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Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Published by zsyszleaux.s2, 2017-05-22 15:43:37

Description: Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

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254 DIALOGOS —¿Herm ano...?, ¿lo soy acaso de E utidem o?, se apre­ suró a decir Dionisodoro. Entonces yo repuse: — Dejemos eso, querido, hasta que E utidem o me haya enseñado que conozco que los hombres buenos son injus' tos..., y no me prives de esa enseñanza. — ¡Huyes, Sócrates!, exclamó Dionisodoro, y no quie­ res responder. — N aturalm ente — dije— , si soy m ás débil que uno solo de vosotros, ¿cóm o no voy a h u ir frente a dosc juntos '\"? Muy lejos estoy, además, de valer lo que Hera­ cles, que no pudo, a un tiempo, luchar contra la H idra — una sofista fem enina que, gracias a su saber, si al­ guien le cortaba una cabeza de su argum ento, hacía bro­ tar m uchas otras en lugar de aquella— y contra cierto cangrejo l01, sofista tam bién ¿1, llegado del m ar y recién desembarcado, según creo l03. Y com o éste lo atorm enta­ ba así, del lazo de la izquierda 1D1, con sus palabras, quie­ ro decir con sus m ordeduras, llam ó en auxilio a su sobri-d no Yolao, que le prestó conveniente ayuda. Pero mi Yolao l£“, si viniera, más bien haría lo contrario. — Me dirás, por favor, cuando hayas term inado tu re­ lato — preguntó Dionisodoro— , si acaso era Yolao más so­ brino de Heracles que tuyo. — Lo m ejor que puedo hacer, Dionisodoro, es respon­ derte — dije— , porque efectivamente no cesarás de pre- IM Alusión al proverbio »ni el mismo Heracles puede contra dos»(cf. FeJón 89c5). 141 En el segundo de los trabajos de Heracles, «un cangrejo enormeayudó a la Hidra mordiendo el pie de Heracles. Por eso lo m ató y llamóen su ayuda a Yolao... quien quemó las ralees de las cabezas con los tizo­nes Impidiendo que resurgieran» ( A p o lo d o r o , 11 5). 102 Se refiere al reciente regreso a Atenas de los extranjeros (cf,271b-c y 272b). 101 Dionisodoro estaba sentado a la izquierda de Sócrates (cf. 271b6y n. 21), de modo que él serla el cangrejo y Eutidemo la Hidra. w Podría tratarse de una alusión n Cteslpo, pero no es seguro.

EUT1DEM0 255guntarm e— estoy seguro— por la envidia, y con el propó­sito de im pedir que Eutidem o pueda enseñarme aquelsaber. — Responde, pues — dijo. — Respondo —contesté— que Yolao era sobrino de He­racles, pero mío, por lo que me parece, de n ingún modo.En efecio, su padre no era Patrocles, mi hermano, sino eH ieles, el herm ano de Heracles, y que sólo se asemeja unpoco en el nombre. — ¿Y Patrocles es tu herm ano?, dijo él. — Por cierto — contesté— , tenemos la m ism a m a­dre 1!B, aunque no el m ism o padre. — Entonces es tu herm ano y no es lu hermano. — Querido... — dije—, no lo es por parte de padre; el deél, en efecto, era Queredemo, m ientras que el mío,Sofronisco. — ¿ Pero Sofronisco era padre — dijo— , y... Queredemotam b ién ? — Efectivamente — respodi— , uno era el m ío y otro el 298ade él. — Entonces —preguntó— , ¿Queredemo era diferentede «padre» “*? — Por lo menos del m ío —contesté. — Entonces era padre siendo algo diferente de padre?¿ 0 eres tú lo m ism o que piedra '“7? —Temo —afirme— que tú me hagas aparecer como la),aunque no creo serlo. ,cs Fenáreía ( c f . Teeielo J49a2). 106 El sofisma que se prepara considera »padre» no como un airl-buio que pueda corresponder a una pluralidad de individuos, sino comocaracterística de un solo individuo. Ei esquema es: Oueredemo no es Sotronlsco; Sofronisco es padre; por lo tamo, Queredemo no es padre. 107 «Ser lo mismo que una piedra» o «vivir como una piedra» signi­fica carecer de sensibilidad (cf. Gorgias 494a8). La expresión figuraba enun popular sofisma cuya premisa inicial era'- «El hombre no es una pie­dra» y su conclusión: «El hombre es un perro (o un buey).» Su desarrolloc * l á e n D i ó g e n e s L a e r c i o (III 54).

256 DIÁLOGOS — ¿Entonces eres algo diferente de piedra? — ¡Por supuesto que ai! —¿ Entonces, siendo algo diferente de piedra — d ijo - no eres piedra, y siendo algo diferente de oro, no eres oro? — Así es. — Por lo tanto —añadió— , tam bién Queredemo, sien­ do algo diferente de padre, no sería padre. —Parecería no serlo — dije.b — Porque si Queredemo es padre — intervino Euti- dem o— , entonces, por el contrario, Sofronisco, a su vez, siendo diferente de padre, no es padre, de m anera que tú, Sócrates, no tienes padre Ctesipo, tomando al vuelo la palabra, dijo; —¿Y a vuestro padre, a su vez, no le ba sucedido lo m ism o? — E n lo m ás m ín im o — re sp ondió E utidem o. — ¿Es, pues — dijo— , el m ism o? — El mismo, por cierto.c — Lo lamentaría, si así fuese. Pero, dime, Eutidemo, ¿es él sólo m i padre o tam bién el de los demás hombres? —T am bién de los dem ás — respondió— . ¿O crees que la m ism a persona, siendo padre, no es padre? — Asi lo creía —dijo Ctesipo. —¿Cóm o — dijo el otro— , crees que una m ism a cosa, siendo oro, no es oro, o que un hombre, siendo hombre, no es hombre? — ¡Cuidado, Eutidem o!, ad virtió Ctesipo. Tal vez, co­ m o dice el proverbio, «no estás atando lino con lino» 1W. Afirmas, sin duda, algo notable, si dices que tu padre es padre de todos. — Pero lo es — agregó. El sofisma )o explica A r is t ó t e l e s (Refutaciones sofisticas166b28-36). ' w Comparar casos que no son similares (cf. A r is t ú t b l b s , Física207a 17-18).

e u t id e m o 257— ¿Sólo de los hombres — preguntó Ctesipo— o tam ­bién de los caballos y de todos los demás seres vivientes?— De todos —contestó.—¿Y tam bién tu m adre es m adre de todos? d— También.— ¿Entonces tu m adre — dijo— es tam bién m adre delos erizos de m ar?— ¡Y la tuya tam bién!, contestó.— ¿Entonces tu eres herm ano de los tem erilos, de losperritos y de los cerditos?— Como tú — dijo.— En consecuencia, tu padre es un cerdo y un perro.— ¡Y el luyo tam bién!, dijo.— A dm itirás eso en seguida, Ctesipo — intervino Dio-nisodoro— , si me contestas. Dime, ¿tienes un perro?— Si, y bastante m alo — respondió Ctesipo.— ¿Tiene cachorros?— Sí, y tan malos como él — dijo. e— ¿Entonces, el perro es el padre de ellos?— Sin duda, yo m ism o lo vi acoplarse con la perra.— Ahora bien, ¿no es tuyo el perro?— Por supuesto — dijo.— Entonces, siendo padre y siendo luyo, el perro es tupadre y tú eres el herm ano de-los cachorrosY de nuevo Dionisodoro, sin tom ar aliento, a fin de queCtesipo no se le adelantara, continuó:—Respóndeme todavía a esta pequeña pregunta: ¿gol­peas a tu perro?Ctesipo, riendo, le contestó:— ¡Sí, por los dioses!, ya que no puedo golpearte a ti.—¿Golpeas, pues, a tu padre?, dijo. 11(1 La falacia es asi: el perro es padre; el perro es tuyo; por lo laníoel perro es tu padre. Es u n a falacia de composición. A r is t ó t e l e s la clasi­fica como de accidente y irae a colación, entre otros, esie mismo ejem­plo (Refutaciones sofisticas 179a26-b6). La falacia se apoya en el signifi­cado de tu o luyo, que indican propiedad como relación sanguínea.61, - 17

258 DIÁLOGOS299a — Mucho más justo sería que golpeara al vuestro — dijo— , por habérsele ocurrido engendrar hijos tan su* bios. Pero supongo, Eutidem o. que han de ser muchos los bienes que habrán obtenido vuestro padre y los cachorro» de este vuestro saber. — No necesita de m uchos bienes, Ctesipo, ni é) ni tú, — ¿Ni tampoco tú, Eutidemo?, preguntó. — Ni ningún otro hombre. Porque, dim e Ctesipo, con-b sitieras que es un bien para un enfermo tom ar un reme­ dio cuando lo necesita, ¿o acaso no le parece un bien? O cuando uno va a la guerra, ¿consideras que es un bien pa­ ra un hom bre ir con las arm as o sin ellas? — A m í me parece que sí. Pero creo que saldrás con al­ guna de tus ocurrencias. — Lo sabrás m ejor si rae escuchas — dijo. Responde: puesto que estás de acuerdo en que es un bien para un hom bre tom ar un remedio cuando lo necesita, ¿no será m ejor que de tal bien tome lo m ás posible? ¿Y en ese caso no convendrá que alguien le triture y mezcle una ca­ rretada de eléboro '\"? Y Ctesipo respondió: — Por supuesto, Eutidem o, siempre que quien la tomec tenga el tam año de la estatua de Delfos —Así, pues, tam bién en la guerra — continuó— , pues­ to que hallarse provisto de armas es un bien, conviene em­ p uñar el m ayor núm ero posible de lanzas y escudos, ya que son precisamente un bien. — Por cierto— respondió Ctesipo— . ¿No lo crees tú así, Eutidemo, o basta tener una sola lanza y un escudo? — Sí. *11 El eléboro —cío raí'/ pórgam e y diurética—■era considerado ir- medio eficaz contra la locura. 112 Probablemente, la estatua de Apolo que erigieron los griegos en Delfos después de las batallas de Artcmisio y Salam ina (P a u s a n ia S, X 14, 3). Según H r r ó o o t o (VIH 121) tenía una altura de 12 codos (= 5,32 m.),

EUT1DEM0 2S9— ¿Y a Gerión y a Briáreo \"J — preguntó— los arma-i tas de ese m odo? Yo te creía más listo, sin embargo, sien-1(0 un profesional de las armas, al igual que este tu1 01 n pan ero.Eutídem o caJló. Pero Dionísodoro, retom ando las res­puestas anteriores de Ctesipo, preguntó: d— Y el oro, ¿no te parece que es un bien tenerlo?— Por cierto, y en cantidad — respondió Ctesipo.— Entonces, en tanto bienes, ¿no te parece que las ri­quezas se deben tener siempre y en todas partes?— ¡Claro que si!— , dijo— ¿Y admites, asim ism o, que el oro es un bien?— Ya lo he ad m itido — contestó.— ¿Por consiguiente, es necesario tenerlo siempre y enIndas partes y, principalm ente, consigo m ism o? Además,¿no sería el m ás feliz de los hombres quien tuviera trestalentos de oro en el estómago, uno en el cráneo y una es- elatera de oro en cada uno de los ojos?— Por lo menos cuentan, Eutidem o — dijo Ctesipo— ,i|tie entre los escitas, los m ás felices y mejores son aque­llos que tienen m ucho oro en sus propios cráneos — parahablar com o lo hacías tú antes cuando decías que m i pe­rro era m i padre—, y lo que es aún asombroso, ¡es quebeben en sus propios cráneos áureos y contem plan su ca­vidad interior m ientras sostienen ¡a propia cabeza en susmanos! IU.— ¿ Y ven los escitas y todos los demás hombres — pre- 300<i 111 Briáreo era uno de los gigantes de cien brazos que ayudó a Zeusu-uiilra los Titanes: Gertón. un monstrua tic ircs cuerpos cuyos bueyesrobó Heracles en el décimo de sus trabajos. 114 Los escitas, según refiere H e r 6 d d t o (1V 65), utilizaban los crá­neos d e los enemigos para hacer copas. El equivoco e n el texto se basac u la expresión «sus» o «sus propias» o «en sus» Q u e , c o n respecto a laposesión de un cráneo, p. ej., puede indicar lanto algo que forma parleilel propio cuerpo, como algo que no.

260 DIA LOGOSguntó Eutidem o— las cosas capaces de ver o las inca-paces? ul. — Las capaces — dijo. —¿Y tam bién tú?, preguntó. —También yo. —¿Ves, pues, nuestros mantos? — SI. — Entonces éstos son capaces de ver? — Claro, maravillosamente —dijo Ctesipo. — ¿Y qué ven,..?, preguntó. — ¡Nada! Supongo que no creerás que ven. ¡Qué ino­cente que eres! Parece, Eutidem o, que te hubieras dorm i­do con los ojos abiertos, y, si fuera posible hablar sin de-cir nada, que precisamente estuvieras haciendo eso. — ¿Y crees — dijo Dionisodoro— que no sea posible ha­blar callando ,u? — De ninguna manera — respondió Ctesipo. —¿Ni tampoco callar hablaodo? — Menos aún. — ¿ Y cuando dices «piedras», «maderas», «hierros», nohablas callando \" ’ ? — No por cierto — dije— , si paso jun to a las herrerías,pues dicen que allí los hierros, si uno los toca, gritan ycallan y chillan de lo lindo, de m odo que, merced a tu sa*ber, no te has dado cuenta de que no decías nada. Pero,en fin, dem uéstram e aún el otro punto, es decir, cóm o re­sulta posible callar hablando. Manlengo, de esta manera, la ambigüedad de) origina), que 1»mismo puede significar (1) «que (las cosas) pueden ver», como (2) «queson susceptibles de ser vistas«, y de ah) que la falacia consista en acep­tar que a un objeto inanimado le suceda (2), y pasar entonces a sostener(1). cosa que Ctesipo no admite. (Ver A r is t ó t e l e s , Refutaciones sofísticas166a 10.) 1,6 La ambigüedad, propia de la forma expresiva griega, consiste enque «callando» puede referirse tanto a quien habla como a las cosas dolas que se liabla. 117 «hablas callando» = hablas de cosas que callan.

EUTIDEMO 261 Me pareció que Ctesipo estaba m uy ansioso por que- ctliir bien frente a su preferido. —Cuando callas —dijo Eutidemo—, ¿no callas todo? — S( — respondió. — Entonces callas tam bién tas que hablan, si ellas for­man parle de «todo». — |Cómo!, exclamó Ctesipo, ¿no callan todas? — No creo —dijo Eutidemo. — Pero, querido, ¿todas las cosas hablan? — Si, por lo menos las que hablan. — Pero yo no pregunto eso — dijo— . sino si todo calla¡i habla. — Ni una cosa ni la otra y ambas a la vez — interrum pió d.ipresuradamente Diorüsodoro— . Sé bien que a semejan­te respuesta no tendrías qué replicar. Y Ctesipo, soltando una sonora carcajada, como acos-lum braba a hacerlo, dijo: — Eutidem o, tu herm ano ha logrado que el argumen-lu pueda tener ambas respuestas. ¡Está perdido y acaba­do! Y Clim as, que estaba divirtiéndose mucho, comenzó.1 reírse, de m odo que Ctesipo se sintió como si hubiesei rccido diez veces en tam año. Creo que Ctesipo, comohuert picaro, habla aprendido de ellos, escuchándolas, es-las argucias, ya que semejante saber no lo hay hoy día enoíros hombres. Yo dije entonces: — ¿Por qué te ríes, Clinias, de cuestiones tan serias y clidias? —¿Y tú, Sócrates — intervino Dionisodoro— , has vis­to alguna vez alguna cosa bella? — Por supuesto, Dionisodoro — respondí— , ¡y muchas! — Diferentes de lo bello — dijo— o idénticas con lo 301¿ibello \"»? i ifl A l u s i ó n a l p r o b l e m a d e l a p a r t i c i p a c i ó n e n la I c o r í a p l a t ó n i c a d el» s fo r m a s . E l p a s a je d e b e r e la c io n a rs e , c o m o a p u n ta R . K en t -Spr a c u e

262 DIÁLOGOS Me vi entonces en aprielos, sin saber qué responder,y pensé que me lo merecía por haber osado ab rir la bom»>Sin embargo, respondí: — Son diferentes de lo bello en si, aunque una cici'ttvbelleza eslá presente en cada una de ellas. — ¿Entonces — dijo— , si está presente jun to 1,v a ti unbuey, tú eres un buey, y como yo estoy ahora presente jtin*to a ti, tú eres Dionisodoro? — ¡Por favor!, no blasfemes de esa manera. — ¿Pero de qué manera — dijo— , ha de estar una casapresente ju n to a otra para que ésta sea diferente? —¿Te trae dificultades eso — dije— , tratando de itnt*tar por m i parte, el saber de esos dos hombres, que tan tudeseaba poseer? — ¿Cómo no va a traer dificultades — respondió— , y nosólo a m i sino a cualquiera, algo que «no es» l:\"? — ¿Qué dices, Dionisodoro?, exclamé, ¿no es acaso lobello, bello y lo feo, feo? — Por cierto, si asi me parece — respondió. — Pero, ¿te parece? — Por supuesto — dijo. — Entonces tam bién lo idéntico es lo idéntico y lo di>ferente lo diferente. Y, naturalm ente, lo diferente no eslo idéntico. Yo creía que ni una criatura podía tener difi­cultades en esto: que lo diferente es lo diferente. Pero tú,Dionisodoro, debes haber descuidado deliberadamente elpunto, porque en todo lo demás, así com o en lo que con­viene a cada artesano, parece que lleváis a cabo espléndi­damente vuestra labor de enseñar a discutir.(«Parmenides' sail and Dionysodorus’ ox■>, Phranesís 12 [1967], 91-98). C oiiParménides I 30e5-l 31 el I. 1,9 Hay un juego entre dos verbos griegos «eslar presente en* (queusa Sócrates) y «estar presente junio o» (que usa Dionisodoro). 120 Posible alusión a Anl(stenes, que sólo adm itía como verdaderostos juicios de identidad («lo bello es bello», etc.).

EUT1DE.MO 263— ¿Así que tú sabes — dijo— lo que conviene a cada ar­tesano? Por ejemplo, ¿a quién conviene fo r ja r 1\" ? , ¿loilies?— Si, claro, a! herrero.— ¿Y modelar la arcilla?— A] alfarero.— ¿Y degolJar, desollar y cortar la carne en trozos pe­queños para hervirla y asarla?— Al cocinero — respondí. d— ¿Y si uno hace lo que conviene —dijo— , obrará bien?— Muy bien.— ¿Entonces, como dijiste, conviene cortar y desollar.il carnicero? ¿No has adm itido eso?— Lo he adm itid o — coatestó— , pero perdóname...—-Es evidente, pues — continuó— , que si uno degüella,il cocinero, lo corta en trozos, lo hace hervir y asar, hacelo que conviene y si uno forja al herrero y m odela en arci­lla al alfarero, tam bién hará lo que conviene.— ¡En el nom bre de Poseidón — exclamé— , le estás po- eniendo el colofón m a tu saber-' ¿Podré yo alcanzarlo al­guna vez y lograr que llegue a ser m ío propio?— ¿Y sabrás reconocer, Sócrates, que ha llegado a ser­te propio?, preguntó.— Es evidente que si — respondí— , siempre que tú !oquieras lu.— Pero tú — agregó— , ¿crees que conoces lo que le espropio?— Claro, a menos que tú digas ot ra cosa, ya que, en efec­to, «com enzar por ti debemos y por Eutidem o term i­nar» 1,1 La falacia se basa lam bí¿n aquí en la anfibología. La expresiónpuede referirse al sujeto como al objeto. IJ! Para el origen del proverbio, ver Estrahóm. XJV 1, 28. I,J Alusión irónica a 296d4 (v. n. 99). I m i t a c i ó n d e u n a f ó r m u la c o r r ie n t e u s a d a p a r a in v o c a r a lad iv in id a d .

264 DIÁLOGOS —Ahora bien, ¿consideras que te son propias aq udln cosas de las cuales puedes disponer y de las cuales pn302a das usar com o te plazca? Por ejemplo, un buey, una ove­ ja, ¿considerarías que te son propios si pudieras tanto veil> derlos, como donarlos y hasta sacrificarlos al dios que ir plazca? ¿Y si no fuera así, dirías que no te son propio»? Y yo — sabiendo que de la naturaleza m ism a de las pre­ guntas iba a resultar alguna ocurrencia, y deseándola olí lo más pronto posible— , dije: —SI, ciertamente, la cosa es así; sólo tales cosas son mías. —Ahora bien, animales, ¿no llamas tú así — preguntó— a aquellos que tienen alma? —Sf —dije. b — ¿Y adm ites que son tuyos sólo aquellos anim ales en los que te es lícito hacer todas esas cosas que hace un mo­ mento yo decía? —Lo admito. Y él, después de una pausa fingida, com o si estuviese meditando algo importante, preguntó: — Dime, Sócrates, ¿tienes un Zeus patrio IM? Yo, sospechando que el razonam iento iría a term inar adonde efectivamente lo fue. intenté huir de un enredo que no tenía salida, debatiéndom e com o si estuviera ya atra­ pado en una red. — No lo tengo — dije— , Dionisodoro. — Eres entonces un m iserable im pío, alguien que tam- c poco es ateniense, ya que no tiene dioses patrios ni cultos ni ninguna otra cosa bella y buena. — ¡Terminemos, Dionisodoro!. exclamé, modera tu len­ guaje y no trates de enseñarme con torpeza antes de tiem­ po. Tengo yo tam bién mis altares y mis cultos domésti- 1,5 «Patrio», calificando a Zeus, puede significar tanto «padre de larazan (así lo entiende Sócrates), como «protector de los ancestros» (y asílo entienden los atenienses al invocarlo).

e u t id e m o 265. iis y patrios y todas las demás cosas de esta índole quellenen los atenienses. —¿Cóm o —dijo— , los demás atenienses no tienen un/rus patrio? — Esa denominación — aclaré— no la usan ni los jonios,iii quienes em igraron de esta ciudad para establecerse ennuestras colonias, ni nosotros. Tenemos, en cambio, a Apo­lo patrio, porque descendemos de Ion IM. Entre nosotros, d/»:us no es llam ado «patrio», sino «protector de la casa»v «fratrio», y tam bién Atenea es llam ada «fratría». —Eso basta —dijo Dionisodoro—, puesto que parecei|iie tienes a Apolo, a Zeus y a Atenea. — Así es — dije. — ¿Y éstos — preguntó— serían tam bién tus dioses? —Progenitores y amos — contesté. —Pero, de todos modos, tuyos — agregó— ; ¿no has ad­mitido acaso que lo son? — Lo he adm itido — contesté— , ¿qué puede sucederme? — ¿Y esos dioses — d ijo— son tam bién anim ales IJ7? eYa has adm itido, en efecto, que aquellos que tienen alma■,on anim ales. ¿O esos dioses no tienen alm a? — La tienen — respondí. — ¿Entonces son también animales? — Son animales. — Y tú has dicho —agregó— que entre los animales sontuyos aquellos que te es lícito donarlos, venderlos o sa­crificarlos al dios que te plazca. — Lo he dicho — respondí— . y no tengo posibilidad devolverme atrás, Eutidemo. — Vamos, entonces, contéstame en seguida: puesto que 303ahas adm itido que Zeus y los otros dioses son tuyos, ¿quieredecir que te es lícito venderlos, o donarlos, o disponer deellos a voluntad, com o con los dem ás anim ales?IJi Ion os hijo de Apolo y de Creúsa (v. E u r í p id e s , lún 64-75).127 lóonL a p a l a b r a, ya a p a re c id a p o c o a n te s, s ig n ific a ta n to » a n i­m a l* c o m o «se r v iv ie n te ».

~DIÁLOGOS Entonces yo. Crítón, quedé sin habla, com o golpeado Ipor el argum ento, pero Ctesipo, viniendo en m i ayuda, 1exclamó: ¡Bravo!, Heracles, ¡qué magnifico argumento! 1Y Dionisodoro dijo:—¿Cómo?, ¿es Heracles bravo o el bravo es Heracles?Y Clesjpo: — ¡En el nom bre de Posidón — exclamó— , qué formi- Idable uso de las palabras! Pero me retiro; estos hombresson imbatibles. b En ese momento, m i querido Critón, no hubo ninguno I de los presentes que no pusiera por las nubes ese modo J de argumenLar y a esos dos hombres, y riendo, aplaudien- I do y m anifestando su regocijo, poco faltó para que que- I daran extenuados. Mientras que para cada uno de los ra- I zonam ienios precedentes, eran sólo los enam orados de 1 Eutidem o quienes los festejaban estrepitosamente; aho- ] ra, por poco tam bién las colum nas m ism as del Liceo par- I ticipaban de las aclam aciones a los dos hombres y exte- I rio rizaban su regocijo por el éxito. Hasta yo m ism o me 1 c sentía dispuesto a a d m itir que jam ás había conocido hom- I bres tan sabios y, subyugado com pletam ente por el saber ! del que hacían gala, me dispuse a alabarlos y elogiarlos. ' — ¡Dichosos de vosotros — dije— , por esa adm irable disposición, que os ha perm itido lan rápidamente y en tan poco tiem po perfeccionar un asunto semejante '“ ! Vucs- tros razonamientos, Eutidem o y Dionisodoro, tienen, por ^ cierto, m uchos otros merecimientos, pero entre éstos, el más espléndido, en efecto, consiste en que no os im porta realmente nada de Ja m ayor parte de los hombres, ni ded los m ás venerables, ni de los más reputados, sino sólo de los que son semejantes a vosotros. Porque estoy seguro de que m uy pocas personas —justam ente las que os asemejan • pueden encontrar deleite en estos razonamien­128 La er-ísllca (ct. 272a y ss.).

EUT1DEM0 267tos, m ientras que el resto piensa acerca de ellos de tal m a­nera que — no me cabe d ud a— se avergonzaría m ás de re-Iu tar a los otros con esos razonam ientos que de verse re­h ila d o con ellos. Además, vuestros razonam ientos tienentambién otra particularidad que os hace populares y sim ­páticos. Cuando afirm áis que no hay cosa alguna ni bella,ni buena, ni blanca, ni cualquiera de este tipo l39, y que lo «diferente tampoco es de alguna manera diferente; sim ple­mente coséis, en realidad, las bocas de las gentes, comovosotros m ism os decís; y no sólo lo hacéis con las de losdemás, sino que pareceríais obrar del mismo modo conlas de vosotros dos, lo que resulta, por cierto, bastante gra­cioso y quita anim osidad a vuestros razonamientos. Perolo más im portante, sin embargo, es que vuestra habilidades tal y sabéis desplegarla tan artísticam ente que cual­quier hom bre puede aprenderla en el m ás m ín im o tiem ­po. Yo m ism o pude darme cuenta de ello observando a Cte-sipo y viendo con qué rapidez fue capaz de im itaros al ins­tante. En fin, este aspecto de vuestra tarea — el que se re- 304afiere a la rapidez de la transm isión— es, por cierto, algom agnífico, pero no es adecuado, sin embargo, para el ca:so de una discusión pública. Es más, si queréis hacermecaso, guardaos bien de hablar frente a un público num e­roso, no sea que éste aprenda rápidam ente y ni siquieraos dé luego las gracias. Lo m ás conveniente, en cam bio,es que discutáis entre vosotros solos, y, si es menester quelo hagáis delante de algún otro, ad m itid tan sólo a quienos dé dinero. Y estas m ism as cosas, si sois sensatos, acon­sejadlas tam bién a vuestros discípulos, de m odo queja- bmás discutan con nadie sino con vosotros o entre ellos mis­mos. Pues, asi es,. Eutidem o, lo raro es lo que vale, y elagua, a pesar de ser «lo m ejor», como decía Píndaro l3°,es lo m ás barato. ¡Vamos, pues — exclamé— , adm itidnosjunto a vosotros a m i y a nuestro Clinias!,w O sea que es Imposible agregar un predicado a un sujeto.Ii0 Olímpicas I I.

268 Dli< LOGOS Después de haber discurrido de éstas y otras pocas co­sas, Critón, nos fuimos. Y tú, considera, pues, la manerade acom pañarm e en las lecciones de estos dos hombres,pues ellos afirm an que son capaces de enseñar a quienesté dispuesto a darles dinero, y que ni la capacidad na­tural ni la edad excluye a nadie de adquirir fácilmentesu saber. Además — y esto te interesa particularm enteoírlo— , ellos sostienen que su enseñanza en nada impideatender los propios negocios. C r i t . — N aturalm ente, Sócrates, tam bién yo soy u n apersona a la que agrada escuchar discusiones y que gusto­samente aprendería algo, pero temo, no obstante, ser unyde los que no se parecen a Eutidem o, de esos que tú mis­mo hablabas hace un momento, que prefieren más dejar­se refutar con semejantes ra2 onam ienios que valerse deellos para refutar a los demás. Me parece por cierto ridi­culo que te dé consejos; sin embargo, quiero referirte pol­lo menos algo que acabo de oir. Has de saber que uno delos que se alejaba de vosotros, se me acercó m ientras ca»m inaba. Era alguien que se consideraba sum am ente com­petente, de esos muy diestros en escribir discursos paralos tribunales o i, y me dijo: — Critón, ¿no escuchas a esos sabios? 111 Se ha pensado (Spengel, Raeder, GLfford y Méridier) que se traíade Isócrates — a quien Platón sólo nombra en Fedro (278eá-IO y 279b2)y en la Carta X I I I (360e4), sí es auténtica—; sin embargo, es muy posibleque este personaje anónimo represente «a la mayoría, que no sabe dis-tinguir cnlre dialéctica y erlstica». y que constituya ese tipo de influyen­te hombre de política que ocupa un lugar intermedio enlrc el filósofo yel político —como Anito en M a tó n —, aunque SC crea filósofo (P. Fried^l a e n d e r , Plato, vol. II: The Dialogues. First Period, trad. ingl., Princeton.1964, pág. 194), o que se ubica, en cuanto a sus intereses especulativos,en una posición equidistante de la retórica gorglana y del uso de la lógi­ca antlslénico-ertstica aquí exhibida, sin llegar, empero, a reconocer niacceder a la filosofía, tal como la entiende Sócrates (F. A d o r n o , Eutide­mo (en Platone, Opere complete, vol. V, Barí, ) 9S0J], pág. 62, n. 147).

EUT1DEMO 2Ó9 — No, ¡por Zeus!, respondí. No fui capaz de escuchar,ti pesar de que traté de acercarme bastante, a causa del(.'entio que había. — Pues valía la pena oírlos — dijo. —¿Por qué?, pregunté. —Porque hubieras escuchado discutir a hombres que eson hoy en día los más sabios en este tipo de argumentos. —¿Y qué te pareció — pregunté yo— lo que dijeron? — ]Y qué otra cosa quieres que digan —contestó— , si­no lo que uno siempre podría oír de boca de tales charla­tanes que ponen tan trivial empeño en cosas que sólo tri­vialidades son! Más o meoos así, de esta florida ,n manera, se ex­presó. — Sin embargo, la filosofía — dije— es asunto agra­dable. —¿Cóm o? ¿Agradable, m i pobre Critón?, exclamó. Di, 305amás bien, que no sirve para nada. Si hubieras estado pre­sente, creo que te hubieras avergonzado, y no poco, de tuamigo. ¡Era tan absurdo su propósito de querer entregarse;i personas que no dan ninguna im portancia a lo que d i­cen y que se aferran a cualquier palabra! Y pensar quéesos dos, como le decía antes, están entre los m ás in flu ­yentes de hoy en día. Pero lo cierto es, Critón — agregó— ,que tanto el asunto mismo, com o los hombres que se de­dican a él son unos nulos y ridículos. A m í me pareció, Sócrates, que estaba equivocado al bm enospreciar así el asunto, y no sólo lo estaba él, sinocualquier otro que así lo hiciera. Pero, en cam bio, quererdiscutir públicam ente con tales personas frente a tantagente, eso sí me pareció un reproche correcto. ,i2 Para esta traducción, he conseguido las indicaciones de P. S h oRUY, «Plato, Euthydemus 304e*>< Class. Philol. 22 (1922), 26i~2. El estiloKcrvía al que escuchaba e) diálogo platónico para identificar eventual­mente al anónimo personaje.

270 DIALOGOS S 6c. — Son asombrosos, Critón, los hom bres como los. Pero no sabría aún qué respuesta darte. ¿Quién m i e) que se acercó censurando la filosofía? ¿Uno de aqud I líos que son diestros en las competencias judiciales, ni I gún orador, o uno de esos que preparan y m andan a aqut líos a los tribunales, un autor de discursos con los que Io n oradores compiten?c C rjt. — ¡Oh no. orador no, por Zeus! Ni creo que se ha ya presentado jam ás frente a un tribunal. Pero dicen que entiende m uy bien este asunto, que es hábil y que compo ne hábiles discursos. Sóc. — Ya comprendo. Es precisamente de ese tipo dr gente de la que yo m ism o quería hablarte. Son aquellos, I Critón, que Pródico denom inaba «intermedios» entre d filósofo y el político. Se creen los hombres m ás sabios, y creen que. adem ás de serlo, tam bién lo parecen a los ojosd de la m ayor parte, de modo que no tienen otro obstáculo para gozar de un renombre total que los que se ocupan de la filosofía. Piensan, pues, que si logran desacreditar a éstos, haciéndoles Fama de que nada valen, habrían con- 1 quistado inm ediatam ente y sin disputa, en opinión de to- ) dos, la palm a de la victoria en lo que hace a su. reputa- 1 ción como sabios. Piensan, en verdad, que son los m ás sa­ bios, pero cuando se ven jaqueados, en sus discusiones pri­ vadas. le cargan el fardo a los seguidores de Eutidemo. Se consideran, en efecto, sabios, y es m uy natural que asi sea, pues se tienen por personas m oderadam ente dedica­ das a la filosofía, y m oderadam ente a la política, confor-e me a un modo de razonar bastante verosímil: juzgan que ¡ participan de ambas en la m edida necesaria y que gozan de los frutos del saber m anteniéndose al margen de peli- | gros y conflictos. Crit. — Pero, ¿y qué piensas tú, Sócrates? ¿Te parece que hay algo en lo que dicen? Porque no se puede negar que este argum ento de ellos tiene cierta plausibiljdad.

EUTIDEMO 27) Sóc. — En efecto, Critón, así es, plausibilidad más queicvdad. Pues no es fácil convencerlos de que los hombres, 306<ji Orno todas las dem ás cosas que están entre dos y partici-|inn de ambas, si se encuentran entre una m ala y una bue-IIii, son mejores que una y peores que la otra; si enl re dosi usas buenas, pero con fines que no son los mismos, sonin ores que ambas, respecto al fin para el cuai es ú til ca­lla una de las dos cosas de cuya com posición resultan; si <■encuentran entre dos cosas malas, pero con fines quetío w n los mismos, sólo éstas son mejores que el uno yi I ntro de los dos térm inos de los cuales participan. De bmodo, pues, que si la filosofía es un bien e, igualmente,l.i ucción política lo es. y cada una tiende a un fin diverso,tfslos hombres, encontrándose en el m edio y participan-ili> de ambos, no están diciendo nada — pues son inferió­l a s a am bos— ; si una es un bien y otra un mal, unos sonmejores y otros, peores; si, por últim o, una y otra son m a­les, entonces, en este caso, sí, dirían algo verdadero; peroilr otro modo, absolutamente no. Pero yo oo creo que ellos cadm itirían que ambas son un m al, ni que una es un mal\otra un bien- Lo cierto es que, participando de ambas,son ellos inferiores a am bas, en relación con los fines res-IH Liivos que confieren su propia im portancia a la filoso-llii y a la política, de m odo que, estando, en realidad, enIcicer lugar, buscan hacernos creer que están en el p ri­mero. Es necesario, no obstante, que los perdonemos porsu am bición y que no nos enojemos, considerándolos encambio por lo que son. Después de todo, tenemos que aco­ger con m agnanim idad a cualquiera que diga algo no ca­rente de discernim iento y que valerosamente persiga la drealización de su propósito. C rit. — También yo, Sócrates, como siempre te repito,tengo dificultades acerca de lo que debo hacer con mis hi­jos. El más joven es todavía pequeño, pero Critobulo estáya crecido y necesita de alguien que le ayude. Ahora bien,yo, cada vez que estoy contigo me siento dispuesto a creer

272 d i Al o g o s que ha sido una locura el haberme afanado en tantas otr cosas por am or a mis hijos, como lo ha sido el m áfriítm e nio, para que tuvieran una m adre bien digna; la riquctM para que dispusieran de la m ejor fortuna, y llegar a d rv cuidar, después, por otra parte, su educación. Pero cuun do me pongo a m irar a aquellos que se jactan de sabercdn car a los hombres, quedo pasm ado, y, reflexionando, i n d parece que cada uno de ellos es sum am ente extravagau>307a te, si te he decir la verdad. De m odo que no sé cómo enctj m in ar al joven hacia la filosofía. Sóc. — Mi querido Critón, ¿acaso no sabes que en cual* I quier actividad los ineptos, los que no valen nada, son Ion más, y que, en cam bio, los serios y dignos de estima son pocos? Por ejemplo, ¿no te parece que la gim nasia es un* bella cosa, asi como la crem atística, la retórica y la estrategia? C rit. — Ya lo creo. Sóc. — Y bien, ¿no ves cóm o para cada una de esta» b actividades la m ayoría de los que las practican hacen reír cuando realizan su com etido? C r i t . — Sí, ¡por Zeus! Es m uy cierto lo que dices. Sóc. — ¿Y entonces...? ¿Vas por eso a rehuir tú mis­ mo todas las actividades e im pedírselas a tus hijos? Crit. — No sería justo, Sócrates. Sóc. — Pues, entonces, Critón, no hagas lo que no es necesario hacer y deja que vayan por su lado los que se ocupan de filosofía, sean buenos o malos. Exam ina, en c cam bio, tú, con cuidado y atención la cosa m ism a: si te parece que no vale la pena, aparta de ella a toda persona y no sólo a tus hijos; si, por el contrario, te parece tal co­ m o yo m ism o creo que es, entonces ve tras ella ardorosa­ mente y ponte a ejercitarla, como dice el proverbio, «tú y contigo tus hijos».

MEN ÓN



IN T R O D U C C IÓ NI . Naturaleza del diálogo Quizás en ningún otro diálogo como en el Menón lo­gró Platón concentrar, en un espacio tan reducido, y sinquitar soltura ni vivacidad al contenido, una formulacióntun lúcida como ajustada de algunas de las que serán susprincipales tesis. Por el tema que trata — el de si la virtud es enseñableo no— y por el m om ento de su com posición, se emparen-ta con el Protágoras, el Gorgias y el E uiidem o. Pero difie­re de ellos, en lo que ahora nos interesa destacar, por elrigor casi ascético del tratam iento y el alcance program á­tico de su propuesta. En efecto, por un lado, la sobriedadde la exposición llega a límites tales, que personajes ycuestiones irrum pen súbitam ente sin presentación algu­na — lo que ha escandalizado a unos y llevado a otros aconsiderarlo un escrito tem prano (A. E. Taylor)— ; por elotro, el contenido doctrinario encierra una intención nodel todo escondida, hasta entonces inédita en ios diálogosanteriores de Platón, que le ha hecho pensar a Wílamowitz-M oellendorff que el M enón, en el fondo, no es otra cosaque el program a m ism o de la Academia platónica. Es justam ente W ilam ow itz quien ha señalado, con ra­zón, que este diálogo constituye como un puente ten­dido entre los escritos anteriores y las grandes obras dela madurez. Con una m ano — la prim era parte del Menón

276 DIÁLOGOS(70a-80d)— , Platón nos vuelve a poner en presencia de lo lcam inos de la refutación, que ya tanto nos había hci/lltj)transitar y con los que estábamos fam iliarizados; con lnotra — todo e) resto (80d-100c)— , nos abre la vía al eje reMció nuevo, por aiiora tímidamente dialéctico, de atrevannos a echar las bases sobre las que pueda ser posible, unpeculaúvam ente, aseDtar una filosofía. Frente a ese miC’vo horizonte, de naturaleza más arquitectónica, el de loprim eros diálogos adquiere claram ente su fu n c ió n Iproidéutica, indispensable, pero a la vez insuficiente. EJ aspecto constructivo de la segunda parte está mor«cado por el recurso a dos herramientas que, si bien no so'nuevas en él, están aquí, por prim era vez, h áb il y novedtJ*sámenle entretejidas y com plem entadas, cual expedicit«tes ineludibles de todo ascenso m etafísica.para el futuroPlatón: el m ito — pero no empleado a la m anera sofística-fy las «hipótesis», de cuyo ooanejo los geómetras ofrecenun modelo.2. Personajes y arquetipos * Intervienen en el diálogo, adem ás de Sócrates, otrostres personajes: Menón, un servidor de M enón, un escla­vo sin duda, y Ánito. M enón es un joven de Tesalia, hermoso y rico, de ilus­tre fam ilia, con cierto interés por la filosofía y discípuloo adm irador de Gorgias. Su estancia en Atenas es circuns­tancial — se aloja entonces en casa de Ánito— , y por Jeno­fonte sabemos que m uy poco tiem po después, en el 401a. C., se hallaba en Colosas, en Asía Menor, al frente dem il hoplitas y quinientos peltastas, form ando parte de laexpedición de Ciro (I 2, 6), Un año después m urió, casti­gado, a manos del Gran Rey (II 6, 29). Ánito es un rico ateniense, dirigente del grupo políti­co dem ocrático. Fue estratego en el 409, y, adversario delos Treinta Tiranos, se convirtió, junto a Trasibulo, en uno

MENÓN 277lio los restauradores de la dem ocracia en Atenas. Apoyó,i runo se sabe, la acusación contra Sócrates en el 399. Platón no está interesado particularm ente en ellos ni en el anónim o esclavo— , sino sim plem ente los m a­neja como arquetipos: el del joven y prom etedor aristó-i rota y el del adulto e influyente demócrata. « Á n ito — dicekoyré— representa ei conform ism o social en todo su ho­rror; Menón, al intelectual emancipado.» Ambos coinci­den en una concepción m ás pob'tico-social que m oral deIti virtud y am bos revelan la m ism a lim itación en recono-<er la necesidad de fun dar la política en el conocim iento■i el saber. Poco im porta que uno sea adm irador de un so-lista —Gorgias— y el otro los rechace apasionadam enteti lodos: en el fondo com parten las concepciones de ellos,mi vez sin saberlo. Lo único que, en todo caso, los dife­rencia es la actitud: bastante m ás dúctil la del prim ero,a pesar de cierta im petuosidad; absolutam ente anq uilo­sada e intransitable la del segundo. En cuanto a su for­mación, el contraste con la rousseauniana ingenuidad ydisposición del p rim itivo esclavo de M enón lo dice todo.i, Estructura del diálogo Este se abre, sin preám bulo alguno, con una abruptapregunta de Menón: «Me puedes decir, Sócrates: ¿es en­señable la virtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se al­canza con la práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica nipuede aprenderse, sino que se da en los hombres naiural-jnente o de algún otro m odo?» Esta triple inquisiciónfrontal contrasta con la sosegada recapitulación de los lo­aros alcanzados en la conversación con que se cierra eldiálogo (98b-100c). La prim era parte (70a-80d) está constituida por la acla­ración socrática de los requisitos que debe reunir todarespuesta al qué es de algo, y por los tres intentos — queno resultan satisfactorios— de ofrecer, por parte de Me-

278 dj/ l o g o s frón, una definición de la virtud. Sin embargo, el resulta- do de estas refutaciones no es por com pleto negativo:, cara positiva consiste en que Menón reconoce su descon» cierto y adm ite no saber definir la cuestión. Se abre, usi, el tránsito de la propia conciencia del no-saber ai esfor* jtado ejercicio de ta búsqueda del saber. La segunda parte (BOd-IOOc) se articula en varios mo* mentos. Arranca el prim ero con la respuesta de Sócralei a una objeción de p rincipio que form ula M enón acerca dt; la posibilidad del conocimiento (80d-e). Esa respuesta consta de tres pasos: una deducción de la doctrina de itt reminiscencia a p artir de la creencia m ítica en la preexis­ tencia y transm igración del alma(81a-82a); una demostra­ ción efectiva de esa doctrina mediante una experiencia do corte mayéutico llevada a cabo con la intervención de un esclavo (82b-85b), y una recapitulación, al final, de los re­ sultados alcanzados (S5c-86c). Los dos prim eros desaire* líos están adm irablem ente unidos: por vía m ítica se de duce la reminiscencia a p artir de la creencia en la inmor* talídad del alma, y por medio de una constatación empí* rica se infiere, a p artir de la reminiscencia, la inm ortali­ dad o preexistencia del alm a. Lo que era, en u n principio, presupuesto m ítico, con función de fundam ento, como di­ ce G. Reate, se transform a en conclusión m ediante uno adecuada experiencia. Ambos desarrollos se vuelven, pues, inseparables. El segundo m om ento (86d-89e) intenta establecer si la virtud es enseñable, no a p artir del previo conocimiento de lo que ella es, sino por un procedim iento de «hipóte­ sis» que p e rm itirá arrib ar a conclusiones que se contras? tarán con los hechos. La «hipótesis», que se apoya en los resultados del m om ento anterior (85c-86c), es que «la vir­ tud es un conocimiento». Si lo es, sería enseñable; pero los hechos hacen dudar de ello: si lo fuera, hab ría maes­ tros y discípulos. Y, ¿quiénes son esos maestros?

MENÓN 279 En el tercer momento (86e-95a) aparece la figura deAnito que, con Sócrates, tratará de precisar quiéües pue­den ser efectivamente los maestros buscados. La co nclu­sión es clara: no sólo cualquier ateniense «bello y bueno»,no es capaz de enseñar la virtud —como sugiere Añilo— ,niño tampoco los mejores atenienses, sus notables esta­distas, han sido capaces de enseñarla a sus hijos — comomuestra Sócrates— . Por tamo, los hechos llevan a afirm ari|ue la virtud no es enseñable, o no lo parece ser, y consi­guientemente la «hipótesis» de que es un conocimiento noresulta adecuada. El últim o m om ento (95a-100c), apoyado en el anterior,l rata de establecer de qué manera se ha dado la virtud enlos hombres pob'ticos. Y así, junto al conocimiento, hacelugar Platón a la «opinión verdadera», que se recibe co­rno una gracia o don divino, y que, desde el punto de vistapráctico, es tan útil como el conocimiento. Pero no se laenseña ni se la aprende; tampoco se la posee por natura­leza: es un don, algo exclusivo e mtrasferible. Allí — y noen otro lado— tiene su origen la virtud. Nos equivocaríamos, sin embargo, si supusiéramos queésa es la conclusión del diálogo. El pasaje 100a — sobreel final m ism o de la obra— muestra la intención de Pla­tón. La de un Platón que exhibe su rostro y se atreve a an­teponerse a su maestro Sócrates. Así serán, en efecto, lascosas «a menos que, entre los hombres políticos, haya unocapaz de hacer pob'ticos también a los dem ás».jY ése hade ser precisamente ej que sepa sujetar las móviles figu­ras de Dédalo — las opiniones verdaderas— , y al hacerlo,las transform e en conocimiento. Sólo entonces Ja virtudpodrá enseñarse, porque ha llegado a ser conocimiento.Y ello, nada menos, es lo que pretende el Platón que fun­da la Academia.

280 DIÁLOGOS4. Acción dram ática y ubicación del diálogo Los escasos pero precisos datos que ofrece el diálogom ism o y las referencias apuntadas de Jenofonte permi­ten establecer la fecha de la acción dram ática a fines di'enero o principios de febrero del 402 a. C. En cuanto al momento en que fue escrito, hay coinci­dencia en sostener que tiene que haber sido después drl387, es decir, al regreso del prim er viaje a la Magna Gre*cia. Contribuyen a ello el manejo de las doctrinas órficorpitagóricas, el empleo bastante am plio de la geometría yla utilización de «hipótesis», com o la intención petlit-gógico-docirinaria de form ar un nuevo tipo de políticos. Acerca de su ubicación relativa con los otros diálogosdel período de transición, las posiciones pueden resumirseasí: Lutoslawski y Bluck lo colocan antes que el Gorgtas.Lutoslaw ski, Raeder v W iiam ow itz sostienen que el Me-nón precede a) Eutidemo. m ientras que Von Arnim, Ril-ter. Bluck y Dodds afirm an la anterioridad del Eutidemo.De todos modos, estas discrepancias m enudas no afectanla cuestión principal, que es la de la proxim idad de estastres obras: Menon, Eutidem o y Gorgias. NOTA SOBRE EL TEXTO H e s e g u i d o , e n g e n e r a l , la edición de J . B u R N E T e n Platonis Opera, v o l.MI. Oxford, 1903 (reimpresión, 1957), pero teniendo a la vista lam o la an­terior edición critica de E. S. T h o m p s o n , The Meno of Pialo, Cambridge,1901 (hay reimpresión de 1961), como las posteriores ediciones de A. Ctto)-S E T .c n Platón. Ocuvres compléles, vol. MI, 2.1 parte, París, 1923 (la 7.“edición es de 1960). A. Rmz d e E l v ir a , Platón, Mertón, Madrid, 1958 (hayreimpresión de 1970), y R, S. BLUCKpiflalo's Meno, Cambridge, 1961. Heuti! izado, asimismo, lo s siguientes artículos de W. J. VeRoeNius, « Noteson Plato's Meno» y «Furlher notes on Plato;s Meno», publicados ambosen Mnemosyne. 10 (1957), 289-299, y 17 (1964), 26)-280, respectivamente.

MENÓN 28!M e he a p a r ta d o en v a ria s o c a s io n e s, s o b re la b a s e de esos tra b a jo sy de a lg u n o s o tro s , d e l texto fija d o p o r B u m e t. A fin d e q u e el le c to r in ­teresado p u e d a c o n o c e r esas d ife re n c ia s , fig u r a a c o n tin u a c ió n u n a ta ­ab l a d e d i v e r g e n c i a s c o n i n d i c a c i ó n , d e l e d i t o r e s t u d i o s o c u y a l e c t u r a*<• sigue1,titeas Lectura de B u m e t Lectura, seguida7la6 ¿So t ‘ T hom pson.72c2 Y£ •te , B l u c x .73d3 ofw7-lb3 irgoptPctoai o to o , B tn m v N . 34■ ¡ipo<jfítf < o a i . . B l l ' C E .74d7 Kri t I . G e d ik e .7Sdó irpooopoXoyji ■iipooopoxo-y^, GeDIKH.75d7 Ò ¿p£iT(ísH£V<X; b èp&tûv. T h c m p s o n .77c8 a ¿ r £ œùtiS, BinTMAJfí*.78b5 TOÓ t o ó t o o . R u i'/, d e E lv ir a .78dS a û r à crÒTÒ, SoiNErDHR.78l-4 ¿ o ilv á i o p l a è o tIv . f| i n o p i a , Bluoc.79b7 [ ...] t! oóv ¡ 5M E N . — T ( o v ZQ. TO ÒT O toOto X íyoi; \iya>, StaulBaüM.81al OÒKOÒV o ú x o u v , D e n k is to n .SlblO ijvxàç i^ o x á v , ButtmaííN.81cl T.&V 5t x v , B lU C K .8lc4 x aX íO vrai K a X é o v r a i , B l u Cj l82b5 olKoyeviV; ye o lK < y y E v f| ç. T h o m p s o n83c5 T e tp áio u vR6a8 d p ’ oív T ir a p - r o v , R u i í DE E lv ira .87d5 & W o xtopi^ójicvov B lu c k . dp’ o ó . S t a l l b a u m . QXKo.87d7 Tlv' OÌÙTÒ t i ccúroG , B lock.90aS éuHi£X£.(<5t, í t iih e X e í « ? ', B l u c x . N aker90e4 Çr)TOÔVTÛ( . . . TOÓTOJV [Ç r\ T o t> v?a.. . T oÓ T íiiv], y B luck. 92c8 ¿irL<r¡TOÜ(<£V ¿fr)T o ü (jL v . B lu c x . 92d2 £a tú>v 94e6 p$&v í: o t va . B l u c k . 95b2 Kal 96d3 éItï Tpónoc; jb iJ& táv , B lu c k . 97a9 <£ t) c lfià ç 99a7 ÉirioTiinn fj. Thompson- 99cll iSp’ 6ivI00a5 6E Ír) T p ô ito Ç , B lu c x . to i < e t) n e , e tS A ç . Thom pson. ¿ u t o T t l| | i^ , B l u c k . Sv, B l u c k . o t. B lu c x .

282 DIALOGOS BIB LIO G R A FÍA A dem ás de las tres o b ra s c lá s ic a s a las que se alude constantemii'iten esta edición (Taylor, Friedlaendcr y Guihrie), para el Menón puric o n su ltarse m uy provechosam ente los cap ítu lo s resp ectivo s de J S izel, P in t ó n der E r i i e h e r , H am burgo, 19 6 I1. y V I . Jaeces. P a id e w , trcasi.. México. 1957. Los trabajos recien les de m ayor interés son:R. G. Hoeubeb. « P la to 's M e n o » . P h m n e s i s 5 (1960), 78-102.R. S Blucu, «Plato’ s M e n o * . P h r o n c s is ó (1961), 94-101L. Ghjmm, D e l í t t i i i o n in P l u i o ’s M e n o . O slo. 1962.K, CAisa«, « P la to n s M e n q n und die Akadem ie», A r c h i v ¡. (<t‘s c h í c i i t M d e r Philosophie 46 (1964), 241-292.J . Klein, A C o m m e n t a r y o>i P la t o 's M e r lo , North C arolina, 1965.R. BRAOUE.Le restant. Supplémenl aux commenlaíres du Ménon de l‘hi Ion, París, 1978. De las trad ucciones a otros idiom as m erecen m en cionarse dos exce*lentes: la de W. R. M . LAMB.en la Loeb C lassieal L ib ra ry , vol. 165 ( P ia la ,L a c h e s , P r o t a g o r a s , M e n o , E u l h y d c m u s , Londres, 1924 — hay reediciónde (962—) y la italiana de G. RhalB, P la lo n e , M e t t o n e , B rescia, 1962, Nuestra deuda es grande coa dos obras: la de Bluck, antes m encionéd a, en cuanto a la fijación del texto griego y a su in terp retació n ; la tlrRuiz de E lvira, también m encionada, por la ayuda en la versión castellu.na. He consultado, iguaJm cnte, la traducción c astellan a de U. T. Osmanozik (Platón. Mer.ón, México. 1975).

MENÓN M ENÚN, SÓCRATES, SERVIDOR DE M ENÓN, ÁNrTO M e n ó n . — Me puedes decir, Sócrates: ¿es enseñable Ja 70avirtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se alcanza conla práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica ni puede¡«prenderse, sino que se da en los hom bres naturalm enteo de algún otro m odo? S ó c r a t e s . — ¡Ah... M enónl Antes eran los tesalios fa­mosos entre los griegos tanto por su destreza en la equi­tación com o por su riqueza; pero ahora, por lo que me pa- brece, lo son tam bién por su saber, especialmente los con­ciudadanos de tu am igo Aristipo los de Larisa. Pero es­to se lo debéis a Gorgias: porque al llegar a vuestra c iu ­dad conquistó, por su saber, la adm iración de los princi- -pales de los Alévadas 2— entre los que está tu enam ora­do Aristipo— y la de los dem ás tesalios. Y, en particular,os ba inculcado este hábito de responder, si alguien os pre­gunta algo, con la confianza y m agnificencia propias de cquien sabe, precisamente como él mismo lo hace, ofrecién­dose a que cualquier griego que quiera lo interrogue so- 1 No se (rala de Aristipo de Cireno, discípulo de Sócrates, sino se­g u ram en te d e aquel que m en cion a J e n o f o n t e en su A n á b a s i s (I 1, 10). 1 Una de las Familias gobernantes de la ciudad de Larisa. en T esa­lia. L arisa era la principal de las ciudades tesálícas, y estaba ubicada juntoal rio Penco, dom inando una vasta y fértil llanu ra.

284 DI ALOCOS bre cualquier cosa, sin que haya nadie a quien no tU respuesta J. En cam bio, a q u í Á, querido Menón, ha sUcV dido lo contrario. Se ha producido como una sequedad cltfl j saber y se corre el riesgo de que haya em igrado de esto*71a lugares hacia los vuestros. Sólo sé, en fin, que si quicio* hacer una pregunta semejante a alguno de los de aquí, nt) habrá nadie que no se ría y le conteste: «Forastero, pof lo visto me consideras un ser dichoso — que conoce, en] efecto, que la virtud es enseñable o que se da de alguno o irá m anera—; en cam bio, yo tan lejos estoy de conocer si es enseñable o no, que ni siquiera conozco qué es en mI la virtud.» b También yo, M enón, me encuentro en ese caso: com­ parto la pobreza de mis conciudadanos en este asunto y me reprocho el no tener por completo ningún conocimien­ to sobre la virtud. Y, de lo que ignoro;.qué_£sJ ¿de qué m a­ nera podria conocer precisamentefcómo es:1? ¿O te pare­ ce que pueda haber alguien que no conozca por completo quién es Menón y sea capaz de conocer si es bello, rico y tam bién noble, o lo contrario de estas cosas? ¿Te pare­ ce que es posible? M en . — A roí no, po r cierto. Pero tú, Sócrates, ¿no co- c noces en verdad qué es la virtud? ¿Es esto lo que tendre­ mos que referir de ti tam bién en mi patria? Sóc. — Y no sólo eso. amigo, sino que aún no creo ha­ ber encontrado tampoco alguien que la conozca. M e n . — ¿Cóm o? ¿N o encontraste a Gorgias cuando es­ tuvo aquí *? ' CF., sob re e síe m odo de pro ced er de G o rg ias, lo q u e P l a t ó n poneen boca de Calicles en G o r g iú s 447c. 4 La escena es en Atenas. 1 La distinción se esiablece enlre conocer q u é e s ( ñ est(n), es decir,la n atu raleza o ese n c ia de algo, y con ocer c á m o e s ( p o i ó n e s t ít i) , o sen lacualidad o cualidades (propiedades o atributos) de algo. Esta importantí­sim a distinción platónica constituye uno de los antecedentes m ás inme­diatos de la que hará después Aristóteles entre sustancia y accidente. 4 G o rg ias estuvo po r prim era vcx en Atenas m uy posiblem ente en

MENÓN 285 Sóc. — Sí. Miln. — ¿Y Le parecía entonces que no lo conocías? Sóc. — No me acuerdo bien, Menón, y no le puedo de- cir en este m om ento qué me parecía entonces. Es posible que él lo conociera, y que tú sepas lo que decía. En ese d i «so, hazme recordar qué es lo que decía. Y. si prefieres, Imbla por ti mismo. Seguram ente eres cié igual parecer que él. M e n . — Yo sí. Sóc. — Dejémoslo, pues, a él, ya que, además, estánusente. Y tú m ism o Menón, ¡por los dioses!, ¿qué a fir­mas que es la virtud? Dilo y no te rehúses, para que re-,suite m i error el más feliz de los errores, si se m uestraque tú y Corgias conocéis el tema, habiendo yo sostenidoque no he encontrado a nadie que lo conozca.( —M e n . — No hay dificu ltad en ello, Sócrates. En prim er eJugar, si quieres la(yirtudcíel hom bre, es fácil decir queésta consisle en ser capaz de m anejar los asuntos delEstado \y manejándolos, hacer bien por un Jado a losamigos, y mal, por el otro, a los enemigos *, cuidándoseuno m ism o de que no le suceda nada de es(o últim o. Siquieres, en cam bio, la virtud de la mujer, no es difícil res-ponder que es necesario que ésta adm inistre bien la casa,conservando lo que está en su interior y siendo obedienteal m arido. Y otra ha de ser la virtud del niño, se trate devarón o m ujer, y otra la del anciano, libre o esclavo, se­gún prefieras. Y hay otras muchas virtudes, de maneraque no existe problem a en decir qué es la virtud. En efec- 72a1 0 , según cada una de nuestras ocupaciones y edades, enrelación con cada una de nuestras funciones, se presentaa nosotros la virtud, de la m ism a manera que creo, Sócra­tes, se presenta tam bién ei vicio.el 427 a. C. (D ioo oho , XII 53). pero no sabem os con ccrteia cuán las veceslo hizo después. 7 Cf, Proldgoras 3<8e-319a. “ Cf. República 334b.

286 DIÁLOGOS Sóc. — Parece que he tenido m ucha suerte, Mchó|fM pues buscando una sola virtud he hallado que tienes todO1 un enjambre de virtudes en ti para ofrecer. Y, a propóih to de esta imagen de! enjambre, Menón, si a) pregunf.ni.b yo qué es una abeja, cuál es su naturaleza *, me dijei u» que son m uchas y de todo tipo, qué me contestarías si v<• continuara preguntándote: «¿Afirmas acaso que es por npt' abejas por lo que son m uchas, de todo tipo y diferenla* entre sí? ¿O bien, en nada difieren por eso, sino por alg» na otra cosa, como la belleza, el tam año o algo por el esl) lo?» Dime, ¿qué contestarías si te preguntara así? M en. — Esto contestaría: que en nada difieren una de la otra, en tanto que abejas. Sóc. — Y si después de eso Le preguntara: «Dime, Me nón, aquello precisamente en lo que en nada difieren, por lo que son todas iguales, ¿qué afirm as que es?» ¿Me po* drías decir algo? M en. — Podría.c Sdc. — Pues lo m ism o sucede con las virtudes. Aunque sean muchas y de todo tipo, todas tienen una única y mis­ m a form a 10, por obra de la cual son virtudes y es hacia ella hacia donde ha de d irig ir con atención su m irada quien responda a la pregunta y muestre, efectivamente,d en qué consiste la virtud. ¿O no comprendes io que digo? M en. — Me parece que com prendo; pero, sin em bar­ go, to d a v ía no me he d a d o cue nta, com o q u isie ra, de lo que me preguntas. Sóc. — ¿Te parece que es asi, Menón, sólo a propósito de la virtud, que una es la de) hombre, otra la que se da 9 La p a lab ra griega es ousía y e xp resa aqui cJ m ism o concepto queel que responde aJ qué es (cf. □. 5). No supon e todavía el térm ino, en es-tos diálogos de transición, t i sign ificad o m ás fuerte de esencia trascen*dente, sino sólo rem ite a aquello común. idéntico o permanente que po­seen, en este caso, todas las abejas, no obstante d iferir en tam aóo, beJJe-za, etc- Cf. Protdgoras 349b.' 10 La p alab ra griega es etdos y vale de ella lo que se acab a d e decirsob re o u s í a (cf. n, 9)-

MENÓN 287id la mujer, y análogamente en los otros casos, o tam biénii> parece lo m ism o a propósito de la salud, el tam año yl.i luerza? ¿Te parece que una es la salud del hombre, ynli .1 la de la m ujer? ¿O no se trata, en todos los casos, delu misma forma, siempre que sea la salud, tanto se encuen-lir en el hom bre como en cualquier olra persona?M en . — M e parece que es la m is m a salud, ta n to la del ehom bre com o la de la m ujer.Sóc. — ¿Entonces tam bién el tam año y la fuerza? Siimii m ujer es fuerte, ¿será por la form a m ism a, es decirpor la fuerza m ism a por lo que resultará fuerte? Y por• misma» entiendo esto: la fuerza, en cuanto fuerza, no di-licrc en nada por el hecho de encontrarse en un hom bre0 en una m ujer. ¿ 0 te parece que difiere en algo?Men. — Me parece que no.Sóc. — ¿Y la virtud, con respecto al ser virtud, difen-73a1.i en algo por encontrarse en un niño, en un anciano, enuna m ujer o en un hombre?M en. — A mí me parece, en cierto modo, Sócrates, quei-sto ya no es semejante a los casos anteriores.Sóc. — ¿P orq ué? ¿No decías que la virtud del hombreconsiste en adm inistrar bien el Estado, y la de la m ujer,la casa?M kn. — S).Sóc. — ¿Y es posible adm inistrar bien el Estado, la ca­sa o lo que fuere, no haciéndolo sensata y justam ente?M en. — En absoluto. bSóc. — Y si adm inistran justa y sensatamente, ¿ad m i­nistran por m edio de la justicia y de la sensatez?M en. — Necesariamente.Sóc. — Ambos, en consecuencia, tanto la m ujer comoel varón, necesitarán de las m ism as cosas, de la justiciay de la sensatez, si pretenden ser buenos.M en. — Asi parece.Sóc. — ¿Y el niño y el anciano? ¿Podrían, acaso, lle­gar a ser buenos, siendo insensatos e injustos?

288 DIÁLOGOS M en. — En absoluto. Sóc. — ¿Y siendo sensatos y justos? M e n . - Sí.c Sóc. — Luego todos los hombres son buenos del mi mo modo, puesto que llegan a serlo poseyendo las mism«' cosas. M en. — Parece, Sóc. — Y, desde luego, no serían buenos del mismo huí do si, en efecto, no fuera una m ism a la virtud. M en. — Desde luego que no. Sóc. — Entonces, puesto que la virtud es la m ism a cQ lodos, trata de decir y de recordar qué a firm ab a Gorgiul que es. y tú con él. M en. — Pues, ¿qué o tra cosa que el ser capaz de go-d bernar a los hombres?, ya que buscas algo único en todu» los casos. Sóc. — Eso es lo que estoy buscando, precisamente. Pi‘ ro, ¿es acaso la m ism a virtud, M eaóu, la del niño y la del esclavo, es decir, ser capaz de gobernar al am o? ¿Y te pa* rece que sigue siendo esclavo el que gobierna? Me n . — Me parece que no, en modo alguno, Sócrates. Sóc. — En efecto, no es probable, m i distinguido am i­ go; porque considera todavía esto: tú afirm as «ser capaz de gobernar». ¿N o añadirem os a eso u n «justam ente y no de otra m anera»? M .en — Creo que sí, porque la justicia, Sócrates, es una j virtud.e Sóc. — ¿Es la virtud, Menón, o una virtud? M en. — ¿Qué dices? Sóc. — Como de cualquier otra cosa. De la redondez, I supongamos, por ejemplo, yo diría que es una cierta Figu­ ra y no sim plem ente que es la figura. Y d iría así, porque hay también otras figuras. M en. — Y dices bien tú, porque yo tam bién digo que no sólo existe la ju s tic ia sino ta m b ié n otras v irtude s.

MENÓN 2S9 Nt)c. — ¿Y cuáles son ésas? Dilas. Así como yo podríaiiii irte, si me lo pidieras, tam bién otras figuras, dim e túIttínbicn otras virtudes. M i:n. — Pues a mí me parece que la valentía es una vir­tud, y la sensatez, el saber, la m agnificencia y m uchísi­mas otras. Sóc. — Otra vez, Menón, nos ha sucedido lo mismo: denuevo hemos encontrado muchas virtudes buscando una •ila, ¡moque lo hemos hecho ahora de otra manera. Peroaquella única, que está en todas ellas, no logramosi ii>nntrarla. M e n . — Es que, en cierto modo, aún no logro conce- bl uí . Sócrates, tal como tú lo pretendes, una única virtud• n lodos los casos, asi como lo logro en los otros ejemplos. Sóc. — Y es natural. Pero yo pondré todo el empeñoilil que soy capaz para que progresemos. Te das cuenta,por cierto, que lo que sirve para un caso, sirve para to-ilus. Si alguien te preguntase lo que, hace un momento,dtcla: «¿Q ué es la figura, M enón?», y si tú le contestarasque es la redondez, y si él te volviera a preguDtar, comoyo: «¿Es la redondez la figura o bien una figura?«, dirías, in duda, que es una figura. M en. — Por supuesto. Sóc. — ¿Y no será porque hay además otras figuras? c M en ..— Si. Sóc. — Y si él te continuara preguntando cuáles, ¿seIhs dirías? M en. — Claro. Sóc. — Y si de nuevo, ahora acerca de) color, te pre­guntara del m ism o modo, qué es, y a) responderle tú quees blanco, el que te pregunta agregase, después de eso:< ¿Es el blanco u n color o el color?», ¿)e contestarías lúque es un color, puesto que hay adem ás otros? M en. — Claro. Sóc. — Y si te pidiera que nombrases otros colores, ¿ledirías otros colores que lo son tanto como el blanco lo es? d

290 DIALOGOS M e n . — Sí. ScSc. — Y si, como yo, continuara el razonamiento y *ll jese: «Llegamos siempre a una m ultiplicidad, y no rs e| tipo de respuesta que quiero, sino que, puesto que a r t l m ultip licidad Ja designas con un único nom bre —y al ti t mas que ninguna de ellas deja de ser figura, aunque se tam bién contrarias entre sí— , ¿qué es eso que incluye n e menos lo redondo que lo recio, y que llam as figuras, aln m ando que no es menos figura lo 'redondo' 11 que !o ‘rt’tlj lo’ ?» ¿O no dices así? M en. — En efecto. S<5c. — Entonces, cuando dices así, ¿afirm as acaso qui­ lo ‘ redondo’ no es más redondo que lo recto y lo 'recto1 no es más recto que lo redondo? M en. — Por supuesto que no, Sócrates. Sóc. — Pero afirm as que lo 'redondo' no es menos fi­ gura que lo 'recto'. M en. — Es verdad. Sóc. — ¿Qué es entonces eso que tiene este nombre de75a figura? Trata de decirlo. Si a) que te pregunta de esa mu­ ñera sobre la Figura o e) color contestas; «Pero no com> prendo, hombre, lo que quieres, ni entiendo io que dices», este quizás se asom braría y diría: «¿N o comprendes que estoy buscando lo que es lo m ism o en todas esas cosas?» O tampoco, a propósito de esas cosas, podrías contestar, Menón, si alguien te preguntase: «¿Qué hay en lo 'redon­ do', lo 'recto', y en las otras cosas que llam as figuras, que es lo m ism o en todas?» Trata de decirlo, para que te sir­ va, además, como ejercicio para responder sobre la virtud. b M en. — No; dilo tú, Sócrates. Sóc. — ¿Quieres que te haga el Favor? M en. — Por cierto. 11 Platón utiliza aquí siróngyton (redondo) corno equivalerne de re­dondez (slrongylótes). Cf. 7Je y 74b. He colocado comillas simples en ésle como en el caso de redo a la palabra cyando tiene el significadoabstracto.

MENON 291 SOi:. — ¿Y me contestarás tú, a tu vez, sobre !a virtud? M e n . — Yo s( Súc. — Entonces pongamos todo el empeño. Vale laiwna. M en . — jY m ucho! Sóc. — Pues bien; tratemos de decirte qué es la figu-i.i Fíjate si aceptas esto: que la figura sea para nosotrosii<|ue)la única cosa que acom paña siempre al color. ¿Tees suficiente, o lo prefieres de otra m anera? Por m i par- cii', me daría por satisfecho si me hablaras así acerca dela virtud. M e n . — Pero eso es algo simple, Sócrates, Sóc. — ¿Cóm o dices? M en . — Si entiendo, figura es, en tu explicación, aque­llo que acom paña siempre al c o lo r 11. Bien. Pero si a l­guien afirm ase que no conoce el color y tuviera así difi-i ultades como con respecto de la figura, ¿qué crées quele habrías contestado? Sóc. — La verdad, pienso yo. Y si el que pregunta fue­se uno de los sabios, de esos erísticos o de esos que bus­can las controversias, le contestarla: «Ésa es m i respues- dta. y si no digo bien, es tarea tuya exam inar el argum entov refutarm e.» Y si, en cam bio, como ahora tú y yo, fuesenamigos los que quieren discutir entre si, sería necesariocntonces contestar de manera m ás calma y conducente ala discusión l3. Pero tal vez, lo m ás conducente a la dis­cusión consista no sólo en contestar la verdad, sino tam ­bién con palabras que quien pregunta admita conocer. Yo etrataré de proceder así. Dime, pues: ¿llam as a algo «fin»? 11 Menóo empica aquí chróa para color, Sócrates habjajusado-siera-pre hasta ahora chroma. No parece haber cambio de significado. 11 Más día l¿cucarnen(e dice el texto, pero no tiene aquí todavía elsignificado lécnico que adquirirá posteriormente en Platón. En cambio,P. Natorp ('Pia/oí Ideentehre, Leipzig, 1903, pág. 38) y tí. GaUSS (Hand-kom m em ar zu dan Dlalogen Píalos, vol. II, 1, Berna, 1956, pftg. 115) pien­san que éste seria el prim er lugar en que el término está usadotécnica men le.

292 DIÁLOGOS Me refiero a algo como lím ite o extremo — y con todum tas palabras indico lo m ism o— . Tal vez Pródico !* dlMom liria de nosotros, pero tú, por lo menos, hablas de n)|Mh] como lim itado y term inado. Esto es lo que quiero deatlu nada complicado. M e n . — Así hablo, y creo entender lo que dices,76a Sóc. — ¿Y entonces? ¿Llam as a algo «plano» y a oda cosa, a su vez, «sólido», como se hace, p or ejemplo, en InHj problemas geométricos? M e n . — Así hago. Sóc. — Entonces ya puedes comprender, a partir ilr esc?, lo que yo entiendo por figura. De toda fig ura digoJ en efecto, esto: que ella es aquello que lim ita lo sólido, o, más brevemente, diría que la figura es el lím ite de un¡ sólido-'-5. M e n . — ¿ Y del color, Sócrates, q u é dices? Sóc. — ¡Eres un desconsiderado, Menón! Sometes a un anciano a que le conteste estas cuestiones y tú no quiere! b recordar y decir qué afirm ó Gorgias que es la virtud. -I M e n . — Pero no bien me hayas contestado eso. Sócra* tes, te lo diré. Sóc. — Aun con los ojos vendados, Menón, cualquiera sabría, al dialogar contigo, que eres bello y que también tienes tus enamorados. M e n . — ¿ Por q u é ? Sóc. — Porque cuando hablas no haces otra cosa que mandar, como los niños consentidos, que proceden cual liranos m ientras les dura su encanto; y al m ism o tiempo, habrás notado seguramente en mj que no resisto a los gua- c pos. Te daré, pues, ese gusto y te contestaré. M e n . — Hazlo, por favor. Sóc. — ¿Quieres que te conteste a la manera de Gor- gias, de m odo que puedas seguirme mejor? i* Vóasc en este volum en, n. 36 al d iá lo g o E u l i d e m o . 15 E s t a d e f i n i c i ó n e s , p r o b a b l e m e n t e , d e o r i g e n p i t a g ó r i c o ( c f . A r i sTdTliLBS, M e la / i i i c u 1 0 9 0 b S ).

MENÓN 293Mun. — Lo quiero, ¿por qué no?Srtc. — ¿N o adm itís vosotros, de acuerdo con Empé-iluí les l4, que hay ciertas emanaciones de las cosas?M iín . — Ciertamente. _Sóc. — ¿Y que hay poros^hacia ios cuales y a través deli\"t cuates pasan las em anaciones?M iín . — Exacto.Sóc. — ¿Y que, de las emanaciones, algunas se adap-l mi a ciertos poros, m ientras que otras son menores o dmayores?M en. — Eso es.Sóc. — ¿Y no es así que hay tam bién algo que LlamasvKta?M e n . — Sí.Sóc. — A p artir de esto, entonces, «com prende lo queti! digo», com o decía Píndaro l7; el color es una emana-<lón de las figuras, proporcionado a la vista y, por tanto,perceptible. M e n . — Excelente me ha parecido, Sócrates, esta res­puesta que has dado.Sdc. — Seguramente porque la he form ulado de unamanera a la cual estás habituado; además, creo, te has da­llo cuenta que a partir de ella, podrías tam bién decir quérs el sonido, el olor y otras cosa similares. eM e n . — Así es.Sóc. — Es una respuesta, en efecto, de alto vuelo ypor eso te agrada m ás que la relativa a la figura.M e n . — A mí sí.1,1 P lu ta r c o (Quaest. nal. 19, 916d) transmite las siguientes palabrasilc Empódocles: «Has de saber que hay emanaciones de lodas las cosasI|iie se generan» (ír- 89 Diels-Khanz = 419 y 558 B. C. G.). Este pasajecid Meiiófí es recogido, además, como testimonio para Empédocles porDiui.s-K.iunz (véase 3IA92 = 420 B. C. C.).121n Fr. ( T u r y n ) = 94 ( B o w r a ) = 105 ( S n b l l ) .1B Tragtké dice el testo. Acerca de la manera de traducir el térmi­no, véase R. S B l u c k , «On tragiké, Plato, Meno 76e», Mncmosyne 14(1961),209-295.

294 i> M l o g o s Sóc. — Pero ésta no me convence, hijo de Alexidemu, sino que aquélla 19 es mejor. Y creo que tampoco a ti (t* lo parecería, si d o tuvieras necesidad de partir, como trie decías ayer, antes de los misterios, y pudieras quedarte y ser iniciado77a M e n . — Pues me q u eda ría, Sócrates, si m e dijeras mu chas cosas de esta Índole. Sóc. — No es empeño, desde luego, lo que me va a fal­ lar, tanto por li com o por m í, para hablar de estas cosan, Temo, sin embargo, no ser capaz de decirte muchas co­ mo ésta. Pero, en fin, trata tam bién tú de cu m p lir la pro­ mesa diciéndome, en g e n e ra lit, qué es la virtud, y deja de hacer una m ultip licidad de lo que es uno, como afir­ man los que hacen bromas de quienes siempre rompen al­ go, sino que, m anteniéndola entera e intacta, dim e qué es b la virtud. Los ejemplos de cómo debes proceder, tómalos de los que ya te he dado, Mun.)— Pues me parece, entonces, Sócrates, que la vir­ tud consiste, como dice el poeta, en «gustar de lo bel lo y l tener poder» 2?. Y así llam o yo virtud a esto: desear las cosas bellas y_sej-_capa2 .de_pjcocuzár«eias_ '» Cl. 76a6. !J Se trata. a primera vista, de una alusión a los famosos ritos <ie iniciación en los misterios eleu sin os,-que se celebraban en Atenas en lo íiue se lia t>ara nosotros t i mes de febrero (véase P Boyani'í, »Sur íes mystéres d'Ek'usis*. Revue des Eludes Grecques 75 (1962). especialmen­ te píigs. 460-474). Pero ya, entre otru;., K. H ilu lb r a n d (Plaion - Pluione tirad. ita!. ColliJ. Turin, 1947, pág. 1951, E. G rih a l («á propósd un passa- ge du Ménon: une déííninun tragique' de la couleur*. Revue des Eludes Gñeques 55 [1942], 12) y JC Gaisí-k (* Pl.-itons Menon und die Akademie», Archiv I- Geschidue der PhUosvplne 46 (¡964). 25S-6) observaron que se trata, seguramente, de una alusión m is precisa a la »consagración>a la tilosofiu y a las enseñanzas de la Academia. Y para el papel d é la «inicia­ ción» en el filosofar, véanse en P la tó n , Gorgias 497c. Banquete 209c, Tee- lelo I55e y Emide»’o 277d-c. Jl E s l a ú n ic a v e z q u e a p a r e c e e n P la t ó n la e x p r e s ió n k a l i h ó t o u (c o n g e n itiv o ) q u e , e s c r ita e n u n a s o la p a la b r a (k a lh ó lo u l s e rá el t é r m in o té c n ic o q u e e m p le a r á A r is tó te le s p a r a d e s ig n a r a l u n iv e r s a l ló g ic o . J/ E . S. T h o m p s o n ( T h e Meno oj Pialo, Cam bridge, 1 9 0 1 , pág. 100) su-

MENÓN 295 Sóc. — ¿ A firm as,j> o r tanto, que q u ie n desea cosaá’ be-I t a s desea cosas buenas?'. M en. — Ciertamente. Sóc. — ¿Como si hubiera entonces algunos que deseancosas m alas y Otros, en cambio, que desean cosas buenas?¿No todos, en tu opinión, m i distinguido amigo, desean ci osas buenas? M en. — Me parece que do. Sóc. — ¿Algunos desean las m alas? M en. — S(. Sóc. — Y creyendo que las malas son buenas — dices— ,¿o conociendo también que son malas, sin embargo lasdesean? M e n . — Ambas cosas, me parece. Sóc. — ¿De modo que te parece, Menón, que si uno co­noce que las cosas m alas son malas, sin em bargo lasdesea? M en. — Ciertam ente. Sóc. — ¿Oué entiendes por «desear»? ¿Querer hacer dsuyo? M e n . — Desde luego, ¿qué otra cosa? Sóc. — ¿Considerando que las cosas malas son útilesa quien las hace suyas o sabiendo que los males dañan aquien se le presentan? M en . — Hay quienes considerad que las cosas m alasson útiles y hay tam bién quienes saben que ellas dañan. Sóc. — ¿Y te parece tam bién que saben que las cosasmalas son m alas quienes consideran que ellas son útiles? M en. — Me parece que no, de ningún modo. Sóc. — Entonces es evidente que no desean las cosasmalas quienes no las reconocen como tales, sino que de- esean las que creían que son buenas, siendo en realidad ma­las. De m anera que quienes no tas conocen como malasp o n e q u e c s le v e rs o d e s c o n o c id o p u e d e p e r te n e c e r a u ii p o e m a d e S im ó-n id e s d e C e o s, q u e v iv ió e n T e salia, y d e l q u e se o c u p a P la tó n en P ro lág o ra s.

296 DIÁLOGOS y creen que son buenas, evidentemente las desean cornu buenas, ¿o no? M e n . — Puede que ésos si. Sóc. — ¿Y entonces? Los que desean las cosas m a la « como tú afirmas, considerando, sin embargo, que ellas dn» ñan a quien las hace suyas, ¿saben sin duda que se vati a ver dañados por ellas? M e n . — Necesariamente. Sóc. — ¿Y no creen ésos que los que reciben el dnítu78a merecen lástim a en la m edida en que son dañados? M e n . — Necesariamente, también. S ó c .— ¿Y los que merecen lástim a, no son desven* turados? M en. — Asi lo creo. Sóc. — Ahora bien, ¿hay alguien que quiera merecer lástima o ser desventurado? M en. — No me parece, Sócrates. Sóc, — Luego nadie quiere “ , Menón, las cosas malas, a no ser que quiera ser tal. Pues, ¿qué otra cosa es ser me­ recedor de lástim a sino desear y poseer cosas malas? b M en. — Puede que digas verdad, Sócrates, y que nadie desee las cosas malas. Sóc. — ¿No a f i r m a b a s hace u n m o m e n t o q u e la v i r t u d c o D s is te en q u e re r c o s a s b u e n a s y p o d e r p o s e e rla s ? M en. — Sí, eso afirm aba. Sóc. — Y, dicho eso, ¿no pertenece a lodos el querer, de m odo que en este aspecto nadie es m ejor que otros? M en. — Es evidente. Sóc. — Pero es obvio que, si uno es m ejor que otro, lo sería con respecto al poder. M en. — Bien cierto. Sóc. — Esto es, entonces, según parece, la virtud, de c acuerdo con tus palabras: una capacidad de procurarse las cosas buenas. 2J «Querer» y «desear» son utilizados por Platón» aquí, como sinó­nimos.

MENÓN 297 M e n . — Es exactamente así, Sócraies, me parece, talcomo lo acabas de precisar. Sóc. — Veamos entonces tam bién esto, y si estás en loi icrto al afirm arlo: ¿dices que la virtud consiste en ser ca­puces de procurarse las cosas buenas? M en. — Así es. Sóc. — ¿Y no llam as cosas buenas, por ejemplo, a la■.¡ílud y a la riqueza? M en. — Y tam bién digo el poseer oro y plata, así co­mo honores y cargos públicos. Sóc. — ¿No llam as buenas a otras cosas, sino sólo arsas? M e n . — No, sino sólo a todas aquellas de este tipo. Sóc. — Bien. Procurarse oro, entonces, y plata, como ddice Menón, el huésped hereditario del Gran Rey esvirtud. ¿N o agregas a esa adquisición, Menón, las pala-liras «justa y santamente», o no hay para li diferencia al­guna, pues si alguien se procura esas cosas injustam en­te, tú llam as a eso tam bién virtud? M e n . — De ninguna manera, Sócrates. Sóc. — ¿Vicio, entonces? M en. — Claro que sí. Sóc. — Es necesario, pues, según parece, que a esa ad­q u i s i c i ó n se añada ju stic ia , sensatez, santidad, o algunaotra parte de virtud; si no, oo será virtud, aunque propor- ecione cosas buenas. M en. — ¿Cómo podría llegar a ser virtud sin ellas? Sóc. — El no buscar oro y plata, cuando no sea justo,ni para sí ni para los demás, ¿no es acaso ésta una virtud,la no-adquisición “ ? M Con ocasión de la invasión de Je rje s a G recia, los Alévadas (cí n.2), ju m o a o íro s tesalios, adoptaron una actitud pro-persa ( H g r ó d o to , Vil1 72-174) y, seguram ente, algún antecesor de Menón estrechó vínculos conI» c o rle del G ran R ey de los persas. 25 La p a la b r a griega es a p o r ía («no-logro», «carencia» y también «po­breza») que Juega aquí con el verbo p o r íz e s t h a i (procurarse).

298 DIÁLOGOS M e n . — Parece. Sóc. — Por lo tanto, la adquisición de cosas buenas no seda más virtud que su no-adquisición, sino que, como p#i rece, será virtud si va acom pañada de justicia, pero vicin,79a en cam bio, si carece de ellas, M en. — Me parece que es necesariamente como dices. Sóc. — ¿N o afirm ábam os hace un instante que cadu una de ellas — la justicia, la sensatez y las dem ás de esto tipo— eran una parte de la virtud? M k n . — Sí. Sóc. — Entonces, Menón, ¿estás jugando conmigo? M en. — ¿Por qué, Sócrates? Sóc. — Porque habiéndote pedido hace poco que no partieras ni hicieras pedazos la virtud, y habiéndote da­ do ejemplos conforme a los cuales tendrías que haber con­ testado, no has puesto atención en ello y me dices que la | virtud consiste en procurarse cosas buenas con justicia, b ¡y de ésta afirm as que es una parte de la virtud! M en. — S(, claro. Sóc. — ¡Pero de lo que tú adm ites se desprende que la virtud consiste en esto: en hacer lo que se hace con una parte de la virtud! En efecto, afirm as que la justicia es una parte de la virtud y lo m ism o cada una de las otras. Digo esto, porque habiéndote pedido que me hablaras de la virtud com o un todo, estás m uy lejos de decir qué es', y en cam bio afirm as que toda acción es virtud, siempre que se realice con una parte de la virtud, como si hubie­ ras dicho qué es en general la virtud y yo ya la conociese, c aunque tú la tengas despedazada en partes. Me parece en­ tonces necesario, mi querido Menón, que te vuelva a re­ plantear desde el p rincipio la m ism a pregunta «qué es la virtud» y si es cierto que toda acción acom pañada de una parte de la virtud es virtud. Porque ése es, después de to­ do, el significado que tiene el decir que toda acción he­ cha con justicia es virtud. ¿O no te parece que haga faltá repetir la m ism a pregunta, sino que crees que cualquiera

MENÓN 299»abe qué es una parte de la virtud, sin saberlo que es ellamisma?M en. — Me parece que no.Sóc. — Si recuerdas, en efecto, cuando yo te contesté dlince poco sobre la figura, rechazábamos ese tipo de res­puesta que em plea térm inos que aún se están buscandoV sobre los cuales no hay todavía acuerdo M.M en. — Y hacíam os bien en rechazarlas, Sócrates.Sóc. — Entonces, querido, no creas tampoco tú quemientras se está aún buscando qué es la virtud como untodo, podrás ponérsela en claro a alguien contestando pormedio de sus parles, ni que podrás por lo demás poneren claro cualquier otra cosa con semejante procedim ien­to, Es menester, pues, de nuevo, replantearse la m ismapregunta: ¿qué es esa virtud de la que dices las cosas quedices? ¿ 0 no te parecen bien m is palabras? eM en. — Me parecen perfectamente bien.Sóc. — Responde entonces otra vez desde el principio:,;qué afirm áis que es la virtud tú y tu amigo?M en. — ¡Ah... Sócrates! H abía oído yo, aun antes de en­contrarm e contigo, que no haces tú otra cosa que pro ble-matizarte y problem atizar a los demás. Y ahora, según me 80aparece, me estás hechizando, em brujando y hasta encan­tando por completo al punto que me has reducido a unamadeja de confusiones. Y si se m e perm ite hacer una pe­queña broma, diría que eres parecidísimo, por tu figuracomo por lo demás, a ese chato pez m arino, el torpedo.También él, en efecto, entorpece al que se le acerca y lotoca, y me parece que tú ahora has producido en m í unresultado semejante. Pues, en verdad, estoy entorpecido bde alm a y de boca, y no sé qué responderte. Sin embargo,miles de veces he pronunciado innum erables discursos so­bre la virtud, tam bién delante de m uchas personas, y lohe hecho bien, por lo menos así me parecía. Pero ahora,11 Cf. 75d.

300 DIÁLOGOS por el contrario, ni siquiera puedo decir qué es. Y me pu- rece que has procedido bien no zarpando de aqui ni resi­ diendo fuera: en cualquier otra ciudad, siendo extranjc ro y haciendo semejantes cosas, te hubieran recluido poi brujo. Sóc. — Eres astuto, Menón, y por poco me hubieran engañado. M e n .— ¿Y porqué, Sócrates?c Sóc. — Sé por qué m otivo has hecho esa comparación conmigo. M en. — ¿Y por cuál crees? Sóc. — Para que yo haga otra contigo. Bien sé que a todos los bellos les place el verse com parados — les favo­ rece, sin duda, porque beLlas son, creo, tam bién las im á­ genes de los bellos— ; pero no haré n inguna comparación contigo. En cuanto a mí, si el torpedo, estando él entor­ pecido, hace al m ism o tiempo que los demás se entorpez­ can, entonces le asemejo; y si no es así, no. En efecto, no es que no teniendo yo problemas, problem atice sin em­ bargo a los demás ” , sino que estando yo totalmente pro-d blematizado, tam bién hago que lo estén los demás. Y aho­ ra, «qué es la virtud», tampoco yo lo sé; pero tú, en cam­ bio, tal vez sí lo sabías antes de ponerte en contacto con­ migo, aunque en este m om ento asemejes a quien no lo sa­ be. No obstante, quiero investigar contigo e indagar qué es ella. M e n . — ¿Y de qué m anera buscarás, Sócrates, aque­ llo que ignoras totalm ente qué es? ¿C uál de las cosas que ignoras vas a proponerte com o objeto de tu búsqueda? Porque si dieras efectiva y ciertamente con ella, ¿cómo advertirás, en efecto, que es ésa que buscas, desde el mo­ mento que no la conocías?e Sóc. — Com prendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta del argum ento erístico que empiezas a entre- 27 En grieg o se ju e g a entre e ú p o r o n (no teniendo problem as) y apo-r e í» (problemotuar).

MENÓN 301tejer: que no le es posible a nadie buscar ni lo que sabeni lo que no sabe? Pues ni podría buscar lo que sabe—puesto que ya lo sabe, y no hay necesidad alguna enton­ces de búsqueda— , ni tampoco lo que no sabe — puestoi|ue, en tal caso, ni sabe lo que ha de buscar— . M en. — ¿ No te parece, Sócrates, que ese razonamien- 8to está correctamente hecho? Sóc. — A mi no. M en. — ¿Podrías decir por qué? Sóc. — Yo si. Lo he oído, en efecto, de hombres y m u ­jeres sabios en asuntos divinos... 3. M en. — ¿Y qué es lo que dicen? Sóc. — Algo verdadero, me parece, y también bello. M e n . — ¿Y qué es, y quiénes lo dicen? Sóc. — Los que lo dicen son aquellos sacerdotes y sa­cerdotisas que se han ocupado de ser capaces de ju s tifi­car el objeto de su m inisterio. Pero tam bién lo dice Pín-daro y muchos otros de los poetas divinamente inspira­dos. Y las cosas que dicen son éstas —y tú pon atención bsi le parece que dicen verdad— : afirm an, en efecto, queel alm a del hom bre es inm ortal, y que a veces term ina devivir — lo que llam an m o rir—, a veces vuelve a renacer,pero no perece jam ás. Y es por eso por lo que es necesa­rio llevar la vida con la m áx im a santidad, porque dequienes...Perséfone el pago de antigua condena chaya recibido, hacia el alto sol en el noveno añoel alm a de ellos devuelve nuevamente,de las que reyes ilustres W . K. C. G lt h r j e ( P ia lo . P r o t a g o r a s a n d M e n o , H arm ondsivorlh,1956, pág. 129) señala que hay seguram ente aqui una pausa y un cambiode tono, q u e s c hace m ás solem ne en lo que sigue. E l mism o au io r sostie­ne que el pasaje refleja concepciones ó rficas. (Cf. O r p h e u s a n d G r c e k R e ­lig ió n = O r j e o y la r e lig ió n g r ie g a [trad. J. V alm a rd), Buenos Aires. 1970.pág. 167.)

302 DIALOGOSy varones plenos de fuerza y en sabiduría insignessurgirán. Y para el resto de los tiempos héroes sin m áculpor los hombres serán llam ados M. El alma, pues, siendo inm ortal y habiendo nacido m u chas veces, y visto efectivamente todas las cosas, tanto Inft de aqui como las del Hades, no hay nada que no haya aprendido; de m odo que no hay de qué asombrarse si c# posible que recuerde, no sólo la virtud, sino el resto do d las cosas que, por cierto, antes tam bién conocía. Estan­ do, pues, la naturaleza toda emparentada consigo misma y habiendo el alma aprendido todo. D a d a im pide que quien recuerde una sola cosa — eso que los hombres llama 1aprender— , encuentre él m ism o todas las demás, si es va­ leroso e infatigable en la búsqueda. Pues, en efecto, el bus­ car y el aprender no son otra cosa, en suma, que una reminiscencia. No debemos, en consecuencia, dejam os persuadir por ese argum ento erístico. Nos volvería indolentes, y es pro- e pió de los débiles escuchar lo agradable; este oLro, por el contrario, nos hace laboriosos e indagadores. Y porque confío en que es verdadero, quiero buscar contigo en qué consiste la virtud. M en. — S(, Sócrates, pero ¿cóm o es que dices eso de que no aprendemos, sino que lo que denominamos apren­ der es reminiscencia? ¿Podrías enseñarm e que es así? Sóc. — Ya te dije poco antes, Menón, que ereslaima-82a do; ahora preguntas si puedo enseñarte yo, que estoy afir­ mando que no hay enseñanza, sino reminiscencia, eviden­ temente para hacerme en seguida caer en co n trad icción 1 conmigo mismo. M e n . — ]No, por Zeus, Sócrates! No lo dije con esa in­ tención, sino por costumbre. Pero, si de algún m odo pue- 29 La cita se atribuye a PIndaro, f)\ 137 (Turyn) = 12 7 (Bowra) = 133(Snell).

MENÓN 303«l<*s m ostrarm e que en efecto es así com o dices, muéstra-MK'lo.Srtc. — ¡Pero no es fácil! Sin embargo, por tí estoy dis­puesto a empeñarme. Llám am e a uno de tus numerososHervidores que están aquí, al que quieras, para que pue- b< l.i dem ostrártelo con él.MiíN. — M uy bien. (A un servidor.) Tú, ven aquí.Srtc. — ¿ Es griego y habla griego?M en . — Perfectamente; nació en m i casa.•Srtc. — Pon entonces atención para ver qué te pareceIti que hace: si recuerda o está aprendiendo de mí.M en. — Así haré.Sóc. — (Al servidor.) Dime entonces, muchacho, ¿cono-u'S que una superficie cuadrada es una figura asf? (Ladibuja.)S e r v i d o r . — Vo s i.Sóc. — ¿Es, pues, el cuadrado, una superficie que tie­ne todas estas lineas iguales, que son cuatro? cServidor. — Perfectamente.Sóc. — ¿No tieoen tam bién iguales éstas trazadas porel m e d io J<>?S e r v id o r . — Sí.Srtc. — ¿Y no podría una superficie como ésta ser m a­yor o m e n o r 11?S e r v id o r , — Desde luego,u Al c u a d r a d o inicial (ABCD), Sóc/ates ag re g a las lineas EF y GH. 11 Sócrates seguram ente señala, prim ero, el cuadrado m ayor (ABCD)y, después, alguno de los m enores (p. ej.: AHOE, HBFO, EOGO, etc.).


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