llL AUDAZ 97jas del rapaz como fianza pal·a poderle imponer casti'go·en caso alhmativo. · .·-Yo no señor- contestó Pablillo, preparándose á llorar.- A ~·er: registrele usted. .La tia Nicol asa metió su mano en la faltriquera de Jos ·desgarrados calzones que vestía el huérfano y lanzó unga1to de hol'!'or al sacar de ella el aro que aqLaél se babiaencont1·ado en Ja huerta.-¡El brazalete de la señotit.a!-exclamó.-;El brazalete de la señorita!-dijo D. Lorenzo. y am-bos se quedaron con la boca 1•bierta contemplando In fa-.tal prenda.-¡El brazalete que se le perdió la semana pasada!- ¡Y ella creyó que se le. habla caído en ia calle!-¿Qué le parece á usted, Sr. D. Lorenzo? ·-¡,Qué le paa·ece á usted, tia Nicolasa? -Pablillo leyó en Jus miradas de uuo y otro el máS te-rrible y ejemplar castigo. Por de pronto, y sin esperar áque el mayordomo tomara- la determinación que aquelgrave caso requea·ía. la tía Nícolasa se esplayó, dándoletuntos azotes, que los gritos obHgaron á la seilorita á aso-marse ii una ventana. Pablillo volvió hacía ella SIJS ojosinundados de lágrimas, esperando oir una palabra queJelibrara de tan inespcmdo tormento; pero la dama, lllfor-mada de que sn joya había pa recido. se retiró de la ven-tana. Hasta los oídos del conde llegó la uoticia del caso,y dijo qu!l ya le mortificaba la presencia de aquel mu-chacho en su casa, y que era preciso, ó imponerle Josfuertes castigos que merecla, ó cnvi:n·Je á un asilo. Don ,Lofen);o ensei1aba á todos el fatal cuérpo ' del delito, di·ciendo: ·De t.nl palo tal astilla. Bien decía yo que estetendría las mismas uñas que su padre.• ·Todo aquel día, In a6.icción y desconsuelo de PablilloDO son para éontados. Aunque niilo, sentia lastimado suhonor y no podla tolerar que le llamasen ladrón. La inso-lencia de Jos chicos no tenia ya limites; la tía NicolnsaDO se aplacaba. ni aun .viéndole abatido y humillado; yD. Lorenzo le fiacia minuciosa resefia de Jos castigos quese le iban á. imponer. El hubiera deseado tener ocasiónde arrojarse llorando á los piés de la señorita para ·decirleque él no habla robado la alhaja, seguro de que le cree-rla. Pero esto no fué posible, y por todas partes J:!O escu-chaba sino comentariOs más 6 menos terribles de su su:-puellto crimen. No bnbía bicho viviente en la casa que nole maltratara é injuriara. y hasta las gallinas le parecla •que cacareaban su deshonra. 7 © Biblioteca Nacional de España
98 ll[, AUJJAl: Hay, sin embtu·go, que hacer una excepción en los sentimientos de In seJ'Vidumbre para con Pablillo: habla un sér, uno solo, que teula am istad ·con el pequei'luelo, y era el tio Geníllo, viejo sexagenario y en l'ermo, inten- dente genera l de las mulas. Este infeliz. que era consi- derado como el último de los sirvientes. se pllnía siempre de parte del niilo !lln•·iel, cuando se discutía su c rimina- lidad en un cil'culo de arri eros y mozos: le trataba con carifJo, y hasta le contaba algunos cuentos, cum1do P~~o · blillo iba por las mañanas;, la cuadra á contemplarle en el desempeño de sus elevadas funciones. La idea de la emancipación continuó fascinando ni hué1·fano todo aquel día. Cada vez le era más insoportsl- ble la \'Ida de aquel la cns:t, y el campo con su prodigiosa y vasta extensión. la perspectiva do la sierra y la longi- tud del camino, que parecin no ncabar nuncn. le atra!nn cada vez con más fuerza. Por la noche en el momento de acostarse, todo esto le p1·eocupó hnstn el punto de quitlll'- Jc el suei'lo, coot•·nrinndo la común ley -de In naturaleza que cierra los párpados de Jos nmos y les quita en UJHt Docbe todas lns &ugustins del d!a Pero t~m bién es cie1'to que en Jos nii\os, cuando se ven p•·iyndos de todo afecto, cuaudo su dl'-stino les a rroja al mundo solos y desampa- rados, se desarrollo. una. prematura acth•idad de espíritu. m instinto de buscar Jo. vida y la felicidad que se les nie- ga, les lleva á acometer empresus pam ellos gi~antescas. y que en situación normal, jamús bubit·ran ponido idear. Jllovido Pablillo. á pesar suyo, por nc¡uclla temprnna 1\C',- tividnd de su espíritu, hija del desamparo en que viví;l, resolvió fugat·so al d!a s iguiente. No pensó á qué pu11to iría, ni que iba á ser de s u existencia ermnte y sin tecl.o; sólo pensó en echar á andar pot· aquel camino. y eu ale- jarse mucho para no ver más á la tia Nicolnsa, ni nlmóns · truo del mayordomo. Durmióse al fin el pequeilo aventurero y er. su sueiio no dejó de ver el inmenso campo, la sierra y el camino- sin fiiJ que habla ele recorrer ni dia.siguiente. Soñaba con su libe¡·tad, que se le representaba en mil formas divor- sas, pero siempre risnefla, y embellecida po1· la idea de una providencia que le darla pan que comer, agua que beber, sitios deliciosos en que retHzar y mnr•wiloosos es- pectáculos en e¡ue reet'C>H' la Yista. La imagen slempre hermosa·de la sefwríta se mezclnbn ;í este kaleidóscopo. que daba mil vueltas en la fo.ntasía del huérfano durante• , toda la noche que pr~cedió ñ su fuga. Amaneció, y muy qnedito se vistió y se fué derecho © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 99cnddtdhrdIndiaannnie~neaomldialisbesmnobópacqptafti;doacoauua)aeee.orbédpenardrdrlslrellrtpeóden\acelm.cos!aa.s1dedapdrdúuC1Eonmseu.riMrsseoeíléaliabIntsn6a.fddlmtureokoaedetttsmn,nlmisosc'(aCaccqycuaayoeSoaugNucdnevnsuihnbdireltaatcioqroee.rlanioailuEn,lszaóiirteabcalualsrcoasearenspmoamlrsbaogieptm,Jmayaaqaraiesñjd¡oarure·oarda,cónendlalnho,tondtsoótvamnosoirelen;ealyJslpiarWcescarládsróihatic'ejnpa'arbobaataaebrdrrop.asonteoleazlerEdacqalrs,áóne1u6,nusy1rásqjetse,otoaloioumdgnyarnlpuueoaooepocosnnnp,nhreersdd1ueása1boméenar,ebrciilndróeeosdalitctianencbñeameesogoeatapnmcuue,sqnnceiddvtnruonlearoaooo----er,irCAPÍTULO VIDe lo Que .l\:Iuriel Y lO y oyó en Alnoló. de Henares. 1fPcDtdfppamumdotsdpdlppiCcoreeocnoiaseneioiuu!aoerroórnsstlrsnvapégsaud,tmdlmozltV.oecansbiceaoaleascieoesooplldtae,ssundstjteaneusJaaeoonoteseIoeyfsstuoTmnnVesulspaoslrbMllaiainapolSloia.oradtaceuacbc1carnitrsppooS·deolídeorria.tircefrooomuceausnnutonJteDeasíoncsrdlrsndsor.sssiaoiulaiiee.anf1nese'aquandlpisassLnu.mnlgldclpue.oaoivdrFascoduooyleretEoieilopiradsqesmredpcoamtsplect,om,xiueátra·erlpna\"idacbieincaieyoay1dsuozlldosresudhiau·eeoueadysnaurpdroadbelnoInnserdSnllAbeInesÓlitccoalvente.olóóeji,ooloxipcaseaS.gcdnegefneunesnáienobuasjueiueasotrnmltnoblceeajo,tsrjseaIaáueearsecon¡raaaner.qe·xenarcnegJtalreqnltai,taupcclicsPoalu<aldPauauecgaioheuqs,alnr,aqeersdibuarunsbuaoiaoeaueanatudnóooslldeunldrlseiodunoondgtelocneilnqlrdeshvordeucosodqcayioúeuvestesunennaeouyfrmcoecrtagslseáasdanMdeietlullnácrHdurieedeaárlaidel,drnoesstmbaeslsedinmaovueesdtcusobeenMeautsos,airlnrsiaaiamyviibnssearscduCspaobroidaobsuiaámeesrenaaencdreussddsncdrcsrioacdeflrei,icielstoueoironnsoeaeeeIlzuuJdcinnacantspSlerbudadeoaooli,aoetco¡cleliaaeieñnnnru·etode)niaaílals·s?n-a-as-a-.o;-al-s--· © Biblioteca Nacional de España
lOO l!L AUDAZpdbsCaerraHoel~lsEnfo/oesOl.talriltaznKoinnnazladcd, qiooycauuneyseoanealnl?eednsnxuoíoaatliavpp4us1iaoó1inlda4aeablcdanaiteotea•c,·srsoadutvrnaoiremalcnolzouedsomjeoromrasotd.leioldl,eaegqygcaurocoresoscitn1odunofmpurSpeberaarczvoniaopsJridoutayescFéssitódoeonse-rácLdd·iooeDa-----l--rs>sPoNN.eEaSr¿n¡darLaoQAezrlcedeoñu,ouhuhorsog,ie.saei.érjeanqnysl,nomñrelzudo?naoñoedéoeonrPol?,eS;eorosp-c¿e;lnMréuelqcgpoaisevuosaluuiodióirnneerdru.edsitodoeaehsao.inlseía,n,dratosyeótqetspdse?áse.utara.uic~l¿e.eorÓopHndts¡q·nJetiaQe•souae.rilráue.nad.va¡isnDiuHéejSqosnsnoéauu-ilj:ie1daeisdévd1asiodnmitjansáoeSdtaeeo.uea,lsoChlstyuíaámcoqs~nírauaaacmhey?zlme!ou¿oraeHmcdyluaoouorym.err-er¡noIo.Onosdsthiione!-'-l encia! '-¿Pabllllo?-No, seilor: el ontorob.aebliammayuoerr.to?--dijo el nmo con sor--¿Cuál? ¿Puespresa. -A.sl so creía, pero 6 bn resucitado ó fué mentim que dice que no se marcha sin hablarmuriera. Abl está y·ceposo--n-tr¡a¿sCcYuiicose.,olnraqsstma.eou.ióilqgoEubros.eursU-lnca·soacl?súaxnSdcnillico6apam.iurde6noecceumunlensacorilódo. nnrlaiadmeItonono.ocsqonturnaae,cdvlieteeír~shtooqelmnuteeyoresiq'sOvutIui'e.svtvooa,eyynacpoa-rnoN.Dou1noqs.uasieurnetoliImmopsnoor.t;anloteq.ue quiere es hablar con usía -¿Qué to pareco'/-preguntó perplejo Ccrezuelo.-¿Ue-bCmqocoooun-e--nnreYFpeh¿dBtcuisoeaoQéiiéeedb,ndusncioieeierénr:s,lescepeDvlcoule?seeoi.nraqrlmhoL,oódua.onomtebqcodrlueodeiouansnenosrqizeítsusunumorteseerndtoaasyeesspdbpodb;eoáoaetm•lqrrol·ebpulpeDaomoaeornnitomconieetoe.snenr.a.n.ldtnoerTrenodoqlrd.rat.tauoiecrSeeooslvpinenedoasdnealtetviectactaoiilúoórrby.cs?ssoec-epts.olineanePnr.amleparMeruonccnuagneqrluiiclueein-eleó.,-lOerezuelo con altanería. © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 101- Con dos objetos he venido- contestó gravemente yalgo impresionado 1\lartin:-á recoger á. mi hermano y á.suplicar á usted me pague los noventa -mil reales queadelantó mi padr~ por las rentas de Ugljar, y que no sele pagaron ni antes ni después de ser preso. ·Después de una breve pausa en que el conde consultócon la mirada á su mayordomo, delante de él sentado,respondió:-Pabllllo se fugó; era un rapaz de muy malas inclina-ciones, y tan ingrato, que abandonó esta casa á pesar deque se le trataba á cuerpo de rey. Ni sabemos dondepá.t·a, ni lo hemos averiguado, porque & la verdad el chi-co no evsiepnaeruasbtuesdcaádpoe. dEinrmceuaenstao·cáanlotisdeagducnudaon,dyoósnuopsaé-cómodre debla haberme entregado á mi sumas cien veces ma-yores, por las pérdidas que tuve en su administración, yno quiero hablar do la causa que tuvimos que formarlepor...-Por... por... No creo que usted pueda decir fijamentepor qué-dijo Muriel.-Pero en fin, no hablemos de eso:yo no vengo á acusar á nadie. ·-Y aunque viniera á eso-dijo en tono de reprensiónSegarrn,-no hablamos nosotros de permítlrselo.. Mu riel ni siquiera miró al que le babia interrumpidoy continuó:-Yo no vengo á acusar. Jlli padre no aborreció jamás>• sus perseguidores, y yo, aunque no perdono tan facil-mente como él. creo respetar su memoria, no hablandotJ.el asunto do su causa. .-Hace usted bieu; lo mejor que P.uede hacer usted escallar-dljo D. Lorenzo, iuterrump1éodole de nuevo. -Por 1~ tanto-prosiguió Martín sin mirarle.-yo dejoá un Jadu los motivos de su P.l'isión. y veugo á mi objeto.La deudo cuyo pago soliCito, está reconocida por unacm·ta. que escribió usted á mi padre hace cuatro años y \"·en Jo. cual le da Jns gracias por su anticipn. Es anterior ....--..,._al proceso: entonces no tenía usted motivo alguno dequeja; ¿qué razón hay para no pagarla?-¿Oyes, Loreu:&o?-preguutó el coude á su mayor-domo. r-Oigo, señor, y me admiro de que usia tenga pacien-cia para oir tales cosas. ,-¡Ab, señor condel-dijo Jl1art1u con gravedad;-enun tiempo mi padre ero. muy querido de usted, que elo-giaba su probidad y su desinterés. Nadle hubiera creídoentonces la crueldad que más tarde h~b!n de emplearse © Biblioteca Nacional de España
102 BL AUDAZen úl, ni mucho menos que después de muerto se lene-garía. estn miserable cnntlda.d. necesaria para pagar laspcquenas deudas que contrajo en su última des,<>Tncia. -Pero hombre de Dios-reposo el ~onde, lllterándoscmucbo:-¿y las inmensas sumas que yo debí percibir domis rentas de Granada, y que han desaparecido, dandoocasión á In sospecha deJa. criminalidad de D. Pablo, ypo1· lo tnnto de su prisión? 1.No es est{), Lorenzo? -Hnsta abora, que yo sópa, In causa de su prisión fuéln supuesta falsificación do un documento -contestóMnrtln. -¡Ve usted! Ya va. saliendo ol enredo: y eso que se ba-bia usted propuesto no toc..'\r eso nsunto. _ftdemás do loque usted hn dicbo. hay también desfalcos y sustraccio-nes quo espantan por lo... ¿No es verdad. Lorenzo? A todas las preguntas de su amo, anunciando In nb-dicnción que éste habla hecho do su voluntad y basto desu opil:lón. contestaba el mayordomo haciendo iudica-cioncs afirmativas y ¡;catos tl o impncioncín. -sonor-diJO Mnrt.m con un osfucrr,o de hamíldnd.-yo no contradiré á usted en oso. uunque mucho podrí!Ld<·cirle sobro tales desfalcos y sustracciones. Pnso portodo: bajo la frente ante las injurias. y pregunto á usía sicreo justo, con la mauo puesta sobro su corazón, negar elpago do una deuda como esa. enteramente extrnila alproceso: á un proceso, entiéndase bien esto. que no basido sentenciado. -Vamos. me ha de marear usted hoy-dijo el condecon mnl buruor.-Yo no estoy pnm disputas. Ya me pa·rece que he tenido bastnnto consideración con usted re-cibiéndolo y oyéndolo. ¡Qué te pnreco. Lorenzo? - Muy bien dicho-cóntcstó el intendente.-Estejovonno sabemos qué se babrá llglll·ndo. Reclamar el pago douna cantidad insignificante. cuaudo su administruciónquedó en descubierto por m(IS do un millón. ¡Quién sabodónde es$á ese dinero! -Eso. el!o.-¡Qoién sabe dónde está ese dincro!-ropl-tió el conde entusiasmado con el razonar do su coloso su·balterno.-No extrnile usted quo le llame á declnmr lacnncillerín, porque es do suponer que usted estuviera en-terado de los proyectos de su padre. -Rso, eso. muy bien. Andeso usted con cuidndo-nña-dió D. Lorenzo, admirndo do vor tan e~ocuente'al conde. -fl'nml)lón me quiet·eu pt·occsat· á mi?-dijo Muriclcon tronia.-Yo no soy tan bueno como mi padre: yoinoceuto como él, no mo dcjnr!n conducir á una carccl © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 103laeon las manos atadas, á mnne1·n de los ladrones y deJos asesinos. -Esto uo se puede suMr-exclamó D. Lorenzo.-¿NoTe usía. señor, cómo nos amenaza?-Contéstale tú, Segarrn. que yo me he acalorado yestoy fatal del uhogo-dijo Cerezuelo.-Yo no ho venido á hablar con el Sr. Segarra-dijo.Mnrtín ,-sino con el señor conde. Al Sr. Segarra no le.terigo nada que decil·, ni sé por qué se toma la liber·tadde interrumpirme.-¿Oye usía, sel\or?-preguntó el mayordomo á su amo,que r·ojo y convul.so á causa de In tos, no podia contes-tarle.-Usted es una pet'Sona á quien yo no deseaba encon-tr·nr· aquí-prosiguió Martín con dignidad. -AI mismotiempo no se cómo usted tiene valor para mir·arme. ¡,Esde tal natur·aleza el Sr. de 8egana, que al verme no tt·aeá la memor·ia algún racuerdo que le at.ormente'/ Si I!S así ,es preeiso confesar que es usted peor de lo que yo meb!\bla figurado.-¿Oye usía, señor, qué insolencia?-prcguntó el jnten-dcnte iL su amo. que contestó sí con la cabeza.-Al ver·me-coutinuó Martin,-¿no recuerda usted queme· conoció de uil\o, cuando ml padre le protegía y leduba tan g1·andes pruebas de amistad? ¡Cómo podia flgu-rar·se el pobre viejo que aquel amigo seria má\" tardeautor do SLI perdición y deshonra, valiéndose pura esto ypara extraviar el ánimo de su au1o de las más bajas ca-lumnias! No dude el seil.or conde que tiene una gran al-haja e11 su casa.. -Pero señor, ¡,usía ha o.ido bien?-preg·unM ele úuevoD. Lorem,o á su amo, qu€\"'clespnés de la excitación del diá-logo estaba profundamente abatido.. -Yo crcía- añadio Martíu,-que usted, por ser D. Lo- .._ .renr.o Segarra, no dejaría de ser un hombre, y al vermetendría el decoro de sonrojarse, ó por lo menos calhw, yaque hu tenido el valor de insultor la memoria de mi pa-dre, poniéudosen1e delante. ·-iSeil.or conde, seil.or conde...!- exclamó el aludido ,vol viéndose hacia su amo en ademán su plicante.-~Mando buscar a l alcalde de J).lcálá para que castigl,le a estehombre?Pero el conde. sacudido por otro violento ataque detos, se contraía y ahogaba e n su sl\lón sin poder articularpqlabm. .. - ¿Y usted será t~n imbécil-continuó M_nrtín , más agl~· © Biblioteca Nacional de España
104 llL AUDAZtado cada vez, -usted.será tan imbecil que no me tengamiedo'/ Cree usted que sólo Dios castiga li los perversos.No. no viv_!l usted trauquHo, D. Lorenzo. Hará usted mal,habiendo cometido tantos crímenes. Envidie usted al quemurió en la caree! de Granado, no duerma usted: tiembleal menor rumor, y no eren que tan sólo merece despreciocomo los reptiles asquerosos. Segarra estaba atert·ado : sentlase moralmente debilen presencia de Muriel, y mirando con sus espantadosoJos ya ul joven, ya al conde, pedía á éste el concurso desu benevolencia para conrundir al insolente. Por fin elconde pudo hablar, y con voz entrecortada dijo: -Yo creí que usted respetarla al señor como á. mi mis-mo. Bien me dUo él que no debla recibirle. Márchese us-ted de aqul inmediatamente. Yo no tengo que pagarle áusted dendaJJingunn. Bastantes clesar.ones medió su se-ilor padre, y demnainclo prudente so.v cuando no mando-á mis CJ'iados que le al'l'Ojen de aqui... - Eso. eso ~s... muy bien dicho-dijo la víbora de donLorenzo rean imándose. -No se cómo hemos tenido paciencia para escucharle- continuó Ce¡·ezuelo.-¡Qué manera tan singular de po-dinne que le proteja! Viniendo de otra manera, yo le hu-biern dado una limosnn... Pero yo no puedo hablar; Lo-renzo, contéstale tú. -Señor-uijo Martln,-mi irritación ha sido con estemiserable, autor de todas las desdichas de que hemos sictovíctimas. El ha forjado mil calumnias, ha fingido cartas,ha comprado testigos falsos . hizo creer á mi padre queyo habla muerto, ha soborna<lo á los jueces, ha supuestodescubiertos qu!)..no existen, ha tejido una red espantosaen que usted, usted ha sido cogido el primero. -¡Señor. sel'\or! ¡Es preciso prender aqui mismo-á estemalvado! Voy en busca de Injusticia-exclamó Segarra,levantándose con la mayor agitación. - Aguarda- dijo Cerezuelo. -Salga usted de nqul.Echale, Lorenzo, échale. -Sí. me voy --contestó Mm·tlu, con la imponente sere-nidad del verdadllro encono.-Yo creí quejamás volveríaá entrar en casa de los po<lerosos. He sido un necio al es-nerar justicia de qllien nos hu oprimido y deshonrado.Vosotros sois capaces de p>cnderme. de perseguirme, dedarme una muerte lenta y cruel en una caree). teniendopor verdugos á Jos infames CUI'ÍIIIes que corrompeis ycompruis. Si yo no me creyera obligado á buscar al pobreniño que habeis desamparudo, me en~regal'in á vosotros, © Biblioteca Nacional de España
llL A.UDAZ 105fnioertaisenime prulaecrazbalpesa.reEasrrloojamroesjodrequunea·psoodcriieod.ahdaqcuere quien ' estaisecnezrvvvnccttrnioorouneoooeeee--a,vnepsdnlmsl¡SsavTsivthe,aEludeelidoaeoean6ódoxncfe1rmcccltusipieebiiiglalrdpinneeclíxoraiaraaoaoecnnogostiaelirnsrdrdieccbssuceóqealvloaoet'p,saomnunseeet.rtiasLenrae.dprvnneertlqtolofreedicdacleotoedursaniela.nlseedbmápu.enl.dvnnyilh.~impígeiLiirtzuaeaeeomaoyisobcnlosonnltanla,ihreoobaosttllcmeeooneilyssérdleoótisystoc:aansdeasc.íphrsr.s.oeacdyopiéoEvutanurooobttlallaálorelsremrocplecolmseolóllrgtdo-oaprIéeclaasmeemescaro·eyy(rcxlreitqonñioopacipcsrduo·cvnrbiraiJleddove.tuidaradaaslonilermeaeacepqsaddmdnsnisirhouóíovleógaaooreaddassnaq.eddgeo.ue-t.zulnóiaesdnoNvepodnegicratjneeaderos-páo;aatdrsnounusn)pp~tDed.leodrneasgree.nqsoarsóul,acooeaLdusirferfaeeoocdogeeuensn,orcgelga1remao1Ttujnullu1tndooerOntituo,n-os-:--ra--liamnucJlhultonyrptiolnlretsvaeal naddleeojhao1btlairuayedaretlda edsaihel1isatcrnous.naA,\'ccleuejraocn,ódcsaoebváailóélleqryuoeelenpopurrneea-lguntó:-temtí¡dclcvuaedYleooralnbe--s--o--ianm:r¿sh¿tlTa7:pL,stió\cm>OeaoEoo¿sgoyo~ese!se7cNovrtsnvcmlosó.acnmiamach.ecuston.dola.mloneta-iasiinaoioclr.sopnteclcro6o;iedtrtGtcorhPóoclsi,adiáheessooitae·áóqadudoógadbuo,hGlouosdroolMusiltdao?lslpoeetelllnoe-lneloonedqvoapodqtcJ,nirilucónr;orlá:qsucalmaesae,to¿uaeloyMcgsumap,esveom?aaounh-aulid'nsovnenlies'yerrancsqaostitarm.~mineióuyiapninpa'r¿tlina,eajnoNoosuMa~cddesepnorn.roqroqlaaasqoaensuáeaurerndtuaenvae'tñrImhlobel1nqeealega.eoenriuupsnnbnircs,.aecugqoavl-tatsh¿ysauaáucisholNtaoaioeadeaeaqarrodnednoibglfaundoouenlquoscdtea,eseauesoónlnsrybqrDtelnanqueéeecluoidusvsspoanmdeee.lirsmdsoblmeee!hastóaarsoig:aienbn?nutmuro1d-o;lnáld>nceaypeaadaroatoppsdeeésohrnro.ieaan-s-a-áe--r-l© Biblioteca Nacional de España
103 E L AUDAZeqpmamcdvtoalnJrqelpSscuca1poncnbdrDoliahsjdnstb-iuiooaaocovnooeunnotooeesdehllout.-.-sesslrsgdr0ae1trnMtnrenags¿cantmp¿aaa,rpotaoLa,¡soruthr·sat¡aqrMayblAdueryYapínunomovimntocoyuucnru;mansngzraeeiehssopreecatsimonneáteaspoaucburgasee!aleloiarsianllaastaiaebnnoirsltnomu?n.In.odlhmletdomadcnmn•gloerqmlznaeontshioePrdonboqóesPprlounm;edoaid.fáaoAóeon.odaauhneormeuuselseipsrps.nclrortdeepaCndanccrnreoleeadoaoieoecbáldfiseooeletpsgolosPlbaoePutmtrora.e.uitanllnnaíihmiao.enncaparraisohnljdnIPpncnlostlnnltnacoanhun;orpyjeoaoIbileeeundpulbaOhiganolqossnslyrtcmrmmemsprcitqieel\siqdoeinbtrulooenn.uillcnamayrósaluonloe;unjbpesnrqaneraora~.tolbodssreeusarlaeieeroslsuuleai,t,eomoaaoelasltlq?eenseoserbellctansndee,sóJrov-uta•.duynlpeeinh·qn1annneddt.foe,npdiidmnlq..blgeuruadehsíuoot.iitoeiocdirccuv.lur1oéevtrúj¡cc•iceas-j~vogáaojduonis1iSprecloreavonidoseaáopastueccqee,atoentsebemagetiMt.IamusyíinnnodnnsdnngncyrjoanddndaPstgdaut·íioiaco.ohulbcooaoa-teumdacaqe.úqopoenItrror.lmsdcseoeeltsuArtcom:runroRa·llYlncloaínaeslsteaeSemincoeonletta.ceoaloeontlt,,!•nrre6nrmp•rn.ósa-ina,shnieleore.éoLlsno·dnSraomalblto,azscsablarcaaanieuderajvsitDatGal.oba,ieraaosddecmcpíaneya~ove.teymll.í.rucauon.siolcqobrmarlallatermetoylvlaansrronbuaruerytE,P(nognaso.<.linsasdinobnueupourarmeeieeoarslloiueito.dsrilrgnzeslllnatnnbbacdfulleDreooadoradasrcoádneolaaddnbpocae.dbo,sddisu,.covssrdós-geocansatliulaaoiimldceeiaidelliictbdo6oMLrodee6dJoboscaaisns1eoaM.crn·mlbCoetc.colergruamnater·msísrPeanecrlrqshnrbainlosttetenlnóoedcauaieiar·aeunanetlae.icnncntñnnontbsnee'e~.breocsdt¡lixaitoadtd¡mdofllldinszetoenoaQnr,Yidslin--soo-e·seole-o-anrnoo.e..l- -Si, ese soy-contestó Martíncutor. sin mirar á su i n t er lo-• )cls<rPaluei¡tnuJbi-srihbde.Pee,laariñadbuoblloeíyoaevarlseadeao\r'ercini!HnbsodstCaammuoaaábColposniiotsntlrrlerjtanbaeeaseui,vncabreyioeanasmsnyeoldaaitomlqcjataoaciuueccnreccnuoeohdogameman,oulecdaoaoáhoclpraouoáuaá:ue.spesntnPPrneóvneredlaibyorpd-olc;paiqilualqlrluma,otouerysseielteeiloepiglllonspeauo.sunqriAssuóiu¡biAaleoucólblsaq1l·1,ashoua1qt\n0qlceunsutal,ooeeae-- © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 107no estaba qe más.. pues... vamos al decir, que hubierapuesto al chico en donde le enseñaran cosas de lecturasy escrituras; pero quiá... es mucha a lma uegt·a aquella.La señorita tiene unas entrañas de cal y canto, y yop ienso que si viet·a á su padre asado en parrillas no ba-bia de decit· ¡a?JI No era as! su madre la señora conde-sa. que en Dios está. Le digo á usted e¡ue la señorita,como no sea para ponerse rizos cuando vtene ese zascan-dil del peluquero todas las semtu:as... ¿Ct·eerá usted queen lo que la conozco jamás ha tenido un trapo que dar áJos pobres níños de mi hermana la del molino? Ni en lavida se le ha enido de las manos ni esto, para decir, pon-go por caso. vamos al decir: «tio Genillo, tome esto, tomelo otro...» Pues... ni en los dlas del amo ó de ella. En lacu~a ninguno de la servidumbre la puede ver ni en es-tampn... Pues no digo nada cuando manda... si pareceque los demás no son gentes ...- ¡,Con que es orgullosa?...- dijo Muriel oyendo connlg-ú tl interés la charla del tio Genillo, referente á' unapersona que dos días antes había conocido.-~s más sober bia que un emperador de In. China. Elamo. s i no fuera que D. Lorenzo le tiene sorbidos Jos se-sos... el arno es bueno, sólo que con sus melaucollns nosirve para nada y el otro lo hace todo, y sabe Dios cómov~n las cosas; que si el sei'lor conde falta algún dla, vauú salir sapos y culebras de la administración.-¿Con que no será posible nveri~uar dónde ha ido ápamr mi he1·mano?--pregunt6 Martín más sereno y pen-sando sólo en In. más real de his contrm·iedades que enaquel mómento sufTín. ·-Cñ. ¡sabe Dios dónde est.•mí ese chico! Como alguienno lo haya recogido... ¡Y era tan lindillo! Yo le decia:«ten paciencia, Pablo; más que tú aguantan otros y nose quejan. porque les pondrlan en la calle. y eutonces,¡ay de mi! Yo anib<\ y abnjo'con est.as mulas, sin salir depobre en treinta anos. ¿Y qué remedio?... De esto vivimos;que el abad de lo que canta yanta.-Pues yo no quiero salir de Alcalá. ~in informarmebien. Puede ser que alguien lo haya recogido.-Puede; q•1e huy muchas almas caritativas en Alcalá,y no son todos como esta gente de la casa. Le digo á us-ted, señor mio, que partla el corazón ver al bueno de Pa-blillo llorando en el corral. perseguido por los chicos yasustado por la tía Colnsa, que es un infiet·no vivo.-Y d iga usted, ese D. Lorenzo. ¿cómo ha llegado á do-minar tnu completamente á su amo?-dijo i'lluriel, sin © Biblioteca Nacional de España
108 BL AUDAZduda porque qu•lrin apartar la imaginación de los tor-mentos de su hermanito.-El diablo lo sabe. Estn gente grande dicen que sedeja eng<1iinr más pronto que nosotros. El rol D. LorenzoUene mucha trastiendn. l.o cierto es que él se ha hechorico.-¿Se ha hecho rico?-:::11; ¡,pues no'l El amo tiene amagos y vislumbres deloco y pasa en claro las noches rezando y leyendo. l.a se-ilorita no piensa mñs que en ~astar y en ponerse el pelióúy en ir á los saraos. 'l'odo está en manos del tlo Scgarra,que tiene unas uf1ns... Se npal'ra... bíen se aparra.-El conde antes ntcndín mucho á sus cosas, y aun di-cen que era avaro-indicó Atartin.-Si; pero se ha vuelto del revés. Hoy. como no se~para lamentarse _de In solloritn. no da señales de vida.-Pues qué, ¿le da disgustos sn hija?-Tomn. pues no Sl\b<> usted lo mejor-contestó conmaligna sonrisa el tlo Gonillo.-Cunndo dolla Susnnita.marcha para Mad1·id . el sollor conde se pone quo pnreceque so nos va á morir en un tris. Hasta llora como unchiquillo, y los chillidos se sienten en todn In casa.-¿Y por qué es eso?-Porque In quiero tanto qne no le gusta sino que estésiempre con él: mas ella es tan perra. quo no se halla biensino dando zanc8jos por la corte con los petimetres y lasdamiselas. Y ol pobro viejo se muere aqul de tristeza.Como uo bay qu10n la sujete y es un basilisco la tal se-f.loríta... ·- tY la ama mucho su Radre? -Po r dem:ís, h.vom~nblron.mCeroam. oPuqeuse no ticno otrn. y ollaes así. tnu maja habla usted do verlacuaudo están juntos. Sc(?ÍID ella le mira, pnrccc que no essu padre y que ba venido al mundo como la yerba. Rlconde, eso sí, se muere por ella, y pajaritas del aire quese le antojaran..-¿Y dijo usted que In señorita trataba mal ti mi her-mano?-¡Por San Justo y Pastor! Como sí fuera un animaiUio.Pues sí le puso un corbntln que parecía que el pobrecitose iba á abogar. Y cndn VC't que hacia mal una cosa lesa-cud1nn el polvo. clicióndolo mil -cosas, sobre si su padrehobía sido esto 6 Jo otro. Y po1· fin de fiesta lo .cebaban alcorral para que se pudl·ic¡•a. Vaya, que sí no es por el tloGenillo, el pobrecito echa el alma de uecesldnd y uo lovut>lve á contar. © Biblioteca Nacional de España
llL AUDAZ \"109nfviflAqshssgnapneparst.iudnuseuOao-tirscoim-altuxlics.rpud.nlo·sanaaydcondccgrgoaMmeoscnseilmblaoemdntainól.idlneculiLucusiulllrounarpeparacdarcPéornnacocnnauaaaaidendcoccsprdraesfserolcedsgura.paavtc,.srlnrisopzeíeuuiao.nalcrioloiydatseoioab,dóydcaitluoóevolnnlodnrglsvéltáómale.ti6nenoolnanoeuiaeesdsm,pedetoyJenaci.tiarrolEdneiltrusdfadejinDroolnrsseaqIdbnqlobesish·dioauenfveanteoneruvurioslgcbeei,oausaJrncrpnn.ueee,inceirdetsenrtaaarlftrambpdhsyembecsonbtrotLaabioorahsa~ámarlestnsseonoazianaassnoulseeanneiIbidsnoamppqandnma,rumazrhrnlleratpbr.unceaándcairoampoio1elucmerraotroadapvúlceiqectaedo1oadrrdldcsiesaIsiame.dgteoonncetocsnoiaóiusnlyed,ailierncieeinnenoebbsenjnancrazsiuacpsuesvbaesriesnatMrntdpiosso.oreiluotodnozuilcmogoeecaladoiddoeldoccodoouct-omecat'ilsnacmollsbmino.e:afooyaersdolesessbgmdsi-nirsdócoanlr!rcdoabcgdroynnlrtadooAbvioretabpnieiÚellddtatdacadoielenendgtatnoeaunmseecnra,ojbnosídlSenncrocsnadslltaisiárusozysyijí§,on,rlsdedliMfuose.abietóernceeo:aatmstmóUsifdspyeobcmiGeinetzeuanrnoémdscidqluIoaieuonadethseaecsareanlnelpnsvabnIoneeoleudcsrelrldeir.leoácnsineadqnoviInodaiotnrldrjqmeoapesbulnoensemoomhjoqHaooontreuui,lerodaqddluanaallptelrcinnorurazle.oueoslbcanaeboqueaerlaomdetmaoJeaodttrnio,ésaosccoobbrobst,hrulearenbresrmcÚ,Iuleeeeelbonhryouc,sucámauaynelo.nneoaarqi6Sroapqhroecsutpysirsdurrtrl.qncdmatbIaueidcnca.couaredcreeclulaenoazadedopuqellaadineeoioaqry.nhrneonenidilnlansro.esmoeseusbaríncufnselfnaldPhlsrpepdaino.cvdtbrft(umeeleiereuó~eocdquteiuerh,.uiaaaaoduvalnoeilnnr'esdtnd.Praneoudnrrótsddellaeesfaaolselcoeuulmtemiualslqósepazaadecbcelrerrnlólmoe,cnurt¡eerceiammolaeutórbaaisdosgavilcxdsomo;elplmlzoa,undcsasbdsudpdroeoenaoeineionnliebo.altouaerunsssaolijeonpemesussdlenttopnptsdiórrndglltnilpoJIrapedanednbslaveeaomscteqaoocén·eaoealáieoslr.lo.sieeudel.laalsttlosubscfnaacradn:esdttnIqpciu,maa.scylpeoL:uaoóitLainncdirrotetulcaeetteetacnqubórórmdoeoeielDsnói;aarasinlassloavreribleosgucmneaanonseueólj.disuscialr\"eenpisspuarioaoaocdInej,tvseesainndtnúoenedpesnsaáoanerotnmno·opivloqsrtleeónrodpshsdeyasa,cnelllu-sca,eda.nrasee.u-nan-auépi-r-d-eeyue-ao-.inono-geEerarnnr·r,-n-.----l© Biblioteca Nacional de España
110 llL ¡\ UDAZ guplsrernnalaeuranslaeuabmmpssenpivnríónssoireiedttngicnoermtelnhuaosgfa1oñppsslanludseunerealeceea3gzsltaudbumoae.aodlercnnaehaolicehadnlosireleeteose,oozlsstnryosasaaéea,ssdeyesuryolrievfbnqaiIppealdludnouiinnietomssvngnijóceuuetltalioonnsnnlpdcsd~gldaodqoinaao-neoupspnealoeozncodsi!arrspomelHe:oeseqeMihanleIurgnnnasueoicsat<renio.bi¡maxaseunjabiaurlesonm,iobsoar:trqderiiseirdcnuefcesioiqencpocnsueuoaouuoomscnbnrennoodasoaaondctesadcrmaor.qoauríuLsasualcnotialoeetooaanns--sí· ngsLdnaAcrqmúcdgliareo.rooeiomuiluarndüsscscosrieaaveoo•sauaoneAdhd·c:slessebnraloepqinldionchrtauoe;seuucddaoeslbpnnnl\rsei~eidonloiaibore,xea·vac.tesídacéspmópianas:ldoocobla'sioiotclao;asngiolmuqay•raull,onmu·bnrqcunómp.pudlriageouolioíóeooecnttun;eteísn.urEuaoodnsáerctcItcrlllsmcaeonoleudsodoecnpcralippeensIcsoseecdonnnotunliviícreiee'nou•gorUtctancol·nóood_•tpuonIocIdóscis•sJanuicntu·oioccfoedointicittphnsnctn'nt.srvuOq\o·óoesó.vontonlh.ueleayogesleYcidaed.svniripcioeCysuteenitrantalnótacelslailalsedmn•lppsgg.,·uedpn¡c;teqoirúiásreesnoeócMhnsunrscs~dd.gaiadaecnacaieiubnlelnonmauldole,nalmgstns¡srósghloettcnaiioouedóoagzmclchfcneopgbPnioiáedennyotsnueenaicer,efinnrbtnhn:ihdollci,eldceooooot·aideslonniaaslss;scacolsncomdenpsydpvccott.roqdaeooeaounaltssouVnldoaudsrltrvt~aivreaaaasuodqiisas.'sdieóeritsudr'tgdiooereeínoyntoe{i-.ossLó--·· CAPÍ'l'ULO Vlll Iladjsrea•oaporbnoroo•Hd·rteeuieinLngvroUaiillbu.ilr:i&eusoclrogeelaíainydodpde,ooho.csoD&steiarpbolul\"nil'emlJnmlnsaot.ooapBslmdbuéaeol.zerorayndnpctooa(oldJllrlibodgdotliai.einouc,Eitaqmardl,uaueosrsetleiodmvpeerelealudrdlseeeeeusrhncecladtsolCocsaosruroochecsrbncaeie.rlitblnloedltló•sno\a·ncécqlie,aonuictrgnqeooerdunmvacoisidsooceeion-s--· © Biblioteca Nacional de España
' LL AUDAZ llltn umiga, que éstca no dnba una puntada en la calceta sinprovin consultn, ni echaba tres migas a1 gato sin resolu- dlas entreción nnticipada dol padre Oorcbóu. Todos los casa, don-tres y cuatro entmbn el eminente teólogo en la chocolate;de hubla adquirido gran confianza: tomaba olrslooesohuynnbcaluhsliocsaomdnoeogtcrrnloll!sí!ansp<oe¡srupaeifelo'sitrumcaoalmer súe.Ylncmeonmunlpaduagenesatnost,edeemnrmoegdlslátgniacdtiosa-.-Pnsaban revistn á las funciones do la semana y á los asnn·tos ele todns lno r.unílins conocidas, Jns cuales sol!an dejar-s'elol'oedueonrsugldoiriscúimnómnde·mssouuclilhaoloslqldlu'eaeleanelvleupcsaingddarrne•d,·ncspoadmseaobDaobnlulnenolDdeiemnpqaóursidistaio-. 'dor. tenia en su cabeza, y todo esto al suave compá~rlo lns citas teológicas y de In devota elocuencia de unoy otro personaje. Aquel dln. un acontecimiento extrnordlnnrio, ·inaudi-ctoc.pbc~ltobní:ntlpeseretlurtlemmdpoeIrnacmaesan.topodneioDndooñeanBceornndaircdioan. eys ex- portnnto. su coloquio con el ¡>adre Oorc!Jón se salló de la co-mún medida y forma de los demñs d1as. Cuando el gran·de hombre entró. Engrncia estaba encerrada eu su cuar-to, no monos d.:scousolada quo rabiosa. y su llanto no duro corn~6n de su madre, que iba•:onseguln ublnmlnr el In snhl, y de In sala á In cociua co-y vc1rin de la cochut•i el nito cuorpo del reverendo pro .mo una Jocu. No bienyectó su siniestra sombra á lo In~~o del pasillo, In scnoraexclamó con ansia: -¡Ah! Sr. D. Pedro Regalado: no veía la hora de que -llcganL uMed. ¡Quó angustia! Si Jo que á mi me pnsn nolo cuenta mujer uncida. ¡Santo Dios. nmpál'llrnel -¿l>oro quo lo pnso. íi usted, sonoro. Doña Bernnrda?--exclnrn6 el pndro sentándose ou el canapé y esti randosus lm·gas pieruas.-¡,Qué ocurro? /.Ha repetido el atnqui-llo? ¡Ah! si usted quisiera t~mnr el caldo de culebros quele he recomendado... Sr. D. Pedro Regalado-dijo cou -No es nadn Jo eso,deses pernción la vlcja.-No digo yo mi salud, sluo mivrnid-¡ahlJadeidcsmhicohpnoorrau!rs¡-utoeixtdnc,rlmnsmeoidóloeerleapu.ac-diPmruenecseosnetasuosdoesmsihbqorunoer-ad.eesshcoonsa-grnve;·rchi¡oqu-uou1r3ehu1oda.o.ss-sie¡d,ñOocooesrtmi>:e-hmonopinnl1rnon·odli•i>'•ólsaQlsummuiéihnsatmmlmbaiigedhoaloodcnoorhsna<ad!bueeíznaq,audbeeeisjepadleemdccioiuern?pd.doe..dolrLleeoass- © Biblioteca Nacional de España
112 EL AUDAZ mundo. verse en este bochorno! ¡Ay; Sr. D. Pedro, con· suéleme usted! - Pero sei\"'om doña Bernarda, empiece usted por con- tarme el cómo, cuúndo y de qué manera de ese bochorno para ver de ponerle remedio. ¡Qué ha sido eso? - ¿Qué ba de ser1 iBngrncia!... -¡Ab! ...- clamó el padre con repentino asombro y abriendo su boca. que tardó un buen rato en tomar su ordinaria posición. -Si. asústese usted, porque es cosa que da horror. .;Bien dijo usted, que esa niña desventurada nos iba á dnr un mnl rato. -En verdad, confieso que mello quedado estupefacto, seiiora . -¡Qué ingratitud, Sr. D. Pedro. yo que no tenia otro fin que hacerle el gusto en todo! -Sin embargo, siempre le dije á usted que su hija·te- nía demasiada libertad. Es preciso atar corto á la juven- tud, doña Bernardo.. Usted es demasiado bondadosa, de- roa siado toleraute-afinnó el padre abriendo de nuevo. toda su boca. -¡Ab!-dije doiin Bernarda, recordando algo que ten!a olvidado.-Con estas angustias que pnso, me babia olvi- dado del chocolate. Figúrese usted cómo estará mi cabe- za, cuando lo principaL. - Ciertamente, esas cosas... -Mientras la solicita dueila va en busca del chocolate. el lector se queda á solas con el pndi'e Corchón y no po-- drá menos de 6jar su vista observadora en tan insiQpe· personaje. lumbrera de la -santa Inquisición. Era D. Pe- dro Regalado un hombre de gigantesca estatu ra, more- no, como de cuarenta y cinco ailos. algo cargado de es- paldas, de cara Jerga, con fuertísima, espesa y mal afei- tada barba oscura que le sombrenba los carrillos; de boca cavernosa. afeada por la mús de~~mdable dentadu ra. g randes y negros ojos bajo poblawsimas cejas, y unas poderosii,S manos que pedlan á toda prisa un azndón. Ves- tia con notable desaliño, y aunque no era poeta podía aplicársele el bal•1oa 'Dilat de Horacio, pues la traspiración abundante de sus snlndablcs y siempre activos poros, no sólo daba á su cara un perenne barniz, sino_que. había puesto señales indelebles·en su collárín invariable, co- mUD.icaudo á toda s u per~ona, y especialmente á la sota- na, sin duda por el roce do las palmas de las monos, un lustre. no suficiente á disimular lo raido y verdinegro de la tela. Añádase á esto el hábito de gastar tabaco en poi- © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 113vo, y la periódica exhibición de sus ~raudes' paiiuelos' de·Cuadros rojos y negros, y se tendra idea de la ordina-t·ia y pringosa estampa de D. Pedro Regalado Corchón. Nada diremos de su inteligencia, porque ésta la irámostt·ando él mismo en el diá.logo siguiente: -Pues cuénteme usted, seiiora, cómo ha sido eso-dijotomando de manos de su amiga el perfumado soconusco . -Es preciso empezar de atrás, porque lo que hoy be·descubierto... ¡si, todav!a estoy bo!'l'orizada!... lo que hoybe descubierto no se comprende sin saber... Es el caso,que anteayer fuimos de merienda :í. la Florida. ¡Ah! bienJ'eCuerdo que usted, aunque no me dijo nada, no pusobuena cara al saber que ibamos de fiesta. . -Precisament.o era día de San Miguel. en que Patillas.anda suelto- contestó el padre tragándose el primer sor..'bo de chocolate, después de soplarlo. - ¡Ay! no fuí yo con gusto, porque me daba la corazo-1Hlda de que algún castigo me había de dar el Señor.Pues bien: fuimos, y al poco rato de estar alll viene elabate D. Lino con dos cablllleritos... ¡qué par! Pero á mí...-desde que les ví, dije: •estos son cosa buena.•. Figúreseusted, Sr. D. Pedro Regalado, cómo me qu·edaria cuandooigo que uno de ellos empieza á soltar unas herejías por.aquella boca... ¡Santo Ct·isto de Burgos! Yo 110 puedo re-petír los borrot·es que oí aquel dia. No sé qué dije yo deNopoleón, cuando el tal hombre. que juraría tiene el mis-mo enemigo en el cuerpo, vomitó tantas atrocidades...lmbló de los frailes y los puso de vuelta y media; y des-pués de la santísima religión. y de qué sé yo... Pero-cuando me horripilé flté cuando dijo que usted era unhombre bestial. ' -¿Me conoce, me conoce?-dijo más orgulloso que in-·dignado el padre Corchón. -¡,Pues yo lo sé? Ellos par•:cian así como ingleses. -Es que habrán leido algunas de mis obras traducidas:á esa lengua. -Pero, ¿las ha puesto usted en letras de molde? -No. mas las he prestado manuscritas á algún amigo,que puede haber sacado alguna copia para mandarla á-...,Inglaterra 6 á Londrt]s. -No sé; lo cierto es que dijo que era usted un hombrebestial. Esto no puede se1· sino la envidia. -Figúrese usted: esos protestantes hablan mal de uos-.otros y nos injurian porque no sab~ contestar á nuestros.argumentos. ¿Y hablan el español , -Como un oro: ya lo creo; y de mn ser españoles que 8© Biblioteca Nacional de España
114 ltL AUDAZvenian de todas las cortes de Europa, de París y la Meca,uy$:ceddEsecmecm:-almmsimuyot>OeDsnenl¡enasoísapnlinucqe-nAa-asnitisantonas----eif-odagemr-ga\ql--uPd-Pfutusmosu:AAd'inpYbiieEili¡uai:rtbhSnDohneuu¿néOl;tloscRoóuroDauoed!rn¡glreYonaasicndoqgteaalaL.-icSjseobrrneaoeiOdoiueivIcuateuae.nnbnuayEdltsielaéibnGmnesnacsnsaiaesae,qs.mfcñnpan~eínmaoaponpñrcloismrhoy.;toisnucceacenaln.tted~nr,ieoIageboPatsyod.oeieloasórqdgeinromodosspooolrnnlnuarnmlrosieonoim.neocdiruarafsae:deea.llepctioslrÓtyoibra-slr.viobboordeonecaahmsoo!sogpacadcti,ocbojacaiautr-snvqrribpdo\noarloisitUcdioncatqaybsvosecrailhsctrciueaicsataosancrebcmgaubeoenduneto¡.aroinseoth.aidotebq-scutdduauorled.looíorut.ssbe¡tltcnteod!fiéfva-euimahozoescaevoeos-EmaFJnbialroAsBq,,rnctescaelnhdsai:rrtdeedmoclnlicóttóstrEauolaneoiy,qotaañcJarntaoyg<iduanyadgvtnalrabsini~neit.deiunlsusndOaa!Cúitnee•edailaiéIaac\tliddtacola·maognuvddnrotprnnmlpadooosnrosmvsoseealíegrsdcteniinmileaoot.cmiaorb.onynqedrvgenimoóar:sllurccnorpq'sindeL1trslnrrrai-euonio.iconseboelnneJdpoeoueúmeéonaaapddicsll·ei.coejzmlóodéan,saelsesstretupaaoeiuoalsícben:rppienrdtiorjpacarsammoqmnamtmvnra-pCnddaosreloo¡spaanrqnutlrdanncuedóueottb>oóreoeoójjónitroideiueuudo.cooaotqndeadagrnrds.nninosorrlsdepefnoossenáanusiodhtdlacd.riaUdtdlndíeetlpcrqlinnsqadgídiiebdeouiooeuleegoep.rrlópbtEmryabcudtuahoióo.ilodbrailevsnioamvdedeaazadaoheeecohenqhn.bn.iiasmrontqeirlúensoBa--lslelraguy.ouoounoooqast.eirzaSceluinrca-oeagrmy.ólnJon.óeeupscqqcjamu¡pic.edagadoeátenyoi.rd..noriueuuSnlroaaíaódoct.aéennienetotrp.sáeteáer,aLsnotifniseonrs!si:osnyctoraotn1rnliqieuec.eciIp¡ndiumolpey1.eerreranca;uor..otclct.eCeah1oerxlndolcriauosranniooeypbsesrnnog\rommaocrrn¡l!vqBooos'mdslauuauaiaoPemounomatSn.cisufealnardcdenonárn-otoésmítoiautsilernbaerbiParddEd:peioalnrbebíolsnsenolapr-yrolruooa.ooal-prrsaoorNenudoemlautseofs.llmhceruc,leecleid,pg.rqdremqozldooajYedllspdssosnoosoaeroeoeaeurnuabDrer..ot'oioa-ae1no-s{1ss-s-.-.-nnae-re--··.o-...·.·· © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 115poso mío! ¡Oh! yo no puedo resistir esta agonía. PadreCorchón, consuéleme usted.pnaii--pl¿Pae.YloEnroollu:aósnmésaooqcuqbaéunretmaadve6qeurdcioeigómul.eaodhmoeudueesrsttecadu. be¡isAeorhst!ohceousrartoanrdmeosa?!Jlealnealátalal-A ver, á ver esa carta. Dona Bernarda puso en manos de susejero el fatal documento. que á la letra confesor y con-coso omiso de las fórmulas amorosss. leyó, haciendocpbltói•ónYe(al¡amcclééemrfiiiglgaou!Ir¡nahtbeaarvryuiosmtoqpuiueesnteeddsoamlaaaclyéemocrtiulJarrar)deeevslelrpaeancdcariueaslCa-rodere-·cde¡ddmpnst·ouseoaeoaaeeodamsr,l~llgnaa-o.qcycsitsduglceiúeniatgmaisoreeusitnsieeborágíeorrt.aesóeeqirtutnssnpoaurrctusndaaoera.cotsarhvrelhatPanip(aá·eynmlsceegomosrtnvebguoceaaátmrlussseoibnde.!aatá)duoneólEqéejptnsysaoutnea.ocre.eagtu.ybeyatitdm(raduer¡rémngyaiathbedolaadoicaclodpretuiraiaeóooáánimsncdpytrjeatraeiueioygsmmdn-indoorosdpitaueaod.-vrircnrdejsteaiqoitc)mtqdor,uJijiosuosdooezyoeioasl,eti-yirtuáenúlnitqaosmnedimpunoBtciapceuvd.eoenl.oee.énmatan•zcnrayysd.aintrguuaurlsAreoé-ra-s-iensft-oiPeeronsroeosspesaehnñatoonrsaod-.eeEslaisjttoaadmDoo. ssPosbeodrobroreessutuanspcYeanOsadlc.iáe¿nQn:dulnoésleafsutlrroiaoatstaugdrene-,lma es esa contra mí? -¡Ah! yo ¿e:QístIuonéyctartaasamn, sasoriábnnreoccsooengntidrYaaendnoeesnoeutsrrpoáausn?te¿oSl icqnhuooescoiurloáantesá?équé pensar.pegar fuego 111 padre Corcbón miró con aterradosvaclo y se puso la mano en el estómago. ojos el cangilón -¡Oh!-prosiguió In seilora.-esto merece un castigotal-Squigeanmoolos:c•uSeinnteonteesdoescptdcclnsnácalibnagnudcos.nSariglaa usted. casa, comoyac-tnmttooennPoad-.e•sdhec¿loeanaaoerNssndsnnpodeoioáeipmlenecrlomssosodhaeeorseolul,slnbláocp(euhmo¡hsagcqmorsaamcurumabsiaiéepnn.ombffhl.uqarn.ltionemuuadn(rsleo¡orudiePloss€slisdoer.naote!crnsey)oeo,ud.plnsn.een?ao.ds~)qsa-rtr.goNuopmv11Eeroen1·ieseztsoedoóccesisicrstoylehoioabeanadonnhmsgemseatncaqaIcl$nnd:uneuliorrnernsememouusesdebpant,sjeirleedeeeasrmn!EesósgcetlnepLinonescgltlnoa·irdameósttrmotnen•clcm.¡e,aio.utan.ryiune».--- © Biblioteca Nacional de España
116 liL AUDAZ.PatcmpSrdvnsarcecuo&meheeooobaolao-ods.nórsnnñ--amnivtedoodácanCgenDatNfPnao.eiGneu.edoyioTar-obByctsnqóne,teí,aot,eeeounoierúuncYels¡lscéonseveelrdlieeeLsaudaréndarenneSñs,qeornerieotarlcysdosieruemdlaeboear,oee.uaolrassedosanJnapDl.cdhmtnjnia.eqiatle;ciaoageeñaaeoróold.ussúrpndcdzlndeoptmcePelitemioheouoeoelsauudepllnpe.evoczliUseoeeaddauosdcotcsPolcdsm!urtevaonoeipeinouo.laorcr;gindá¡aeodes,aaoDeosednmecrndptnad.nns.aoasioscs.oa,trrúadmbltiieuelsSodoImaolsolndeanuatiiiisnassrrrd.ergbidlsqo.ruedardripoi.1oemnemeludádrteon1r(eroignineaeeaBseleteabosmcacstaadvlsnrtaonsapsanfsaIdttnoua1anninueeoap·IcIcso1lp,lmaánrgd·ndóociieoimsosdlcóldoiosassáFl.lnoemreaun.ntodaoe,nsslontlsynsEdo:SfrtiaaqlaadeaopaIourjasis:ejlus!ógsfgebsa:,tesenS)dutea,u-oudeltslqa.aocaleAaeen,rcoáuncs,ol.dndlnenistdecaó.thenólorsee-yiinCaqlaaaotnDcenesAeerteurohrs.esFt:oarneoIs,qeaé.straethlgmdtlaccutoity.oóaliorcbnolhí\e,rnnoreez\"oAr:róepCsOoiorvsitepnisqcnnio•liYcasoe,,eeaaMd·ut.fh,redsu.neer.yiáeá-e.eneí-•oya-l-e' eeossbo-c-s¿eec¡nQrEovannsan!mdóISonihagnsnboaabe.ndinData?dioIogsloleobssiqaeu!rve¡Eabrua. b·lsari:íe~nlalhnaetcasheiogealseltlsali.ba¿aUscesomtemdejonaonuthnensamarmota mirando al staeolntaíparo1Uniíllaunycdoeerrb?caaj,odedbetl\jop!úl¡pEiltod.em¡Yonyioo - ¡Ab! es que élcuando predicaba le los pióa de San Miguel!á -¿Y qué hacemos, Sr. D. Pedro? Esto merece que sedóhnpdsmasdvdleooeaoeveeo-únmrelMrlln9bsctlreíPeedbianaisglegrrer~elñrcídejuaunnadojlpssesalnvace.ntrunsceoib.eLeujiepadoeudYsneqoelnnsnqgcnáctdedsuuiiesousaieciIesnépgnrinmtrsIaaáaoapneos.nIarar,eíbnPL.oimelrviqh\"anunnaeSPuzeatnsrjeoipa1retnsrfáheírnoruilo.ídcumatbennopiLsnróioqtaopauspneOug~msamd,eemefaeroisspcracaoáe.eópliolssonoYsameurt.tsqcmseoeenooausmd¡dbOmblseeeoqíaaaes.chuelluhina!ldetucaeeqsEoeSaycrnnudssoeircpoicosraeoupceámhjrfgrbtrseigateltl·rermIiaooeyconantssipgnedasoqrulosjonoefuoócn,albgooeivohcigodscsoeteeaoicaeaqrnsrócs,,nsonueenlyoooysoIosr.Í. ir u Toledo, que si uo .. © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 11'1-¡.Va usted al fin á Toledo?-El Supremo Consejo así 1<> ba.decidido.- ¡Qné desdicha! Y nos qhedamos solas ... Mi herJ!!ana,qne vive allá, me escribe todos los días diciéndome.vayai• verla, y lo que es ahora no be de faltar. Veremos cómo·salgo del asunto este. ¿Sabe usted que estoy por estable-cerme en Toledo? ·-¡l~eliz idea! _-Yo no pnedo vivir sin sus consejos, Sr. D. Pedro.Creo que la falta de su santa compañia me babia de abrir ,la sepultura.-Pero vamos á ver-dijo Corcbón. que era poco sensi-ble á la galantería.-¿Qné se hace? Es preciso tomar unadeterminación. Esta casa está amenazada, señora doñaB~rnarda; ¿no tiembla usted?-¿Pues no be de temblar, si tengo un hormigueo entodo el cuerpo...? Se me ha puesto la cabeza lo mismo queu u farol, y los vapores me andan de aquí para alli. ¡Quédía! Yo no quise esperar á qu~> usted viniese, y encarguéá Plnma que tomara algunos informes de eses hombrejos.Veremos Jo que dice: ¡el pobre D. Narciso tiene una amar-gura! y crea usted que es hombro de armas tomar y de 'un genio como un cocodrilo. Si coge á uno de esos dossalteadores de caminos, lo abre en canal... Pero en nom-brando al ¡·uin de Roma.. . Aquí está Narcisito·.En efecto, era Pluma el que entraba, y tra.ln. un sem-blnnte tan desconcertado, que facil era adivinar la impre-sión que el descubrimiento de la malhadada carta le ha-bía causado. Como de ordinario era todo afectación, aquelsuceso que hablaba directamente á. la Naturaleza protlujoon él un gran trastor no, y el petimetre dejó de serlo enaquel nefasto dla. . 1I -;,Qué hay? ¿Qué ha sabido usted?- pregunt6 con an-siedad la dama. -No me babia equivocado - c~mtest6 el petlmetre;-ese D. Leonardo es el mismo que yo había visto en lacalle de Jesus y 1\larín en casa de las escofieteras. -¡,Y no ha pedido usted informes?-preguntó Cor-chón. -¡Yalo creo; y me·hnn \:Ontado horrores! Si son unosband idos, Sr. D. Pedro. -¿No lo dije?... ¡,Y son inglese~? © Biblioteca Nacional de España
118 EL AUDAZ-¡Quiá! Son españoles y nunca han estado en el ex-tranjero. al menos uno. Todo aquello de las córtes deEuropa es una farsa. ¡Cómo han eugañ.ado al pobre donLino! .-¡,Y en qué se ocupan?- En mil cosas raras y que nadie comprende. Tienenun criado que practica artes de brujería. según ha con-tado el ama de la casa. En fin. toda la vecindad está es·candnlízada, y tratan demudarse algunos que allí viven.Todas las noches, Sr. D. Pedro, es tal el jaleo y la bulladentro de In casa, quo no se puede parar allí; y lo más es-caudaloso y horrible os que In noche de Jueves y ViernesSanto armaron tal g resca. que aquello parecía un infier-no. El compañero de Leonardo, que et> el que reciente-mente ha venido, dicen que se burla de los santos miste-rios de la religión con tal desvergüenza qliuberopsamreacleosine-creíble, y que In casa está atestada deindecentes. llenos de estampas obscenas.-¡Qué descubrimiento , .qué hallazgo!-exclamó Cor-chóo con el entusiasmo do un químico que encuentt·a unacombinación nueva.- No hay mal que por bien no ven-ga, doüa Bernarda, y vea usted cómo el tristt! suceso nosproporciona la ocasión de bacer un g ran SP.rvicio á laSanta Iglesia descubriendo y castigando á esos pícaros.Siga usted, querido D. Narciso. .-Son tantas las atrocidades que me han contado...-¡Alabado sea el santo nombre de...!-exclamó santi-guándose doün Bernarda. -¡Cuidado con los tales hom-bres! ¡Y han entrado en la iglesia...! ¡Y mi luja ha sidocortejada por...! ¡Estoy horrorizada! ¡Si el que pudre le-vantara In cabeza y viera esto!.. .-Cálmese usted;-señora - dijo con creciente anima-ción el clérigo,-que esto más es motivo de regocijo quede tristeza. después del aspecto que toma el asunto. ¡Des-cubrir tal guanda de perdición y de herejla! Esto, seño.ra, no se ve todos los ellas. Admiremos la infinita sabidu·ría del Señor, que permite alguna vez sucesos tristes paraque pueda llevarse á efecto su divina justicia. Siga us..ted, señor de Pluma.Corchón tenía el entusiasmo de su oficio, que era tam-bién su pasión. C(lmo alegra la caza al cazador, asi elbuen inquisidor sent!a inaudito alborozo ante la apariciónde un fl''af!e caso de dogma.-Pues me hau dicho más-continuó Pluma regocijadopor la idea de que su rival ibn á tener pronto castigo.-Parece que el otro dln quemaron utta estampa de la Vir- © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 119.gen del Sagrario. dando aullidos y bailando alrededor dela hoguera. - ¡Jesús mil veces!-exelamó doña Bernardo.-¿Y no-lqeus-ePctaaoyrdóeocsuelnosqraudyleoosnevonac-neimoaanll?tálnoutróosPjóluvmenae.s-Páearporelondpeeroerseass·~dno-tcCutasriitnlnta.scsmdqorua.-et¿MesPtneislreeo~ñlna~ionl.lsie-dirjeogoCcoijrachuósntede,n el colmo de su amiga mla, con.-.eTlm-&-cPtdtspl-jcecdcnsiaiuecal:eslyahez-etelturr~--p-,reoósrSa-EdilBmfcssn4sqmutondisuadotdomnjoou.íYseciiaoncmesai;dc-eouns,a'loohléllieiyetnoliagn'alónsoqogoapabelnnonlso,cnmnseurscrlorisopuodiisoonda.ocbefmiádhbeqossiidcTer,dieonocernitiueamieaiéiesgadsomronoaonjc,emjntllcoudesaiebo.aae¡lsjmhvesiese,istnblsuplbóIIlsooarecacoetnndeaslaalirz,oeesnalDdteebpeevroi,lamneéeisdmhasinaaeázy.nodFsclaqtepurlgr-ó,deapessdNriueu·damambolaeaslaaoccoiesqdao?iaihn'borreleultuesIdseuchord.cauencoslryrctiraomeiiurdbtaídfamjbóopínacsípooieliusosasonaheineirsalsupos.esdsecritardyctsfdprapgr,.qdmaaaneóide-iuóonauuóedrmCdlvneodryoertlsonrtaeotoaenssoegpeyrsnaqilin,rsaodrursrdburetrsoeaídulsoecooeysaonuodeulmcsdelpot-seocéadsiñqrpepdbeehqadunoorlequnaaanndpielieaudncacseugijtsrmgaotahyesieegeoaofoiedtIenrrsoéo,anaibstajaclqfgqsl1oiaaddnaauáoldroeycu1aausqenáeecvenáinq?emhssegunlpruseatD6lvusaaeraeil.lanlnshga,ieoo:ectb.lbsrocgtaloancsesNutáoaryneiesacaegrsinmsd,c.alsdbmerrecatodfaetrapaoreiCumonecsolfrpuvulesoznpitolsolasfitáuheusaarosoeeeerosse-ss-s-.a---s,--.cppnhrai-joormDsa!mecitroieaoisssbntiaoalgeudJatoderosjésta?sndáanoctuoahsnsotrceerrdnilpmacilcueainederearost.os.¡,vQLiS>uoréo.qshuDaoezm.oDPbtá.renedNdsr!aoorl¡oQcRisuseoépgodahrelaaemdsdooai-s-,pcaa--ldl¿LersYe,aCnvnooeorrhcdshaeaóydurjeeuezssnatqiaceucileatir.htouasdsairddioeo?rue-nptirdreaegrssucenu.tbórimdoiñeantBo-edrnijaordealdpeu-secdoPenoshroaelcsaetdarasneao,lcsvoheberrlneeopt.onPdroetírrco.umanadñoanhaayreazsaurnemtoossnsdlo, st.aEns..o.A.dios, aclios. © Biblioteca Nacional de España
120 I.!L AUDAZ 1Fuese el padre Corehóo , y quedaron solos el petime-tre y In que ellas antes consideraba como su futura sue-gra. Ambos personajes quedaron muy pensativos un buenrato. y después se miraron; pero In congoja no les per-mitía decir palabra. ·Pluma dirigió ni techo los ojos, exhalando un hondo-suspiro: doña Bemnrda deri·amó una lágrima y contem-pló en silencio el elegante corbatín, los rizos, las chorre ·ras, lns ·botas. los eellos del reló. los anillos y los alfileres.del que ya no podía ser su ycmo. CAPiTULO VJII.Lo que cuenta .A.liConso y lo (lue aconseja Ulises. 1La escena que hemos referido es de todo punto nece-saria para comprender In impresión que produjeron enlllnriel al volver de Alcalá las estupendas novedades ocu-rridus en la casa durante su ausencia de tres ellas. Llegó-por la noche, y al entmr por' la calle de Jesfis y Maríasiente detrás uo pertinaz ceceo; vuelve la cara y ve enla esquina un hombre muy envuelto en su capa, que conla mano le hace senas de acercarse. Se dirige á él y re-conoce á Alifonso, á pesar de la consternación y palide7~que desfignmba el semblante del pobre ba'd:lero.-¿Quó bny?-preguntó comprendiendo que algo grave·había pbsado.-No suba usted señor, no suba usted-dijo con trému-la vo~ el mozo. ,-j.Pues qué ocurre?-Pueden echurle mano. ¡Oh! no sé cómo pude escapar.-¡.Y Leonardo?-Hace dos días que se lo bau llevado.- ¿A dónde?-A la Inquisición.-¡A In InquísicióR! ¿Qué hns dicbo?-exclamó Muriel,.creyendo que había oido mal.-Lo que usted oye. A la Inquisición, al Santo Oficioen su mesma mesmedad.-;,Qué estás diciendo? tfi esMs loco. © Biblioteca Nacional de España ....
, BL AUDAZ 121 -¡Ay, scrtor, por desgracia estoy despierto! Pero ale-jémonos de aqul, y le contaré á usted todo. Alifonso, una burla ó... Vamos, -Pero si esto parece de Leonardo? Tú eres muy tra·;,c,s est~ alguna bromaVqtmaluCráesSEnOella.debecnaolribesmlaerpeeoisracasrnessleeóhrnnaiblagdl.nue.AnllualeesnvjlaáaárdgdoorneiIsmnel.aarsdqs.eapnyuaoMellóríu.tyalrosiesfuldoeyejroalosnnceoenárdcsauaeddnneóo--comlhloioeoeñs--nc.sPBvah-dgLteuoeionue,eantarnssoyteca,ctiSdcoldaqeerureru.scnejleDeaqaneru.ustnMlaeenMbmeoabferaeumiclmereetntridapaíoonr.epnymms-acdbarocuitlltojnleeaíonzn.láoaNAtosopáorlldrididesarcoeéonvroinndílcai-asecó.doriVmdi,Pá-jaioeeosdmrsioetntcaisooocyaniqmeomóusnoljee,a.ut rrqcnmeoooummaeqhye1ueanoáess-rhdcsesnpcbchmodddcsu.nrdt!ahosó:nilreeroajieairoo>amqeniee-nnóu,-on!epcdrrbsduv.qrmrzonnc.óiotyaalsperte.ó.PedoueDiaee.aapacijresenelpsnsésneunsebocsáidl.opYlre?naoteooesqounmmaavraoailmMrarl.nsEscsu.aetneslnaedrrmeo.unic~caosanteyessa1ristcnois.vsjulozedép;aooorcca.maemlinagtoñeeny.cmeoo.snylsríycmrnrMsodmasncuone,aecosadoae,snlrme:s,cd,cionqfeabysa,a,ayqlholíílyplnotunyaDdeeirpe:amoeuanontservsrtoe,nso.ílsbeeodarchpeileneea.oaucmrotLosrdaadoóslronnl.onsaatulslmpcoananeo,rblcrníod¿dtryeudneeooftcusioyálsúnatcóienscounanhInfsrevcs~oqnhbusuutnsdaaifsacoqselo.dscueaaqeéjoqdipírola.~snaueolmrelnj,roédu,uooattmegeedtse.csdódíoqep.neselprjmv:Dauoa.oeeloe.uliauseiaiup,l•jérltsd•riaHeestnleaaeaabovaoJ.n.aLDndiydnsomlusrpucsseedrpE¡oooceaoi.c.ponqYrubnoSa¡eáandnnlni.uoanu'IiIsYlnrtpclpnaoomtopeennnurseaeeeórAlndsaoasrouqágil,áscVmaátyearneupmdrqsauorrohyrasclaaoinooaoeuestmhiteaesoope.sesseql.neOsaiebclebyig.armaeotspouloYdsbccoidealsflborneleulseoieirhgscbadeanbalosatcródieaaóioluczoilmdli.u.sltmn6arosaseaaaonunue(vytfp,nb:erEltr'mtatsydeuánneeróao-uar¡tlc;elccmq.eaaermolnean~eoollxaolltdrcsllmmndalIadoelalmaaay.'pácru.;ieivadndlenóininelóerlcglpvóoYsmóvraoíesalpnqsaotooanecmncn.enuomsuisieatu:g.oroaoqqcqiidneapdnsqiasrmenmaitnnuuyausnciiaoaMooonuonalneoieaseaoesl-rro;-ns-.---e---.i.i-- © Biblioteca Nacional de España
122 nL A.UDAZjos. ¿Yerdad. seüor, que si no sueltan pronto á mi amo.es preciso andar á bofetones con esa gente?... porque yotengo un genio...-4Y le prendieron?-preguntól'llurtin. poco atento á laseonstderaciones de A.lifonso sobre el Santo Tribunal.-¿Qué si le prendieron? Aunque hubieran sido dos.Pues digo: iban también por usted. Pued\" dar gracias áDios por haberle ocurrido ü· íL Alcalá; que si está en Ma-drid me lo cojen y de patitas me lo 1.ampan en la caree!-¿Y él no hizo resistencia?-¡Quiá! al principio como que quiso... pues; pero eranmuchos los otros y no tuvo más remedio. Le bajarot., lemetíeroo en un coche, y agur. Esto me lo han contad<>.porque yo. señor, en cuanto vi las cruces verdes, echó áeorrer y por el desván me sall á los tejados, donde estuvo'UD día y una noche, haciendo el gato; y cuando la toci-nera de ia guardilla se asomaba. tenia necesidad de aga-zaparme y dar alg-ún mayido para que no me c.onocieran.En toda la noche tuve el alma en mi almario, y no sé loque hubiera sido de m! si el del tinte que vive eu la guardilla de !a izquierda no me hubiera dado asilo.- ¡.Y se Jo llevnron?-preguntó otra vez Martín, que en~u asombro necesitaba nuevas afirmaciones pat·a creot·que aquelio no era sueiio.-No, allí lo dejaron de muestra-contestó con sornael barbero,-se lo llevaron. La vecindad está toda.csoan-<lalizada, y ya creo que hnn gastado tres azumbre.; deagua bendita en santiguar In casa. Todos andan comomoco de pavo, muy devotos y rezones. y esta noche creoque van a hacer un zahumerlo de romero bendito y ras-paduras de cuerno po.rulimpiar la casa de maleficio.-¡Y él no decia nada?-~i he de decir la. verdad, yo no lo sé, porque me cs-eurri, como he contado. Pero segiln unos, ni salir d!jomil blasfemias y cosas malas contra Dios y la Yirgen:yo no Jo creo, porque el seiior es buen cristiano. Segúnotro, dijo: •Si Martín estuviera aqui. ..• como dando á en·tender... pues. ¡Fuerte cosa ha sido ésta, seitor; y cuandoeonsiderCi que mi amo está en un calabozo, comiéndoselos codos de hambre...! ¡PerQ ah! ¡la tia Visitación! ¡Queno la vea yo con coroza por esas calles! Con sus devocio-nes y aquellos singultos que le dan. tiene peores entra·ñns que una hiena. Contaréle á usted lo que ba pasa·do hoy. --- ¡Tú no has vuelto á la casa?-Í,Qué babia de volver? Pues bonito está el negocio © Biblioteca Nacional de España
nL · AUDAZ 123para meterse alll. Hasta que esto no se aclare no me venel pelo. De esa gente de las cruces verdes hay que estarli cien leguas. Pues contaré á usted. Hoy han ido esoscafres á tomar declaraciones y á enterarse.. . pues... Loprimero que les dijo la perra de doña Visitación fué queera yo el demonio mismo ó tenía tratos con él. RiéroJJSelos inquisidores, según me contó la del tinte, que estabaalli; pero la maldlda vieja insistió en ello, asegurandoque yo andaba siempre manejando lejías y · breblljes.Eche usted cuenta...; que yo tenía mil potingues de eli-xires y drogas. y que una vez había convertido un jamónen violiu. ¡Ha visto usted que tia estropajosa! Dijo tam-bién que los tres estábamos toda la noche dando aullidosy cantando cosas malas. De usted no asegura ningunacosa. mala, ni de mi amo tampoco, á no ser aquello de lasgriteHas; péro de mi uo quedó peste que no dijo la mal-dita vieja. Mas llamaron u. declarar á las escofieteras: yausted sabe que el amo tenia mucha broma con el maridode la casada, y que si hubo, que sl no hubo aquello de...déjelo usted estar; lo cierto es que las dos no nos podíanver ni pintados. sobre todo la Teresita, aquella <!e losojuelos negros. Dijeron que nosotros éramos gente per ·dida, que tenlnmos alborotada le vecindad con nuestrasmaldades y que usted había traido un barco cargado delibros diabólicos y pervet·sos que estaba vendiendo deoc11ltis. Dijeron también que el Jueves Santo por la no-che, yo había estado bailando y que mi amo tenia unli·cor infernal para adormecer á las muchachas. Pero ¿á quées canSilrnos\"l ¡~ueron tales las iniquidades que aquellaspelandruscas inventaron! ¡Ah! también selesocurrió... lascolgaría por el pescuezo en los dos balcones de la casa... afirmaron que algunas noches sentían en nuestra habi- tación lamentos de niflo y que se horrorizaban todas...¿Ve usted qué farsa'! y aseguraron que mi amo robaba chicos y les sacaba In snugre para hacer sus breblljes. Muriel no pudo reprimir una exclamacion de horror al oír el relato de las soeces declaraciones de aquella ve · c!ndnd implacable. enemiga de los pobres vecinos del. piso segundo. Estaba absorto ante la novedad de aquel triste suceso que se presentaba con tan graves y alar- mantes caractet·es, y aún no babia en su espíritu la sere- nidad suficiente para juzgarlo y determinar lo que alli había de monstruoso ó ridículo. La Inquisición ha sido siempre una mezcla de lo más horrendo y lo más grotes- co, como producto de la perversidad y de la ignorancia. -¿Y no registraron las habitaciones?-preguntó.© Biblioteca Nacional de España
124 llL AUDAZ -¡Pues no! In puerta estaba sellada con cera verde: a briéronla y no dejtlron cosa alguna en su sitio. Uno ho- jeaba todos los libros de usted, y después do sacar un ¡lpuote de lo que eran, cargaron con ellos, sin dejar una foja. 'r11mbién se llevaron el pedazo de aquella estampa de la Virgen del Sagrario que usted quiso quemar, por- que era un mamarracho muy feo. y no gustaba do ver representada á. Nuest1·a Seilora con semejante carátula. Sobre esto me han dicho que hicieron muchos aspavien- tos los clerizontes. De lvs papeles no dejaron uno, incluso las cartas de... ¡l>obre seilo1·ita Eugracia. cómo se que- dará cuando sepa tales horrores!... Cuando se echaron á. la cara el titulo de aquella obra que usted leía.. ¿cómo era?... sí... escrita por un tal (Jhascúis ólJlasckás... • -Por el barón de Holbach. - Éso es, eso; pues uno de ellos lo escupi(l. Y cuando abrieron otro libro y vieron en la foja... todo esto me lo ha contado la tintorera, que estaba allí. y no se acordaba ' ele los nombres... Era aquel libro en que yo lela por las noches, cuando estaban fuera .. era una cosa ns1 como Don Lamberto... -Sí, d'Aiembert. -Ese mismo. Pero o! que los puso furiosos, tanto que uno de ellos dijo unos latines y basto. dudó el coj erlo eu las manos como si le mordiCJ·a, fué aqu el que á mi me gustaba tanto; aquel que tiene una estampa de un rey á quien le cortan In cabeza con una gran cuchilla que sube y baja... -En fin-dijo 1\!uricl,-se lo llevaron tódo.1 -Todo... no dejaron ni tnnto así de papel. Se llevaron las cartas, los pnpele'l! de la 1·enta del amo y aquel legajo que mandaron de su pueblo... Todo, todo, menos la ropa, que tirnron po1· el suelo qespués de haber registrado los bolsillos. Doila Visitación la ha guardad!> toda esta tarde, y yo voy á ver si se la entrega á In del tinte para que nos In dé. -¡,Por qué no vas t(J, por oiiM -Cepos quedos-contestó Alifonso.-Me parece que estoy viendo todavia las cruces verdes, y además yo des- confío de aquella vieja, que es capaz, si me ve entrar, de ponerse á dar g ritos en el balcón, diciendo: •¡ya pareció, ya pareció!!• Estemos en paz con nuestro pellejo; que más vale paseat· por las calles. aunque con miedo, qu,o pudrirse en un calabozo de la Inquisición. Además, yo espero de este modo servir á mi amo... pues entre los dos... Yu boy be dado algunos pasos. © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 125fLyuai--en'•rmíoaQ>.ePuuyeadésnieóienhaannvglsucgueuhualeantáconahcteoooen?nssptnmuerprlia&ecnazllopoaa,dqemyuleemrepfeucaiocsoanábnocsacno.ismlPóaiuebdenaestlso'tlaa\"bemnaateetue,septdceoo·hdrnó-,que ¡ny! ayer tenin el co•·nzón como un puno. -¿Y qué te dijo ese D. Lino?-preguutó l'llartin conmucha curiosidad. llegara fuese á 'I\"Crle, para decirle -Que cuando ustedécsCdileeoc--bllinoSPeóscnneqeuujgunsoteeioaúsedntSniroorruégnampóleearanesenlqttmodaaeuisoesnjduoéoeenh,csqtamohíuc•p,eaeéurlrpismnd.motseeirosqedemundsleteoaer,,nsalssneaueiañrnhesoáqe.srrufppmacercaoeairenclnesidcasoceoesod.dqdn.eeuseeeIClgnaueurnImienrozuqqojdueu,e1ie,·-l¡bqLcrehulec--aoio¡oeErnYmmtnaluoneraudn!l.sf-o.ditá.nEe,n.,dnIcvDaiectéódoaroluislneeClDe!olccaeV.reeneLna.mczmitounellneoor'llas'onp.nrd,náocorqusáaueaanenbue.rdesu~rtoaálenosgdlaoq.edppuuer;iectPieesinodri!ó.bsi-conrd¡eomlP.jsusoieneedñscbooaearnnsbitbigooruraodenuhonalenaa-sdvee-rEbqesuctéearmrnceoacrdhcieocmem-oIinusdmniaccóhiirqMéuaiálrltcoian.sJaedvennetsáeudSors.cPcaonuiraegsuonluo-i.clón. -Mejor cs. porque, ¿qué se pierde cou tomar la cosacon tiempo? Pero mueLo cuidado, que si me le echanmlvdccfmEcrcbrcr\riboeilunuoivimaoecicó.naseneiennrsAianrtprcnnobsotil.ytlmeeegnaitiea.oerdqoz..ots,bAllr.ápña,sudeoaoablnaytsegil,isybnivaa.ferunysoaslaiIpthvienEntuácrroeeendiqsoola,drnnodssecucmscaotcsnerpeaosrnpdvcieosoerbnubo.fipeilecaeaulnmsarEnrreeedjeeueltes,ensaelmueecsnpsatrtdnsepinraoaclanqtpdorabpebaanísunvreoamuyatmd,qirausssnan6onupcgniuey.abharoeerzncáoalcanznadaet_lseuocaseefrobduer.uonliucbiaeuaaanlcncMatdn6acáoniidpenuóejphuntiuouIso\cnnrdoeainprinannc'ocrpler\"lblvitpla,aeoplocaoefae,rrcoeaausozgbmedúisnvdneovoctieo:feeraooíaieeln.zñlrbldpndfrlnldJaialeBlceeiaoltaleeaó.nnlsdouq.jtprsmlcsiaaslurouLadcalaidrdfoaunareer.osaoooglc,anmycu,,r.coooycptddeaNnonerhcnedsoesplcrtnioap¡rierenbmagnsasceusculrdttueIdernápaeiiinneó-rro--\".s--- ) ·' © Biblioteca Nacional de España
126 BL AUDAZcía mris facil destruir aquella generación quo convencer-In ~ Con estos pensamien tos, domi nado á In vez por Intristezacépticn, y el recelo, el corazón desgarrado y ol alma ex- entró en casa del abate. 11je Orando rlueérIencisboirópDre.sLa idneoMPnarntlinngnuiav,erelelcueaxlt,radñeolatnrate- con quemldaeásssúueltximetrsaopvseajopg.iannmcteieelafntdtgrauasrsneu.nnUspnucalugacJr1onubncarpodeolsuercooasctáruoplo,aboLafureiescnXíadIaIVnr.le cubrln In cabeza, nr..-ojaudo sobre sus hombros exube.rantc ¡.orción de enmarañados rizos de tan descomunalescspeirdomopeoújracInnitoemneaislt aqqduudeeecphsouonsnet nat ·toulordaselletps.'ocllubnrlatelo\aorbe: asut-neenappeeatlroecceuísaec.raprmeododsuoo-hdspbSioaiaaglydnlnamaosql.lsuculiyoyezgte·udltidaaeemllncpypicccirnuer,elrnrñepncsíueac.asetCucssnoluamddFlc~zeounuasytabbdoopaer,aíulacrayneacadcrodtíeeónaossnnptmhrdue\aeodcdscireieiauzandd..utoeudnDorcceeaoo<pntI>puunrcerntncnnctzpoodanríricidaacmooblnniaobtahaseedoneross---·.tqtdmoauereeácldlloóIeenjnínalsroyuisosnandao,omsadsqriaceeuninteetuoelnmlrsndmbovmen:iósrnístCrcealmslytc·raanasdrgenrc1oo'1ngtMserlsnlacnsrato·iq.oouC.seysuobdalinatóócdrloenielnenlpedaplaprpseoaultepeeceln--l -¡Ah! Sr. D. Martín MarthJczamigo: no se mamvl!lo usted do do Muricl, mi queridotoy desconocido. ¿no es verdad'/ verme eu esto traje. Es-·-Ciertamente, ;,poro estamos en Carnnml?Cenr uJnna-ces,art¡rqzrOogua-ha,eL-!rsipmmoneeoórroendsp,emerleipeisopoeYrarnqCp-tOuceaeoleendnestelteuaSsUnrnt 6.lociscdoeehemsleDpeaenrcbnoramllcataaeinsstogorr.aa.idge, Beneqlddeumoielt\encnbdt·oqiaednbuIoiéfamsiq.gdduáeeees-dydee..sr.enmeloppchaieplnetrellnoein.dodhoams:cidsalnlrdeso.m¿ea~dnuitoée.alMeyeeprahraceocsneidáouuupnrsestectidseoreclaiptarrnaeajnes-?,mrIn1os--tmEeid¿besU?antnámoi.lrpeudsaseheytjlaaeianasdrlohoed.beloSecllrnhgr.egonDprdurn.ocvn.M.s'ieáolYnlr.l-ottlaíeynrn$as'olCs-vodpoI-uincrjedooctnlnrPodntac;dgnsetpticdeóaiirgnrMo?ur¡n¡aÚPcr¡rcetuilren6non.oqad.ubo¿ioCesrrióone-. © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 121caigo en que usted debe venir á .. Alifonso me ha conta-do todo. ¡Pobre Leonardo! ¡Qué desgracia, qué malasuer te!-Mi•s vale que diga usted: ¡qué iniquidad, .qué in-famia!-SI, pero diré á usted, !Jay leyes sagradas. ¡Qué se hade hacer!. .. está establecido. Pero lqué me dice ustedde Jn peluca? ¿Le parece, por ventur&.' demasiado grandtl?¿Y la espada? ¿No cree usted que un poco más corta seria.mejor? Me parece que llevo á la cintura el montante de ..Diego Garcia de Paredes.-¿No tenia usted antecedente alguno de esta abomina-ble prisión de Leonardo?-pregunt6 Muriel, sin cuidarsede ll\ peluca ni de la espada del abate. ·-No. ¿cómo iba yo(\ saber lós secretos del Santo Oficio?Para tneJOI' servicio de la santa fe católica y de la reli-gión, aquel tribunal obra siempre con el mayor sigilo-A ' •eces ni los mismos parientes del reo saben su prisiónhasta el dla del suplicio, sistema admirable á que debe la.Inquisición su eficacia. ·Mm·tin escuchó en silencio y más meditabundo queinit4ldo la apolog!a de la·Inquisición hecha por boca d&aquel mamnnacho, caricatura física y moral ante la cual~e experimeutaba un sentimieuto que uo se sabia si erala compasión ó el ctesprecio.-Creo-continuó D. Lino.- que no sería dificil conse-gu ir <1ue ese nsunto se acabara pronto. sieudo condena·do D. Leon!írdo á una pena muy ligera, como azotes.por ejemplo... Eu el día la Inquisición no es rigurosa. Se-los darlan en el patio mismo de la carcel... · .-¡Oh!-contest6 irritado Martln,-en cualquier parte,que sen, eso sería úna infamia sin igual. Leonardo es ino·. ~ente.-Ya lo sé... ¿quién lo snbe mejor que yo? Pero ¿quéquiere usted? Tnl vez puedo. conseguirse que sea rela-jado.- ¿_Y qué es eso?- Que pase al brazo ·secular porque el delito no sea delos que competen al Santo Oficio. Entonces á fuerza deempeño se puede éonseguir que se sobresea y lo despa-chen pronto; ns! como dentro de dos años ó dos y med.io.-¡Dos ailos, eso es espantoso! Y siendo iuqceute...¡Oh! D. Lino. creo que los que se contentan con maldeci1·á estos tiempos son despreciables y cobardes. ¡,No merece-rla las 'bendiciones de los hombres el que tuviera fuerzay valor suficiente para extrcmecer desde sus cimientos l © B..i_bl)ioteca Nacional de España
128 llL AUDAZel Estndo y la C?rona y toda esta balumba de ignoran-cauphqiosaa-tuceDdoeydela,licanlgos¿.~rJanro{puotdarpósullceoaesm1?bp6terYennac?rsndeo, c-smqeouppvqreleeeul,gteeacupmeonasnetrtóneaIctnepieeplaerrnoliatsnYboaaruc.rt.sn..ietlaiYldnjsoedi,inrezaiqogucuqonoiuqnemiuzradpealar,lhe-áldanlceidvrgnecenooa-·nido á buscarme la berlina de In cosa. He tenido que ' 'es-tirmo en la m!n, porque allá no tengo coullnnzn... Cou10tenasansubnyuorealsostíno,aypsee..rx.sp¡ouAneyas!tdoeesÍcLtaidcearstrnpuaenddacaosdse,tymalaeazqtourneeblnlnaselonnmilñaeasjsoprsieodrno-lcdauigtproaa.dg¿oeSdcaiobnne..e.ulPscteeardsooav\de<oot,uLSiéerno. nDdae.rbdMeoaaryltíinln·,iogqiaurtseiee~cus¿dlRleieu,c.,sutloeedrqdpuarecuosle-- aquella dnma con qui¡,n usted llnb!ó en In Florido..ted quien bniló de lo lindo, pnseando después por lasconalamedas? -Susanit n Cerc1.uclo. -Justnm eutc; y ncí• parn. ent re los dos, me pnreció queno le mirab a á usted con malos aunque es eu exta·e- OJOS, so le ha conocido pnsiónmo insensible y hasta ahora no ustedes tan amigos aquelninguna Puesto que estuvierondia, vaya usted tí su casa, háblclo... -Poro qué, ¿osa seuora es también inquisidorn?-prc·guntó i\lartln. es el hermano de la esposo. -No. nlmst de Dios. pero lo de Cárdenas. en cuya casa y Gibralcón es con-de su tío, D. Miguel Rnriqnez persona bondadosl-Tive. El doctor D. Tomás de Albnradosejero del Su¡Jrcmo de la es tal su influjo ln~ui sición, ol Inquisidor gc- lo que quiere ensimn y siempre Inclinada ~~ perdonar;entre los jueces del Santo Oficio y conucrol, que pued e decirse que 61 hacecdlauecaminritlmoe aácoubnsactseitedarqneuel epi auamnqtuaoeedlnestaroantñotoarbgtlareirbmlauencnautloe; náctoSonuésseatsantioltenyypicqdouone.comprenderá usted si hago bien en aconsejarle que dúesto pnso para conseguir su fin. -Pero yo no puedo pedir onda ÍL esa fnmilin; yo nophuumediollne.ncitornaer se,nyescarecoasqau.eSneriína.upnalraa cmoní sIind. emraacyióonr de lns de tusdesventurns de Leonardo me doria fuerzas para doblo·gnrmc ante semejante mujer. -¡,Qué dice usted, hombre? ¡,Usted está loco?-dijo conasombro el abato, apartándose los rizos que sin cesna· localan sobre el rostro.-¿Humlllnción, pedir u u favor de esa © Biblioteca Nacional de España
RL AUDAZ 129naturaleza á In más celebrada hermosura de la córte?,¡Pues digo, que charlaron ustedes poco aquel día! 'Gsted ,es Incomprensible, Sr. D. Martín. Este no quiso explicarle á D. Lino las razones en que.se fundaba, y guardó silencio.-Pues le aseguro á usted-prosiguió el abate,-queestoy en lo firme al creer que conseguiremos por ese me-dio ver en l!IJol·tad al pobre· D. Leonardo. V•\ya-ailacli6-con mnllgnidnd,-se vie1:0 usted hnciendo la mosquitamuerta. ¿SI seré yo alguna mannotu para no comnreudcr<1ue Susánita lo mira á usted con buer.os ojos? Vaya usted allá. y después veremos si tengo razón. Es uua fami-lia amnlillfsima, y e~ cuanto al doctor Albarndo no co-nozco hombro más excelente. ¡Y cómo quieró á Susanita!Va allá todas los noches: yo también voy y solemos ecba1·un tresillo. Mallana mismo diré á la madamita su preten- -....sión de usted. -¡Ah! no-dijo Martin,--uo ptLcde ser, yo no puedo iralliL.-¡l'lombro! 110 lo entiendo. Usted no sabe el efecto quoha producido, Sr. D. Martín, ó si lo sabe lo disimula. Nosen usted raro. vaya usted. SI uo llay que resignarse tlver,¡ Leonardo condenado... quién sabe tí qué.-No. de ninguna manera. Esa familia y yo no pode-mos decirnos una palabra-aseguró Mnrtiu con resolu-ción.-¡Pero yo estoy confuso! ¡Pues poquitas se dijeron us-tedes en la Florida! Lo que le aconsejo ti usted es un me-dio decisivo. Yo por mi parte haré cuanto pueda. Máude-me usted, Iremos juntos á. todas portes, le Jle'l'aré recadosMaiiann no. pero pasndo estoy ú su disposición. Mañann.me es imposible por tene1· que nslstir al funeral delco-mandnnto p¡·logo, y tambióu lto do ocuparme en buscar-le doncella t\ la condesa de Cintl·u6nigo, que me ha hechohoy eso encargo, y el de coutrntarlo Ulll1 media docenade pavos buenos. Además manuua tengo que poner enlimpio el entremés de Trigueros, que ha de estar listopara el sábado... Pasado, pasadoestoy á la orden de usted.-Yo no puedo, no puedo ir á esa casa-dijo otra vezMartlu preocupado siempre con la misma idea. -¡Pues no ha de ir usted! Yo mismo le llevo, yo mis-mo. Si usted conociera al doctor Albnrado...-Yo me ¡•etir<r-dijo Martín ropontinnmente-necesltomedltur eso; st. os preciso pensnrlo. pensarlo mucho. -Al fin lrli usted. Si no lo hiciera, seria preciso decla-, rnrle Joco rematado... ¡Ah! Sr. D. Mnttlu-ailaclió echún- 'p © Biblioteca Nacional de España
13() EL AUDAZ dtpaoerlsmuecemónae,nstqoauáehelanboicllipau.atur¡eDrcaie,a-bhsliúon.ogdaeqmueseepuallsdetave!odYetrlleufsaev;g¡o;oarJedcooosnaepenrseltae-• nqcvsd1tbtvbrura1uiuain1dóbsgenc1sAcóagoettuderenosizpdtlconaluqireaedalt.usUrl.epr,t.yIereóonloeladlrsarspeJleótmeilsrrgdmlssreobuoaoeos;erácrddfceitlsoocpiuiotjlflcmaeátcteiaiurlnciepccoamdcadmiiliocóhoenoóéipnetstlónálaoueben.mJsc,rsi·ldllantacylaleae.ulavlnubmsnGatcrsavabe:ínoeleradessntdu..larememiencnmstrspaaoploteanirlaonuprsccinrfesrmhruoepsgoelóetaaadoytorccautzódeopyaincaxeencesaijnplodqfaudcpraenaunecietlavadeisaegreiéos,atneóaunxolddnadeiidoeoeltt.onlaoans,•iytsel·pmrt·lssdeaeieapeenpprsedudrtjotrsOienaoeaolsuu-->l-s---· dc;iepb~ebtultsIJclcmnLDrlpbtddlooniasaouahulsiaoaeanitdaoibcae,s.e·ntaeabaasnenSiapsedaeaoernlpeajtnctlieacpidoaasrmnnfenuaeiollló,dcdnaiincacrmleóaatna.so.dispidneotuooomerosongói.r.nais¿lqéai.cepcóudnnrdndánia.pSupisrruuSMocncáaolcalesqdtlernpeelopiaadseeoieu,qeeoaeliudLxbrnisgnrsesshd.cuctboshbopooeuerlepodml.eniLuiapeetprpaievasrmarooiosanbnecm,lcooagnbinearoddnnllougooeolcpsnsdeilcugtachae?oeiandaurndienfeCoetúalls,psaoóraivloellsleclerncmldncdorglaaonddliouqcizsi:!Jqivfoioid>nrdelareacos•aoioceududha1ilhudnpqodba.nrobadat-ePenhavees\dcsear.umrieeln.rnebeoaoe,naiatidarúsepésrnyoauacnímmeovsreeausnnlaeenya,bshe>Irtloespc,intnns:dodcaiabicdaosractaiercgn•eoeeiJrenairitacsb:opraa$e·olpeoneindnrascirodIaavraratalpdbrnxpn,tooperililgs.ateaqarbosupsveetrcrgraiaryuaQdearrriseufaertpqare:zpmdsonldamls.eeaucereegpuldIávefoboemeesnqopnnIi1ltnl~ueoeanar;banfaslhícoslurydsiletJnrúoudmabnincilssisud,oelel\"riuaisvotlaruilaiueaesimacetepnibseóegíéadesisnsspaueucllasnpamluooridebt.Ptisaoaoseriolncdanaaea.é;oqnadtanrnucnjcyroralsyastfouoSbddsdpeettaueaCmdcurusooevi(domerdqeeemral,amngoeernrcliopungbriuetéeiidlcencearpuiqidotoccdiúlelsneaelien!amurimvoanudhieisjsoanozamqrtndtaaairncoeeaecasoouezeaiduccshéodrárerlCjan,cgeveciadnelisoualiserypa:sdfle;tbilnrcreol>neomieatmp,rncqolerhrsurccSuc,amaopblorcoeeedeuuiisiusiicvnsndeenooonndslszasermaicemoinlanmlnaebteutnursedddóaarderlartniasjinsnesaiiieern(la8nsnenneos?·a-l-aiá-)---d---,-!--.-li-© Biblioteca Nacional de España ,
llL AUDAZ, 131tlvninslspeloalntpaopecoouónaScslebdrotsn6fsm.íntogsns!cslmliadaeloarlnrhtiqrv:u-uroanti.hlannusifeu.ssorseúLqomi.aeuapairn,oimha•aidgt.clopepRepce,nubgsdl¡naloroeedrij.daeEoe¡oslAoasil,ouaooeliiedorasaoAsepysberd!tsotrdt.ánLrsqsnisd.ihsobgbadsamt.oc.isolleRqsgoeoúvbiiu!p.ordaauenclceoohpnsscMedcrn.uiunootresreilindscsisSnietnuaaosealscúueíeó¡nidrltguaptoeanobeatbidRsfzsaoréternJainamandrslaeuairasn.srrtaaortooesnnidbveoeiésiiotedluapvjlliobrcsgazsDbsccdlbdictltoneoópedl'assnibaeazacaaeaenleao•orduuamíeetmevne.úe!nsilares·mJslera\g.nbdoxnssdymej.m,dooteaaM!sdapcnodailoleuaydisquvtotci.eaprn.vsmznoernaoe.eoriebumasida,utre.iaaadgsaaaroirmnostjeo,tedtrferuoibenradtséoacleibeon.uae¡a.rnlqsonstolcboqnonmnaálocotorTlrqílndiatdsásuhaeónceesssnienuadnsiqluuáae,acesólipnoo,egua:etsamcigaoeyoeliujdomaeqoócnaDmsaexdenaslalRycreenaceibvneu:eiasuqcrricetmcsbdoetsigboramimioutrtoreneeovorium¡lhniantlnnimeaono(áod¡anbéaennaaaarnssqeateeoiodysg,tcisimnletdeecs,ledeuatuudbouonngtoceodouítsdlsdidnodb,appfnnntelsesatrrthfaróipauennnluodaoeesataóí!eónotuiulbdeennisaedaoi,cltaeylml.elcmsldnoeedl:crpaeipoe.nrglnaunatmepyan.trsydr.teheoc.ouaaaoescerpsroílte.tsnoNc¡souoreoeslc.buqaaetéosiupPrcisrisíssireobó.ao!:mtmernsuvayoq(ipaare¡déduceasertdrd•nn,olqTee.isolrrluileuenx,pnsebnlnooacecrfrlasauacyopeiersaeatsirLiilecrzpvpvuircjordelernduoottejdarvluoisuaJaeaperuhteuuaonplneosotcrsn.oaesecuaspvcl.olnlfaoosaéenfsurcruaaZalitrptvitnósic.Esogqobun:ósugpióiiorbaéapeaioaDidcsopá.t·uunnolosnesdgodr•rardgururiiaoadoltglytl:a¡eicsvanzonnuaolafzeóiolaensRrranietslahdnaepre,neibbossmthbfs,iecalhpge,pcorceeósiredmdsepéllyi,eiuqcsennniueeioa.loózbbicuqnerepdooatosvsrudouptridrSrerrrlopdu,sdcaJolesaehei,taeoéaesneatrslcluoleJreu.raMssqcrnaptplap,aarerpddio.usgiaa·áriiPuhibcalsoasnepuúnnbPensotrarerselsaietuavd.laclneeeisoea-oirn,coo-re-e·árataról--anecuens-lnlia-lroa--al;o-rn--- ., '© Biblioteca Nacional de España
132 llL AUDAZ CAPÍ1'ULO IX El león dome<d o . 1mi.djyoqg.mtynofbhmqifieecruuluivdtsvnóviralueneiuneersSioaiaasaianetsbrgtesaerpteruldusurtnaedlazmtíccddlarariauasabscaodoaiadoucreotmsLuoénalísasídsebnniemrliaonsnoneulnuleaelapq,apByeosnallcesáaDnrubatpslarugpsoehoeunideiorursapt..nrsusseosdnptlsotaeerboa'oeotacMviaeooreroypfhprsttdpaluáemlncsiiiaassooaoreionsecdrbnacyruggruidovrrngmt,~snmraacearbPuasitoeaeounaaan·cbdrbleldeeptduodrnñasraecdoirIiloanáoot.zaantoisseeidolllmulstaE,admasnssclpealcisduploendtáeqoir.naaoraeeipllsostemoumccjdsáratnmetoicdCeaeinproiaacqlonlpsqspivn,lsoadaod,ásaduoashtatuliqsctetcrendooeer,sillarouqfceduanlaarjtt,ieasacaslomtoteorepéigcdaaseroaaadeevássnesoailnlsan.brlrre,eodunh.abrngaoahLrpbpalvsniysTfootenuevdasidueuaraaafmassdtsnai.nciayóssrdnrjeóedt.engmehínacaieaupnsroozaCntqn¡SoOzsrciefibuI,rsdcddrouaiogantnudrcgeistiaeceurbleIfsenéeuse.soaeean/osnseálaaosnsmearrnssctm,cmuninriprs·s-reeesdedstmpiipbnhauauuo.ooovuglrtaieeos4ooseí,aaric.ínpvsúa>orimyarJsbpccomlcodoegnonnstCmó.rc{iaípen)soreeoutsaeds,aliroqeeiatnr.nienteniaiayasdJmnnlspuaah6~srotireclsnutedsoddaeinuctaelyaosdtcapcaqaoednosmoocec.sdeedeiisnínnu,sdhorradrlreysreaeia,idácmeoóaeproar.Bmcdnenqjiaassnqarcocaoísoeutlandblellaos1auarupisóayslla·ou-itle,-·isanuee-i-seea-.-·s--·- ttnrcArCRrveeaaaoláosdcsdcLsmctccaoiaoqainnlasódu6dctrdneeaedeudsse,.urhteadedaaddbcieenceioulloíleClavasCímCnlaeaqotsnoeelAnuaaennnsi.srsnetelyaeeatjrd<djooansoeCnaelydioeirdnmconirCeiataaeasdeás.nqO.somsuddtároieeaeGdódllreunliaIasobnnnimdrsegnnCserlopaloiocsag6Cs6nnXodeandttVresaeeatdIoleilbIlaunx!llra.reatíeásiraP.ssaetodIssamondieerdnfodñelmaloa.oiaaPsciráynsaeeSn,nispnoeascoaldctliprrashelesariedodsotelsio-e-a·-, © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 133al ver entrar con solemne y acompasado andar aquellasestiradas figuras, cuyos semblantes parecian más graves,sombreados por las alas de pichón de sus disformes pelu-cas, un observado¡· de nuestra época hubiera creldo asis-tir al desfile del Estado en el antiguo régimen. La con·Ye•·sácijín correspondia á Jos personajes, y aunque las da-mas, á excepción de la diplomática. se aburrian bastanfe,ellos pasaban tan entretenidos las largas horas de In ter-tulia que. al llegar las diez, hora de romper filas. excla·maban á una voz: ..¡qué temprano!» si bien la costumbreera más poderosa que nada, y envolviéndose en sus ca-pas, sallan precedidos del paje y la linterna en dirección·á sus casas.No se permitia más desahogo literario que aJgnna lu-cubración pastoril de Pepit.a Sanahnja, considerada comoverdadero portento de precocidad y de ingenio. De entre-meses ni representaciones no habla que hablar, porquetal cosa no era COJlsentida en tan augustos recintos, ysólo alguna canción. a~ompafln.<la al clave ó á la guitarra,podla tolemrse, con prev1a censura, y después de seramonestado el Orfeo pnra hacerlo en voz baja y con muy·rccatlldos ademanes. En el ramo de refrescos la sobriedadera tal como correspondía á es.tómagos que por su edadno deblao ser cargados con excesivo material, y por tan-to el bolsillo del Sr. Enriquez de Cárdenas no sufría g ran-des expoliaciones con esta partida del presupuesto seño·ril. No se escatimaba el chocolate ni los a~ucarillos . perosi se queria pasar de abl, si se le antojaba á. cualquier es-tómago el recreo de alguna magra 6 de algún. pastelsustancioso. los Enriquez de Cárdenas no tenlan nada deLflcnlos y cerraban las despensas con cien llaves. Verdades que Jos tertulianos eran tan sobrios eomo los amos deIn cas:t, y ninguno se hubiera permitido desordenadositpetitos. 'Uno de Jos principales y máS asiduos sostenedores dela tertulia era el doctor Albarado y Gibraleón, hermanode la sellora. persona de ilimitada bondad, y tan discretoy sensible á la vez, que su cargo de inquisidor generale1·a en él un horroroso contrasentido. Su amor por Susa-na, CL quien babia mimado desde niña con la flaquezi ypnternal carillo de un abuelo, era delirio. Persona gravev de austeras costumbres, el doctor tellia, especialmentecon su idolntrada Susanilla. todas las expansiones de lam:'ts franca y generosa confianza. Cuanto la joven decia,él lo encontraba bien: sus rasgos de soberbia le encanta-ban, y en su presencia era preciso tenerla contenta, so· © Biblioteca Nacional de España
13-l BL AUDAZpena de incurrir en el desagrado del seüor inquisidor ge-neral. J;lla. por su parte, si con alguien era condeseen-diente y suave. era con el alnl4w. como le llamaba deord1narlo. y en la tertulia las gracias de uno, las mimo-sas respuestas de la otra. eran Jo único que por Jo generaldesentonaba la soporifera a.rmonla de la conversación. Hemos creído necesario dar esta breve noticia de lavida interior de la \:asa tultos de referir los singulares óimprevistos acontecimientos que ''an á resultar de la en-trevista de Muriel con ~>usan ita; determinación que tomóel joven al fin, después do meditarlo mucho. y calurosa-mente incitado á ello por D. Buenaventura !Wtondo. u -No podla usted haber ideado cosa mejor-ledecía éstoal siguiente d1a, cuando ol joven se levantó, después doun breve y agitado sueno.- Es el mejor camino. Si porla Intercesión de Susanita no consigne usted onda, esoamigo de usted se pudril·[• ou su calabozo sin que ntldielo ampare. Yo conozco mucho li eSl\ ramilia. y el inquisi-dor es tan amigo n;¡lo, que no pienso tenerlo más Intimo en ninguna parte. -¿Pues por qué no le habla usted?-dijo Ma.rtln.-Yo le quedaré eternamente agradecido. -¡Ah! No es facil ablandar al doctor D. Tomás de Al- barado. Sólo una persona tiono el privilegio de excitar In indulgencia del inquisidor hasta el punto de obligarlo ú. arrancar ú un reo de las g\"llfl\"as del Santo Oficio. Bó.bleiu usted mismo... á ella... uada rnús que li ella. -Pero ya ve usted las ¡·azonos que tengo-dijo Muriol. que ya babia contado á su Interlocutor lo que saben nues- tros lectores. -Eso no importa, amigo mio. Es preciso doblegarse. transigir, y mucho má.s cuando está de por medio la li- bertad de su amiguito. -~Pero no comprendo usted que esa mujer ni siquiera se d1gnaró. recibirme? Me harú. apalear por los lacayos desde que ponga los piés en su casa. ¿No recuerda usted lo que acabo de contarle... la escena. en la Florida? -¡Qué tontería! Si usted la humilló entonces, os ncco- sarlo abatirse, llegar, pedirle perdón... -¡Yo perdóu!-contcstó l\1n1·tlu con energía.-Eso do ninguna manera. Lo más que puedo hacer es exponerlo mi petición de un modo respetuoso. y nada más. © Biblioteca Nacional de España
'\.. / EL AUDU 135-Es usted lo más rat·o... ¡Pero qué orgullo... qué...! Espre.clso, amigo, aceptar las cosas como las encontramos.Usted no es ningún potentado; usted no puede hacer nad!J.poi'.si solo en el mundo; usted tiene que humillarse bus-·cando el arrimo de los poderosos. Yo no me explico se-mejante orgullo ni aun t ratándose de quien quiere remo-ver la sociedad. Pues digo, hasta éu eso no se digna us-ted descender de las alturas, y cree que cuantos aspiran'ti fines parecidos no saben Jo que hacen.Sea que 1\iuriel encontrara algo de justo en esta re-;preusión; sea que le infundiera más bien despreeio que:masaenneticmióiecnotnol,olsoocjioesrtfoijoesseqiJude no ·contestó á ella, y per- suelo, meditando sin duda.aquel grave caso ·.-No tieuo usted nada que pensa:-continuó D. Buena-ventura, cuyo empello en decidir á Meriel era tan oflcio-.so, que llamó la atención de éste.- No tiene que pensar.roás en ello, sino resolverse. é ir. Yo le aseguro á usted-añadió en tono de p¡·orunda conl'iccióu.-que será. bien. t-ecibido. No tema usted nada. ,- ¡Bien recibido! Eso no puede ser. Creo que· de nipgu-no harán menos caso que de m\ en tal asunto. Esa ge~teme detesta; ú. ella, sobre todo, debo·inspirarle una repug'-Jiancin. inaudita. que\"'·~ -La mujer es voluble y tornadiza. Hoy ama lo;ayer aborrecia, y mañana desprecia lo que le ha gusta- \"~:::,<lo hoy. -No crea usted, ú. mí me importa I?OCO ser despreciado-ó no por esa gente. Lo que no qu1ero es humillarme,cuando en el fondo de mi corazón les considero tan iu-<lignos y pequeños, á pesar de su posicióu social. Mima-yo¡· gloria es confundirlos con una palabra, avergonzar-los y deprimitlos. DeSlJUés de lo que ha pasado, proster-·narme ante la grm~deza que yo me he complacido en pi·sotear, me parece la mayor desgracia que pudiera ocu-rrirme. ¡Si me paret:e que de este modo les perdono todas:SUS crueldades! ¡Oh! Mi padre muerto, mi hermanitoerrante y abandonado por los caminos, son recuerdos queequivald.~án para mi á un remordimiento c~nstaute si doyeste paso. ,_-¡Preocupaciones rldlculas! Si usted no lo hace, el re-cuerdo de su amigo D. Leonardo será un remordimientopeor. porque vive, si estar eu manos de la Inquisición esvJ..vir, y usted puede librarle de una muerte deshonrosa.- Pues bieil : puesto que no hay otro·remedio, Iré. Mehumillaré~ lo pediré perdón. ¡Oh! es terrible-ailadió ~ou © Biblioteca Nacional de España
1. 136 EL AUDAZtccpuioiedr--rareoEVt.s.a.soLte<¡yeudx'n.espcdtrsntree.ntópdislaiqhaómnuatntroeayod.dl.rzoea.n-•tscIs\eosdeonenrnhdaetntrmiedémnseeqtiidtneóueinfoenr\t.lieoote.Lrr.gnn-oqrddnuSúoodenieeeirlmccneeoSnesrruqlu.econ.Donoc..noi.tatceuBremrádunoeseleunelzosasavrq!qeeuunneo---mi Impetuosidad nomo impida ser todo lo humilde que·o;onvíene delante de esn tiranuelo.:er;rxeioYgclannpna.oiql.ucmeallmelabábilúullmdueríilplonrloclap•ó_iónns,siityost.eoLnrnacispairtdeuceaicsRioóonptoadnsedaorLpeeoonnrndercdllc<nl>.-rtD¿eqsll\reimuiló.nrnapelrDeteucten.í¡unnnnouyeo;éefn~eimrn¡co•l·oMouYsumuneceRmrsgheuiíoused~otlttujJi1'ooim.tr•dananrnqddáe,tduoso,esuo.ndldoc.olou.snsa¿lpolqPecroceouoslci'tnrclmmqi\ooc'ru·bepce;o;lnic,u,mdlcjqlqaosniiuuaavendóesbnceyuatplpoonoefshssctsn·oeaoaatsucrcnsaiaiceolaaarigsnaqbuetec,ueilnnoelceconanileomlsecmaqtronoieufpe;nco•elrniametdbtmanovieilnddsoicídnotislloóoa:-a.expliquen!• Slilió de la calle do Snn Opropio y fué ú la c11sn del aba- cnma mu y dolorido y cabizbn ·~(á quien encontró 0 11 laeh;dnJoaea.brnEietolersiUdnefelloellsíItc.nm-s. ebhcnaaadsbJnoloasde~mnoufollO·umísnlelspontirtoeoomnsLaeoin'ms'iqoeóullnote,enemtáanitcdcroonanib1ds1aaecúceerutnooeddneeaclliepapsrcridueso--apara decir á Agameuón: •Calma tu furia, valeroso Atrida...Al caer, un grueso alambre del cMco do cartón quelspeausneió~gtnroecltuloetdrveaabrlaaassngooucJñhooec.lyaIv.haóesreirndisalaa.sdfted·ceInntleco,usparelosldpeucmccitéa~nnddóoormlees_ufucunbenn-ron tales, que hubo necesidad do suspender la represen-tación, In cual si~uíó mús tardo sin Olises, con gran des-contento de Jos imp•·ovlsados cómicos. noti cia-dijo con -Tongo que darle á usted una buena lllnrtiu.quejumbroso acento D. Lino ni ver entrar áamellmsa-o--tE,;ai.!m,gibQm¡>onQa<ulpmum'déreéo?iaiztobalaq.overtc):eesé'hspmoItanbiroddnuspoaoen,.p!u.s¿on.nYnrydononenoelsrtslpiaeocbrcviiCoíafnaurJcóe·ddtisapannprileloán,s.rbuDaHais.eq·tumneluyldleimanqeruoítuníscnepthg?enserdoPpaseedJfmloruo.on.ec.e:en!ixYisjqbettnaar.neosoá,·-dar~-prcgunt6 llluricl ímpncicntc. © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 137 -¡Pues es nada! Anocbe estab» Susanita en casa de Castro-Limón, y le dije que le iba usted á pedir un favor. -¡,Y qué dijo? -Lo que yo me figuraba. -¿Me recibirá? -Í1'omal ¿Pues no ha do recibirle? So mostró muy sor- prend ida al principio y no me contestó palabra. Esto fué at~¡eCnidataesecsmróoemddneoomsseuee~nd:roieocdloaedrmaemqpleuaaei\eelllslaacpgedeneernactcEaeonp.mciYpeooh. uiq¡lneAucehdo.eiscnqtiateurln!aédb¡vSoaei.t.rva.glnüNereeoannuzmtuase--! quiero acordar. -¿Con que no contestó? -p r e g u n t ó el joven sin cuidar- se de la calda de Ulises. · at¡<J'11IO In habría disgustado; - No; tanto que pensó que al esce- pnearroiov..e. rAáquusetleldoslomqauldeitpoassbóodrecsepgtuf\l:ess..;.!Y')noemn e fui tacones unos pcaósmó odemspeuteésn?ia-deinjopMié~. n t an altos. que uo sé contt·aria - -¿Qué ruó lo q ue dscgoaor-bbapLreveozoaars.s,uEIMmdlplaaoampsrsrr,uaaolsozloioqsjl.aaumsceoucanoylltnlustshuiidanóebanrlnaadtcaemiosl,enaecspseulcrqrarouMríoea.nnbqaluáace'lbc\ooe..srsPiatdaa,'ln\d.lidaegegulaas·o-~- sFpnriognTu~lrrs·eoos.yesuidnostqemudie. 'Sb'erar.lhgD1ü1.ennM~ánam:rtíapnne,rooucn¡oqspuaeearlbcghiueannzoamedenadcquouiddeaearigomna-.- rrarme... Susto mayor...• -¡,Pero no me saca usted de dudas? ·-sí: pues es el caso que yo, viendo que no me había cDJmctloonln.eniytdL•dnd~peis,eroctomenimnlaadmtiroladd,vuouienyt.soroPtevillcedioeviroboqa,himuraValelboeuln,smeóaltyTeleimO:qro•nu1~clDsieaoeridcnégdeatlaa~lrbasuqaaessuytdueReendoTrmtáeuovosi.eertásteáLeidSru~jauoenyntsvgaeeoddrnn.eenilqctlraopufm,anoeelqbdemudreseee--i lcor eqGeurreqapnnredeetDea.nsLdoomin. .bo.r•onPocuaeeurssn.ó. .henositmofbuáréeMmdoáerstl,lntno.idyfouséevemirnnecznli,onsóa. bqauáe crdceoeovnr,eéylbsa.raos~Y!ab.anasgesimrntoappseeenlznlaipsdbuaaarnldtlooaemdclauoúrscih,aoabsyciedezrraealsdesu1ee\ecllnotsotthelamnnlbdufíeilanradrl1len\tlbscdiolceintomsasudaamossiaeaa-llr t:u temida y necesaria humillación, se dirigió á cosa de D. Miguel do Ctirdenns y Ossorio. © Biblioteca Nacional de España
' !SS IlL AUDAZ mja.terdsC<d!prlss1sletflbad'prgnfUeceCaneiaóu:euauloe\ul!aerfuf.uruauosrUcel!nlljeseiroeceaéeIyosfodudceiqrglIsrdrlcmehnorbnqoaPebCionaaitbniputaüeohslocamdunebyeoeorrciotoáueanasuysímalelraánppiiraánb&coeyat;pamaseSbcdoarqeumidrtalsf.creva,slttierseueaar¡tglaíulpgeoyicnnueyoEieeoolasárysnseubrielite·hotincj.nsnaearoeorptilnnmoalamseoeleltpazeanitsaincqosotaoar,rlparmlód,aiorcoiaiúeouultóú!hsatudyolarpipdeespussJ.dsaeelónsdorneanúonoJenopelrne!eyeqnsoeeomstlMvarcrroras•jtoecuaesaaNs,fueaaleetsllttbtdnqunelleduogstct~banemidauaaiuhcrncuoteaeneresoorna.tbsdneeiteaitclinnpeorncordr.mtehaaloaiairnrmolvnaoclleeunjtolammaLadJaaoo,qnjoipme,nvtrctmbá.ceadrnoaeao-durrqueaoasseis.tevásasceeneás!mejtnoeruess.ensOeose1znstmusmutSrcpeuú1nlreq.aptle'dIpbdsroeclruaa·nflsosCiu'oSnoJíntuieieiJnllailsbalstno!ercvoondeelr,néuuadcbicaamaftnnhiiocaidqr:sqioaavesobnlgarsnd;cataseeu1liunceudabie.alioeeqicesclg·geetpeoolrnrtximeemelnoiúusviaeereonidoópnaaodoparaoearspqnaassdehdnnoplicedscades1aócq.uasaneieifronrcntusaonq·qfale.duees,eincie•tsoaoeqtpsvtunrulm¡oxeesjMhseenebirnuQciairscelu,mltaeol'ardoaeplellteardeuabláua,oo\"npeusralasncaglapeiaaoeocgssplmcesgéecbvalididrrobhcunponairihonubmaaiansdoebaapoian,mcneourdszuetmenagrpeeoslohraqoi.dumszpoccmráiusmsrtnpinseouspqsaoederrantausmunciormaenoesasloumnidmetdc6onoteltaoicnoodnaocbencaoiololdpraossehapriseueesossoscnallud,oe.irmn.aardaa.cmvfqneszmyqdcmdaílasfzc,iiLiyuaógoiiaoisauedrroidvisoteindoyreeornaleanauao---eoe-óo...roo--lss-.--Sdásiyffem.oiaiainuoccreieimscitAnelnanaiaraóscqbvastsinualeqsaecesndiuesnldlte!eanaeJdlmsptldulleriaaeosaouIsrteméedrdlaslpoeseeaplttssotnrsreaucdaltalrsuaussaiam,oamalmaandaryqbrsízagoarurassoolaeeaasteebglrenlssaíadomntatp.noriao,aigoStijrnecSudcauoooadaqldmlatm.euaerfsoGae..rbeaoajcsaioDelunabnltycg\"aoeaopaoeloncjrtasl-eaiantaaeróprua,onanaugrsrr,qardndtqa.ubaaeqdcuven,crueíehaaeabáddlodfaahea.epesbsjujdcoenuíamlb1tcdsdali·oito.meerap,.r¡raeiliailyataunrnaslnaa~ss-.-- © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZsonas una expresión de elegante malestar. de interesan-te abandono. para espirituulizarse con la voluptuosidaddel dolor. Susanita hubiera tenido sintomas y vislumbresde jaqueca en aquel dla. Fuera que su genio precoz seadelantara á su época en la. adopción de este hermosomal, fuera que se sintiese atacada de los vapores qull eranel recurso de su tiempo, lo cierto es que ella tenia ciertodecaimiento perezoso, como si sus nervios, fatigados des.pués de larga excitación, juguetearan por todo el cuerpoproduciéndole en su incesante cosquilleo á la ve<~ ,dolor.y~~-A su lado estaban gravemente sentados el Sr. D·. Mi-guel Enriquez de Cárdenas y su digna esposa doña Jua-na de Albarado, el primero con la cabeza inclinada y enademá.n meditabundo, como de, costumbre; la segundatan at·rogaute y cuelll-erguida, como siempre, y respi-rando con tal aire de insolencia. que parecía no quererdejar aire para Jos demás. Martlu entró guiado por unpaje, y después de saludarles con el muyor respeto á lar-ga distancia, se sentó, obedeciendo á una señal que. noacompañada de palabra alguna, le hizo el Sr. D. Migúel.Los tres personajes le miraron como se mira una cosarara, y agulll·daron á que él rompiera la palabra.-Ya creo que sabe usted á Jo que vengo-dijo 111art-ín.dirigiéndose a Susana, esforzándose en tomar el tono másconvenieute.-Un ámigo mio le ha informado á usted delfavor que tengo la honra de pedirle...· Susanita no expresó en su semblante ni sorpresa, ni· alegria, ni pesadumbre, ni nada. Sin hacer el menor ges-to, y IJasta casi sin mover los labios, dijo:-Sí.-Un amigo mío, q\"ue no\"ha. cometido delito alguno, niaun la falta más Ji~era, ha sido preso por el Sauto Oficio.Solo, sin familia, sm amigos poderosos, el infeliz está ex-puesto á perecer deshonrado en un calabozo, si alguienno se apiada de él y logra ablandar á sus perseguidores.Esto es una cosa que subleva. y nadie puede permanecerimpasible ahte maldad semejante...Muriel se detuvo, comprendiendo qtie se ha.bi,!l exce-dido un poco; y efectivamente, cierto gesto casi imper-ceptible de D. Miguel a.si lo manifestaba.-A todos los que han servido en casa·hemos favorecidocuanto nos ha sido posible-contestó Susana, sin dejar sugravedad.-Yo haré por ese joven lo que pueda, atén-diendó á que tieue. empeño en ello una ·persona. que nosha servido, aunque mal. © Biblioteca Nacional de España
IJ.O BL AUDAZ llluriel il)a á coutest:lr. Pero hizo un esfuerzo y calló,bnjando la vista como en señal de asentimiento. -¿Est~ señor ba servido en tu casa~-preguntó tloi\n.Juana con cierto desdén. -El no. pero su padre si; usted habrá oldo hablar deD. Pablo Mu riel, el que administraba los Estados do An.dalucia. -¡¡\.h!-exclnmó In. vlojn-nquel de quien decinn ...¡quó horror! -Tia, no bable usted de eso asunto delante de este cn-bnllcro, que es su hijo. Martln hizo otro esfuerzo y calló. -Pero nosotros-continuó In jo.,en.-perdonnmos to-das las ofensas. y ... -Si-dijo Martín interrumpiéndola y en tono do amnr-ga, aunque muy tlnn ironln.-Ustedes perdonnn todoslos ofensas. - Y procuramos s iempre que los personas que nos hnnservido no puedan nunca quojtlrao de nosotros. -As! os: por eso todos colmnn de bendiciones lo mis-mo estn casa que In de mi soi\or cuñado el conde-dijodoi\n Juana, que no podjn estar mucho tiempo sin metersu cucharada. -Por tanto-continuó Susana,-á pesar do los agraviosrecibidos, yo haré lo posible por lugrar lt> que usted de ·sen, puesto que noll los pide con t:lnta humildad. ¿No eseso'/ -SI, señora-dijo Mnrtln. empezando á sentirse débil. -l:li no fuera asl, si nstcd so ucercara á nosotros conorrognncia-continu6 lit dnmn,-scrínmos miL~ severos.Pero yn se ve. Los que po1· 111\ICho tiempo hnn estndo nlarrimo de uno casa no os fllCil pierJnn el afecto ñ susnmos, y aunque comotan raltns que merezcan ropl·oba-clón, aquéllos siempre son Indulgentes. Nosotros hemossido Indulgentes con l!Stedes, ¿no r.s cierto? l\lartin. con gran osom bro do doña J unna, no contestónada y so not:lba que hacía grnndC» esfuerzos para se·gulr callando. Susana le tenia como cogido en unn trnm-pn y le azotaba con crueldad inaudita. Lo peor era queél, li pesnr de In impetuosldnd do su cnrncter. sentla el lá-tigo y no se atrevia tí p1·ororir unn queja. La gravedad delos dos personajes, la entol·ozn y majestuosa soberbia doIn dnmn, hasta sn mismo. hoi'Jnosma, influyeron en el re-pentino encogimiento do sn ánimo, más bien fnsclnadoquo vencido. -Grandes favores hnu recibido ustedes de nosotros- © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 141continuó Susana,-favores no siempre agradecidos comodebieran ser; pero puesto que usted conserva algún carillahacia la casn... yo hare lo posible por que su amigo seapuesto en libertad.-Usted hará todo lo posiblo pura qutl mi amigo seapuesto en libertad...-dijo l\1urief, repitiendo esta favora-ble promesa para disculparse-lí si mismo de la toleranciaque habla tenido con las anteriores frases de Susanita.-S!, lo haré--repuso é.~ta.-Poro d!, Susana-pregun'tó repentinamente y comoasaltada do un penoso recue¡·do,-¿es este el caballeroque dijo tantos despropósitos el otro d!a en la Florida'/¿Este es el de que tú nos hablaste?Tan intempestiva pregunta parecln como que iba údespertar ii Martln del letargoso estupor en que Susanitale toola sumergido. Iba ú. rccobrnr la plenitud de lns pnt·-ticularos calidades de su caractcr, cuando la dama dió ung iro muy distinto ú la cuestión, dlclondo con mal humor:-No, tia, esto no es. Siempre ha do en t-ender usted lascosas al rovós. .Callóso dona Juana, y su augusto esposo, c¡ue no dec!auna palabra, clavó los ojos en su bella sourina con tnlexprosióu do asombro, que no hubiera pasado inadve: tl-d.o auto Muriel, si éste no estuviera muy at-ento :l. otracosa que á In apergaminncla y rugosa cara del Sr. D. Mi·guel do Cárdenas y Ossorio.-Aquel de c¡uien hablé á usted era otro. y por ciertoque no ho visto nada más desvergonzado-exclamó Su·sana con repentino y artificioso reir -¡Qué procacidad!Es que hay hombres tan despreciables que no sé cómo soles tolera on contacto con personas de etil)tlela y delícnde-zn. Ac¡uol om uu hombre que en scguichl revelaba la ba-jeza do su condición. Las almas ¡·ustreras y mezquinas uonaco11 nunca en altas regiones.-Pues si os como tú me contaste-dijo doña Juana,-aquel hombre debiera do estar á la sombra.-¡Ya lo creo!-contostóla do Corczuelo mirando á Mar-tin.-No he oido nada igual. ¡Qué modo de in-¡ultar 6 lareligión, á la nobleza, á los reyes, á lo c¡ue hay de mássagrado y venerable eu el mundo! Verdad es que de per ·sonns tau soeces y viles, ~,qué so puedo espernr?... ¡Ah,cómo habló aquél hombre! 1'odos nos quedamos asombra-dos y conCundidos. Eso tiene el haber permitido á D. Linoque nos presentara 6. dos desconocidos. No sabe uno conquién so juntn. ·-Pues yo... siu dudn estaba preocupada- dijo dóila © Biblioteca Nacional de España
14.2 llL AUDAZ1 sfptgzymy¡leiatns~edGoae;enmoap¡aná-bosdese-n---eu-.-abtcanpqndqalE.:Styun¿Um-a.i\"rnoeseaueutLatveYíni.emzu.s!ceiQs¿e-geodnc-ó\aznqu:ctnu'oe¿aúutiYmdo.aoeeeul.élotm-sLsreeS!isiclicdehcujteneatbsc.dauooopPieAa-ncsodostrdtit~tmoedlheorhjaotbpreedlna?sineroootdvsmolpaslssdmralnocéaemtuuqauitpodr·yezloicaeeónpsu,,oníJd.ebmcr·.tunotliefrboooornocSoere-SitieannereaeetdcrdluluHuíeeidevnanlqq-osslsl-hasnyppea..a-uiuunuadit.eynmldeeerbers.nepiainr¡>lnuxierdvtajlYnacugdiLeeoFlodgss,coegsaeocd,tclolutcáicnfíunenoedaoeaabeanabdmqtsrrtqmorrn¡sorboi-etitnunesndueeepcróóas-obcae.paenanndnenld.iinM!l.Mtlop.ebérheiageetqlJr·¡aisPjnireaansuraQatuourosoiaatr.rom1Fmetbuón,teatrq11fMnlplbou0qnnayuntueoc,cesdu.ytsbonnocryalr\tcoaceloisroloanb.ooecdltpo-sorctaípanqgenaonnqeeohmldosóubdolceroupureereoym:ela.neroúisrseau.lcennpo.atrniadranerforarháIohoee,ledeaens,omnguccsnu-ayersJgtuvimymodaduqocnbcoen-qílohmuooiitecrmaarsudóaeícgrl.aelnmfreeéf.uotsinl?eic.JSqjea'meanalO/nst.isur.nsua·o,----é.r--ae-· dliqntqqdplneaue_ouueodb-rgeseeriPlaSdMqcacpnedaueuuoosiaronesegedutradaattaesadnHiíonblmrnedpmaarm.álemoucinr·smosohlesaoep\dedunlenpiruo.tebttnreereun~iviasuelfeiemem'atrslooannvatntbrecoiio.rdeidotrctáageogrnanodunIsiaddnr.ioenreoodese,s.soá•mpentuyaCogtcqeoaruauqdfudmlrólubileaoaoóroiismepgdbqdrnpruueuteoehrajlioásaaigtqyzcorauonsqt-gdáinieudcrueutvaenuialabjseioncnoaIinsnmartdloedadapevpcmoradaiieoiseoarlosirinlsnaostteetuassscalJtongooyuhlsapdeenaaaqaosnqtnebeptucutalolseaieoae,-asl. dggpeano---rrrtS.YS.sqacoeuloioegnndsaúaetneetonalunmolrsglgabobdouleayeqnelrzouangbaetoqas.e.isi-u.lnedeeenld.i-.juiaodsLbntoSuaeoe-dufldpsrouliauejtnoqeadapued,oieldqerjdaruoes.áevcu..hsc.i·annsme,d-iqquguudueaeitosqneounp.esuraseiebdageevunseroenor--, m-u-DcEhloesnt.oohdhaonscacmlodomodeiotnisdo-ocaefflnaatldetaieóuniSnluagssuagnuaour,rcsaoesmñdoperlaaI:ncicjéounmsdtioocsoieatr.eons © Biblioteca Nacional de España
EL AOUAZ /jugar con lO$ sentimientos de Martln,-no puede habersegu ridad. Aqul se hará cuanto se pueda... Veremos.\'Uelva usted. A.l decir 1n&elw 1~/cd, la hija del conde de Cerezuel(}miró al techo como si qui_siera poner la expresión de sus·ojos lí. salvo de la curiosidad de sú t!o. Este no cesaba demirarla atento á sus movimientos como á sus palabras. yno tomaba parte oJguna en el diálogo si no era para asen-tir, moviendo la cabeza. 6. todas las sandeces que su es-posa doña Juana profería. -Bien, seliora-dijo Mnrtín.-yo volveré. Espero que110 olvidará usted mi pretensión y conf'io en sus buenossentimiéntos. Ya tenia yo noticia de su condición suave ..y caritativa; ya me l!Jlbínn enterado de la bondad y ter ·nura de su corazón: me consideraré feliz, si ahora conusta impertinente demanda mln le proporciono ocasióntle mostrar una vez más tan hermosas cualidades.En estas pnlabr$, la sutil ironla .del acento escapó á.111 obtusa penetración de doña Juana; mas no pasó inad-vertida para Susana, c¡ue se puso muy seria y saludó conla cabozn á .Mnr:ln. e cual ya se había levantado. y seinclinaba ante los ~res personajes con una profunda yalgo afectada reverencia. Salió el joven de In soJa asombrado y confuso de tanrara entrevistu; JllUS no quiso el cielo que se marchara~in recibir en aquella. casa nuevas y más singulares im-presiones. y estas se las deparó el Sr. D. Miguel Enriquez.de Cárdenas. I~ Martín ce•·cnM á In escalera, cuando~intió pasos algo quedos y un ceceo no muy claro. Vol-vióse y vió á·dicho sefior, que parado junt-o á una puerta•.con la mano puesta en la llave, le hacia señas de acer-ca•·se. H!zolo as!, y ambos entraron en un despacbo, tlon-dc D. Miguel, en extremo obsequioso y con una otlciosi-rlnd galm1te que Martín hasta entonces no había visto en ·él. le mandó senta1·se sin cnmplimlento alguno. SentóseMnrtln; el señor cerró Ja puerta y vino á ponerse á sulado. · · lV AQUel era día de sorpresas. La benevolencia .relativacon que le ha\.lían recibido; la nueva y desconocida fasedel caracter de Susana. á quien en la Florida no babia co-JlQCido sino de un modo muy incompleto; .el .misterio de$U repentino proteCCÍÓil, que pOdÍ!\ Ser Obra de r~finada © Biblioteca Nacional de España
144 EL AUDAZastucia, tal vez de una burla, y quién sabe si de otra in-explicable cosa, y por último la Improvisada cortesía deaquel hombn~. que simulaba tener que hablarle de ungrave asunto (¡,cuál?), todos estos hechos imprevistos eransuficientes á confundir al mús sereno, y Illuriel era hom-bre que se impresionaba pronto y siempre fuertemente,por lo cual sus creencias, sus sentimientos y hasta su ca-racter sufrian grandes oscilaciones.- Perdone usted que le detengtL-dijo D. MigueL-perono quiero que se vaya usted de mi casa sin que hablemosun poco. Aquí estamos so.os.- Usted dirá.-Ya tengo noticias de usted-añadió el -riejo con arti .,ficiosa sonrisa. -Todas las personas de talento me sonsimpáticas. Pero ve usted la taimada c.le mi sobrina...¿Pues no negó que fuese usted el que el otro dla estuvoen In Florida?· - -sí... si...-Ella quiso evitarle ú usted un somojo. ¡Qué tonter!n!Como estaba mi esposa delante, y ésta tiene ciertasideas... Por mi parte... ú mí no me nsustan esas cosa~.Mi sobrina ha estado en extremo cm·iftosa con usted. Yoestaba asombrado. Pero, dir;ame usted, Sr. D. Martín,¿cómo van sus cosas? Porque yo s6 que usted tiene pro·yectos; usted que so eleva á tanta altura sobre el comúnde las gentes, aspira á ver reallzatlas sus ideas. sus gran-des ideas, sí. A mi me gusta el arrojo de los jóYenes quequieren ver trasformnda esta sociedad... y eso es induda-ble, Sr. D. Martín, esta sociedad ha de -rol verse patusarriba.:Martln no sabía qué contestar á tan apremiantes mzo-l).es. La sorpresa primero, y cierta desconfianza después,le impidieron ser tau expansivo como su interlocutor. ¡,Dedónde le conocía aquel hombre·r i.Cnúl era el secreto deaquella repentina y calurosa simpatía que le most1·aba?, Indudablemente all1 había algo.::-En fin, Sr. D. Martín-continuó D. Miguel,-yo ten-dré mucho gusto en hablar con usted de este y otrosasuntos. Usted no será hoy muy expllcito conmigo, por-que no me conoce; pero ya nos veremos. Vmiga usted ámi casa cuando guste, pues yo me honro recibiendo en .ello. á personas de tanto mérito... mérito desconocido yoscuro que es precisa saca1:á luz. Usted es digno del apre-cio de las gentes. ¡Cuántas injusticias se ven en el mun-do! ;,No es verdad, Sr. D. Martín? Venga usted •por actu!.·o lvide usted los resentimientos que pueda guarda¡· á mi © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 145~cñor hermano; él es raro; yo sil que en el asunto J.e donPablo ha habido muchas iutrigas... En fin, eso pasó...-Y ha habido tambí~u iujusticlos-c\ijo Martín.-Susana no participa de ninguna prevención contraustedes. ¡Sí viera usted qué empollada está en sacar enbien á eso senor, su amigo, que ostá preso en el SantoOficio!-Será muy g rande mi agmdocimlcntcO-dijo Martln,9ue no ~e dejaba seducir por la inOSJ)Crada verbosidad delSr. Enriquoz de Cárdenos.-_tPoro no me dice usted nndn do sus proye.:tos?-vol-,.16 a dcch· llstc, cada Yez más empanado en entablar undiálogo politico.-Yo no tengo proyecto alguno-contestó el jo,·en, de-seoso de apagar el ardor de D. Miguel.-Sus aspiraciones, quiero decir... Yo, aCá para Jos dos,pienso como usted ace•·ca de ciertas cosas que hay quehacer aquí; sólo que yo no tengo talento ni puedo expo-nerlo con In elocuencia que usted, porque usted es elo-cueutc, Sr. D. Martín. -Sin duda le h~uí informado á usted mnl acerca de mismerecimientos; yo soy un hombre aficionado ni estudio·y sin otra calídnd que un deseo muy vivo de Yer realiza-dos el bien y la justicia en todas partes.-Dicn, bien; eso mismo digo yo. Me parece que ó. us·ted le están reservados días de gloria en nuestra patria.El principal mérito de usted. seg'ún tengo entendido,consisto en su resolución para llevar adelante cualquieraatrevida. cmpresa.-No creo set· debil-coutestó Mnrtlo:-pero ningún de-ber hom·oso me puede ser impuesto que yo no cumpla.-Asl ca; eonstancia, tesón, firmeza. ¡Pero qué corrom-pida sociedad esta, Sr.\"D. Martlni¿No In detesta usted?-Sí, In abomino; dichosos los que nazcan cuando estépurificada. ·-Manos ñ In obra, amigo mio-dijo Enriquez con unadecisión que en tal persoua tenia muclio de cómica.-¿Manos á qué?-preguntó Muriel.-Pues es preciso ref<>rmar, á ello; yo veo en usted unode aquellos caracteres firmes destinados á simbolizar uugran acontecimiento. Allimo, pues.A. pesnr de sentirse tan vivamente adulado, Martín uolas tenia todas consigo; aquel extemporáneo entusiasmode su nuevo amigo le parecla en extremo falaz.-Yo uo pienso hacer otra cosa sino estar siempt·e enmi puesto y cumplir con mi deber-dijo. 10 © Biblioteca Nacional de España
.: 14(} RL AUDAZ -Pero cuando sn puesto es delante, á In cabeza; cuan-do es usted llamado ú dnr In primera ,·oz... En fin. nosotros hablaremos do estas cosns Venga usted á mi CIU'ay ... le recomiendo In reserva cuando estén delante otraspersonas... porque no conviene. Creo que ciertns cososque pongo yo en su conocimiento le han de agradar. -Me holll'nrá mucho 1:~ connonza de usted-dijo Mar-tín escrutando con esct·u¡lulosidad un lnnto insolente lapersona y fisonomín de het·mnno de Cerezuelo, como-quericJJdo sondear su curnctor ó buscar en lo exterior nl-gCm dato con que explicarse lo que era aquel hombre. -Aquí, Sr. D. Mnrt!n, vienen muchos personajes im-portautcs de estu corte. Yo qutero que usted les trate.pero cuidado; no cot.vleue extralimitarse ni hablar asicon demnsindn desen'l'olturn. Yo, por mi parte, no tengopreocupaciones. Aunque hu nncído en alta poslctón...¡clllin distinto soy de mi hermano!... -Yo nccpt~ el ofrecimiento que usted me hace y ven-dré ti su cusa-dijo Martín tovnntlindose. --Espero r¡uc su pt·etonslón será atendida por mi cuillt-do. Cosa que Susnnll la lo pida no puede ser u~gnda. -¡Cuímto agradeceré esa benevolencia! Por mi parte... Ambos se dirigjeron ú. In puerta; D . Miguel con clertnurbanidad oficiosa, y Martln no convencido do que aque-llos r.alauteos fueran cosa csponbínea. No cesaba de exnminnr ti su nuevo amigo. el cual crnde estatura alta. muy noco y flexible. Vestía con ciert.tarectnclón anticundn, lo cual contmstaba con sus ribetesy vislumbres de revoiuclourtrio, y tenia en su .pel't'onn.dos cosas que llamaban principalmente la atención, yemn In peluca. perfecta obm do m·to capil4r, y ins manos,que ornn por extt-emo blancas, suaves y primorosamenteculdndns. embellecidas pot• vistosos y muy ricos anillos.Dos dedos de una de ostns mnnos resbaladizas y flnnsainrgó al joven en el momento de la despedida. en lacual creyó el aristócrata que habla basta un neto de po-p!.!lnrldad. e\o cesó de sonreir con complacencia mientras:Martín estuvo al alcance do su vista; y cuando éste sohubo alejado, se metió de nuevo en su cuarto. En el mis-mo instante se abrió unn pequei'la puerta y apareció unhombro, á quien yn conocemos. Em el Sr. D. Duennven-turn Itotondo y Vnldecnbrna. -¡Qué le ha parecido á ustcd'f-d ijo ncercúudose conexpresión de mucha cu•·losidad é interés. -¡Oh! excelente, soberbio, propio para el caso-repli-có D. Miguel sentúndoso. © Biblioteca Nacional de España
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