15 4 DIÁLOGOSgunos planteamientos de la prim era parte del discurso (De-mótenes 24-27), lo que no es poco, si, como parece, el Me-néxeno es una composición paródica. Por el contrario, Plutarco considera superficial y burlesco el prólogo, pero noasí el discurso (Vida de P endes 24, 7). En este análisis esquem ático abundan otros autores, ya de la antigüedad tardía, como Clemente de Alejandría (Pedagogo l í 69, 3) y, particularm ente, Estobeo(4, 1, 86; 3, 38, 49; 3, 9, 28; 4, 39, 24;etc.), que se lim itan a detraer, de algunas partes de la prosopopeya, ciertas sugerencias de tipo m o r a l5. En cuanto a la crítica moderna, las soluciones propuestas son muy diversas. El punto de partida más notable sigue siendo la excelente disertación de Th. B e r n d tfc. Escrita en el riguroso latín académico, algunas de sus conclusiones resultan definitivas aún hoy. La tesis fundam ental de Berndt es que el Menéxeno form a un todo coherente y que Platón ha utilizado m agistralm ente los recursosde los oradores con el fin de ridiculizarlos. Todas las extravagancias, exageraciones, anacronismos, etc., que noses dado reconocer en el texto están al servicio de un pro-yecto voluntario de Platón: critícarcon sus mismas armasa los cultivadores de la retórica, y m uy especialmente aGorgias. En este sentido, no puede hablarse de dos partes diferenciadas en el Menéxeno, una burlesca y satírica, otra seria, sino de una sola estructura, esencialmenteparódica, en la que no tienen cabida ni las ideas morales,ni las políticas ni siquiera las filosóficas. A p artir de) trabajo de Berndt podemos d istinguir tresgrupos bien diferenciados de intérpretes. Un prim er grupo concibe el Menéxeno como una obra seria, com prom etida, en la que los anacronism os y demás deformaciones 4 Un completo estudio de los testimonios de los escritores antiguossobre el Menéxeno puede verse en Clavaud, ibid,, págs. 17-35. 6 T i l . Berndt, D e i r o n í a M e n e x e n i P l a l o n i c i , Miinster, 1881.
MENHXF.NO 155ile lo rea! serían tan sólo pinceladas anecdóticas ajenas•i su auténtica sig n ificació n 1. Un segundo grupo trata, ante lodo, de conciliar lo quede serio e irónico se nos aparece en el texto. De acuerdocon la opinión m ás general de estos estudiosos, Platón ha-brfa querido, en un principio, com petir con las escuelasde oratoria, entonces tan eo boga, y dem ostrar su capacidad en la elaboración del género, pero, al m ism o tiempo,habría introducido otras cuestiones élico-filosófícas y políticas, que obligan a analizar ciertas p anes del discursotil margen de los lím ites de lo paródico. Algunos, comoPohlenz, Friedlaender, Kennedy 8, pretenden, de esle modo, insertar una obra, a la que, en general, consideran bufonesca y satírica, en el esquema de las habituales preocupaciones del pensamiento platónico. Otros autores, dentro de esta m ism a tendencia, acentúan aún más, si cabe,lo profundo, lo com prom etido, y relegan lo superf icial tirónico a un plano secundario. De acuerdo con su interpretación, Platón intentaría acom odar estas últim as m anifestaciones a su objetivo p rim ord ial de adoptar una actitud critica, con respecto a la situación política o socialde la Atenas de !a época ’ Para O. W ichmann. Pialan. Ideetle Gesamtdarslelhtng mid Üludien-werk. Dftrm stadt, 1966, págs. 23S-243, el Mcnexeno debe inscribirse eni'l m arco etc la concepción p latónica de la >nam'a, del idea) del Instintodivino q ue p o s ib ilita la abstracción de lo real y la in clin ac ió n hacia lasmas elevadas empresas, lo cual explicaría el tono patético del discurso.Sócrates representarla, de este m o do, un papel s im ila r al de su apari-• iún en el Criióti. (cf. n. 15 a l texto). Por su p arle U. vqn W ilam ow itz, Piulan, Berlín. 1920, págs. 127 y sigs., sostiene la tesis de que el Menéxenoes un testim o nio evidente del afán de Platón por sustraerse a los plim-teim iienlos exclusivam ente esotéricos, con el fin de d iv u lg ar su eoncep-1lón de la suprem acía de las ideas aristocráticas. ‘ M. Pohi.enz, Aus Píalos Werdezeu, B erlín. 1913, págs. 256-309; P.|-Hii:.ULAtdKll)KH. Plalonisclte Schrifien, H, Berlín. 1930, págs. 219-231; G. KirN- The arl ol persuasión in Créete, Princeton, 1963, págs. 158-164. ^ Asi, para P M. Hudy, *The Mencxeuus reconsldered», PhroncsU II,2 (1957), 104-114, lo m ás destacable del contenido del Menéxeno sería el
156 DIÁLOGOS Finalmente, un tercer grupo de autores, entre los quesobresalen L. Méridier, y N. Loraux l0, ve, sobre todo, enel Menéxeno una perfecta parodia del arte de la elocuencia y u n acabado m odelo de «pastiche» en el que se recogen, siempre m atizadas por la ironía, las exageracionesy deformaciones habituales de los oradores. A esta tendencia interpretativa pertenece tam bién el estudio de R.Clavaud, el más reciente y, a nuestro juicio, el más importante de los que integran la am plísim a bibliografía sobreel Menéxeno. Para su análisis, Clavaud tom a como puntode partida el trabajo ya m encionado de Th. Berndt, dequien acepta la consideración de la obrita com o un lodoorganizado, en el que aparecen, en estrecha relación, laspartes dialogadas y el discurso propiam ente dicho. DeBerndt aprovecha tam bién el m étodo de análisis para in-vem ariar las figuras de estilo y pensam iento y las sugerencias respecto de la influencia de la retórica y la sofística, sobre todo de Gorgias. Pero su análisis va m ucho máslejos: en su opinión, Platón habría compuesto «un armede guerre» \", una demostración de lo que un discurso nodebe ser, una exposición absolutam ente paródica de lostestim onio de rechazo de la supresión de las m edidas econótnicas queam p a ra b a n ¡i los h uérfano s de los desaparecidos en la guerra. (Cf. n. 8al texto.) Para ). vos Loewenclau, Der plaiotúsche t/Menexenos», Slull-gar(, J961. págs. 104 y sigs.. P latón se h ab ría propuesto con el discursodejar una m uestra de su sím patia por la antigua Atenas, en oposición ala c iu d a d im p e rialista y a u to rita r ia q ue aparece en la descripción de Tu-c id id e s .— Los m ism os derroteros siguen las tesis de N .S c tto u ..OerPla-lotiische •Menexcnos*. Rom a. 1959; K.. Geiser. Pía ions ungeschriebeneLehre. S tu tlg a rt, 1963. págs. 250-251. y. sobre todo, C. H. K>hn. -Plato'sfuneral oralio n: thc m otive o f the iWertejcnus», Clasíical Philobgy 58(1963). 220-234. para q u ie n el Menéxeno. a p a rtir de la supuesta vinculación que señala entre Platón y Tucldides, vendría a constituir, de hecho,una especie de panfleto político dirig ido contra el im pe rialism o ateniense. ,0 L. M i'r io iir , Plaio)l Oeuvres complétes (C. U. F.), vol. V. París,1956J; cf. la introd u cc ió n al Menéxeno, p4gs- 51-82. N. Loraux, «Socratecontrepoíson de l'oraison fúnebre. E njeu et significatíon d u Mónexéne»,L'Antiqutié Classiquc (1974), 172-211. 11 C la v a u d , Le «Ménexéne*..., p ágs. 245 y sig s.
MENÉXENO 157mi-lodos de la elocuencia iradicional, sin tener en cuen lacualquier otra consideración filosófica o moral. Por talinolivo. Platón no h a b ría dirigido su critica a un personaje concreto, sino, en genera], a determ inados hábitos del,iépoca presentes, sobre todo, en los oradores. No habríaquerido desautorizar lan sólo a Gorgias, sino a todos iosque se servían del hechizo de las palabras para enmasca-i ¡ir las ideas; no sólo a Tucídides, sino a todos los que in tegraban en el cam po de La historiografía los esquemasJclorm antes de los epitafios; al referirse, en fin, irón icamente a Aspasia y Antifonte, habría criticado a los que.■orno ellos, componían discursos— ya fueran fúnebres, po-hlicos o judiciales— a partir de piezas previamente elaboradas La cuestión es, como se ve, m uy com pleja y, en ocasiones, parece que la exégesis sólo ha contribuido a oscure-i er aún m ás el significado del diálogo. De todos modos,tina cosa es bien notoria: Platón ha m anifestado en otrosmuchos textos sus puntos de vista sobre el encomio y hadefinido ia veracidad como principal fundam ento de laelocuencia '3. Por esta razón, las interpretaciones queileslacan en el Menéxeno la parodia, la ironía y un objetivo burlesco y satírico, todo ello considerado como un provecto voluntario de Platón contra los excesos de los oradores, nos parecen las más coherentes. Por otra parte, esastesis se corresponden perfectamente con la Iradicional reserva platónica con respecto a los epitafios, al menos co tí C lavaiid, ¡bid.. pílgs. ÜS-92. sostiene que las referencias a AspasiaS Anl ifo m e (Menéxeno. 235e-236c) nos rem iten a la Lrilica p latón ica con-i ! I, L.| m étodo de los oradores y los diversos géneros de discursos. AspaM il representaría los lógoi poliiikoUci. Menéxeno. 249e), esto es, las ora-. jones fúnebres en p rim e r lugar, pero, adem ás, todos los discursos deI .mtctcr publico. Anflfonle, por el contrario, sim bolizaría la actividadücl logógrafo. los discursos de carácter ju d ic ia l (el. C lem ente de Alejan-i.hCa, Stroniata I 365: P s e u d o P lu ta rc o , Vida de tus diei oradores. Anli-(ottíd 5), IS Ct. Fedro 259c; 265e; 271b; Banquete 198b-198e; Gorgias 522c.
158 DIÁLOGOSmo práctica generalizada M, y con la polém ica sostenidapor la Academia, desde los prim eros momentos de su fundación, contra las escuelas de retórica. En relación con la autenticidad del Menéxeno, los d iversos testimonios de los escritores antiguos no dejan lugar a dudas ls. Tan sólo algunos autores modernos, pertenecientes a la corriente hipercrítica germana, han expresado sus dudas Pero, en general, los estudiosos delas diversas tendencias son unánim es en este punto. En cuanto a la fecha en que fue compuesto el diálogo,podemos fijarla con cierta aproximación. Entre otros anacronismos, que im piden determ inar el m om ento de la acción, Sócrates menciona el tratado de paz de Antálcidas,posterior a su m uerte en el 399. Ello indica que el Menéxeno no puede ser anterior al 387 a. C.. ni tam poco muyposterior, si tenemos en cuenta que no se alude a ningún Iacontecim iento más tardío. Esta fecha se corresponderíaperfectamente con la de la publicación reciente de la.^5-pasia de Esquines \" y con la de apertura de la Academia,; '* Cf. Tecleto l7Sa-b; Corgias S23e; y República 468d. donde Platónsugiere, p ara las honras a los que se han d is tin g u id o en el com bate, h im nos y otras prebendas en lu ga r de discursos. Cf., tam bién. Leyes 802a-e, Ia propósito de los que habrán de llegar al térm ino de sus dias. despuésde haberse distinguido por sus acciones. 11 Cl. P lu ta rc o . Vida de Perieles 24, 7; P«lscia>;0. Instituciones 270(pág. 347 KeiL); Herm óc., Sobre el Método de la elocuencia 24 (pág. 441R a b e ); D e m e t r i o , Sobre el estilo 266 (pág. 54 R a d e r m a c h e r ); A r i s t ó t e l e s ,Retórica 1 1.367b, III 1.4 15b: Pselido Longino, De lo sublime 28, 2; Cicerón, Orator 151. 16 E ntre otros, E. Z ti t.hK. Platontschc Studien, T ubinga. 1839, pág.145; F. Scmlejermacher, Pía ton‘s Werke, Berlín, 1809,11. 3, suprim e el d iálogo inicial; H. Cakfiaux, De l oraíson funébre daits la Créce patenne, Va-lejiciennes, 1864, púgs. 95-97, supone que la m an o de un sol ista ha retocado cl discurso. U. von W ilam ow itz, en Aristóteles urtd Athe», Berlín,1893, 11, pág, 99, n. 35, sostuvo, en un p rin c ip io , que la parte dialogadaera ap ócrifa, aunque no el discurso. Posteriorm ente, en Platón, B erlin,1920, pág. 126, reconoció tam b ién com o au téntico el diálogo. 17 Esquines, el Socrático, adversario de Platón, co m puso u n a Aspa-sia (cl. Cicerón. De irtventione I, 32) en la que tam bién la hetera jonia
MENÉXENO 159i nando ya Platón había tomado la decisión de rom per conlus escuelas de retórica. NOTA AL TEXTO Para la traducción hemos seguido el t e x io d e la edición oxoniense deI IIiir n e t . Piütonií Opera, ili. O x fo rd , 1903 (re iro p r.. 1968). De mucha u li-lliltid son la edición francesa de L. Mébuhes. Platon Oeuvrts C om pii íes|< ti. F.). i. V . París. 1931 (1.“ ed.), y la catalana de J O l iv e s C a n a l s . Piali) Diàlegs (F. Berjnat Metge), t. IV, Barcelona, 1952- lin lre las Iroducciones a o tras lenguas destacam os la ita lia n a de G.) < M agna. Menesseno. M ilá n , 1934, y la francesa de E. Chambry. París,IV4B. BIBLIOGRAFIA Los estudiosos más sobresalientes sobre el Menéxeno aparecen cita-ilns en las ñolas a la Introducción. Una reseña bibliográfica muy conv|ilcln puede hallarse en el ya citado trabajo de R- Clavado. /,« *M¿nexé-irr- tíe Platón el la rhétoriqiie de son lemps, París, 1980,desempeñaba un papel sim ilar al del Menéxeno, como experla educado-m en la elocuencia. Clavado, Le ’ Ménexénc*..., págs. 235-2S6, relacionaInn dos obras y sugiere que la actualidad del tenia facilita el establecerliimbién entre ambas una relación cronológica. La composición del Me-ni' (fn o podría lijarse no mucho tiempo después de la aparición de la As-paiia de Esquines. Esta úllim a. de acuerdo con ias lesis de los últimosi’ tludiosos. suele fecharse entre 393 y 385 a. C. Cl. J. Humbert, Socrclei l les petils socratiques. París. 1967. pág. 223.
MENÉXENO S ócrates, M enéxeno prólogo Sócrates. — ¿De dónde viene Menéxeno '? ¿Del ágo- 234ara, o de algún otro lugar? M e n é x en o . — Del ágora \ Sócrates, y de la sala del<-nnsejo \ Sóc. — ¿Y qué asunto te llevó, precisamente, a la saladel Consejo? Está bien claro que crees haber llegado altermino de la educación y de los estudios filosóficos y quepiensas, convencido de que ya estás capacitado, in clin arte hacia empresas mayores ¿Internas, adm irable ami- 1 Se irata del mismo personaje que aparece como adolescente c d ell.i¿is(en 21 Ib se le define como un gran disputador), y ya con más edaden el Fedórt (59b), donde se le representa como uno de los discípulos que,» ompañan a Sócrates co sus últimos momentos. El coniexio del párrafo (234a) permite conjeturar que se halla en la edad de la efebla. es decir,los dieciocho años, y que, por tanto, ha accedido a la plena ejcrcitaciÓDtic los derechos civiles reconocidos por la ley aienicnsc. 2 El ágora del Cerámico estaba al noroesie de la Acrópolis. J La sala del Consejo formaba parte del Meiróon, templo de la Madre de los dioses y se hallaba al sur del ágora del Cerámico. 11 El pasaje es fuertemente irónico. Según las tesis de Calidos, en sudiscurso del Coi-gio^ (485a-d), es hermoso filosofaren la edad juvenil porgue de este modo la filosofía, fundamentada en los objetivos de la pai-deía, no pierde su carácter de estudio liberal. Para Cálleles, como para
162 DIALOGOSb go, a pesar de tu edad, gobernarnos a nosotros que so mos más viejos, para que vuestra casa no deje de propor cionarnos en lodo m om ento un a d m in is tra d o r5 de nues tros intereses 6? Men. — Si lú, Sócrates, me permites y aconsejas go bernar, ése será m i m ayor deseo; en caso contrario, no. Concretamente, hoy he acudido a la sala del Consejo por que sabía que la asamblea se disponía a elegir a quien ha de p ronunciar el discurso sobre los muertos; pues ya sa bes que tienen intención de organizar u n a ceremonia fúnebre Stfc. — Perfectamente; pero ¿a quién han elegido?lodos los jóvenes políticos con educación sofista, la actividad filosóficaduradera era estéril por cuanto constituía un importante condicionamiento para las cuestiones de lipo práctico, en especial para la política. Enun diálogo de la República (487c-d), Adiroanto replica a Sócrates que *todoscuantos se entregan a la filosofia, no sólo en su juventud y para completar su educación, sino que se mantienen en ella mucho tiempo, no sacanotro provecho que la incapacidad para servir al Estado». (Cf. tambiénTcei. 173c. y h'edón 64b.) Para Platón, por el contrario, la filosofía eraia coronación de todo el proceso deform ación humana, perenne paideiade la que las otras ciencias formaban parte tan sólo como una mera etapa de inferior madurez. (Cf. Leyes V il 809e-818d; República 525a-530c.)En cuanto a Sócrates, la Apología (29á) es muy explícita respecto a suesfuerzo por un filosofar permanente, de ahi que los sofistas le consideraran como el paradigma ideal del individuo politicamente incapaz. Poroslas razones, sólo el tono irónico del texto nos permite aprehender elauténtico pensamiento socràtico-platònico, aparentemente desvirtuado. * A lude a la fa m ilia de Mcnèxeno. al parecer le cu nd a en d a r hom-b/cs de Estado a Atenas. 4 Tomado no en el sentido de autoridad con funciones extraordinarias. a diferencia de los arcotues o magistrados ordinarios, sino en unseni ido genérico. 7 Las Epildphlú, ceremonia fúnebre de carácter público, instituida,al parecer, por Solón (Di<Jc. Laercio, Vili), que se celebraha anualmente. En el momanto de la inhum ación en el Cerámico de los restos de lossoldados muertos, un orador designado por el Consejo pronunciaba undiscurso. (Cf. TucídiOES. II 34, 3.) La elección del Consejo era ratificadapor la Asamblea (cf ìbìd.; Demóstenes, D& cor, 285).
MENÉXENO 163 M e n . — A nadie; hao dejado el asunta para m añana,i iro, sin embargo, que serán elegidos Arquino o Dión *. bóc. — Ciertamente, Menéxeno, en m uchas ocasiones cpnrece hermoso m orir en la guerra. Pues, aunque unomuera en la pobreza, se obtiene una bella y m agnífica soptihura, y adem ás se reciben elogios, por mediocre quelino sea, de parte de hombres doctos que no reparten susiihibanzas a la ligera, sino que han preparado durante mu-i lio tiem po sus discursos9. Hacen sus alabanzas de unamuñera tan bella, diciendo de cada uno las cualidades que 235aposee y las que no posee 111y m atizando \" el lenguaje con * Arquino fue uno de los restauradores de la democracia ateniense,Imita con Trasibulo, después de la caída de los Trcínia. Introductor. asi-lui&mo, del alfabeto jónico para los documentos, bajo el arcontado deI ni lides (404 a. C.). algunos testimonios (p. ej., Focio. 260) 1c atribuyenmi rpitüjw de gran influencia en el Panegírico isocráiico. No parece, sinimbargo. que en el Menéxeno la mención de su nombre resulte determinante para un enjuiciamiento sobre posibles influencias. En cualquier■uto, el papel que le concede P. M. Huer. en «The Menexettus reconside-i- il- (Phrónesis 11. 2 [19571 104-114). de acuerdo con su tesis de que elfiienéxcrto es. sobre todo, una crítica conu-a las medidas económicas quen|ii imían las subvencionas cel Estado a los huérfanos (cf. Lisias. X IX11). y de que el nombre de Arquinos vendría a sugerir, justamente, lo con-n tirio, la benevolencia, y la justicia en el contexto de la restauración dc-moiTálica que llevó a cabo, es cuando menos exagerado. Cf.. a este res-i«'< ío, R. Ciavauo, Le «Ménexéne* de Platón el la rhétoriqac de sonlemps. París, 1980, págs. S7 y 257 n. 170. Algunos comentaristas sugie-ton, con respecto a Dión, el otro orador citado, que se trata del mismo|icrs»naje que cita }euOTOHiE(Hel¿nicas IV 8, 13) como embajador en Per-\"iii cuando el tratado de Aiilálcidas (392). v El pasaje recoge, en el ámbito de la critica platónica contra el*t>ilái>ltios lógos como elogio (épfinos), los tópicos más usuales de! genero! lu idea de la «hermosa muerte» y ei homenaje de ¡a ciudad concediendon Ion que han perecido en el combate una sepultura y un discurso. Cf.I ulídides, I I 43,2; Lisias,Epii. 80; Demóstenbs, E p it I ; 36. Al margen deculi critica, matizada de ironía, cf. por ejemplo, a propósito de la sepul-lum , el tono de desdén con que Sócrates se dirige a Crltón: «Sepulta mii ui-i po como te plazca y del modo que creas más conforme al uso« (Fe-ihin 11Se). Para la critica contra el épainos, cf. Banquete 198d y ss. 10 N, Lo r a u x , «Socrate contrepoison de l'oraison Funébrc, l:.njeu ellilínlfication du Ménexéne», L'Anliquité Classique (1974), 175, n. 18, ve
164 DIÁLOGOS las más hermosas palabras, que hechizan nuestras almas. Ensalzan a la ciudad de (odas las m aneras y a los que han m uerto en la guerra y a todos nuestros antepasados qur nos han precedido y a nosotros mismos que aún vivimos nos elogian de tal form a que por m i parte, Menéxcno, ante sus alabanzas, me siento en una disposición muy noble y cada vez me quedo escuchándolos como en-b cantado im aginándom e que en un instante rae he he- aqui una parodia de las primeras lineas de un fragmento de la oración fúnebre de Gorgias (D-K, 8, 6). Pero cí.. también, para este recurso de exal tar las cualidades y disim ular los defectos, propio de los autores deépai- riCrl. ISócrates, B usirisi, Para la crítica a este sistema, cf. Banquete 198d, 11 Traduzco «matizar», pero concibiendo el término en una acepción peyorativa Se ajude a la habilidad de los oradores para variar o colo rear las palabras (poikillonlcs en el texto), acepciones ámbas válidas pa ra la versión de) vocablo griego, con el fin de componer un lenguaje abi garrado que confunda y admire al auditorio. Cf. la misma acepción ne gativa, en Rep. V III Sóle; 11 365b; Sofista 226a. El sentido más propio del término aparece en Ion 535d. Cf., con el sentido de «adornar*, Isd- c r û t e s . Contra los so/islas ló. El poner en el mismo plano de igualdad el elogio de los muertos, de los vivos y de la ciudad evidencia que no se trata tanto de desarrollar un epiláphios lugos, con ja alabanza estricta de los muertos, cuanto so bre lodo u n am plío panegírico de la ciudad. La práctica es común a to dos los epitafios, si se exceptúa el de H ip e r id e s , donde la máxima ala banza recae sobre el estratega y sus soldados. Cf., incluso, el de Pericles. T u c id id e s , 11 4 2 , )-2. El propio I s ó c r a t e s reconoce utilizar temas y a em picados en los epiiáphioi lógoi al componer su Panegírico de Atenas (74). (Cf. LoRAUx,»Socra(econtrept>isoo...*. 179, «les morts ne sont pas seule ment évincés par la louange de la polis, mais on les perd de vue dans la scric, déroulée depuis l'origine, des grandes générations d ’Athèniens».} ,J Cf. Pràiag. 315a-b. Cf. supra, Menixeno 235a 2-J. a propósito de o tro término en el mismo á m b ito semántico; «hechizan nuestras alm as» (golteúoasin ¡as psychàs). Cl., para goëleia, Cargias, D-K 82b, i l . Para goes, Sojisla 235a 1, 8. Se presenta irónicamente el lenguaje de los ora dores como una suerte de sortilegio que hechiza y encanta a los que es cuchan sus discursos. Cf., también. Rdpiíbtica II] 413, c4. Clavaud,Le *Mé■ nexine»..., págs 92-95, y n. 47, remite, a partir de eslos recursos, a Gor- gias y su escuela, como objetivo de la ironía y la critica platónica: «Ce que Platon devait reprouver dans cet art, c'est le mensonge qui consiste •à utiliser les mots par eux-mêmes et non pas pour l’idée qu'ils expriment.» Cf., a este respecto, A r i s t ó t e l e s , Retór, ).405b5.
M 6 N ÉX l£N O 165■ho más fuerte. m ás noble y m ás bello. Como de costum-Inc. siem pre me acom pañan y escuchan conm igo el dis-i uiso algunos extranjeros ante los cuales en seguidaDa- vuelvo más respetable. Parece, en efecto, que ellos, per- u.ulidos por eJ orador, tam bién experimentan estas mis-itias sensaciones con respecto a mí y al resto de la ciudad,ti 1» cual juzgan más adm irable que antes. Y esta sensa-i lón de respetabilidad me dura m ás de tres días. Ei tononllautado de la palabra y la voz de) orador penetran enmis oídos con la! resonancia ls, que a duras penas al 1er- '* Al parecer la asistencia de extranjeros a las ceremonias fúnebresi ni usual. Cf. Tvcíoides, 1] .14, 4; Demósthnes, Epíst. 13. Se supone que seInilit también de los extranjeros de la ciudad, e incluso de los aliados.i I I’. Gauthigr, «Les xuNotdans les texles alhéniens», Revue des Eludesi.ii'c í/ib 84 (1971), 7&. Cf., también, Loraux, «Sócrates contrepoison...»,I II I n. 66, Mas en este caso conviene tener en cuenta que el d iscurso pía-trunco es ficticio; de lo co ntrario , m al p o d ría pensarse en la asistenciaiJr extranjeros que no p odrían evitar el escándalo ante el c ú m u lo de dis-(iii'sionts históricas que a lo largo del discurso les aluden directam ente.( I ClAvaud, Le «Ménexénc»..., pág. 88. n. 25: pág. 149. 11 Recojo, para ¿imulos, del texto una versión que respeta la idea del>(i]iido de la flauta, sustrayéndome a verter tan sólo la idea de resonan-i la ¡-.nau/os se dice, en efecto, del lenguaje que, a guisa de sonido de flauta,jwti«Ira en los oídos y deja huella con su peculiar resonancia. Se tratadi un recurso auditivo más de los incluidos en !a n. 13. Cf. también Cn-Mri S4d, donde Sócrates escucha las voces de Las Leyes, con el mismo•onido. Cf.. además, R¿pública 399d; Gorgias 50ld No me parece tenerningún fundamento la tesis de 0. Wichm«km. Platón. 1deelle Gesamtdaiiirlliing und Sludienwerk, Darmstadt, Í966. págs 215-243. para quien elnmtcxto de la parodia que se construye con estos recursos, deja paso« miu más significativo, el de la manta o entusiasmo socrático, al mododel ! edro. p. ej., de suerte que. a su juicio, con ello se explicaría el parti-i lllftr tono del Metlixerto y sus anacronismos, ya que la fuerza misma del.ireflexión se sustrae a ios pequeños detalles de lo real. W ichmann remite, además, al pasaje 235c, en el que Sócrates dice que, por los electosilifl orador, apenas al tercer o cuarto día vuelve en si. Pero casualmente• '.le pasaje está sobrado de ironía y difícilmente pueden verse en él hue-IIiií. ilel entusiasmo tal como se plantea en el Fedro. De lo que aquí selint» no es ác sustraerse a lo real, por la vía de la inspiración y la pose- ion, sino, quizás, de sustraerse a los artilugios de la retórica abocandoln rapacidad crítica a lo que es rea). Cf., a este respecLo. C l a v a u d . Le «Mé-
166 D lí LOCOScer o cuarto día vuelvo en mí y me doy cuenta del lugarde la tierra donde estoy; hasta entonces poco falta paracreerme que habito en las Islas de los Bienaventuradoshasta tal p unió son diestros nuestros oradores. M en. — Tú siem pre te estás riendo de los oradores,Sócrates. Esia vez, sin embargo, creo que el designado notendrá m uchas facilidades la elección ha sido decidida de repente, de m odo que quizás el orador se verá obligado probablemente a improvisar. Sóc. — ¿Por qué, m i buen am igo? Cada uno de éstostiene discursos preparados y, además, im p ro v is a r\" sobre temas de esta clase no es difícil. Si fuera preciso hablar bien de los atenienses ante los peloponesios o de lospeloponesios ante los atenienses, se necesitaría un buenorador que convenciera y se ganara la aprobación delauditorio pero cuando se compite ante aquellos a quíe-nííene»..., pág 45. Justamente en este pasaje nos encontramos en el puntoculminante de la ironía del prólogo. Pues e) lector fácilmente podría preguntarse cómo quedarán de aturdidos los que escuchan los discursos ameel cúm ulo de habilidades del orador, si el propio Sócrates, en posesiónde un método que busca siempre la verdad (cf. Apología 17b), no puédeescapar al aturdimiento. 14 Otro punto culminance de la Ironía; las Islas de los Bienaventurados son un ámbito propio de héroes, o de personas de vida excelentec irreprochable, pero un ám bito para después de la muerte. Cí. Gorgias523d; Fedón ) lla~c; cf. también República VII 540b; en la parodia, Sócrates lógicamente encam a a cualquiera de los atenienses que oyen losdiscursos. CF. Loraux, 'Sócrates conlrapoison...», 182-183. 11 No se dice, como piensa Loiuux. ibid.. 196, que el orador no vaa tener materia que tratar en el discurso, sino que no tendrá muchas facilidades (euporéseinj. por el poco tiempo que media enlre la elección yla celebración de la ceremonia fúnebre. Este ropos de la brevedad deltiempo del orador (cf, Lisias, Epitafio I) ya ha sido contestado en 234c;cf. la respuesta de Sócrates a Menéxeno. en 235d. 18 Para el arte de la improvisación y su principal teórico, Alcidamas,cf. Clavaud, Lc tMénexéne»..., págs. 101 y sigs. Cf. Aristóteles, Retórica I 1.367b, y III 1.415b; cf. Clavaud, op.cil., págs, 86-87.
MENÉXENO 167 se elogia, no cuesta m ucho parecer que se hablah l r l i M. M l:n. — ¿Tú no lo crees, Sócrates? Sóc. — Desde luego que no, por Zeus. Men. — ¿Acaso crees que tú m ism o serias capaz de ha- el*lnr. si fuera preciso y la elección de) Consejo recayera'ii ti? Sóc. — En efecto, Menéxeno, nada de extraño tiene quevii también sea capaz de hablar, pues casualmente tengoI•<ii maestra a una m ujer m uy experta en la retórica, quel'ircisam ente ha form ado a m uchos otros excelentes ora-ilorcs y a uno en particular, que sobresale entre los de Gre-i ni. P endes, hijo de Jantipo. M en . — ¿Quién es ella? Es evidente que te refieres a\kpasia >J, ¿no? Sóc. — A ella me refiero y a Conno u , el hijo de Meim bio. Ellos son mis dos maestros, el uno de música, la 236a011 de retórica. No es nada extraño que un hom bre edu-• ario así, sea hábil en el hablar. Pero, incluso, cualquiera(|iio haya recibido una educación inferior a la mía, instruido en la m úsica por Lam pro 25 y en la retórica por Anti- 111 El carácter agonístico de la oración fúnebre (cf. L isias, EpitafioI D iim óstenes, Epitafio 1} está en relación con los d is c u rs o s an le rio rm en lel>i n n u n c ia d o s y ya conocidos. E n 239c, 1. la r iv a lid a d se s itú a en la con-lim itación con los poetas. 11 Cf. la In tro d u cc ió n . ,! M aestro de citara de Sócrates, al que esle se refiere siem pre connii.i cierta iron ía (cf. Eutidemo 272c; 295d). Podría tratarse del m ism oi ‘'rsonaje que es objeto de b u rla p or A ristófan e s (cf. Avispas 67S: Cabo•Ih'itis 534; cf., tam bién, U. von W ila h ow ttz. Platón, Berlín. 1920, pág, 139)> |ii)t C iu n N 0 (Fr. 317 Kock., m encionado, com o en Caballeros S34. conI I derivado peyorativo Konnás), y del que tom a su no m b re una com ediailit I-'kInico (II 371 Kock} y otra de Amejpsias (t 671 Kock). 11 Maestro de música de Sófocles. Cf. Vida de Sófocles 3, 19-20, pág.X V III PEARBON.Cf. tam b ién C. Nepote. Epam II; A teneo, I 16; II 2. Lá a¡u-«lún o Conno, como, asim ism o, a L am pro, p od rís s im b o liza r la críticadirigida contra Gorgias, a propósito de su técnica de la arm onía, que buscainAs los efectos de las p alabras p o r sí m ism as que por su contenido. Cf.
168 D IALO G O S fonie de Ram nuntio M. sería igualmente capaz, alabando a los atenienses ante los atenienses, de obtener renombre, M e n . — ¿ Y qué podrías decir, si tuvieras que hablarb Sóc. — Tal vez nada de m i propia cosecha; pero ayet precisamente escuché a Aspasia que elaboraba una ora ción fúnebre completa sobre este m ism o tema. Se habiu enterado de lo m ism o que tú dices, de que los atenienses se disponían a elegir a! orador. Entonces, de improviso, expuso am e m í una parte del discurso, según lo que era preciso decir; para la otra parle, que ya tenía pensada do antes, de cuando, según creo, com puso la oración fúne bre que pronunció Pericles, ju n tab a algunos restos de es te discurso M en. — ¿Y podrías recordar lo que decía Aspasia? Sóc. — Si no pudiera, me sentiría culpable. Lo apren-c día de ella y poco faltó para que me golpeara porque flaqueaba la memoria. M e n . — ¿Por qué, pues, no me lo expones? Sóc. — Pero que no vaya a enojarse conm igo mi pre- ceptora, si divulgo su discurso. M e n . — No tengas cuidado, Sócrates, y habla. Mucho me complacerás, ya sea que quieras contarm e el discur so de Aspasia, o de cualquier otro. Habla solamente. Clavaud. Le aMénexéne*.... págs. 94-95. Cf., en el mismo ámbito de signi ficación. las referencias al sonido de flauta de las palabras del orador, y a la imagen de la pcikUia (nn. II y !5J. Cl. Menéxtno 255a, 235c. ,4 C uvauo (Le -M¿nex¿r>£r..., págs. 8-8-92: 265 y sigs.) ha dejado bien claro que Aspasia simboliza la elocuencia concerniente a los discursos públicos, mi en Iras que la alusión a Anlifonte hace reFerencia al género judicial. A propósito de este último, cf. TurímoES, V 68: Cixm^nth oe Air- jandbía, Slrom ala I 365. Cf. la Introducción, n. 12. 25 No hay por qué reconocer aquí el fundamento de una polémica contra Tucldides, como sugiere buena parte de la crítica tradicional dei Metiéx&tio. La critica va dirigida, sobre lodo, en este pasaje contra el mé todo de composición de las piezas oratorias, cualquiera que fuera su gé nero. a base de la soldadura, en buena parte de las mismas, de l rozos anteriormente elaborados. Cf. ClavaUd, Le *Ménexéne»..., pi'igs. 96 y sigs. Aspasia simboliza tal proceso de elaboración de los discursos, sean fú nebres o no.
M EN 1ÍXEN 0 169 Sóc. — Pero (al vez te burles de mí, si, viejo com o soy,iip j'iuduzco la im presión de que aún jugueteo como unniiiii Wl:n. — En absoluto, Sócrates, habla de todos modos. Sóc. — Pues bien, sin duda debo complacerle; hasta eJ|Hii)tú de que incluso si me pidieras que me quitase el man- dtu v danzara, casi le haría el gusto, puesto que estamosmilns. Escucha, pues. Em pezó hablando, según creo, deI*■■muertos m ism os y decía así: DISCURSO DE ASPASIA «Por lo que toca a los actos l4, estos hombres han re-i iliido de nosotros las atenciones que se les debían y, trasrecibirlas, emprenden el cam ino fijado por el destino,■ti m iipañados públicam ente por la ciudad y privadamen-11' por sus familiares. En lo que concierne a la palabra \",ln ley ordena tributar a estos hombres el postrer home- enaje, y ello es un deber. Porque con un discurso bellamente<\puesto sobreviene el recuerdo de las acciones gloriosamente efectuadas y el homenaje para sus autores de parle de los que las escuchan. Se requiere, pues, un discursola) que ensalce cum plidam ente a los muertos y exhortet un benignidad a los vivos, recom endando a los descendientes y hermanos que im iten la virtud de estos hombres,Vdando ánim os a los padres, las madres, y a los ascendientes mas lejanos que aún queden. ¿Oué discurso se nos 237anivelaría como tal? 16 La oposición ¿rgon / lógos hace referencia a las honras debidas los muertos: la sepultura (los funerales) y el discurso fúnebre. Cf, n. El pasaje puede ponerse en relación con TucIdideí, II 35, pero una opo-'iiclón semejante puede hallarse también en oíros oradores. Cf. L isias,lipilii/io 2; DEMúSTeNBS, Epitafio 13; Hipbriues, Epitafio 1-2. ” Cf. Ti/cUoioes, II 46.
170 DIÁLOGOS E l o c io DE LOS MUERTOS »¿Por dónde daríamos comienzo correctamente al ela gio de unos hombres vállenles, que en vida alegraban n los suyos con su virtud y que han aceptado la muerte a cam bio de la salvación de los vivos? Creo que es preciso hacer su elogio según e! orden natural en que han sido vo* líenles. Valientes lo fueron por haber nacido de valiente*. Elogiemos, pues, en prim er lugar, su nobleza de nacilnienb lo y, en segundo lugar, su crianza y educación. Despué* de esto, mostremos cuán bella y digna de ellas fue la eje cución de sus acciones. Prim er fun dam enlo de su noble linaje es la procedencia de sus antepasados, que no era loránea ni hacia de sus descendientes unos metecos en d país al que habían venido desde otro lugar, sino que eran autóctonos y habitaban y vivian realmente en una pa tria, criados no com o los oíros por una m adrastra, sino por la l ierra madre en la que habitaban, y ahora, despuésc de muertos, yacen en los lugares fam iliares de la que los dio a luz, los crió y los acogió. Por tanto, io m ás justo es tributar, en prim er lugar, un homenaje a la madre mis ma, porque de esta form a resulta enaltecida, además, su nobleza de nacimiento. »Nuestro país es digno de ser alabado por todos los hombres y no sólo por nosotros, por m uchas y diversas razones, la prim era y principal porque resulta ser amadod de los dioses. Da fe de esta opinión nuestra la disputa y El lema de la autoctonía es o lro de los tópicos hab itu ale s de las oraciones fúnebres. Cí. L isias, E pilajio 17; D em&stenes, Epitafio 4; H jpe- rides, Epitafio 7. El pasaje suele ponerse en relación con TucIdidbs, II 36, pero conviene lencr en cuerna que éste habla más hiende los Atenienses como pueblo estable, que como autóctono, térm ino que sólo utiliza a pro pósito de los habitantes de Sicilia. Cf. ibld-, I 2; VI 2, y también, a propó sito de este tópico fantasioso, Isúcratbs, Panegírico 24; Panalenaico 124-125; Heródoto, VI) 161.
MENÉXENO 171<I juicio de los dioses que por él rivalizaron entre sí M. Silíis dioses lo han elogiado, ¿cóm o no va a ser justo que lor’logien todos los hombres? Se le debería en justicia otroelogio. Que en aquel tiem po en que toda la tierra produ-tln y hacía crecer anim ales de toda especie, salvajes y domésticos, entonces la nuestra se m ostró estéril y lim pia■Ir bestias salvajes y de entre los seres vivos escogió para«( v procreó al hombre, el cual sobresale entre los dem ásm e s por su inteligencia y es el único en reconocer unalusiicia y unos dioses. Una prueba im portante de m i ar- esúm enlo de que esta tierra engendró a nuestros antepa-indos y a los de estos hombres es que todo ser vivo pro-i rrador liene el alim ento apropiado para su cria, y en es-1 0 se distingue claram ente la m ujer que realmente es ma-iln- de la que no lo es, pero lo Finge, sí no lleva consigoI r. luenies del alim ento para el recién nacido. Pues bien,nuestra tierra y, a! propio tiempo, m adre nos da una prue-lia convincente de que ha engendrado hombres: sólo ellaen aquel tiem po produjo, la prim era, un alim ento idóneopura el hombre, el fruto del trigo y la cebada, con el cual 238am* alim enta el género hum ano de la m anera mejor y máshclla, por haber engendrado en realidad ella m ism a esteNcr *\ V este tipo de pruebas conviene adm itirlas más pa-i a la tierra que para 1a m ujer: no ha im itado, en efecto,tu tierra a la m ujer en la gestación y en el alumbramien-lo, sino la m u je ra la tierra. Y no ha reservado celosamente|i¡ira sí este fruto, sino que lo ha distribuido tam bién alos demás. Después de esto, ha suscitado para sus hijosrl nacim iento del aceite, auxilio contra las fatigas. Y des- bpués de haberlos criado y haberlos hecho crecer hasta la w Atenea y Poseidón rivalizaron enire si por dar nombre a la ciu-ilud, resultando vencedora Atenea. Al margen del contexio paródico delMenéxeno, c(. el verdadero pensamiento platónico con respectó a las crecn-clus sobre las disputas de los dioses en República 378 b-c; Orillas 109b,ilonde la posición contraria es evidente. J(J Cf. DEMóSTBNes, Epitafio 5: Isúcrates, Panegírico 28.
172 d iá l o g o s juventud, ha introducido como sus gobernantes y eclur dores a los dioses, cuyos nombres — que ya conocemos- conviene om itir en una ocasión com o é s ta 3'. Ellos hn organizado nuestra vida de cara a Ja existencia cotidi na, al habernos educado, los primeros, en las artes y h bernos enseñado la adquisición y el m anejo de las arnui para la defensa de nuestro país «Nacidos y educados de esta forma, los antepasados t i estos muertos vivían según el régimen político que habíanc organizado, el cual es oportuno recordar brevemente. Pul que un régimen políiico es alim ento de los hombres: dr los hombres buenos, si es bueno, y de los malos, si es 1« contrario M. Es necesario, por tanto, demostrar que nue* tros padres han sido criados bajo una buena form a de go* biem o, merced a la cual tam bién ellos fueron virtuoso» como lo son los hombres de hoy, entre los cuales se ha llan estos muertos aquí presentes. Pues estaba vigente en tonces, como ahora, el m ism o sistema político, el gobier no de los mejores, que actualm ente nos rige y que desdi1 aquella ¿poca se ha m antenido la m ayor parte del tiem-d pe. Unos lo llam an gobierno del pueblo, otros te dan otro nombre, según les place, pero es, en realidad, un gobier no de selección con la aprobación de la m ayoría. Porque reyes siempre tenemos unas veces lo son por su lina je, otras veces por elección. Pero el poder de la ciudad co- 11 Al parecer, era Im pla n o m b rar a los dioses o lím p ico s en las ceremonias fúnebres. u Atenea y Hefesto, que enseñan las arfes, y Ares, que enseña el usode las arm as. Cf. Leyes X I 920de; Banquete 197a-b. Una opinión muy dilcrente, justo la conlrana. aparece refleja«da en República S44d-c. Cf,. también, ihid., 435a. ^ Cf., sobre el lipo de gobierno, idéntico parecer en Tucídides, II 37y 65; y, asim ism o, L isias, Epitafio 17-19; Demóstenes, Epitafio 25-26; Isó-chaTes. Púnatcnolco 131: Aeropagitico 20, En cu a nto a la invariable existencia de un sólo gobierno, la m ay o r parte del tiem po, el contexto p a ró dico es evidente; el, la o pinión opuesta en República 545e, 546a Basilés(«reyes») se refiere a los arecntes,
M E N É X E .N O 173111 sponde en su m ayor parte a la m ayoría, que concedeI ■m agistraturas y la autoridad a quienes parecen ser ent ihI.i raso los mejores. Y nadie es excluido por su ende-i Ir/ lisica, por ser pobre o de padres desconocidos \" , nii nnpoco recibe honra por los atributos contrarios, comoi n otras ciudades. Sójo existe una norm a: el que ha pare-■ ido sensato u honesto detenta la autoridad y los cargos,t i causa de este sistema político nuestro es la igualdad e(Id nacimiento. Porque otras ciudades están integradas porluimbres de toda condición y de procedencia desigual, de»un te que son lam bién desiguales sus formas de gobier-i i* i . (iranias y oligarquías. En ellas viven unos pocos con- iili-i ando a los demás como esclavos y la m ayor parte le-un ndo a éstos por amos. Nosotros, en cam bio, y nuestroslin manos, nacidos todos de una sola m adre, no nos con- 239a ideramos esclavos ni amos los unos de los otros, sino quel.i igualdad de nacim iento según naturaleza nos obliga aImscar una igualdad política de acuerdo con la ley y a noli.u ernos concesiones los unos a los otros por ningún otromuí ivo que por la estimación de la virtud y de la sensatez. ■•De aquí que, criados en plena liberLad* los padresil< estos muertos, que son tam bién los nuestros, y*i(tt<is muertos mismos, de noble cuna, además hayanmostrado a todos los hombres muchas acciones bellas, pri- bvada y públicam ente, convencidos de que era preciso com-liHlir por la libertad contra los griegos en Favor de los griegos y contra los bárbaros en favor de todos los griegos,tu m o rechazaron a E um olpo y a las A m azonas1’ y awiros aún antes que a ellos, que habían invadido el país, cómo defendieron a los argivos contra los cadmeos y a¡os heráclidas contra los argivos n , el tiempo es corto pa-m contarlo dignam ente. Además, los poetas ya lo han da- CT: T u c íd io e s , t i 37.,fl Cf. ibid., 2, 40; Isó c ra t k s, Panegírico 52-53. Cf. L is ia s , Epitafio 3 ss.; I s ó c r a t e s , Panegírico 66 ss.’t1 Cf. H e r ó d o t o , (X 27; J e n o f o n t e , Helénicas VI 5, 46.
174 DIÁLOGOS do a conocer a todos, celebrando en sus cantos magnítl camente su virtud. Si, por tanto, nosotros intentaran»* c celebrar las m ism as hazañas en prosa, quizás pareced mos inferiores. Por estas razones creo que debo pasar p<> alto estas gestas, pues ya tienen tam bién su estimación En cam bio, creo que debo recordar aquellas otras, de la cuales ningún poeta ha obtenido una fam a digna de temii tan dignos y que aún están en el olvido, haciendo su el gio y facilitando a otros el cam ino para que las introdu can en sus cantos y en oíros tipos de poesía de una man ra digna de los que las han llevado a cabo. De las hazañ d a que me refiero, he aquí las prim eras: a los persas, qu eran dueños de Asia y se disponían a someter a Europa, los detuvieron los hijos de esta tierra, nuestros padres, a quienes es justo y necesario que recordemos en prim er lugar para enaltecer su valor. Si se quiere hacer un buen elogio, es preciso observar ese valor trasladándose por la palabra a aquella época, en que toda Asia estaba someti* da, ya por tercera vez, a un rey. El prim ero de ellos, Ciro, tras conceder la libertad a los persas, sometió con la mis* e ma soberbia a sus propios conciudadanos y a los medas, sus señores, y puso bajo su mando el resto de Asia hasta E g ip to 1''; su hijo puso bajo el suyo Egipto y Libia, hasta donde le fue posible p e n e tra r10. El tercero, Darío, fijó240a por tierra los limites de su im perio hasta los escitas. Do« m inaba con sus naves el m ar y las islas, de m odo que na die se atrevía a enfrentarse con é l ' 1, y las opiniones de todos los hombres se hallaban sometidas a esclavitud: ¡tan numerosos y grandes y belicosos eran los pueblos que el poderío persa había subyugado! »Entonces Dario, tras habernos acusado a nosotros y a los eretrios de conspirar contra Sardes il, envió con ese Cí. TuctoiüBS. I 16; H e r ó d o t o , I 75-83; 127; 162-200.,0 Cf. H ekOd ot o , til 1-13.41 Cf, tbid., til 144; 151-159; IV.42 Cf. ibid., V 99-103.
MENÉXENO 175|m• ifxto quinientos m il hombres en barcos de transporte ilc «tierra y trescientas naves al roando de Datis, con laiitih n de que regresara conduciendo a los eretrios y a losNh ilienses, si quería conservar su cabeza. Y Datis, tras ñai q u i ' en dirección a Eretria, contra unos hombres que se• tildaban entonces entre los m ás famosos de los griegos• ii i l arte de la guerra y eran no pocos, los sometió en treslitan \" y, para que ninguno pudiese huir, escudriñó todo• I ilitis del modo siguiente: una vez que llegaron a las fron-(trits de Eretria, sus soldados se situaron a intervalos demui a m ar y, cogidos de las manos, recorrieron todo el(uiIk. para poder decir al Rey que ninguno se les había es-l up ad o \". Con el m ism o propósito, desde Eretria desero-Im icaron en M aratón, creyendo que les era fácil condu-• ii tam bién a los atenienses, después de haberlos sometí-•lo al m ism o yugo que a los de Eretria. De estas accio-iii unas habían sido ya efectuadas y las otras estabani pinito de Llevarse a cabo, pero ninguno de los griegospirstó ayuda a los de E re tria 45ni a los atenienses, excep-hi los lacedemonios — pero éstos Ilegaron al dia siguiente>li la batalla— 44; todos los demás, aterrorizados, se m anipulan inacijvos, dichosos de su seguridad presente. Trasudándose a aquel m om ento, se com prendería qué valien-!• fueron los que recibieron en M aratón el asalto de los 11 ¡;.n seis días, según H eródoto, VI 101. Cf., la m b id o , para esta ex-(tu dlclón, Leyes 111 698c. ** Hkródoto habla de la misma táctica persa referida a oíros epi-mullus, en 111 149; VI 31. Cí. el escepticismo del mismo Platón respecto•i ««lo estratagema en Leyes UI 698d. Véase, también, para esta cuestión,M VVbil, L'úrchéologie de Platón, París, 1959. pógs, 149-150. 11 Cf„ sin embargo, H e r ó d o t o , V I 100. v' No se menciona el contingente de mil soldados de Platea, que ayu-tliuon a los atenienses. Cf. H e r ó d o t o , VI 106-108. Cf. Una distinta ver-■i>>n ilel episodio en Leyes, III 698d-e. En cuanto a la tardanza de los lace-ili iiii>tilo s en llegar a Maratón, el mismo Platón la justifica por los imped im e n to s d e la guerra d e Mesenia. Cf. Leyes 111 698e. Cf., también, parai ilc e p is o d io , H e r ó d o t o , VI 106; 120.
176 DIALOGOS bárbaros, castigaron el orgullo de toda Asia y erigieron los primeros, un trofeo sobre los bárbaros, convirtiénd se en caudillos y enseñando a los demás que el poderi persa no era invencible, y que toda m u ltitu d corno toa e riqueza ceden al valor. Yo afirm o, pues, que aquellos hoifl bres fueron los padres no sólo de nuestras personas, situ tam bién de nuestra libertad y de la de todos los pueblo que habitan en este continente. Con sus ojos puestos -o aquella empresa, los griegos tuvieron la audacia de arrlaÉ garse en posteriores guerras por su salvación, convirtiéüW dose en discípulos de los hombres de M aratón. »Nuestro discurso, pues, debe otorgar ¡a prim era din«'241a tinción a aquellos hombres. La segunda, a los que com batieron en las batallas navales de Salam ina y Arir- m isión *’ y resultaron vencedores. Porque de estos horn* bres tam bién se podrían contar m uchas hazañas. qué asaltos sostuvieron por tierra y por m ar y cóm o ios re*' chazaron. Pero lo que, tam bién de ellos, me parece máx glorioso, lo recordaré diciendo que coronaron la obra co* menzada por los de M aratón. Porque los de M aratón sólo b habían demostrado a los griegos que por tierra era posi ble rechazar a un gran núm ero de bárbaros con pocoh hombres, pero con naves aún era dudoso y los persas te nían fam a de ser invencibles en el m ar por núm ero, rique za, habilidad y fuerza. Esto, precisamente, merece ser ala bado de los hombres que entonces com batieron por mar: que disiparon el tem or que poseía a los griegos y pusie ron fin al miedo que les inspiraba la m u ltitu d de naves y de hombres. Resultó, pues, que por obra de unos y otros, c los que com batieron en M aratón y los que participaron en la batalla nava) de Salam ina, fueron educados los de- 47 No se menciona la batalla de las Terraópílas. Tampoco a los aliados que (ornaron parle en las batallas de Artcmisión y Salamina, y cuyoconcurso fue decisivo, Cf. Heródoto, VIII 1-2; 44-48; véase, también, Leyes IV 707c-d. Para la presencia de los aliados, cf. Lisias, Epitafio 34, ytambién, ibld., 30-31, a propósito de Artemisión y de las Termópilas,
MENÉXENO 177tuAs griegos que, gracias a los que com batieron por tie-i ia y por m ar, aprendieron y se acostum braron a no temer a los bárbaros. »Menciono en lercer lugar, tanto por el núm ero comoluir el valor, la gesta que, por la salvación de Grecia, tuvolugar en Platea Ji, tarea com ún en esta ocasión a lacede-»ionios y atenienses ®. Todos ellos rechazaron la am enaza más grande y temible, y por su valor ahora nosotroslineemos su elogio y en ej futuro nuestros descendientes, ál'cro después de estos sucesos, m uchas ciudades griegascitaban aún a) lado de los bárbaros, y se anunciaba queel Rey en persona tenia intención de atacar de nuevo a losHi iegos. Es, pues, justo que recordemos tam bién a aquellos que culm inaron la empresa salvadora de sus prede-■esores, lim piand o el m ar y expulsando de él a todos loslirtrbaros. Fueron éstos los que com batieron con las naves en el E u rim e d o n le “ , los que participaron en la cam- epaña contra C h ip re 51 y los que hicieron la expedición al .gipto “ y a otros m uchos países. Es preciso que les recordemos y les agradezcamos haber logrado que el Rey.atemorizado, pensara en su propia salvación en lugar dem aquinar para la ruina de los griegos. »Nuestra ciudad (oda, pues, sostuvo hasta el final es-t» guerra contra los bárbaros por ella m ism a y por otros 242apueblos de idéntica lengua. Pero una vez hecha Ja paz, ycuando nuestra ciudad gozaba de respeto, le llegó lo quesuele suceder de parte de los hombres a los que tienen éxito: primero una rivalidad y, después de esta rivalidad, unaenvidia u . Y esto puso en guerra a nuestra ciudad, con-ira su voluntad, con los griegos. Después de esto, inicia-44 C f. H brOd o t o . (X 6-12; 30-32.■” Cf. ibul., 28-29; Lisias, Epitafio 46-47.« Cf. TucfoiDES, 1 100.5' Cf. Lbuí., 1112.” Cf. ibid.. I 109-110.53 Cf. L isia s , Epitafio 48.
178 d iX lo g o s da la guerra, vinieron a las m anos con los lacedemoni>'-. en Tanagra, com batiendo por la libertad de los beodo».b La batalla tuvo un resultado incierto 5A, pero la acción que le sucedió fue decisiva. Porque el enemigo se retirá y partió abandonando a los que socorrían, m ientras los nuestros, vencedores en E nófilo ^ al cabo de tres d iai hicieron volver con justicia a los injustam ente desterro* dos. Estos hombres fueron los primeros, después de ¡u n guerras médicas, que ayudaron a unos griegos contrac otros griegos en defensa de la libertad. Se comportaron como valientes y, después de haber liberado a los que so corrían, fueron sepultados los primeros en este mooumeli* to con la veneración de la ciudad. aDespués de estos acontecimientos, la guerra se gene ralizó y todos los griegos hicieron una expedición contra nosotros *, devastando el país y pagando de un m odo in digno la gratitud debida a nuestra ciudad. Los nuestros, después de haberlos vencido en una batalla naval y de haber capturado a sus jefes, los lacedemonios, en Es-d fa g ia 57, aunque les era posible darles muerte, les per donaron la vida, los devolvieron 58 e hicieron la paz, pen- 54 D io d o r o , X I 80. confirm a es(e extremo; sin embargo. T u c Id id b»,I 108, afirma que resollaron vencedores los lacedemonios. Clavaud, LeiMénexéne.. *. pág. 132. n. 114. se pregunta si el testimonio de Diodo]oino habría sido influenciado oor el Menéxeno. 55 Cf. Tur/oioas, 108. R e f i e r o a kaiigagort la expresión Irilé hémi-ra en el texto griego, c o n tal de soslayar tanto la idea de un combate deires días de duración en Enófilo, como la de una batalla librada en Enófilo a¡ cabo de tres días de la Tanagra. El testimonio citado de Tucídidesdice, cíeclivamente, q u e la expedición contra Beocia, en )a que luvo lug a r la batalla de Enófilo, se llevó a cabo a los sesenta y dos dias de laTanagra. P o r o l r n parte, según el mencionado testimonio de D i o d o r o labatalla se resolvió en un din entero (cf. X I 83). 56 Tampoco aquí se hace mención de los aliados con que contabaAleñas. Cf. Tucfoious, I) 9, 5» Cf. ibid., IV 8. 58 En realidad, los prisioneros no fueron devueltos hasta después dela paz de Nielas. Cf. ibid., IV 31-41.
MENÉXENO 179»nudo que contra los pueblos de la m ism a estirpe es preciso com batir hasta la victoria, y no destruir la co m un icad de los griegos por el resentim iento particular de unad u d ad , y contra los bárbaros hasta la destrucción. Son,por tanto, dignos de elogio estos hombres que reposantiquí después de haber hecho esta guerra, porque a quienes sostenían que en la anterior guerra contra los b á rb a ros otros habían sido superiores a los atenienses, les demostraron que no estaban en lo cierto. Dem ostraron en- etunees, al superar a la Grecia sublevada en la guerra y alt upturar a los caudillos de los demás griegos, que podíanvcncer con sus propias fuerzas a aquellos con los que unilla habían vencido a los bárbaros en com ún. »Después de esta paz, sobrevino una tercera guerrainesperada y terrible, en Ja cual perecieron m uchos valientes que reposan aquí. M uchos m urieron en la regiónile Sicilia, después de haber erigido numerosos trofeos por 243ala libertad de los leontinos en cuya ayuda hablan acu-■Iido, en cum plim iento de los p a c to s 00, navegando haciaaquellos lugares. Pero como a causa de la longitud de latravesía, la ciudad se hallaba en dificultades y no podíaauxiliarlos 61 renunciaron a esta guerra y sufrieron reveses, Sus enemigos, incluso después de haber com batidoi ontra ellos, tienen para su sensatez y valor m ás elogiosque para los otros sus propios amigos. Muchos m urieronlum bién en las batallas navales del Helesponto, tras haber apresado en una sola jornada todas las naves enemi- w Tucíoidhs, III 86, atestigua que el auténtico motivó de )a expedición era cortar el aprovisionamiento de) Peioponcso. ** Ed realidad, hubo dos expediciones. La primera tuvo lugar en 426n C. (cí. T u c Id id h s , 111 86-90), con el pretexto de los leontinos. La segun-dn, con el pretexto de su solicitud por parte de los egesteos, tuvo lugaren el 415 a. C. (cf. ibid., VI 6 ss.). Esta última, desde luego, no fue una gue-i ru «Inesperada», como se deduce del amplio testimonio de T ucíoides sobreel debate enire Nielas y Alcibtades (ibid., VI 7-25). 81 Según Tucídides (cf. VII 16 ss.), Atenas envió dos expediciones deiiuxllio.
180 DIÁLOGOSb gas y haber vencido a m uchas otras M. Cuando digo qui< la guerra fue terrible e inesperada, me refiero a que loa demás griegos llegaron a un grado tal de celos contra nui\". ira ciudad, que se atrevieron a negociar con su peor ene migo, el Rey 65. A aquél a quien habian expulsado en c o m ún con nosotros, de nuevo lo hacían venir por su inicisi- liva, u/> bárbaro conira los griegos, y reunían contra núes*c ira ciudad a todos los griegos y los bárbaros. Aquí, cier tamente, se m anifestó tam bién la fuerza y el valor de In ciudad. Pues cuando creían que ya estaba vencida y su.s naves bloqueadas en M ílilene, enviaron una ayuda de se senta naves, en las que em barcaron los mismos ciudada nos y, m ostrándose com o hombres valerosisimos, según la unánim e opinión, vencieron a los enemigos y liberaron a los amigos pero, víctim as de una suerte inmerecida, sin que pudieran ser recogidos del mar, reposan aquí *\ Cf. Je n o fo n te . Helénica I I, 12: Se trata de la batalla de Clcico(4)0 a. C.). Sin embargo. Jenofonte afirm a que no pudieron apresar ln¡»de los siracusanos. a la» que éstos prendieron luego. En cuanto a las •m uchas otras naves» que fueron vencidas, según el lexto, todo parece indicar que se u~jta de una referencia a oirás batallas de resultado más omenos incierto para los atenienses, concretamente Cynosema y SestosCf. Tucídidbs. VIII 105 ss. ‘ J Se refiere al Ir alado de A12 a. C-, concertado y renovado por loslacedetnonios y sos aliados con el rey de Persia. Cf. TucIdides, VIH 18;36-27; 57-S9. También en 408 a. C se llegó a un acuerdo enlre Espartay Persia (cf. Jenofonte, Helénicas 13. 13) y. en 407 a. C.. se selló la alianza deJJsandro con Ciro (cf. ibicL. 15. 5-10). Sin embargo, tam bién los asenienses hablan enviado ya una embajada al Rey (cf. Tucídides, IV 50) e,incluso, hablan concertado un tratado de paz (cf. Andúcides, Sobre la paz29). w Batalla de las Arginusas (406 a. C.). Sin embargo. J e n o f o n t e habla de ciento diez naves atenienses, más diez de Samos y treinta de losrestantes aliados, hasta un total de ciento cincuenta (cf. Helénicas I 6.16). En cuanto a la exclusiva participación ateniense, también J e n o f o n t e confirma que, por el contrario, hubo una movilización general, queincluso comprendía a los esclavos (cf. ibid., 1 6. 24). ci Se entiende en una tumba ficticia, dispuesta con el fin de celebrarel encomio de los desaparecidos en el combate. Cf. T u c íd id e s , I I 34,
MENÉXENO 181Dricemos recordarlos y elogiarlos siempre. Pues gracias d i mi valor ganamos no sólo aquella batalla naval, sino aden itis el resto de la guerra. Gracias a ellos la ciudad ha ad-(¡uirido la fam a de que jam ás sería sojuzgada en la gue-1 1 .1, ni siquiera por todos los hombres; reputación cierta,piit-íi hemos sido derrotados por nuestras propias disen-«imies y no por lo demás. Aún hoy no hemos sido vencj-i l i p o r aquellos enemigos, sino que nosotros mismos noshrmos vencido y derrotado. »Después de estos acontecimientos, una vez que se res-hihlccíó la calma y se hizo la paz con los otros, la guerra ei Ivil se desarrolló entre nosotros de tal form a que, si eldestino determ inara a los hombres a tener disensiones,nndie desearía que su propia ciudad sufriera de otro modo este m al. ¡Con qué buena disposición y fam iliaridadt<| entremezclaron los ciudadanos entre sí, tanto del Pi-iro como de la ciudad y, contra toda esperanza, con los>lt‘más griegos! ¡Con qué com edim iento pusieron fin a la 244a(/.tierra con los de Eleusis! Y la causa de todo esto nolitf otra que el parentesco real, que procura una am istad i)lida, fujidada sobre la com unidad de linaje, no de palabra sino de hecho. Es preciso tam bién recordar a aquellos que en esta guerra perecieron, víctimas unos de otros,v reconciliarlos en la m edida en que nos sea posible, cooplegarias y sacrificios, en ceremonias como éstas, invo-i ando a los que son sus d u e ñ o s 6’ , puesto que tam biénDiisotros estamos reconciliados. Pues no Llegaron a las m anas, unos contra otros, por m aldad ni por odio, sino por bun azar adverso. Nosotros mismos, los que vivimos, somos testigos de ello: siendo de su m ism o linaje, nos per- 46 Cí. Je n o fo n te , Helénicas U 4. 24-43. donde los hechos se narrandr m uy d is tin ta m a n e r a , urnio en lo locante al comportamiento de losI i cinta, como con respecto a la actitud de los atenienses con los envía-iIoü de Eleusis, a quienes dieron m u e r t e . 67 Alusión a los dioses infernales. Cf. n. 31.
182 ü iíl o g o s donamos m utuam ente lo que hemos hecho y lo que hemo» sufrido. »Después de es Lo, restablecida por completo la paz en tre nosotros, la ciudad se m antenía tranquila, perdonan do a los bárbaros que se lom aran cum p lid a venganza del mal que ella les había hecho, e indignada con los griegosc al recordar cóm o habían pagado los beneficios que ella les dispensó, uniéndose a los bárbaros, destruyendo las naves que en otro tiem po fueron su salvación y abatien* do las m urallas, a cam bio de las cuales nosotros habla mos im pedido que las suyas cayeran °5. «Resuella a no defender más a los griegos en caso de ser esclavizados los unos por los otros o por los barba' ros, asi transcurría la vida de la ciudad. M ientras estába mos en esta disposición, los lacedemonios creyeron que nosotros, salvadores de la libertad, estábamos abatidosd y que era asunto suyo reducir a los dem ás’a la esclavitud y lo llevaban a la p rác tic a *. »Pero ¿qué necesidad hay de extendernos? Los acon tecimientos que podría contar después de éstos, no son de un tiempo lejano ni de hombres de otra generación Nosotros mismos sabemos cómo recurrieron a nuestra ciudad, despavoridos, los prim eros de los griegos, los ar- givos, los beocios, y los corintios; y cómo, lo más extraorr dinario de todo, incluso el Rey llegó a un grado tal de di ficultad que, al cambiarse para él las tornas, de ninguna otra parte podía llegarle la salvación sino de esta ciudade que con tanto ardor había querido destruir. Y, ciertamen te, si alguien quisiera hacer a nuestra ciudad un repro che justo, sólo uno podría hacérsele con legitim idad: que siempre es compasiva en exceso y se cuida de) más 48 Cl. Jbnofonte, Helénicas II 2, 20. w Cf, ibid., III 2, 23. Éste es cl pasaje culminante de todas las distorsiones históricasque han aparecido en el texto, pues tales acontecimientos son todos posteriores a la muerte de Sócrates.
M£NÉXB.NO 183i l íb i l ’ 1. En efecto, en aquel tiem po no fue capaz de mos-11urse Firme y m antener la decisión que habla tom ado deno ayudar contra la esclavitud a ninguno de los que la ha- 245«lilan tratado injustamente, sino que se dejó doblegar y los■ ni orrió, Tras prestar ayuda ella m ism a a los griegos, losliberó de la esclavitud ” , de m odo que Fueron libres has-la i|ue de nuevo ellos m ism os se hicieron esclavos 7J. Allícy no se atrevió a socorrerlo por respeto a los trofeosilr M aratón, Salam ina y Platea, pero a) p e rm itir que sóloins exiliados y voluntarios acudiesen en su ayuda, lo salvii, según opinión unánim e u . Y después de haberse ree-<tll icúdo las m urallas y haberse construido una flota, acep- blii la guerra una vez que se vio forzada, y com batió a losI.h edemonios en favor de los de Paros >s. »Pero el Rey, temeroso de la ciudad, cuando vio que|ii*. iacedemonios renunciaban a la guerra por mar, que-i la abandonarnos y reclamaba a los griegos del continen-iit, que anteriorm ente los Iacedemonios le habianrn tregado’*, si había de seguir com batiendo con nos-i>11 os y los demás aliados, creyendo que no acudiríam oss que esto le serviría de pretexto a su defección. En cuan-tu a los otros aliados se engañó: los corintios, los argivos cv los beocios y el resto de los aliados consintieron en entre- 1 Cf. Tlc ídid es. 1 70. 2, 8.Cf. IV11 Jenofonte, Helénicas71 Cf. ibid.. V 2-4.M Alude a la ay u da q ue prestó Conón a los persas, con el consentimiento aleniensc, en la lu ch a contra los Iacedem onios. Según Isócmatcs|i I livúgotüs 52-57), C onón asesoró a los persas sobre la convenienciaili Imcer la g uerra co n tra los Iacedem onios p o r m ar. £1 Rey Je encomen-rli'i i-| m an do de la flota, con la que venció a los Iacedem onios en la b atalla naval de C nido (394 a. C.). Cf. Isócr., Fiüpo 63.La referencia a esta cam paña ha prom ovido no pocas enmiendasril el texto. Wii.amOWitz, Platón, pag. 136, y Clavaud, Le «Máncxéiic»...,Ifi6-!S7. sugieren que se alude a q u í a la tom a de Paros por Pasinos,|n'i Minnje desconocido, de la que nos ofrece testim onio Isócratos, en suI alnélico 18.Cf. Tucídidbs, V ) 11 18.
184 DIÁLOGOS gar a los griegos del continente, lo aceptaron por escriM y lo Firmaron, sí estaba dispuesto a darles dinero. Sólo d f l sotros no osamos ni entregárselos ni prestar juramento. Asi es en verdad de segura y sana la generosidad y la lnt; dependencia de nuestra ciudad, hostil por naturaleza ftu d bárbaro, porque somos griegos puros y sin mezcla u bárbaros n . Pues no habitan con nosotros ni Pelop.s lili Cadmos ni Egiptos o Dáñaos, ni tantos otros que son luí baros por naturaleza y griegos por )a ley, sino que hablt tamos nosotros mismos, griegos y no semibárbaros, <Ui donde el odio puro a la gente extranjera de que está ¡;i. buida nuestra ciudad. A pesar de eso, fuim os dejados suw e los una vez m ás por no querer perpetrar un acto ver* gonzoso y sacrilego entregando unos griegos a los bíir* bat os n . Llegados, pues, a la m ism a situación que yii anteriorm ente había causado nuestra derrota, con la ayiJi da de los dioses term inam os la guerra m ejor que a n te « porque desistimos de las hostilidades conservando las n t l ves, las m urallas y nuestras propias c o lo n ias711, de tul manera que tam bién los enemigos las finalizaron con agra< do. Sin embargo, tam bién perdimos hombres valientes vn esta guerra, víctimas de las dificultades del terreno en C<>’246a rinto y de la traición e n Lequeón ts>. T am bién fueron v a lerosos los que libraron al Rey y expulsaron del m ar a Ion lacedemonios: yo os los (raigo a la m em oria. A vosotroa corresponde ju n ta r vuestras alabanzas a las mías y glorl* ficar a tales héroes. ’ » Cf. n. 28. ,e Re/e rente 3 Ja paz de Antá leídas (387 a. C.); cf. Jemofoníc, Helé nicas V l. Del testimonio de [súcsatcs. Panegírico 175. se deduce que lól atenienses tuvieron igual responsabilidad y actitud que los lacedcmoniul en la aceptación de las condiciones de la paz. n Cf. Je n o fo n te . Helénicas, V 1. 28-31. #1) Cf. ibid., IV 4. 6; D i o o o r o , Biblioteca 14, 86.
MENÉXENO 185 E x h o r t a c ió n a lo s v iv o s »Éstas son, pues, las obras de los hom bres que repo-iuii uquí y de los otros que han m uerto en defensa de lai Itulad; numerosas y bellas las que he expuesto, pero másnumerosas aún y más bellas las que omito. Muchos dias b¥ noches no bastarían al que tuviera la idea de enumerar-Int. todas. Es preciso, por tanto, que, al recordarlas, cadauno recomiende a los descendientes de estos héroes que,i mno en la guerra, no deserten del puesto de sus antepa-Indos ni retrocedan cediendo a la cobardía. Yo m ism o,l'iiqs, hijos de valientes, os lo recomiendo ahora, y en elluluro, cuando encuentre a alguno de vosotros, tam bién c■r lo recordaré, y os exhortaré a desear vivamente ser lomás valerosos posible. En esta ocasión es justo que men-i lorie lo que los padres nos encargaban com unicar a los^juc en cada ocasión dejarían, si les pasaba algo, cuando disponían a afrontar un peligro. Os repetiré lo que de«■líos m ism os escuché y lo que con agrado os dirían, si p u dieran, conjeturándolo de lo que entonces m anifestaban.I ruéis que im aginar, por tam o, que escucháis de sus prolijos labios lo que voy a exponeros. »He aquí lo que d e c ía n 8’: 'Muchachos, que sois de padres valerosos, este m ism o d.a to de ahora lo demuest ra: aunque podíamos vivir sin honor, escogimos m orir con honra, antes que precipitaros.1 vosotros y a vuestra posteridad en el oprobio y antes dedeshonrar a nuestros padres y a todo el linaje que nos haprecedido, convencidos de que no hay vida posible paraquien deshonra a los suyos y de que un hom bre tal no tie- *■ Se inicia ahora la prosopopeya de los muertos que se dirigen, primero, a sus hijos y, posteriormente, a sus padres. Esta innovación, eni>l Ambito de la oración fúnebre, acoge sin embargo una serie de lópicosununles. Cf. R. LcC l a v a u d , «Ménexéne»..., págs. 203 y sigs.
DIÁLOGOS ne ningún am igo ni entre los hombres ni entre los diosc», ni sobre la tierra ni bajo la (ierra después de muerto, li# preciso, pues, que recordando nuestras palabras, cuntí e quier tarea que emprendáis, la realicéis con virtud, suboJ dores de que. sin ello, todo lo demás, las adquisiciones y las actividades son vergonzosas y viles. Porque ni la rjqudj za da prestigio a quien la posee con cobardía — un honi' bre tal es rico para otro y no para sí m ism o—, ni la b e l » za del cuerpo y la Tuerza asociadas a un cobarde y malva do parecen apropiadas, sino inapropiadas, porque ponen más en evidencia al que las tiene y revelan claramente mi247a cobardía. En fin, toda ciencia separada de la justicia y de las dem ás virtudes se revela com o astucia, no como sabij duría. Por estas razones, en prim er lugar, en ú ltim o lu gar y en todo momento, intentad poner vuestro empeflo en aventajarnos sobre Lodo en gloria a nosotros y a los que nos precedieron. En caso contrario, sabed que, si nos otros os superamos en virtud, nuestra victoria nos aver güenza, mientras que nuestra derrota, si somos vencidos, nos hace felices y sobre todo seríamos vencidos y vus- b otros nos venceríais, si estuvierais dispuestos a no hacet mal uso de la gloria de vuestros antepasados y a no dila pidarla, sabedores de que para un hom bre que cree tener alguna valía nada hay m ás vergonzoso que pretender que se le eslime no por si m ism o sino por la reputación de sus antepasados. Los honores de los padres son para sus des* cendienies un tesoro bello y magnífico. Pero hacer uso de un tesoro de dinero y honores y no t ransm itirio a los des cendientes, por no haber adquirido uno m ism o bienes per sonales y buena fam a, es vergonzoso e indigno de un hombre. c »’Si ponéis en práctica estos consejos, vendréis a nos otros como amigos a casa de amigos, cuando os traiga aquí la suerte que os esté reservada. Pero si los descuidáis y os mostráis cobardes, nadie os acogerá de buen grado. Que se diga esto a nuestros hijos.
MF.NÉXtLNO 187 n‘A nuest ros padres, si aún viven, y a nuestras m adres'■ preciso exhortarlos sin cesar a soportar de la mejor ma-iii i a posible la desgracia, si se llega a producir, y no la-mentarse con ellos — no necesitarán que se Ies allija, pues d«•I infortunio acaecido les causará suficiente pesar— , si-no cuidándolos y calm ándolos, recordarles que los dioseshiin escuchado sus principales súplicas. Porque no habíanpodido tener hijos inmortales sino valientes y famososV esos bienes, que se cuentan entre los m ás grandes, loslitin obtenido. Y no es fácil para un m oría) que, en el cur- de su existencia, todo suceda según deseo. Soportandovirilmente las desgracias, parecerá que realmente son pa-ili es de hijos valerosos y que ellos m ism os también lo son: eni, por el contrario, ceden a su dolor, levantarán la sospe-i Im de que no son nuestros padres o de que quienes nos«logian m ienten. N inguna de las dos cosas es convenien-li!, sino que ellos deben ser quienes, sobre todo, nos elogien con su conducta, mostrando claramente que son hom bres y en verdad padres de hombres. Porque hace ya tíem-pu que el dicho nada en demasía parece acertado w. Yi cálmente lo es. El hom bre que hace depender de si m ismo iodo aquello que conduce a la felicidad o se le aproxi- 248amu, y no lo supedita a oíros, cuya buena o m ala fortuna(orzarían tam bién a la suya propia a flo tara la deriva, esehombre tiene ordenada su vida de una manera óptim a; ése•••sel sabio, ése el valeroso y sagaz. Y ése, sobre todo, la n ío si le vienen riquezas e hijos como si los pierde, darát rédito al proverbio: no se le verá ni dem asiado alegre nidemasiado triste, porque confía en sí m is m o ” . Así pre- bleudemos que sean tam bién los nuestros, lo deseamos ylo afirmamos, y así nosotros m ismos nos presentamos hoy, Ct. L is ia s , E p ita fio 77-79. ** Mártima atribuida a uno de los S itie Sabios. Véase PfolúltoruíI43a-b; H b s ío d o , Trabajos y Días 40. Cf. J. D ep radas, Les Thémes de la/iropagande ddphique, París, 1954, págs. 274-278. í4 Ci'. República 387d e.
188 DIÁLOGOS ni indignados ni temerosos en exceso sí tenemos que mo rir ahora. Pedimos, pues, a nuestros padres y a nuestra« m adres que, sirviéndose de esta m ism a disposición, pm sen el resto de su vida y que sepan que no nos alegrar'ui más con quejas y lamentos, sino que si los muertos lie- c nen alguna sensación de los vivos, de n ingún otro modo nos podrían disgustar m ás que haciéndose daño y dejílw dose abrum ar por las desgracias, m ientras que muchos nos alegrarían si las soportaran con ligereza y mesui.i. Porque nuestra vida tendrá el Fin m ás bello que exista pa> ra los hombres, de suerte que conviene celebrarla más qmi lam entarla; y en cuanio a nuestras m ujeres e hijos, si sr cuidan de ellos, si los m antienen y aplican a ello su men- d te, tal vez olviden m ejor su infortunio y lleven una vida más bella, más recta y rnás agradable a nosotros. Es sufi ciente con que com uniquéis esto, de nuestra parte, a nues tros parientes. A la ciudad le recomendaríamos que se rniti hiciera cargo de nuestros padres e hijos, educando con» | venientem enie a los unos, y m anteniendo dignam ente ;i los otros en su vejez. Pero ya sabemos que aún sin núes» tras recomendaciones, se cuidará de ello suficiente mente' *i . »Estas palabras, hijos y padres de los muertos, me han e encargado trasm itíroslas y yo lo hago c o n la m ejor buenn f voluntad de que soy capaz. Por m i parte pido, en nom bn de ellos, a los hijos que im iten a sus padres y a los otros que tengan confianza sobre su propia suerte, convencidos de que privada y públicam ente os m antendrem os en la ve jez y de que cada uno de nosotros, cada vez que encuen tre en cualquier lugar a algún pariente de los muertos, le prestará su ayuda. En cuanto a la ciudad, vosotros mis mos sin duda conocéis su solicitud: después de haber es tablecido leyes a favor de )os hijos y de los padres de los249o m uertos en la guerra, cuida de ellos y tiene ordenado a*5 C f. T uc/nrtics, ti 46; U s ía s , Epuajio 71-76.
MF.NÉXb'.NO 189tu m áxim a m agistratura vigilar que los padres y las ma-tljrés de los muertos, roas que el resto de los ciudadanos,un sean victimas de la injusticia. A los hijos la ciudad mis-• Hit contribuye a educarlos; deseosa de que su orfandadli . pase inadvertida, asume ante ellos las funciones de pa-ilir mientras aún son niños y, cuando llegan a la edad adul-i.l, los envía en posesión de sus bienes, después de baber-Id'. revestido de una arm adura com pleta; ella Jes ensena\les recuerda las hazañas de sus padres, dándoles los ó rnanos del valor paterno y al m ism o tiempo, a modo de blitien augurio, e) perm iso para entrar por vez prim era a)litigar paterno para gobernarlo con fortaleza, revestidos•Ir sus armas. A los muertos m ism os no deja de honrar-lir,: cada año celebra en com ún para iodos las ceremoniasi|ut- es costumbre celebrar para cada uno en privado. Ade-irt.is de esto, establece certámenes gim násticos e hípicoss concursos musicales de todo tipo En una palabra,i< pecto a los muertos ocupa el lugar de heredero y delii|i>; respecto a los hijos, el de padre, y respecto a los pa- cdu.'s de éstos, el de tutor, dedicando lodo su cuidado en-iodo momento a todos. «Con estas reflexiones, debéis sobrellevar con más11.m quilidad vuestra desgracia. Así seríais más queridosplira los m uertos y para los vivos y os sería más fácil darHlenciones y recibirlas. Y ahora que ya vosotros y los de-m.is todos habéis llorado a los m uertos según la ley,i i-i iráos ¿7.» EPÍLOGO Ahí tienes, Menéxeno, el discurso de Aspasia de Mileto. d M en. — Por Zeus, Sócrates, dichosa es, según dices, Asíosla si es capaz, siendo m ujer, de com poner semejantes.liscursos.i* Cf. L isia s , Epitafio 80.*7 Cf, T u c Id id e s , 11 46.
J 90 D i/ LOGOS Sóc. — Bien, si no me crees, acom páñam e y la oirás J in blar en persona. M e n . — Muchas veces, Sócrates, me he encontrado coffil Aspasia y sé lo que vale. Sóc. — ¿Cóm o? ¿N o la adm iras y no le agradeces hoy su discurso? M e n . — Muy agradecido le quedo, Sócrates, por cslfle discurso a ella o a quien te lo ha cornado, quienquiera qur sea. Y, adem ás, le quedo m uy agradecido al que io lia pronunciado. Sóc. — Está bien. Pero no me delates, si quieres q u í alguna ol ra vez tam bién te dé a conocer m uchos y hermfl* ■sos discursos políticos de e l)a to. M en . — Ten confianza, no te delataré. Tú sólo comu* nfca m e lo s. Sóc. — Asi será. ®5 Alusión a los discursos de carácter público (cf. C l a v a u o , Lencxénen..., págs. 88 y sigs.J. tínire los que se incluyen las oraciones fún*-bre$, aunque no parece que aquí el contexto se refiera exelusivanienlta eslas illtimas. Cf. la Lntroducción. n. 12, y n. 24 del (exlo.
EU T ID EM O
IN T R O D U C C IÓ NI Naturaleza y contenido del diálogo Los designios de la fam a parecen haber sido un tanto■i ueles con el Eutidemo. Sin necesidad de mayores esfuerzos para justificar su inclusión en el corpus pluionicunt porque sólo muy pocos y, entre ellos, el infatigable VonAst se atrevieron en el siglo pasado a dudar de suautenticidad— , ha conservado desde la tardía antigüedadUn placentero y casi inofensivo lugar ju n to a otras obrasreconocidas como superiores, tales como el Protágoras,rl Gargias y el Menón. A excepción de un filósofo epicú-i'eo, Colotes de Lámpsaco, que, allá por el siglo ni a. C,,perturbó la tran q u ilid ad del diálogo atacándolo en un es-I I ito, ha gozado siempre éste de un a relativa indiferen-■ia por parte de críticos y lectores de todos los tiempos. Pero lo curioso de tal destino radica en que, si bien noImy obra alguna de Platón frente a la cual resulte posiblepermanecer indiferente, es el Eutidem o uno de aquellosdiálogos m ás inquietos y mordaces, que encierra una vehemencia que hasta puede calificarse, por momentos, devolcánica. Su factura, como su propósito, no guardan secretos.Sun casi simples y manifiestos. El diálogo se abre y cierra con una conversación de Critón con Sócrates. £ n elmedio, como si estuviese cuidadosamente depositado den-611— 13
194 D IÁ L O G O Stro de una cápsula para contener su estallido, figura rlnúcleo del diálogo: el reíalo que Sócrates hace de las <11>>cusiones mantenidas el día anterior con dos renombim luísofistas extranjeros — Eutideroo y Dionisodoro— , en |u%recintos del Liceo. En el vestuario, para ser más preciso*El escenario, pues, no es otro que el del Lisis. Y Criiini,que había estado allí presente, no logró escucharlas. , El propósito declarado del diálogo lo pone Platón Varias veces en boca de Sócrates a lo largo de la obra: peMsuadir al joven Clinias — el nieto de Alcibíades el v ie jo « !que se encontraba con ellos en el lugar, de que es neceadrio filosofar — ejercitarse en el saber— y ocuparse de ln.virtud (arelé). Lo que persigue fundam entalm ente es exhl< |bír cómo lo alcanzan los extranjeros, de qué medios se vü*len ellos, cuya celebridad era grande por la eficacia y rapidez de su enseñanza, y si, en verdad lo logran, o no, La narración se sucede en dos series de secuencias re*cúrrenles, hábilmente entrelazadas y con un ritmo gradual de creciente tensión. Entre los tres ensayos que practican los sofistas poniendo de m anifiesto los mecanismosde su enseñanza, se intercalan dos exhortaciones al filo*sofar, esgrimidas con modesta ironía por Sócrates, perocon singular Fuerza de convicción, para hacer evidente ladiferencia de procedimientos. Mas la intención de Platónno es sólo ésa: es la de mostrar, tam bién, a través de losocasionales interlocutores — el apuesto Clinias y el fogoso Ctesipo— , los resultados que pueden alcanzarse por cada una de las dos vías. Los recursos que despliega Platón en la obra son, como bien han dicho algunos estudiosos, efectivamente teatrales. Los personajes poseen contornos psicológicos acabados y las escenas una vitalidad muchas veces notable.Ésos han sido, quizá, los principales factores para subestim ar el alcance especulativo del diálogo, reduciéndolo,en su maestría, a una sim ple pieza de comedia con ribetes aristofanescos. Es cierto que los dos sofistas llegan a
EUTJDEMO 195nmMr arsc demasiado caricaturescos y que sus argucias,<il|’iinas de dudoso sabor, resultan, sobre todo hacia el fi-mid de la obra, de un calibre excesivo. Es cierto, tam bién, parecen un tanto esquem áticas las transform acionesi|in' se operan en Clinias y en Ctesipo, por obra de las ex-liiii (aciones socráticas y las refutaciones sofisticas respec-11v¡tíllente. Pero no puede negarse la habilidad del artifi-i o en el cuidado arm ado de las secuencias y en la destre-m de articular en un todo dinám ico pensamiento y acción. Porque, naturalm ente, no se trata sólo de enfrenca-tnli-ntos de personajes. Ellos son, en el fondo, métodos que i»oponen y luchan: el de la refutación erística, por un la-tlii, y el de la dialéctica socrática, por el otro. Ambos di-lliTen de las técnicas retóricas y exigen una sum isión alejercicio ordenado de la pregunta y la respuesta; pero am-lius so oponen, en cuanto a sus pretensiones y a Jos objetivos buscados. M ientras uno se jacta de poder enseñarI i virtud en el m enor tiempo, a través de una superficiali 'insistencia verbal que se vale de) recurso de la pregun-1.1,sin más que una alternativa en la respuesta, el otro cau c e de urgencias, es capaz de deslizarse por encim a delos inevitables equívocos con que el uso reviste a las palabras — capaz de trascender el mero plano lingüístico— ,V nccptar las m odalidades inevitables de las respuestas.1n manera que Platón encontró para enfrentar esos m étodos que al inexperto podían parecer afines por su forma exterior, al inexperto ilustrado que prejuiciosamentei cchaza con mayor violencia a uno y contempla con algúndeje de displicente resignación al otro — cosa que hace elim ónim o personaje que aparece al fin a l— , fue el de insu-llarles vida en un cuerpo. Así es, pues, como se enfrentan. £1 propósito perseguido podrá parecer e) m ism o, pero no lo es. Uno apelará ala feroz contienda de) pancracío (v. n. 9), y su meta no será otra que la de derribar al adversario; el otro preferiráuna búsqueda conjunta, una suerte de caza que exige per
196 D IÁ L O G O Sseverancia como auxilio en el acecho. La erística no bimlcará más que el triunfo verbal; la dialéctica socrática, vricam bio, intentará alcanzar un conocimiento: ese coniie|Smiento, precisamente, «en el que estén reunidos, a la vojdtanto el producir como el saber usar eso que se producirá(289b). Ambos métodos son recíprocamente excluyentes. Plitntón ha optado por ci segundo. El diálogo constituye loprueba más acabada. El prim ero es artificioso y esténlidestruye al adversario, pero se destruye tam bién a si mlHmo (v. n. 63). Su resultado es nulo. Quien lo asume eslicondenado a una ronda de repeticiones inacabables. El segundo, sencillo y grávido, ofrece por lo menos, consejen*lemente asum ido, la posibilidad de una vía: «ve tras ellaardorosamente y ponte a ejercitarla, como dice el proverbio, 'tú y contigo lus hijos'» (307c).2. Estructura del diálogo La obra presenta con toda nitidez diversos momento»o secciones que pueden disponerse de la siguiente manera:I. P r ó l o g o (27 la - 27 5c) D iálo g o inicial entre CftjrdN y S ócrates.II. D e s a r r o l l o (275c-304b) 1. Reíalo del prim er diálogo con los sofistas (275c-277c). Interlocutores: Euviuewo. D io n is o c d r o , C l i m a s y S ó c r a t e s . 2. Relato de la p rim e ra exhortación socrática (277d-282e). Interlocutores: C u m ia s y S ó c r a t e s . 3. Relato del segundo d iálo g o con los sofistas (283a-288d). Interlocutores: D io n is o d o r o , S ó c r a t e s , C t e s i p o , E u t i d e m o . 4 R elato de la segunda exhortación socrática (288d-290e). Interlocutores: Clinias y S ócrates 5. D iálo g o central entre C k it ó n y S ó c r a t e s (290e-293a). 6. Relato del tercer diálogo con los solistas (293b-304b). Interlocutores: E u t i d b m o , S ó c r a t e s , D io n is o d o r o y C t e s i p o .1(1. E p íl o g o (304c-307e) Diálogo final e n tre G r it ó n y S ó c r a t e s .
ELT ID E .M O 197 I ii secuencia de los relatos de los diálogos con los so-I milis no exhibe otro progreso que el del mayor número■li I.ilacias a las que recurren los vanidosos sofistas en su lu í de triu n fa re n las discusiones. B oniU y G iflord han• numerado veintiuna, de las cuales el tercer momento con-iii nc algo menos de la m itad. No se trata, en todos los ca-)Uk, de meras argucias verbales. Las hay que encierran im-I•■>■i.iiites y difíciles problemas filosóficos: la naturalezatli I «es» predicativo (283d. 284c), la confusión del signifi-• nilo relativo con el absoluto (293c, 295e), la que conclu- i la im posibilidad de contradecir (285e). las que se re-1\" ii-inan con el principio lógico de no contradicción (298c),■ii I’i ecisamente, la lucidez que m uestra Platón en la ex-i >' lición de las falacias, y en la naturaleza de las cuestio-h. . involucradas, ha llevado a algunos autores — como Th.I lom perz en el siglo pasado e I. M. Crom bie en el pre-iirnle— a sostener, por la vinculación que tienen con te-mus filosóficos más extensamente desarrollados en Tee-W ü y Sofista, una datación posterior de la fecha de com posición del diálogo, f*or o( ro lado, la naturaleza y el núm ero de las falaciasempleadas, han vinculado ya desde la antigüedad a estediíUogo con las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, don-de m uchas de ellas aparecen analizadas. En verdad, como dice G. Ryle, Platón trata dram áticam ente en el Euti-iti'ino lo que, después, Aristóteles examina científicamente(mi sus Refutaciones. Y es tan llam ativa la relación entre.unbas obras en este aspecto, que hasta un autor del siglopasado — Karl Lüddecke— llegó a sostener — negando, co-inu Von Ast, autenticidad al diálogo— que el Eutidem o no<i a m ás que una com pilación realizada por un aristotéli-i o de los ejemplos que aparecen en las Refutaciones so-¡ts/icas. Con lo cual quiso, seguramente, tirar por tierralh apreciación fam osa de V. Cousin: «l'ouvrage d'Aristote
198 DIÁLOGOSintitulé De la Réfitiation des sophismes n’est pas autre ch a Ise que 1'Euthyd&me réduit en form ules générales». La secuencia de los dos protréptícos socráticos o fr e Bce, en cam bio, un sostenido progreso. En el primero, p a r «tiendo de la premisa de que todos los hombres quieren serdichosos o felices, se llega a ad m itir, de com ún acuerdo, Ique el m edio para ello son los bienes, y que no basta sólo Icon poseerlos, sino que hace falta saber usarlos. En consecuencia, sólo la posesión de un conocim iento permite Isu buen uso. En el segundo protréplico se indaga enton- Ices acerca de la naturaleza del conocim iento que es necc* Isario poseer para lograr ese buen uso, pero la dificultad 1del asunto no permite establecerlo con alguna precisión. I El valor, sin embargo, de estos protréptícos socráticos Ino escapó, naturalmente, a los ojos de los antiguos, y Jám- Iblico — tiñes del siglo m y comienzos del iv— los maneja Iy transcribe resum idam ente en su obra denom inada pie- Icisamente Proiréplicc (v. n. 40 y, tam bién, las h'neas I293a5-6, transcritas por Jám blico en 27, 9-10).3. Acción drnm uñca y ubicación del diálogo JCasi todos los autores coinciden en que la acción trans-curre entre el 415 y el 404 a. C. No están, sin embargo; Ide acuerdo acerca de la ubicación relativa con respecto Ide los otros diálogos que Platón escribió en el periodo quese suele denom inar de transición (388-385); pero es jndu- Idable, como también lo confirm an los recientes esludios 1de Leonard Brandw ood (The Dating o j Plato's Works hy ISiylistic Method, Londres, 1958), que se halla ju n to al Me■ ]i7ón y al Gorgias. NOTA SO B R E EL TEXTO He s e g u id o , en g e n e r a l , la e d i c i ó n d e J. B u R N g T e n Ptalonis Opera, v o i, |III, O xlo i- d , 1903 ( r e im p r e s ió n , 1957), p o r o le n ie n d o a la v is ta la n ío la an-
EU T1DE.MO 199|i I I i i i e dición c r i t i c a d e M . S c h a n z . P lalo n is E u llty üe n m s, V V Ü r z b u r g o .I N / A c o m o la s posteriores y excelentes ediciones críticas d e E . H . G ir-I’iim ii, The E tithydenitts o j Pialo. O x f o r d , 1 9 0 5 ( h a y r e i m p r e s i ó n d e ( 9 7 3 ) , I Mi:,KiDiER,on Platon. Oeuvres complètes, vol. 5 , l . J parle, P a r is , J 9 3 flit u l i l i / . a d o , as im is m o , el le x l o y co m e n ta rio d e G . AmmBndoLA, Plutone,/ i uluh'ino. M i l á n , 1 9 3 6 ( h a y reim presión d e 1957). y cl a r t í c u l o t ic O . J|ii Vhiks, • N o i e s o n sam e passages in the Eiithydeniiisn, en M iiem osyiw| M I '»72>. 42-55. Me lie ap artad o en varias ocasiones, casi siempre sobre la base de esosliiilm jos y de algunos otros, del ICMIo l ijad o por Burnet. A fin de que elli i lor interesado pueda conocer esas diferencias, fig ura a c o n tin u a ciónlitui la b ia de divergencias con i im del e d ito r o esiliti ¡oso cuya lec-tina \c sigue.I Intuís Lectiva de Burnet Leetura seguida.'/K12-3 [nal ■fi toìvtov (jà y p ndvTtav K p a rs iv , Schanz. ËOTl KpaXEÌv] sin aietizar. Gifford. sin atprizar, GlFFORO.J7&Ó [ocra] x i. GlTTORD. sin atelizar, O iantraine.;v.ic7 r6i&cfKTéov3 g ia ijtìa p fi. W ells. 6|ifv. S tauubaum.VMS uou <5por o ó , c o n i. (v. n. 31).J74;t5 [&pcrrov] k c n a fk c X w v . Am me nu» la .,75b4 6ia$0EÍpr) ¿Ttl TÓ. MÉRIDII:»-m c i V>v òé ( j o i S o t c E Ì , G ì t t o H d .J77:ì6 ip a oò (oC) Tl<^ occhio . SCJIANZ-277dl KaxapaÀòv A e ì v . S ta u .baum.;7B;i7 à t ; , StALLBAUXt.278có ■\"3 [vouv £ v ^' BABIIAM.280a7 8é, ftot 8ox.£f,M d4 ti aa<f»lat (¿>c) ¿x m tp iXtyov. Sciunìl.‘H(k!6,>Slb8 Azi 2o t i 5 i aÓK d X a ^ v . Mthttniwt.2«2c4,’H3cS ñ ¿KetvoL, D e V rtes. voDv '¿\csv ÓKOÓCù. . . [àno5£ÌK V U H l], B a» óx; yàp EXtyov SCTTiv ÔÉ, f,v 6’ ¿y¿), HAM y WlLAMOWITZ. v. n. 64.2«4b6 oòk à\aC,à>v T o u t < p y ’ o ó . . . x p fjo Q a t. B aj>-285e5 èneiva &KOÙOV.. . òmaheInvo HAM. li1<!86e5-S787c3 [TOÚTÍjl t@... xP^a0a lì
200 DIALOGOSUneos Lectura de Burnet Lectura seguidai m i &£ÌV Seivocm^, Mériditr.293d3 uarayett; ndvTO Xi-ye«;. GiFFORn.294d8 Itòv EòSóSrinov] sin aletizar, Ammendol*.29Sa8-9 [oók 6v] .sin atetizar, Gifford.298d4 K6>fJl&V ¡ÌOiSÌCÙV, MÉBIDIER.299d4 XpñvaL YjDJ^LíTÍTG. AAÌMHJÌDOLL [tò 0O<y>ÓV ], Méridier.30<idl TÒ OOQ&\> XpcrTÍOTOl?. M0UDIE8-305a5 KpàTLUrOt oCriaq, Wilanowttz.305e5 6 vt exi Entre la s t r a d u c c io n e s a o í r o s i d io m a s q u e m e r e c e n m e n c io n a r s e , IIg u r a r t l a de R . K e n t S p r a c u e , Plato, Eidthydemus, I n d i a n a p o l i s , 1 9 6 5 , yl a d e A . Z e j ’PJ T u t t a . Platone. Euridemo, F l o r e n c i a , 1 9 6 9 . BIBLIOGRAFÍA El lector ya conoce las im p o rta n tís im a s obras de W. K. C. G u th rie yde P. Fried h e n d e r, a las que se ha re m itid o perm anentem ente en estüed ic ió n . C o m o en el caso dei Eutidetno la b ib lio g ra fía do es numerosa,incluyo la nóm ina de aquellos trabajos que me parecen más interesan'(es y com pletos.H. Boni i?. Platonische S tu d ia i, 3.a cd.. Berlín. 1886, págs. 93-151.K. Praeciiteh,« Plato und Ett(hydeimt&»t Phílofogus 87 (1932). 12] ■135<=■' Kleine Schri{/en, Hiídesheim, í 973, págs- 14-28).M. B uccellato. <*La polem ica ami-solistica del VEti/idemo e i) suo inte resse dottrinale-». Rivt crii. di Storio della Filosofia 7 (1952}, 81-103 (ahora in clu id a en La retorica sofistica negli scritti di Piatone, M i lán, 1953).R. Kekit SfRAUUB, Piato’s use o( Fallacy. A Study of thè «Euthydenius» and some other dialogues, Londres, 1962.L. S t r a u s s , t'O n th è Ltttliydemns», Interpretaron 1 (1970), 1-20,H . K iìui.uki, U n te r s u c /n in g e n z u P la io n s * E u th y d e n i» 1 W ie s b a d e n , 1 9 7 KA , J. TestuoiÌirCj L e s tr.ois « P r o t r e p t iq u e s » d e P la t o n . E u t h y d è m e , P ltè d o n , E p in o n tts , P a rís , 1973.
E U T ID E M O CÍUTÓN, SÓCRATES Crjtón. — ¿Quién era, Sócrates, aquel con quien habla- 271olut.s ayer en el L ic e o 1? Os rodeaba tanta gente, que siliten me acerqué yo para tratar de escuchar, no pude en-ii'iider claram ente nada. E m p inánd om e logré, sin em-liiirgo, ver algo y me pareció extranjero tu interlocutor., Quién era? S ó c r a t e s . — ¿Por cuál preguntas, C ritón? ¡No hablalino, sino que eran dos! C r it . — E l que digo yo estaba sentado en el segundolugar a tu derecha. En m edio se hallaba el joven hijo de b1 E l U c e o e r a u n o d e lo s tre s m á s fa m o s o s g im n a s io s d e A te n a s . C o m o la A c a d e m ia y el C in o s a r g e s — lo s o tr o s d o s — , e s ta b a s itu a d o fu e r ailc lo s m u r o s d e la c iu d a d . S e h a lla b a h a c ia e) E s te , r e c o s ta d o s o b re lalu id a s u r d e l m o n te L íc a b e lo . n o le jo s de la m a r g e n d e re c h a d e l llis o . enlo s a lr e d e d o r e s d e u n lu g a r d o n d e , p r e s u m ib le m e n t e , e x is tió a lg ú n t e m p lo o a lia r d e A p o lo L ice o . S ó c ra te s lo fre c u e n ta b a h a b itu a lm e n te , ta li o rn o lo in d ic a n c o n c la r id a d lo s c o m ie n z o s d el E u t ifr ó t i (2 a l). d e l L is is( 2 0 3 a 1) y e l f i n a l d e l B a n q u e t e ( 2 3 3 d 8 ) . L o s g i m n a s i o s n o c o n s t i t u í a n s i m p le m e n te re c in to s p a r a r e a liz a r e je rc ic io s o to m a r b a ñ o s , s in o q u e e ra nlu g a re s d e d is tr a c c ió n y d e s c a n s o a lo s q u e c o n c u r r ía n lo s ,v a ro n e s a te nie nses d u r a n te la ta rd e . E r a p o s ib le c a m in a r e n e jlo s a trav é s d e lo s p ó r -lle o s q u e h a b lt u o lm e n t e r o d e a b a n a lg u n a s e d if ic a c io n e s (v., )nA s ade(|n-y,le , 2 7 3 a 3 e n 3 0 3 b6 , la re fe r e n c ia a las c o lu m o k s ), o b ie n s e n ta rs e enlas e x e d ra s q u e s o lía n h a lla r s e e n lo s e x tr e m o s ^ ^ I
202 DIALOGOSAxSoco !, a quien encontré, Sócrates, m uy desarrollado ytan crecido que se parece bastante a nuestro Critobulo *¡enpero él es dem asiado espigado, m ientras que ése 4,cam bio, se mostraba bien proporcionado y su aspecto orarealmente bello y distinguido s. Sóc. — Tú te refieres a E u tid e m o 6, Critón. E l otro,que estaba sentado a m i izquierda, es Dionisodoro, suh e rm a n o '. Y él tam bién interviene en las conversaciones. 1 S e re fie re a C lin ia s , c u y a p re s e n ta c ió n m á s p o rm e n o riz a d a haced e s p u é s S ó c r a t e s e n 2 7 5 a lO - b 4 . P o r e l e m p le o a q u í d e l t é r m in o rneird-k io ii y d e n e a n is k o s (p . e j., e n 27S a5), la e d a d d e C lin ia s d e b e d e o s c ila r , ene sc m o m e n lo . e n tre lo s q u in c e y v e in te a ñ o s . P la tó n se re fie re ta m b ié n . m a s a d e la n te , a lo s a d m ir a d o r e s o e n a m o r a d o s q u e lo a c o m p a ñ a n ;¡> cro e s J e n o f o n t e q u i e n p o n e e n b o c a d e C r i t o b u l o , e n B a n q u e t e ( W 12),el e lo g io m á s s ig n ific a tiv o de la b e lle z a d e C lin ia s 1 U n o d e lo s c u a tr o h ijo s d e C r itó n , y p o r c u y a e d u c a c ió n e s tá éstes u m a m e n t e p r e o c u p a d o (v. 3 0 6 d y ss.). A l ig u a l q u e s u s h e r m a n o s , fue• d i s c í p u l o » d e S ó c r a t e s , s e g ú n i n d i c a D i ó g e n e s L j i é r c i o (11 1 2 1 ). P l a t ó n ,q u e s u e le m e n c i o n a r lo e n v a r ia s o c a s io n e s (p e j., Apología 3 3 d 9 . Fedón5 9b7). lo p re s e n ta s ie m p re ju n to a C r itó n y s in a lu d ir a lo s re sta n te sherm anos. ‘ E l in d ic a d o en p r im e r té r m in o es C r ito b u lo , a q u ie n se m e n c io n asó lo in c id e n ta lm o n íe ; el o tro , a ilí p re s e n te es, p o r s u p u e s to , C lin ia s . 1 P a ra la e x p r e s ió n g rie g a , v. n o ta 5 2 d e la p á g . 552 d e l p r im e rv o lu m e n . f' P l a t ó n m e n c i o n a a d i f e r e n t e s E u t i d e c n o s e D s u s d i á l o g o s . E l p e r s o n a je d e e s ta o b r a s ó lo a p a r e c e n o m b r a d o , e n c a m b io , e n Cráiilo (3 R 6 d 3 )y a c e r c a d e la te s is q u e a llí s o s tie n e , v., m á s a d e la n te , n , 9 9 . E l E u t id e m od e l c o m ie n z o d e República (3 2 8 b 5 ), h ijo d e ) a n c ia n o y a c a u d a la d o Céfa-lo , a s i c o m o c) d e l f in a l d e Banquete (2 2 2 b 2 ), h ijo d e D io c le s . n a d a tie n e nque ver co n n u e s tro p e rso n aje . T a m p o c o d eb e c o n fu n d írs e lo co n el in t e r l o c u t o r d e S ó c r a t e s e n io s Recuerdos d e Je N O F O M T e (IV 2 , 1-40 y pas-sim), u n j o v e n d e a p r o x i m a d a m e n t e d i e c i o c h o a ñ o s y s i n g u l a r e j e m p l od e « b ib lió f ilo » d a la ¿ p o c a . 7 A p a rte de la s s im p le s m e n c io n e s de A te n e o (IX 5 06 b) y S b x to E m p ír ic o ( V II 13 y 6 4), c ! ú n ic o a u t o r q u e a íu d e a u n D io n is o d o r o q u e p a r e c ese r este m is m o h e r m a n o m a y o r (v „ m á s a d e la n te , 2 83a5) d e E u tid e m oe s J B N o ro N T B ¡R ecu erdos de S ó c rates I I I 1, 1). A l l í l o p r e s e n t a c o m o u n« m a e s tro de e s tra te g ia » lle g a d o a A te n a s.
e u t id e m o 203( h i t . — No cono7.co a ninguno de los dos, Sócrates. Al(lUrceer, se trata otra vez de algún nuevo tipo de sofista., dónde provienen? ¿Cuál es su saber? cSóc. — Entiendo que son originarios de por aquí, deUnios; se establecieron, después, como .colonos ent'ut ios *, y exiliados de ese lugar, hace ya muchos añosi|tn* andan rondando por estas tierras. En cuanto a lo quetu me preguntas.acerca de! saber de ambos... ¡es algoir.nmbroso, Crilón! Ambos son literalmente omniscientes,y al punto que hasta ese m om ento ignoraba yo lo que eranI-i'. |Mncraciastas ’ . Son capaces de luchar valiéndose deiiitlu tipo de recursos, pero no a la m anera como lo ha-i mu aquellos hermanos pancraciastas de A cam ania lu,ijuc únicam ente empleaban el cuerpo; éstos, en cam bio, dno sólo son habilísim os en vencer a todos 11 eD la lucha11ii pora) — y en particular, en la que emplea armas tienen, * C o lo n ia ate n ie n se , e c c u a n to a s u g o b ie rn o , y p a jih e lc n ic .i. en. ita n lo a s u c o m p o s ic ió n , e s ta b le c id a a in s ta n c ia s de P e n d e s en M a g n ati re c le , m u y c e r c a d e S ib a r is . b a c ía 444/3. H ip ó d a m o d e M ile to d is e ñ ósu p l a n t a y P r o l i g o r a s s e o c u p ó d e s u s le y e s . H e r o d o lo . p r i m e r o , y Li-*¡D i, d e s p u é s , p a r t ic ip a r o n e n la c o lo n iz a c ió n . P u e c e n tr o ¡ m p o r ta n lls i-rnp de irr a d ia c ió n c u ltu r a l, p e ro lo s o b s tá c u lo s m a y o re s a su d e fin itiv a(ffitn tle ía f u e r o n la h e t e r o g e n e id a d d e la p o b la c ió n — q u e p r o v o c ó dlvcr-hiit. r e v u e lt a s — y s u s l u c h a s c o n la s c i u d a d e s v e c in a s . C f. V . E iib e h b e k c ,•T h e F o u n d a tio n o f T h u r ii» , A m e r ic a n J o u r n a l o f P h ilo lo g y 6 9 (1948),I4V . 17 0 ( = P o l i i u n d l» \ p e r iu m , Z u r i c h . 1965^. p á g s . 2 9 8 y s ig s .J . C f., la m -lilí» , N . S am to s Y ancu as- M . P ic azo . L a c o lo n iz a c ió n g rie g a, M a d r id , 1980,fiA gS. ¡7.2-3 y 3 2 9 , c o n l a s r e f e r e n c i a s b i b l i o g r á f i c a s a l l i i n d i c a d a s . ’ E l p r o c e d e r de lo s e x tra n je ro s , c u y o s a b e r p re c is a m á s a d e la n ted e n o m in á n d o lo « e rís iic a » , lo a s im ila P la tó n , d e s p e c tiv a m e n te , a u n tip olii'u tn l d e c o m b a te g ím n ic o , el p a n c r a c io , q u e e ra u n a c o m b in a c ió n deIm p l l a t o y l u c h a e n e l q u e t o d a c l a s e d e g o l p e s e s t a b a n p e r m i t i d o s , y d o n d eIn ú n ic o q u e se p r o h ib ía e r a h u n d i r lo s d e d o s e n la n a r iz o e n lo s o jo sd e l a d v e rs a rio . R . R o b in s o n s e ñ a la q u e asi c o m o es en P la tó n « la apro-¡ilu d a im a g e n p a r a la d ia lé c tic a e l c a m in o o la b ú s q u e d a , lo e s p a r a lai T Í s i i c a la l u c h a « ( P t a l o ’s E a r l i e r D i a l e c l i c , 2 .* e d . , O x f o r d , 1 9 6 2 , p á g . 8 5 ). 10 R e g i ó n s i t u a d a a l n o r o e s t e d e G r e c i a , f r e n i e a l a i s l a d e L i u c a d e .N a d a se s a b e a c e rca d e estos h e rm a n o s q u e m e n c io n a S ó c ra te s. 11 J u e g o d e p a l a b r a s i n t r a d u c i b i e e n t r e « v e n c e r a t o d o s “ (pátilonliratéin) y p a n c r a c io (pankráiion).
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