EL AUDAZ 1~7---¡SPQuI,ueépsehpraoolrleaeszsrgoeosm,erSevrga.duDisl.ltoaM..mi.gáyusea.l!se lo dije á usted.-¡Quó hallazgo, Sr. D. Buenaventura! CAPÍTULO X Que trn.tn de vnrlos hechos <.le esoas,. bnpo1.1:0.noia• D0ro ouyo oonocl-miento es necesario. IynugptbqlvsecdlCclucevqpctoblnofooneolisuuleeenreaaouodivaO-stastsjbnvaa.eerrirebso¡loeotaDtólroaisdoeDnaeardAertsIalgsnebevcerenrieeiyrvtseueyoeRsgtaaunlr.aedilirceglljoscbmbLnannbaEriaeeeaaeqaraCtuaduritáleorsmaislturo~uooalysá-ondirouteotsnec.srrtésnrudbese.o:lridonno.,lnaorpeycdvljFstesdyaCdiaeepsucuaeisoaeuNootecrnalroeatsotaáoeogsxnonaoldcceiniñh.,nasumsrscnanrnttooaodnSMtiotsaooouyadeyndsringJrmcP.oercrvcgbtnslp(peodo.Eiuroi.rwoCeceuroeuatfosenuePranDbeodonniqasodnrolotnsoácnsnorinullngeu.inliasoiecerniIeáaaroedofainaee,MsocnlelsClllohmqlx,se6ecmaoaasidtlrnnnnuaosctodoijnqipsiigOaedteógIolbebueqsei,nieruteamodlvarsolOunscseelieluusnyoríeosltmaaiyapedhsseoostbeavsetdn.uleeejtsneieqtddrrz,rfoibeersllárglsrfioeaeouaeaeodDlhripaeoaanldlrncosomoaerme,rtaoerncsCeadeo4enstciesselsanozonnlr1avlocinSoaudamaossoasqsadpmbrtleussaqsneansiseaeoaJuamaaeou.gbddityltpusrtbpU,rdi.aeieseoailalwoaeleeasiSllaonasalytnbndsoedrseasrr.duaeoedcmplaseiaesaaCqlegelunponerpnPyrattcao¡suaAsñgotodinau·sotaee.oaveesemqe,eSsedadlcrperr,lsgqracxpdlTuaoanoeauheoldadedyunltessldeosa¡ssatomempreislrea·asAidseaadralspvecirlutldlpceisanuadctleaiereileaiadlaueaalrrascóntassinaapcscosiaroetscarfnttdseecoedduralrliaeoipalncaosxóPnaaooglddnFnrqlra.doomipncssc-eeuéelecaaaCtotuseecólaaxi.nssserrocfaarqaerhftasIabocpltailirsrreaaddudndieaoesobsraeesleaatnnneaseei-soáuseo·-·,a-l---l- © Biblioteca Nacional de España
l.JS llL AUDAZ tunas de la nobleza no igualan á la de uno de nuestros grandes. Luego el terreno es tan malo... · -Donde llega la feracidad del 11nestro...-apunt6 el señor fiscal de la Rotn.-Hny en E>memadum tierrns que dan tres cosechas. Eso es asombroso; no hay en todo el mundo nada que se le parezca._ - Pues no sé...-dijo el señor presidente de la Sala de A.lcaldes,- Castilln sola da pan para toda Europa. Si no existieran nuestros g raneros y nuestros carneros meri · nos, ¡qué seria del mundo! -Es verdad que Castilla y Extremadura son paises fér~iles-dijo el seiíor presidente de la Cámara de Penas, pero es el año que llueve, y como nuestros labradores no saben cultivar la tierra, resulta que no se coge sino muy poca cantidad en comparación de los habitantes y de In extensión del\"terreno. Yo sostengo que somos uno de los paises más pobres, si no el más pobre de Eur:.-pa. La tpirada de los otros dos pet·sonajcs al oir tan gran despropósito, expresó la alta indignación de que estaban poseídos al 6ir cosa tan contraria á la general creencia y al entusiasmo patt·io. -¿Qué dice usted. Sr. D. Hipólíto? ¿Pero habla usted en serio? ¿Esro. •1sted loco? ¡Cómo se conoce que no ha he- ello usted profundos estudios sobre el particular! -Porque los he hecho, aunque no profundos, digo lo que digo. Estamos muy e~uivocados. Sr. D. Bias; no te· nemos más que vanidad. 1odo eso que se habla de nues- tra riqueza es una pura patraña. El día en que haya co- municaciones fáciles , y pueda todo el mundo ir y ' 'enir, y yer otros países, so desvanecerá. este error. -_¿Y sostiene usted que F¡·nucia...? Por Dios, Sr. D. Hi- pólito-dijo el de lns Penas de Cámara,-si sabremos lo que es Francia, un pnís donde no se encuentran tres pe- setas aunque se dé por ellns uu ojo <ie la cara... Allí con Ins tres 6 cuatro cllucller1ás que fabrican apenas pueden vivir; no es como aquí, donde la riqueza estñ en el suelo. Cuidado si hay millones en esta tiena. Pues di~o; cuan- do el duque de Medina,.Sidonin y el de Osuna tiene una renta de... qué sé yo... si espanta esa suma. -En cambio, cuenten ustedes el número de los que se mueren de hambre. · -No es eso, por amor tle Dios, Sr. D. Hlpólito: si que- rrá usted negar la luz del sol? ¡Comparar á nuestra Espa- lia con esos paises donde no se cojeo más que algunas fanegas de ¡trigo y pocas, poquísimas aHobns de vino! Vaya usted á Jerez, Sr. D. Hipólito, como fui yo el año © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ ~49 pasado. y verá. Jo que es riqueza. Si aquello es quedarseuno estupefacto; aquello no es vino, es un mar; todo el orbe se embriagarla con lo que hay alli. Júzguese basta qué punto llegaría la alta ciencia y el amor patrio de tan esclarecidos señores, discu1·riendo sobre este tema. Sabemos por conducto de buen origen que la cuestión Jlegó á. hacerse personal. descendiendo· de la región' de las apreciaciones estadlsticas y económi-cas; que el señor fiscal de la Rota fué poco lí. poco per- diendo la apacible calma de su caracter, y negó basta á.-decir al señor presidente de la Cámara de Penas cosas que éste jamás oyó ni aun en boca de un enemigo. _11 D. T,omás de Albarado y Gibraleón, á quien llamamosel doctor, por serlo, y muy eminente, en cánones y teó-logia, era un hombre cuya simple presencia predisponíaen su favor. De edad avanzada, bastante obeso y siempre•·isueño, el inquisidor tenía siempre su palabra agradablepara todo el mundo, y aunque no conocía más idioma queel espajlol. podía decirse que hablaba todas las lenguas,por lo. facilidad con que sabía. e•w<>ntrar la fórmula pro-pia pnra expresarse con el sabio y el ignorante, con elcalmoso y el vehemente. Su époCa.. que tenía fo.ltas del6G.\"ica horrorosa, babia puesto en sus manos la más te-mole iustitucióu de los tiempos antiguos, y alguien de-cía, más bién en son de vituperio que de alabauza, queel arma terrible del Santo Tribunal era en sus manos cu-c~hillo roñoso y mellado, que más servia de futil espanta-jo que de severo castigo. Si en la Inquisición babia en·tonces algo bueno. era aquel consejero de la Suprema,persona cuya bondo.d resaltaba más á causa de su fíllle·bre oficio. Pero es Jo rar!) que él creifl á. piés juntillas enlas excelencias del Santo Tribunal, y era cosa en extre·mo curiosa oírle referir sus ventajas en el orden social ylos prodigios ~ue ope1·aba en la conciencia de los pueblos;creía que el d.a último de la Inquisición seria desastrosopam la causa humana, y sin embnrg6, P,sta aprensión pa-,·orosa, bija de rutinaria enseñanza, no hizo nscer en élní la crueldad. ni la aspereza glacial del inquisidor anti-g uo. Es que su corazón·valla bastante más que su cabe·?.a, y el buen doctor era de los que, extraviados per fal-sas ideas, pasaban la vida tratando de convencerse á si© Biblioteca Nacional de España
150 BL\" AUDA7.nlismo de que la lnquísición podía ser cosa buena sindejar de ser cruel.ccdbtbDcCqlEdcmcqpáLmdooiaoerarouiouoeóloensoioamsllanreerjnednnadyEecd.arjETtddseeepeome,aánanlsgeldaernRnsgao4sdcdójihelddepthotnitberaaloasInaieaoeeoatllmsunnjedutib,tdñrbaoyesnitqqelnqlltóóA.aeneóadmdtaa,aauuuivsrnolrsoesenlleoiilepopgeieeetnsssaltmJamsrrlmoonsJeiiaiuaaeovaednncol~,icppródgnsbn1paisoppttasiyoo1róeeeempdortéderae7iáren.ratn\"muonrornÍollogio'nddilsoaeloiu&osdeeieiecsae»rqsvdórdmenIdon1aennaieuend4eoaroA.eld,csdoecreeqlasseéreoeDsornlie,eutuapdsnamsopcqpoinnileisoosaeao,ofgua,sagesufcr,lsritlnydqedeleag¡qg.mnaoc.emsaetudjennúuiusdloaeermlóteeac;·dzenonbcsluze1nls-aSoúoauyn.7ldaialmsfnt9blaasbciaohoqSe'etfdclclbniaa~rlaalnsyuauoohoersldmatpbnhseeamnogoojneeoldadmsasagenraf.cncnusehbOsasarirdecoaougaeteaapnirlefdeaernsivvranipieesnconcatdcpeyirZridu1t,Hiooljdneoreaoe8sleaamgynednitprais1ezrfd\arnsctea,niu4buafoaeltodaaideusgaeomredtte,nzleneeoearoIrnnaeotoddlnyrsai.icmzacc~teoSas.belaófalnsiiihnt,nriaarrana,Deakilteao,.acpquñor~oqdysdiersenAúaimusnarucyropnc,rloolbciiaesarin1acmusfbeolsclonbsnM·lesiiialoyinlsen-.-eae··a--lea,··.cncvdtrueihioaóvvlosanoeSocdanuqdiseposeuoeaandsemlrenaeaaocebritnaielradrlnotllaleeeoncr:l,vcuiaeooennunrrhisclioócahzaaoancqbpbiuuaailmbteblauulbipdlaeoailania.pldntedyoosudoi,ngi'cmdqlcu'touraooiloesrbadtnuerllentaalneblsaaen1edblxut,meutletepoelamlaujolfaeapen\"esn$ormtoocrenúerppeicnneousaeñosdaqoarcoeu.a,pfesmMeetiaótrseuiínne---·tlrqc¿t¡oeoeQCuuydsr---aeruotPeoPPenóest¿eepdlueePoscyredonreoeonotqeeornússeleoumeptSlheeqsrtoonbiaiautúojsnorcunaeulagiljaeet.soióteoaqsnttapnsetúulbOeáeaatdllensas.ohfT<óqiahalcdfcllrouaisoaieioeoebimbbgsnenp.euloah?rsoearn.eeacrt-¿enaadcci'rdhlnldriel'Eaúode,\e•rcsátoehesdsob1npaaeu,ce·ibbo1oelneyeoeirnsxjasqsuhap,tpeuaríarlducyeeeropseeeismtrnoodonqSejo.,oonuuuedBedeeqsdsemsganituedeaonlcbiuosp~aeaoicyt.rlr.ánolI.,eii.nsmtnqsb.srqovuiaadeuebeerciricrinrasaseliei-reuacncántcpgiooódilaadósannorrouns!?,-· © Biblioteca Nacional de España
BI. AUDAZ !51tido de su buen comzón. Enfmiada y adusta éstuvo des--pués del diálogo anterior, y no contéstó palabra á las mu--chas que le dirigió -el hermano de su tia preguntándolevarias cosas.Al día siguiente entró el abuekl en la casa á la hora decostumbre y fué en busca de ella, sonriendo al verla y-complaciéndose de antemano en la sorpresa que iba ádw·Je, como cuando llevamos una golosmn á un niño yretardamos el momento de dársela. La golosina que lle-vaba el doctor era una esperanzá de que la pretensión-deSusana seria atendida.-Por darte gust~-dijo,-me atrevo á romper el secre-to. Susanilla. Voy á darte algunas noticias de ese des-graciado. No te diré nada áe lu~ declaraciones ui del pro--ceso. porque eso nos está prohibido; ni de los cargos queresultan contm él. ni de la sentencia que es probable sele Imponga.-Pues me deja usted enterada. No me dice nada, y ...-Pero escucha. Si te diré. y esto puede revelarse, queel Tribunal de Toledo le ha reclamado. por creer que á élcompete ju·,garle. Has de saber 9ue ha habido agravios:í la Virgen del Sagrario, y ademus aparecen papeles queligan este crimen con los de una Sociedad de rrauc-ma-sones que tiene asiento en aquella ciudad y se babia des-cubierto también estos días. •-¿Y qué ventajas saca el inreliz de ser juzgado en To ·' ledo. en vez de serlo en Madrid?-Muchas. porque el Tribunal de Toledo es más benig-no, y hace mucho tiempo que allí no sentencian más cau-sas que las de lcvi. Todos los inquisidores son hombresmuy blandos y sensibles, por lo c;:unl el Consejo les hasolido tachar de poco celosos.-Usted no me quiere complacer y ahora se disculpacon Jos de Toledo- dijo Susana poco satisfecha del éxitoúe su.pretensión. ·· -Pero hija. ¿qué quieres quo yo baga? Yo no puedodar paso alguno; yo no puedo influir de ningún modo enel ánimo de los inquisidores, y menos en Jos de Toledo,de los cuales no conozco más que á ano.-No sé más sino que si usted quisiera. al momentoJo arreglaría á mi gusto-dijo con mucha terquedad Su-sana. w ·:-Pero mujer, ¿qné más quisiera yo? No seas díscola yconsidera..-No considero nada, uo vuelvo á pedirle á usted el másligero favor. © Biblioteca Nacional de España
152 EL AUDAZ-Pues hija, está de Dios quo no hns de entrar en razón.Susanita comprendió quo tenía que luchar con una.institución y no con una persona, y se abanicó con mu-cha fuerza creyendo que bnstnbnn sus artillcíos do coquc-tcrla para torcer Jos procedimientos del secular y pavo.roRo tribunal. No eráu del todo impotentes, porquo uuntlo Jns cosas que más cnutlvnban o! complaciente únhnotic! tlblle/{) era el encantador enojo de ht hermosu tirano.Poa· aquella vez no se atrevió ni á ceder ni ú arrancar laespcraozu de un próximo trlunro. Calló y esperó. Por esoen la noche á que nos rcrorímos al comienzo del cupltn-lo. se le Yeía apartado contra su costumbre de Jo. adoraday adorable flietecitla, y :i ésta muy tiesa y se,·era. nadacomplaciente con el buen doctor y tan ceiiuda como unnil\o á quien se ba negado un juguete. :\">o lejos do ellaestaban doña Antonia <le Gibroleón, la diplomátícn áquien ya conocemos. que oa·n prima de Albarado. y doilaJunnn, no menos entendida que su parienta en usuntosde Estado, aunque m1ís a·csca·vada.-No me puedo olvidar del chnsco del pobre D. Lino-decía aquella rieudo.-¡Cómo cayó el infeliz! ¡Y no ucce-sital>o. el pobrecillo rompcrso las piernas para hacernosreir. porque la 'I'Crdad es que crn su figura en extremoextravagante! ·-Yo en mi Yidn be visto tragedia más sin gracia; to·d•>S lo hicieron bastante mnl-dijo doiia Juaua,-¡y Juegover entrar en escena aquel mrunnrracbol-El abate no desempeiln bien papel alguno. sino cuan-do Pepita Sanabujn le l>aco representar el de becerro ócornero en sus farsns pastoriles-dijo doña Autonin.-Laverdad es que es un hombre excelente. ¡Si viera ustedquó arte tiene para escoger molones:-Es m1a alhaja, como no sea para representar tragc·dlns. No tiene igual paro. toda clase de recados. AntcayHme compró unos jamones que uo ·babia más que pedir.Parn hoy le tengo encargado que se entere de algunadoncella bact.ndosa y formal que me hace ralta... Pero¿9ué haces ahj, Susana?-ailndtó reparando en la oxpre-Stón sombría y meditabunda de lo. hija de Cerezuelo,-acércate; ¿por qué estús tan ensimismada?Pero la antoJadhm dama no hizo caso y continuó dán-dose aire, con tal ademán de rcconcentt·ación que pureclaocuparse en resolver algún lnta·incado problema.El marqués de las pastillas andaba rodando por allibastnntc aburrido á consecuencia de una sucinta relaciónque hiciera el seilor flscal del Consejo de Oa·dcncs do Jos © Biblioteca Nacional de España
RL AUDAZ 153sqbiliuued--setocelSilaSleepnansadbBlreopetesaosrmsmsnqaáauad-srernodeedmasnsapcuterrooáelnndltuadiesnfmniuuói·anrdhetIlaiacnjaaace?jadoostonCpve,vloenl.eslsnclraiiis,nócqayouncunin-isódecenrmiaej.aofucau,eyl-srtsctmaneóvdo.áinvsSaaebrguersaaraqdnJuooaigesto. -Esta ninoccohme eosdtáasrshee.c-hVaaumnosp.uuenrcaop-aesstpilllna.-ddeijotaeml amrainr--qués sinfdjrlctoeuoooo.-n-nyr-aSPETtt.anio-uco.ñustgHosdiáatoe-anonaedensstnsyeilapllóvhnm,aaqlb.ooi.aspaju-lcpsmvaHlehrai-rsolóeeredei'rsodcdsioeetnihpjiesncnoeaetoátlánzrlaeaoasóerlnlsarePdecmSfoánioiorjnruaionorqgtssrijsou.utaeaqtasahendruidcanalaaéalalncens.jplvitaa,adepoei.vinnareoscoqosSleaveuIaJvI.olee.udeazsegnmypbmataaaeurmrájrcdahnoaiee,óys-dqnlpásaiué.eojgernocreaate.emáedtllánlortsddsetápuoosroosoecie---r-reMnsoo-a¡q.raAu1virhiselim!leo~rosUa?ss.-it{re:.coionnctermestiyógóoc,oqnudeep. seaeoegrsuihsrutolmanoyoroSfaduletsaariníraaa..!q-uSbiaieiunlestmdedeenqmmeemtiracssuée-iol-caaeganmLoy8enocthlopolotoit;aaorren;uct.sáspIut\"peeinaulnse¡aurldgrplrrhoe1stnueoo.t~li.eejjnsddaatNddiogoileodstenolJdpeoeold-eaacsreCmtsroomeeaneendosteesvretalmeutziecmádezcrssunoeIluattanyes.ócsiarrdltf-peeodieaecoxele,orct-stndaoryneeylnennmtnatvererlelscsabasaajtgórepsarógareandstnpejicteiaonetnacofeshlsintdo.cmetoseiliópeltudtqIlelnoinecaoun;rlmhssSegmm..api-ausninupánysrmnoeseáaobsronbqigllofuaucoeaum.eroelyaytnienaaallanaoa--.l.·qrqváuua-{nqe¡ldVutsoieeaennnmceiormocncisoeeu;clioaítdaúc(anoedemslosotpdscáaeoseñcnseeitrs.Ir.ntaaagflonltseoerccdehheceoiu)tcnaso-aundsvijmieodlaacgelileiJcnmeeinneatccoriiqsloluosoéa!josysHe, raleeeyn--lJeunfaoelonjsrfaaisDoofdenueraidigstr.ducocaaro\"moddneseoldlólsisisudpdnicaeeeuennynspsoycaacsasmom.odmi,seoeioyrnneatsplopdtuoarudderdpoeslapruoeoenpsqscttoauoutroaeaglls6íaa.pessSsciitrmtouaaonsdcoacpioóinhuemnaiens.dCntdoarierqaiiuaodnóm.e6sqousubriureaqbIeeuninnea- © Biblioteca Nacional de España
154 BL AODA7.• vtmmvtbm.qrendsRobotdboclpsRiúernoíaxuuudie•ineteaoede;oaanlcarr·osacesiazutpltsenaltoaesláinteehm.atNeatYoeoagmtdsauenásllnreodladnrraeaarzeaírai1lsboesoihaiua1ntIdcsnoiqcioostrdnelltltm,neoutio.teCuaooarbaerleeecderndna(cdrlvoqElblrédrpYlmrllevtltsltsoeeeiauaa¡roltlrulaenea·eiecllneesuldrtoenedac:esdldnmajroimmg.lommsieeedsdegl:dboelpiraptaaráeeoineraeeerrsaaaoeplo1yaaruexesdapdonnspdpri·zílbmddlgeleptrdineráa,nopefOileaiaososeioataddeodnucelódtdpeaaSpseiurcdenaeor'iIgbsnaiOdoclnedasonlsanmcdrsabnlpauDaortnctoüderbagsalestdjeiedcbesrolanolaeeSeesesrecpiIleomséannzljloqoíehveleexoaed!eosaadj.caudsnnlrnlhcmbrioueerodve•pteenoCnahpaioblolsmur·nucoc1feaaopn,cdeaaadonhcsnrt6qu.mdhtloéueoalbdolcirpn~ndoaupae.losnnaia·íoyóaspdslsneelbdadeAatc.ibóvDoecroeoobrsdacndeatnuelic,iqlmgosgatoieclaóaclie1anlh,cdonualñd,pipóriaa1oni•soehbiallemaaennelrsu·yOyleasi,fnodraaj,evdde1nlsaednesancWlmJrnbeaooeeewsygdeteideeooduaslelsJláxioonesm.dasnelceasmsdIsoplsoteupsIsoonimaeini.aeceedeolpnleeclisesgceesLiliakatisneoncafñofollsqlcciúngmlaaberoeorianeeoso.ny.uecínamslkufarss.efrr:maaCruiircf.eEed.tdtosidlc,seaiorleefamfrln(lluis,ediciluoioinegymnsrdsfansesqdyzIo~in.nastoooccut<nabeeiaoueahbn-pitararqmue!eanópsrenebmolpllpaloóidurntnArarieiugnlrimdnpredendeeitdcadsónnuqrcamuoníeuinsehhteoaxealIvsacuuiatlzndsedn1aólusooiilaaIeancllsse-sloeam-a-nlnú-ao·-a-oal-. dIb6qsdbsaltmlplolueelloutauvaieasrcsissnesa,nseamsrtNt.uznmsvteacsmrpeaaes;tteioieóaora•peilnnnpnd1tcdrnnsatgaasecoieiaaatccuodmrhdosndpeooensactescciseiannssa,yoeus.amlsntinyensdreueauddses1átcrlnnoeom.e1seuiniedssasmméPecxeutdpaldxtuascetticá·.reareuteortyohsoesbrcnarnodroesgmlebateiuoscmolenrsaseoojsdcr.cltosodocaomarenóStliaieninsundediautptnanducessup1issrsgooiolte·oceacaóanosldirsehnnunlenosoraaJdeauahncnltydx,elonútóieppeeortrfqcnrsoudealuIhre.ugrnrmIeceunpneuunesosrmlocirpeemtdeondaehslanospéi.lsioeseost,erctancitnlmráóavoncndiqd,osnlabnovaeoaueameslalnuscrrecoaatliaintyaoams.ceaóEarpzlsranneclnantuvcIesraótnzdosdIiriassqnnvmicmnutacepunddravosstáopueoeimiyeemnndoqqeejeraeeleeennuunecinsqssmnrríndueidttoaauertdsoetotoeenraseaneiels,-s-,-,-l © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 155·fórmulas de que hoy apenas resta alguna práctica con-suetudinaria en· el austero hogar de antigua fámilia cas-tellana no domada por el siglo XIX. Aquella muda lrnper-tinencia de la soberbia dama fué un insulto á todo el gra-Ye se1iadc: no se ·tenia noticia de otro igual en casa detanta etiqueta, ni jamás Susnuita, aunque voluntariosa ydíscola. había arrojado tanta ignominia sobre aquellas -imponentes pelucas. El señor consejero de In sala de Pe-nas vió en el adP.mán de In petimetra una expresión dedesprecio. Los tlos estaban a ve~·gonzados: el doctor dijo -·entrt>-..dientes, perdomí.ndole su mala crianza: •¡Infeliz,está euojada conmigo!• El marqués creyó sentir Jos.taco-nn.zos sobre la carne fofa de su corazón; el fiscal de la Rota_e¡ueria ver en ella un ademán de burla, y el consejero deIndias un.~esto de dolor. Los parece•·es eran distintos,aunque toaos se lo callaron. Alguien creyó ver en suslabios la modulación insonora de palabras coléricas: peroun buen observador que imparcialmente contemplara laescena hubiera. comprendido que el brusco movimiento yla partida resuelta de la j oYeu 110 expresaban otPa cosaque un,a resolución t·epentina é inspiradamente tomada~Si esta resolución hubiera pasado de su cabeza á sus la-bios, In dama soberbia no hubiera dir.ho otra cosa queesto: «Ya sé lo que tengo que hacer...-No tls· posible que el lector, por más c¡ue se calienteJos sesos en penetrar estas palabras, vea cumplido sujustificado deseo, ni-Jo verá sí 110 busca la satisfacción desus dudas en los capltulos siguientes•. entre los cuales elque viene á continuación 110 es de Jos que le dan menosluz sobre tan peregrino asunto. _ CAPITULO XI LoS dos ot.~~ullos . 1 Después de la entrevista con Jos ~randes señores deEnriquez, 1\furiel determinó volverse a su antigua casa dela calle Jesús y .María. Ya fuera porque no seuth\ temoralguno á las visitas de la Inquisición, después de nc¡uelln-eutrevista no explicada ni comprendida aún, ya poque nogustaba de ocr.Jtarse ni menos de habit~r en compañí(l.© Biblioteca Nacional de España
100 l!L AUDAZde D. Bueuaventura. lo cierto es que abiUidonó la callede San Opropio, á pesar de que su due!lo, le instaba á quese quedase. El último dín quo Muricl estuvo alli. Rotondo le pre-sentó dos caballeros de muy raro nspecto y traje, que sedecían eutusJnsmados coti las ideas filosóficas y revolu-cionarias. El uno, que et•a un joven mal vestido y do tris-tísimo semblaute, habló largo rato con Muricl, exponién-dolo su doctrinn, que consistln en pegar ruego ti todos Jnsciudades y llevar oJ cadalso li cuantos nobles. frailes ygent.e renl se hallaran en la l'enlnsula. Sotillo. que así sellamaba. era un hombre dominado por perpetua cólera.Su rabia insensata y su excitación le asemejaban al po·bre La Zarza. más loco sin duda, pero menos repugnan-te. Muriel, después de hablar largamente con aquel queaboru llamaríamos demagogo ó comuualista, y que erade Jos que entonces sollau llumursc franc-musones. com-prendió que eil esplrltn tan extrtwiado por siniestrasvenganzas no había idea algumt política ni filosófica, sinotan sólo el despecho que s uele verse en la inferioridadenvidiosa, que no conoce ott·o medio de parecer graudesino rebajando á toda la 60ciedad bast.'l. su nivel. El otro era un viejo no menos rabioso y entusiasta.aunque de humor algo festivo á intervalos. y muy satis-fecho de su poder y tr~esura. Llamábase D. Yrutos. yes cosa Meriguada que andU\·o en su juventud y pormucho tiempo jugnndu al escondite con !ajusticia. hastaque esta al fin se dió tal orto que le echó mano y le envióá Coutn por diez años. Tales t\ntecedentcs no le impedlunque nfectara en su convorsncióu uua rigidez do priocipiosmomios enteramente catoniana; y si no diera eRpantocon sus planes de incendio .Vasesinato. pnrecerlu uu Sl\11-to ''arón. Ni uno ui otro logt·nt·on voler gran cosn. ti pesardo sus exageraciones revolucionarias, en el únimo del\lartln, que tuvo bastanto peuetración porn ver eu elloslos perjudiciales elementos do accion que unen siempreJi toda idea incipiente para deshonrarla. Ambos mostra-ron una gran admirnc•ón, no Sdberoos si real ó artitlci<>-sa hacia Muriel, y no acababan de alabarle como el mássabio, el más profundo, el más atrevido de los revolucio-nltrio~. Martín uo sintió. siu embargo. apego alguno á laconfraternidad de aquellos hombres: la cabezn no queríavalerse de dos brazos tan rudos y bá rbaros: In idea no11nbelabn el concurso de oquella acción rren6ticn. Jluése,pues, á su cnsa con intención de no volver, y ellos noquedaron muy satisfechos de In entrevista. Como dnto © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 151ppare-rcMtiior,seoáp, sarureesccoderodsqauoreerimtgoiodnsoaslloemsqiyuseedseeflsuaSelrrmz. oRasdosotoosnnadimnoúidgtiíojlose:sn.iMveierlne-tras no pierda esos aires de gran hombre... uldtaaisnccCaidmpuelavipnnoadatnzooiosldlsauoesidlonnespVIhnraiespbsietluaaneccrciitóoaanmds(peeqroauudcenoue}pnS.aabesnlaetmoeleuoCvmradiensanttroótso,,eqmdauoliegrsó·uopnnpaoraonsrrJeeolmsvbpeanirétgsa,on,sllealgol úoynirvellasóstaáabpa:rr.e<talmertialnas,nutshetusabdroaazydoenaetcusaréddriesdlealje.oAveelbnrai,lómy, saninoássdpaboípeoraolra.aaomtGzgrcóeaurosvaeam,inlóbydopeúeolInsandndgiecvlrartaiiangeerjaianyarsldplesueereasnhlacllaolltauuibscrtpllpaaaooceslsmiruóasinoirncrord~ainniidocsiodtacpibesoaaainsretoanarmoaparepeltornrgecesnuuiaaencnmrroaaniehedelunrsecemctouscuopoadperrriaUtttdooeraua;.·cqtctbtlbptorauou·iorecsléamoiragPsnontlpdóioiaidconudatsiopmo.teilóoóguudsRsnorltúñanaeeaigslanzptriiluoosqcogeldlasourraculi,lanntolemrma.aysiese,miMiaregllolnnaoaaoul.ogtalr.repgrpiyáhreououol-l,ascaApupoyoyaralai,odcáCncspueseooosuapuonnntultysiisvólocneoaasa,i,s,ieádaytndrroosvpegdidusiuf?eúd3cpuetaneilqogsLoamunilr:etaaaotoiiolednesunnsenomonolagsdqlpremaomladuoeúsd·oeu.sruiq,tndóueDiusleannapeefnrtdiódojocadeelrcauleeceearalrurlacsaetlacaaabieebInismadónnulasrene----·-.para de alli á dos dlas. Kl siguiente rué fecundo en acontecimientos, comomvctduroeenóenranqámtrtuceóoaueljcsynlieoetotacncetórmeouesrenpyt,saraóptbauunpnaceoeohdsrveesedeosnqdennaussuaddeujdeeootqcaduuunnveaoiupurletdo\eollevrta,aesercgdtleiaurenu.ibsnmDapieabuour,rétililoqsótn,iutdVleuyoeidsspcliodoeetjaerroccesupiinóoanstnperrameeeerlgnnoseóe-s--aypcearvfbiuóambqaaundeode;ereantruaenel arpcpaopameralocéolc.uaTrqotuemeraóveMfonariarrateldnnavaueqneulectlaueeenrsvotaofblitnaooerisyo- fcrito su nombro con caracteres grandes y cloros. Abriólay uo pudo reprimir uun exclamación de usombro al verlallena de monedas de oro. La vieja abrió sus ojos de tal © Biblioteca Nacional de España
!58 BL AUDAZ'jpPct'cddpsnycdztOldeciodvñdAmuaroelceloouooiotareeaeeoelnnaurrdlonddmonvdsannem:igoqnrdnaMfre,ítdauiet,rocoauarbaóoríldsSDolberoqiinooayrosuperlovanaous.lsuda.eced,sr'.ruesteiis\"srisioieqdlelocoo¿es.éórdeuvlle'aehC'ueoiuqqlsbsl/nednnirDtenaúecluenáauoeamanonlJuYserosen.cnsdnoeAastee.:dlpetcxayaorsgilodeacr.ova:nelqpvalnídlPoiassniopoirneavo.niumIJitheDclendansdcnMeseom:qSfeeseler1soeluotn-ialinnonIud·lórJeanmlooinTuobeoselitnleóbonuósbrd.icoasonnroandoteqmlajinlóihmqsqedoeaesmndsgeueuanqnoculonatédpeo~dDnluéehonuuselsuge:n•oIerpísui?oorn·e.sedeiryaleJboocntaolonaivfmulsPoL1esi¡ed,qatsicscnntuo,•sldaaocidimtosqróuoooocíeangarncarodoi•tdsuep.mnicjroaiononyrioteoóílosedrat•utcnamhfots\ps·a.tolnaabodeoeo·senPteesoiardouy;olesóimrtxreaaa,monylromeeil.tJlpocnaoalaoedpnn!nlllydbeLetmnroieegoaneplie·ooncgdrsrcuiatnrqasiooosnalesgoeoosaoíactltqmureaopeanuuncotudddrceuellrrecraunvnenllardeaenoíhloepduóazpa.bao,cc,elaoIvldolóepnuailanisdnbhbitvanpnmprudedyditernsoseraríceecaodeluiidiaeiabsoaddvynaqsórdócomueoscuqbiansieeeuoogeurtn.oniuecpleeaaenml.dmtndndaaazlosespicroruIfpoac·lceeacncilnuiet.oeeoed,olcniós.suansfóltrxIrr,oi<ebrilnudoi:ntsaEtzePnnletoqenjl6va,ltondscrnfaatsircuunsrxa,uesdoaesqmetoomlocieoiroid.urereiséunsvhnrtsadearé·losrneronsoeáoe,ii.-,ol-s---o,•-si.-gtmmroau-e-,i¿cSghSQhourra.u.bueDéiDnue..rrrriaMeeMocdcsaaaaairddrddttíooioíntndo!mn.MSqoeiunhvrettraiiynaelelreao:n,rr.uulydcssaettá.ee.Mdd.u?1u¡sP0-rtelepqe1dlr·uo.eeegqgnmuuranécentaódpsipaa:ss,eUgaspua.aor.sd.ttrluonqmutceebonrlnee-occlcptperbaeiibhaonaaoes-uobsrcyinsrCalgraaotoaur!eenmrsoriu!gn.dn¡dsceaQuito¡¡oueeCPe,pgucsnegoSrina,Idérerummrrtyoenisoi.scltcnpctoluJaDeolploóonottn.aum.rúusoc.tprCJrarsMon\oetnetnuon!jvlemoadtadqed¡reros•nvuríet·e,.!iasdíe.edn.o,.rboUa.s.os,o¡dqmolyPnn¡qieuEssoDied!suegclprpa¿eesluounelu.ds.oip.oepésit¿d.oaosusciClcltrbo,rétqocru\lessc1nloysven1eeohtqherrenámiqaáiurs.d\d.yuuoeuo.ruaaseyssidsddtstutleeoetítalepcdeaedenyniiud'nsdt/edqlhóoqtrocouqaa.au!oceunrMq.emuláe.on.uacespboenáNoqoltnndumaoilrnueeoceeghpsniimhmremtlareaeaennyiá-ede---· © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 159 '-Sí, lo creo-díjo Martín más impacieute.-¿Pero nome dice usted CJ,llé recadillo...?-Sl... contare á uste<t... - repuso el abate. -Pero lopeor del caso es que la caricatura la ha hecho el diablo deD. Francisco Goya, y los versos Moratín en persona. Am-bos son muy amigos mios; yo no me he de enfadar poreso. Pero no le gusta á uno set· comidilla de la gente. ¡Siviera usted el dJb1,jo de Goya!... Estoy pintiparado con· mi peluca, mi coturno y mi espada; pe.ro tan grotesco,que es para morirse de risa. Pues ¡;y los versos? •ranto losbe oído recitar, que me los sé de memoria.-¿Pero no tenia usted algo oué decirme?- preguntóMartín, causado ya de versos y ·caricaturas.-¡A.Il! Sí. Vamos á ello. Es el caso que anoche vi á Su-sanita Cerezuelo en casa de Castro-JAmón, y me diJo...Le advierto á usted que primero se rió de mí cuanto qui: -so, obsequiándome con el romance de Leandro...-Bien; dejemps á. Moratín apa.rte por ahora-dijo Mu-riel.-Pues bien; Susnnita me dijo que ya habla habladopor su amiguito D. Lt>onnrdo á nquelln persona.- ¡,Y qué lm dicho?-Nada; parece que es cosa dificil. Sin embargo, según· ella se e¡.:presaba. podrá conseguil-se. Si digo que ustedlla nacido con pié derecho. Pues si ln madama se enter-nece con-el Sr. D. 111nrtiu Mnrtinez... ¡qué envidias, ami-go, va á. suscitar el que...!- ¡,Con que hay esperanzas de conseguir eso?- Yo creo que si, se conoce que ella lo ha tomado conmucho empeño.-¿Y no le hn dado á usted seguridades? ¿No ha dicholo que ha contestado ese señor Consejero? ·-No, eso se lo dirá ella á usted mismo. '-SI. quedé en ir ~or allá.- Bsta noche. si, a eso be venido.-¡.Esta noche? ¿Le ha dado á usted ese recado?-Precisamente •D. Lino-me dijo,-bágnme usted ell'avor de decir á ese St·. Muriol, qu\" esta noche vnyn ácasa á. las nueve en punto parn darle In contest-ación desu asunto...-Ya.-Pero dice que no vaya usted lli antes 1li después delas nueve, sino á esa llora en punto. ¿Lo entiende usted?-Sí, ya entiendo, Iré sin falta.-Pero no necesito recomendar á t:sted, Sr. D. Martín,una cosn... y es que ha de hnber mucho sigilo. © Biblioteca Nacional de España
160 -¡Ah! Lo que es eso... -Ya usted ve... yo soy persona gra,'e. y sólo me en- cargo de hacer estos favores cuando sé que no es para es- cándalo. Yo sé que usted es persona fo•·mal, y en cuanto á ella... Figúrese usted que ya la gente se ocupa... -¿De qué? -be Susanita. ¡Como la veo tan abstraída. tan medi- taounda, ella que siempre ha sido lo contrario! Ya he oido hacer comentarios sobre este cambio aparente en su ca· racter, y hacen mil cálculos y calendarios sobre quién es y quién no es. Por eso recomiendo que tenga usted la primera de las vil·tudes teologales en grndo sumo, y al· guna de las otras tampoco estaría de más. -·Descuide usted, que yo seré la misma prudencia. - A usted le supongo loco de contento: po1·que aunque• no saque de In caree) á nuestro amigo, ¿le parece á usted poco el favor de uqa dama tan principal? - En eso no hay nada de lo que 11sted se figura-con· testó Ilfartiu.-Sólo me llama para ent<)rarme del resul- tado de mi pretensión. -A mi con esas. La ' 'erdnd es que si usted consigue ablandarla, puede considerarlo como un milagro. ¡Qué ba- silisco, amigo! Yo que la conor.co desde hace tiempo sé lo que es eso. r->o hay criatura rnñs antojadiza, Sr. D. Mal'tin; ¡anoche precisamente tenia armada uua gresca con el marqués de Fregenal, su pariente, ese que In acompailn á todas partes! Y todo ¿po1· qué? Porque ella gusta mucho de ir á los bailes de canilil de ?liaravillas y Lavapiés, corno es costumbre aquí cmtre la gente gorda. El marqués que- ría disuadirla de su propósito, po1·que parece que otra vez fué y no salieron muy bien librados. Pero ella eu sus trece que ha de il·, porque no puede desaimr á la Pintosilla, que la ha convidado. - ;.Y quién es esa Pintosilla? --Una bodegonera de In. calle de la Arganzuela, mujer de mucho donaire y grandemente obsequiada por los pe- timetres. Aqul es común que los señores de más tono se codeen con esa gentezuela, y la verdad es que al son de las castañuelas y de las guitarras no se pasan malos ratos. -¿Y Susanitn. frecuenta. esas sociedades? -¡Ya Lo creo! Allí suele ir acompniladn de uua plago. de jóvenes de etiquctn y de marqueses viejos y abates tiernos... Pero usted· la conocerá mejor que yo y podrá apreciar su caracter. Con que esta noche ¿eb?-aüadió cou sonrisa maliciosa.-Como usted es una persona de © Biblioteca Nacional de España
JlL AUDAll 161formalidad y ella una dama de alto nacim iento y .que seestima, no me pesa de ravo1·ecer sus amores... -¡Sus amores!- exclamó Muriel. -'¿Está usted loco?Eso seria e~mús gr.tnde de los·contrasentidos. Hay cos.asque.por m1 choque se crea en la vt:leidad de los nconte-·cimientos en las vueltas del mundo, no se pueden soii-pecbnr nunca-Usted quiere. desorientarme- dijo con 'benevolenciael abate.-usted no sabe que yo soy la prudencia mismay que secretos de esta naturalelln. á mi con!'Indos. quedanlo mismo que dichos á uua pared... Pe1·o yo me retiro.Sr. D. ~1artin , usted tendrá que hacer. Hoy es para míun ella de no poder descansnr un momento. La señom deVnl•leorras desea que su hijo mñs vieJo tome mañana le-che de burros, y voy ti avisar a l bul'l'ero. Después ten~oque ir por la estampa de' Goy>\ á casa de Cast1·o Limonpnra llevurln á cosa de Poneilo... porque ha ele saber us-ted que para mayor desgracia mia yo tengo que llevarde pue1·ta en puerta esa malhadada caricatum que de1uiha hecho el truhán de D. Paco Goya. En todas partes la.quiereu ver, y no tengo mús remedio que correrla, ofre-('iéndome á la chacota de todo el mundo. Pe1·o ;.qué se hade hacer? yo no me puedo enfadar por eso... Y como entodas portes me aprecian, sería una tontería... {Pnes ylos versos? ¿01·eera ustecl que me los hacen recitar por.donde quiera que VI.Jy? ¡Y cómo voy á decir que no! ¡Dia-blo de l\lorntíu!... Pero no le eot1·eteugo á usted más, ami-,guito. No se olvide usted, á las nueve.-Si. á las nueve.-Ni antes oi después, en punto. .-Eso es. Adios, Sr. D. Martío, y mucha prudencia.Fuóse D. Lino ti casa del burrero, que qu izás le haría.recitar también los versos del famoso Inarco, y Murielquedó solo otra vez en presencia de Jos escudos de oro ycon la novedad y extrañeza de una cita para las nueveen In casa de aquella mm y ya·misteriosa mujer. Misteriobabia sin duda eu tal cita. pues ella, si le llam~ba para.contestarle eu el!lSunto de la Inquisición, most1·aba tenerIlliÍS interés po1· la lil.Jertad de Leonardo que él mismo.Al mismo tiempo no podía olvidar el recibimiento cjue lehlzo el señor hermano del conde do Oerezuelo. y era im-posible que en todos aquellos artificios de cortesanía no •hubiernnlguo•l intención torcida y muy dificil de adivi-:óat·. ¿Y el dinero? Pero no tratemos de expresar )a cavi-:lación incesante de nuestro desgraciado amigo. y asista-mos desde luego á su conferencia con la petimetra, que 11 © Biblioteca Nacional de España
)(12 m. AUDAZes, á no dudarlo. uno de los no:ontecim icntcs capitales dela presente historia. III Contaba él con que iba á sor recibido on In tertulia de.la cnsn. y que á aquella horn cst.¡¡rían allí reunidos los ve·nerables personajes que anteriormente hemos dado á co-nocer. Por eso lo causó sorpresa no ver en la puerta nin-guna cal'l'ozn, y mucho m;\s no halln1· en la portería pajealguno. El e.scaso a lumbrn.do de In escalera le hizo com-prender que aquella nocho no babia tertulia. En el recibimiento encontró, eu vez del pnje que m·-dinm·iamente estaba allí, una mujer de mediana edad,que en el modo do mimrle .v de sonreír al Yerle, indicóque estaba allí esperándole. No rué preciso qno Martín hi-ciera pregunta nlgunn, pnm qnc In mujer le dijera: t){lSCustetl; pero en Yoz tan queda, que el tal comenzó á creerque su presenci:ll nlll era tan misteriosa como el dinerorecibido. Conft¡·móse en esta idea al avanzar por un co-rredor en que no so sentía el menor ruido, ni se veía elresplalH.IOI' de ninguna luz, y hasta le pnrccín que la mn-jer aquella pisaba con afcct~\da su.o.vidnd, circunsbmcittque á él le obligó f-Ilm bien ñ andar con mucho sigilo, pro-curando apagar el ru ido de sus tacones lo más posible.Ent1·aron en una Jmbitnción donde había una lámpara :lemuy debil y macilenta luz. E11tonces ln mujer se paró, yle di.ío: -La señorita está mala. Voy á avisarle. -,r.Y el Sr. D. Míguel'l--prcguntó Martín. -iQuiá!...-murmuró In muje1·, como si oyera una in- discreción,-uo cstiL, no hay radie. La sei'lorita está sola, y u u poco delicada. aunque no es de cuidado. Desapareció la mujer, y al poco rato volvio diciendo á. .M~rtin otra vez: •puede usted pns11r.\" Ella tomó la luz. que allí había y marchó delante alumbrando, porque la habitación donde entraron estaba completnmente á oscu- ras. Todavía l\Iuriel no se·había dado cuenta del sitio don· de estaba; todavía uo so había hecho cargo de Jos objetos qu~ tenia ante la vista, cuallCIOya Jo. mujer había desapa- recido. Tendió los oj os por la habitación, envuelta en una dulce oscuridad q1w vnga!Jlénto s\"mbreaba los cuadros y los muebles, dándoles tinte extrniío. Creyó encontrarse solo. Miró iL todos lados, buscando á Susnna y no ' 'ió nada: á su mano derecha v ió tiiJ rc.trato de hombre que le mi- © Biblioteca Nacional de España
llL .O.UDAZ 163csapspacudsyVslnlTpcivpsmrmcooanouroouillaooonuCoeore!óisgnsnbemnúbzs6reoI'ryssprspreoDu'fcasiryasntm.eboodfolcblosistsudnrjiyóadeenecrSuéuooccrtourerofoiqmnront:orcoejsc¡ruve.el'osdrn;etou!tlrnlsyruaniiseoxecoo.~bs<dmemtseuaoeIrntcntudrar.rnreaíur\qssccIeainoaenae'miaa,entdgcidortuMnnq.panozv6de.griohuuaaepeaetuomtnaorainnA.eec.llrntaueionnes.inczdrndar:eurdbuxcddrmlizSeamaysdtjescbeoincenuyfjarrcrpuoeésournndleossechaputlacprgssnr:st.pldtloOisinirnóaaunnnaaldstrumoetoroA•anauncsoinbssbaooapsttspvnneomdojliysolpniadseetavtiediiiosl,fcmiear~ammsdSéeasaasvíodttenrcstydníaniegniclndoorazrebaainc,ntlocnseiqaooejooddeatneuroiblnaidtmutsoenooeyerlnnolrdaossdldaillssnlocnesasqtcoedeep,oeIibqsCp,eieturenuunúntauóryiagusrdoyastntmenretug•ln~nleeopoeaesslJtálaa.mdput1slslosaco1niemdeoea1oosudtt1cderíbnn1bsAotuuiec1snilse6eeolezppu6tdcrnrcnovcssqodoseseeaenbooncclooemteesuiesjarsotndroattnzsnnnaoxu6ae.oreupm.smdnectsptototlspsc.ctttiaarpoliedy•aE·goaóouoavonetyañbbmeearpñmrlsrcdanmstbepcaaeausaafieaufoortdiatdndinaeobrnoarni¡ionvIle¡;aadntaepinas:douaqalacp~adasaftcquipaylzodpiunxeomaloCcetdhdsesudetumtoéesr>ruTsb,etsleanieepeercrjssaisrtlsaodalru,cesanyecloipositeboncneoopomsáqmíiygnadezageneajiteslstumeurxoddureoaanibptnccgieuomnel·siebturdatieirlrautucrr,emetnlóodaobraróreIolneaoiíssyynoóesnaon:ad--a-á:----.m-MtqPdbeUouienu'--rn-ersNglcEmoYrethoctseooeopíp.otnldr.uoeonc,hderseo-ayqsutesyatupdbtonernemooinireíqdn~náeferuegouealiremlrúsmapdmtvnlneepeabundrrrmaaecldl..cllb-eboiatidieoaodmatiírronjadéécuo.t-eoees,aáAlm.tlpemsuvioeodgsniuiratlumspeyajstaredlaeaear.b,ojbpdnoutneaderoeorreounasdssqdiáegtnuocerosiladasltudtleid-auecadroidvmiaiaoe-ijsnrslijogadeittruoelesaa.pmndllaaSoedansainrpensmqednuioculitael.i·óo:e.--·ttjpouud--s-eHtoTYdi,coeaocindarotnnapyíovsouieánospg.eltiuearndldo:ocri.lolLothim\meaamoplypnaeofsnajisionraiódr.bdnolaoe.b.es.sr,uoes.gleiudbñreeoorr.ctaaaY:drosidsi oealsndapsieqnrupsoeee, nrsáesosipbnpelaeosssasirqábdulIenee© Biblioteca Nacional de España
164, I!t A t/OAZimaginar. ¡Dichoso el quo puede remediar por algún me-dio alguna de las infamias que en esta sociedad se come-ten y que son baso de ello. misma!-La dificultad que llny es que pa1·ecc ha sido reclamtl-do ese reo por lo. Inquisición de Toledo. por atribuírseleun desacato hecho a. la Vil·gen del Sagrario y no sé qu6correspondencia con unos masones ó brujos descubiertaen esta ciudad.-il\lasones ó bi'Ujos!-exclamó Martín, sin poder repri-mir un movimiento de cólera-también á mí me acusaronde lo mismo. No se puede presenciar en cahna la supers-tición y torpe i~noraucia que se necesita para creer tulesdespropósitos. Se comprende que baya un pueblo igno-rante que lo crea; ¡pero·que haya uiln institución que lolegalice y una sociedad que lo tolere en estos tiempos!...Da vergüenzn de pertenecer alliuaje humano cuando seven ciert-as cosas.-Ya comprendo yo que todos le teman á usted y le mi-ren con recelo como un homb•'e extravagante y peligroso-dijo Susana con su seriedad acostumurada.-Yo no hevisto personas tan revolucionarias como usted, ¡1i que seburlen con tanto descaro de las cosas santas.-Es cierto, usted no hauía conocido otro como yo, ypor eso sin duda le parezco tan raro. Mi dolor consiste énque veo 1i mi lado pocos así, lo cual me paraliza. obligán-dome á vivir á solas conmigo mismo.-Ya encontrará usted-dijo Susana,-si no es que pocoá poco se corrige usted de su furor, y le tenemos de1•otoy manso en ' 'ez de fiero y atre,•ido como hoy es.-No es facil, yo soy muy desgraciado. Tendré al finque irme lejos de mi patria á oct·os palses donde los hom-bres puedan decir publicameute lo que piensan $in serencerrados en calabozos por un tribunal de gente feroz ycorrompida. ·-Vamos-indicó Susan'a, con un poco menos d~: serie-dad de la que antes babia tenido.;_'rrate usted de corre-girse, y le 1rá mejor. Sea usted como los demás, y tal vezsea feliz. Por Jo que he podido entender, usted es una per-sona que podría ocupar un buen P-uesto en la sociedad sino fuera tnn enemigo de ella. No le fnltarla protecciónsin duda. ·Martín no podía, á pesat· de sus inveterados rencores,mostrarse repulsivo á tales pruebas de benevolencia, mu-cho mús cuando la hija de Cerezuelo. con frases latct·alcsy de SOl-layo, le había ofrecido su protección. No dejó decomprender el valor de aquella protección, á pesar de su © Biblioteca Nacional de España
nL AUDAZ 165arrogancia, y deCidió no decir cosa alguna que trascen-diera á ingratitud ó descortesía. - Ploeqnnseamr qáuseayboorirnetzecnot,eesmleodcurarar .aErrsoojánnodeosmtáe á Jos piésde en mi cn-rteoasoc-e:itneA¿rqq.huu!ee-ndIonijstoeenSaiurarsoaajnHaareá, beáuchjlonasdnpdnio,é-ssyudaecsalóobpeqzouareqrmaueéúrsadaidcbeeol numesacteend?-¡,Lo dice usted 1>or nosotros? ' -¡Ah! no, señora: no me acordaba de resentimientos sé dejar á UD lado en ciertasquo, aunque siempre viros,ocasiones. -Nosotros-añadió la dnma,- Do pretendemos que us- piés, ni necesitamos para nadated se arrojo á nuestrosseptnuzfhouusórnna--p-cé-sndt,NseYheg¡.s;eeprsAaPuesonoorbru!nedevtbistntriemsd!nióetmoocaoeonuee,iddiSosgsnceqahtlutsdoronouoe.eyusost,esdnyoerrusígnole!ttsdsadrnuafeqtiecmeaeabduchardgdruoioeiarddernutjnbdaidonaaaivlitosnarláinotuoúertgalsnussu,amludtnadprcenepdipsoadsfqnreotnalrairuocsacmuaGilieoorpnrióaiórdnylanepaimnoorsassnoáeilataucnnradondnm1adtoIyco1pronaoaip.qaudrprpuaudAlsiloaleuseerttnhsepdesaehtoiiduosnuógáidr,tecnaorsaeusigob,d:etmfseóureooeertanColseneqnát/and1spuedic1Meumrdsisae\"osee.is.?cu.ppnuaPr.oryvó..oei.irDensin-ruarsilOooe-..--itlujo nit>guno de C!U!Q. -Perdone usted si no lo creo-dijo Mnrtín;-yo estoytdbhdroieeae-rrdnpmá1io,lea'iranygnmtsoeietunborloica,a6idfcaeniocusspi,nadóeosnnerisdonJíoa1.oocIHémqnuluesvisatemoiidrupahagsatnt¡as\",edóvstda¡tó.godddaoabeelqughnunuauednbeaoses.e.rtPyrhaaeabercgsaoapanssendaeroo,tnlooaqadrduaeroaencscásltoearsnrsaáue--.' •lcncoutrado. -¿Si? ¿Ust.~d ha mnndado ...? - p r e g u n t ó Mart!n, confo- • 1so.-¡.Cuando1 •lrbiiigul---leHoPYensoqcaotiuarcaenseDdoIesidnosehogsophsrqéuatdauocbl·medniiaeisdha,.radaauondnsoiaebdsPcodacneabdbloellgaitleosál1oqs·tmaeuurrieadntiemnec,moctsiinaópesnoñimd,oheeryaraaosh:dtanyaano.qsculaioafememeschoaetesanudsdtnnoaia---.desgracia. -¡Ah, es verdad!-dijo Mnrtin tristemente:-los gran- © Biblioteca Nacional de España
..tjqdyqdhcsqoeeiiueuoauó.as1iseecedDnm6stosoeanb6uoeenleoatnli'etp:oiloirllm'ltooseaí.od.crnrmc(mocnL!•css!t·edlaeotaesimndocdm-sireto,eaoooa-o.ms<llddreanao¡cepJduuspordraq.ioensedeuuynqvedqyeosauseouemetan,dlemBaebaiedLlnfeelneheegpnnjgsseraAeod•ofrn·nplioUmnctagtmsuiaDdeudaacoreA·ecanrrdzaZacdodoclesdeaoonnarmo.dcuu(veNouteJlnlioaslcruovoeateqhsi.accatsuulmeínEiepéandc.rrauíeoafadrlsyamaulnetgnpássrn>p.qoúrdetealmu,ensee-ctoeddut:ieaaílser-sulugmoasacasbaplqñei.tmsaróeuaneajyndoeo----bu-r¡lAa.-h¡!,c-dreiejouSstuesdnnquu,emloirftotnnd\"o'olemcioendoc?ierta expresión deahtllaug-ceoNenrcqoiu:u,tenmdvaeleecmldooosossandoeóbm.uqPáeusene.raooAy.í.m.vloaensca.hedasicenemopuot1esm,deiemmlipobrsreasirnisoteennadcdeioólsna pidnoer-ssdlnpchclvquehbleeaooooeaseeusoasnrm--stsrvrrtisgeSum¡teajéYadovitoixuoAvudnmaarduloineossfdeusseeehepseeaativtnlnuVoqsrrqQi!noOoaueteatrsuuisaI,ornensuarnvUo.egreuiannt!sooo!loelauYaseeoc.aermnrtlb.¡niaes4dqeanl.sYaiotUloásb!udesotd.Lotasarcrmcen;rM.ooo.elllse.olrovh.auloe1p!suqocqninanno!edcrd¡uauuuortipUpanhd¡aqeoeoeeeYroasauslns.us,urdru.eoetmnydt.eeSeecernssooosncdoqruitud¡louileSíicsyolhsad1dm-dtfisoao1dmoeoadaeodruoenvbnhdeiuspaannos.jíliasot.,hraaoieraaínatynoyagrrydyoolcoaanmMbbuacgsdóJmuldeuolupuoólollajsnnnornooontbsnolrinchrcdtaaavrvntdnnejioeiuiíleaoairbtdd~bpnsnmf,6inós(!oaesra.s.otc.uo¿ca-ir.inndelNt.peEnón,ldyo·tlennolmdocreCsemoclodca~ehbeceoiuhriitvscaorrnnadssaíaeamanuercismnogbnmbedrrrdni.euovanddlso.eoosnbá.tliaroaodí7obóanp¿rjgdyrcoer!aeNooel¡spais.mn'B!arfoqqdqu.zial.mlnsnuaouodpuareeIoiu?naesreeseese-·pqhámcaeoauqqe---rbnuescuUTYlseoaiisildetsdnmóaotednallroooer!sgonsus,dc,luasyaocqyt¿sounseuqpemdssicaounsteiqeodeogtdrdiurcueduláheauifnol.íuurnnlomasaAsmscntedtelqeqacrUijeudigoonuo1lnnlrce.nonaávzipsreacaheoamgis-mraósqasa(bioneuLarcñllnS-ceiaosaóiscln?giónfaderldlnljEoeimoszo?ó\cosa·SpouicncYoéureiosJaoelrsone.ól,da-sqeno¿spidudsNa.nereee.rltoopaióhbrmmrseqaiasmeiinruidráunveheeacnincaádddeconeariurcñoua.xdos.,ntatmllrdedaaaldooooss- © Biblioteca Nacional de España
,I!L AUDAZ 167,·lrtudcs 6 el valor. Un accidento, un enge.ilo, un disfrazjuntan lo que In sociedad quiere y ha querido siempreq-hljoaPuas-s-beuPYymeneorocasbrthnoaossiddieselóoáppajedaunlerloniusaonotsmcsogtoeeeuandnsrnuopuqlsasaudtstreeeeavdd\lp'eoa-drrsdrboeiiqnsebjpusnoauearvSésefquscud,useeeaesdrnoSelfanluae,néncsbotouiuacansinhglpaaehodi,ochoynpanrcnaSomortsaeanianlislmhraJopacuanbainaórllonaeau-.-r.cJttrem;eaoi~ncsnsnivl.tEteioeéycósxllotfptoámIpuulnóoorsrocarsaootisldIadomangclens,soocecqledusoadnuaa1defer·lsurtsaaéuchetsssa,ruecoesybynbi,l•isegaeelaarrtsr.db·nctaoeuiioseamvdncnoqretátousuosá;pveqseoppuud.eounierndLooMtornSolgaubusudsorrlomuailreonspiplcsarnrtmaeoeoemsdmaramuaebancnneuliotadrdfebrinutelaáózencuadabpMenaeednsustree-----uu orgullo mayor. -Usted-allndió lllartln, lstairnahtquaumnedioldlaedcjaoiórnuqudreeecssiueb•i·idneasu.iénprugraoi--· manolos ó chisperos In felici--ción anterior fuese galantecn,-no trató do confirmarporcionando á ur.o de esosdad~~- ~~~~~ ~u~11r~1g,~~atisted vanidoso basto. ese oxtre;no-dreepimusaoginSaucsióannaq. nqouehirn.oo. encontró. po1· mñs esfuerzos mejor ni mús -ndecunda res-egdpeFryfdemtrnrulue•-eapocese¡pnneprcsoAeidntuiondáqea.tcqdtahn.iu'curr':ndlaecáicaeddñrcnlnuloeeeoaddszsl;bcílpdácaayerauoics.gmsogéortaccynsmaisrunsaotcmabmooJydinordoj!oeoesd.so.ssooYcmmca.hb¡osoutcaaiEno.nortyun·\cflscJmoeuaiajvrronmmcoeeidcesoscbimiospolodietavenunienedmcieentdlotznssooaaa;.tmscprháyJihaoreeóoe.eprrs¿rnsg.eimqt.erdsueruenU6selei.nlocsréosuctpienntisaosmeñraotemdsisesdimcaed,oqpsibnaoeluppe:adJs.eeozOoháorrcseoaasodenmngemóssteunáuetnInoeanss--·cccmnoueuenrpnSaipcsnucoaussiropadfningaereavarssaoarcdofrnyionlnrlsnesn.pbupdrEoeooe.ln.fnutámmtineniJrdisooOnma,\'qntaooaudv.báeoellreiqesgqsuiátuócianCocnbdirn'n/aioaelaealslelonálmmícupbrmbeer<oáqyls;iuóceaeldñreleeesvvsculaeeusdlrmaloepbcrqcerrouoeane-r-ipuom-rUeurssettceeldddoysneoolbsIsnnebtqeeuriéaosps.rqeuceinmr elatobmeonepvoo1·lesnucaiamqiguoe. .tengo Usted© Biblioteca Nacional de España
168 BL \"AUDAZva mas nllá...-Dijo Snsnnn echando más atrás el mantoy descubrienclo todo su busto!cdiaó-dnKdpoeorvuJosotyesdmuloáttrsraaajlelcstoi,qseauseqtoubyeeelroneqcluoibecidideoerbtyoo.uvKneoar;YpueronoaetenssaIttnaisbcfooancn---gcqta~hbriifounaóaen,benc!t~íI>stelnnaoeqaunbn.usheisend1teuern·ononem1cfnd1onteoo,íiteulnlnasdlnlitnotdonarcatóedisqobqabtusMaiduidneleoee:mct~boop11·yímiu\tnJldlolsnmf'ioacu.i·mo~ipnnyIeunofdleysersrijnechdeiunctcoznansoioc.bótcsboiíhniSceaór;niaunnnylcmblsootyda·udgnnreereusmrlnbaisldmdaateneruedda'licr'loibeocam'.flaecsn'oYeiuchrómoznetsunjauddaoim,nnyeosraa.a.ielas.pntlmmnaaUreldiegobmscoyrta~eieo¡aory;nd¡-s-,.úivgletunimacliodftsoigp1iunsalnul.bsrdapesiédsp.eolsteijnnooc,·ienqnu:yiepsopomtep·nercceíisnae.. omNtaeobdncitoatnrrtlaeotsasMncdoáonldnIensprofundidad y tljezn del matemí1tico que anda IÍ vueltascon uno ecuación. Dc~pu6s de un breve ruto en que es-peró en vano que Murtín dijese oigo mñs, Susanita, comosi --r¿DenQenuubcee..lnuqrusatéeudndehcbaoocnechrelnpoct.oe~ríi.?n-dtdeeirbjroeumuMspntiedrdtoln.h,easxcoecrrlpalomre. ón:dido cloaquellos palabras que eran In primera expresión delargo rnzonnmieJ¡to que In dnmn babíu hecho para s1. uu -Lo que le 11e dicho.-~o recuerdo.dlilneat-melUlraeésdg~t<oaeqráduñoedcéenlubopseinartc'lie'euarnnrtieóaermlóed•vlnesnodpiodrqneupdaiuseseon-snctdotiulirse.minmóenlSlmnurus.an-Undaos,tceyodnpeusutefn•·nqisdcetttneiirolueilesdar-on-ljeuvaó,Nlqvials¡ldputduOóraioadecoseelshnoeosnrstlcdDgrre6saeupnoPeruinbcqoosnuañiiuscrult'eeolán'elélesrpafoae7tsrire{snn.dpartql)dcuooeciosumstenesluehaueesndoirstaJenhoceyt·yygpsáuusaeriunemcassoesrerotltuecipotidersslahreosedeaesaacee,nre.abnamvn'td'Smncodeaeicurirnidoisnn¡srntdouu.ecnidsmn'i/idcósnmero,tomioiteinrdSei¡dycoce,onuqonaieeunhlnpsttrlnioraeeaésaeát.ncs-brlscaddeaduásomeegireaenljafabbnnolc'omlníeenoa'areltnnaeaenepnprdscrlclotperee{nihsogpeel).iata,urcto-ciiaqcUuierimqrióvurródlIunenreoe!nooa-;---r. -Lo que usted me nconseja esdijéramos. que me ''endn, como si-No, u~tcd no lm comprendido bien; inclin:.r sus ta- © Biblioteca Nacional de España
llL AUDAZ 169gláveoa.nJ-rnutsodaLsrepaehrleoraospcisog.uiponatoaaoácdstiourmórosnoátfsesyiodnas,a,lctppdoarrseneoscdcceiuemuor,rlapaitroeasñsaloiasvdcereiamezdldleu-lajgdndaúir,jntsoicetocueMnalnoqragcurdtooieísnstnetaoulrrbemilveeenb¿al;radf~eaoo~S.-,..'-Eso me divierte. -No sé que baya dicho ningún despropósito-replicó-• Ibrjneau-c-.dr¡eNSlaYarem.onu.o.anne¿dpaYssertbbeesmurdtceoroecnlmnaodlcoamite.eaaornnnctdaoolofdo;nisansnu.adeon.ejamlyteí>ntlfíuslSnltl,leomtdc~d?oirsmeámVúona.ooumtbotsioltdeeesomz,dsanp,!qoo.yu..iecteEraonensn!olfeay\eemopsreeumonntn~ealaa.·.PmtodleerbeinsojeeCe,d•nrtsoíIeottad1sr.aenpahonehsuascisescéietsuces-ttou.rvaelreesa,isa,tsd.liSaeeóPgsusno(scrmraeaqndnruaüadeepseqaprsurpreheeo1arcvn·olseetaptoreaoáenslléliaelcleucv.ilorlarQatnrJereunsáasitdéoMadnacdueoeelrrgoli.Iegíndalerióálphcletooaartusgalitomsafjc,oieneupvtlrrlrissaeaauo.--,.yvd-:putlrhpUgdmYlieedia.easeaede-eoe-ds-bst-ri-giJrrve¿stedScsjoaVsfStoepoa¿yceUdoooeaostdSprsielorIlnreangti.oedsdaSntt.ostin:uaourrttinidiouduspurrnegcd.eplnieéooisqlsoerYesndaaaa,oaftesas.euqmrieur,esoncnnlslynauleylodnoloosemoiseanionaviusoimcnxmlmdsnp'ñedeoaopslyisttioocrsooeeesrstaeruosese~huagcmir.rnodyrpscq;rnadpuvo¿eptrietaUoolnrfY-aen.aggneroincrsrnrscCodgsruNshaeionteuvaeeapIoaelinps~eqjOellsnlnedtlónltaelllogotumarrdtoSaimsecteatiacamgdeeisesqudimáptiróruaercts;omutolsáoaiáydonoomilnespMeqoplnhntlráeotlnosoun?eiu.aolgaonsaleraoilrstsroelcitoo.rorpstnuaess-mietydiss-iniucaaadeyednnpeiimepálblmr?aououecjUnndlilcdebscnúnénoneqnl¡ns'oeasesñordsOuaytugssnejnleeedooeoceihhsipcdtsln,necostr!ilcootaeenoelupaesrqersotrlsSgelnocscnoorluuonsslImnluieceemyeoceóslrcecorrlemanlnarnnmleielpJecscinobdoatiesflpduplcoheteráasiiu-oardoJcísosade.slohmóadJcplane.re,oehsennquerrBaYlreqIer¡úei,aeuoddnud·odñuéoac,cnsoreeciss-izoteeuohoccadoosttagureqehomseyqidmenyegadseaounusonay-asooo.n·ri-.!.i--e..-'esta ó la otrn esencia? -Calle usted-dijo Susana, como despreciando nque~recuerdo. • © Biblioteca Nacional de España
.. 170 EL A.UDA.Z -Entonces-continuó 1\iartln,-seré un hombt•e de ;a-ler y mereced9r de lo que ahora no se me qui.ere dar. En-tonces no hub1'á personas que se avergüencen de ser be-névolas conmigo; entonces los que se sientan más 6meuos inclinados á mí compailía podrán verme á la luzdel día, y no á hurtadillas y con sonrojo. Entonces no seroe bumillará ni habrá nadie que se crea exento de tenerpara conmigo y los mios n(tuellas consideraciones que lacaridad exige. ¡Qué grande hombre seré el día en queroe decida á seguir 6Se consejo! ¿No es verdad? Susana se sintió otra vez dcbíl ttnte este verdadero bo-fetón moral. No le era posiblo couseguír su objeto. queera 9uebrantar la entereza de aquel pobre joYen. obli-gáJJ<~ole á poner su conciencia á Jos piés de una categoríay de una belleza. El sc.crec!a cnda vez más á los ojos dela dama, acostumbrada á matm· con alfilerazos los afemi-:tados corazones de sus galnnes. Aquél ern fuerte y terokble, y su espíritu no consentía extraño dominio. Cuando el joven concluyó, bien porque Susana no su-piera qué contesta1•. bien porque entraba en su cálculo elsilencio, uo profirió palabra, y sólo después de lu1·go rntoarrojó lejos de sí el manto, diciendo: -No se puede resistir este calor. Mru·tíu pudo entonces mejor que antes obser\'ar labella actitud de aqttel cuerpo perezoso que se extendíasobre el sofá, sofocado por el calor y libre ya del abriaoaoque le cubría. ¡Qué rara escena aquella en pleno aüo1804, cuando el hogar doméstico no se había abierto aúná la audacia exter1or por Jn relajación; cuando las escale-ras de una casa, inspeccionadas por los cien ojos de unsuscepti!Íie recato. eran inaccesibles á los galaw;)s! Espreciso hacerse cnrgo de la independencia de cnracter deSusana, de su desprecio á tocfas las prácticas sociales pnraque desaparezca la ínverositnllitud ue semejante entre-vista que, sí hoy podría ¡>arecer en extremo peligrosa.entonces era tal que habna merecido los más horrorososcastigos. La petimetra no se los hubiem dejado imponer,por9ue imperaba como rciua absoluta en la casa; pero elescand!Lio hubiera sido espantoso, y Jos Enriquez de Cár-denas se habrían creído deshomados por stecrtlam¡ stecu-lorum. - Veo que no se puede sacar partido de usted-dijo Su-sana buscando nueva posición en el som. - Cierto es-contestó el joven;-de mi uo se puede sa-cnr partido . Es preciso d~jarme entregado á la Tentura.Probablemente yo seré siempre un extmvagaote, y nun- © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 171Cil me sed1,1Cirin las grande7.as ni las ejecutorias:Es.triste .-que pnra establecer ciertos lazos qne la Naturaleút pide yexige, sea necesario á veces salvar los grandes desnivelesque llay entre las personas. Pero no hay remedio; la so ·ciedad, llena de aberraciones, así lo ex ige. Los que la Na-t<Jralezallallecllo iguales, el mundo pone en tan diversascondiciones. que es necesario sucumbir y renunciar átodo lo que no sea una vida enteramente Ideal. Estas palabras, aunque algo misteriosas, fueron per-fectamente eutendidas por Susana, que lljos los ojos enMartin contestó _nfh·mativ<tmente con In cabeza, lll.QStrnn-do g ran convicción. Cansúse de In postura que poco antesbabia tomado, y culebreaba en el sofá buscando nuevasactitudes á aquel cuerpo cansado de su cansancio. Habíat.Qmaclo un abanico y se daba aire ientamente. Ya se ap()-yaba en el codo Izqu ierdo. ya se dejaba caer; tan prontoalzaba la cabeza como la inclinaba bacía atrás, dando lamayor latitud posible IÍ'SU garganta: á veces su barba erael punto más alto de la cnbezn; á ''eces la pegaba al senocomo s i la tuviera clavada;·ya tomaba por base la caderaizquierda; ya se extendía de plano; á veces agitaba el piéderecho. sacudiendo el zapato pw1tiagudo y mal .calzado;á ''tlCes recog-ia sus piemas, echando las rodillas fuera delsofá, y estaba tan inquieta, que á no saber nosotros quesu enfermedad era puro artificio, la juzgáramos realmen-te atacada de algún ligero accidente nervioso. El joven filósofo, 1\. pesar del predominio que la inteli-gencia tenía en su espíritu sobre toda faculto.d, poseíatambién en alto grado, según la escuela revolucioñariade Ronsseau , el sentimientQ de la naturaleza, y fuerza esconfesarlo. en aquel momento la petimett·a no le inspi ra-ba ningún afecto puro. Aquella escena. ·que parecía serun presagio del romanticismo, más tarde 1mperante, im-presionó vivamente sus sentidos. No )legaba su rigorismofllosófico-I?olítico hasta el extremo de darle aquella ente-reza ascéttca que es propia de los que cultivan el alma ácosta del cuerpo; mas á pesar de su fa~cinaciún , que eragrande, la petimct1·a, como sér moral. había descendidobastante á sus pjos. Es evidente que aquello halagaba su \•anidad, porque· ni aun estando las compensaciones y los castigos provi-denciales en manos de los hombres. se podrla obtener unavenganza más atroz de la aborreCida familia que en <'.On-tt·apeso de tantas inj usticias le entt·egaba su honor-. Aun en tales momentos, aunque parezca extrailo, la idea nose eclipsó por completo e.n su esp,ír.itu y quiso razc;mar en© Biblioteca Nacional de España '
1'72breYCS palabrns una situación, que por su índole especialdebia ser lacónicn. -Yo no necesito elevarme. ¿Rsto que pasa no le prueba,¡ usted nada? Que me pince ver aplacados á mis enemi-gos. 110 por In fuerza 111 por ol convencimiento. sino porra Nuturaleza, que es mejor nh•elndorn que la razón. Yono puedo permunecer rencoroso cuando de esta manero.se me confiesa que todos somos Iguales. Susana oyó estas palabras cuando se incorporaba enel sofá. c.~nsndo. ya de estar con lo. cabeza atrús, rodetin-dola con sus brazos como si fuera un marco. Sentada, conuna mano puesta en In rodilla y la otra sirnendc. de apo-yo al cuerpo, con In mirado. fija y sin pestañear. semeja-ba una estátua antigua. Ln expresión de su semblantevarió por comploto. Parcelo. haber recobrado repentina-mente el dominio sobre sí mlsmn. perdido hace poco, yhaciendo un gesto de fastidio, dijo: -Veo que usted abusa do mi bondad. En el colmo do la confusión por nquel inesperadocambio de actitud, de palabras y de expresión, Muriclpregunlú: -¿Por quó, señora? -Porque me dice n~tcd cosas que no espernbn yo oíren boca de una personal que debla guardarme mayor res-peto. Hay personas que desde el momento en que creenmercce:r algún ser,,icio aspiran ú... Retirese usted. -¡Ah! senora. no ere! hncer otra cosa que contestar úlo que usted me decia. -He tenido la debilidad de entt·etenermo un rato oyén-dole... Pero ya me ha mt\•·calo usted bastante. -Cierttunento no valía Jn pena dé qne usted me hnbio- rn detenido. Mi intención ero. tnu sólo estar un mo ·mento, -Petra, Petra-dijo Susana llamando. La criada no tardó en venir. Susana, dirigiéndose aljoven, añadió: -Es usted demasiado exigente; yo no puedo hacer otracosa que pedir que se llaga. ~alga usted de una vez. Estaba muy agitada y so lmbía levantado del sofá, donde su manto, nplnstndo y lleno de arrugas, hubierasido un fatal dato para cualquier malicioso que no cono- ciera lo que alli había pnsndo. -Señora-manifestó Martln somioudo,-le agradezcosu cm peño; pero no se tomo grnndes molestins por con- seguirlo. Yo lo intentaré por otro conducto. -¡Oh! es usted lo mús JmpcrLinente... Pero no estó us- © Biblioteca Nacional de España
llL AUDAZ 173ted míll! aqul. Petra, llévale fuera... ¡Oh. qu6 pesadez,jtsceqs1roaioearmun-rrádeseoptY~Esnaraorisaa,dásnd!laaoctdtuilaLlirersaeedlmeineersgm.oyó.ideucrct,nepnleaaonnedv.onlsnalódeloivtafeanjooyuidásdqqó,,sndqeiuqu•ssMsduuóluteeaa!.oandemeñblhlnaiaona·ryfiactureraeiiyael6madtan-eptisilndpdeuaueearerirnnlidesrdalijbeaoicoerig>ppmisCsu,MyoaqtoJiiarrsu!eóattdatiaenarorbodedtlutmuaoecíeqodonoadsceudo,prbhen-eerhuadolesqoaéns.epreumsouseAlcepecdpbadiacpoheosrbiraeooseadaaámrdsesó.epeuelmoimlonsdsnelotstoeebaagcesj.obiadddo'ddzaro¡seaomeQlapdp,ocsueoolrlain-eé.ar,·rde Jes(ls y lllarla. CAPITULO XUEl doctor nonsterne.do. Idhatpdfsmsrtmterrnoooeeaoiualaaednrvrr-rryzDmdsjsaNd¿aeseAoosseoadilliQaocbanrjesmacglloritbgabiagtrmqhuquomoobsauyuéuaiu,ésotrrlrenolgraéeaiaessqnohfaasndnamediplqutamjdtootbesiáoaeeureyiá,a,aesonoroqle,lsaemoetdluscbulooivóqMnngaoornsitoca,uóetorrenqaaauaoeppvnlré.sáoubrvzsteopiEottrtseveólairsícíeraóbnlmdrtiuooardátuemaaasljaeceinnrelodco.latnooiuocodsiauentElún..étiysasasaaelJonssnLaputelmnoertbed,duglazasrnsediocedéluiotspedlgs,eosnosovqnnecestc.os,noneguoecaloaucoscídtzh.ryeuilnaeduclaetacbasmooeleavoneubyanycrlrnpolneesapeiamd1ydlnoj,aoddfdeop·oocbnuraasoedvga,esnaniredjruefureneeoqatcólelnlgirassn,reiuemsdatooeuyb.ympoaéenmnnclaiaEnesaetaaoebnlqsna1?doe;nlrsmotou·es-óisaaaptbzsostpiolt•ehoeuualadnwr·l.ulrólenaqeoe'nodtnfnlssuglfoiaieqityeeludnd.mdvlanlursaionogniureuetolesccoteaúoln·á-,-1ó---·cien llegado. -Lo que yo presumía, lo que yo le dije á usted ayer; que llegara á tal extremo...- contestó elpero nunca creímarqués con agitación. © Biblioteca Nacional de España
ru EL AUD.>.~ -Pero me csni asustnmlo usted-dijo el doctor.-Vn- mfls, ,!los celos no re trastornarán la cabeza y se le nuto jarán los dedos huespedcs? -Ya no se puedo dudar, señor doctor amigo; es unn gran desgracia y una gran vergüenza. -Vemos por partes; cuóntomo usted y yo decidlró en r¡uó §l'lldO de ofusc:Leión csttí esa cabeza. -No, esto no es Jllll'!l l'ell·-repuso cou mclancolla el pobre marq_ues, hombro de gnstada y viciosa nnturnlozn. pero de esp1ritu en extremo sensihle.-Estn noche be pre- senciado una cosa horrenda. -A Yer...-dijo el doctor ROnriendo,-¿ha sido nlgúu terremoto. usesiuato ó cosn n~r: .. Los celos, los celos. se- flor D. Félix, son muy mulos anteojos. Con ellos se ven las cosus en gran aumento y tan desHgurudas que no Ins conocemos. -Cuando usted cstó bie11 enterado no Jo tomnní ú. b1·o-mn. Bsta noche he visLo í1 eso hombre de f¡uien bnbló á usted. Jo be ''isto eutt·u¡· en In cosa. -¿Eu quó casa?-p1·egunt6 Albarado con cierto dispo-sición á tomar aquello en set•io. -¿En quó casa bnbía do ser? Por vida de... En In suya.Yn usted sabe que anoche no quiso S11sana asistir ñ.ln ter-tul in en cnsa de Por1·eno. Dijo que estaba mnln y se que-dó en casa. Pero yo $OS¡?eChnba, salí, fui á obser\'or y ví... -¿Con que \'i6 usted? --l:ii, vi á ese hombre salir de la casn á hora bastnnteavanzada. Yo me enteré bien y só que estuvo dentro m:isdo dos ho•as. -¿Usted está. seguro do lo quo dice?-pregunt6 con mtíAinterés el bueu inquisidor . -C1·co que hoce nsced mtll en b¡·orocar sobro esto asun-to-indicó el marqués. -¿Y ese hombro... es uno do esos por qujenes so lnte-l'CS:\ tanto para que no los echo mano la Santa Inquisi-ción? ~Justamente. ¿No lo dije ú usted que se hnblobn mu-cho de eso y que todos los con<'Cídos hncínn mil comen-tarios?... usted se ri6 entonces de ml. Pues ab1 tiene us-ted como la cosa era cierta. -Con que Susnnilln... Pero es mucho cnractcr nquol.A Jn verdad. señor marqués-ntlndló el inquisidor,-slloque usted me dice es clm·to. ello es cosa tremenda. Y dando un fuerte puñetazo en ~a mesa, se levn11tó ymuy agitado principió,¡ dnr posees por la habitación. -Usted sabe el interés que Susana se toma por ese ca- © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 175nalla-dijo el marqués con creciente afiicción.-¡Oh! •~desde que vi que ella no quería ir á casa de Porreilo, pre-cisamente en día de gran sarao, no las tuve t«<as conmi-·¡;o. Me puse en acecho... -iAhl no lo puedo creer-aseguró Albarñdo detenién-rlose y cerrando los ojos.-Si Snsnnitn fuera capaz de se-mejnuto Infamia... ¡Pero quó deshonra! ¡Qué 'Vergüenza!Y. eso hombre, ¿quién es? -Un endiablado franc-mnsóo. No está. averiguada suclase y fines. Debe ser hombro perverso. -Poro no nos confundamos. amigo D. Fo!lix-dijo eldoctor tmt:mdo de scrennrse,-fijemos bien los términosdel nsunto.-¿Qué es á punto fijo lo que hny? -r\i mtis ni menos que lo que nyer le dije á usted, se-ilor doctor do mis pecados. Que la seilorit.a doi'a Susanase ha prendado de ese hombre nborrecido, y con tantnYiolencia que anoche le ha recibido en su casa, á solas,cuando toda ln família estaba en casa de Porreño. -¡Ah! usted se ha equivocndo. seiior marqués. Ustedvienu tí volverme loco-exelnmó con repentina cólera elbuen consejero de In Suprema.-Susnna es incapaz de... - Yn se convencerá usted. senor doctor. No es In peuade usted mtis iutensa que la min. ¿Pero usted mismo 110me hn dicho que habla not.udo con mucha extrañeza lasmirndus del cnracter de Susana en estos últimos dlns? -Sí-dijo el' inquisidor m:ís lrritado.-Sí. sí, yo hablanotado en ella... No la conocía... yo me preguntaba: •¿quédiablos tiene esa mucbucho?i ¡Oh! pero nunca crel...¡Quil tiempos! -J.Y no le ocurre ñ usted lo quo es preciso hacer?-pre-gunt6 el mar·ques. -¡,Qu6'/... no sé. -Ya que el mal no pu4!do flvitnr·se, podJ•ti al menosocultnrsc. -¡Oc ultarse! ustedes con eso quedan tan contentos.Eso no mo Fntisface. Pero cst.'l. deshonra me desespera...Yo no s6 qué pensar... Aún lo dudo. y espero que sea unaequivocación de usted. Si llego Aadquirir la certidumbre'de esa... Explíquese usted mejor. déme usted detalles. -¿Tod:wia no está usted convencido? Vayamos pensan- do el modo de hacer desapnt·ecer· á ese miserable, y ya que J:\ deshonra es lmposiblo ocultémosla mientras se pueda. -¡Ah! no lo puedo creer·· -exp1·esó el inquisidor con an~ustla.-¡Susana. Susanilln!... Pues yo juro que ese br·iuón nos la ba de poga1·.© Biblioteca Nacional de España
173 EL AUDAZ-¡Y pretendía que su compai1cro fuese puesto en Ji.;J>ertad!-Duena les espera á los dos.- ¡A la Ioquisicióu!-dijo el marqués con ira.-Si, á la Inquisición. No puede decil·se que nos vale-mos de ese tribunal para una '•engnnza personal, pues·esos jóvenes son acusados de muy negros delítos contrala sociedad y la religión. Pero yo quiero interro~ar á Su-.sana, y espero que elln mismn rue ha de comesar... Si·ella se obstina en negármelo, cuando yo se lo preguntecomo yo sé preguntárselo, lo dudat·é toda mi \'ida.- ¡Y en esto ba venido á parar, seuor doctor do mialma. una aspiración tnn noble y santa como la mlal-manifest6 el marqués casi con las lágrimas eu los ojos.-¡Yo que después de ttU(l. vida ngitnda y borrascosa11spiraba á reposar de tanta fatiga!. .. ¡Yo que deseabaformar una familia y vivir t ranquilo runnudo y amado!-Es preciso habhw del caso á mi hermana y ti mi cu-ñado. Ellos por fuerza han de tener antecedentes. Vamos.aaá.- Permltame usted que no le acompaue. ¡Siento unapena al pensar que entro en esa casa donde yo esperé!...Y he quedado eo ir esta noche para llevar á ):;usana ú esebaile de la Pintosilh<. ·- ¡.Ella se empei1a en ir?-Y con tal tcnacid!td que si no la acompaiia se pondráfuriosa conmigo.-¡.Y será usted tan dcbil que la lle,·e á esos sitios?-¡Oh! sí-dijo compungido el pobre roat·qués.- soy·debil. no puedo negarle nada; me tiene rascinado. Ct·eausted que he llegado á tenerla miedo.-Es mucho caracter aquel-decía repetidas veces-elin~uisidor paseándose muy ensimismado.-Pero vamosalla.-P ues vamos. Il Poco tardaron los persolllljes citados en trasladarse á·casa del Sr. D. Miguel Enriquez de Cárdenas, el cual es-taba encerrado en su despacho y en conversación muycalurosa con D. Buenaventura. Cuando sonaron en lapuerta los golpecitos que anunciaban la visita del buendoctor y del nfl1gido lll!Uq!lós. Rotoodo se ocultó muy.aprisa en una pieza inmediata y D. Miguel abrió. Al ver © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 177{t sus dos amigos. pintóse en su semblante la mayor sor-presa; poro estamos lllltorizados para c¡·eet• que sospecha-ba á qué vcnian. grave asunto-dijo el in- -Venirnos á enterarte de un pero no debemos rehuirloquisidor.-Doloroso es, Miguel,con timidez, sino abordarlo con valor. -Pe¡·o lQUé hay, qué es eso?-interrogó con aparicu · el hermauo del conde de Ce-oins de g1·im consternaciónrewelo. -¡'a tú conoces el cnracter de Sns a na.-d ljo el doctor. ngo nos-eesSnpasai1Jbretioslicdñuaoádcnutiomltnphr1rmeqsucilosanut·aosb;tllpeeefcrqcoutoeesl,damemáposerrb1qi•eucnershlldiejaodtse de unn del co-srtYshiaocuoiz--amó¿SuhncnPndbuoa.oaernsorpdavcoirndoeceeoznqinós,uddpsnépaueredoylecceorsiontatpnrdabaaiedcMlsceiutsmepuctp:niqit'LoeaSunrn'heu'ttootostonsuma,ndonasbdyfasarnu,semeqdrsaniiuaelnzéi-cdoadocinhnoyigefajnenosñss.ohni)DdI1en'de·c8.1orhmoMeso,eeí?isaleglcusS.autonA;eSnvcldus.inadiesddgoam.erunnryneae-.ogfui-ceEilor,nibsuvriocm•n·ddoadodoloqdsutleo\"vjeoivssiyrcyolsasaubshoOcilda'elda'esol.romsoa-dmonuqiufeesáté~lDlo Mi- pa-recía mús propio para expresar la estupernccióu. -Susam\ es una do las jóvenes m:ís ricas de la córte; cligua do onlazarso zt un individuosu hermosura In hace esta ligcre~a suya lt\ pone al nil'eide famllin •·ogia. Pe1·odlsconehd---r.el.PNr¡o.anE;umvqi¿naeuáypmsltoom.i.rocb.oítsnnae,c.cesmnanóldsomp&taeuo!oqrs..cuc.nhEo.ltbnei-uS¡roscO•rriJoislbq-auq!pdubtueieei¡jednzEsoostdes6aA.ste.roo.dllCbooemu¡.ú1su.proerialdurmmdeeéobcsn.hreaeadsued.hn-eaNuscnceonuanqsbtpturiiaeaigerduotrosooea?jja.)me.me.mneo----.plar! .. preciso tornar pronto alguna determinación. -Es-¿La enviaremos (\ AIC1\lá?-Ello. no querrá h·. Conviene además que no haya elmenor escándalo. Dios!-exclamó O. MlguoJ.- -¡Qué muchacha, santo mi esposa. ¿Pero cómo hnbeis i06mo pierden las jóvenes elPor Dios, no digais nncla :ísabido?... ¡Qué corrupción!pudor!... Conto.dmo... El mnrqués. cnda voz más tétrico. contó á D. Miguel anterior, y con esto y In~Jo que habí:\ ;isto la noche l2 © Biblioteca Nacional de España
178 m. AUDAZ1\Cinrncioncs que dló el doctor, recordando palabras y he-chos de lo. indomable doncella en nquellos díns. el sci\orde C•irdcnns aparentó 110 tener duda alguna ncet·ca de Inrealidad de aquel dcsnstro doméstico.El doctor no csfot·zubn mucho en descrédito de Susn·na sus consideraciones sobt·e la honestidad y el decoro dolas mujeres. Allí el inexol'llblo orn D. ?.ligue!. quo hastallegó li nsegunlt' que no ospct·nbn menos de pcrsonn tnncttprichosn y ft·ivola. El marl]uós anlin en deseos de ven-ganza. pero esta p:\sióu era en 61reconcentrada y sorda:fiahíaso calmado y sin dudll meditaba algún plan de di-ficil ejecución. porque enmudeció y sólo con ul~uno qncorrfirboletsnoanpoó~ístlraobfoesexdperDes.aMbaigsuuelc.omnfoirnmquidisaiddoarl o1r los te- al fin quisohablar del n~unto con Ju propia Susana y salió. sicnl!o snobj<'to emplear con ella h\ m•tyor delicadeza y habilidad,según exigla .evl ñ~pet·o cn•·nctct· d e la nietecilln. ti quientnnto omnbn tan bien conocía. Subió. pue~. con estein lento y quedliron&c solos el murqués y el noble het·ma-no do Cerezuclo. -Aún no ' 'tJelvo do mi nsombro-dijo éste. espomnd oque su nmigo se pt·cstni'Íit (t entublnr una com·ct·snciónllonn ele digresiones sobt·e In moml y la condición de lashembras. Pero el marqués cnlló, dejando ti Cárdenas en In ple-nitnd de su ir,spiración .• -¿Y qoó noticias teniunsted de ese bombre~-pregunt61uego. -¡Ah! detestnbles-contest6 el marqués.-Pero nos Jnsha de pngar.-¿Ustud le conoce'/ -j'Ah! no... sólo de ''istn. -Si se le pudiera alojar de aquí... Pues, mandarle áfndlns.-No irá tan lejos pot· do pronto; pero ni fin irti, irámlis allá. •-¡Qué gente tan perversa está apareciendo por todaspartes! Le digo á usted que estoy horrorizado. ¿Si serticierto que m á haber una revolución y que...7mejor es nopensarlo. -De ese hombre uo temn usted nada. que le llrt'egla-l'Cmos. -¡Qué piensan ustedes hocet· con 61?... ti ver... cuén-temó usted... quiero sobct·...-Pot· de pronto In luquisición se encargar:\...-,;Si?... © Biblioteca Nacional de España
RL AUDAZ 1'70 -¡Pues está poco furioso el buen consejero do In Su-prema! -¡!>obro joven!. ..-dijo D. llliguel,parar en la inconveniencia que de su distraido y sin re- boca salla. -;.Qué dice usted? s--oNAmoelj.aa..ucqtncursciecprloocijdoaenrocési.lr..¿.YB. ubpeieonndormsáoneyreuycsiotdeodrealseraeescttehánn. erlre:í lítStima mano?cepuso-carYYCaqrtluaoredeerDiiacoyu.iymoeqMnesundcaoeiJogtiíusnhneiete;solptdomoyeer,seceetjpoalulatbtmp·rraaoódarrirstechqaelhraugSo.séut,ct·sr.auossdaeqedenguredRueeorqotloiotuaroóbecenrossdihióntonoas.lybimagíaaádp.seburaeaqjraztudoaeondeslesía,.l -¿Ve ustud·,•-Je' dijo Cárdünas con su sonrisa astuta y mdéseatrsequuteib!nSuíravroióm. ¿euNncothraahratároaeivdseoeshuuorsatmeydbreleox. pSqeiureileenhdcaiijaediápchuaors?a-fría~lted queno caer -Sí-contestó sentándoserece que podOlllOS reznrle un D. Buonnvcntura.-Me pa-lllnrtin. padre nuestro al pobre don -;.Usted le p1·evendni pnrn que se ponga en salvo? -<.;reo que debemos hacerlo as!; porque como ust.edmo decía haco poco, el buen filósofo no podin haber bo-acrcnmuhpocoaorccmoiéosonaheeimcssi;,eceJrsosnirdéu~qlcnuiserie,nxatnpgienernrrafirlmllnoónersnoásltuooSuirpsneaedvncooihm~louanc.lbino·s\enOachlrlo!ieosSnq.io.u.eidllolnaosprruedoee-·lqeIIxuII--cCo¡PuOOssogeah'dlrd'9!•e.d)-1s.oldYcfUupaJirloadotaovn.Detomr.dlMeaedliopgeosuznqcndlum.re-épelarasneocobheriqnecuaueIsnveeiIsshnooh,qepuspriesopinrecqdinuóasenda,orúydepennoécolloos. _,.dpDnleeie-soCt;so,dcY.lereeY-udL.osmcltaesmecdpiJo\"au..d-ómYosVa.a?.r.-asepmeore'oóngs'ei,,uvdcneeo1t·súnaesersrosaonaslrlgieaerdnaumdnsotdieredaebllslmuensaopgblcailouenmaphcboeiiórrnmucaocqaimnuooe--Aumldutiunesrue-vtdnrecvicedaeDnealbrlqsdeaoeíesu:rdmpnuyéoiurnonepeénmdcnrpsuoon.ieenen.rn>nanutsoEsctoeorotssa.eetpsmrrvpotomoradaselbnráucánaesin;ssjttudaooalurododtmci.o.roitleEsehc,ydnsoeyedencsrhhentetooaisdm;emllenojmpcbtnsueororera.eado,nnoSmddeioouaqsmennuisieanenejdpttaeloruhoran,n.ottoemamvesbey·besrldntreíáeaae~. © Biblioteca Nacional de España
180 llL AUDAZ Á esto punto hablan llcgndo de su con\'ersnción, cuan-do se sintieron unos golpccltos ú In puerta. -Es Sotillo-dijo D. Miguel. corriendo á abrir. La siniestra figura do aquel joven que en In cnsn dela calle de San Opropio vimos tlo paso en cornpnllh• doun D.l~rutos, ex-presidiario y l'runc-masón. penetró en elcuarto y bien claro dcmostnlba su avinagrado somblun-to que tmia malas uoticlos. -¿Han venido las cat-tas?-lo preguntó D. Buonnvcn.tum. -Qué cartas ni que ocho cuartos-contestó Sotillo sen-tándose sin ceremonia ulguna.-Ocurren cosas muy gor-das para pens.'lr en cartus. Sepa usted. Sr. O. Rucnnven-tura. que 'Su libertad está en un tris y que :\ e~tos horascorren por Madrid diez ó doce ptijaros gordos oncorgadosde llevarle á dormir á In careo! de Villa. -OJo. ole, parece que mo vnn perdiendo el miedo-dijo D. Buenaventura, mf•s bion orgulloso que a!ligidodo In persecución que snfrítt:-yn uo se contontan C(lnvigilarme, sino que mo quiot•cn cebar mano. -Pues parece que por altns inlluoncias se lm decididoñ todo trtlnce llevarle ti usted ii In carcel y de aiiL.. Diossabe dónde. -¡Ah! yo tiemblo siempre que oigo hablar ele estascosns-dijo ccn timidcr. D. Miguel, que era poco fuertede corazón.-Si yo pudiera esconder a usted en mi 'casa... -Vamos, desembucha punto por punto todo lo quesepas-dijo D. Duenn.venturn, sin hacer caso de In nflic-eión do su ilu~tre amigo. -Pues parece que on manos dol prior del convento deOcnila hon caído una pot·ción do papeles del P. ~latnmaJa. Figúrese usted... y cntt·o ellos algunos qua podlanarder en un candil, como aoo los del arcedinuo de Alea-raz. que estaban en cir.·n, y los de los tres coroneles deArnnjuez... Vamos. que so va :i at·mtu un Jlo... -Pues hombro, es terrible cosa... Y este sontó varónha sido tan necio que so ha dejado... ¡Ohl ¡Por quo mo fié de frailes y canónigos!... Al decir esto el Sr. D. Ventura. dominado por violen- ta lrn, dió un puñetar.o on la mesr., y levantándose, se paseó muy agitado por In. habitación. -Los papeles vintc•·on ít toda prisa á i\ladrld; t\ Fr. J~ róulmo creo que lo t~nslndan también para mandarle dos- Jlllés no sé dónde, y 1i usted ... Pues Godoy se jnctn do hnber descubierto una conspil·ación coutt·a él y el tJ-ono. conspiración dirigida por los ingleses... © Biblioteca Nacional de España
; BL AUDAZ 181 • Rotondo hizo un gesto udnespersetcuipaotirvoIn. dyudDab. leMmiegnuteel seilal de abrió la boca en qtéP'm-apuep,--e-iercPr¿tNyoioenBdua.goobonequaheslnundlaseeteetdyvóoshesaaymsavarceslisbáe.utse-seabáagrIrmihunueeuormsres.octtvntoeo;eetnddsemdlaoaieoR.aq.ehps.ouqt-aintoacsuotnsnoenabidodndabdacootyunhei.spneulcotua1era1sóanrcilbsaateSrllleelegáoeluesltudaacluslechscltiaoeSoulrdn-añlqHneáaumsamteOonuáphadcrlndaahoaoiacppcc.oiharofsoéor?-.-- eearqalevu--!,eRe;Sdr~.ícioeAeígus.,Vu.ep.measiusylrtéiolan?sqll.e-iuofdldiéiédihrjnqeoáesuescuRenursobabmtetl1oedde·nsio.reqcdeoeuognssousatólogsaaanmpystrotaái.o.eobstn¡erdmAdareounsytca,rcchéooSdossnre!a.cdsNuDl,enao.stradtBcsiléaaJeuJnlbselo.eenscudoadvmseeteeMovndilitnraulooos-. (iUO voy á decir. zu--e¡l'Qoi'.auNméo?beiésnlasécaelllesidtieo&d1o11ndOeprloepeloc.harán á usted el an- dasmoso-----oo-rn¿¡N¡p¿AmsdDRErYebehopónnrsceioncaeoróv.csd.scnmonenessdrnsis,pooánaaaidnrssudroddaaseene.eebts.ends..eic..disen.-ontq.!dmeco-quEónieeuidlmjcex.eooaincoannld?lCgiduauaudáemselaorgtrddcénmóuiduedlnnoeDeapart..aimciseeleVelnneinnu?ee.sontna,rdmtencuegoierpndgnaodoeosocrnsioltdaeepnedsáoatceruu.hlpsaltnrtoemlesf1ddaa1m·acyp,tinosoosuri.r- confianza. -¡Por elh\!...-dijo con violencia el Sr. de Roto¡¡do.- Es--oEBesnsoim1e\nsp,oidmseibptlooe.sdiobslem-roedpoist.ióyCaliursdteendase.stá preYenido, y ppru-eeoNdceuoep.sacdeuolrlaryirnmeole dbpuiutleatdobe.u..n. d- mo .u-Yr msiufruóeraDc. aVpaezn,tluaraabmriurlya epvnreenPcctniuasnrronaaql,.culooencoeuclnilmlescieetornártosaedspueanJtdoosónsdudecel esdsiogosrumqieuínaeteeblcnSanpr.diteDuvl.oeB.n.uire.neas- © Biblioteca Nacional de España
182 BL AUDAZ CAP1'l'ULO XIII L a :.nn.JI-b•\ . ' lbdsptymddcSlye•hgnmenar¡inaeeoes'euooaugeeaMttlrirgnfclqecesno1lsteoedidAgiat!a1auuetoo:edssier1emerno·rlcrrcestitnosojleoeZbrzniaeocelaru,mdojvohhúubutruunpodjjtladscieóeaaryeieoosduoalddícdosdrsl,rterrmneayaoeohpopuoyordMdislse.ldoomoooiagleacodmseyuásroapq.bnranjaensPamuur¿dEoolyseld1dtyoa,Qleúeuadermlís·siaoeeo,td,nhndeDsuguprcrtaa,ilieota1teidesreócoplnoq,ódarsi·scsoenrhilerfunmlue;icmdoetsqrloadsñ\"ecsatllsremesuaobasaeatdell,necdealm,,oilsm,oetzcolIupherbdoalnyjiiddsaírmeoqeaeauzelleaIniotlnu•mmrunsotrtspfoutd·seocttdnttipsepreoot,nsop•teaqanaiuen·sdojrrmsqedpeusreltnrodoqtrodrtisjeo.dualeiptisaaeunteeneznedsercsrolltsRbne?r.etdoueheoarddssaaitesi.ol'oos,a,ollJuezeLsndp'nssnCVbfbmrdsieñonuo.qcbnícaó1doesintvraaesnrMlnrcJnoura6n-oarrtaoicdrcrdPnsooiatpstsctrnYdJooninuotendc1n¡olmreoo,tc¡rlsrioélsrnueosrijbotanrseseodrtecnlysoobslPiGamarsoat,celp.nfeaisleedlrtgasenecdlolnpiry,rrdlopstsnrrarrlosoeearcedtlitrbatdonooroadueoozcnumdonahaltscnsanenmgirnedsnísamzmcumPhoobnofoosInaerycn:osira,ntreabnrsíestihnrljtddoeiractloarneddddodenanoiisosserssneeooessees,-s-..l--.. qatqosmytedhersulucueiectaescru-eemaadrqtPaolooncotdmuoohanrziee1ceoibopoasúa'arerdaoddosotazepiroaeílrsetxcsnanopafsxeotracredernscaenu,raeoñoustxtsdmqsooobaPrtonnunrsrbrloe.ioeRairceatdoDsooepSslrenoesriodoól~Jednd.relctosodiePfyoeetneetonoulteaebdcoodtánr~nbntieccdoialanestaiccasrrml,tIrcal,sa•·núm'uosi.oq1rusonlcensaJo;ou,ons\o7c\"¡.eoyqrs.pe1ióodrrpeuI·mnrttsaunesuuerecupnt·eP,ipqai1dosnhfnionManunrnlaroodntmmtcnasvmorql,rceoinanisuul.lbrycitilniitutlecarredacla,e.uihsanoildóaóaSfcdsrecuolsenpaieiartéilsies1lnlmdccóar·ucp'olnoa\sólpri.pvnoshocepogodatieltsacc~dlaododrttsoelaimarqpeaeagrni,rdurdonxoitIaiyóoneeas----· ,... © Biblioteca Nacional de España
llL A UDA~ l Blld.támslaaoudláMocyosElsnalncrn.u•nntnccjúoecssspetnuidsodgsíeepteal4dxudllqcltdoaarsuoeurceps.miu.locL·oeeSroosnusrgs,truseapeqsngsuueoaepelelroasabonpdncosrdrieadoeflsraecsy,ageáábcdóhuachlnnuaauctndnuímonedsddiaooealldalldmnoseePursústislmhnteouaatervolbdgntoseonuei,rlslslfglfatfr.orare.vaesgeolctnierauoesbehncdanueene-sr-mtPcpssttpqy¡de;¡dtlrDre1rl·lenrliilcc.olJ\tprirl:omueu:leeaeidoee·.ulrr·n>~ulaelueecsaql.dolsuodnrrmei'viN.lstlptrdOjpnnpMbeoIoodueEbomBcaeaouicnenanCeEoncorrrchln.onnromemrbrnnsrnubnlcvauu~oñc,iiruesisnnaiy~,cpcr:elaócdsnoaaddeoráilhotnuishyaslieaosnonlslriira,vdt.nóasenls;ncoaaannbdesaciánltrssose.coddannbaaodctclsduñanhoIla,ajrgsreploRyunIviacedeolreñosybiuodíefnpná,eraandoVelalisncgeannoePóasroaoehdonaczrpobigdnrcrfrttsgtíloitPdtdoposebuódltárroe\crñae.osi.unoytioao!-oiseibiemmnrabnlteuItlsnróoun·rtónIrlnpenánipíduli•,on,inicvprd.lasgodnrónlocobdcseaerccdaaqaosuditVsnoEjseeicimeousuPa6rooórneeiurotunipaitxrRtiallsaryiyspienrisn.auessplneloiseycogáIPpnetrPsporoaós,autitnaPcesmneoqcbocntcoegdinodtstsasáacaedosocvtdnillcoál,utb!inoófnl.osaiire.eúeseai\onsiuadnhntnnse·nsuceotlgao.e$áirnsyqraálepvaoud\itcdoulparee.taafiita.osrtlrisroecouscoaleoflamnesGedn·óauriesina1iEi:ugeisibol,eñslouralauaucondónol.yesooaollrsúvnc.ntcaocetid·ecneeinstsqreacrsbeorisnaaáldoStrorpesrmsalddaclcddueoanlasdniuanaesaaraeneolilufengulcibeentdblono.·scdgoiucnnnnrcnfieaanpfclreñd.egoetn.v>nslodaeenorteaqnsirndonicuaradsuucidIeiiórrsldonbonootusnoensuoósaegdoitytolesdednácaldenatlptaaeirsammreoine.eíd·sademmepnotedasárladaar.lacdcnuyusuedr.aloepúcbesdnlneslocvecclaipodsprteasapimleaobiloetiiinpaeléñnoouóeadi.ossjpiolsejólmlvnltpnnluelionrsrontuaentuáiafonaserliapere.ioacrciucresmr.bautcdeqonsrmaamcrdossaseccddrneeslsleecouriit.peuairuoaDbjuvsieorqnnhgoaaan,eeneedelcnaclptm·aipaussca1uaonosotppa.cmadrlGuhgrd1a1aiaspepo:enpoblooosByaogncócnolpo,bcsipnlíooarentóppoienlnrreaeesuoauedslfóydoraslrhieamneelloraaim.onei.mteaenmoc'tsssnyoyaerárurs.ssdnrdlpusNoloyaleeNobcamuadmieacteeeae,aucuc,pansece,noonsslccsusenmapvphuiecdbiamrpaaerylanerhdsdcanturnbaesoatlaesjonrrenrújfs•oioaolaen·o-s-unre-asley·e-e-elt-o.-u-so-,.,n'o---·-l,© Biblioteca Nacional de España
1&1 llL AUDAZen que llnbía. mnntenido sus relncioues le permitín per-uoctar descuidado eu In calle de In Arganzueln. sin temordo traiciones ni sorpresas.\"Juzgue el lector cuál serlil suasombro cunndo Sotilloie nnuncló que babia el proyectode aprehenderle en cnsn do Vicenta. entregado y vendidopor ella misma. Aunque no tonlu confln.nzn. en nadie. nun-r•l creyó á la Pintosilll\capar. do semejante infamin, y pOI'c~o exclamó nb1·iendo In bOC•\ con tanto estupor como el::ir. de Có.rdenns: -¡Si fuera capaz... In nbrirla en canal! Los nlguaciles que ~e ocnlmbnn noche y día en seguirJn pista ni emisario de In nncióo inglesa, des,cubricron alfin donde dormía. Uno do ellos, que era parroquiano a@i-duo do la. taberna. entnbló con la. Pintosilla las primeras11egocincionts pam In entrega de U. BuenMentura. y VI-cenia fln(!ió I'A•ndcscendor ncoptnndo el soborno qnc se 19ofrecía. É.•tas negochu.:ioucs cundieron de la taberna dela Argnnzueln á In tni>Cll'lll1 ele Mint el Río, donde Sotillo.que em de los qne tienen modio r;uerpo entre los mni he-chores .v el otro medio cnt1·c loa a lguaciles, los adivinócon su finísimo olrnto, adquiriendo después pormcnore!'curiosos mediante el ga~t.o do alguno~ cunrtillos de vino. Los nlgnaciles. canPtulo~ de las mil tentati\'OS rrustrn.-dns que con&-tituían In hi~lorin de sus pesquisas tras donBuena\'entura, á causa rle las muchas precauciones deéste, llegaron :i cobrarle miedo y á creer que nlgún enteInfernal le protegía. Jnzgnron mlis facil cogerle por In as-tucia que por In fuerza. y averiguado el sitio donde dor-mla,les p•n·cció más hacedero oi soborno que el nsnlto.Convinieron. pues, con Vicou tn. eu que éstn cerraría cier-ta puerta de escape que í• lo JuJ·go de 110 .pnsndizo dnbn.salido (!Orla Costanilla do la AJ·ganzueln, y ellos cntm·rlnn de improviso por 111 tabern a, subiendo á los hnbltn.-cloues superiores para cogerle cumo en una ratonera. Sotillo se enteró de esto pcqueno plan. que no hnclahonor ciertamente á In policln española de aquellos ticm ·poft, y esta falta de secreto lo hubiern hecho rrncasar. si.po1· otra parte. la condescendencia de la Pintosilln. no fue-ra una farsa ideada p11rn burhu·se de los miuistriles y dm·un bromazo á cualquiera de los c¡ue bnbinn de asistir ú. subailo en nq~clhl memol·ablo noclle . © Biblioteca Nacional de España
EL AUDAZ 185 Il Micntrns se hacian los preparativos de esta fiesta, vea-mos lo quo le pMnl>a á Martln Muriel, o.menazado de caer,camol amddeousrpsouescahamoñoiegfseo!d.meenalarlqfauasmégsonsdla'le'nSFsu1sd·euognellnota.a.lI,nmaqpudaiossiiccotionórandn.oogerhnaacsbiualassoido sin cierta repugnancia el anuncio de que Martlo iba:~ser dolatndo ni Santo Tribunal. sin otro motivo patenteque haber merecido la afición de la joven. Pero se conso-ló el buen Consejero de In Suprema nl oir de boca delmarqués nn fiel relato de los crimeues de la Craocmnso-ucria, l>rujerin y dem:is diabólicas artes que practicaba.el joven. Est.o le hizo creer que hnbia motivos justos paro.110 so locar los lmpetus vengativos del marqués, y que laJ'Oiigión y la sociedad se libraban de un terrible enemigocon sólo tttl\1' corto á aquel h<Jml>ro insolente que ntrevi·:vdnmeuto insultal>n lns cosas mñs santas venerabl~. Ladelación rué hecha, y aquella tardo, cuando Mnrtin se pre-paraba íÍ l<nlir, los esbirros do! célebre tribunal tocaron áIn puerta de su casa. Cuando Alifonso vió ¡>Or el ventanillo las cruces ver-des. su terror fué tal. que n punto Cl'tuvo de caer redon-do ni suelo. M:is muerto que vivo corrió al cuarto de suamo. y exclamó: · --¡sonor, scnor, abj están. ellos. ellos son! -¿Quión estó. ahi. quién puede ser? -i~sos...-contestó, temblando de miedo el bnrboro,-csoR que ' 'inioron por D. Leonardo... ¡Ah. la perra de latja Visit.ación! ... -¡La lnquisición!-exclamó el ou'O. -Huyamos. ¿Pordónd e? u sted-dijo Alironso. dirigiéndose más rápido -Vengaque una 6echaó.lo int~rior de la casa.El miedo le d>Lba alas, y l\lnrtin. que no creía facil de-fenderse contra tal gent~. lo siguió sin esperar un mo-mento. Al entrar precipitadamen te en la cocina. dono.Visltnción. e¡ue acudía llamada por los campanillazos. re-cibió ol violento impuJso do la carrem de Alifooso, y cayóni suelo. Amo y ,e~·indo posaron sobre ella, y la infelizquedó mogullndu y contusa, cxclmnando : . •i La.d ro.nes,ladrones! • Los fugitivos treparon por una escalera que conduelaal dcsv:in: desde alli pasaron ñ una trastera, de ésta al te- © Biblioteca Nacional de España
186 BL AUDAZmsjlLnnaeseadrioldíyooaneoynaúrLrpdpdnAeoiovsr;lriosimfneppoqgieunéuurlssooiio.d.í1eoyeEnIsnns,stvsolcnoeansvzlasiolnetdezrrdjoeolaemonrqlsoouútonnienolddtaúuooaia!crrt·lrseaooealdds·loíaeani.lnislpqníq,rumduiessieeaseydi.gItianouaprrtheipaoanrr.solbieqsídsincuóeoeednnrqner~udraeoaoo-liIrnnoenfrretaelmdg,-eomldpnoesi.oiaynVecriuísnnit1as1ocdioóanbIn,ritpóen,nmdsó·itdlnood0oo1u1 cleaolncmtarsiasarmohnonis.Jeiilthiaocdundeeprpolaorcncoasoírdtmnadu. nryo.vncouonnp1g1uudsdotieiIrono~nnpoqmbueroenAomsluidf,iooenam·sonirsyaegrOsue.¡·óuMncnoorstninf\v~ooeztrboeansutcaíno·enn-littlriaaompoaolsr.Soleelisileonnriday·oesaszcuuafbSrtoa\lnlyotírpsorismof0ai1r1iMednuoddsoroe.msLciloobsmaiasnl.qdudicicsisoipndioe¡~lsleccsnodnnon-pudieron menos de exclamar: •¡Lo que se nos hn c~cn·pndo!• Registraronrmnc-masOJles aquella cnsa. y lns inmediatas. pero los no parecieron. Alguien aseguró que se hnbían convertido en humo noga·o. hediondo yque se difundió por los nires. sofocante 1IIcuidAá.lnpdroinsceitpaino..lsoóslofudgeitailveojasrmsealrochmnírtosnpossiinbdlei:rrpeecrioócnufaijno-.do se juzgaron seguros, Martín pensó que com·eniaaquel suceso en conocim iento do D. Buena,•entua·a, poner y conceeossttnaebDpa.roRFporóutostinotods.oseendfil'r!ilgscinódtoilaencaalnloimdaodSísainmOopcroonp,i·oc.rsdnocnicólne Martín dejó á A.lironw enaguardara, entró y subió. !acalle, cncargúndole que le · -¡Cuánto me alegro do vea·lu ia. usted. nmigulto!D. Buonaventurn.-l'rocisnmento uecesitnbn habina· -dijo.. ted po rn. ponerle sobro aviso. .Sé que le 1\ us- á pasar unos días en In Inquisición poro tienen destinado tranquilamente do su agitada vida. quo de~onse alli-Ya lo sé. pero felizmente...- ¡Por quien lo sauo usted?-l>or ellos, quo nhom estarím registrando mi casa ymis papeles. He escapado por miln~ro.-¡Ah! ¿Ya le han ido á visitar a usted? ¡Qué puntua-les sou! © Biblioteca Nacional de España
llL ACDA~ • 187 -Puesto on salvo-afirmó Mnrlin con ira,-yo les juro •quo ho do vender cara mi vida. -Pues, amiguitO, é mí mo pa@a lo mismo-dijo Roten-do, crnz{mdose de brazos;-también á mi me persiguen.y hay quien ha prometido solomnem.ente entregarmeesta noche misma vivo ó muerto. -¡Esto e.~ hor•·o•·oso!-obsorvó Muricl.- soy inocente:nadie mo puedo acusar del más poqueno delito; no heofendido(¡ ningún sér vivo, y mo veo perseguido. amo-naz!ldo du muerte y de deshonra por ocultos enemigos.Nada puedo gn•·antizar ni hombro su vida. su indepen-dencia, su trnnquilidal1. Es talla condición de los tiempospresentes. que cualquier del!lción Infame, h~ba por bocade un desconocido. nos encierra tal ''ez para siempre enesos sepulcros de vivos que espantan mas que In mismamuerto. -SI-dijo Rotondo.- es borroroso. ¡Y se espantarán doque hnyn hombres de }inimo valeroso que se proponganucniJnr con todo esto! Ya•·ecordnrá usted lo que bablamowaqu! oí poco de llegar usted á h\ corto. -SI. y usted creía lo mtis oportuno llegar á ese fin pormedio do la astucia. cuando yo le dccla que no habiaot•·orccul'llo que la fuerza. -Es verdad que entonces dije eso. y aún lo sostengo:no conoce ustea. amigo mio, lo tierra que pisa. Bntonce!tusted no coon@ideró mis pro.vcctos ni aun dignos de tljnrsu atención. ¡Oh! si aqui nndn so logra, consiste en quoJos qno desean uon misma cosa no so ponen de acum·do en los medios para liegar á ella. -Es cierto- dijo Martln,- que por lo }loco que usted me confió no compreudl quo hublem en sus propósitos una nltn idea. s ino tan sólo In satisfacción de mezquinos resentimientos. Usted quiero varbr do personas, dejando en pié todo lo demás. -Do cualluior manera que son, en 'l'ez de discutir qué medio es me or. ¿no st>rin moís conveniente poner en prñe;- tica uno eun quiera? ¿Qué puede usted hacer solo? Los que piensan como usted son contnd!simos. D. ?ttartln, mien- tras yo ¡medo decir que entre Jos mios está media Es- pana. - Si eso fuera así... - contestó ol otro, profundamente pensativo. --Desde que nos vimos comprendl que usted era un hombre do mérito y el más á propósito para poner térmi· no á una gran em presa que ncabnra con esta sociedad m!- seroulu y corrolllpida, cchondo los cimientos de otra nuo-© Biblioteca Nacional de España
188 . RL AUDAZva. Nada le falta á usted si no es un poco de docilidadpara ceuirse por algim t.iempo á volu ntades superioresencA rgadas de dar unidad al plan revolucionario.-Pero usted no me quiso decir quiénes eran esas volun-tades superiores,. ni cu:íl el plan. ni... usted no me dijonada-contestó Martín con cierto afán.-No podía ni debla hacerlo ¡:in estar seguro de su ad-hesióll. Y ahora, después ele tantas persecuciones. de tan-tos vejámenes. cmmdo vemos pendiente nuestra ~ida ynuestm libertad de la delación de cualquier mal intencio-nado, ¿vacilará usted en asociar s u esfuerzo á los csfuor ·zos de \"los dem•ís? -- ¡Oh! no-replicó Martin con creciente irn,-no: allídonde esté uno que jure el exterminio de t.an infamias,alli estaré yo, cunlcsquiet•a que sean los medios de que seha de hacet· uso. Las circunstancias me luín reducido ála dc~cspcri\ción, tengo quo vivir oculto; tengo que hacerla vida de los fmaceinreordoseoesn y mentir pot· sistema engañan-do á cuantos pm·a poder but·Jm· esta inicuapersecución. ¡Y extrañarán que senmos atrevidos y vio-lentos. que odiemos con todo nuestro espíritu, que sea-ID\"S crueles ó implacables con la mucbedUtnbre supersti-ciosa. con los gt·aJJdcs, con ol ctet·o. con hl corte. con elgobierno! ·::iolo, sin recursos , perseguido injustameute,maltratado sin motivo, la sociedad me empuja hacia elbandolerismo. Si yo tuviem distintos sentimiento.~ de losque tengo, mi vida futum estarin. trazada y no vacilnria;pel'O yo no puedo transigir con In. maldad; .ro soy bueno,yo soy honrado, y ú pe.~nr de toda In. fuerza de mis odin~.no mancharía con ningún· crimen las ideos que pt·ofeso.¡Malvados! ¡Deopués de corromper al pueblo y de inspi-rarle toda clase ele delitos. rellenan con él los presidios ylas c!u·celes de In Inqu isición! ¡,Qué podemos hacer en estasociedad? Si luchut· con ella es imposible, provoquémoslahasta que acabe de unn. vez con nosotros, 6 huyamos átierra extranjera donde Jos IJombrcs puedan existir sinser cazados y enjaulados como fiet·as.Esta elocuente protesta impresionó •\ D. Frutos, qoeno pudo contener su entusiasmo é hizo son rei r á D. Bue-naventura con cierta expl'csión que quería decir: •Ya esde Jos nu estros.» El joven estaba exaltado y Jivido: su có-lera era siempt·c tan comunicativa, que ninguno bahíamás á ·propósito para tmsmitir á Jos dem:is sus propiossentimientos.· - Bien. bien-dijo Rotondo,-hombres de eso temploson los que hacen falta. Lo que conviene ahora es espe-, © Biblioteca Nacional de España
EL A.UOAZ 189mp-jdJqgmaptunmá:e¡eavcvtacalcauuufr-tr-oaArsnpsdraoieeuoaoab,ou¡lpolrmecetsloiommarclnUipmtaa-zma-jselhcd!rmcodos:taeeeoiaoissoeeaaodn:eocdEn,srlve¿rnd,mptsmerirasgqeroeaYcratoyslbetoropeetioselupml.6.uurdaiedeóhseaybnanroudólsreuyy,JardanaynlrcuroeoryneaciaystnraooeqrIeeionoadmnitgpas.netbóemnmdnslrlóueIredtehedeqLconpenilucdt!eaodffcenolnaspaoilurs-tD~udubraseledbacltrisdcctljaahcnecmeeceanace.oooaeieloesixtdeocrsadroinraciacdrn,rólBpibmvLcadoc1tsayoeapareldáricls.eIirliuutsmeueuzoertrnlooaÍueaaveardaouashpaorsallensssmnnpmeeánIae;nnpeo,iocdecienmnshioocnnosngosacaoodsmocrcoóaushnehenhcreuisqhnduncroevrgcsoped·casbelrupeunurcpe.nnoe\digrnardomieoblerosrmlinbaedoiaaunstpeeo¡!taólsosreocmllsctrdlblDns.~tqersrsanntahlciopacsuqintUivrceudduaune.,eiudiíociuitiecrscoiucnn!cenielerrvi¡sohleesoqapchodqbóoioeqEtrsroj¡lomo.ccuiy6ueIpooeesaluAstucólrnIsoonpadieaeader·dreonaoeiz;ndnh.mneuemsmsldsnotId!tqnsandéep.,tensciieuetdecoeuoloJmdooaslaeqererdsLaelie•~aY.eesnocvípalnaeneetemspueeoayaacesec!oriLrooqysuméa~slutsof!oiliirel.trqulssis.núóavqadaal!f¡aeceirrrIoiiyeYsu¡dacnÍ.q.cesoueoióuvcYIgnuómiieJm¡nreuqnlennooihflpéohIoatDindsnmcrlluentuanfcsi'craacalulatImaoylelhsjeosó\"openníédiecladtum,rasltsdaiaczaeadrnseeehmnerpdangcelerseaddieesidrtaletiióelidoodmueucdcso!seunciabrdgpbc;ddaaons!teromhnmfeoqamlrcecorlpaeeamatetloarDiaodduorriesazectueomlmttdpramncoleeaacaenvqaiedetseapoonpóseoo.esisauuscia,eomceuserddicns.dner¡truSrdi-emonlreYeoontheel.-edn-lEa-Jo-ineoaal-slrnnaa.e-aln?-á-a hersvgmúteialeíaao-p-ne-nCa-snrPoHjN¡img.eionsdAumaasuraoototeaibh.qusirynlvsluJ!uygdtaoossnmeuep.éy1cmlsn<serEir1euoo1screfo1snoude.so\"n1aitl\ine-e¡isytoeflmrEenf.nnaptd>leyieMUlcrsealrmrpuléoen,csáaa'yssoetoqeJRsooosonunqliolslóaseuvaqstdzsnoroeceueaherodnnoa.cpssadremipeoatddsoseeerzioeieeóxnccodurnntotgno,hqsor.n!oesnteuue:isbmieqiendneSnnu.attleo·urte1dee:.ssoohus~naebcceaoinnolpacórpa1tageincn·.dsurocaddo-lndjseleecoeisireelnphadnbscisaecidaldsciudiinlomeódiannndrlpncdi\optrlnñaóneatanyur•--r-© Biblioteca Nacional de España
JO~ llL AUDAZton-¿dQo.ué!'-preguntaron con cnriosld•td D. Ft·utos y Ro- -Irrcmisibbrnotnulc. lcmonto lo htu·é. Es uun resolución inque-cmoem--P¿oc_oQusruee•·éscmtsoppeiqoreeunncdeseaem. ule!saohcoaednr.htraAacíederso?tnl.l est enteextersemproe.cyisoo!:t6mJotnqrnlca geddhati·oapef-----bi-sod¡c¿S¡c¿óSOdieESnQrlíeítmed.hsAníruicía.-y!mrs:éur.lrlio.amanomce.rfs.shsmeeeiuarts$cclmridob0onacalertónncmur·éeslstcmcr:Mlu!nitoldó-p?necdsníndo-ooryípLidte.mjoi1.occnsn.p·-orcMnenlDaucgosurmopnn.ntmncd1nnFu·cctdct·rnAi6nlíonudacdtlr.tD6íngeoamo.•nDs.ie.a.Dn.~i.l-yanlcnBPaoacv.fur!naoe'apmnrncnuuognvianetaleeviseqnnastreu~otenquape~teu.reaunntle.ire.g-anlnriPotgbomiaespeortotnqn,dauensrdloso-i..tsnec--Ii:CMSEnóuenuam.rreatiaínq•nnutmoneeolueunymhsite1ofenl.'d0lcplicecleanocsstnhíoomoey.Dnícrgc.lniuo1joo.n7nrtiuib•nt·MoousóUqsIpuo·lnieeIlsCnec\úo'tmnntndeteoónsa.otycypureodp1reo.a.lna:iéhnndboi--grnlairac--t-a-r¡oiPSndS.dCoauíycid.u,eo-á¡un~ssSnspoDnedutnae,.iocr-cdfcV!1rynuenceo.eebro.-.n1lmn-ue.tsusudinsvtgoemioptuday.qaed-cruñieloaólesnepeHvssarfneoouoqrgeptuyoruo:ezín.rralpcdcosiaao\"aoqb/rs.nda.ouu.neentesrntsp'oo:'eíeui. surépn.ássrotoldeipdbleóermIseinimettooidpDcicoat.oarstnLrinóeubfnoeun.--mpeu---d¡EEyi,rDsfndaótecanuilbdnmoelocs?iiasqtm.iuoaeanuqosutcehedec.ionntcennrtrai.rliS. eSguusraon.•ihsel,gyurdísoinmdoe. sertí. Ni á -l.Y que sitio ensocehsoe?a cierto baile do caudU en los ba- -Ella va estarrios bajos.blnas---ilRCod¿e.oeC.cn.oóuPomterezaorrcdsooloomlha,stusaPcfbnInhnmeatesieuJfrsJdeiatcoeetrdsoMie?.doaaqddpureoeisnd.íUoa,.eli.Uoqsnuaoecarmusaeertnah.nabblóiendceoemseo © Biblioteca Nacional de España
\ 1!11 l!L AUDAZ - ¡I rá!s:ur;uars--c.tedi¿Dúd$eln1s.r:se:leio\vd?lr.taeá¿:anrUEtdolusosntspe.stnlideConldslocacnsm.cit.eóháPi•moo·tsesomero.ogebluUgorvreoasopsítm?seramdoospsoleo,s,n¡roscuevidnoeuenrtndo.etoEsiIeoysnnraodspaedritne.iescaDflipnaserocesrcdecbiegióuaneshbncodloaeoy,r·un sitio donde ocultnrso y ocultarla.gccloouo--nsYoeedNn•l·rl•anioi.j.soelmuessM;apepií.nysrarecuraecoadhfinuasoetog.rJlai·bEaoC.ursMhesct:mcOautaacosrdnasildeosd. oa.oqYudheoeesastyd,la¡oomsqpbuarhoiilaéegpcnnuóesaeibmcntoialue.epcssTthreosioeemantsmieeuetnmeisdttupoioseosree,annslyu---¡JtdorYee--v¡qgYpe.ua'rrlñaeré'1amn:1mdg.eyeubJvorsí\miótovsanoeozh·.yora6~cb.Iluumníosaatucupnddee'daer•.o'r•tllonloayd.siaslilcaloomdnseecaldbcuoiíiejadrruoyt·oaod.eecloeavgraerdre!ogPlaperer•oe·-slnomon,aoj1de1o0. --¡-;'OYht.luyé:tlwtecnegUotittcodmpaadmasemvlitsmlpor?ecauciones, y no mo ccdtaYphcmoaonona--glrsstiolaNmiRmírtajoqcn:lbólnt·cuoüa'ialqdlnedsono..oduluitrueláre,oedsoesslrsyeosnntitbc<sioaginatu\"r'rpuvrajmmlb,aerolcdenrd••bspnoo·eY·su•odgsn·ayheernrere,nónnoisrcgdiy.slmldisesaenhoeaooulsbcarth.birttssmvg·reaeuotieunsajósbpuaet1truae1lnrmued0aqiedtrdeoourblesaactascslafaq,n.llprhluhíqyomuoddilaunr?raeiotsesrsóddumeipdldosneoluetoun·oepéslbIdncrsntaeotmuserfdtbomeavuaía.eissolnnreacadcsdr.aasoeietotpóotsa.Lrranafoatsarus;vog.nieeedrpniersmltaoaonaavlrsccpodrl.ihdcaraeoeooe.osl.l\"llladrid. cerCtl de los Pozos de Nieve. CAPITULO XlV..ltl baile de oa. n dl l. I No hacia mucho áqrueecihbnibriñnnsudsanduomlnesrooscohsoc.ocn•vwidnaddoOISn.Piutosilla principió © Biblioteca Nacional de España
192 lll, AUDAZ Dos candiles pendientes del techo tenjan In misión de alumbrar el recinto. lo cual no hubieran podido realizar si no recibieran ayuda de un quinqué comprado tz-profe- .ro para que el humilde bodegón so ¡>arcciera lo mús posi- ble ó los estrados de la gente de tono. Renunciamos ú. describir el buf{et. como hoy decimos. que consis~ia en mm especie de altm· cubierto con una colcha encargada del papel de tapi1.; ni nos ocupm·omos del €innúmot·o do botellas que sobt·e él·hnbla. puestas por orden como los potes de una farmacia, nunquc sio letrero donde constnrn su contenido, Q\le em vino do distintas Yariedades y co- lores. El primero que entró fuó Paco Perol. con su Cl\(18 ter- ciada, su gran sombrero do medio que~ y su guttarm, que rasgueaba cou muchn deslrez.'l: Siguió la eltf14ltfe y .rir4p4lica Yerdulera del Rostro. Dnmiana Mochuelo. y después la disü11guido. y l!il·ota Monifacia Colchón. comer- cianta en hígado. tt·ipn y &mgrc de vnca. y dcspuós Go- rlo Rendija. opulmto l\"Opnvojcro de Jn calle del Oso, seguí· do de la ittú:resa11tc castuilet·a de11ominada La Ft·llila, es- tablecida en el nlesóo du l'nrodcs. Vino luego el tli8c1·cto Meneos, majo devoto CJUu so ocupnba en ayudor miS!Is y en remendar trapos viejos. y después lu tlcgtmllsima y majestuosa A.ndrea la Namnjom. que era •mn de lus nota- bilidades de la Rivera de Cut·tidorcs. !\o tardó nudn el 4/!'\"0~ecllad<J joYeo llamado Poca~·B•·agra.r, que YCnla de vtajar por las principales capitales do Europa. tales como Mellila y Ceuta, ni rnlló el •·cspcta!Jte .v em.iHeuki hombre de Estado. llamado Tw Stl.8piro, muestro de las escuelas establecidas en la Cnncm de San Francisco pnm alivio do bolsil)os y desconslwlo do caminantes. Estos y otros exclnrectdos personajes de ambos sexos llenat·on el bode- gón: sonó la guitnnn. tocntln por el llizalTO puntlllct·o do fa plaza de Madrid, Bias Cuchtwn, y Rendija echó al vien- to con podct·osa voz la primera tirana.•· -Pero hay pocos cstrumontos-dijo la :Frniln.-¡eb! t(l, Pocas-Bragas, ¿pot· qub no has ~raído In guitarra? -Deoguno toen como él-allndió Monifncin. haciendo lijar la atención en el aludido.-Snbe tocar hasta. el mi- nuete. que Jo aprendió en el presillo... -¿Qué es eso do presillos?-dijo el distinguido joven. -No me enriten. que cndn uno tiene sus recobccos en In concencia... Pero esto polafustrñn de Meneos que snbe tocar el bajón y el clnnnote... Tía Piutosilla, yo que us- tod trajera In orquesto. de los tres coliseos de Mnclrll. -Vamos, vamos, que so cmpacienta el audttorlo-ob· © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 193servó con gravedad el tío Suspiro.-Música, y sáquense ábailar. ¡bAahi!laCr.uc¡Ahahr!a,psiaecrnacácDltaasmidnennmqiuealsme ae,stá¡cpóumdoriemne-do porcosquillean deudo quo oigo el guitarreo! -Daile usted conmigo, tío Suspirón-díjo la Naranjera.-Entoda,•ía les hornos de ensenar cómo se menea lazanca. sednisppeurfteacst,oyoárdbeanildaer-b<a>trndllennl6alsabtol~t~eeililaasdeq1u4ecae4sa- -llenoponiendotnbnn sobre el altarejo.-Pero escucha, Plntosilla-dijo Damiana.-¡,onde está11los usíns que clijistc Ycnían ¡,tu cnsa esta noche? Yo dcn-guoo veo. -Ya vendrán, ya Tendrún: oye. me parece que llaman.abriBenroenreycteon, t-roóySóurosnasnea,alngcuonmopsnglo\uldpnccditeolsmeanrqluaépsuyerdroe,lSa·.. D. Narciso Pluma. Il-Vengan usías mu.y enhorabueun ú. honrar esta casa-dijo Vicenta. -¡Ay qué oscuro está esto!-indicó Susana daudo al-gunos pasos hacia el ceuta·o del coa'l'illo. Juc\'es Sauto- -Pus que lo trnlgau el tencblnri•> dedljo Puco Perol. -Una silla, una silla pa la seilora condesa. Nnranjera,levántate tú. me levante. Pa eso hamos sido las pri- -¡Miste! quemerns. -Est.os usias (L In. moerua me npestan-grui\6 por lobajo la Fraila. quedar en pié? Pluma, búsquome usted -¿Me he deuna silla. -¡Ah! seilora, no In encucntro-conrestó el petimetreescudriitnndo por todos Indos. del corrillo. que me -Caballero, muiere usted quitarse Narciso del faldón·CStorba7-dijo Dominnn, tirando á D.do su ensaca. -Vaya una silla-contestó el tlo Su~piro, alargando elmueble por encima de lns cabezas. en pié detrás de Susana se sentó. El marqués quedó derecha, también en pió.elln, y Pluma á su usted tnuto-dljo éste á In Fr nila.-Va -No se ncorquoust.ed :\ estropear el vestido do In señora. 13 © Biblioteca Nacional de España
194 llJ., AUDAZ-¡Pos me gustll!- coutestó la cnstauera,-,;por qué no-se está en su cnsa? ,-¡Pos no, está poco espetada la madamita!-No sé cómo gustas de la compauia de esta gente-dijo el marqués á Susana.-Esto me divierte-contestó ella. sonriendo-;.Me dausted una pastilla? - ¡,Eb?-dijo la Fra ila empnjnndo r. Plumll,-¿uo ve us-ted, l10mbrc de Dios, qu~ me es~i pisando'!-Si usted no se arrim ara tanto...- Ya me ha. dado usted dos pincbt\zos con el demonchedel espacliu. .-Pues aguante y baje la voz, que molesta á la señora.-Dale con la scilora-coutinuó la Fraila,-aquí toassemos seuoras, porque caa uno es can uno y deuguoo esmejor que naide.- Caramba con los usías-m mmnr6 Pocas Bragas,-¿y quiéu los meterá :i venir ;, esta junción?-Vehiy; y mosotrosmnldito si vamos á lns suyas.-¡Qué despreciable gentualla!- dijo Pluma á Susanaen voz muy queda.-¡Eh, so espantajo!-exch\m6 la Fraila, dirigiéndose á.Pluma.-¿QuetTí• usted quitarse de cun·cute de la luz?-¡Ab, ustedes perdonen!-repuso el petimctt·e devo ·rr.ndo su enojo y temeroso do que aquella distiu¡;uida so-ciedad hiciera alguna ele las suyas.Y al apa1·tarse á un Indo. el movlmieuto le impelic>bacin adelante con Lal fuerza que maquinalmente pusosus manos sobr~ h:s bombros de lo. Naranjera.- ¡Eh, eh! ,:lo parece {, usted que tengo yo cara elebastón'? '-Es que me caio.-balbució el joven, aturdido.-Mucha facha y poca sustancia-dijo Cuchara.-Si tiene curo. de espita.!.Rn efecto. Plumu, sin duda ú consecuencia de sus:desastrosos amores, estaba tall pálido y ojeroso que dabacompasión. ·-No soples fuerte, Monifacia, que va á cebar á. volarese caballero.-Vamos. ,·amos, ú bnilt\1' y fuera disputas.-dijo laPiutosilla, querieudo cortar la chacota que se disparabacontra D. Narciso.-Pa otra vez estamos mejor sin usías-manifestó laFraila, encarándose con Ja Pintosilla.-Pues eso no se cuenta tnya-1·espondi6 In ducun delbodegón con mal humor,-qull yo soy ¡•eina en mi casa. © Biblioteca Nacional de España
BL AUDAZ 1!)5y convío á quien me da la real gana; y el que no quieraverlo. que se plante eu In calle.vtscoreeur•sr;binVtoE.'gl.issceeppnnoatteramedIlaonloPdtroiigutnuatooldl-soeailñyDlaai.edoblsioóaldqaleuacgeoFlosrndaaeeisrlaidaryev.-cecSinrai,sqs~siuñieneemorvpaeir,esenydbeeeMásetdsasues- -J)oquito {,poco, y cuidado con !a lengua-dijo Vlcen-tn, nmoscada ya del descortés recibimiento hecho á suscomensales. -Ya ves entre que gente nosel marqués al oido de Susona. hemos metido- susurró -Haya pnz y no encharquemos la fiesta-exclamó eltlo Suspiro.-dlnce--oPVmEniooatstismontqasuouizlóeasla,écleyaasxtl.lal.ia.!srmntaaídraieroleau,apnnqmadurraáeeesussseieaqengmumtiietmpe'lertivdeseaatnáu,btnuoplsleaoecnnranqntamiudngeodluocoelaa.nlsatosrsi.ennaehrluliaecseyos -Como que estoy por tomar la puerta de la calle-h• Frnila,-porque á una no le gusta que la falten, y dijoesta sobcrbtonn, que basta ayer era... - másduino-aGds eotlemncoiatznaal,lsl.og..-oycmoalnmtateenlsaatzópalnaaldaPoblrncato,onsóislsulaispndooendiaéoqnsudíáostleeanegcnaomstyeao~-ncrn. -Ponte en facha, ¡quili! si no tengocontigo-dijo la otra con desprecio. ganas de reñirnmo.a-.¡y.tCeyonragásdotemas:ñuud-eócrrhhnana. ohdsoenneirasbq, uuqsiucneon!sc-ieoD:m-O;oc·slnnoemyncódlenlsaponPrgtleanultaoesss.i.pl.loaPrqceuoroe·nno quiero reñir contigo, que si quisiera aqui tengo estamanita derecha que sabe dnr unos sopapos... poniéndose en jarras.~n -Pues yo-dijo la Viccnt.'lla izquierda qne te biciern un pocoochar fuera todas las muelas. de viento, te babia de - ¿Sfl Estoy bien oqui, Plntosilla, y no quiero ecllar unpaseo por tus costillas. -Ven si te atreves. y á mi en mi casaporque soy yo muy resollorn. nadie me tose, -y yo soy más-dijo In J?raila. levantándose y ponién-dose también on Jarra s.-Y si te pie el cuerpo julepe,nqul estamos. -Aguarda á que esté de humor, que esta nochetengo ganas de despacharte al otro barrio~ntestó DO Vi- © Biblioteca Nacional de España
198 IIL AUOA7.catc-dceodoSoen-elyntoaSUmoiclnc.sanóáaimplcnecg,eaoruanrpntúntidaratnadoaorcicáovrsnaultjoeseilánn,tcmouu-aárlpgeadetnnielnrviujhrbmitoomcetoev.óiessraistilanritoauloelen,lsFrcrreoriiqersnneóalounóuil.eotlacyeeaniccnec¡mamn,Ioonsrtnelauolnmabráraeeoiicdavpdsmeneaemcrsdilngoc;aostsúidep¡nn>epnee.loeotor·Lcuosormuot.ancuéneaoiFsróravatnprn.ainoam,yivdllicenaedejojinsoallnoo-o.s.co.stailera: -Tonto y guarda el alflltet·, que si te dispnt·o mis ar-mPia-nsto¿dQseiullérauaeirbgmao.ná..ss'al-cparreugnunptanrrodne apligsutonloass, dceredyeebnadjoo que la de suseoo.guas. bestia, quo si disparan matan mñs que cua- -Mis ojos,tylhnrPgmaygodaa---ulsp--bu-i-ueVeN-N-¿aspebdSMliPmlPUoYtdrlQsúnoaaid.iqaouiillusnramnnelulnajauty,loenoqecelssnaCb6eoostogu.sioss,beasuabuseitnánsmneccáeeeesr,eéloebbureelsebmlv,dvampoqrtnaghaeunesoaosonunúT·usarmesremooserdtngm,ocigsa.npéedda.udooerevcutracaaraianetosoieu.ilnsoesda,hnnalnsngno-?aryonosocqiinvudt-sdcataeaeanuisdicio1osuvb.drbtpoijlaiasi\!ooiaanroajlancótc.diao.ántraó.lc-borae.ctadbdt.<mie.soloi-I,eauólnalincqcnn.riPJtnnamuritololpaoocoeaalgeanclaauqurbdescoSlrstleouraolquaeoiiuriees.lseupasts?elprvPalnritpeeot,ncupiaóiradsyioionosrtrAgoaánoi,qptlSeun,oal.e.oulóuiSncvqsfrDeesqotioiiuc1ulrspú1aé.unluúsestinnnIsieaaoueneeoqasS.mn-rnosm,duocsyptaypeaetolaqno.yiaelDrlo-udl-osslnzl¡epoa.dapeeaAu.moq:mFuer,Fapnuáecarcnbiroeiqusnlnapae.uyatuoboriySesonrloceóseói-aas.ol,.-.. malpdlleleemrnSscncoóubinlsóeraaarnn.ndayHoyc,lfriymsjeeoyazarróalpq,rfeuetpqnésousarsi,nqvoouotacecpnoaeutnrlosdvbeoemonnrdclñeeisppgórrújiidunnmoscnitiqripofuiiucoeona:sadtemaarebaixracúcuMmlacamunom·tyntoainbcmqiióoouánnnso © Biblioteca Nacional de España
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