datos, pero eso parecía imposible. Cysex erainexpugnable, sus sistemas estaban mejorprotegidos que los sistemas gubernamentales eincluso que algunos de las agencias de seguridad.Eran los únicos que no se olvidaban de cambiarlos certificados y claves por defecto de sus puertasde enlace y, aparentemente, no utilizaban losalgoritmos de José y Alba o quizá fueron capacesde mejorarlos.
> Atenas, cerca de la Acrópolis Giorgos acabó su turno en el restaurante. Antesde irse, se acomodó en la barra con una copa devino de Creta y se relajó mirando hacia la calle.Trabajaba en un antiguo restaurante en la falda dela Acrópolis, un veterano caserón reconvertido enrestaurante hacía mucho tiempo. Tenía una terrazaincreíble coronada por parras centenarias y fueuno de los pocos capaces de sobrevivir al colapsodel turismo accesible. Con el encarecimiento delos traslados, el recorte del tiempo libre de lostrabajadores y las crisis periódicas, el turismovolvió a ser algo más exclusivo. Felizmente para Giorgos, el viejo restaurantetenía un encanto que le permitía sobrevivir yAtenas seguía siendo un destino mágico quecontaba con el suficiente turismo como para que
algunas de sus infraestructuras persistieran. Por laantigua calle empedrada paseaban algunos turistas,un grupo de japoneses que posiblemente ahorrarondurante años para pagarse el viaje, dos parejas declase alta (custodiadas discretamente por susguardaespaldas), y algunos mochileros,seguramente estudiantes de arqueología realizandoel viaje de sus sueños. Su instante de paz se viointerrumpido por el sonido de su teléfono. —¿Sí? —Hola, hijo, ¿dónde estás? —dijo la conocidavoz de su padre. —Acabando mí turno en el restaurante. —Hijo, no sé cómo decirte esto, pero… tuhermano está en coma. Por un doloroso instante, Giorgos no supo dequé le estaban hablando, negándose a oír lo que ledecían. —Hijo, ¿sigues ahí? —Eeh, sí, estoy aquí… No puede ser, ¿qué hapasado?
—Nadie me dice nada. No sabemos qué hapasado. —¿En qué hospital está? —Lo han trasladado a una instalación militar.No nos dejan verlo, sería mejor que vinieses acasa —dijo su padre atropelladamente. —¿Cómo que militar? —Es lo único que sabemos. —Nos vemos en casa. Colgó el teléfono sin saber qué pensar y sedirigió, casi sin percatarse, hacia el metro. Cuandose quiso dar cuenta estaba en el portal de la casade sus padres, en los suburbios. Abrió la puerta yvio a su madre sentada en un rincón, ausente, consu padre al lado. Ella lo miró tristemente y en lamirada le transmitió que no tenían nada de quéhablar, no tenían noticias y todo eso era un granabsurdo. En la otra esquina del salón, su hermanatecleaba furiosamente un portátil. Giorgos miró asu hermana con incredulidad. No se veían todo loque le gustaría, opinaba que su hermana era un
poco excéntrica porque todavía insistía enaporrear un arcaico teclado en lugar de utilizar losimplantes de control. Desde pequeños, ya leparecía un poco rara. Irene alzó los ojos delteclado, se levantó y le dio un fuerte abrazo sindecir nada, cuando le soltó, su hombro estabaempapado en lágrimas. Sin mediar palabra, volvióal portátil y siguió tecleando como si estuvieraposeída, se levantó de nuevo y trasteó en su bolso,sacó una antigua PDA pasada de moda y estuvo unrato manipulándola.
> Cornisa cantábrica, España La PDA de Casandra zumbó furiosamente,Rufo levantó las orejas y empezó a ladrar.Reconocía ese ruido, sabía que siempre que lo oíase desataba el caos. —Maldita sea, ¿qué rayos pasa? —exclamóDarío. —Un mensaje de prioridad crítica en la redLibre —contestó ella sin dejar de leer la pequeñapantalla. —¿Qué dice? —preguntó él asomándose porencima del hombro de Casandra. —Llega desde Atenas, de alguien conprivilegios de administración en la red, es unapetición de ayuda a escala global. —Tiene que ser grave, nadie en la red Libreusa ese canal alegremente —murmuró Darío con
preocupación. —¡Bingo! Mira esto —Casandra pasó elcontenido del mensaje a la pantalla central. La gran pantalla central del salón cobró vida,el mensaje contenía un resumen de la historia delhermano de Irene, que estaba en coma ysecuestrado, pero lo insólito es que añadía elhistorial médico y las conclusiones de losmédicos, así como varios informes de la policía. —Aquí está, el gobierno griego ha intercedido,y han recluido a varios casos en un hospitalmilitar, donde los están evaluando —dijo Daríoleyendo el contenido del mensaje. —Según el informe es una especie desobrecarga de neurotransmisores que haocasionado algo parecido a una sobredosis dedrogas —murmuró Casandra. —El informe de inteligencia apunta a Cysex,pero solo como encubridora, y la acusan derematar a las víctimas. —Esto despeja las pocas dudas que teníamos
de que Cysex es el vector de transmisión —concluyó ella al terminar de leer los datos delmensaje. —Le voy a contestar y añado todas nuestrasconclusiones y simulaciones. Una sonrisa feroz se dibujó en el rostro deIrene al recibir la respuesta, no pensó que fuera tanrápido, y se mostró desconfiada, pues no podíacreer que alguien de la red Libre estuviese yasobre aviso. Irene no era una libre en esencia, enrealidad, pertenecía a una empresa que teníacontratos con agencias del gobierno, entre ellos laseguridad de los servicios de hacienda. Alprincipio no era una experta en tecnologíainformática, era una economista encargada desubcontratar a los que hacían realmente el trabajo.Cierta vez subcontrató a un joven experto ytuvieron un convulso romance hasta que estedesapareció sin más. Unos días después dedesaparecer su novio, Irene recibió por mensajerouna PDA con varios documentos, en la PDA
encontró unos vídeos, explicándole que él era unlibre y que si alguna vez recibía la PDA es queprobablemente le hubieran capturado. Le dejaba lopoco que tenía y le transmitía los códigos deacceso a la red Libre. Irene descubrió un mundoque solo conocía en historias y que siempre pensóque eran leyendas urbanas. Durante el tiempo queestuvo leyendo toda la información, acabóabsorbiendo parte del espíritu libre y, muy a supesar, no destruyó los códigos, y ella misma seconvirtió en una libre, aunque fuera como invitada.Hasta hoy nunca había utilizado los privilegios quele cedieron, solo accedía a la red Libre pararenovar sus certificados y para leer las noticias delos varios grupos underground sobre seguridad.Además, esa información le ayudó a conseguirvarios ascensos, pues sus conocimientos deseguridad se incrementaron, terminó siendo unaexperta en seguridad sin proponérselo. Mientras Darío y Casandra revisaban lainformación recibida, otro mensaje zumbó en sus
PDA. —Un mensaje de feiano267 —indicó Darío,después de ver el remitente del mensaje. —¿Es que nunca duerme?, ¿qué hora es allí?—preguntó ella. —Dice que el informe médico le recuerda a uncaso que le contó un amigo suyo —dijo Darío, trasleer rápidamente el mensaje. En el correo se relataba que un amigo médicofue contratado para monitorizar los experimentosde un grupo religioso que intentaba potenciar lasexperiencias de éxtasis religioso experimentadasen el candomblé. Indicaba que en algunasocasiones el sujeto entraba en un coma reversibleinducido por neurotransmisores, añadía queaparentemente la instalación fue destruida por unincendio una noche y el proyecto abandonado.Concluía diciendo que existían indicios de que enrealidad fue un atentado de algún grupo religiosofundamentalista que considera el candomblé unareligión pagana. Después de comer, Casandra se
sintió indispuesta y dijo que iría a dormir un rato. —Casandra, ¿te encuentras bien? —preguntóDarío, posando la palma de la mano en la frentepara comprobar si tenía fiebre. —Sí, no te preocupes, es solo que estoy unpoco mareada. Puede que esté incubando unagripe. —¿Te preparo una infusión o algo? —insistióél. —Gracias, pero creo que lo que necesito esdormir un poco —dijo ella ya en el pasillo, amedio camino de la habitación. —Vale, que descanses. Mientras Casandra descansaba, Darío fue arevisar la información que los bots seguíanrecolectando sobre los incidentes que ocurrían portodo el planeta. Se sumergió totalmente y parecióolvidarse del mundo. En un momento dado estabacompletamente absorto cuando sintió un golpe enlas piernas, volvió a la realidad sobresaltado y vioa Rufo que ladraba furiosamente y le saltaba
encima. —Rufo, ¿qué quieres ahora? —exclamó Daríocontrariado. Rufo siguió ladrando, paró un momento yempezó a gimotear. Darío pensó que algo tenía que andar muy malpara que el perro se comportara de esa manera. Deun manotazo pulsó el botón que activaba todas lasdefensas de la casa y salió en busca de Casandra.Corría hacia la habitación cuando Rufo leadelantó. Al llegar el perro estaba encima de lacama olisqueando a Casandra y gimiendodesconsoladamente. Darío se asustó tanto que porun instante tuvo que agarrase a la puerta para nocaerse. Se repuso en una fracción de segundo y yaestaba al lado de Casandra. Estaba inconsciente,tenía el pulso acelerado y un color que noauguraba nada bueno, la movió colocándola enposición de defensa, descolgó la PDA del cinturóny le habló. —Casa, llamada de alta prioridad —dijo,
intentando mantener la calma para que el sistemareconociera su voz. —¿Código? —contestó el sistema domóticoque gobernaba la casa. —Emergencia médica, código severo. Serequiere asistencia médica urgente y presencial. —Se requiere confirmación de la aseguradoramédica —respondió la impersonal voz delsistema. —Confírmalo, envía el certificado deautenticidad. —Enviado. Durante unos angustiosos instantes no ocurriónada, luego se escuchó: —Buenas tardes, le habla el sistema médico deMed-Inc. Su transacción ha sido aceptada conéxito, el tiempo de respuesta se estima en más deveinte minutos y menos de una hora. Tengan unbuen día y gracias por confiar en Med-Inc. Volvió a concentrar su atención en Casandra,verificando sus constantes vitales. Como parecían
normales, fue al laboratorio y rebuscófrenéticamente en una caja llena de artilugios.Desesperado, la vació en el suelo, desparramandotodo el contenido. Al instante, encontró lo queestaba buscando: una pulsera de velcro con unbiomonitor adosado, recuerdo de un antiguoproyecto. Corrió de vuelta y le puso la pulsera aCasandra, al mismo tiempo que trasteaba paraconectarla con su PDA; no era una interfaz listapero medía las constantes vitales. Suspiró aliviadoal encontrar en la red el programa de diagnósticomédico. Lo descargó en la PDA y empezó a recibirlos datos de la pulsera. Su corazón volvió a latircon normalidad cuando la pantalla mostró gráficasen verde, indicando constantes vitales estables. Casandra se revolvió, abrió mucho los ojos yempezó a quejarse. —Cariño, ¿qué te pasa? —No lo sé, pero me duele mucho… —dijoCasandra entre lágrimas. —¿Dónde? —preguntó él con calma, aunque
internamente estaba conmocionado. Ella no pudo decir nada más, apretó losdientes, gruñó, y volvió a desmayarse antes de quea Darío tuviese tiempo de reaccionar. La casahabló: —Alarma de intrusión nivel tres —dijo la vozsintética del sistema. —¿Situación? —preguntó él con la esperanzade que fuera la asistencia médica. —Vehículo accediendo al perímetro externo —contestó el sistema. —¿Identificación? —Caja negra codificada, decodificando,aguarde. Decodificado: asistencia rápida deMed-Inc. —Desactivar seguridad, prioridad uno —dijoDarío aliviado. —Desactivando defensas, pasando a modovigilancia —concluyó el sistema. Darío corrió hasta la puerta. Nada más abrirla,una enorme furgoneta todoterreno aparcaba delante
de la casa. El conductor salió del vehículo seguidopor una mujer de mediana edad, que solo podía serla doctora. —Tenemos un aviso de urgencia médica, ¿esaquí? —preguntó la médica en tono profesional. —Sí, rápido. Se ha desmayado, pero antes ledio tiempo a decir que sentía mucho dolor. Susconstantes vitales son estables —contestó Daríoatropelladamente, intentando darle la mayorinformación posible en el mínimo espacio detiempo. La mujer lo miró como disgustada y lo siguió,al llegar sacó del bolsillo una pulsera monitora,pero al darse cuenta de que ya tenía una puesta, selo pensó mejor y conectó su PDA médica a lapulsera de Casandra. —Bien, tiene razón, está estable. Eso es muybueno. ¿Sufre alguna enfermedad? —preguntó ladoctora sin dejar de mirar la pantalla del aparatomédico. —No, que sepamos.
—¿Toma alguna medicación? —No. —Bien, vamos a transportarla a la ambulanciapara intentar realizar un diagnóstico. Al decir esto, el conductor salió y volvió enpoco tiempo con una camilla. Subieron a Casandray la llevaron a la ambulancia. Mientras elconductor conectaba dispositivos, la médica sedirigió a Darío. —Señor, tengo que pedirle que aguarde unmomento aquí fuera para que podamos realizar unaexploración, ¿de acuerdo? —Sí, sí, claro —atinó a decir Darío, ya muchomás tranquilo al ver a Casandra atendida. —No se preocupe, está todo bajo control —dijo la médica, que lo miró directamente a los ojosy le transmitió confianza. —¡Gracias, doctora! —exclamó Darío. Darío se sentó en el porche con Rufosuspirando a su lado, cada uno sufriendo a sumanera, confortándose el uno al otro. Ninguno de
los dos supo cuánto tiempo pasaron esperando;Rufo, por medir el tiempo de alguna manera quepara los humanos es incomprensible y Darío, porestar demasiado angustiado para poder serobjetivo; pudieron ser minutos u horas. Sinquererlo recordó a su madre, ella siempre parecíasaber lo que hacer hasta en los momentos másdifíciles. ¿Cómo lo conseguía?, pensó, ¿cómohacía para aparentar que nunca sedesmoronaba? Alba era un espíritu indómito,tremendamente práctica, pero sensible en losmomentos oportunos. Hizo un esfuerzo increíblepara criarlo sin que él echase demasiado de menosuna figura paterna. En un momento dado de suvida, harta de varias relaciones sin éxito, decidiótener un hijo y recurrió a una clínica deinseminación artificial. Se tomó un año sabático ensus investigaciones cuando Darío nació.Posteriormente, se dedicó durante algún tiempo ala enseñanza hasta que volvió a la investigación. Se escabulló de sus recuerdos al abrirse la
puerta de la ambulancia y surgir la doctora. Selevantó tan rápido que sintió sus tendones crujircon el esfuerzo, se secó las lágrimas, se armó devalor y salió al encuentro de la doctora. —¿Cómo está? —preguntó Darío sinpreámbulos. —Perfectamente, le he administrado un sedantey está dormida —contestó la médica rápidamente. —¿Qué le ha pasado? —Tiene un cálculo renal, el dolor hace que sedesmaye. Darío sintió que la garra que estrujaba susentrañas aliviaba la presión y pasó a sentir solouna especie de vacío, como si un miniagujeronegro lo devorase por dentro. Se tranquilizó yempezó a pensar con la claridad que le eracaracterística. —¿Complicaciones? —preguntó a la doctora. —No, es solo un cálculo, pero es demasiadogrande para que lo expulse naturalmente y vamos atener que practicarle una cirugía —dijo la médica.
Parecía relajada. —¿Qué tipo de cirugía? —preguntó él, otravez preocupado. —Es una intervención menor y la podemosrealizar aquí mismo, en la ambulancia, si usted loautoriza. —¿Me puede informar antes del tipo de equipodel que dispone? —preguntó Darío muy serio. La doctora abrió mucho los ojos e iba areplicar que a él qué le importaba el material,cuando se acordó del brazalete de monitorizaciónque tenía puesto Casandra, y se lo pensó mejor. —El brazalete que tiene puesto la paciente,¿de dónde lo ha sacado? —preguntó la doctoramirándolo fijamente. —Casandra —dijo Darío. —¿Cómo dice? —indagó la doctora un pocodesconcertada por la respuesta. —La paciente se llama Casandra —dijo Darío,sonrió y le tendió la mano. —Perdón, soy la doctora Torres —dijo ella
estrechándole la mano. —Darío, encantado de conocerla. Hace tiempocolaboramos en un proyecto para la Universidadde Madrid relacionado con interfaces médicas. —¿Son médicos? —preguntó ella intrigada. —Se puede decir que somos una especie deingenieros informáticos —contestó Darío. —Entiendo… Mire, si me indica dónde está elbaño, yo no veré cómo usted revisa el equipo, ¿deacuerdo? —Al final del pasillo, la puerta azul. Ygracias. —Tiene cinco minutos —dijo ella con vozseria. Darío se subió a la ambulancia, el conductor lomiró a él y luego a la doctora. Al ver el gesto quele hizo la médica se bajó y se sentó en el porche.Rufo la observó curioso, se acercó y la olisqueó,llegó a la conclusión de que le caía bien y saludósin mucho ánimo. Darío se acercó a Casandra y labesó suavemente en la frente. Sacó su PDA y
escaneó los códigos de barras de los equipos delrobot cirujano, bajó de la ambulancia, activó elteléfono de la PDA y realizó una llamada. —Hola, Ramón —dijo Darío en cuanto seestableció la comunicación. —¿Quién eres y de dónde has sacado minúmero privado? —gruñó alguien al otro lado dela línea. —Ramón, soy Darío, ¿no recuerdas ya a losviejos amigos? —dijo Darío. —Darío, caramba, hace años que solohablamos por correo electrónico. Ya ni meacordaba de tu voz —dijo Ramón, cambiandoradicalmente el tono. —¡Necesito tu ayuda! —exclamó Darío abocajarro. —Cuenta con ella —contestó Ramón sindudarlo un instante. Darío le contó la situación de Casandra, lehabló de la operación y le pasó el código del robotcirujano.
—¿Así que quieres saber si es fiable esemodelo? —preguntó Ramón, después de pensarunos instantes. —Sí, y si los protocolos de Med-Inc sonbuenos. —Sí, espera, no cuelgues. Tengo que consultarunas cosas y hacer una llamada —le indicóRamón. Por unos minutos Darío solo escuchó la típicamúsica de llamada en espera, al rato Ramónvolvió a hablar. —Darío, tenéis suerte, no creo que exista robotcirujano más seguro que ese —dijo Ramón en tonoalegre. —Me alegro mucho, pero ¿por qué lo dices?—preguntó Darío esperanzado. —¿Te acuerdas de CyberMed? —Sí, claro, el laboratorio al que leoptimizamos el software de control robótico haceunos años —contestó Darío haciendo memoria yrebuscando en su almacén mental de proyectos.
—Pues bien, CyberMed vendió las licencias aMed-Inc, lo que quiere decir que el robot estáejecutando el software que vosotros optimizasteis—concluyó Ramón. —¿Tiene incidentes registrados? —preguntóDarío persiguiendo la información. —Solo causados por la mala intervención delmédico que configura la intervención, ningunacausada por el robot. —¿Tú qué harías? —preguntó Darío indeciso. —Mira, Darío, esa es una decisión muypersonal. Como médico no te puedo contestar,como amigo te diré que yo mismo me dejaríaoperar por esa cosa si el cirujano operador esbueno —dijo Ramón con firmeza. —Ramón, no sé cómo agradecerte esto. —No digas tonterías, Darío, sabes que osquiero a los dos. Mantenedme informado de todo ysi necesitas algo más llámame a la hora que sea,¿de acuerdo? —De acuerdo. Adiós, Ramón.
Ramón era un gran amigo, aunque no lo veía amenudo, pues llevaban vidas muy distintas. Erauna persona entrañable, muy inteligente,demasiado crítico consigo mismo y con tendenciaa esforzarse más de la cuenta. Era de estaturamediana, siempre llevaba barba y seguía usandounas gafas que le daban un aire de intelectual deantaño. Darío guardó la PDA y se dio cuenta de que ladoctora estaba a su lado, mirándolo consuspicacia. —¿Pidiendo una segunda opinión? —preguntóla médica. —No se ofenda, doctora, tengo un amigomédico y le pedí información sobre su unidadrobótica. No dudo de su capacidad como cirujana—explicó Darío, intentando parecer lo mássincero posible. —¿Ese Ramón amigo suyo no será, porcasualidad, Ramón Partida? —Sí, el mismo, coincidimos en un proyecto en
la Universidad de Madrid. ¿Lo conoce? —preguntó Darío sorprendido por la coincidencia deque los dos médicos se conocieran. —He leído sus artículos y he ido a susconferencias. ¿Qué le ha dicho? —indagó ella enun tono amigable. —Que si el médico es competente, la unidades perfectamente apta para la intervención. Así queadelante —contestó él. —¿Sabe que las intervenciones no están cienpor cien cubiertas por las pólizas y que tienen uncoste adicional? —preguntó ella, su voz habíavuelto a ser profesional. —Sí, lo sé. —Bien, firme aquí —dijo la médica al mismotiempo que le tendía una pizarra electrónica—.Ahora, por favor, dé su autorización oralmente. —Estoy de acuerdo con la intervención y conel pago que de ella se deriva —leyó Darío en vozalta. —Bien, Darío. Esto será rápido, sellaremos la
ambulancia y la esterilizaremos. Despuésconfiguraré la intervención —indicó ella, trasfirmar también digitalmente el documento. —Gracias, doctora. La médica dio órdenes al conductor. Del techode la ambulancia se desplegó lentamente unaantena parabólica, osciló un poco mientrasrastreaba la localización del satélite, luego sequedó quieta y una luz verde parpadeó en su base,indicando que el enlace estaba establecido. Mástarde, la doctora se conectó a la central deMed-Inc y descargó los parámetros principalespara el tipo de operación, posteriormente pasó aconfigurar los parámetros específicos deCasandra. Ella dirigiría la intervención, pero erael robot el que la realizaba físicamente, ningunamano humana podía tener la precisión de losmicromanipuladores del robot; el impacto de laoperación sería mínimo comparado con unaintervención clásica. Después de una hora, más o menos, se escuchó
un siseo al abrirse la puerta de la ambulancia. Laplataforma bajó la camilla con Casandra y elconductor la llevó de vuelta a su habitación. AntesDarío esterilizó la habitación con productos que lesuministró la doctora y cambió la ropa de cama. La doctora se dirigió a Darío: —Ha sido un éxito y no hay complicaciones.Se encuentra adormilada por los sedantes, en unpar de horas estará totalmente despierta. Debedescansar unos días. —¿Algún cuidado especial? —preguntó Daríosi dejar de mirar a Casandra. —Os dejaré medicinas para el dolor yantibióticos de amplio espectro, aunque el riesgode infección es mínimo —dijo la doctora despuésde volver a comprobar los datos de su PDAmédica. —¿Cuándo se puede levantar? —Mañana mismo con cuidado. Si sienteardores al orinar, es normal. La microsonda hapulverizado el cálculo, pero ahora tendrá que
expulsar los fragmentos. Si nota cualquier cosarara, llámeme. Este es mi número. —Muchas gracias, doctora —dijo Daríotendiéndole la mano. —Solo hemos hecho nuestro trabajo. —Lamédica le dio un rápido apretón de manos, esbozóuna sonrisa y se encaminó hacia la ambulancia. El conductor arrancó en cuanto la doctorasubió a la ambulancia y Darío se quedó un ratomirando cómo se alejaban por la vieja carretera.Entró en la casa, cerró la puerta, volvió a activarlos sistemas de seguridad y se dirigió a lahabitación. Encontró a Rufo en la puertagimoteando bajito, totalmente abatido. Abrió unpoco la puerta y vio que Casandra dormíatranquilamente, volvió a cerrarla y llevó a Rufohasta uno de los baños de la casa. A pesar de lasprotestas del perro, limpió al animal a conciencia.Luego regresó a la habitación y entró con él enbrazos, aproximándolo para que pudiera olerla,pero sin tocarla. El animal se tranquilizó al saber
de alguna manera que Casandra estaba ya mejor ycambió de humor radicalmente, volviendo a ser elde siempre. Salieron los dos de la habitación yfueron hacia la cocina. Darío dio de comer a Rufo,que no había comido nada desde que todo empezó.Reparó en que él también estaba hambriento y sepreparó un bocadillo. Mientras comía a solas, sumente voló hacia el pasado, cuando trabajaron conRamón en la optimización de la unidad demedicina robótica. Fue cuando regresaron de SãoPaulo, no sabían muy bien qué hacer cuando elpropio Ramón contactó con ellos. Ramón estaba alfrente de un proyecto conjunto entre el fabricantedel robot y la universidad. La parte referente a lascapacidades médicas del software estaba bastanteavanzada, pero el fabricante no terminaba deconseguir que los manipuladores funcionasencorrectamente. Ramón sabía que existíanprofesionales trabajando con optimizacionesrobóticas, por lo que empezó una búsqueda en loscentros de investigación y fue cuestión de tiempo
que oyera hablar de las habilidades de la pareja,la cual no tardó mucho en encontrar el problema:software hecho con prisas y sin estándares decalidad. Darío solía decir que el fin del mundo loocasionaría un desarrollador inepto al cual lemetió prisa un ejecutivo aún más inútil. Todo fuecuestión de reescribir el código, aplicar un estrictoplan de pruebas y hacer miles de simulaciones.Programaron su propio software de simulación ypruebas, les llevó tiempo y esfuerzo, pero al finalel software del robot empezó a controlar elhardware con precisión y fiabilidad. Alquilaron un minúsculo apartamento en unedificio antiquísimo del barrio de Vallecas, enMadrid, un barrio muy cosmopolita, el sitio idealpara pasar desapercibido. El edificio fuerestaurado tantas veces que parecía casi imposiblecalcular su auténtica edad, pero era confortable,estaba cerca del metro y no resultaba demasiadocaro. Décadas de ciclos económicos dejaron suhuella en el antiguo barrio, casas restauradas, y
edificios en ruinas convivían con casas modernascon sistemas de seguridad de última generación. Una tarde, la pareja estaba en el laboratorio dela universidad cuando se presentó Ramónacompañado por el típico ejecutivo de traje caro ymirada de suprema superioridad, flanqueado porel eterno guardaespaldas de tarifa barata, jovenlleno de anabolizantes y con aspecto de habersufrido una lobotomía como parte del proceso deinstrucción del puesto. Visiblemente incómodo,Ramón presentó al ejecutivo, pidió disculpas y semarchó. El guardaespaldas se alejó y tomóposición en un lugar que calificó de estratégico. —Buenas tardes, represento a la compañíadueña de los derechos de la unidad médicarobótica que están ustedes probando —dijo elejecutivo mirando a los dos como si sintiese algúntipo de aversión por estar compartiendo la mismasala y respirando el mismo aire. —Hola —dijo Darío sin inmutarse por eldiscurso.
—¿Qué tal? —murmuró Casandra sin dejar loque estaba haciendo. —Hemos leído sus informes donde dicen queel software original era de calidad ínfima y quehan tenido que reescribir todo el software decontrol del robot. Pues bien, estamosprofundamente descontentos con la manera en quese ha gestionado todo esto —explicó el ejecutivoen tono ensayado y que pretendía ser intimidatorio. Darío lo observó, y puso la típica cara de«vaya, otro de estos chupatintas». Casandralevantó los ojos de la consola donde estabatrabajando y miró a Darío un momento, comodiciéndole que era mejor que ella hablara primero. —No sé si entendemos adónde quiere llegar—contestó Casandra mirándolo fijamente a losojos. —La compañía no está de acuerdo en que elsoftware original sea de mala calidad. De hecho,creemos que es perfecto y que ustedes se hanlimitado a probar la unidad. Consideramos sus
declaraciones ofensivas para el buen nombre de lacompañía y estamos pensando en emprenderacciones legales por difamación —continuó elejecutivo, poniendo especial énfasis al decir«acciones legales». —¿No hablará en serio? —dijo Casandramientras se levantaba de la silla casi de un salto yse aproximaba a Darío. —Totalmente en serio. No obstante, podemosllegar a un acuerdo —dijo el ejecutivo con airesde autosuficiencia. —¿Qué tipo de acuerdo? —le preguntó Darío,poniendo cara de inocente. —Bueno, ustedes se olvidan de esa tontería deque han «reescrito» el software y nosotros nosolvidamos de los tribunales —concluyó elejecutivo en tono mucho más conciliador. —¿Está loco? Hemos reescrito totalmente susoftware, el anterior lo tiramos a la basura.Además, está todo documentado —le espetóCasandra que acababa de perder la paciencia.
—Según me consta, no existe ningunadocumentación de ese supuesto proceso dereescritura. —Está en la carpeta de control del proyecto —añadió Darío, que empezaba a cambiar de color apesar de mantener un tono de voz tranquilo. —¿Dónde dice? —preguntó el ejecutivo conuna sonrisa burlona. —¡Maldita sea, aquí! —le dijo Darío, quien yahabía decidido que no valía la pena mantener lasapariencias. Intentó abrir el repositorio de controldel proyecto y descubrió que los principales datosno estaban donde deberían. —Yo no veo nada, así que, si me permiten, nopuedo perder más tiempo. Tienen hasta mañana almediodía para entrar en razones —replicó condesdén el ejecutivo. Se dio media vuelta y se marchó, sin decirnada más, acompañado por la sombra de suguardaespaldas. Unos minutos después entróRamón.
—Siento esto tanto como vosotros, pero vienede muy arriba. Al parecer si el software ha sidodesarrollado por nosotros, entonces la universidadtiene derechos de autor sobre la unidad, pero sisolo la hemos probado nos pagan por el trabajo yno tenemos derecho a nada —comentó Ramón convoz apesadumbrada. —No puedo entenderlo, es una barbaridad —dijo Darío un poco abatido por la situación. —Creo que la compañía ha sobornado aalguien de arriba, pensará que le sale más baratoeso que pagarle luego a la universidad losderechos —dijo Casandra con rabia. —¿Y no podemos hacer nada? —preguntóDarío. —A mí me han amenazado con despedirmesumariamente —comentó Ramón. —¿Quién lo ha hecho? —preguntó Casandracon los ojos entrecerrados. —No te lo puedo decir —contestó Ramón nomuy convencido.
—Haz lo siguiente, en el próximo correo quenos envíes, ponlo simplemente en copia —dijoCasandra. —Pero ¿por qué? —preguntó Ramón conexpresión confusa. —Hazme ese favor —dijo sencillamenteCasandra, haciendo un gesto con la mano, comoquitándole importancia. —¿Qué vais a hacer? —insistió Ramónvisiblemente preocupado. —Nada, si la universidad quiere acatar esto,nosotros lo acataremos —concluyó Casandramirando a Darío con una sonrisita maliciosa. —No me gusta esto, pero creo que es mejorque nos quedemos al margen —sentenció Ramóncada vez más preocupado. —Eso haremos Ramón, no te preocupes —dijoDarío mirando a Casandra de reojo. Al irse Ramón, Casandra hizo una llamada aladministrador de sistemas de la red local. —Hola, Alberto. Soy Casandra y necesito un
favor. —Dime, Casandra. Si está en mis manos solotienes que pedirlo, te debo un favor por lasoptimizaciones que realizasteis en el control deacceso y en los recursos de la red, me ha ahorradomucho trabajo y muchos problemas. —Te explico, creo que uno de los robots estáinundando el tramo de red con mensajes que sonerróneos y que no aparecen en el monitor. Sipudieras habilitarme un permiso para utilizar unprograma de rastreo de red, un sniffer —le contóCasandra en tono profesional. —Bueno, Casandra, normalmente porseguridad no se lo permitimos a nadie. Peroteniendo en cuenta que antes de vuestros consejosla red era un desastre y ahora está funcionando demaravilla, no puedo negarme. Te daré un permisode una semana, te envío las claves por correo. —Muchas gracias, Alberto, de verdad que noshaces un gran favor. Casandra colgó el teléfono y se acercó a su
consola, abrió el correo de Alberto y activó elprograma de sniffer de la red y empezó aconfigurarlo rápidamente. —Casandra, ¿qué haces? —preguntó Daríoacercándose y sentándose a su lado. —Voy a monitorizar la red, ¿no lo ves? —contestó ella poniendo cara de ingenua. —¡Casandra! —dijo Darío en un tonoinconfundible para ella. —Vale, vale, voy a esnifar el tráfico de red delenergúmeno que ha amenazado a Ramón —dijoella sin levantar la mirada de lo que estabahaciendo. —Cuando te pones así, me das miedo —dijo élmirando al techo. Casandra esperó que llegase el correo deRamón con la dirección en copia del jefeamenazante, luego dirigió el sniffer de red paraque monitorizase el tráfico de la red en el tramo enel que estaba el servidor de correo. Configuró unfiltro para buscar la dirección que quería
monitorizar y lo dejó funcionando. —Cariño, ve a por café y algo de comer, metemo que nos toca guardia —comentó Casandra entono ausente, como si solo una parte de su mentehablara. —Casandra, si no intercambian ningún correo,esto no va a funcionar, solo vas a interceptar loscorreos que envíe a partir de ahora —dijo Darío,conocedor de los procedimientos que ella estabaejecutando. —Tú tráeme el café y te prometo que tellevarás una grata sorpresa —concluyó ella y estavez sí levantó la vista y lo miró a los ojos conternura. Casandra intentó entrar en el sistema con elusuario del jefe corrupto, no conocía su contraseñay al intentarlo varias veces le bloqueó la cuenta.Cuando él intentara acceder se encontraría con lacuenta bloqueada, llamaría a seguridad para que lereiniciara la contraseña y le enviaría una nuevapor mensaje de texto al teléfono móvil, utilizando
la pasarela de correo electrónico, y ella lo veríaen las trazas del sniffer. Como los mensajesenviados a la pasarela de envíos de mensajes ateléfonos no estaban encriptados, pues se confiabaen la encriptación posterior de la red de telefonía,sería legible. No tardó mucho tiempo y allí estabael mensaje con la nueva contraseña, Casandraentró rápidamente en su estación de trabajo y creóun usuario nuevo, por si él la cambiaba. Tiempodespués intentó de nuevo la conexión, lacontraseña seguía funcionando, lo que indicabaque, contrariando las directivas de seguridad, elusuario no la había cambiado, era lo normal, peroCasandra no quería arriesgarse y por eso creó unusuario adicional. Casandra levantó la vista y seencontró con Darío, con una bandeja con café ybocadillos, mirándola con una expresión divertida. —Casandra, no te puedo dejar sola. Ya estáshaciendo travesuras —dijo Darío conteniendo larisa. —¿Te gusta? —preguntó ella poniendo voz de
niña pequeña. —Eres diabólica, menos mal que estamos en elmismo bando —Darío se acercó y la besó en lafrente. —Acuérdate de eso cuando hables con lamomia esa de contabilidad —dijo ella fingiéndoseindignada. —¿Quién? —preguntó él perplejo. —La rubia esa de contabilidad con másoperaciones que años tiene —indicó ella en tonoserio. —Aaah, esa… —dijo él al recordar quién era. —He visto cómo te mira —dijo ellaenfatizando las sílabas. —Ya sabes que solo me gustan las chicas sinimplantes de silicona. Ella es demasiado artificialpara mí, no seas celosa. Ahora en serio, ¿quépretendes realmente? —Ahora verás —dijo ella nuevamente absortaen la pantalla. Casandra se conectó a la estación de trabajo y
monitorizó la actividad. Cuando vio que no existíaactividad de usuario, dedujo que el jefe corruptono estaba, por lo que verificó en el control deledificio que no lo hubiera abandonado. Activó elprograma de correo electrónico y redactó unmensaje al rector de la universidad, con copias aRamón y al buzón del proyecto, resumió los logrosdel proyecto, adjuntó toda la documentaciónborrada del servidor y que ellos tenían en susestaciones de trabajo, denunció las intenciones dela compañía robótica para engañar a launiversidad, también anexó una solicitud para queRamón fuese ascendido debido a los excelentesresultados del proyecto y, para finalizar, añadió uncontrato por el cual Casandra y Darío deberíanrecibir una suma respetable a cargo de lacompañía robótica como indemnización por el findel trabajo. Envió el correo firmado digitalmente,y descargó todos los correos en una unidad de red,luego los copió a su portátil y los borró de launidad de red. Activó un programa de búsqueda en
los correos y no tardó mucho en encontrar algunoscomprometidos, los copió todos y seleccionóalgunos que reenvió el rector de la universidad,añadiendo que la compañía robótica intentabacoaccionar al grupo de trabajo, con esto el jefecorrupto no se podía retractar e intentar negar laautoría de los correos y la compañía robóticatendría que sobornar al mismísimo rector si queríaseguir adelante con su plan. Finalmente borró el usuario creado en laestación de trabajo, posteriormente suprimió en elsniffer todo rastro de lo realizado y lo configurópara monitorizar el robot. —¿Qué te parece? —preguntó Casandra conuna gran sonrisa. —Impresionante, ahora sé por qué me enamoréde ti —contestó él impresionado por eldespliegue. —Pensé que era porque te gustaban mispiernas —contestó ella levantándose unoscentímetros la falda.
—Son preciosas y éramos adolescentes, nopuedes culparme por no poder apartar la miradade ellas, la culpa es tuya por usar aquellaminifalda —contestó él, fingiendo ponerse serio. —No seas machista, ¿cómo que la culpa esmía? Además fue divertido, no sabías cómodisimularlo —dijo ella dándole un manotazoamistoso en el hombro. —Lo pasé fatal, mi mente me decía que temirase a los ojos y mis hormonas me gritaban quete mirase todo lo demás —dijo él ruborizándoseligeramente por el recuerdo. Darío tenía congelado para siempre en sumemoria aquel recuerdo, cuando desembarcarondel barco oceanográfico en el archipiélago y sedirigieron a la estación. Tuvo tiempo de cambiarsede ropa y deshacía el equipaje cuando llegaronCasandra y José, que ya llevaban varios díasinstalados. Los dos adultos se abrazaron y los dos
jóvenes se saludaron tímidamente. Alba los miró. —Vamos, Darío, no seas soso y dale un abrazoa tu amiga o va a pensar que no te alegras de verla—dijo Alba, empujándolo ligeramente endirección a Casandra. Casandra miró a Darío, el niño bajito y pecosose había convertido en un adolescente alto y unpoco desgarbado. Tenía el pelo de un colorcastaño raro y unos ojos que cambiaban de colordependiendo de la luz, pasando del marrón alverde. Le seguía pareciendo mono y sin pensárselomucho lo abrazó. Algo ocurrió, una descarga deadrenalina, una contracción del estómago, unasensación de calor por todo el cuerpo difícil dedescribir. Darío a su vez vio el mismo pelo negroy largo de siempre, los mismo ojos grandes yluminosos. Pero ahora distinguió a una jovenatractiva con unas piernas interminables. Cuandoella lo abrazó fue como si el universo cambiara degolpe y añadiera una dimensión extra a su espectrode sensaciones. Correspondió torpemente al
saludo, por un instante fugaz sintió los pechos dela chica oprimiéndole ligeramente y pareció comosi un volcán entrase en erupción. La soltó un pocoavergonzado, deseando con todas sus fuerzas queella no notase su excitación y la miró a los ojos. Eltiempo se detuvo, luego rebotó y se aceleró, casino fue capaz de percibir el rápido beso en lamejilla que ella le dio. Ramón irrumpió en la sala y los pillóbesándose tiernamente. —Eeeh, hola…, perdón si interrumpo algo —dijo Ramón un poco avergonzado, a pesar de quetenía mucha confianza con la pareja. —No te preocupes, Ramón, estamoscelebrando tu ascenso. ¿Quieres un café? —comentó Casandra acercándole una taza. —¿Ya habéis leído los correos?, ¿no os parecemuy raro? —comentó Ramón atropelladamente. —Puede que su mujer le haya aconsejado no
ser un impresentable —dijo Casandra con unasonrisa pícara. —Su mujer lo dejó hace años —comentóRamón un poco confuso. —Chica lista —sentenció Casandra. La alarma del microondas al terminar decalentar una infusión trajo de vuelta al presente lamente de Darío. Recordó con cierta añoranza esaépoca, fue una de las pocas veces que utilizaronsus habilidades en algo ilegal y que les trajo algúnbeneficio económico, ya que estaban cansados deque les atropellasen esos delincuentes con traje.Con la indemnización compraron la casa en ruinasque luego restauraron con tanto trabajo. No dejabade ser irónico que ahora Med-Inc, la heredera dela empresa que intentó extorsionarles, fuera dueñade una parte de la casa, pues el coste de la facturamédica de Casandra se sufragaría con una hipotecade su vivienda. Era todo automático: las pólizasmédicas requerían depósitos en fianza para lasintervenciones, y lo habitual era una hipoteca
abierta que sería ejecutada automáticamente. Daríoechó un vistazo rápido a los sistemas demonitorización, ajustó algunos parámetros delsistema que controlaba el invernadero y se dirigióa la habitación a ver a Casandra, abrió la puertadespacio y entró de puntillas. Casandra seguíadormida, verificó sus constantes vitales ycomprobó que estaba bien, no tenía fiebre y todossus parámetros eran normales, la besó en la frentesuavemente y volvió al laboratorio. Le escribió uncorreo a Ramón contándole que la operación fueun éxito y le agradeció la ayuda. Al día siguiente, Casandra se sentía un pocomolesta, pero ya insistió en levantarse. Estabadesayunando en la vieja mesa de madera delporche de la casa, hacía una mañana agradable,con algunas nubes altas en el horizonte. Casandraaspiró profundamente, sintió los aromas delbosquecillo cercano, a lo lejos se oían lasllamadas de los pájaros, en algún sitio del bosqueuna rapaz chilló agudamente reclamando su
territorio. Dejó que toda aquella huella de vida lainundara y se sintió increíblemente bien. Unextraño «clock» la trajo de vuelta a la realidad,tardó unos segundos en darse cuenta de que elsonido lo causó Darío al ponerle otra taza de caféen la vieja mesa. Levantó suavemente la cabezapara poder mirarlo a los ojos. —¿Cómo te encuentras? —preguntó Darío. —Físicamente un poco molesta, mentalmentemuy bien, un poco eufórica, diría yo —contestóella después de dar un sorbo al café. —¿Verifico las medicinas por si te han dadoalgo raro? —preguntó él con preocupación. —No, no. Creo que solo estoy contenta porhaber salido de esta sin mayores consecuencias —dijo ella quitándole importancia. —Sí, hemos sido muy afortunados de que nofuera nada grave —comentó él aliviado,sentándose a su lado. —¿A cuánto asciende la factura? —preguntóella sin dejar de mirar al horizonte.
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