Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Published by zsyszleaux.s2, 2017-05-22 15:43:37

Description: Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Search

Read the Text Version

BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS,

PLATÓNDIÁLOGOS ii GORGJAS, MENÉXENO, EUTIDEMO, MENÓN, CRA t íLO TJLADUCOONE5, INTRODUCCIONES Y NOTAS POR. ). C A L O N G E R U iZ , E. A C O S T A M ÉN D EZ, f . J. O LTVIÉRI, ). L. CALVO & EDITORIAL GREDOS

Asesor para la sección griega: C arlos G arcía G ual. Según las normas de la B. C . G .. Jas traducciones de este volumen hansido revisadas por José Luis N a v a r r o y C a rl o s G a r c ía G u a l . EDITORIAL CREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. Espada. P rimera kdickín. roayo de 1983. I.' reimpresión, enero de 1981.Las traducciones, introducciones y notas han sido llevadas a cabo por: J. Calonge [Gorgias), E. Acosia (Menéxeno), F. J. Olivieri (Eutidemo y Menón) y J. L. Calvo (Cráiilo).Depósito Legal: M. (527-19Í7.ISBN 84-249-0887-2.Impreso en Esparta. Prinled in Spain.Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 81. Madrid, 1987. — 6030.

G O R G IA S



INTRODUCCIÓN El Gorgias es un diálogo considerablem ente m ás lar­go que los que le preceden en la serie cronológica. Dentrode toda la obra platónica es el cuarto en extensión. Su es­tructu ra es distinta de la que presentan los diálogos an­teriores y tam bién los posteriores, con la excepción dellib ro I de la República, por el hecho de que no es un inter­locutor principal el que conversa con Sócrates desde elp rin c ipio hasta el fin. En este diálogo intervienen sucesi­vamente Gorgias, Polo y Calicles y, durante la interven­ción de cada uno de ellos, los otros son personajes m u ­dos, aunque continúan sin retirarse escuchando a los de­m ás. La sucesión de interlocutores se íu n d a en que quientom a la p alabra adm ite que el anterior ha com etido unerror. Si él no rectifica el desarrollo de la conversacióndesde el punto en que se ha com etido el error, hay queaceptar una conclusión contraria a su pensamiento. Lascontradicciones en que caen sucesivamente Gorgias y Poloson de tipo m oral, al aceptar opiniones adm itidas por lam ayor parte de la gente. La distinta personalidad de losinterlocutores presta nuevos matices a la conversación. No sólo por esta estructura form al es el Gorgias un diá­logo que llam a la atención. H a sido siempre destacado elhecho de que está escrito apasionadamente. En él pesa m u­cho más el vigor de las afirm aciones profundam ente sen­tidas que el rigor lógico deseable. Las obras inm ediatas

10 DIÁLOGOSa la muerte de Sócrates o que se relacionan con su proce­so y juicio, sin que oculten la indignación, ofrecen o p in io ­nes más tranquilas y suaves, diríam os resignadas, ante eidolor por la injusticia com etida con el maestro. Podría­mos decir que en esas obras tenemos claram ente expre­sada la actitud entristecida del discípulo ante la muertede Sócrates. El apasionamiento manifestado en el Gorgiasparece que procede de otro motivo diferente del de lamuerte de Sócrates o de cualquier otro hecho coa ellarelacionado '. Hay que buscar una razón distinta. Proba­blemente se trata de una crisis personal. A la edad de cua­renta años, a su regreso de Sicilia, Platón tiene acu m u la­da una experiencia enorme, aunque poco agradable. N a­ció tres artos después de empezar la guerra del Pelopone-so. A la edad de catorce años tuvo que recibir con estu­por la inform ación, que llegaba, del desastre de la expe­dición a Sicilia y las sucesivas noticias desagradables so­bre el curso adverso de la guerra. Tampoco son buenaslas novicias en politica interior, la revolución de los C ua­trocientos, el regreso de Alcibíades, etc. La ru in a de Ate­nas en 404, el gobierno de los Treinta, del que form abanparte sus parientes próximos Critias y Cármides, el res­tablecim iento de la democracia m anchada, para él, por lainjusta m uerte de Sócrates y, especialmente, la dura ex­periencia de) viaje a Sicilia, em prendido con tantas espe­ranzas, son las secuencias siempre agitadas que le hanacom pañado hasta sus 40 años. No era posible en una p o ­lis griega apartarse de la vida política en la m edida en quele es posible hacerlo a un hom bre de nuestros días. El es­píritu reflexivo de Platón pudo ejercitarse am pliam entepensando en el hecho m ism o de la organización política.Para su mente, tenía valor, sobre todo, el estabJecimien- 1 No rne es posibJe hoy mantener la idea expuesta en 195J de queel escrito contra Sócraies del retórico Policrates fuera la causa de) ca­rácter apasionado de este diálogo.

g o r c ia s 11to de una sociedad justa en la ciudad. El poder que estaúltim a pudiera alcanzar no merecía estimación positiva,si ese poder no era justo. Ésta es la causa central de la crisis personal de Platónque se m anifiesta en el Gorgias. Ya desde la Antigüedadlleva este diálogo el subtítulo de «Sobre la retórica» quese deduce obviam ente de la discusión con Gorgias. Si alterm inar esta conversación hubiera term inado el diálogo,éste no diferiría de otros de la prim era época ni en el de­sarrollo ni tam poco en el tam año. Pero esta prim era par­le queda englobada en la totalidad del diálogo que m a n ­tiene una unidad indudable. La discusión sobre si este diálogo trata realmente so­bre retórica o sobre m oral se m antiene aún en nuestrosdías, pero ya procede de la Antigüedad. O lim pio doro es­cribe: «algunos dicen que su objeto es tratar sobre la re­tórica, otros que es una conversación sobre lo justo y loinjusto». Parece que la unidad de que queremos hablarno es la de una integración de dos elementos diferentesque se potencian a m edida que se tratan uno y otrosucesivamente La retórica, en la vida ateniense, era prácticam ente laúnica vía de la actividad política. Nadie que no estuvieracapacitado para h ab lare n público podía dedicarse a (a po­lítica. Hasta para actuar ante los tribunales, como acusa­do o como acusador, era necesario dirigirse personalmen­te a los jueces, aunque la defensa o la acusación que seexponía hubiera sido escrita por profesionales dedicados 2 Véase, en este sentido, la opinión de E. K. D ddds, Ploro. Gorgias,Oxford, 1959, pág. 3. El mismo Dodds, ibid., pág. 1, que hace Ib ella engriego, no la utiliza para delim ilar el objeto del Gorgias, sino para de­mostrar que ya en la Antigüedad no se consideraba acertado afirmar quela cuestión tratada en el Gorgias era la retórica. Gutbrie considera quela definición de Olimpiodoro, que damos en pág. 13, es «difícilmentemejorable»,

12 DIÁLOGOSa esta función. En una ciudad como Atenas, el conocimien­to y dom inio de la retórica no era sim plem ente el adies­tram iento en un bello ejercicio, sino una aspiración muyviva y generalizada, y una necesidad para todos los quetuvieran el proyecto de ejercer la política. El pueblo de­cidía, pero decidía lo que el orador más persuasivo habíapropuesto. Un orador h áb il era, en consecuencia, un p olí­tico poderoso; o, dicho de otro modo, el único medio dellegar a ser un ciudadano influyente lo proporcionaba, casicon exclusividad, la retórica. No era difícil confundir ora­toria y política. En efecto, el térm ino griego rhétor sirvelo m ism o para indicar orador que político. No debe, pues,extrañarnos que Platón haya atacado conjuntam ente a laretórica y a la política ateniense; con más precisión, quehaya atacado a la política a través de )a retórica. De este instrum ento de la acción política se trata enel Gorgias. Lo que deja fuera de com bate a Gorgias en laconversación es, precisamente, haber adm itido que el ora­dor conoce lo justo y lo injusto. Porque no podemos olvi­dar en qué plano coloca Platón la actividad política. Paraéi, no se puede realizar m ás que dentro del ám b ito de lamora). Cuando Tucídides (II 100) nos habla de Arquelao,dice que hizo por M acedonia m ás que los ocho reyes quele precedieron. El juicio pragm ático de este historiadorno tiene en cuenta m ás que las realizaciones políticas deArquelao. Para Tucídides, no cuenta nada la m oral en lapolítica. En cam bio, el juicio que Platón hace de Arque­lao (repetidamente, en 470d y ss., 479d y 525d) es la otracara de la moneda. Para él. es el hom bre m ás perverso yserá, en el Hades, un típico ejem plo de las alm as incura­bles a causa de la m agnitud m onstruosa de los delitos co­metidos. La razón es que, para Platón, la política es unaparte de la moral. Cabe decir aún más: es la única vía efec­tiva de ejercer una m oral social. No sólo social sino tam ­bién individual, porque Platón piensa que la m oral del in­dividuo está en relación con la m oral de la sociedad.

CORGIAS 13 Por las razones que se han ido exponiendo resulta bas­tante claro que en este diálogo no se tratan dos cuestio­nes, ni hay interrelación de una con la otra. De principioa fin hay un solo objeto perfectamente definido ya porOlimpiodoro: «discutir sobre los principios morales quenos conducen al bienestar político». Podríamos pregun­tarnos por qué Platón no ha colocado a un político comointerlocutor de Sócrates desde el comienzo. Supongam osque ha querido dejar claro, en boca del m ás prestigiosomaestro, que la oratoria, el instrum ento por antonom a­sia de la actividad política, es ajena al conocim iento delo justo y lo injusto. Gorgias tiene que retirarse de la con­versación más bien por error de concepto que por una to­m a de postura m oral. Por el contrario, Polo empieza afir­m ando que el hom bre injusto es feliz, lo que explica quela discusión tome un tono más vivo. Pero las afirm acio ­nes de Polo no tienen otro alcance que el de la expresiónde un estado de cosas evidente para un análisis superfi­cial. M uy distinta es la posición de Calicles, que pretendesentar racionalmente la necesidad de la injusticia. Sólolos esclavos y los débiles — dice— pueden alabar la ju sti­cia, pero el hom bre fuerte no puede por menos de ser in ­justo. M ás aún, sostiene la paradoja de que lo verdadera­mente justo para el fuerte es cometer injusticia. En cuanto a la fecha de com posición, la opinión m ásadm itida actualm ente es la de que la obra fue escrita des­pués del viaje a Sicilia. Hay num erosos datos en el Gor­gias que inclinan a pensar en el efecto todavía vivo del re­ciente viaje. Como se observará, en la lectura del diálogo,hay frecuentes alusiones a Italia y Sicilia y a desarrollosde ideas allí nacidas, de las que no es presum ible que setuviera adecuada inform ación desde Atenas. Además, to­das esas alusiones llevan la connotación de algo a d q u iri­do directam ente m ás que a través de otras personas lle­gadas a Atenas o de escritos. Tanto Dodds como Guthrie,

14 DIÁLOGOSpor citar autores recientes, admiten sin mayor discusiónuna fecha inm ediatam ente posterior al prim e r viaje aSicilia. «El Gorgias es el diálogo m ás m oderno de los diálogosde Platón« J. Esta afirm ación es fácilm ente com probablepor la propia lectura del diálogo. Los problemas en él tra­tados son los m ism os que preocupan al hom bre de hoy.Además, están expuestos con gran belleza literaria. La ten­sión em ocional del autor se transm ite aún íntegramenteal lector. Por otra parte, es un diálogo que se puede se­guir de p rincipio a fin sin una preparación filosófica pre­via. Las conclusiones precipitadas o las faltas de lógicaque el lector puede encontrar, que requerirían m ayor ex­plicación, no entorpecen la secuencia de las ideas y tie­nen el contrapeso literario del apasionam iento en la ex­posición. En estos datos podemos resum ir ia «m oderni­dad» del Gorgias. Las fechas Limites dentro de las que puede situarse laacción de este diálogo son los años 427 y 405. En la p ri­mera de ellas, Gorgias fue por prim ea vez a Atenas comojefe de la em bajada que enviaron los leontinos para pedirayuda contra Siracusa. En favor de esta fecha habla tam ­bién la referencia a la reciente m uerte de Pericles (503c),acaecida en el año 429. Otros datos, sin embargo, nos apar­tan m ucho de esta posibilidad. Se habla de Arquelao co­m o tirano de M acedonia (470d), situación que no alcanzóhasta el año 413. Hay una evidente alusión aJ proceso con­tra los generales vencedores en el cóm bale naval de lasArginusas (473c), hecho que nos lleva hasta el año 406. Portanto, la acción pudo tener lugar en una fecha indeterm i­nada, entre los años 427 y 405. Pero hay que tener en cuenta que los diálogos p la tó n i­cos no son el fiel relato de conversaciones realmente m an­tenidas por los personajes que en ellos intervienen. Se tra- J D o d d s , ibtd., pág. 387.

GORGLAS 15la de obras literarias en las que no sólo los pensam ien­tos, sino tam bién los escenarios y las fechas son prod u c­to de la im aginación del autor. Si Platón hace intervenirjuntos a personajes que quizá jam ás se reunieron eo el m is­m o lugar, o si se perm ite algún dislate cronológico quepuede extrañar al gusto m inucioso y detai lisLa de los m o­dernos, téngase en cuenta que sus contemporáneos, másinclinados a lo abstracto, no fijaban su atención en estospuntos. Para ellos escribió sus obras; no debemos, por tan­to, aplicar nuestras ideas a lo que no fue escrito paranosotros. La acción del diálogo se desarrolla así. A un lug ar im ­preciso, que lo m ism o pudiera ser un gimnasio o cualquierotro recinto, llega Sócrates acom pañado de Querefonte,en el m om ento en que Gorgias ha term inado una de esasdisertaciones a que tan aficionados eran los sofistas. Daprincipio el diálogo con una breve conversación entre Que-refonte y Polo sobre el arte de Gorgias. A p artir de 449a,Sócrates m antiene ia conversación a lo largo de todo eldiálogo, primero con Gorgias, luego con Polo, posterior­mente con Calicles y, por últim o, cuando éste abandonala discusión, continúa solo hasta el fin. Manifiesta Sócrates que, puesto que Gorgias es oradory m aestro de retórica, debe estar en condiciones de decircuál es el objeto del arte que profesa (449d). En opiniónde Gorgias, la retórica es el arle que trata de los discur­sos. Pero tam bién otras m uchas artes — objeta Sócrates—versan sobre discursos; la medicina, por ejemplo, sobrelos que se refieren a la curación de los enfermos. Gorgiasañade que en las demás artes intervienen operaciones m a­nuales. Pero esto no sucede — dice Sócrates— con la a rit­m ética y la geometría, a las que, evidentemente, Gorgiasno desearía llam ar retórica. En vista de la objeción, afir­m a éste que los discursos de los que se ocupa su arte serefieren al m ayor bien para el hombre, esto es, producirla persuasión por m edio de la palabra. Y ¿sobre qué per­

16 DIÁLOGOSsuade la retórica? Según Gorgías, sobre lo justo y lo in ­justo ante los tribunales y las asambleas. Pero, en este ca­so, hay que distinguir entre ciencia y creencia; puede ha­ber una creencia falsa y otra verdadera, pero no sucedelo m ism o con la ciencia. ¿De qué persuasión es artíficela retórica, de la que da lugar a la creencia o a la ciencia?Es evidente — dice Gorgías— que sólo de la que producela creencia (454e), pero su poder es m aravilloso. Son losoradores, no los expertos en la guerra, los que aconsejanen las asambleas cuando se trata de elegir generales, y lom ism o sucede respecto a otros técnicos. Más aún, el ora­dor persuade a un enfermo con m ás facilidad que el pro­pio m édico y, ante la m ultitud, hace prevalecer su opiniónsobre la de cualquier otra persona. Ahora bien, si un ora­dor hace uso injusto del gran poder que le proporcionasu arte, no se debe culpar de ello a la retórica ni a los maes­tros que la enseñan, Gorgias trata de poner fin a la discusión con un fútilpretexto, pero am e el deseo de los oyentes se ve forzadoa proseguir (458d). Así pues, al reanudarse el diálogo, Só­crates insiste sobre algunas afirmaciones hechas por Gor­gias. Ante la m u ltitu d el orador es m ás persuasivo que elm édico y, por lo tanto, el que no sabe, más que el que sa­be; tam bién respecto a las demás artes, aun sin conocer­las, puede aparecer m ás sabio que los que realmente sa­ben. ¿Y respecio a lo justo y lo injusto? ¿Es suficiente quepase por tener estos conocimientos, o es preciso que lostenga realmente? (459d). Gorgias adm ite lo segundo. Só­crates concluye que quien conoce lo justo es justo y queel justo jam ás puede obrar injustam ente. Por tanto, ¿có­mo es posible decir que no se debe acusar a la retórica,si un orador obra injustamente? En este m om ento em pieza la intervención de Polo(461-481). En su opinión, el error de Gorgias ha consisti­do en decir que el orador debe conocer lo justo. M anifies­ta Sócrates que, á su entender, la retórica no es más que

G0RG1AS 17una práctica y una rutina, de) m ism o m odo que el arte cu­linaria; una y otra son formas de la adulación que tratande sustituir al conocimiento razonado de las verdaderasartes. Se produce una sutil discusión sobre si el que hacelo que quiere es poderoso, suponiendo que el poder es unbien para quien lo posee. A continuación nos encontramos con uno de los temasm ás im portantes de) diálogo: el m ayor m al es cometer in­justicia (469b). Esta afirm ación resulta inadm isible paraPolo, y a fin de probar su falsedad, cita el caso de Arque-lao, quien, a pesar de sus numerosos e infames crímenes,es feliz, puesto que reina en Macedonia. Pero — alegaSócrates— la discusión exige pruebas, no testigos; puesel único testigo válido es el interlocutor. El injusto jam áspuede ser feliz, pues si recibe castigo será m uy desgra­ciado, y si no lo recibe lo será aún m ás (472e). Cometerinjusticia es más feo que sufrirla y, por tanto, más perju­dicial. Puesto que la injusticia afecta al alma, es el mayorde los males y, en consecuencia, será un bien librarse deella por medio del castigo, m ientras que no sufrir éste esperm anecer en la m ayor desgracia (479a). Si lo m ejor pa­ra el injusto es pagar su pena, ¿cuál es la utilidad de laretórica? En todo caso'podría servir para acusarnos anosotros m ism os y, asi, quedar cuanto antes libres de lainjusticia. Las conclusiones anteriores han sacado de quicio a Cá­lleles, fiero defensor de) derecho del m ás fuerte. Asom­brado por las insólitas afirm aciones que acaba de oír, só­lo puede suponer que Sócrates ha hablado en brom a. Ensu intervención (481-523), Calicles expone su famosa teo­ría, proclam ada también por otros sofistas y que tanta re­sonancia ha tenido en el pensam iento moderno. Según él,hay que disting uir entre naturaleza y iey; por naturalezaes más feo su frir injusticia; por ley, en cam bio, cometer­la. Las leyes están establecidas por los débiles a fin de con­tener y atem orizar a los fuertes; por tanto, éstos deben61. — 2

18 DIALOGOSdespreciarlas y pisotearlas. En su opinión, Sócrates po­dría comprenderlo fácilmente, si abandonara la filosofía,que, si bien es adm isible para la juventud, resulta in c lu ­so nociva para un hom bre m aduro, Valiéndose de pasa­jes de los poetas, que le sirven al m ism o tiem po para ha­cer gala de erudición, zahiere y ridiculiza a Sócrates conel pretexto de aconsejarle (486d). AJ exam inar lo expuesto por su interlocutor, Sócratescree necesario aclarar el sentido que da Calicles al con­cepto de «más Fuerte«. Responde que el hom bre más fuer­te es el capaz de a lim entar las mayores y m ás numerosaspasiones (49le). Dos bellas alegorías, de procedencia p i­tagórica, establecen una solución de continuidad en la su­cesión de preguntas y respuestas, pero no convencen a Cá­beles de que la vida m oderada es m ejor que la disoluta.Así pues, am e la persistencia de su interlocutor, Sócra­tes entabla una discusión encam inada a demostrar que elplacer y el bien no son la m ism a cosa, hasta llegar a laconclusión de que unos placeres son buenos y otros m a­los (499b). En opinión de Sócrates, la cuestión que se debate esde m áxim a importancia; se trata de saber de qué modo hayque vivir. ¿Se debe elegir la política, como aconseja Cáb­eles, o la filosofía? Puede haber una oratoria política quetienda al bien de los ciudadanos; pero, según Sócrates, noha existido en Atenas m ás que la que trata de adularlos(503b). ¿Intentaban los famosos políticos que nom bra Ca­lióles m ejorar a los gobernados por ellos? Esta cuestiónconduce a determ inar previamente en qué consiste el biendel alma. Para Sócrates, en el orden, la m oderación y lajusticia; el castigo y la reprensión son, sin duda, mejoresque el desenfreno que Calicles había defendido. Al llegar aquí, Calicles, que ya antes había intentadoabandonar la discusión, se niega a continuarla. A peticiónde Gorgias, que expresa el deseo de los demás oyentes, Só­crates establece las conclusiones que se deducen de la con­

GORGÍAS 19versación: el hom bre m oderado es justo, y el justo, feliz;por tanto, hay que h uir del desenfreno y practicar la ju s ­ticia. Un hom bre justo puede su frir infinitos daños y ul-l rajes, pero es m ayor el perjuicio para quien se los causa(508e). Q uizá el justo no pueda defenderse ante la in justi­cia, pero el injusto no puede librarse de ella más que porel castigo de sus culpas. Los medios que colocan a un hom ­bre en situación de no padecer injusticia le conducen, sinembargo, casi fatalm ente a cometerla, y esto, según haquedado demostrado, es el m ayor de los males (51 la).Cuanto m ás larga sea la vida del injusto, m ayor es su des­gracia; en consecuencia, no se debe procurar conservarla vida a toda costa, sino vivir lo m ejor posible. Sócratescensura a Temístocles, Cimón, Milciades y P endes. Aun­que fueron buenos servidores del pueblo, no buscaron si­no saciarle en sus apetitos, y no se ocuparon de m oderary reprim ir sus pasiones, única m isión del buen ciudada­no (517c). Tan absurdo es que los políticos se quejen deser tratados injustam ente por sus gobernados, com o queios sofistas, que aseguran enseñar la virtud, digan que susdiscípulos obran injustam ente con ellos (519c). La verda­dera política, según Sócrates, es la que él ejercita; perorom o no trata de agradar, sino de procurar el m ayor biení» los ciudadanos, le sería m uy difícil defenderse si su vi­da corriera peligro. Pero la m uerte se puede soportar fá ­cilmente, cuando no se ha dicho ni hecho nada injusto con-(ra los dioses ni contra los hombres. Term ina el diálogo con el bellísim o m iio sobre el ju i­cio de los muertos y el destino final de las almas *. Sinque el relato pierda unidad, se intercaJan en él ideas quesirven para elevar a un plano ético sublim e las conclusio­nes conseguidas, Así, la opinión corriente, aplicada aquí la vida ultraterrena, sobre los efectos del castigo. Sólo * Comparar esle mito con los de oíros diálogos de Plalón (Fed. 107cy ss., Rep. 614b y ss.). C!. C. G a r c ía G u a u , Mitos, viejes, héroes, Madrid, !Í)8I, págs, 45-61.

20 d i X l o c o ses provechoso p a ra los que han c o m e tid o d elitos re para­bles; sirven en cam bio, únicam ente de e jem plo para losdemás hom bres los terribles sufrim ientos de aquellos cu­yos delitos son irreparables; entre estos últim o s estará,sin d uda, A rquelao. a quien sus in ju sticias h ab rían hechofeliz, según Polo. Si bien es cierto que Sócrates seria in ­capaz de defenderse de una acusación am e un tribunal,¿q u é h a rá Calicles ante el ju e z q u e ha de d e c id ir su desu­no después de la m uerte? La conclusión final es que el m e ­jo r género de vida consiste en vivir y m o rir practicandola ju s tic ia y todas las demás virtudes. NOTA SOBRE EL TEXTO Ante la evidencia de que el texto de J. B u r n e t , Plaronis Opera, vol. t i l ,Oxford, 1903 (reimpresión 1963) es más asequible al lector que la magni­fica edición de E. R. Düdds, Pialo. Gorgias, Oxford, 1959, hemos seguidoti texto de Burnet dejando constancia de las variantes más destacadasque no coinciden siempre con las propuestas por Dodds. Sólo figuran !aíque, de algún modo, implican una distinta interpretación del texio quepuede influir en la traducción.Un¿as Edición de Burnet Variantes preferidas450 c dXX’ ct>to\ & W ‘ oü t i452 d toG 5) J .uv toü t ó v ¿xXXcov4S4 d fip a ccú fipa o ti 06456 a ■TÍQ HOTE t^TK 1tOT¿ l1!457 c ¿trl StKCflou ¿ni 6 ixatp459 c 7lpó<; Xóyou upbt; Xóyov461 a S ti crO o h itdXiv au464 a &\\oc, íi *X X ' f|46S c toCto ¿»(o t iou kíi upó«; l a r p TOÓTO OChJMOTIK^ ki'jv' pciXXo'v f>£ 5>&t, f i n í469 c t<p é-niAa|Joó K.o(j(icúriKT| itpó<; yu ^ivao n471 c To G nepSÍKKou KÍ)V, TOUTO OOIflOTLKil [t£ X6y ^>] ¿iuXa:[3o5 [tóv] rispSÍKKOU

CORG1AS 21Lineas Lectura de Bttm el V arian ttí preferidas47óc T¿(JV£t t t réjivei tk;4S2b442 d ¿tvAfUiOOTÓv 1£ ávappew jreiv T£486a KdT£y¿Xa4S8e KaxayEXSv489 c492 e X ápoií XáKOiq493 b |Í£Xr(oo<; noXú494 c ^ eXtI oik; hoo497 a (fc^atv, a ú r á 9¿oiv firta ,503 d KOrl £><; ye Kat £v ytSOSe e Io I v , tó c to lv . ( ouveI«;) tó506 d •üXtpoQv508 b •nXEpoüvvor514 a519 c StinpooQev. [6 ti É^TtpocrQev. K A A . TI íyu>v Xq- X n p e i^ l I voí ptt<;; TSi- \" I v a t¿x vtI \"\"-í toíoütov T¿Xvrl Tti;, otei to io G to v av- fiv&pof 10ÓTÜ>V Ttvót 6 p a toútcov T ivá y£yov¿- [y£yovív<xi] o6k Exto v a i; K A A . Ouk ^Y<j>Y£ 'éy<¿yt it¿K eTnío. iuSq er-rtto. XQ . ’ A XA’ ¿ á u ... K A A . AXX' é iv . . . c lv a i o íitu c . el ^ávroi t l v a i , oüt&x jI [i¿v :o i noi^ató- ^ev HOU*l<JOpEV o i t<$1 £.ÍKfi [tcáXXiata] oó)¡ oütgii; slxf} KáXXtcrtor o! ¿iOXioi (¿¿OXtoi), o l & 6Xiot, F| 0<5(íev oAtíix; <£¿>pEv o Gtox; úm’ aórf^t; Tcrúrr^c; Tqc; Cnr’ « ótFíc ri^c; NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN Diferentes motivos han influido para que la traducción que aquí pre­sento no sea idéntica a la que publiqué en el año 1951 Es una alegríanada desdeñabie ia de volver sobre un trabajo realizado hace más de trein-la años. En primer lugar, he revisado el texto griego que publiqué en aque­lla edición jun to con |a traducción. Este trabajo realizado con tiempo yquizá con mayor gusto por los lemas textuales que entonces, ha sido talvez más laborioso y agradable que efectivo a la hora de producir varia­ciones en la traducción. Son otras las razones que me han movido a re­dactarla de nuevo. Treinta anos son quizá demasiados pora que un textoescrito, sobre lodo de una traducción, no muestre aspectos poco actua­les Sí el propio autor encuentra en ese texto vocablos, expresiones e, in­

22 DIÁLOGOScluso. relaciones sintácticas que no son ya las habituales en él, el lectorde hoy. con una dinámica personal de la lengua más ágil y lógicamentemenos tradicional, podría recibir la impresión de que no se le ofrece eluso de la lengua que él espera hallar en un libro recién publicado. Comotampoco es fácil eslableccr los grados en los que parece conveniente in ­tervenir y qué otros pueden manlener su anterior redacción, he llevadoft cabo una revisión iota). Esta revisión no ha impedido, sin embargo quequeden Inallerados muchos trozos de Ifl versión anterior. He buscado sóloque ésta de 1983 esté cerca de lo que considero el uso normal del casie-llano escrito de hoy. BIBLIOGRAFÍA La bibliografía sobre el Gorgias es muy amplia para poderla citar aquí.Referencias bibliográficas abundantes hasta entonces se hallan en mi edi­ción anterior: Platón. Gurbias, trad. de Ju u o CalOkge, Madrid. 1951. Laedición citada de Dodds(Plato. Gorgias, Oxford. 1959). págs. 392 sigs., ofre­ce rico material, sobre todo en lo referente al texto y traducciones. LaIntroducción y las notas de dicha obra presentan un copioso y, diríamos,exhaustivo arsenal de citas, ensayos, estudios y todo tipo de referenciassobre este diálogo. Un conocimiento detallado {Je iodo lo referente al Gor­gias no es posible sin el auxilio imprescindible del libro de Dodds. Unexcelente estudio con abundante bibliografía en las notas és el de W. K.C. G uthrie. A History o / Greek Philosophy, vol. IV: Pialo. The m an ayuihis Dialogues. Earlier Perind. Cambridge, 1975. págs. 284-3 12. Aunque labibliografía incluida en las obras citadas es abundantísim a, puede tam­bién consultarse: Turencií Irvin, Plato, Gorgias, Oxford, 1979, págs. 251-59.Es la traducción más reciente al inglés, aconsejable por su fidelidad altexto griego: sus notas tienen intención filosófica, no filológica.

GORGIAS CAUCLES. SÓCRATES, QUE.REFONTE, GORGrAS, POLO 1 C a l ic l e s . — Asi dicen que conviene llegar a la guerra A41ay al cóm bale \ Sócrates. 1 Calicles nos es conocido sólo a través de este diálogo. Ni Platónlo nombra en otro diálogo ni tampoco lo cita ningún otro autor. Se hasupuesto que seria un personaje imaginado por Platón. Tan bien trabadoestá el tipo humano, que parece difícil pensar que no se iraic de una per­sona real. Se le asigna un demo. lo que no seria necesario; se citan am i­gos suyos bien caracterizados. Desprecia a los sofistas (520a) y aparececon vocación totalmente políüca. Es muy tlígpa de tener en cuenta la opi­nión de E. R. D od d s (Piulo. Gorgias, Oxford, 1959. pág. 13) de que puedetratarse de un joven valioso cuyas aspiraciones y, quizá, la vida se malo­graron en los años próximos al fin de la guerra del Petoponeso. —Querefonle. del demo de Esfclo. era amigo y admirador de Sócrates, alque acompañaba con frecuencia. Pertenecía a los demócratas y se exilióduranle el gobierno de los TrcinLa. Hizo la pregunta al oráculo de Delfosde si había alguien más sabio que Sócrates (Apol. 21 a). En tas Nubes. Aris­tófanes conjunta su nombre con e! de Sócrates en el «Pensalorio*. M u­rió antes del proceso de Sócrates. — Gorgias de Leontinos. Aunque la tra­dición lo incluye entre los sofistas, no debia de ser ésa la opinión de Pla­tón. que lo considera maestro, si bien distinguido, de retórica y orador.Si entonces se lo hubiera considerado sofista no serian explicables lasfrases de Calicles en 520a. Alcanzó gran longevidad, pues debía de serunos diez años mayor que Sócrates y m urió bastantes años después queél. Es un personaje muy interesante en muchos oíros aspectos, pero, so­bre iodo lo es por la influencia de su estilo en la retórica y en la prosaartística. Su discípulo más caracterizado [uc lsocrates. Su primera es­tancia en Ateoas fue en el año 427 Probablemente m urió en Tesalia. —Polo de Acragantc es discípulo de Gorgias. Se le conoce sólo por el Gor­gias y por un pasaje del Fedro (267c), En 462b, Sócrates dice haber leídoun libro suyo sobre retórica. ; Frase con que se recibía aJ que llegaba tarde a un espectáculo in-

24 DIÁLOGOS S ó c r a te s . — ¿Quizá nos hemos retrasado y, como suele decirse, hemos llegado después de La fiesta? C a l. — Y por cierto después de una m agnífica fiesta, pues hace un momento Gorgias ha disertado3 magistral­ mente sobre muchas y bellas cuestiones. Sóc. — Aquí tienes, Calióles, al responsable de nues­ tro retraso, Querefonte, que nos ha obligado a detenernos en el ágora.b Q u e r e f o n t e . — No im porta, Sócrates, pues yo lo reme­ diaré; Gorgias es am igo m ío y repetirá su exposición ante nosotros, si te parece ahora o, si quieres, en otra ocasión. Ca l . — ¿Qué dices, Querefonte? ¿Desea Sócrates oír a Gorgias? Q u e r . — Precisamente para eso hemos venido. C a l. — Pues entonces venid a m i casa cuando queráis; Gorgias se aloja en ella y disertará ante vosotros. Sóc. — M uy bien, Calicles; pero ¿estaría dispuesto Gor-c gias a dialogar con nosotros? Porque yo deseo preguntar­ le cuál es el poder de su arte y qué es lo que proclam a y enseña. Que deje el resto de su exposición para otra vez, como tú dices. C a l. — Lo m ejor es preguntarle a él m ism o, Sócrates, pues precisamente era éste uno de los puntos de su expo­ sición; nos invitaba 4ahora m ism o a que cada uno de los que aquí estamos le preguntara lo que quisiera y asegu­ raba que contestaría a todo. Sóc. — Dices bien, Querefonte, pregúntale. Q uer. — ¿Qué debo preguntarle? teresante o agradable, como io es para Calicles la exposición hecha por Gorgias. ' Con el verbo epideíknyslhai y el sustantivo epídeiksis, se expresan, frecuentemente, los alardes de elocuencia y erudición de que hacían ga­ la los sofistas y que tanto atraían a la juventud ateniense. Véanse Pro- lág. 310b y ss., Hip. May. 282c. 4 Parece que Fue Gorgias el que inició la costumbre, seguida por to­ dos los sofistas, de pedir a su auditorio que le propusiera las más dife­ rentes cuestiones. Cicerón, De Finib. 11 I.

G O R C IA S 25Sóc. — Qué es. dQ uer. — ¿Qué quieres decir?Sóc. — Por ejemplo, si hiciera calzado respondería, sinduda, que es zapatero; ¿no com prendes lo que digo?Quer. — Te comprendo y voy a interrogarle. Dime, Gor-gias, ¿es verdad lo que dice Calicles, que te ofreces volun­tariamente a contestar a lo que se te pregunte?G o r c ia s . — Es verdad, Querefonte; así lo he proclama- 448ado hace un mom ento y sostengo que durante muchos añosnadie me ha presentado una cuestión nueva para mí.Q uer. — Entonces responderás con facilidad, Gorgias.G o r . — Puedes hacer una prueba de ello, Querefonte.Po l o . — Por Zeus, Querefonte, si quieres haz la prue­ba conmigo. Me parece que Gorgias está fatigado porque,hace poco, ha tratado sobre m uchas cosas.Q uer. — ¿Q u é dices, Polo? ¿Crees que tú contestas me­jor que Gorgias?P o l. — ¿Qué im porta, si respondo suficientemente a btus preguntas?Q u er. — No im porta nada, pero, ya que es tu deseo,contesta.Pol. — Pregunta.Q uer. — É sta es m i pregunta. Si Gorgias fuera cono­cedor del m ism o arte que su herm ano H eródico 5, ¿quénom bre apropiado le daríam os? ¿N o le daríam os el m is­mo que a aquél?Pol. — Sin duda.Q u e r . — Así pues, nos expresaríamos con propiedadllam ándole médico.Po l . — Sí.Q u e r . — Y si fuera experto en el m ism o arte en que loes A risto fonte4, hijo de Aglaofonte, o que el herm ano de s Respecto a la forma de la pregunta, cf. Protág. 31 le. No debe con-lundirse a este Heródico, hermano de Gorgias, con Heródico de Mégarao de Selimbria, del que habla Platón en Protág. 3l6e y Fedro 227d. 6 Aristofonte y Aglaofonte fueron pintores famosos, citados por Pli­nto el Viejo; el hermano de Aristofonte fue el célebre Polignoto.

26 DIÁLOGOSAristofonte, ¿qué nom bre le daríam os para llam arle conpropiedad? P ol. — Es evidente que pintor. Q uer. — Pues, en este caso, ¿de q u é arte es conocedory qué le llam aríam os para expresarnos rectamente? Po l . — Existen entre los hombres, Querefonte, m u­chas artes elaboradas hábilm ente partiendo de la ex­periencia \ En efecto, la experiencia hace que nuestravida avance con arreglo a una norma; en cam bio, Ja inex­periencia la conduce al azar. De entre estas artes unos ejer­cen unas y otros otras de m odo distinto, y los mejorespractican las m ás elevadas. Entre estos últim os se encuen­tra Gorgias, que cultiva la más bella de las artes. Sóc. — Parece, Gorgias, que Polo está bien preparadopara pronunciar discursos, pero no cumple lo que prome­tió a Querefonte. G o r . — ¿Qué dices exactamente, Sócrates? Sóc. — Me parece que no contesta plenamente a lo quese le pregunta. G o r . — Pues in te rró g a le tú, si quieres. Sóc. — No; me gustaría m ás preguntarte a ti, si estásdispuesto a contestar. Pues, por lo que ha dicho, es paramí evidente que Polo se ha ejercitado m ás en la llam adaretórica que en dialogar. Po l. — ¿Por qué, Sócrates? Sóc. — Porque al preguntarte Querefonte qué arte pro­fesa Gorgias, tú alabas este arte como si alguien lo ataca­ra, pero no respondes cuál es. P o l . — ¿Pues no he contestado que era la más bella? Sóc. — Sin duda; pero no se te preguntaba cómo es elarte de Gorgias, sino cuál es y qué se debe llam ar a Gor­gias. Del m ism o m odo que antes respondiste con exacü- 7 Según los escolios, parece ser que esta frase está lomada de unaobra de Polo, quizá la que se cita en 462c; pero es posible que Platón ha­ya imitado solamente su estilo ridiculizándolo, La Iraducción no puederecoger la asociación de elementos expresivos de la frase.

GORGIAS 27tud y brevedad a los ejemplos que te propuso Querefon-te, dim e tam bién ahora cuál es el arte de Gorgias y qué 449anom bre debemos dar a éste. Pero, m ejor aún, Gorgias,dinos tú m ism o qué debemos llam arte, en razón de queeres h ábil en qué arte. Gor. — En la retórica, Sócrates. Sóc. — Así pues, hay que llam arte orador. G o r . — Y buen orador, Sócrates, si quieres llam arm elo que me ufano de ser*, com o decía Homero. Sóc. — Sí quiero. G o r . — Pues llám am e así. , Sóc. — ¿Debemos decir tam bién que eres capaz de ha- bcer oradores * a oíros? G o r . — Proclam o esto no sólo aquí, sino tam bién enotras partes. Sóc. — ¿Estarías dispuesto, Gorgias, a continuar dia­logando como ahora lo estamos haciendo, preguntandounas veces y respondiendo otras, y a dejar para otra oca­sión esos largos discursos de los que Polo ha empezadoa darnos una m uestra? No dejes de c u m p lir lo que pro ­metes y dispónte a contestar con brevedad a las preguntas. G or. — Ciertamente, Sócrates, algunas contestacionesrequieren mayor amplitud; no obstante, intentaré respon­der con la m áxim a brevedad. Precisamente es ésta tam- cbién una de las cosas que afirm o: que nadie sería capazde decir las m ism as cosas en menos palabras que yo. Sóc. — Eso es lo que hace falta, Gorgias; hazme unadem ostración de esto m ism o, de la brevedad, y deja loslargos discursos para otra vez. G or. — Así lo haré y tendrás que decir que no has oídoa nadie expresarse con mayor concisión. Sóc. — Veamos. Puesto que dices que conoces el artede la retórica y que podrías hacer oradores a otros, dim e d* Véase Odisea I J80.v En griego rhétor significa a la vez o rad o r y m aestro de retórica.

28 DIALOGOS de qué se ocupa la retórica. Por ejemplo, el arte de lejer se ocupa de la fabricación de los vestidos; ¿no es así? G o r . — Sí. Sóc. — ¿Y la m úsica de la com posición de m elodías? G o r . — Sí. Sóc. — Por Hera l0, Gorgias, que me adm iran iu s res­ puestas. pues contestas con increíble brevedad. G o r . — Creo, en efecto, Sócrates, que lo hago muy acertadamente. Sóc. — Tienes razón. Veamos; contéstame tam bién así respecto a la retórica; ¿cuál es el objeto de su conoci­ m ie n to? — G o r . — Los discursos. e Sóc. — ¿Qué discursos, Gorgias? ¿Acaso los que in d i­ can a los enfermos con qué régimen podrían sanar? Gok. — No. - - ■Sóc. — Entonces la retórica no se refiere a todos los discursos. G o r . — Desde luego que no. -- Sóc. — Pero, sin embargo, capacita a los hombres pa­ ra hablar. Gor. — Sí. __ Sóc. — ¿Les capacita tam bién para pensar sobre las cuestiones de las que hablan? Gor. — Pues ¿cómo no?450a Sóc. — ¿ No es verdad que la m edicina, que acabamos de nom brar, hace a los hombres capaces de pensar y ha­ blar sobre la curación de los enfermos? Gor. — Necesariamente. Sóc. — Luego tam bién la m edicina, según parece, se ocupa de los discursos. Gor. — Sí. tu Parece que era una costumbre personal de Sócrates jurar por He- ra; aunque habitual, este Juramenlo era propio de mujeres. Es la diosa hija de Crono y esposa de Zeus,

C0RG1AS 29 Sóc. — Por lo m enos de los que se refieren a lasenferm edades. G or. — Exactamente. Sóc. — ¿ Y la gim nasia no se ocupa tam bién de los dis­cursos que se refieren aJ buen o mal estado de los cuerpos? G or. — Desde luego. Sóc. — Y, por cieno, también las demás artes, Gorgias,están en la m ism a situación; cada una de ellas se ocupa bde los discursos que se refieren a su objelo. G or. — Eso parece. Sóc. — ¿Por qué, entonces, no Mamas retóricas a lasdemás artes, ya que también se refieren a discursos, si lla ­m as retórica a la que se ocupa de los discursos? G o r. — Porque se podría decir que todo el conocimien­to de las dem ás artes se refiere a operaciones m anualesy a otras ocupaciones de esta clase; pero ninguna de es­tas obras m anuales es propia de la retórica, sino que enella toda la actividad y eficacia se producen por m edio dela palabra. Por esta causa yo estimo que el arte de la retó- crica se refiere a los discursos, y teDgo ratón, según afirmo. Sóc. — No sé si entiendo bien qué cualidad quieresatribuirle. Pronto voy a saberlo con más claridad. Contés­tame: existen artes, ¿no es verdad? G o r . — Sí. Sóc. — Entre todas las artes, según m i opinión, hayunas en las que la actividad m anual constituye la parteprincipal y necesitan poco de la palabra, algunas de ellasno la necesitan en absoluto, sino que podrían llevar a ca­bo su función en silencio, como la pintura, la esculturay otras m uchas. Me parece que dices que es con éstas con dlas que no tiene relación la retórica. ¿No es así? G o r . — Sí, Sócrates; ¡o comprendes m uy bien. Sóc. — Existen otras que ejercen toda su función pormedio de la palabra y, por así decirlo, prescinden de laacción total o casi totalmente; por ejemplo, la aritm ética,el cálculo, la geometría, las com binaciones en los juegos

30 DIÁLOGOS de azar y otras m uchas artes, en algunas de las cuales la palabra y la acción son casi iguales; pero en la m ayoría es la palabra la que predom ina e, incluso, solamente por e medio de ella se lleva a cabo su realización y eficacia. Me parece que dices que una de éstas es la retórica. G or. — Así es. Sóc. — Sin embargo, no creo que quieras dar a ningu­ na de ellas el nom bre de retórica, si bien literalm ente has dicho que la retórica es la que alcanza su eficacia por me­ dio de la palabra, y se podría argüir, si se quisiera su tili­ zar, «¿Luego dices que la aritm ética es retórica, Gorgias?» Pero yo no creo que tú llames retórica ni a la aritm ética ni a la geometría.451a Gor. — Crees bien, Sócrates, y comprendes exactamen­ te m i pensamiento. Sóc. — Ea, completa ahora tu respuesta a m i pre­ gunta \". Puesto que la retórica es una de las artes que se sirven preferentemente de la palabra pero hay tam bién otras en estas condiciones, procura decir sobre qué obje­ to ejerce su eficacia la retórica por medio del lenguaje. Por ejemplo, si sobre alguna de las artes de que ahora ha­ blaba, alguien me preguntara; «Sócrates, ¿qué es ¡a arit- b m étjca?», le contestaría, como tú ahora, que es una de las artes que produce su eficacia por medio de la palabra. Si, continuando la pregunta, me dijera: «¿Sobre qué objeto?», le contestaría que sobre lo par y lo im par y la cantidad de cada uno. Si nuevamente me preguntara: «¿Q ué es el cálculo?», le diría que tam bién es una de las artes que tie­ nen toda su eficacia en la palabra, y si insistiera: «Sobre qué objeto?», le respondería, como los que redactan las propuestas en la asamblea, que en cuanto a ¡o demás es c ig u a l12 la aritm ética que el cálculo, se refieren a lo mis- 11 Véase 449d, IJ Cuando en la asamblea se procedía a la lectura de una proposi­ ción de ley o de un decreto, se citaba primero el nombre de su autor, la filiación y el d en o al que pertenecía. Si después se daba lectura a otra

GORGIAS 31mo, a lo par y a lo impar; se diferencian solamente en queel cálculo exam ina las relaciones de cantidad de lo par ylo im p ar respecto a sí m ism os y a unos con otros. Y si seme interrogara por la astronom ía y, al decir yo que tam ­bién ésta ejerce toda su eficacia por m edio de la palabra,se me preguntara:«¿Sobre qué objeto se aplica el lengua­je de la astronom ía, Sócrates?», diría que sobre el cursode los astros, del sol y de la luna y sobre la relación develocidades de unos con otros. Gor. — Tu contestación sería acertada, Sócrates. Sóc. — Pues dala tú tam bién, Gorgias. La retórica es duna de las artes que realizan toda su obra y son eficacespor medio de la palabra; ¿es cierto? G o r . — Así es. Sóc. — Di sobre qué objeto; ¿cuál es, entre todas lascosas, aquella de la que tratan estos discursos de que sesirve la retórica? • G o r . — Los más im portantes y excelentes de los asun­tos hum anos. Sóc. — Pero, Gorgias, tam bién esa respuesta es discu­tible y carece aún de precisión. Supongo que habrás oído ecantar en los banquetes ese escolio en el que, al enume­rar los bienes hum anos, se dice que lo m ejor es tener sa­lud; lo segundo, ser hermoso, y lo tercero, como dice elpoeta del escolio, a d q uirir riquezas sin fraude. G o r. — Sí , lo he oído; pero ¿p o r qué lo citas ahora? Sóc. — Porque si, por ejemplo, estuvieran delante de 452ati los que profesan las artes que alabó el autor del esco­lio: el médico, el m aestro de gim nasia y el banquero, y,en prim e r lugar, dijera el médico: «Sócrates, Gorgias teengaña; no es su arte el que procura el m ayor bien a loshombres, sino el m ío», y yo le preguntara: «¿Q ué eres tú,proposición de la misma persona, para evitar la repetición se decía sim­ |plemente; «lo demás conforme a esto mismo» (tá ntén álla katá la aula). u El escolio era una canción, generalmente de asunto moral, que secantaba al linal de los banquetes,

32 DIÁLOGOS para expresarte así», contestaría probablemente que mé­ dico. «¿Q ué dices? ¿E l producto de tu arte es el m ayor bien?» «¿Cómo no, Sócrates?, diría quizá. ¿Hay algún bienh m ayor para el hom bre que la salud?» Si después de éste, el m aestro de gim nasia dijera: «También a m í me causa­ ría sorpresa, Sócrates, que Gorgias pudiera demostrarte que su arte produce un bien mayor que el mío»; igualmen­ te preguntaría yo a éste: «¿Q ué eres, amigo, y qué obra realizas?» «Maestro de gimnasia, diría, y mi obra consis­ te en dar a los cuerpos fuerza y belleza.» Después del maes­ tro de gim nasia, el banquero, con gran desprecio para to-c dos los demás, según yo creo, diría: «Exam ina, Sócrates, si encuentras en Gorgias o en cualquier otro un bien m a­ yor que la riqueza.» Le diríamos: «Es que tú eres el artífi­ ce de la riqueza?» Contestaría afirm ativam ente.«¿Q ué eres?» «Banquero.» «¿Crees que el m ayor bien para los hombres es la riqueza?» «¿Cóm o no?», respondería. Nos­ otros le diríamos: «Pues aquí tienes a Gorgias qué afir­ ma, contra lo que tú dices, que su arte es causa de un bien m ayor que el tuyo.» Es evidente que después de tal afir-d m ación él preguntaría: «¿Q ué bien es ése? Que conteste Gorgias». Pues bien, Gorgias, piensa que ellos y yo te ha­ cemos esta pregunta y contéstanos: ¿Cuál es ese bien que, según dices, es el m ayor para los hombres y del que tú eres artífice? Go». — El que, en realidad, Sócrates, es el m ayor bien; y les procura la libertad y, a la vez perm ite a cada uno dom inar a los demás en su propia ciudad. Sóc. — ¿Qué quieres decir?e Gor. — Ser capaz de persuadir, por medio de la pala­ bra, a los jueces en el tribunal, a los consejeros en e) Con­ sejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos 14. En efecto, en virtud H Después de m uchas vacilaciones, Gorgias define la retórica como e) arle de la persuasión; pero en sus p alabras se m anifiesta la tendencia de la p ura u tilid a d para el o rad o r y se deja ver que u n a o ra to ria com-

GORGIAS 33de este poder, serán tus esclavos el m édico y eJ maestrode gim nasia, y en cuanto a ese banquero, se verá que noha adquirido la riqueza para sí m ism o, sino para otro, pa­ra ti, que eres capaz de hablar y persuadir a la m u ltitu d . Sóc. — Me parece, Gorgias, que ahora has expuesto ca- 453asi con exactitud lo que, según tú, es la retórica; y si te heentendido bien, dices que es artífice de la persuasión y quetoda su actividad y el coronam iento de su obra acaban enesto, ¿ Puedes decir que su potencia se extiende a m ás quea producir la persuasión en el án im o de los oyentes? Gor. — A nada más, Sócrates; me parece que la has de­finido suficientemente; éste es, en efecto, su objetofundam ental. Sóc. — Escucha, pues, Gorgias. Es preciso, sin duda,que sepas que si hay alguien que at dialogar quiera cono- bcer exactamente el objeto sobre el que se discute, yo es­toy persuadido de que soy uno de ellos. Creo que tú ta m ­bién eres así. G or. — ¿Por qué lo dices, Sócrates? Sóc. — Voy a explicártelo. Debo advertirte que yo nosé claram ente cuál es, en realidad, la persuasión que, se­gún tú, produce la retórica, ni sobre qué objetos, aunquesospecho a qué persuasión te refieres y sobre qué. No obs­tante, voy a preguntarte qué clase de persuasión p rodu­ce, a tu juicio, la retórica y sobre qué cosas. ¿Por qué, su- cponiéndolo, te interrogo en lugar de decirlo yo m ism o?No es por ti, sino por nuestra conversación, para que avan­ce de m odo que nos aclare todo lo posible el objeto sobreel que discutim os. Exam ina sí te parece justo m i m odode interrogar; por ejemplo: si te hubiera preguntado quép in tor es Zeuxis 15 y me hubieras contestado que es pin-prendida de este modo está al margen de la justicia. Por un hábil force­jeo dialéctico, Sócrates le lleva a decir que la persuasión que producela retórica es, precisamente, sobre lo justo y lo injusto. 15 Zeuxis, pintor que gozó de gran celebridad, citado por numero­sos testimonios. Su periodo de actividad se coloca entre 435 y 390.61. - 3

34 DIÁLOGOS tor de anim ales, ¿no tendría razón en volver a pregun­ tar qué clase de anim ales pinta y de qué modo? G o r. — Sin duda. d Sóc. — ¿Acaso porque también hay otros pintores que pintan otras muchas especies de anim ales? Cor. — Sí. Sóc:. — Pero si sólo Zeuxis los pintara, ¿no h ubiera si­ do perfecta tu contestación? G or. — Evidentemente. Sóc. — Pues di tam bién, respecto a la retórica, si tú crees que sólo ella produce la persuasión o también la pro­ ducen otras artes. Q uiero decir que si el que enseña cual­ quier cosa consigue convencer de lo que enseña o no. G o r. — Sí que convence, Sócrates, y más que nadie. e Sóc. — Volvamos de nuevo a las m ism as artes de que ahora hablábam os ¿no nos enseñan la aritm ética y el maestro de ella todo lo que tiene relación con el núm ero? G o r . — Desde luego. Sóc. — ¿No nos convencen tam bién? G o r . — Sí. - Sóc. — Asi pues, tam bién la aritm ética es artífice de la persuasión. G or, — Eso parece. Sóc. — Y si se nos pregunta de qué persuasión y so­ bre qué objeto, responderemos probablemente que de una persuasión didáctica respecto a los núm eros par e im p ar454a y a su cantidad. También podremos dem ostrar que todas las dem ás artes de que ahora hablábam os son artífices de la persuasión e indicar de qué persuasión y el objeto a que ésta se refiere; ¿no es así? G o r . — Sí. Sóc, — Entonces la retórica no es el único artífice de la persuasión. G o r . — Es cierto. 16 Véase 45 la.

GORGIAS 35 Sóc. — Puesto que no es la única que produce este elcc-lo, sino que tam bién otras lo producen, estaría ju s tific a ­do, como en el caso del pintor, que al llegar a esce puntosiguiéramos preguntando a nuestro interlocutor: «¿Quépersuasión produce la retórica y sobre qué objeto?» ¿No ble parece justificada esta nueva pregunta? G or. — Sí me lo parece. Sóc. — Pues contéstala, Gorgias, ya que tam bién a tiLe parece así. G o r. — Yo me refiero, Sócrates, a la persuasión quese produce en los tribunales y en otras asambleas, segúndecía hace un m om ento, sobre lo que es justo e injusto. Sóc. — Ya suponía yo que era ésta y sobre esto la per­suasión de que lú querías hablar, Gorgías; pero te he in ­terrogado a fin de que no te cause extrañeza aunque a con­tinuación te pregunte algo que parece evidente y, sin em­bargo, insista yo sobre ello. Repito que lo hago así no por c1i, sino para que la discusión llegue a su térm ino ordena­damente y no nos acostumbremos a anticipar, por merasconjeturas, los pensamientos del otro, y. asimismo,-paraque puedas desarrollar hasta el fin tu pensamiento comoquieras, con arreglo a tus propias ideas. G o r . — Me parece m uy bien tu procedimiento,Sócrates. Sóc. — Continuemos; vamos a exam inar lo siguiente:¿Existe algo a lo que tú llames saber? G o r . — Si. Sóc. — ¿Y algo a lo que llames creer? G or. — Tam bién. Sóc. — ¿Te parece que saber y creer son lo m ism o o dque son algo distinto el conocim iento y la creencia? G or. — Creo que son algo distinto, Sócrates. Sóc. — Así es; lo com probarás por lo siguiente. Si tepreguntaran: «¿Hay una creencia falsa y otra verdadera,Gorgías?», contestarías afirm ativam ente, creo yo. G o r . — Sí.

36 DIÁLOGOS Sóc. — Pero ¿existe una ciencia falsa y otra verdadera? G or. — En modo alguno. Súc. — Luego es evidente que no son lo mismo. G o r . — Es cierto, e Sóc. — Sin embargo, los que han adquirido un cono­ cim iento y los que tienen una creencia están igualm ente persuadidos. G o r . — Así es. Sóc. — Si te parece, establezcamos, pues, dos clases de persuasión: una que produce la creencia sin el saber; otra que origina la ciencia. Gor. — De acuerdo. Sóc. — ¿Cuál es. entonces, ia persuasión a que da lu ­ gar la retórica en los tribunales y en las otras asambleas respecto a lo justo y lo injusto? ¿Aquella de la que nace la creencia sin el saber o la que produce el saber? Go r . — Es evidente, Sócrates, que aquella de la que na­ ce la creencia.455a Sóc. — Luego la retórica, según parece, es artífice de la persuasión que da lugar a la creencia, pero no a la en­ señanza sobre lo justo y lo injusto. G or. — Sí. Sóc. — Luego tampoco el orador es instructor de los tribunales y de las demás asambleas sobre lo justo y lo injusto, sino que únicam ente les persuade. En efecto, no podría instru ir en poco tiem po a tanta m u ltitu d sobre cuestiones de tan gran im portancia. G or. — Claro que no. Sóc. — Veamos, pues, lo que realmente estamos dicien- b do respecto a la retórica, porque ni yo m ism o puedo ha­ cerme una idea clara de lo que digo. Cuando en la ciudad se celebra una asamblea para elegir m édicos o construc­ tores de naves o cualquier otra clase de artesanos, ¿no es cierto que, en esa ocasión, el orador no deberá dar su op i­ nión? Porque es evidente que en cada elección se debe pre­ ferir al más hábil en su oficio. Tampoco dará su consejo

G ORGIAS 37cuando se trate de la construcción de m urallas o del esta­blecimiento de puertos o arsenales, porque entonces lo da­rán los arquitectos. Menos aún cuando se delibere sobrela elección de generales, sobre el orden de batalla contralos enemigos o sobre la captura de algún puesto; en este ccaso serán los expertos en la guerra los que d arán su con­sejo, y no los oradores. ¿Qué dices a esto, Gorgias? Pues­to que afirm as que tú eres orador y capaz de hacer ora­dores a otros, conviene conocer de ti lo concerniente a tu.u le. Piensa que ahora yo me preocupo por tus intereses,pues quizá algunos de los presentes desea ser tu d iscíp u­lo —supongo que incluso son m uchos— , pero tal vez nose atreven a interrogarte. Asi pues, considera, al ser pre­guntado por mí, que son tam bién ellos los que te pregun- dUní: «¿Q ué provecho obtendremos, Gorgias, si seguimostos lecciones? ¿Sobre qué asuntos seremos capaces de■u onsejar a la ciudad? ¿Sólo sobre lo justo y lo injusto otambién sobre lo que ahora decía Sócrates?» Así pues, pro-t uta darles una contestación. C o r . — Pues bien, voy a intentar, Sócrates, descubrir­le con claridad toda la potencia de la retórica; tú m ism ome has indicado el cam ino perfectamente. Sabes, segúni reo, que estos arsenales, estas m urallas de Atenas y la ei 'instrucción de los puertos proceden, en parte, de los con­sejos de Temístocles ” , en parte, de los de Pericles, perono de los expertos en estas obras. Sóc. — Eso es, Gorgias, lo que se dice respecto a Te-iltistocles; en cuanto a Pericles, yo m ism o le he oído cuan­do nos aconsejaba la construcción de la m uralla inter­media Después de las Guerras Médicas los atenienses, por consujo de Tc-mislodes, le nificaron su ciudad y el puerlo del Píreo, trasladando ai .le los arsenales del Palero, el otro puerto de Atenas. Dos murallas iban de la ciudad hasla el Píreo, otra icrccrd ibu alI iilnjlo. El muro de que aquí habla Platón se llamaba muro del Sur o In-lei'lor, pues quedaba entre el del Norte o Exterior y el que conduela altíllelo.

38 DIALOGOS456a G o r . — Y observarás, S ócrates, que, c u a n d o se tra ía de elegir a las personas de que hablabas ahora, son los oradores los que dan su consejo y hacen prevaJecer su opi­ nión sobre estos asuntos. Sóc. — Por la adm iración que ello me produce, Gor- gias, hace tiempo que vengo preguntándote cuál es, en rea­ lidad, el poder de la retórica, Al considerarlo así, me pa­ rece de una grandeza maravillosa. G o r . — Si lo supieras todo, Sócrates, verías que, por así decirlo, abraza y tiene bajo su dom inio la potencia de b todas las artes. Voy a darte una prueba convincente. Me ha sucedido ya m uchas veces que, acom pañando a m i her­ m ano y a otros médicos a casa de uno de esos enfermos que no quieren tom ar la m edicina o confiarse al médico para una operación o cauterización, cuando e) m édico no podía convencerle, yo lo conseguí sin otro auxilio que el de la retórica. Si un m édico y un orador van a cualquier ciudad y se entabla un debate en la asamblea o en alguna otra reunión sobre cuál de los dos ha de ser elegido como c médico, yo te aseguro que no se hará ningún caso del m é­ dico, y que, si él lo quiere, será elegido el orador. Del m is­ mo modo, frente a otro artesano cualquiera, et orador con­ seguiría que se le eligiera con preferencia a otro, pues no hay m ateria sobre la que no pueda hablar ante la m u lti­ tud con más persuasión que otro alguno, cualquiera que sea la profesión de éste. Tal es la potencia de la retórica y hasta tal punto al­ canza; no obstante, Sócrates, es preciso u tiliz a r la retóri- d ca del m ism o modo que los demás medios de combate. Por el hecho de haberlos aprendido, no se deben usar contra lodo el m undo indistintamente; el haber practicado el p u ­ gilato, la lucha o la esgrima, de m odo que se pueda ven­ cer a amigos y enemigos, no autoriza a golpear, herir o m atar a los amigos. Pero tampoco, por Zeus, si alguno que ha frecuentado la palestra y ha conseguido robustez y ha­ bilidad en el pugilato golpea a su padre, a su m adre o a

GORG1AS 39alguno de sus parientes o amigos, no se debe por ello odiar eni d esterrar a los m aestros de g im n a sia y de esg rim a. £s-los les han enseñado sus artes con in te n c ió n de q ue lasem plearan justam ente contra los enemigos ” y los m alhe­chores, en defensa p ro p ia , sin in ic ia r el ataque; pero losdis cíp u lo s, te rgiversan do este p ro p ó sito , usan m a l de la 457asu p e rio rid a d qu e les p ro c u ra el arte. En este caso losm aestros no son m alvado s, n i su arte es por ello c u lp a b leni perversa, sino, en m i o p in ió n , lo son los q u e no se s ir­ven de ella rectam ente. El m ism o razonam iento se aplica tam bién a la retóri­ca. En efecto, el orador es capaz de hablar contra toda cla­se de personas y sobre todas las cuestiones, hasta el p u n ­to de producir en la m u ltitu d mayor persuasión que susadversarios sobre lo que él quiera; pero esta ventaja no fele autoriza a privar de su reputación a los médicos n i alos de otras profesiones, solamente por el hecho de ser ca­paz de hacerlo, sino que la retórica, como los demás me­dios de lucha, se debe em plear tam bién con justicia. Se­gún creo yo, si alguien adquiere habilidad en la oratoriay, aprovechando la potencia de este arte, obra injustam en­te, no por ello se debe odiar n i desterrar al que le in stru ­yó; éste transm itió su arte para un empleo justo, y el dis- ccipulo lo utiliza con ei fin contrario. Así pues, es de ju s ti­cia odiar, desterrar o condenar a muerte al que hace maluso, pero no a! maestro. Sdc. — Supongo, Gorgias, que tú tam bién tienes la ex­periencia de numerosas discusiones y que has observadoen ellas que difícilm ente consiguen los interlocutores pre­cisar el objeto sobre el que intentan dialogar y, de estemodo, poner fin a la reunión después de haber recogido ,y Gorgias expone aquí la moral de su ¿poco, que consisie en hacerbien al amigo y mal a) enemigo. Platón se opone a ella afirm ando queen ningún caso se debe hacer mal a nadie. Véase fíep. 335-J6: Criión 49b-c. Pero a veces, en pura dialéctica, pone en boca de Sócraies eslas m is­mas ideas. V6ase 48Úe, 48 )b.

4 0 DIÁLOGOS y expresado recíprocamente sus pensamientos. Por el con­ trario, sí hay diferencia de opiniones y uno de ellos a fir­ m a que el otro no habla con exactitud o claridad, se ir r i­ tan y se im aginan que se les contradice con m ala inten­ ción, y así disputan por am or propio sin exam inar el ob­ jeto propuesto en la discusión. Algunos term inan por se­ pararse de manera vergonzosa, después de injuriarse y ha­ ber dicho y oído tantas ofensas que hasta los asistentes se indignan consigo m ism os por haberse prestado a escu­ e char a tales personas. ¿Por qué digo esto? Porque ahora me parece que tus palabras no son consecuentes ni están de acuerdo con las que dijiste a) principio sobre la retóri­ ca. Sin embargo, no me decido a refutarte tem iendo que supongas que hablo por rivalidad contra ti y no por el de­ seo de esclarecer el objeto de nuestra discusión. Por ta n ­4S&a to, si tú eres del m ism o tipo de hom bre que yo soy, te in ­ terrogaré con gusto; si no, lo dejaré. ¿Qué clase de hom ­ bre soy yo? Soy de aquellos que aceptan gustosamente que se les refute, sí no dicen la verdad, y de los que refutan con gusto a su interlocutor, si yerra; pero que prefieren ser refutados a refutar a otro, pues pienso que lo prim e­ ro es un bien mayor, por cuanto vale más librarse del peor de los males que lib ra r a otro; porque creo que no existe m al tan grave como una'opinión errónea sobre el tema que ahora discutim os ZL1. Por lo tanto, si dices que tam bién tú eres así, continuemos; pero si crees que conviene dejar la conversación, dejémosla ya y pongámosle fin. G o r . — Te aseguro, Sócrates, que tam bién soy de la m ism a m anera de ser que tú indicas; sin embargo, quizá conviniera tener en cuenta el interés de los que aquí es­ tán, porque ya antes de llegar vosotros había yo diserta­ do am pliam ente, y si ahora continuam os la conversación, iu En la discusión, Sócrates repite a sus interlocutores esta Irase frecuentemente y en variadas formas (472c, 500c). En ella vemos que un mal tan grave no puede ser una opinión errónea sobre la retórica como simple arte.

GORGIAS 41quizá nos extendamos demasiado. Así pues, es preciso con- csultarles, no sea que retengamos a alguien que quiera aten­der a otra cosa. Q uer. — Ya oís, Gorgias y Sócrates, el clam or de todoséstos, que desean oíros si continuáis; en cuanto a m í, oja­lá no se me presente una ocupación tan imperiosa que meobligue a abandonar conversaciones de tanta im p o rta n ­cia y llevadas de tal m odo para d ar preferencia a otroasunto. C al. — Por los dioses, Q uerefonte, tam b ié n yo me heencontrado en m uchas discusiones y no sé si alg un a vezhe sentido tanto placer com o ahora; por consiguiente, medaréis gran sa tisfa c ción , a u n q u e esLéis dispuestos a con­versar durante todo el día. Sóc. — Por m i parte, Calicles, no hay inconveniente, siGorgias consiente en ello. Go r . — En esta situación, Sócrates, resulta ya vergon­zoso que no acepte; tanto m ás cuanto que yo m ism o melie ofrecido espontáneam ente a que cada uno me pregun­te lo que quiera. Así pues, si les parece bien a los presen- &les, continúa la conversación e interroga lo que desees. Sóc. — Escucha, Gorgias, lo que me causa extrañezaen tus palabras; quizá has hablado rectamente, pero yono te com prendo bien. ¿Afirm as que eres capaz de ense­nar la retórica al que quiera ser tu discípulo? Go r . — Sí. Sóc. — ¿De manera que sobre todos los objetos produz­ca convicción en la m ultitud , persuadiéndola sin ins­truirla? G or. — Exactamente. Sóc. — Decías hace un m om ento 21 que incluso sobre 459ola salud el orador será m ás persuasivo que el médico. Go r . — Sí que lo decía, pero sólo ante la m u ltitu d . Sóc. — Decir ante la m ultitud , ¿no es decir ante los ig­21 Véase 456b.

42 DIÁLOGOS norantes? Pues, sin duda, am e los que saben no puede ser el orador más persuasivo que el médico. C or. — Es verdad. Sóc. — Y si es más persuasivo que el m édico resulta m ás persuasivo que el que sabe. Cor, — Así es.b Sóc. — Sin ser médico, ¿no es cierto? G o r . — Sí. Sóc. — El que no es m édico es ignorante, y el m édico sabe. G o r . — Es evidente. Sóc. — Luego ante ignorantes el que no sabe será más persuasivo que el que sabe, puesto que el orador aventa­ ja al médico. ¿ Resulta esto o no? G or. — En este caso, al menos, sí resulta. Sóc. — Y respecto de todas las otras artes, se encuen­ tra en la m ism a situación el orador y la retórica. No ne­ cesita conocer Jos objetos en sí mismos, sino haber inven­ir tado cierto procedim iento de persuasión que, ante los ig­ norantes, le haga parecer m ás sabio que los que realm en­ te saben. G or. — ¿Y no es una gran com odidad, Sócrates, que, sin aprender las demás arles, con ésta sola el orador no resulte inferior a los que las profesan? Sóc. — Si el orador, por ser así, aventaja o no a los de otras profesiones, lo examinaremos en seguida ” , si en algo interesa a nuestra discusión; pero ahora debemos exa­ m in ar en prim e r lugar lo siguiente. ¿Respecto a lo justod y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo m alo, el cono­ cedor de la retórica se encuentra en la m ism a situación que respecto a la salud y a los objetos de las otras artes, y, desconociendo en ellas qué es bueno o malo, qué es be­ llo o feo y qué es justo o injusto, se ha procurado sobre estas cuestiones un medio de persuasión que le perm ite u V ¿ase 4 6 6 a.

GORGIAS 43aparecer ante los ignorantes com o más sabio que el querealmente sabe, aunque ¿3 no sepa? ¿O bien es necesario ei|ue quien tiene el propósito de aprender la retórica po ­sea estos conocimientos y los haya adquirido am es de d i­rigirse a ti? Y en caso contrario, tú, que eres maestro deretórica, ¿prescindirás de enseñar a tu discípulo esto, por­que no es función tuya, y harás que ante la m u ltitu d pa­rezca que lo sabe, cuando lo ignora, y que pase por buenosin serlo? ¿ 0 te será com pletam ente im posible enseñarlela retórica, si previam ente no conoce la verdad sobre es­tas materias? ¿Cóm o es esto, Gorgias? Por Zeus, como hasdicho antes, descúbrenos el poder de la retórica y explí- 460acanos en qué consiste. G or. — Yo creo, Sócrates, que, si acaso las descono­ce, las aprenderá tam bién de mí. Sóc. — No sigas; tu contestación es suficiente. Si hasde hacer orador a alguien, es preciso que conozca lo ju s ­to y lo injusto, bien lo sepa antes de recibir tus leccioneso bien lo aprenda contigo. Gor. — Exactamente. Sóc. — ¿Pero qué? El que ha aprendido la construcción bes constructor, ¿no es así? Gor. — Sí. Sdc. — ¿E l que ha aprendido la m úsica es m úsico? G o r . — Sí, lo es. Sóc. — ¿Y el que ha aprendido m edicina es m édico?¿Y en la m ism a relación, las demás artes, de m odo queel que aprende una de éstas adquiere la cualidad que leproporciona su conocim iento? Gor. — Sin duda. Sóc. — Siguiendo el m ism o razonam iento, el que co­noce lo justo, ¿no es justo? G or. — Indudablem ente. Sóc. — Y el justo obra justam ente. G o r . — Sí.

44 DIÁLOGOS c Sóc. — Por consiguiente, ¿no es preciso que el orador sea justo y que el justo desee obrar con justicia? Go r. — Así parece. Sóc. — Luego jam ás querrá el orador obrar injusta­ mente. Gor. — Parece que no. Stic. — ¿Te acuerdas de que hace poco decías 23 que d no se debe acusar ni desterrar a los maestros de g im n a­ sia en el caso de que un p úgil se sirva injustam ente de su arte, y que, del m ism o m odo, si un orador se sirve de la retórica para un fin injusto, tampoco se debe acusar ni expulsar de la ciudad a su maestro, sino al que obra in ­ justam ente y hace un uso indebido de este arte? ¿Dijiste esto o no? G o r . — Sí, lo dije, e Sóc. — Pero ahora resulta que este m ism o orador ja ­ más obraría injustam ente. ¿No es verdad? Go r . — Así parece. Sóc. — Al comenzar esta conversación 24 se dijo que la retórica no trataba de los discursos sobre el núm ero par y el im par, sino de los referentes a lo justo y lo injusto; ¿es así? G o r . — Así es. Súc. — Al oírte decir esto concebí la idea de que la re­ tórica no podía ser nunca algo injusto, puesto que sus dis­ cursos tratan siempre sobre la justicia; cuando poco des­ pués dijiste que el orador podía tam bién em plear su arte461a injustam ente, entonces, sorprendido y considerando que no había concordancia en tus palabras, dije aquello de que, si tú estabas de acuerdo conm igo en que es provechoso ser refutado, era conveniente seguir la conversación; en el caso contrario, abandonarla. Después, al exam inar la cuestión, tú m ism o ves que de nuevo nos resulta imposi- Véase 456d 24 Véase 454b,

GORG1AS 45ble que e) orador haga uso injusto de la retórica y que quie­ra obrar injustam ente. Por el perro, Gorgias, no es cosade una breve conversación el aclarar suficientem ente có- bm o es esto en realidad. P ol. — ¿Q ué dices, Sócrates? ¿Tu opinión sobre la re­tórica es la que acabas de expresar? ¿Crees que puedessustentarla porque Gorgias haya sentido vergüenza enconcederte que el orador no conoce lo justo, lo bello y lobueno, y haya añadido a continuación que enseñaría estoal discípulo que se le presentara sin conocer esto? Y q u i­zá a consecuencia de esta concesión, se ha producido cier­ta contradicción; esto es Lo que te deleita, y tú m ism o con­duces la d isc u sión a sem ejantes argucias...; p e r o 25 c¿quién será capaz de negar que conoce la justicia y quepuede enseñarla a los demás? Llevar la conversación a ta­les extremos es una gran rusticidad. Sóc. — Encantador Polo, precisamente tenemos am i­gos e hijos para que, cuando nos hacemos viejos y damosalgún paso en falso, vosotros los jóvenes, estando a nues­tro lado, rectifiquéis nuestra vida en las acciones y en laspalabras. Así ahora, si Gorgias y yo hemos com etido al- dgún error en la discusión, rectifícalo tú que estás aquí; estu obligación; por m i parte, estoy dispuesto a plantear denuevo lo que tú quieras, si crees que algo de lo que hemosconvenido no está bien, con tal de que cum plas una solacondición. P o l . — ¿Y qué es ello? Sóc, — R eprim ir, Polo, el afán de pronunciar largosdiscursos, como intentaste hacer al p rincipio de estaconversación. Po l . — ¿P ero q u é ? ¿N o se m e p e r m itir á d ec ir todo loque quiera? 25 Polo entra en la discusión con un Impetu y una vehemencia quese manifiestan en la forma de ia frase. Esta se halla, en efecto, llena deanacolutos y cortes que la traducción trata de reflejar en lo posible.

4 6 DIÁLOGOS e Sóc. — Sufrirías un gran daño, excelente Polo, si ha­ biendo venido a Atenas, el lugar de Grecia donde hay m a­ yor libertad para hablar, sólo tú aquí fueras privado de ella. Pero considera el caso contrario: si tú pronuncias lar­ gos discursos sin querer responder a lo que te pregunte, ¿no sufriré yo un gran daño si no se me perm ite marchar-462a me y dejar de escucharte? Si tienes interés en la cuestión que hemos tratado y quieres rectificarla, pon de nuevo a discusión, como acabo de decir, lo que te parezca; pregun­ ta y contesta alternativam ente, como Gorgias y yo; refú­ tame y perm ite que te refute. Tú afirm as, sin duda, que sabes tanto como Gorgias, ¿no es asi? Po l . — Si. Sóc. — Así pues, ¿tam bién tú invitas a que cada uno te pregunte lo que quiera porque estás seguro de que sa­ bes contestar? Po l . — Desde luego. b Sóc. — Pues haz lo que prefieras; pregunta o responde. Po l . — Eso voy a hacer. Contesta, Sócrates, qué es la retórica en tu opinión, puesto que crees que Gorgias tie­ ne dificultad para definirla. Sóc. — ¿Me preguntas qué arte es, a m i juicjo? Po l. — Exactamente. Sóc. — N inguna, Polo, si he de decirte la verdad. Po l. — ¿Pues qué es la retórica según tú? Sóc. — Algo que tú afirm as haber hecho arte en un es- c crito que he leído hace poco 26. P o l. — ¿Q u é es, entonces? Sóc. — Una especie de práctica. Pol. — ¿Según tú, la retórica es una práctica? Sóc. — Eso pienso, a no ser que tú digas otra cosa. Pol. — Una práctica ¿de qué? Sóc. — De producir cierto agrado y placer. Po l. — Así pues, ¿crees que la retórica es algo bello, puesto que es capaz de agradar a los hombres? 24 Véase nota en 448c.

GORGIAS 47 Sóc. — Pero, Polo, ¿te has inform ado ya por m is pala- dbras de lo que yo digo que es la retórica como para se­guirm e preguntando si me parece bella? Po l . — P ero ¿ n o sé’ que h as d ic h o qu e es u n a especiede práctica? Sóc. — Puesto que estimas el causar agrado, ¿quieresprocurarm e uno, aunque sea pequeño? Pol. — Sí quiero. Sóc. — Pregúntame, entonces, qué arte es la culinaria,en m i opinión. Po l. — Te lo pregunto, ¿qué arte es la culinaria? Sóc. — Ninguna, Polo. Pol. — Pues ¿qué es? Dilo. Sóc. — Una especie de práctica. Pol. — ¿De qué? Habla. Sóc.' — Voy a decírtelo; una práctica de producir agra- edo y placer, Polo. Pol. — Luego, ¿son lo mismo la culinaria y la retórica? Sóc. — De ningún modo, pero son parte de la m ism aactividad. Pol. — ¿A qué a c tiv id a d te refieres? Sóc. — Temo que sea un poco rudo decir la verdad; nome decido-ajiacerlo por Gorgias, no sea que piense queyo r id ic u liz o su p ro fe sió n . Y o n o sé si es ésta la re tó ric a 463aque p ra ctica Gorgjas, pues de la d is c u s ió n a n te rio r no sepuede de d ucir claram ente lo que él piensa; lo que yo lla ­m o re tó ric a es u na parte de algo que no tiene n a d a debello. C or. — ¿De qué, Sócrates? Dilo y no tengas reparo pormi, Sóc. — Me parece, Gorgias, que existe cierta ocupaciónque no tiene nada de arte, pero que exige un espíritu sa-líaz, decidido y apto por naturaleza para las relaciones hu­manas; llam o adulación a lo fundam ental de ella. Hay, se- b(íún yo creo, oirás m uchas partes^de ésta; una, la cocina,<¡ue parece arte, pero que no lo es, en m i opinión, sino una

4 8 DIÁLOGOSpráctica y una rutina. También llam o parle de )a adula-ción a la retórica, la cosmética y la sofistica, cuatro par­tes que se aplican a cuatro objetos. Por tanto, si Polo quie-c re interrogarme, que lo haga, pues aún no ha llegado a sa­ber qué parte de la adulación es, a m í juicio, la retórica;no ha advertido que aún no he contestado y, sin embargo,sigue preguntándome si no creo que es algo bello. No pien­so responderle si considero bella o fea la retórica hastaque no le haya contestado previamente qué es. No seríaconveniente. Polo; pero, si quieres inform arte, pregúnta­me qué parte de la adulación es, a mí juicio, la retórica.Po l , — Te lo pregunto; responde qué parte es.d Sóc. — ¿Vas a entender m i contestación? Es, según yocreo, un sim ulacro de una parte de la política.Pol. — ¿Pero qué? ¿Dices que es bella o fea?Sóc. — Fea, pues llamo feo a lo malo, puesto que es pre­ciso contestarte como si ya supieras lo que pienso.Go r. — Por Zeus, Sócrates, tampoco yo entiendo lo quedices,e Sóc. — Es natura], Gorgias. Aún no he expresado cla­ramente m i pensam iento, pero este Polo es joven e im ­paciente.G o r . — No le ocupes de él; dim e qué quieres decir a)afirm ar que la retórica es el sim ulacro de una parte dela política.Sóc. — Voy a intentar explicar lo que me parece la re­tórica; sí no es com o yo pienso, aquí está Polo que me re-464a futará. ¿Existe algo a lo que llam as cuerpo y algo a lo quellamas alma?G o r . -¿Cómo no?Sóc. — ¿Crees que hay para cada uno de ellos un esta­do saludable?G o r . — Sí.Sóc. — ¿Y no es posible un estado saludable aparentesin que sea verdadero? Por ejemplo, hay muchos que pa­rece que tienen sus cuerpos en buena condición y difícil-

G 0 R C 1AS 49mente alguien que no sea m édico o maestro de gim nasiapuede percibir que no es buena. G or. — Tienes razón. Sóc. — Digo que esta falsa apariencia se encuentra enei cuerpo y en el alm a, y hace que uno y otra produzcanla im presión de un estado saludable que en realidad no btienen. G or. — Así es. Sóc. — Veamos, pues; voy a aclararte, si puedo, lo quepienso con una exposición seguida. Digo que, puesto queson dos tos objetos, hay dos artes, que corresponden unaal cuerpo y otra al alma; llam o política a la que se refiereal alma, pero no puedo definir con un solo nom bre la quese refiere al cuerpo, y aunque el cuidado del cuerpo es uno,lo divido en dos panes: la gim nasia y la medicina; en lapolítica, corresponden la legislación a la gimnasia, y la jus­ticia a la medicina. Tienen puntos en com ún entre sí, pues- cto que su objeio es el mismo, la m edicina con la gimnasiay la justicia con la legislación; sin embargo, hay entre ellasalguna diferencia. Siendo estas cuatro artes tas que pro­curan siempre el m ejor estado, del cuerpo las unas y delalm a las otras, la adulación, percibiéndolo así, sin cono­cim iento razonado, sino por conjetura, se divide a sí m is­m a en cuatro partes e introduce cada una de estas partesen el arle correspondiente, fingiendo ser el arte en el quese introduce; no se ocupa del bien, sino que, captándose da la insensatez por medio de lo más agradable en cada oca­sión, produce engaño, hasta el punto de parecer digna degran valor. Así pues, la culinaria se introduce en la m edi­cina y finge conocer los alim entos más convenientes pa­ra el cuerpo, de m anera que si, ante niños u hombres taninsensatos como niños, un cocinero y un médico tuvieran eque poner en juicio quién de los dos conoce mejor los a li­mentos beneficiosos y nocivos, el m édico m oriría de ham ­bre. A esto lo llam o adulación y afirm o que es feo, Polo—pues es a ti a quien me d irijo —, porque pone su punto

5 0 DIÁLOGOS465a de m ira en el placer sin el bien; digo que no es arte, sino práctica, porque no tiene ningún fundam ento por el que ofrecer las cosas que ella ofrece ni sabe cuál es la n atura­ leza de ellas, de modo que no puede decir la causa de ca­ da una. Yo no llam o arte a lo que es irracional; sí tienes algo que objetar sobre lo que he dicho, estoy dispuesto a explicarieio. b Así pues, según digo, la culinaria, como parte de la adu­ lación. se oculta bajo la medicina; del m ism o modo, bajo la gim nástica se oculta la cosmética, que es perjudicial, falsa, innoble, servil, que engaña con apariencias, colores, pulimentos y vestidos, hasta el punto de hacer que los que se procuran esta belleza prestada descuiden la belleza na­ tural que produce la gimnástica. Para no extenderme más, voy a hablarte como los geómetras, pues tal vez así me comprendas: la cosmética es a la gim nástica lo que la cu- c linaria es a la medicina; o, m e jo r la cosmética es a la gim ­ nástica lo que la sofística a la legislación, y la culioaria es a la m edicina lo que la retórica es a la justicia. Como digo, son distintas por naturaleza, pero, como están muy próximas, se confunden, en el m ism o cam po y sobre los mismos objetos, sofistas y oradores, y ni ellos mism os sa­ ben cuál es su propia función ni los demás hombres có­ mo servirse de ellos. En efecto, si el alm a no gobernara d al cuerpo, sino que éste se rigiera a si m ism o, y si ella no inspeccionara y distinguiera la cocina de la m edicina, si­ no que el cuerpo por sí m ism o juzgara, conjeturando por sus propios placeres, se vería m uy cum plida la frase de Anaxágoras \" que tú conoces bien, querido Polo, «todas n Anaxágoras de Clazóroenas nació en los primeros años del s. v y m urió en el 428. Durante mucho tiempo vivió en Atenas en el circulo de P endes. A consecuencia de una acusación de impiedad marchó a Lámp- saco. donde murió. Fue uno de los más destacados entre los llamados «filósofos de la naturaleza«. La novedad más notable en Anaxágoras es que el proceso de mezcla y separación de los elementos no es ni pura­ mente mecánico ni casual. En el fondo de todo el proceso está un espíri­ tu que lo dom ina (odo: el no/ií. La frase citada es: pdnta chrémata én ho-

G0RC1AS 51las cosas ju m as» estarían mezcladas en una sola, quedan­do sin d istinguir las que pertenecen a la m edicina, a la h i­giene y a la culinaria. Así pues, ya has oído lo que es paramí la retórica: es respecto al alm a lo equivalente de lo q u e ees la culinaria respecto al cuerpo. Q uizá he obrado de mo­do inconsecuente prohibiéndote los largos discursos y ha­biendo alargado el m ío demasiado. Sin embargo, tengouna disculpa, pues cuando hablaba brevemente no mecomprendías ni eras capaz de sacar provecho de mis res­puestas, sino que necesitabas explicación. Por tanto, sitampoco yo puedo servirme de las tuyas, alarga tus dis- 466acursos; pero, en caso contrario, déjame utilizarlas, pueses justo. Ahora, si puedes servirle en algo de m i contesta­ción, sírvete. Po l. — ¿Qué dices? ¿Te parece que ia retórica esadulación? Sóc. — He dicho una parte de la adulación; pero ¿notienes m em oria a tu edad. Polo? ¿Q ué va a ser después? Po l. — ¿Acaso piensas que los buenos oradores sonmal considerados en las ciudades porque se les creeaduladores? S ó c .— ¿Me haces una pregunta o empiezas un bdiscurso? Po l . — P regunto. Sóc. — Me parece que no se les considera en absoluto. P o l. — ¿Cóm o que no se les considera? ¿N o son losmás poderosos en las ciudades? Sóc. — No, si dices que el p oderes un bien para quienlo posee !í. Po l. — En efecto, eso digo.moü tita noús elthón auli diekósmese ([odas las cosas estaban mezcla­das, después vino «el espíritu» y las ordenó) (Fr. B 1 DKj. Sobre esta idea de si el poder es un bien para el que lo posee seinsiste en 525e y ss., donde se indica la situación de los poderosos res­pecto a la justicia y se aclara que algunos poderosos pueden ser justos.

52 DIÁLOGOS Sóc. — Entonces creo que los oradores \" son los ciu­ dadanos menos poderosos. Pol. — Pero ¿qué dices? ¿ No pueden, como los tiranos,c condenar a m uerte al que quieran y despojar de sus bie­ nes y desterrar de las ciudades a quien les parezca? Sóc. — Por el perro, Polo, que dudo respecto a cada co­ sa que dices si haces una afirm ación y expones un pensa­ m iento o si me estás interrogando. Po l. — Te in terrogo . Sóc. — Está bien, amigo. ¿Entonces me haces al m is­ mo tiempo dos preguntas? Pol. — ¿Cómo dos? Sóc. — ¿N o acabas de decir algo así como que los ora-d dores condenan a muerte a los que quieren, del mismo mo­ do que los tiranos, y despojan de sus bienes y destierran de las ciudades al que les parece? Po l. — Sí. Sóc. — Entonces insisto en que son dos preguntas y voy a responder a las dos. Sostengo, Polo, que los oradores y los tiranos tienen m uy poco poder en las ciudades, co­ mo he dicho hace un momento; en efecto, por así decirlo,e no hacen nada de lo que quieren, aunque hacen !o que les parece mejor. Po l . — ¿N o es esto tener un gran poder? Sóc. — No, al menos según dice Polo. Po l. — ¿Digo yo que no? Al contrario, lo afirm o. Sóc. — Porel..., no lo afirmas, puesto que dices que te­ ner un gran poder es un bien para quien lo posee. Po l . — Y )o m anteng o. Sóc. — ¿Crees, en efecto, que es un bien para una per­ sona privada de razón hacer lo que le parece mejor? ¿Lla­ mas a esto tener un gran poder? P o l. — No. ” La palabra orador tiene también en griego la acepción de polí­ tico (véase ApoL 32b). Esle es el sentido que toma frecuentemente en es- le diálogo

GORCtAS 53Sóc. — Entonces refútame y demuestra que los orado­res son hombres cuerdos y que la retórica es arte y no adu- 467aItición. Pero si no me refutas, ios oradores, que hacen enla ciudad lo que les parece, e igualm ente los tiranos, noposeen n ingún bien con esto, pues el poder, com o tú di-res, es un bien, pero tú mismo reconoces que hacer lo que.1 uno le parece, cuando está privado de razón, es un mal.I No es así?Pol. — Sí.Sóc. — Entonces, ¿cóm o es posible que los oradores■i los tiranos tengan gran poder en las ciudades, sí Polono convence a Sócrates de que hacen lo que quieren?P o l. — Este hombre... bSóc. — A firm o que no hacen lo que quieren; refútame.Po l. — ¿N o acabas de reconocer que hacen lo que lesparece mejor?Sóc. — Y sigo reconociéndolo.Po l. — Entonces, ¿no hacen lo que quieren?Sóc. — Digo que no.P o l. — ¿Al hacer lo que les parece bien?Sóc. — Eso.Po l. — Dices cosas sorprendentes y absurdas, Só-i rales.Sóc. — Oh excelente Polo “ , para dirigirm e a ti segúndi m odo de hablar, no m e acuses; si puedes interrogar­me. dem uéstram e que estoy equivocado; en caso contra- cl io, responde a mis preguntas.Po l . — Prefiero contestar, para saber lo que quieresdecir.Sóc. — ¿Piensas que los hombres quieren lo que en ca­da ocasión hacen o quieren aquello por lo que lo hacen?Por ejemplo, los que lom an una medicina adm inistrada w Sócrates icnita el modo cíe hablar de Polo. No es posible conser­v aren Ja traducción la simetría cuantitativa y acentual del griego ni laulceración.


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook