada y unos ojos tan vivosque parecían no pertenecer a la misma persona. —Hola, ¿qué desea? —dijo Nelson. —Entrega para nelson.b6022212.sp.br, ¿esusted? —Sí, soy yo… —Entrega con portes pagados. Deprisa, porfavor, ya voy con retraso. Nelson abrió la puerta y, con notableceleridad, el mensajero le entregó un paquete,recogió su identidad digital en la pizarraelectrónica que llevaba, y desapareció. Se quedóun momento parado con el paquete en la mano,

hasta que recordó que debía cerrar la puerta.Después volvió a la cocina, terminó su almuerzo yempezó a abrir el paquete marrón sin marcasexternas, al cabo de unos minutos peleando con elenvoltorio a prueba de golpes, tenía unas nuevasgafas de inmersión encima de la mesa. Eranparecidas a las otras, pero estas tenían una especiede nariz de goma que envolvía la nariz del usuario,añadían una sensación más al espectro sensorialde la simulación: el olor. Volvió a la habitacióndonde tenía instalado su sistema de pruebas, sepuso las nuevas gafas y se conectó a la simulación.Entró en el menú principal del juego y activó lainterfaz olfativa. Sintió un ligero perfume a algoque recordaba a los cítricos y que indicaba que lainterfaz funcionaba correctamente. Volvió al juego,al último punto que tenía almacenado. Parpadeócuando el juego generó la imagen virtual. Nelsonempezó a maldecir internamente, mientrasinvocaba el menú de programación del juego.Quienquiera que fuese el programador del caballo,

no solo no sabía qué tacto tenía el animal, sino quetampoco tenía ni idea de cómo olía un caballo.Aquello iba a ser complicado, pensó, porque pocagente sabía hoy en día cómo huele un caballo. Seimaginó intentando convencer al equipo dedesarrollo de que debían contratar a alguien quefuera con un analizador y almacenara los olores decada elemento del juego. Se lo pensó mejor,volvió al menú principal y desactivó la interfazolfativa. Ya pensaría en cómo enfocar eso. Ysiguió comprobando los parámetros del capítuloque le asignaron.

> Atenas Irene leyó los informes que Casandraperiódicamente colgaba en un espacio habilitadoen la red Libre. Mientras más leía más furiosa sesentía; llegó un momento en que toda su rabia y sufrustración se cristalizaron en el deseo de vengar asu hermano. La sucursal de Cysex era cliente de suempresa. Sin pensárselo demasiado se encaminóhacia las oficinas donde tenía su despacho. Eledificio de oficinas estaba situado en la partenueva de la ciudad. Era el típico edificio decristal, anodino y multifuncional. Disponía deseguridad en la puerta, pero estabanacostumbrados a ver entrar y salir gente a todashoras. Cuando pasó por el torno de entrada, elvigilante de seguridad levantó la vista de suterminal, la reconoció, y la dejó entrar con unsaludo.

Una vez dentro, buscó una sala de reunionesque dispusiera de un terminal de uso común; probódos antes de encontrar una abierta. Arrugó la narizal entrar, la sala olía a moqueta vieja y caférancio, pero en una esquina halló un terminalfuncional, normalmente usado para reuniones convídeopresencia. Utilizando los privilegios quetenía como consultora de seguridad, accedió a lared de Cysex como si fuera a realizar una auditoríade seguridad en búsqueda de vulnerabilidades.Una vez dentro, utilizó una deficiencia noparcheada del sistema que, debido a undesbordamiento de buffer, provocaba que unusuario normal obtuviera privilegios deadministración. Con los privilegios obtenidos creóun nuevo usuario administrador, luego borró sushuellas, cerró la sesión y volvió a abrirla desdeotro terminal virtual con el nuevo usuario queacababa de crear. Esto le abrió todas las puertasen el sistema. Además, no quedaría rastro de loque hiciera, todo lo que realizara figuraría

registrado con el nuevo usuario y nadie podríaasociarlo con ella. Se dedicó a bucear por la reddocumental buscando alguna información que lefuese útil. No encontró nada relativo a las muertes,pero después de varias búsquedas, tropezó con unrepositorio oculto que le llamó la atención. Elalmacén de datos era antiguo, hacía años que nadieaccedía, pero le despertó la curiosidad lasreferencias a varias agencias de seguridad y queestaba registrado a nombre de la empresa madrede Cysex. Contenía documentos, vídeos,memorandos, contratos, una infinidad deinformación. Después de leer algunos datos, Ireneya tenía la certeza de haber topado con algorealmente grande. Los datos tenían décadas, perocomprometían a la corporación dueña de Cysexcon atentados y una conspiración a gran escalapara asesinar a unos científicos e ilegalizar unaantigua asociación ecologista. Curiosamente losinformes no estaban encriptados, posiblementequien los guardó nunca pensó que alguien de fuera

de la corporación los llegara a encontrar. Ireneestuvo horas buscando pistas que le aclarasen algosobre lo ocurrido a su hermano, pero no encontrónada que pudiera utilizar, solo un aumento de loscontratos con agencias de seguridad y, sobre todo,con grandes medios de comunicación, así quedecidió dejarlo de momento, ya iba a cerrar lasesión cuando se acordó de algo que le contó suantiguo novio y copió toda la informaciónencontrada. Rebuscó en su bolso la vieja PDAlibre que fue su puerta de entrada en el submundooculto de los Libres y estuvo un rato indagando enlos datos que recibió como legado. Tras un rato,apareció lo que estaba buscando, una especie debiografía escrita por alguien. Hablaba de unoscientíficos que fueron los grandes propulsores dela comunidad del software Libre antes de suilegalización, de cómo revolucionaron lainformática y del alboroto que montaron cuandoaparecieron los primeros implantes de control.Volvió a revisar la información pirateada de Cysex

y vio que la historia y los nombres encajaban.Irene descubrió algo que no estaba buscando ypara lo que no estaba preparada. Estuvo un ratomeditando cómo manejar esa información, nopodía usarla directamente, pero tenía que haceralgo. Semejante barbaridad no debía continuarimpune, se lo debía a alguien muy especial. Se desconectó de la red de Cysex, se reconectóa la red de su empresa, fue intentándolo conantiguas cuentas de administradores y contraseñaspor defecto. Como en todas las compañías, existíamucha rotación de empleados y no siempre sedaban de baja las cuentas o se cambiaban lascontraseñas por defecto, a pesar de lasrecomendaciones. Al final encontró una quefuncionaba, accedió al sistema principal y borró elregistro que el terminal de la sala de reunionesgeneró al ser utilizado. Accedió al fichero deentrada y cambió la hora de ingreso en el edificiopor otra una hora más tarde. Después se coló en elsistema de las cámaras de seguridad y alteró la

programación de borrado de los ficheros devídeos para que se eliminasen diariamente.Abandonó la sala de reuniones y se fue a sudespacho, encendió su estación de trabajo y,utilizando su cuenta, contestó a algunos correos,luego se marchó. En el registro del edificioconstaría que su ingreso fue posterior al acceso aCysex, suponiendo que alguien consiguieradetectarlo.

> Cornisa cantábrica, España Casandra buceaba cada vez másprofundamente en la red, buscando asociacionesque revelasen alguna pista sobre las muertesrelacionadas con Cysex. En ocasiones veía elrastro de otros bots que investigaban la mismainformación, parecía existir mucha gente cada vezmás interesada por el extraño fenómeno. Su PDAempezó a lanzar una alarma de alta prioridad,provocada por el envío de un mensaje de alerta ala red Libre. Normalmente solo se usaban estosmensajes para avisar de algún problema en losservidores principales o para pedir ayuda urgente.Minimizó las tareas que estaban ejecutando y seconectó a la red Libre, se autentificó y accedió alcuadro de avisos. Empezó a leer: Hola a tod@s:

La información que condenso ha sidoencontrada en la red de Cysex. Los datos enbruto están anexados al mensaje. En resumen, Cysex y otras compañíascontrataron hace años a una compañía deseguridad radicada en Sudáfrica para quevolara la estación climática de Greenpeace.Tuvimos acceso a los vídeos que grabó elhelicóptero atacante y que fue utilizado comoprueba contractual por la compañía deseguridad para cobrar el trabajo. Asociado aeste contrato se efectuaron ataques coordinadosa buques pesqueros, estos incidentesdesembocaron en la ilegalización de laasociación ecologista. En realidad, el hallazgo de esta informaciónes accidental, pues yo estaba rastreando lasmuertes asociadas a la utilización del implantede Cysex. —Darío, ¿dónde estás? —gritó Casandra al

sistema de intercomunicación. Darío estaba en el garaje revisando lasbaterías y el estado de los acumuladores solares.Cuando oyó a Casandra, se llevó un gran susto, sele cayó la llave inglesa que tenía en la mano y lepasó raspando a Rufo, que como siempre estabapegado a su lado, preguntándose qué hacia suamigo y si era algo que se podía comer. Rufo leladró, regañándole. —Darío, date prisa, ¿dónde estás? —insistióCasandra. —Maldita sea, ¿qué pasa?, ¿ha empezado otrapuñetera guerra? —gruñó Darío, enfadado por lainterrupción. —Lee esto. —Casandra envió un archivo a laPDA. Darío, empezó a leer y cambió de color, almomento se sentó. —Voy para ya, espérame. Darío se dirigió a la casa y se reunió conCasandra, que estaba sentada en la mesa de la

cocina un poco pálida. —¿Has visto los vídeos anexos? —preguntóCasandra, quien hizo un esfuerzo porque no letemblara la voz, pero no lo consiguió. —No, no creo que pueda —contestó Darío.Una lágrima le resbaló por el rostro—. ¿Escorrecto todo esto? —preguntó con incredulidad. —He revisado los logs que anexa, no hay dudade que la información procede de servidores deCysex. Tiene las huellas digitales de loscertificados de origen —contestó Casandra. —¿Por qué guardaron esto? Es totalmenteincriminatorio. —Darío seguía sin podercreérselo. —Bueno, ya sabes cómo son estas empresas, anosotros nos contratan para rastrear virus ilegaleso para neutralizar virus de otras compañías, todoeso es alegal. Sin embargo, nos hacen contratosprivados, nunca esperan que vean la luz —contestóCasandra, que ya había tenido más tiempo paradigerir la información.

—Sí, es cierto —dijo Darío con resignación. —Tenemos que hacer algo con todo esto. —Podemos contactar con los viejos miembrosde Greenpeace —aventuró a decir Darío, quetodavía estaba conmocionado. —Debemos tener cuidado, no podemos dejarque nos relacionen con esto, podrían desvelarnuestras verdaderas identidades —murmuróCasandra. —Bueno, siempre hemos estado en contactocon lo que quedó de la organización. Muchos delos miembros siguen siendo activistas en lasombra o lo son de otras organizaciones quetodavía son legales —dijo Darío, ya más calmado. —Entremos en contacto con Patricia —dijoCasandra, con el rostro iluminado. Patricia vivía en Alicante, se dedicaba a laSanidad y era sobrina de uno de los miembros deGreenpeace de la época de su ilegalización. Lapareja solía mantener contacto con ella ycolaboraban esporádicamente haciendo

simulaciones informáticas de impacto ambientalpara diversas asociaciones ecologistas legales.Casandra llamó a Patricia utilizando una líneasegura. Cuando hablaba con ella utilizaba elnombre de Isabel; tenían por norma evitar usar susnombres verdaderos para comunicarse en elmundo real. En la línea empezó a retumbar una delas últimas canciones de moda, después de unossegundos alguien la atendió. —¿Sí? —Se escuchó decir al otro lado de lalínea; era una voz joven. —Hola, Patricia, soy Isabel. No sé si teacuerdas de mí, algunas veces he realizadosimulaciones de impacto ambiental —dijoCasandra. —¡Isabel, cuánto tiempo! Claro que meacuerdo de ti, ¿cómo estás? —Bien, gracias. Me gustaría que leyeses ciertainformación, te pasaré un correo electrónico conuna dirección donde podrás consultarla. Ladirección solo estará activa durante un día y

podrás acceder a ella utilizando la identidaddigital de tu tío. —Pero ¿qué me estás contando? No entiendonada —indicó Patricia, confusa por lo que habíaoído. —Patricia, esto es importante, cuando lo leaslo entenderás. No puedo decirte más por teléfono,pero te aseguro que tu tío estará encantado deleerlo —dijo Casandra en un tono muy neutro. —¿De qué conoces a mi tío? —preguntóPatricia muy intrigada, pues hasta ahora Casandranunca había mencionado a su tío en ningunaconversación. —Digamos que fue amigo de un pariente mío.Sé que esta información puede cambiar nuestrasvidas —contestó Casandra con firmeza. Casandra colgó y miró a Darío, que yatecleaba a toda prisa en una de las consolas,transfiriendo toda la información a un lugar seguro,clonándola en varios nodos ocultos de la red Librepara evitar que pudiese ser destruida. Luego activó

un sitio web dentro de una máquina virtual en unviejo servidor olvidado de la Universidad deMadrid, arrancó varios bots para que vigilasencontra accesos no autorizados y principalmenteque borrasen todo si alguien de la universidadllegaba a percatarse de su existencia. Le pasó ladirección de acceso y los códigos a Casandra, queescribió el correo enviándole la información aPatricia, lo encriptó y lo mandó desde un servidorde correo que no pudiese ser asociado con ellos. —Darío, ¿crees que debíamos enviar estotambién a alguna agencia de noticias? —preguntóCasandra con inseguridad. —No sé, puede que a alguna que tengaintereses empresariales que entren en conflicto conCysex —contestó Darío, tampoco muy seguro de siera una buena idea. —¿Grupos políticos? —aventuró ella. —¿Bromeas? Sabes perfectamente que lospolíticos jamás se enfrentan a las corporaciones,como mucho, alguno que no esté en nómina de

Cysex y quiera vengarse —contestó Darío. —Al diablo, le daremos una semana a Patricia,luego actuaremos. —Los ojos de Casandraparecieron brillar. —¿En qué estás pensando? —preguntó Darío,que conocía esa expresión y sabía que ella podíadesatar una tempestad. —En jaquear una emisión de televisión —dijoella con una amplia sonrisa. —Estás de broma… —empezó a decir él,parpadeando un poco incrédulo, aunque seesperaba cualquier cosa. —No, piénsalo bien, es sencillo. Solo tenemosque entrar en el sistema informático de unaemisora de televisión, ver en la base de datos laprogramación, verificar el vídeo que van a emitiren determinada hora y cambiarlo por el nuestro. Siutilizamos las puertas traseras que los sistemastienen para que las agencias de gestión dederechos hagan sus auditorías, es fácil —dijo ellacomo si fuera la cosa más simple del mundo.

—No funcionará. Cuando se den cuenta,cortarán la emisión —indicó Darío, mientraspensaba en los pros y en los contras de la idea. —Cuento con ello. Esto es la cortina de humo,la idea es distribuir un virus en los ordenadores dela cadena que suba la grabación que tenemos a losprincipales servicios de vídeos de la red, y que lovuelva a enviar periódicamente. Es la manera dedifundirlo y esconder nuestras huellas —dijoCasandra, mientras escribía algo en su PDA. —Eso podría funcionar —señaló él, queempezaba a gustarle la idea. —Por lo menos haremos ruido. Siconseguimos llamar la atención, no podrán ponerexcusas cuando Greenpeace exija que le retiren loscargos y su vuelta a la legalidad. —Si los barcos de Greenpeace vuelven anavegar será un gran día —dijo Darío conexpresión de ver la posible realización de unsueño imposible. —¿Tenemos los códigos para acceder a las

puertas traseras de las emisoras? —preguntóCasandra ansiosa por empezar a poner el plan enpráctica. —No, pero tenemos los códigos de las puertastraseras de los principales router de red delmercado. Solo tenemos que entrar en uno queencamine los datos a una cadena de televisión ymonitorizar el tráfico utilizando las herramientasde administración. Una vez que tengamos lospatrones de conexión podemos simularlos, si esofalla siempre podemos lanzar una consulta a la redLibre y verificar si algún libre los tiene —contestóDarío, que empezó a consultar en la base de datoslos contactos que podrían ayudarlos. —No creo que sea tan fácil. Aunquemonitoricemos el tráfico, si están utilizandoencriptación con diversificación de claves, estaráncambiando las claves en cada sesión y nopodremos descifrarlo —indicó ella, sopesando laidea. —No creo que hagan eso. Ten en cuenta que

normalmente no hace falta tanta seguridad, lasredes están controladas por las compañías deacceso, hay pocos hackers, a causa de la escasezde conocimientos y la dureza de las penas pordelitos informáticos —dijo Darío levantando lavista de su PDA y mirando fijamente a Casandra. —Quedamos nosotros —dijo ellaencogiéndose de hombros. —Nosotros no existimos, los Libresdescuidados están todos fuera de circulación y losque quedamos somos tan cuidadosos que todo elmundo piensa que estamos extintos. Los que sabende nuestra existencia se cuidan de no divulgarloporque siempre tienen la esperanza de capturarnosy obligarnos a trabajar para ellos. —Está el asunto del virus que comentabas…No tenemos experiencia en virus de este tipo,siempre nos hemos dedicado a los virus de lainterfaz, y no podemos programarlo usandonuestras técnicas, pues sería como un faroiluminándonos —recordó Casandra que seguía

urdiendo el plan en su cabeza. —Hablaré con el hijo de Carmen —dijo élsencillamente. Carmen era una vecina. Cuando Darío yCasandra se fueron a vivir al pueblo conocieron auna pareja de jubilados que vivían cerca. Daríohizo amistad con José, un ingeniero retirado, de lavieja escuela, que tenía una ingente cantidad deviejos libros de ingeniería. Cuando Darío empezóa modificar el antiguo quad para que funcionasecon metano, se encontró con un montón deproblemas técnicos y fue José quien le dio lassoluciones. Darío acabó escaneando los viejoslibros de José y subiéndolos a la red Libre. El hijode José se dedicaba a las telecomunicaciones ytenía la costumbre de coleccionar códigoinformático. Guardaba todo el código que pasabapor sus manos, incluido un repertorio de códigosde virus que utilizó una vez para atacar un sistemaque estaban desarrollando y necesitaban verificarsu integridad contra ataques externos.

> Cercanías de Alicante, España Patricia pensaba en la extraña llamada deIsabel. En realidad, se dio cuenta de que noconocía a Isabel, nunca la había visto y ni siquierasabía dónde vivía. Todo empezó pocos años antes,trabajando para un proyecto de conservación de lafauna local. El reducido grupo de activistas quellevaba a cabo un proyecto para la universidaddonde estudiaba Patricia recibió un correoelectrónico de Isabel ofreciéndole una simulacióninformática del problema y ahorrándole años detrabajo. Las asociaciones ecologistas lo teníancada vez más difícil, los gobiernos no lasapoyaban, debido a los cada vez más escasosrecursos de las administraciones, y los ciudadanosen general estaban muy ocupados con susproblemas. Además, las corporaciones realizaban


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