Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Published by zsyszleaux.s2, 2017-05-22 15:43:37

Description: Platón. (1987). Diálogos II. Madrid. Gredos.

Search

Read the Text Version

304 DIÁLOGOS Sóc. — Si este lado fuera de dos pies y este otro l:mi bjén de dos, ¿cuántos pies tendría el todo J!? M íralo Hutl. si fuera por aquí de dos pies, y por allí de uno solo J1„¿no serla la superficie de una vez dos p ie s 31? S ervidor. — SI.d Sóc. — Pero puesto q ue es de dos pies ta m b ié n aquí, ¿qué otra cosa que dos veces dos resulta? S e r v id o r . — Así es. Sóc. — ¿Luego resulta, ciertamente, dos veces dlBt pies? S ervidor. — Sí. Sóc. — ¿C uánto es entonces dos veces dos pies? Cuén^ talo y dilo. S e r v id o r . — Cuatro, Sócrates. Sóc. — ¿Y podría haber otra superficie, el doble de és­ ta, pero con una figura sim ilar, es decir, teniendo todíis las líneas iguales como ésta? S ervidor. — Si. Sóc. — ¿Cuántos pies tendrá? S e r v id o r . — Ocho. Sóc. — Vamos, trata ahora de decirme cuái será el lar-e go que tendrá cada una de sus lineas. Las de ésta tienen dos pies, ¿pero las de ésa que es doble? S erv id o r. — Evidentemente, Sócrates, el doble JS. Sóc. — ¿Ves, Menón, que yo no le enseño nada, sino que le pregunto todo. Y ahora él cree saber cuál es el lar­ go del lado del que resultará una superficie de ocho pies, ¿o no te parece? M en. — A m í sí. Sóc. — ¿Pero lo sabe? Los griegos no disponían de un término para referirse a piescuadrados. “ Sócrates compara uno de los lados del cuadrado mayor (p. cj.; BC)con otro de la figura menor (p. ej.: el AE de la figura ABFE). 11 Es decir, dos pies cuadrados. 11 Obviamente, la respuesta es equivocada.

í MENÓN 305Mi'.N. — Claro que no.Sóc. — ¿Pero cree que es el doble de la otra?M f.n. — Sí.Sóc. — Observa cóm o él va a ir recordando en seguí-•la, como hay, en efecto, que recordar.(Al servidor.) Y lú, dime: ¿afirm as que de la linea do-lilr se form a la superficie doble? Me refiero a una super- 83aIlele que no sea larga por aquí y corta por allí, sino que>-,( igual por todas partes, como ésta, pero el doble que4«la, de ocho pies. Fíjate si todavía te parece que resuJia-i.t el doble de la línea.Skrvjdor. — A mi sí.Srtc. — ¿No resulta ésta el doble que aquélla, sí agre­d im os desde aquí otra cosa así M?S e r v id o r . — Por supuesto.Sóc. — ¿Y de ésta n, afirm as que resultará una super­ficie de ocho pies, si hay cuatro de ellas iguales?S e r v id o r . — SI. bSóc. — D ibujem os, pues, a p artir de ella, cuatro igua­les ¿No seria ésa la superficie de ocho pies que tú.tlirmas? e oF J«¿sla> (AJ); «aquélla» (AB); «olra» (BJ). K J7 La linea AJ. L DC Aej61. - 20

306 DIÁLOGOS S e r v id o r . — Por supuesto. Sóc. — ¿Pero no hay en esta superficie estos cuatrocuadrados, cada uno de los cuales es igual a ése de cu»*tro pies S e r v id o r . — S í. Sóc. — ¿De qué tam año resultará entonces? ¿No escuatro veces mayor? S ervidor. — Desde luego. Sóc. — ¿Y es doble lo que es cuatro veces m ayor? S e r v id o r . — |No, por Zeus! Sóc. — ¿Cuántas veces entonces? S ervidor. — El cuádruple. Sóc. — Entonces, de la línea doble, m uchacho, no re­sulta uoa superficie doble sino cuádruple. S er v id o r . — Es verdad. Sóc. — Y cuatro veces cuatro es dieciséis, ¿oo? S e r v id o r . — S í. Sóc. — Entonces la superficie de ocho pies, ¿de cuállínea resulta? De ésta 10 nos ha resultado el cuádruple. S ervidor. — Eso digo. Sóc. — ¿Y esta cuarta parte resulta de la m itad de es­ta línea aquí 41? S e r v id o r . — S í. w Sócrates agrega a) dibujo anterior las lineas CM y CN con lo queresulla la siguiente figura:«“ De AJ.‘I1 ABCD es la cuarta parte de AJKL, y ÁB la mitad de AJ.

MENÓN 307S tic. — Bien. ¿Pero ja de ocho pies no es el doble de< uta y la m itad de ésa ,!?-Se r v id o r . — S í.Sóc. — ¿N o re su lta rá entonces u n a línea m ayor que és-Id, pero m e n o r q u e ésa **, o no? dSf.rv!oor. — A caí me parece que sí.Sóc. — ¡Muy bien!, pues lo q u e a ti te parece es lo quedebes contestar. V dime: ¿esta línea no era de dos pies yí\"sa de cuatro? S e r v id o r . — S i. Sóc. — Entonces es necesario que la línea de la super-I Icie de ocho pies sea m ayor que ésta, que tiene dos pies,V m e n o r q u e ésa, q u e ü e n e cu a tro . S e r v id o r . — Es necesario. Sóc. — Trata de decir qué largo afirmas que tendrá, e S e r v i d o r . — Tres pies. Sóc. — Si ha de ser de tres pies, ¿agregamos la m itadde ésta ** y tendrá tres pies? Porque ésos son dos pies, és­te, uno; y por aquí, igualmente, dos éstos y uno éste, y asíresulta la superficie que tú afirm as. (Sócrates completael cuadrado AZPQ'K) S e r v id o r . — S í. Sóc. — De m odo que si tiene tres por aquí y tres porallí, ¿la superficie tbtal resulta tres veces tres pies? \" «Esta* (ABCD), «ésa» (AJKL). ,J «Esia» (AB), «ésa* (AJ). 44 La m iiad de BJ. 45 «Esos» (AB), «éste» (BZ), «éstos» (AD), «ésle» (DQ). La figura re­búllame es: L -------- N O 0 BZ

308 DIÁLOGOS S e r v id o r . — Evidentemente. Sóc. — Tres veces tres, ¿cuántos pies son? S e r v i d o r . — Nueve. Sóc. — ¿Y cuántos pies tiene la superficie del doble? S e r v i d o r . — Ocho. Sóc. — Entonces de la línea de tres pies tampoco deri­ va la superficie de ocho. S e r v id o r . — Desde luego que no. Sóc. — Pero entonces, ¿de cuál? Trata de decírnoslo84a con exactitud. Y si no quieres hacer cálculos, muéstranos« la en el dibujo. S e r v id o r . — ¡Por Zeus!, Sócrates, que yo no lo sé. Sóc. — Te das cuenta uaa vez más, Menón, en qué pun­ to se encuentra ya del cam ino de la reminisceccia?Por- que aJ principio no sabía cuál era la línea de la superficie de ocho pies, como tampoco ahora lo sabe aún; sin em­ bargo, creía entonces saberlo y respondía con la seguri­ dad propia del que sabe, considerando que no había pro­ blema. Ahora, en cam bio, considera que está ya en el pro­ blema, y como no sabe la respuesta, tampoco cree saberla. b Men. — Es verdad. Sóc. — ¿Entonces está ahora en tuna m ejor situación con respecto del asunto que no sabia? M en. — Asi m e parece. Sóc. — Al problem atizarlo y entorpecerlo, como hace el pez torpedo, ¿le hicim os algún daño? M en. — A mí me parece que no. Sóc. — Le hemos hecho, aJ contrario, un beneficio pa- ra resolver cómo es la cuestión. Ahora, en efecto, busca­ rá de buen grado, puesto que no sabe, m ientras que m u ­ chas veces antes, delante de todos, con tranquilidad, creía c estar en lo cierto al hablar de la superficie doble y supo­ nía que había que partir de una superficie del doble de largo. M en. — Asi parece.

MENÓN 309 Súc. — ¿Crees acaso que él hubiera tratado de buscarv aprender esto que creía que sabía, pero ignoraba, antesilc verse pro ble m atizado y convencido de no saber, y deMentir el deseo de saber? M en. — Me parece que no, Sócrates. Súc. — ¿H a ganado, entonces, al verse entorpecido? M e n . — Me parece. Sóc. — Observa ahora, arrancando de esle problem a,qué es lo que efectivamente va a encontrar, buscando con­migo, sin que yo haga más que preguntar, y sin enseñar­la. Vigila por si me coges enseñándole y explicándole enlu^ar de interrogarle por sus propios pareceres. (AI servidor.) Dim e entonces tú: ¿No tenemos aqui unasuperficie de cuatro p ie s “ ? S e r v id o r . — S í. Sor. — ¿Podemos agregarle a ésa otra igual \"? S ervidor. — Sí. Sóc. — ¿Y esta tercera, igual a cada una de ésa s“ ? Servidor. — Sí. S ó c .— ¿No podríam os com pletar, además, esleungulo *'*? S e r v id o r . — Por supuesto. Sóc. — ¿No resultarían entonces estas cuatro super­ficies iguales? S ervidor. — Sí. Sóc. — ¿Y qué? ¿ El todo éste cuántas veces es m ayorque aquél vu? S erv id o r. — Cuatro veces. Sóc. — Pero nosotros necesitábamos que fuera doble,¿no te acuerdas? 4<> El cuadrado ABCD. Gulhrie y Bluck piensan que es probable que,en este momento, Sócrates borre las figuras anteriores o dibuje al ladode ellas una nueva. DCNL. « CMKN. ** El formado por los lados BC y CM. sü «Éste» (AJKL); «aquél» (ABCD).

310 DIÁLOGOS S e r v i d o r . — Por s u p u e s t o . Sóc. — Entonces esta linea que va de un ángulo a otru,85a ¿no corta en dos a cada una de estas superficies51? S e r v id o r . — Si. Sóc. — ¿N o son cuatro estas líneas iguales que encio* rran esta su perficie\"? S e r v i d o r . — Lo son, en efecto. Sóc. — Observa ahora: ¿qué tam a ñ o tiene esta superficie? S e r v id o r . — No entiendo. Sóc. — De éstas, que son cuatro, ¿no ha corlado cadu linea en su in te rio r la m ita d de cada u na?, ¿o no? S e r v id o r . — Sí. S ó c . — ¿Y c u á n t a s d e e s a s m ita d e s h a y e n é s ta !!? S erv td o r. — C u a tro . Sóc. — ¿Y cuántas en é s a 14? S e r v id o r . — Dos. Sóc. — ¿Qué es cuatro de dos? —S e r v i d o r . El doble. b Sóc. — ¿Y esta su p e rficie 55, ¿cuántos pies tiene? S e r v i d o r . — Ocho pies. Sóc. — ¿ D e c u á l lín e a ? S e r v id o r . — De ésta w.»' Es la linca DB-BM-MN-ND 52 La superficie DBMN. JJ En DBMN. 54 En ABCD. 5* DBMN. 54 Cualquiera de las diagonales, pero, por lo que sigue, es, probable­mente, DB.

MENÓN 311Sóc. — ¿De la que habíam os trazado de ángulo a án­gulo en la superficie de cuatro pies?S ervidor. — Sí. Sóc. — Los sofistas57 la llam an «diagonal», y puestoque si «diagonal» es su nombre, de la diagonal se llegaráii obtener, como tú dices, servidor de Menón, la superfi-»íc doble.S e r v id o r . — Por supuesto que si, Sócrates.Sóc. — ¿Q ué te parece, M enón? ¿H a contestado ¿1 con.ilf,una opinión que no le sea propia?Men. — No, con las suyas. cSóc. — Y, sin embargo, como dijim os hace poco, an­tes no sabía.M en. — Es verdad.Sóc. — Estas opiniones, entonces, estaban en él. ¿o no?M en. — Sí.Sóc. — El que no sabe, por lo canto, acerca de las co-■^is que no sabe, ¿tiene opiniones verdaderas sobre eso quei-lectivamente no sabe?M en. — Parece.Sóc. — Y estas opiniones que acaban de despertarse¡thora, en él, son como un sueno. Si uno lo siguiera inte­rrogando muchas veces sobre esas mismas cosas, y de m a­neras diferentes, ten la seguridad de que las acabaría co­nociendo con exactitud, no menos que cualquier otro, dM en. — Posiblemente.Sóc. — Entonces, ¿llegará a conocer sin que nadie leenseñe, sino sólo preguntándole, recuperando él m ism ode sí m ism o el conocim iento?M e n , — Sí.Sóc. — ¿Y este recuperar uno el conocimiento de símismo, no es recordar?M e n . — Por supuesto. J7 Con el significado de «expertos», «técnicos» o «especialistas», sinconnotaciones peyorativas. (Véase n. 8 de la pág. 509 del vol. 1de eslosDiálogos.)

312 DIÁLOGOS Sóc. — El conocimiento que ahora tiene, ¿no es cierig que o lo adquirió, acaso, alguna vez o siempre lo tuVQl M.EN, — S í. S ó c .— Si, pues, siempre lo tuvo, entonces siempre tam bién ha sido un conocedor; y si, en cam bio, lo adcjiit rió alguna vez, no será por cierto en esta vida donde Ine ha adquirido. ¿O le ha enseñado alguien geometría? Poi­ que éste se ha de com portar de la m ism a manera con cuul quier geometría y con todas las demás disciplinas. ¿Ha> tal ve?,, alguien que le haya enseñado todo eso? Tú teo drías, naturalm ente, que saberlo, puesto que nació en til casa y en ella se ha criado. M e n . — Sé m uy bien que nadie le ha enseñado nunui Sóc. — ¿Tiene o no tiene esas opiniones? M e n . — Indudablem ente las tiene, Sócrates. Sóc. — Si no las adquirió en esta vida, ¿no es ya evl* dente que en algún otro tiempo las tenía y las habla aprendido? M e n . — Parece. Sóc. — ¿Y no es ése, tal vez, el tiem po en que él no era todavía un hombre? M e n . — Sí. Sóc. — Si, pues, tanto en el tiempo en que es hombre, com o en el que no lo es, hay en él opiniones verdaderas, que, despertadas m ediante ia interrogación, se convier­ ten en fragmentos de conocimientos, ¿no habrá estado el alm a de él, en el tiempo que siempre dura, en posesión de] saber. Es evidente, en efecto, que durante el transcurso de] tiem po todo lo es y no lo es un ser h u m a n o 5*. M e n . — Parece.b Sóc. — Por tanto, si siempre la verdad de Jas cosas es­ tá en nuestra alma, ella hab rá de ser inm ortal. De modo que es necesario que lo que ahora no conozcas — es decir, Adviénaí>e el empleo de las dos expresiones referidas aJ tiempo:tón oel chrótiott (el (lempo que dura siempre) y ion pánla chrónon (eí trans­curso del tiempo todo).

MENÓN 313iki recuerdes— te pongas valerosamente a buscarlo y ai ecodarlo. M gn. — Me parece que dices bien, Sócrates, aunque no>*r por qué. Sóc. — A m( tam bién tne parece, Menón. Aunque en loifferente a los dem ás aspectos, no insistiría tanto con es-le discurso; en cam bio, creemos que es necesario buscarlo que no se sabe para ser mejores, m ás esforeados y me­nos inoperantes que si creyésemos que no conocemos ni'.omos capaces de encontrar, ni que es necesario buscar.Y por esto si esloy plenam ente dispuesto a luchar, si pue- ctío, tanto de palabra com o de obra. M en. — También esto, Sócrates, me parece que lo d i­ces bien. Sóc. — ¿Quieres, pues, ya que estamos de acuerdo enque hay que indagar lo que uno no sabe que intentem osen com ún buscar qué es la virtud? M en. — Por supuesto. No obstante, Sócrates, yo pre­teriría, desde luego, exam inar y escuchar lo que al p rin ­cipio te preguntaba, esto es: si hay que considerar la vir­tud com o algo que es enseñable, o bien como algo que se dda a los hombres naturalm ente o de algún otro modo. Sóc. — Pues si yo m andara, Menón, no sólo sobre mí,sino también sobre ti, no investigaríamos primero si la vir­tud es enseñable o si no lo es, sin antes haber indagadoqué es ella m ism a. Pero, desde el m om ento en que tú nointentas m andarte a ti m is m o — sin duda para continuarsiendo libre—, pero intentas gobernarme a mí, y en efec-1 0 me gobiernas, te he de consentir, pues ¿podría acasoprocede)1de otro m odo? Parece, por lo tanto, que hay que einvestigar cómo es algo que todavía no sabemos qué es.Pero, no obstante, si no todo, déjame un poco de tu go­bierno y concédeme que investiguemos si la virtud es en­señable o cóm o es, y que lo hagamos a p artir de unahipótesis s#. Y digo «a p a rtir de una hipótesis» tal como s» «Hipótesis» significa para Platón un enunciado que sirve como

314 DIÁLOGOS lo hacen frecuentemente los geómetras al investigar, cuan do alguien les pregunta, supongamos, a propósito de unM superficie, si, por ejemplo, es posible inscribir como un triángulo esta superficie en e ste circulo. Ellos contesta87a rían asi: « No sé todavía si esto es posible, pero, como un t hipótesis, creo que puede ser de utilidad p ara el caso 1» siguiente: sí esta superficie es tal que, al aplicarla sobre esa línea dada del círculo, le fallase una superficie igual a la que se ha a p lic a d o ta, me parece que se ha de seguirpu n ió de partida o condición para poder aceptar o rechazar otro. No liene, pues, el significado moderno de «conjetura», ni es. tampoco un enun­ciado que. en cuanto tal. deba ser sometido a prueba. Es algo, en Platón,que se su pone en el examen de una cuestión cuyo estudio d o puede h a .cerse, si no es de ese modo. °° El pasaje es difícil y la traducción aproximada. Para saber, enparticular, si Platón tenia en su mente algún teorema determinado se handado numerosas interpretaciones. Puede verse la n. 56 que se inicia enla pAg. i6 de la edición de A. Rui* de Elvira (Platón. Menón, Madrid, 1958)y consultarse el apéndice que incorpora R. S. Blucx en su edición deldiálogo (Píalo s Meno, Cambridge, 196!, págs. 441-61], A pesar de que W,K. C. G u th u ie afirm a que «no es necesario comprender el ejemplo paracaptar el método hipotético que Sócrates expone» (op. c it en n. 23, pág.140) —cosa que. en parte, es cierta— y de los sutiles ¡atentos de exponerel teorema —cosa que, en parle, es también interesante— , creo que nodeben olvidarse, por su consistencia y sencillez, dos de las observacio­nes que apunto L. Robin en su traducción del Men,ón, a propósito de estepasaje. Una se refiere a la Indole de la figura aludida: «entre las trazadasanteriormente, Sócrates alude sin duda a aquella en que, en el cuadradode dieciséis píes, está inscrito el de ocho; de los triángulos rectángulosque la figura presenta, los que son Interiores al prim er cuadrado y exte­riores al segundo son los que merecen especial atención; tomando la hi-

MENÓN 315un resultado, y si, por el contrario, es im posible que esosuceda, entonces se ha de seguir otro. Y así, pues, quiero byo hacer una hipótesis para ver qué resulta acerca de laInscripción de esta superficie en el círculo, si es posiblei) si no lo es.» Det roismo modo, tam bién nosotros, a pro­pósito de la virrud, ya que ni sabemos qué es ni qué clase(lo cosa es, debemos, partiendo de una hipótesis, exam i­nar si es enseñable o no, expresándonos así: ¿qué claseJe cosa, de entre aquellas concernientes al alma, ha de serla virtud para que sea enseñable o no? En prim er lugar,■i es algo distinto o semejante al conocimiento, ¿es ense­ñable o no — o, como decíamos hace un mom ento,recordable— ? Pero es indiferente que usemos cualquie- cra de las dos palabras; en fin, pues, ¿es enseñable? ¿ 0 noes evidente para cualquiera que no otra cosa se enseña.1 los hombres sino el conocim iento? M gn. — A m i m e lo parece. Sóc. — Si la virtud fuese un conocimiento, evidente­mente seria enseñable. M en. — Por supuesto. Sóc. — Esto, entonces, lo hemos resuelto rápidam en­te: si es así, será enseñable; si no es asi, no lo será.po iaiusa de uno de ellos como diám etro de un círculo que él dibuja, Só­crates muestra que el triángulo considerado cubre e) semicírculo, mien­tras que la otra mitad queda vacía; si puede cubrirse con un triángulosemejante al primero y construido sobre la misma linea dada, entoncesí.e desprende...; si no puede cubrirse, se seguirla que...» La otra, al signi­ficado del ejemplo: «Estamos eo presencia no del enunciado de un pro­blema, sino de un simple esquema de método: si tantas discrepancias selian producido es que se ha querido leer entre las líneas. Para Sócrates■íc trataba tan sólo de dar una idea del método que emplearé para tratarla cuestión de los caracteres de la virtud en las condiciones anormalesque ]e hablan sido impuestas por Menón. Lo esencial es lo siguiente, p.cj„ si la virtud se enseña y se transmite, hay, por una parte, maestrosy discípulos, y por otra parte, lo mismo, discípulos y maestros: si la vir­tud es sólo una opinión recta, hallada por una buena fortuna, de un ladoestán los padres, personas de bien, pero, con los hijos, el otro lado quedavacio.» (L. R obin, Platón, Oeuvres complétes, vol. 1, París, 1950, págs.I 292-3.)

316 DIALOGOS M en. — Por supuesto. Sóc. — E n segundo lugar, entonces tenem os que invc#* lig a r, p o r lo que parece, si la v irtu d es un c ono cim ien lo o es algo distinto de un conocim iento. d M en. — También a m í me parece que después de aque­ llo hay que investigar esto. Sóc. — ¿Pero qué? ¿No decimos que la virtud es un bien, y no es ésta una hipótesis firm e para nosotros? M en. — Por supuesto. Sóc. — Pero si hay, además, algún otro bien, separa­ do del conocimiento, quizá la virtud no sería un conoci­ miento; en cam bio, si no hay ningún bien que el conoci­ m iento no abarque, entonces estableciendo la hipótesis de que es algo que tiene que ver con el conocim iento, proce­ deríamos correctamente. M en . — Así es. Sóc. — ¿Y por la virtud somos buenos? M en. — Si. Sóc. — ¿Y, si buenos, tam bién útiles? Pues iodo lo bue- e. no es útil, ¿no? M en. — Sí. Sóc. — ¿Y la virtud es algo útil? M en . — Necesariamente, según lo que adm itim os. Sóc. — Investiguemos, pues, recuperándolas una por una, cuáles son las cosas que nos son útiles. La salud, de­ cimos, la fuerza, la belleza y hasta la riqueza tam bién. És­ tas y otras por el estilo decimos que son útiles, ¿no? M en. — Sí-88a Sóc. — Pero estas m ism a s cosas decim os que tam b ié n, a veces, nos dañan, ¿o afirm as tú algo distinto? M en. — No, sino así. Sóc. — Observa ahora, ¿qué es lo que guía a cada una de esas cosas cuando nos son útiles y qué cuando nos da­ ñan? ¿N o es cierto, acaso, que son útiles cuando hay un uso correcto y que, en cambio, dañan cuando no lo hay? M en. — Por supuesto.

MENON 317 Sóc. — Investiguemos también las que se refieren al,ilma. ¿Llam as tú a algo sensatez, justicia, valor, facilidadpura aprender, memoria, m agnificencia, etc.? M e n . — Yo sí. Sóc. — Observa entonces cuáles de éstas te parece que bno son un conocimiento, sino algo distinto del conocimien-lo: ¿no es cierto que, en unos casos, dañan y, en otros, sonútiles? Por ejemplo, el valor: si no fuera discernim iento61el valor, sino una suerte de temeridad, ¿no es cierto quem a n d o un hom bre es temerario y carece de juicio, recibedaño, m ientras que saca provecho, en cam bio, cuando tie­ne juicio? M e n . — Sí. Sóc. — ¿Entonces también sucede de este modo con lasensatez y la facilidad para aprender: si una es aprendi­da y la otra ejercitada, y ambas lo son con juicio, enton­ces son útiles: sin juicio, dañinas? M en. — Seguramente. Sóc. — En suma, pues, ¿todo lo que el alm a em prende cy en lo que persevera, cuando el discernim iento lo gula,acaba con felicidad; si lo hace el no-discernimientó, aca­ba en lo contrario? M e n . — Parece. Sóc. — Por lo tanto, si la virtud es algo que está en elalm a y que necesariamente ha de ser útil, tiene que serdiscernim iento, puesto que todo lo concerniente al alm ano es, en sí m ism o, ni ú til ni dañino, sino que, conformevaya acom pañado de discernim iento 0 no, resultará útilo dañino. Por este argum ento, pues, siendo la virtud útil, dtiene que ser una form a de discernim iento. M en. — A mi también me lo parece. Sóc. — Y, en efecto, con las demás cosas que hace unmomento m encionábam os— la riqueza, etc.— , que, unas 61 He mantenido siempre como traducción de phrónesis )a palabradiscernim lento.

318 DIALOGOS veces, son buenas y, otras, dañinas, ¿no sucede tam bifn que, lo m ism o que con respecto ai resto del alm a*1, r l 1 discernim iento, sirviendo de guía, hace, como vimos, mi les las cosas del alm a m ism a — m ientras que el no discernim iento las hace dañinas— , del m ism o m odo el ¡il- e ma, usándolas y conduciéndolas correctamente las hai ■ útiJes, e incorrectamente, dañinas? M e n . — Por supuesto. Sóc. — ¿Y correctamente guía el alm a racional, c in- correctamente, la ¡n acio n al? M e n . — Así es. Sóc. — Entonces, puede decirse as(, en general: todo para el hombre depende del alma, m ientras que lo que relativo al alm a m ism a depende det discernim iento para89a ser bueno; y, por lo tanto, según este razonamiento, lo útil sería discernimiento. ¿No afirm am os acaso que la virtud es útil? M en. — Por supuesto. Sóc. — Entonces concluyam os ahora que la virtud es discernim iento, ya todo o parle de é l w. M e n . — Me parece, Sócrates, que las cosas que has di­ cho están bien dichas. Soc. — Entonces, si esto es así, los buenos no lo han de ser por naturaleza. b M en. — Me parece que no. Soc. — Además hubiera sucedido lo siguiente: si los buenos lo fueran por naturaleza, tendríamos que haber tenido personas que efectivamente reconocieran, de en­ tre los jóvenes, los que son buenos por naturaleza; y no­ sotros, por otra parte, nos habríam os apoderado de estos últim os, conform e a las indicaciones de aquéllos, y los ha­ bríam os custodiado en la acrópolis m arcándolos con 61 Lo que no es discemiroleolo, 43 E) razonamiento, obviamente, es asi: lo útil es discernimiento; la virtud us útil; por lamo, la virlud es discernimiento. 64 En Atenas, como en atrás ciudades, los tesoros públicos se guar­ daban en los templos de la acrópolis.

MENÓN 319mayor cuidado que al oro, para que nadie los echase a per­der y pudieran, una vez alcanzada la edad conveniente,ser útiles al Estado.M en. — Probablemente, Sócrates.Sóc. — ¿Si los buenos, por tanto, no lo son por natu-i.ileza, lo llegarán a ser por aprendizaje? cM en. — Me parece que no hay ya otro remedio sino que'.l'íí así; además, es evidente, Sócrates, que es enseñable,‘.egún nuestra hipótesis de que la virtud es conocimiento.Sóc. — Quizás, ¡por Zeus!, pero tal vez no estábam osrn lo cierto al adm itirla.M en . — Parecía, sin embargo, hace poco, que la decía­mos bien.Sóc. — Pero no tiene que parecer bien dicha sólo an-((.'riormenie, sino tam bién ahora y después, si quiere serválida.M e n . — ¿Y entonces qué? ¿Qué obstáculo encuentras.dy por qué sospechas que la virtud pueda no ser unconocimiento?Sóc. — Te lo diré, Menón. Sobre «que es enseñable, sies un conocimiento», no retiro m i parecer de que esté biendicho; pero sobre «que sea un conocim iento», observa túsi no te parece verosímil sospecharlo. Dime, en efecto, sicualquier asunto fuera enseñable, y no sólo la virtud, ¿nosería necesario que de él hubiera tam bién maestros ydiscípulos?M en. — A mi me lo parece.Sóc. — Si, por e) contrario, entonces, de algo no hay eni maestros ni discípulos, ¿conjeturaríamos bien acercade ello si supusiéram os que no es enseñable?M en, — A sí es; pero, ¿no te parece que hay maestrosde virtud?Sóc. — A menudo, por cierto, he buscado si habría ta­les maestros, pero, no obstante todos mis esfuerzos, no lo­gro encontrarlos. Y los busco, sin embargo, junto con m u­chos otros, sobre lodo entre aquellos que creo que son ex-

320 DIÁLOGOS pertos en el asunto... ¡Pero he aquí, Menón, que prcclR|j mente ahora, en el m om ento más oportuno, se ha scntH do junto a nosotros Ánitoí ¡Hagámoslo partícipe de núui90a tra búsqueda!, que procederemos bien al hacerlo. En d n lo, Anito, en prim er lugar, es hijo de padre rico y hábil, Antemión í5, que enriqueció no por obra del azar ni de ai gún legado — como le acaba de suceder ahora a Ismenl«» de T ebasw, que recibió los bienes de Polícrates47— , sim> lográndolos con su saber y su diligencia; en segundo ln gar, en cuanto al resto del carácter del padre, d o se ham os irado éste nunca como un ciudadano arrogante, ni engreí­ do, ni intratable, sino, por el contrario, como un hombro m esurado y amable; en tercer lugar, crió y educó bien .t b su hijo, a juicio del pueblo ateniense, ya que lo eligen, e» efecto, para las más altas m agistraturas. Justo será, pues, buscar con personas como éstas los maestros de virtud que haya o que no haya, y cuáles son. Lndaga entonces con nosotros, Añilo, conmigo y con (u huésped Menón, aquí presente, acerca de este asunto; cuáles pueden ser los maestros. Y haz, por ejemplo, estas consideraciones: si c quisiéramos que Menón fuese un buen médico, ¿a qué maestros lo encom endaríam os? ¿No sería a los médicos? 65 A pañe de un escolio al Euli/róti, que lo menciona como derivan­do su foriuD adcl irab ajo o comercio con los cueros, éstas son las únicasreferencias que se licnen del padre de Auito. Pero hay que lom arcon cui­dado estos datos, porque, como ie ñala bieD A . C r o is e t , cP latón se entre­tiene en el elogio de Antemión sin duda para subrayar un contraste en­tre padre e hijo y hacer de éste, por un efecto de ironía, como un ejemploen apoyo de la lesis que Sócrates ha de sostener» (Platón, Oeuvres com-pltles, vol. JJJ, 2.* pane, París, Les BelJes Lettres, 1923, pág. 265, n.). 66 Se trata, seguramente, de la persona de que habla J e n o f o n t e (He-¡énicas 111 5. 2) y que fue dirigente del partido antiespartano en Tebas,Platón lo menciona también en República 336a, 47 Probablemente, no se refiere al tirano de Samos —que vivió enel siglo vi—, sino a un retórico ateniense, contemporáneo de Sócrates,partidario de la democracia, autor de un Elogio de Trasibulo y una Acu­sación de Sócrates y que podría haber ayudado económicamente a la causade Ismeoias (cf. n. 66).

MENÓN 321 An u o . — Por supuesto. Súc. — Y si quisiéramos, en cambio, que Fuese un buen/«patero, ¿no lo encom endaríam os a los zapateros? An. — Sí. Süc. — ¿Y así con los dem ás? Án. — Por supuesto. Sóc. — Dime entonces, volviendo nuevamente sobre es-(o: encom endándolo a los médicos, haríam os bien si q u i­siéramos que fuese un buen médico. Pero cuando decimos deso, ¿estamos sosteniendo lo siguiente: que encom endán­dolo a ellos obraríam os sensatamente si lo m andáram osm ejor a los que ejercen la profesión que a los que no, alos que perciben una remuneración por este servicio y quese- declaran maestros del que quiere ir a aprender? ¿Noobraríam os bien si fijáram os nuestra atención en estasvosas? Án . — Si. Sóc. — Entonces con el arte de tocar la flauta y conlas demás, ¿no sucederá lo m ism o? Sería m ucha incons- e.ciencia e! querer que alguien se haga flautista y no enco­m endarlo a los que prom eten enseñar ese arte y percibirpor ello una rem uneración, y, en cam bio, causar moles­tias a quienes ni pretenden ser maestros ni tienen un so­lo discípulo del saber que nosotros consideramos dignode aprender de aquel al que lo encomendamos. ¿N o te pa­rece que seria una gran tontería? Án . — Sí, ¡por Zeus!, y tam bién una ignorancia. Sóc. — Dices bien. Ahora, entonces, es posible que me 91«ayudes a deliberar y lo hagas conmigo, en común, acercade tu huésped Menón, que está aquí. Hace ralo que él medice, Ánito, que anhela ese saber y esa virtud gracias a loscuales los hombres gobiernan bien sus casas y el Estado,se ocupan de sus progenitores y conocen la manera de aco­ger y apartar a ciudadanos y extranjeros, tal como es pro­pio de un hom bre de bien. En relación, pues, con esta vir- btud, considera tú a quiénes habríamos de encomendarlo,

322 DIÁLOGOS para que lo hiciéram os bien. ¿O es evidente, según lo i)iW acabamos de decir, que a aquellos que prometen sL*r timad tros de virtud y que se declaran abiertos a cualquier« t||l los griegos que quiera aprende)', habiendo fijado y pi'i i1 biendo una remuneración por ello? Á n . — ¿Y quiénes son ésos, Sócrates? Sóc. — Lo sabes bien tú mismo que me estoy refít ¡cu do a los que la gente llam a sofistas41.c Án. — ¡Por Heracles, cállate, Sócrates! Que ninguno di) los míos, ni m is am igos más cercanos, ni mis conocido*, conciudadanos o extranjeros, caiga en la locura de ir ira* ellos y hacerse arruinar, porque evidentemente son la rui­ na y la perdición de quienes los frecuentan. Sóc. — ¿Qué dices Ánito? ¿Son ellos, acaso, los único* de cuantos pretendiendo saber cómo producir algún bd neficio, difieren de manera tal de los demás que, no sólo no son útiles, como los otros, cuando uno se les entrega,d sino que incluso también pervierten? ¿Y por semejante servicio se atreven m anifiestam ente a pedir dinero? Yo, por cierto, no imagino cómo podré creerte. Sé, por ejem­ plo, que un solo hombre, Protágoras, ha ganado más di­ nero con este saber que Fidias — tan famoso por las ad­ mirables obras que hacia— y otros diez escultores juntos. ¡Qué extraño lo que dices! Sí los que reparan zapatos vie­ jos y los que remiendan m antos devolvieran en peor esta­ do del que los recibieron tanto los zapatos com o los m an­ tos, no pasarían inadvertidos m ás de treinta días, sino que,e si hiciesen eso, bien pronto se m orirían de ham bre. Pero he aquí que Protágoras, en cambio, sin que toda la Grecia lo advirtiera, ha arruinado a quienes lo frecuentaban y los Pars e l (érmino «solista*, cf. la n. 8 de la pág. 509 del vol. 1 deestos Diálogos. Una presentación actualizada de la vieja sofistica griegaes La de \V. ¡C C. Gutwmb, A Hisiory oj Greek Philosophy, vol. 1J1, Cam­bridge, 1969, páfis. 27-54. Ouicn busque un enfoque diferente de) plató­nico, hará bien en recurrir al ai'in hoy válido cap. 57 de la obra de G. Gro-t e , Hisiory of Greece, 8 vols., Londres, 1846-55 ( h a y numerosas reediciones).

MENÓN 323lia devuelto en peor estado que cuando los había recibi­do, y lo ha hecho por más de cuarenta años —ya que creo,<‘ii efecto, que m u rió cerca de los setenta, después de ha­ber consagrado cuarenta al ejercicio de su a r te 69— , y enlodo ese tiempo y hasta el día de hoy no ha cesado de go­zar de renombre. Y no sólo Protágoras, sino m uchísim osmás, algunos anteriore s70 a él y otros todavía en v id a 71. 92«¿Diremos, entonces, sobre la base de tus palabras, queellos conscientemente engañan y arruinan a los jóvenes,o que ni ellos mismos se dan cuenta? ¿Tendremos que con­siderarlos tan locos precisamente a éstos de los que algu­nos afirm an que son los hombres m ás sabios? Án. — ¡Locos..,! No son ellos los que lo están, Sócra­tes. Si, en cam bio, y m ucho m ás los jóvenes que les pa­gan, Y todavía m ás que éstos, los que se lo perm iten, sus bfamiliares, pero por encim a de todos, locas son las ciuda­des, que les permiten la entrada y no los echan, ya sea quese trate de un extranjero que se proponga hacer algo deesto, ya de un ciudadano. Sóc. — Pero Ánito, ¿te ha hecho daño alguno de los so­fistas o qué otro motivo te lleva a ser tan duro con ellos? An. — ¡Por Zeus!, yo nunca lie frecuentado jam ás aninguno de ellos, ni dejaría que lo hiciese alguno de losmíos. Sóc. — ¿Pero entonces no tienes por completo expe­riencia de estas personas? Á n , — |Y q u e no la t e n g a ! Sóc. — ¡Pero hombre bendito!, ¿cómo vas a saber si en ceste asunto hay algo bueno o malo, si eres com pletam en­te jnexperio? A n . — M uy fácil: con experiencia o sin ella, sé perfec­tamente bien quiénes son ésos. M Se estima que Protágoras vivió entre 491M90 y 421/420 a. C. (Cf.Guthrib, A Hisiory..., pág. 262.) 70 Cf. Protágoras 3l6d-e. ,l Probablemente, Hlplfis, Pcóctico y Goi'gms. (CI. Apología 19e.)

324 DIALOGOS Sóc. — Tal vez eres un adivino, Ánito, porque me aüOflfl bra, de acuerdo con lo que tú m ism o has dicho, cómo drías de alguna otra m anera saber algo acerca de ellul Sin embargo, nosotros no estábamos buscando qui¿'Ht)(l son los que echarían a perder a Menón, si él fuera con clloi d — y adm itam os, si quieres, que nos referimos a Ion sofistas— , sino a aquellos a los que él tendría que dirigir­ se, en una ciudad tan grande, para llegar a ser digno dfl consideración en esta virtud de ¡a que hasta ahora he din* currido. Y tú tienes que decírnoslo, haciendo asi un ii|t vor a este tu am igo paterno al indicárselos. An. — ¿Y tú, por qué no se los has indicado? Sóc. — Porque ya lo dije: yo suponía que ellos eran los e maestros de estas cosas. Pero encuentro, por lo que afir­ mas, que en realidad no he dicho nada. Y, tal vez, esti-s en lo cierto. De modo, entonces, que ahora te toca a ti in­ dicar a qué atenienses habrá de dirigirse. Di tam bién un nombre, el del que quieras. Án . — ¿Y por qué quieres oír el nom bre de uno solo? C ualquiera de los atenienses bellos y buenos ” con qut; se encuentre, sin excepción, lo haráji un hombre, mejor —siempre que les baga caso— que los sofistas. Sóc. — ¿Y ésos han llegado a ser bellos y buenos por azar, sin aprender de nadie, y son, sin embargo, capaces93o de enseñar a los demás lo que eLios no han aprendido? Á n . — Yo estimo que ellos han aprendido de sus pre­ decesores, que eran tam bién personas bellas y buenas. ¿O no crees que haya habido m uchas en esta ciudad? Sóc. — Lo creo, Ánito, y me parece tam bién que hay aquí figuras buenas en asuntos políticos, y que las ha ha­ bido, además, antes y en no m enor cantidad que hoy. ¿Pe­ ro han sido tam bién buenos maestros de la propia virtud? 72 Para el alcance de la expresión griega, véase n. 52 de la pág. 552del vol. 1 de estos Diálogos. Por otra parle, en lo que sigue deberán lo­marse como sinónimas las expresiones «hombre bueno» y «hombre debien».

MENÓN 325Sitia es, precisamente, la cuestión que estamos debatien­do: no si hay hombres buenos en esta ciudad, ni si los ha bItnhido anteriormente, sino que hace rato que estamos in­dagando si la virtud es enseñable. E indagando eso, inda-Humos asim ism o si los hombres buenos, tanto los actu a­les como ios fiel pasado, conocieron de qué manera trans­m itir tam bién a otros esa v irtu d que a ellos los hacia bue­n os, o bien si se daba el caso de que para el hom bre noes ella ni transm isible ni adquirible. Esto es, precisam en­te. lo que hace rato estamos buscando yo y Menón. Dime, según tu propio punto de vista: ¿no afirm arías ctino Temístocles fue un hom bre de bien? á n . — Yo sí, y en alto grado. Sóc. — ¿Y tam bién un buen maestro — pues si alguienlo fue de la propia virtud, nadie más que él— ? Á n . — Pienso que si, de haberlo querido. Sóc. — Pero, ¿crees que no habría querido que otroshieran bellos y buenos, y en p articu lar su hijo? ¿O supo- dnes que le tenía envidia y que deliberadamente no le trans­m itió esa virtud que a él le hacía bueno? ¿No has oído queI cmístocles hizo educar a su hijo Cleofante como buen¡inele? Y éste, en efecto, sabía mantenerse de pie, ergui­do, sobre el caballo y desde esa posición arrojaba ja b a li­nas y realizaba m uchas otras y asombrosas proezas que;iquél le había hecho enseñar, conviniéndolo en un expertoen todo aquello que dependía de los buenos maestros; ¿Ono has oído esas cosas de los viejos? Á n , — Las he o í d o . Sóc. — Luego, eso no era debido a que la naturaleza ede su hijo fuese m ala. Án. — Tal vez. no. Sóc. — ¿Y qué entonces acerca de esto? ¿Has oído al­guna vez, por parte de algún joven o anciano, qué Cleo­fante, el hijo de Temístocles, haya logrado ser un hombrede bien y sabio como su padre? Án. — No, por cierto.

326 DIÁLOGOS Sóc. — ¿Tendremos, pues, que suponer que él quisi i llM cer educar a su hijo en esas cosas, y que, en cambio, efjJ aquel saber del cual él m ism o se hallaba dotado, no quinu hacerlo m ejor a su hijo que a sus vecinos, si es que hi vir­ tud es enseñable? Án. — ¡Por Zeus!, seguramente que no. SOc. — Y éste es, en efecto, un maestro tal de virliim94a que tú tam bién adm ites que fue uno de los mejores dfll pasado. Pero exam inem os otro: A rístid es’1, el hijo (l#j Lisímaco ” , ¿o no admites que ha sido bueno? Á n . — Yo si, sin duda alguna. Sóc. — También ése educó a su hijo Lisímaco en lo qug estuvo al alcance de los maestros, del m odo m ás magnffi co posible entre los atenienses, pero ¿te parece que ha lo' grado hacer de él un hom bre m ejor que cualquier otro? b Tú lo has frecuentado y sabes cóm o es. Y si quieres otro, Pericles, un hombre tan espléndidamente lúcido, ¿sabes acaso que tuvo dos hijos. Páralo y J á n t ip o ’4? Á n. — Sí. Sóc. — Y a ambos, com o sabes tam bién tú, les enseñó a ser jinetes no inferiores a ninguno de los atenienses, y los hizo educar también en música, en gimnasia y en cuan­ tas artes hay. de manera que tampoco fueran inferiores a ninguno: ¿no quería entonces hacerlos hombres de bien? Yo creo que lo quería, pero tal vez eso no fue enseñable. Y para que no supongas que son pocos, y los más desde­ ñables de los atenienses los que son incapaces de lograr esto, (en en cuenta que tam bién Tucídides 71 tuvo dos hi- c jos. Melesjas y Estéfano, a los que dio una excelente edu- 73 Cí. Gorgias 526l>. 74 Es, además, personaje del Laques. Cí. en el vol. I de estos Diálo­gos, la Introducción al Laques, e s p e c ia lm e n te págs. 446-448. 75 Cf. Pronigoras 315a. Víase n. 14 de la pág. 514 del vol. 1 de estosDiálogos. 76 Se refiere al hijo de Melesiás, nacido hacia el 505 a. C., miembrodel grupo antidemocrático y vigoroso rival de Pericles. Es. probablemente,el abuelo materno del historiador del mismo nombre (nacido hacia 455).

M E NON 327i m ión en todo, y, especialmente en la lucha, fueron losmejores de Atenas — uno lo había confiado a Jantias y elo lio a Eudoro, a los que se consideraba los más em inen­tes luchadores de entonces— , ¿o no lo recuerdas? ÁN. — Sí, lo he oído. Súc. — ¿N o es evidente que éste no habría hecho en-» C fta r a sus hijos aquellas cosas cuya enseñanza exigía unKiisto, descuidando, en cambio, de proporcionarles las que dni» necesitaba pagar para hacerlos hombres de bien, si ésashubieran sido enseñables? ¿0 era, quizás, Tucídides unhombre lim itado, que no tenía muchos amigos ni enlre los.ilenienses ni entre sus aliados? Procedía de una fam iliam lluyente y gozaba de gran poder tanto en la ciudad co­mo entre los demás griegos, de m odo que si se hubierai ¡atado de algo enseñable, habría encontrado quien se en­cargara de hacer buenos a sus hijos, ya sea entre los ciu- ¿il;idanos, ya entre los extranjeros, en el caso de que él mis­mo no hubiese tenida tiempo por sus ocupaciones p ú b li­cos. Pero lo q u e sucede, amigo Ánito, es que tal vez la vir­tud no sea enseñable. Án. — ¡Ah... Sócrates! Me parece que fácilmente hablasmal de los demás. Y o te aconsejaría, si me quieres hacercaso, que te cuidaras; porque, del m ism o modo que encualquier 0 1 ra ciudad es fácil hacer m a lo bien a los hom ­bres, en ésta lo es en m odo m uy particular. Creo que tam ­bién lú lo sabes. (Se va, o, haciéndose a un lado, deja de 95al>articipar en la conversación.) Sóc. — Me parece, Menón, que Ánito se ha irritado ” ,y no me asombra, ya que, en prim er lugar, cree que estoyacusando a estos hombres y, en segundo lugar, se consi- 7Í Añilo no ha comprendido lo que ha dicho Sócrates. Los díitos queéste ha traído a colación sobre Temístocles, Aríslides, Pericles y Tucfdi-des no los ha sabido tomar como tales, sino como calumnias o maledi­cencia!-. El propósito de Platón es el de reflejar el lipo de mentalidad deestas figuras Influyentes del momento,

328 DIALOGOS dera él tam bién uno de ellos. Pero sí llegara a saber altyu> na vez qué significa «hablar m al» 7Í, cesaría de irritarse, pero ahora lo ignora. Mas dime tú, ¿no hay entre vosolm* hombres bellos y buenos? Men. — Por supuesto.b Sóc. — ¿Y entonces? ¿Están dispuestos a ofrecerse co* mo maestros a los jóvenes y a aceptar que son maestro» o — lo que es lo mism o— que la virtud es enseñable? M e n . — No, ¡por Zeus!, Sócrates, que unas veces oyes decir que es enseñable y otras que no. Sóc. — ¿ Hemos de afirm ar, entonces, que son maestro» de semejante disciplina, éstos, que ni siquiera se ponen de acuerdo sobre eso? M e n . — Me parece que no. Sócrates. Sóc. — ¿Y entonces, qué? Esos sofistas, que son losc únicos que como tales se presentan, ¿te parece que son maesiros de virtud? M e n . — He ahí, Sócrates, lo que adm iro, sobre todo, en Gorgias: que jam ás se le oye prom eter eso; por el con­ trario, se ríe de los demás cuando oye esas promesas. Lo que él cree es que hay que hacer hábiles a las personas en el hablar. Sóc. — ¿Tampoco a ti te parece, entonces, que los so­ fistas son maestros? M e n . — No podría decirte, Sócrates. A m i tam bién me sucede como a los demás: unas veces me parece que lo son, otras, que no.d Sóc. — ¿Y sabes que no sólo a ti y a los demás p o líti­ cos a veces parece la virtud enseñable y a veces no, sino que tam bién el poeta Teognis dice estas m ism as cosas? ¿Lo sabes? M en. — ¿En cuáles versos? 7e La expresión griega lo mismo puede significar «ofender», «infa­mar», «denigrar» (así la entiende Ánito), que «hablar incorrectamente de»(asi la entiende Sócrates). Cf. n, 55 del Eutidemo.

MENÓN 329Sóc. — En los elegiacos donde dice:Y junto a ellos bebe y come, y con ellossiéntate, y procura agradarles, que tienen gran poder.Porque de los buenos, cosas buenas aprenderás; mas si [con los maloste mezclas, tam bién tu juicio has de perder u . e¿Sabes que en ellos se habla de la virtud como si fueseenseñable? M e s . — Lo parece, efectivamente. Sóc. — Pero en otros, cam biando un poco su posición,dice'.Si se pudiera forjar e im p lan tar en un hom bre el pen­ sa m ie n to í0,y continúa m ás o menos así: cuantiosas y múltiples ganancias habrían sacado “los que fueran capaces de hacer eso, y... 96a jam ás de un buen padre un m al h ijo saldría, obedeciendo sus sensatos preceptos. Pero enseñando nunca harás de un m alvado un hom bre de b ie n u . ¿Te das cuenta de que él m ism o, de nuevo, a propósi-lo de la m ism a cuestión, cae en contradicción consigomismo? M en. — Parece. Sóc. — ¿Podrías m encionarm e algún otro asunto enque, por un lado, quienes declaren ser sus maestros, nosólo no son reconocidos com o tales por los demás, sino bque se piensa que nada conocen de él y que son ineptos1V Versos 33-36 ( D pb h l ).#ü Verso 435 (Dibhl).81 Verso 434 (D i g h l ).K1 Versos 436-8 ( D i e i i l ).

330 d iXl o g o sp recisam ente en aq ue llo de lo q ue a fir m a n ser maestCoí,m ientras que, por o iro lado, los que son reconocidos co­m o hom bres bellos y buenos unas veces a firm a n que etenseñable, otras que no; en su m a , los qu e a n d a n c o n fu n ­did o s acerca de c u a lq u ie r cosa, p o d ría s a fir m a r que sonm aestros en el sig n ific a d o p ro p io de la p a la b ra ? M en. — ¡Por Zeus!, no. Sóc. — Pero si ni los sofistas ni los hombres bellos ybuenos son maestros del asunto, ¿no es evidente que tam­poco podrá haber otros? M en. ■ Me parece que no. Sóc. — ¿Pero si no hay maestros, tam poco haydiscípulos? M en. — Me parece q ue es com o dices. Sóc. — Y hemos convenido, ciertamente, que aquellode lo que no hay maestros ni discípulos no es enseñable? M en. — Lo hemos convenido. Sóc. — ¿Y de la virtud no parece, pues, que haya maes­tros por ninguna parte? M e n . — Así es. S d c .— ¿Pero si no hay maestros, tam poco haydiscípulos? M en. — Así parece. Sóc. — ¿Por lo tanto, la virtud no sería enseñable? M en. — N o parece que lo sea, si es q ue hem os in vesti­gado correctam ente. De m odo que m e asom bro, Sócrates,tan to de que pu edan no ex istir hom b res de bien, com o de!m o d o en que se puedan h a b e r fo rm a d o los que existen. Sóc. — Temo, Menón, que tú y yo seamos unas pobres[criaturas, y que no te haya educado satisfactoriam ente aiti Gorgias, ni a mí P ró d ic o 61. Así que más que de cual­q u ie r otra cosa, tenemos que ocuparnos de nosotros m is­mos y buscar a aquel que, de una m anera u otra, nos ha- ÍJ Véanse n. 36 al Eulidemo (en esle volumen) y n. 58 al Prolágoras(en vol. I, pdg, 556) de eslos Diálogos.

MENÓN 33)ga mejores. Digo esto teniendo la vista puesta en la inda­gación reciente, ya que es ridículo cóm o no advertim os eque no es sólo con !a guía de! conocim iento con lo que loshombres realizan sus acciones correctamente y bien; y és­ta es, sin duda, la vía por la que se nos ha escapado el sa­ber de qué m anera se form an los hombres de bien.M un. — ¿Q ué quieres decir, Sócrates?Sóc. — Esto: habíamos adm itido correctamente que loshombres de bien deben ser m iles y que no podría ser deotra m anera, ¿no es así? 9M en. — Si,Sóc. — Pero, que no sea posible guiar correctamente,si no se es sabio, esio parece que no hemos acertado ala d m itirlo .M e n . — ¿C óm o dices?Sóc. — Te explicaré. Si alguien sabe el camino que con­duce a Larisa o a cualquier otro lugar que tú quieras ylo recorre guiando a otros, ¿no ¡os guiará correctamentey bien ?M i:n. — Por supuesto.Soc. — Y si alguien opinase correctamente acerca de bcuál es el cam ino, no habiéndolo recorrido ni conocién­dolo, ¿no guiaría tam bién éste correctamente?M e n . — Por supuesto.S ó c .— Pero mientras tenga una opinión verdaderaacerca de las cosas de las que el otro posee conocimiento,¿ no será un guía peor, opinando sobre la verdad y no co­nociéndola, que él que la conoce?M iln. — No, ciertamente.Sóc. — Por lo tanto, ja 1jopjnión verdadera, en relacióncon la rectitud del obrar, no será peor guía que el discer-nimierUo^y es esto, precisamente, lo que antes om itíam os cal investigar acerca de cómo era la virtud, cuando afir­m ábam os que solamente el discernim iento guiaba correc­tamente el obrar. En efecto, tam bién puede hacerlo unaopinión que es verdadera.

332 DIALOGOS M e n . — Parece. Sóc. — En consecuencia, no es menos útil la recta opl» nión que la ciencia. M en. — E xcepto que, S ócrates, el que tiene el conm'|í m iento acertará siempre, m ientras que quien tiene o p in ión algunas veces lo logrará, otras, no. Sóc. — ¿Cómo dices? El que tiene una recta opinión, ¿no tendría que acertar siempre, por lo menos m ientni* opine reclámeme? M en. — Me parece necesario. De m odo que me asonvd bro, Sócrates, siendo asi la cosa, de por qué el cono­ cim iento ha de ser m ucho más preciado que la recta opi nión y con respecto a qué difiere el uno de la otra. Sóc. — ¿Sabes con respecto a qué te asombras, o te lo digo yo? M en. — Dimelo, por favor. Sóc. — Porque no has prestado atención a las estatuas de Dédalo **; tal ve-/ no las hay entre vosotros. M en. — ¿Por qué m otivo dices eso? Sóc. — Porque tam bién ellas, si no están sujetas, hu­ yen y andan vagabundeando, m ientras que si lo están, permanecen.e M en. — ¿Y entonces, qué? Sóc. — Poseer una de sus obras que no esté sujeta no es cosa digna de gran valor; es como poseer un esclavo vagabundo que no se queda quieto. Sujeta, en cam bio, es de m ucho valor. Son, en efecto, bellas obras. Pero, ¿por qué motivo digo estas cosas? A propósito, es cierto, de las opiniones verdaderas. Porque, en efecto, tam bién las opi­ niones verdaderas, m ientras permanecen quietas, son co- M Se decía que las estatuas de D éd a lo , ton los ojos abiertos, los bra­zos extendidos y las piernas separadas, en actitud de caminar, producíanla impresión vital del movimiento y de la visión. (Cl. D io d o r o , IV 76. yel escoliasta de este pasaje del M enin.) A ellas también se refiere P la t ó nen Eutt/rón ( 11b-c y 15b), en lón (533a-b) y en Hipias Mayor (282a). Véan­se n. 6 de la pág. 255 y n. 3 de la pág. 404 del vol. 1 de estos Diálogos.

MENÓN 333m is bellas y realizan todo el bien posible; pero no quieren 9 8 apermanecer mucho tiempo y escapan del alma del hom ­bre, de manera que no valen m ucho h a s ^ q u e uno no lassujeta con una discriminaeión-de^laícay.sá^5. V ésta es,am igo M enón, la rem iniscencia, com o convinim osantes **. Una vez que están sujetas, se convierten, en p ri­mer lugar, en fragmentos de conocim ientos y, en segun­do lugar, se hacen.estables. Por eso, precisamente, el co­nocim iento es de m ayor valor que la recta o pinión y, ade­más, difiere aquél de ésta por su vínculo. M en. — ¡Por Zeus, Sócrates, que algo de eso parece! Sóc. — Pero yo tam bién, sin embargo, no hablo sabien- bdo, sino co n je tu ran d o íl. Que son cosas distintas la rectaopinión y.-fij conocimiento, no me parece que lo diga cier­tamente sólo por conjetura, pero si alguna otra cosa pue-do afirm ar que sé — y pocas serían las que afirm e— , éstaes precisamente una de las que pondría entre ellas. M en. — Y dices bien, Sócrates. Sóc. — ¿V entonces? ¿No decimos también correcta­mente esto: que la opinión verdadera, guiando cada ac­ción, produce un resultado no menos bueno que elconocimiento? M en. — También en esto me parece que dices verdad. Sóc. — Por lo tanto, la recta opinión no es peor que el cconocimiento, ni será menos útil para el obrar, ni tam po­co el hom bre que tiene opinión verdadera que el que tie­ne conocimiento. M e n . — Así es. “3 aii/os logismoí, es decir, más técnicamente, «secuencia causal»,•irazona mi en to fundado en la causalidad» o «consideración del fundamen­to» (Rutz d é E l v i r a , Platón. Muñón). \"o Cf. 85c9-dl, Con el significado de «bipótesisi» (cf. n. 59) y no con el significa­do mAa técnico que tiene el térm>no en República (especialmente, en 51 loy 534o).

334 D l/ LO G O S Sóc. — ¿Y habíam os lambién convenido que el hom ­ bre b u e no es ú til **? M e n . — Sí. Sóc, — Por consiguiente, no sólo por medio del cono­ cim iento puede haber hombres bueDos y útiles a los Es> tados, siempre que lo sean, sino tam bién por m edio de lad recta opinión,,pero ninguno de ellos se da en el hombre naturalm ente, ni el conocim iento ni la opinión verdade­ ra, ¿o te parece que alguna de estas dos cosas puede dar­ se por naturaleza? Men. — A m í no. Sóc. — Si no se dan, pues, por naturaleza, ¿tampoco los buenos podrán ser tales por naturaleza? M en. — N o, por cierto. Sóc. — Y puesto que no se dan naturalm ente, investi­ gamos después 89 si la verdad es enseñable. M en. — Sí. Sóc. — ¿Y no nos parecía enseñable, si la virtud era d iscern im ie n to? M e n . — Si. Sóc. — ¿Y que, si era enseñable, sería discerni­ m ie n to M? M en. — Por supuesto.e Sóc. — ¿Y que, si había m aestros, sería enseñable, pe­ ro, si no los h a b ia . no seria e n s e ñ a b le 5” ? M e n . — Así. Sóc. — ¿Pero no habíam os convenido en que no hay maestros de eLla M? M e n . — Eso es. Sóc. — Por lo tanto, ¿habíam os convenido en que no es enseñable ni es d isc ern im ie n to VJ? « ci. 87ci. Ci. 89b y ss. *« Cf. 87c2-3. »' Cf. 89d-e. « Cf. <36b7-9. « Cf. 96cl0dl.

MENÓN 335 M en. — Por supuesío. Sóc. — ¿Pero habíamos convenido en que era una co­sa buena **? M e n . — Sí. Sóc. — ¿Y que es útil y bueno lo que guia correcLa-mente vs? M en. — Por supuesto. Sóc. — Y que hay sólo dos cosas que pueden guiarnos 99abieD: ia_op m ión verdadera y el conocim iento 94, y que elhombre que las posee se conduce correctamente. Pero, lascosas que por azar se producen correctamente, no depen­den de la dirección hum ana, m ientras que aquellas cosascon las cuales el hom bre se dirige hacia lo recto son dos:la opinión verdadera y el conocimiento. M iin. — Me parece que es así. Sóc. — Entonces, puesto que no es enseñable, ¿(^espa­demos decir ya más que la.virtud se tiene por el conoci­miento? M en. — No parece. Sóc. — De las dos cosas, pues, que son buenas y úti- bles, una ha sido excluida y el conocim iento no podrá serguía.del obrar politico. M en. — Me parece que no. Sóc. — Luego no es por ningún saber, ni siendo sabios,como gobernaban los Estados hombres tales comoTemis-tocles y los otros que hace un m om ento decía Ánilo; y, poreso precisamente, no estaban en condiciones de hacer alos demás como ellos, pues no eran tal como eran por obradel conocimiento. M e n . — Parece Sócrates, que es com o lú dices. Sóc. — Entonces, si no es por el conocimiento, no que­da sino la buena opinión. Sirviéndose de ella los hombrespolíticos gobiernan los Estados y no difieren en nada, con c*4 Cí. 87d2-4.\" Cf. 88b-e. CI. 96e-97c.

336 DIALOGOS respecto al conocimiento, de los vates y Los adivinos. P u tn 1 en efecto, tam bién ellos dicen, por inspiración, mutlin» verdades, pero no saben nada de lo que dicen. M en. — Puede ser que asi sea. Sóc. — ¿Será conveniente, entonces, Menón, llam ar di» I vinos a estos hombres que, sin tener entendim iento, II«.' van a buen térm ino m uchas y m uy grandes obras en lf) I que hacen y dicen? M en. — Ciertamente. Sóc. — Correctamente llam aríam os divinos a los que i acabamos de m encionar, vates, adivinos y poetas todua, 1d y tam bién a los políticos, no menos que de ésos podría­ mos decir que son divinos e inspirados, puesto que es grq-J cias aJ hálito del dios y poseídos por él, cómo con sus pa­ labras llevan a buen fin m uchos y grandes designios, sin saber nada de lo que dicen. M en. — Por cierto. Sóc. — Y también las mujeres, Menón, llam an divinos 1 a los hombres de bien. Y los laconios, cuando alaban a un hombre de bien, dicen: «H om bre divino es éste».e M e n . — Y parece, Sócrates, que se expresan correcta­ mente. Pero quizás este Ánifo podría enojarse con tus palabras 9\ Sóc. — No me im porta. Con él, Menón, discutiremos en otra ocasión. En cuanto a lo que ahora nos concierne, si en todo nuestro razonam iento hemos indagado y habla- V7 La adjudicación de estas lineas —y de las inicíales siguientes—ha sido discu! ida por los estudiosos. La distribución de la versión latinade A nsllpo(síglo xnd. C.) es la siguiente: Sóc. — Pero quizás... palabras,M e n . — No me importa. Súc. — Con él, Menón... etc. (Pialo Latinus, vol.I: aMenüv interprete Henrico Arisiippo, ed. K o k d b u tb r, Londres, 1940, pág.44). F h ib o l a b n o b r (Plato, vol. 11. trad. inglesa, págs. 273 y 358), sobre labase de una corrección en el códice parisino 1811, sugiere que « No meimporta» podría adjudicarse a Ánito, que volvió a acercarse a los inter­locutores. Esta posición ln habla sostenido también, en un principio, P.MuASfHermes 60(1925], 492), pero luego aceptó el texto que ofrece Arisúpo.

MENÓN 337ilu bien, la virtud no se daría ni por naturaleza ni seríaenseñable, sino que resultaría de un don divino, sin que 100aaquellos que ia recíban lo sepan, a menos que, entre loshombres políticos, haya uno capaz de hacer políticos tam ­bién a los demás ,8?Y si lo hubiese, de él casi se podríadecir que es, entre los vivos, com o Homero afirm ó que eraI'ircsias entre los muertos, a] decir de él que era el «úni-m capaz de percibir» en el Hades, m ientras «los demáseran únicam ente som bras errantes'»<n. Y éste, aquí arri-Ini, sería precisamente, con respecto a la virtud, como unai calidad entre las sombras. M en. — Me parece, Sócrates, que hablas m uy bien, b S<3c. — De este razonamiento, pues, Menón, parece quel;i virtud se da por un don divino a quien le llega. Pero lo■icrto acerca de ello lo sabremos cuando, antes de bus-i ar de qué m odo la virtud se da a los hombres, intente­mos prim ero buscar qué es la v irtu d en sí y por si. Ahoraes tiem po para m í de irm e, y trata tu de convencer a tuhuésped Ánito acerca de las cosas de que le has tú m ism opersuadido, para que se calme; porque si logras persua- cdirlo, habrás hecho tam bién un servicio a los atenienses. *• Es(e es, para Platón, precisamenle el c&so de Sócrates. Víanse lasultservaciones a esle pasaje de W . J a e c e « , Paideia, trad. c a s i .. M¿xico,1957, pág. 562. w Odisea X 49S.



CRÁTILO



IN T R O D U C C IÓ N El Crútilo es, sin duda, entre los diálogos de Platón,uno de los que m ás bibliografía específica ha suscitadoen virtud de los m últiples problem as que p l a n t e a D e ­jando aparte m ultitud de pequeños detalles que van sur­giendo á lo largo de todo el diálogo, éstos son los puntosque más discusión han producido: posición relativa deldiálogo dentro de la obra platónica, identificación de lospersonajes, relación de sus teorías con las corrientes depensamiento de su época y de épocas anteriores, valora­ción deí largo pasaje de las etimologías; en fin, el objeti­vo últim o que Platón se propuso al escribirlo. No preten­do — ni es ése el lugar adecuado para ello— exponer condetalle las diferentes opiniones sobre todos estos puntos,aunque sí presentar, de una form a resumida, el estado ac­tual de la cuestión. Sin embargo, por razones obvias ofrez­co previamente un resumen del contenido del diálogo. 1 H. Kirchner, Die verschiedenen Auflassungen des platonischenDialogs •iKralytus», Progr. Brieg, 1891-1901, recoge todos tos trabajos apa­recidos hasta ese momento. Más recientemente, J. Derbolav, PlatonsSprachphilosophie im nKratylos» und in den späteren Schrillen, Darrn-stadt, 1972; la Introducción de L. Mt-RtDtERen Platon, Oeuvres Complétes,vol. V, 2.‘ parte: Cratyle, Paris, 1950, y, sobre todo, W. K. C. Guthrie, AHistory of Creek Philosophy, vol. V, Cambridge, 1978, aportan gran can­tidad de bibliografía general sobre este diálogo. También nos ha sido muyútil el reciente trabajo (inédito) de A. V a lle jo Campos, La convencional!-dad del lenguaje de tos presocráticos ul «Crátilo» de Platón, Granada, 1980.

342 D l/L O G O S El Crátilo se estructura, después de una breve intro­ducción, sobre la base de dos conversaciones sucesivas deSócrates con Hermógenes y Crátilo, siendo la prim era lam ás larga, aproximadamente dos tercios de la obra.[. Introducción. Hermogenes/Crú 1iio/Sócrates (383a-385a). Se inicia el diálogo con una invitación, p o r parte deHermógenes, a que Sócrates participe de la discusión queéste ha estado sosteniendo con Crátilo sobre la exactitudde los nombres. Crátilo cede con desgana y Hermógenessplantea el punto de partida; Crátilo sostiene que los nom ­bres s o d exactos por «naturaleza» (physeij, por lo que al­gunos no corresponden a quienes los llevan, por ejemplo:el m ism o de Hermógenes. Éste, p or el contrario, piensaque la exactitud de éstos no es otra cosa que «pactó» y«consenso» (synthéke, homología), «convención» y «hábi­to« (tiómos, ¿thos). La base de partida de Hermógenes es, como se ve, muyestrecha: no se trata de la exactitud del lenguaje en gene­ral, sino de los nom bres y, dentro de éstos, de los propios. Sócrates opina que es un asunto m uy serio y que me­jo r sería ponerse en m anos de ios sofistas (especialmen­te, Pródico) —actitud irónica que va a mantener buena par­te del diálogo y que pone de m anifiesto la poca seriedadque el tema del lenguaje, así planteado, tiene paraSócrates— . Pero accede a indagarlo por el m étodo dialéc­tico en com pañía de Hermógenes.II. Sócrates/Hermógenes (385a-428b). Crítica de la teoría convencionalista del lenguaje. 1. En b u s c a h e u n a b a s e s ó l i d a . — Sócrates pretendedestruir inm ediatam ente la teoria convencionalista, pa­ra adherirse, en principio, a la idea n aturalista de C ráti­lo. Y esto lo hace por los siguientes medios:

CRÁTILO 343 a) llevando a Hermógenes, sin que éste lo advierta,ciesde una vaga postura convención alista a otra extrema,individualista. Hermógenes había hablado de pacto, con­vención, hábito «de quienes suelen poner nombres», pe­ro Sócrates le hace a d m itir que es exacto el nom bre que•-cada uno pone». Su intención es clara: relacionar estapostura convencionalista con la epistem ología de Protá-goras, que Hermógenes rechaza en principio; b) sentado el principio. Frente a Protágoras, de quelos seres «son en sí» — y, por tanto, las acciones, entre lascuales está la de nombrar; c) llevándolo a a d m itir que «se puede hablar falsa­mente», con lo que se viene abajo definitivam ente la leo­n a de que todos los nom bres son exactos por convención. A través de un paralelism o m uy estrecho —y m uy delliusLo de Sócrates— con la acción de tejer (y oirás activi­dades artesanales), el instrumento, el artesano que lo em­plea y el fabricante que lo construye, se llega a la conclu­sión de que la acción de nom brar tiene un instrum ento,i|ue es el nom bre, un artesano, que es el dialéctico, y unfabricante, que es el legislador-nominador. A) final de esta parte dej diálogo queda claro que «pue­de que... no sea banal la im posición de nombres... con queCrálilo tiene razón... el artesano de los nombres no es cual­quiera, sino sólo aquel que se fija en el nombre que cadacosa liene p or naturaleza y es capaz de aplicar su formatanto a las letras como a las silabas» (390d). Es decir, existeun nombre en si (forma) que puede encarnarse en diferen­tes sílabas y letras, Sócrates considera definitivam ente li­quidada la teoría convencionalista por las consecuenciasepistemológicas y — en definitiva— ontológicas que im p li­ca. Frente a ella, opone su — todavía tentativa— teoría delas formas que parece ajustarse m ejor al naturalism o deCrátilo.

344 DIÁLOGOS 2. A n á l is is e t i m o l ó g i c o d e l o s n o m b r e s ( 3 9 1 cí- 4 2 1 c ). —Hermógenes acepta todo ello, pero quiere saber más exac­tamente «qué clase de exactitud es ésta». Sócrates aludeirónicamente de nuevo a los sofistas: habría que ir a apren­der de ellos, pero son m uy caros y Protágoras ya hemosvisto que no sirve. ¿ A quién acudir? Nada m ás barato quelos poetas y, especialmente, Homero. Es así com o comienza el análisis etim ológico de nom­bres propios que aparecen en Homero. Tras una primeratentativa, que se abandona pronto, de buscar la exactituden los nombres que aplican los dioses (así, Janto, Chalkis,Batiéa) o los hombres, más prudentes, frente a las muje­res (así, Astianacte), se inicia el estudio de: a) nombres propios de héroes y dioses que revelan sunaturaleza o función (Héctor, Orestes, Agamenón, Atreo,Tántalo, Zeus, Urano), aunque tam bién se alude de pasa­da a nombres que significan «rey», «general», «médico»; b) nombres comunes genéricos: dios, héroe, hombre(y de aquí se pasa a alm a y cuerpo). Aquí Sócrates am plíapor un mom ento la estrecha base del punto de partida,para volver de nuevo a nombres propios de dioses; c) nombres propios de dioses: Hestia, Rea, Crono (conuna prim era alusión a la filosofía de Heráclito), Poseídón,Hades, Plutón, Deméter, Hera, Perséfone, Apolo, Musas,Lelo, Ártemis, Dioniso, Afrodita, Palas Atenea, Hefesto,Ares, Hermes, Pan. En este punto se abandona def inií iva-mente el análisis de los nombres propios y se pasa a nom ­bres com unes de fenómenos naturales; d) nombres comunes de fenómenos naturales: sol, lu ­na, mes, astros, relám pago, fuego, y se pasa, finalm ente,a los nom bres comunes de nociones intelectuales ymorales; e) nombres comunes de nociones intelectuales y m o­rales: la inteligencia, el juicio , el pensam iento, la pruden­cia, ciencia, comprensión, sabiduría, bien, justicia, valen­tía, lo m asculino, la m ujer, el arte, el artificio, virtud y

ORATILO 345vicio, lo bello y lo feo, lo ú til y provechoso; lo dañino ylo ruinoso; el placer, el dolor, el apetito, el deseo, el amor,la opinión, la creencia, la decisión, la necesidad, el nom ­ino, la verdad y la falsedad, el ser y la esencia. Es im portante hacer notar aquí que la base com ún aiddos estos nom bres es la idea heracJítea de que e! Uni­verso está en continuo m ovim iento Sócrates relaciona;tsi con Heráclito (como antes relacionó el convenciona­lismo con Protágoras) la teoría n aturalista que C rátilo yH, por el momento, sostienen. 3. Em BUSCA DE NOMBRES PRIMARIOS y rcSTOlCHEÍA». Lavi-o r ía d e la M ÍM E.sis(421c-428b). — Hermógenes que, porlo general, se lim ita a asentir a lo que va diciendo Sócra-les, hace avanzar la indagación con una observación queno hace m ás que llevar a sus últim as consecuencias la ló-l'.ica del análisis etimológico emprendido por Sócrates. To­dos los nombres analizados hasta aquí son secundarios,es decir, se explican por locuciones en las que intervie­nen las palabras ión, rheón, doün, etc., pero ¿y éstos?, ¿có­mo se explican? Sócrates abandona ya el juego: no se pue­de acudir al truco, adm itido antes, de decir que son ex­tranjeros. Hay que ir a los «elementos últim os» (stoicheía,lo que no se explica por otro), es decir, a los fonemas m is­mos. Pero antes de analizar su relación con la realidad,sienta las siguientes bases: a) La exactitud es una y la m ism a en los nombres se­cundarios y en los prim arios. No es lícito quedarse enaquéllos, como hacen los sofistas. b) La exactitud consiste en revelar la esencia de losseres, es decir, el «cóm o son». ! En duelo, aquellas nociones que tienen un valor »positivo» (elo­giables) tienen el significado de «lo que se mueve, o bien lo que sigue,acompaña o íavorece el movimiento». Las que tienen valor «negativo»(censurables), por el contrario, significan «lo que se opone o diliculta ulmovimiento».

346 DIÁLOGOS c) Ésta la revelan m ediante la im itacióo: «el nonibes la im itación de la esencia m ediante sílabas y lctr;is*El lenguaje es un arte im itativo más, con un objeto pr¡*pió, )a esencia de las cosas. Asi como el p in to r realiza IIIim itación del color con los diferentes pigmentos, asi «olnom inador» realiza su im itación de la esencia con silabany letras. Sócrates ha sentado una base racional para Ja teorinnaturalista, pero sabe que con ella ha sem brado la semi­lla de su destrucción, y, desde el principio, deja ver su d«s*confianza frente a ella: «parece ridículo que se hagan ma­nifiestas las cosas m ediante la im itación por sílabas y le­tras... lo que yo tengo oído sobre los nombres primariosme parece completamente insolente y ridiculo». Pero, a continuación, expone su idea de la im itaciónque los elementos realizan, o mejor dicho, algunos elemen­tos (r, d, t, 1, g, n, q, e, o). Con ello parece que el diálogollega a su térm ino; sin embargo, Sócrates, veladamente,y Hermógenes, con toda claridad, instan a Crátilo a queexponga su opinión sobre los resultados alcanzados has­ta el momento. Éste se declara satisfecho sin haberse per­catado de que la teoría de la m imesis ha puesto de relievelas contradicciones internas del n aturalism o que élsostiene.III. Sócrates/Crátilo. Critica de la teoría naturalista (428b440e). 1. R e v i s i ó n d e l o s p o s t u l a d o s a n t e r i o r e s ( 4 2 8 b -435d). — A p artir de aquí se inicia un diálogo de sordosen el que Sócrates hace una crítica radical de la teoría deCrátilo, basándose en el postulado, anteriorm ente senta­do, de que la nom inación es un arte im itativo, mientrasque Crátilo repite machaconamente — ya sin argum en­tos— su teoría.

crá t ilo 347 La argum entación de Sócrates es, esquem áticam ente,la que sigue: a) Según ha quedado ya sentado, la exactitud del nom ­bre consiste en que éste revele la esencia de la cosa; esdecir, el lenguaje es un a n e im itativo. b) Si es arte, por un lado habrá artesanos buenos ymalos, luego el nombre revelará la esencia de las cosasmejor o peor según la cantidad de rasgos que revele dedicha cosa, Pero, además, es un retrato, es decir, algo distinto dela cosa (no una adherencia o un duplicado de ella, comosostiene el n aturalism o de Crátilo), y !o m ism o que un re-irato se puede a p lic a r a quien no le corresponde, así elnom bre puede aplicarse al objeto que no le corresponde;os decir, se puede hablar con falsedad. Por segunda vezse ha probado com o falso el célebre sofisma de que no sepuede hablar falsamente. c) Ahora bien, el nom bre no solamente puede repre­sentar m al la cosa. De hecho, a veces representa lo con­trario, como sucede con la palabra sklérútés, que signifi­ca para los atenienses lo m ism o que sklerotér para los ere-trios, siendo asi que, en un caso, term ina en s y, en el otro,en r, elementos que significan, según se explicaba arriba,nociones distintas (r, «m ovim iento» y s, «agitación»). Y,además, significando «dureza», contiene l que denota loliso, grasiento, viscoso (i. e., lo blando). d) Y, sin embargo, nos entendemos. Aquí C rátilo ad­mite precipitadamente: «sí, pero por 'costumbre' (éthos)».¿Y qué otra cosa es costumbre que «convención » (nomos)?Con esto, Sócrates ha llevado a C rátilo a ad m itir que. endefinitiva, la exactitud del nom bre consiste en laconvención. 2 . E s b o z o o e u n n u e v o p u n t o d e p a r t i d a (435d-440e). — Sin embargo, ésta ya ha quedado rechazada, y loque ahora pretende Sócrates es buscar una salida supe-radora de los planteamientos iniciales de una y otra teoría.

348 DIÁLOGOS Para ello pregunta de nuevo a su interlocutor por Id 1función de los nombres: «la enseñanza (o manifestación)de los seres», contesta Crátilo. A continuación, Sócratesintroduce una sutil identificación entre conocer y busctiro descubrir tos seres, por medio de la cual desvía la co­rriente de la refutación contra el nom inador mismo, últim o baluarte que le queda a C r á tilo 1. Sócrates postulaque tiene que haber un medio, distinto del nombre, tantopara conocer como para buscar los seres, porque éste noslleva a engaño. En efecto, el nom inad or pudo engañarse en su juiciosobre la realidad. C rátilo opone que ello no fue asi, por­que todos los nom bres son coherentes con la idea de flu­jo universal. A esto. Sócrates responde que pudo equivo­carse en el punto de partida y, luego, ir forzando a todospara que se ajustaran a esta idea. Pero, además, inicia elreexamen de una serie de nombres — algunos ya tratados,como epistémé (ciencia), y otros no— a los que subyacela idea opuesta de reposo; o bien de térm inos «negativos'»que se ajustan a la idea «positiva» de flujo (por ej., igno­rancia, intemperancia). Con esto, se ha llegado a una aporia insoluble desdelos planteam ientos hasta aqu( exam inados. Los nombresse encuentran enfrentados — en guerra civil— , io que in­dica, por otra parte, que el nom inador no es un ser d ivi­no, como sugiere Crátilo en un intento desesperado. Y, portanto, no sirven para proporcionarnos certeza sobre la rea­lidad. El dilem a im p lícito es: o se renuncia a conocer Jarealidad (si se adm ite con C rátilo — y con Hermógenes—que el lenguaje es el único medio de conocerla) o se acu­ 1 Electivamente, el nom inador no pudo descubrir los seres, puestoque los nombres, único medio de investigarlos y conocerlos, todavía noexistían. Este mismo argumento lo recogen los epicúreos con el fin denegar la intervención de cualquier clase de «demiurgo» en la creacióny transmisión del lenguaje (cf. D ió g e n ü s d e E n o a n d a , Fr. I I , col, JII: L u ­c r e c i o , V 1028).

c r á t il o 349de a otro. Pero, ¿cuál es éste? Dirigirse a los seres m is­mos para — si acaso— conocer, después, la exactitud desus nombres, y no al revés. Aquí Sócrates acude a un sue­no que tiene a m enudofcom o, otras veces, a un mito): elloes que los seres son en sí («el bien en sí, lo bello en sí ylo demás»), porque en caso contrario d o habría conoci­miento a) no existir sujeto n i objeto estable del m ism o. De esta forma, el diálogo se cierra con un rechazo dela filosofía de H eráclito y una insinuación tentativa de laleoria platónica de las fo rm a s4. Los personajes se despi­den con la recíproca prom esa de seguir investigando ellema, sin que Platón llegue a deducir las consecuenciasim plícitas en las premisas establecidas en los últim os pá­rrafos. Y el diálogo queda inconcluso, como tantos otros.Pero la posición platónica es clara; el lenguaje es un ca­mino inseguro y engañoso para acceder al conocimientode la realidad. El Crálilo no es el único diálogo platónico que tratael problem a del lenguaje, pero sí es el único que trata ellenguaje como problem a. Ahora bien, lo m ism o que en losotros diálogos en que, de alguna form a, se plantea el te­ma (especialmente, en Eutidemo, Teeieto y Sofista), e! len­guaje como tal no es el verdadero objeto del debate, sinouna excusa de Platón para sentar su propia epistem olo­gía y — en últim o térm ino— su propia ontologia. El Crátilo no es un estudio del lenguaje en su estruc­tura y fu n c io n a m ie n to 5. Es un debate sobre la validezdel m ism o para llegar al conocim iento Tampoco hay 4 Cl. n. 18 al texio. 5 A. E. Taylor, Pialo, lite Man and his Work, Londres. 1929, a u n re­conociendo iiue el lema básico del diálogo es la corrección de los nom ­bres, piensa que es u n estudio del uso y funciones de la lengua. C l., tam ­bién, P. FüuimJiNDER, The Dialogs, Firsl Period, N ueva York, 1964, 1 Sobre la linalldad, básicamente episiemológica, del Crálilo, cl. II.S t s i n t h a l . Geschich/e der Sprachwissenschafi bei den Gricchen u r d RÜ-tnern, Berlín, 1961, así como A. DiEs, Autour de Platón, 11: Les dialogues(pógs, 482 y sigs.), Parts, 1927.

350 DIALOGOSque buscar en él, por consiguiente, una indagación sobicel origen, como se ha hecho a veces Desde el principiomismo del diálogo, queda suficientemente claro que el ver*dadero tema es la orthúiés («rectitud» o «exactitud») delnombre. Y aquí hay que hacer dos salvedades: en p rim er lugar,no se trata de la correcta aplicación de los nombres. És»te es el sentido de la orthólés de ProJágoras, Pródico o elm ism o D em ócrito1. Con este térm ino se refiere aquí Pla­tón a la adecuación del lenguaje con la realidad, lo quepone de m anifiesto, com o señalaba antes, que el proble­ma real no es lingüístico, sino epistemológico. En segundo lugar, no se trata, en principio, de la exac­titu d del lenguaje en general, sino de la «exactitud de losnombres» (orthótés onom áión) y, más exactamente, de lospropios, lo cual proporciona al diálogo un punto de par­tida excesivamente estrecho. Bien es verdad que Sócra­tes va am pliando el tema, progresivamente, a los nombrescomunes, a los verbos y, en definitiva, a los elementos ú l­timos. pero siempre se queda en el u m b ral de ia palabraindividual 7 Asi, M. Lhky. Piulo ais Spraclipltilosoph. Würdigwig des platón:-sclicti «Kratylos», Padcrborn, 1919. * £s claro, por el testimonio del mismo Platón, que ta n to Pródicocomo Protagoras trataron el tema de la o r t h o é p e i a . É sta , sid embargo,tenia para ellos un valor puramente pragmático (cf. C. J. C la s s e n , «The'S ludy of Language amongst Socrates' Contemporaries”, P r o c . o f the A ir .Class. AsSOC. f l 959], y D F e h lin g , «Zwei Unicrsuchungen /u i G ric c h i-scben Spiachpbilosopbie., Rhein M u s . f 196S]. 212-30). De la Orthoépeia,título de una obra de Dcmóerito, sabemos muy poco, pero es posible queesté inserta en la la rg a serie de los comentarios de glosas homéricas (cf.W. K. C. G u t h r ie , A H is t o r y o / C r e e k P h i l o s o p h y , vol. Ill, p á g s. 205 y sigs.). v Sin embargo, el que esto pruebe q u e el C r á l i l o sea un diálogo me­nos maduro y, por tanto, anterior al T e e te io y S o f i s t a , es otro problema.(Cf., más abajo, pág. 358.) A. V a l l e j o ¡La c o n v e n c i o n a ü d a d . . . , págs. 191y sigs.) se In c lin a por ello.

CRÁTJLO 351 Pues bien, e) problem a de la orthótes, lo plantea Pla-lón dentro del marco general de la típica antinom ia sofís­tica physis / nomos No lo hace, desde luego, en los térm inos de la oposi-i íón physis / thésis, que es posterior y es, al menos,i ncsiionable el que se hubiera planteado expresamente(■ti los de ph$sis / nóm os antes de Platón con la am p litu d<iuc éste le concede, aunque testim onios de Dem ócrito yAntifonte parezcan dar pie para pensarlo li. Tanto Crátilo como Hermógenes sostienen que losmimbres son exactos. La diferencia estriba en que paraHermógenes lo son todos katá nóm on o éthos (por «con­vención» o «costum bre») y para Crátilo, o lo son katáIiliysin (ajustándose a la realidad), o ni siquiera son nom ­bres, sino meros ruidos. Tal es el planteam iento radicali|ue se ofrece al comienzo del diálogo por boca de Hermó-gcnes; doblemente radical, ya que se afirm a que iodos losnombres son exactos y que, o lo son por convención, o loson por naturaleza. Veamos por separado am bas tesis ysus bases filosóficas, así como las im plicaciones que tie­nen o las que Platón les atribuye. a) La teoría convencionalista. — Es la sostenida des­tic el p rincipio por Hermógenes. En realidad, no se tratade una teoría m uy elaborada, como demuestra el que Her­mógenes emplee una term inología vaga (emplea synthé-ké, homología, nóm os y éthos, como si fueran sinónimos),ni siquiera firm emente sustentada por este personaje, quese deja llevar por Sócrates demasiado fácilmente hacia unlipo de convencionalism o que él no había form ulado. Enefecto, Sócrates lo lleva a afirm ar que son exactos los nom ­ines que cada uno ponga, posición que contradice la no- lu Cf. W. K. C. G u t h r i b , A hislory..., cap. IV, págs. 55-134. 11 Así, D. Fbhung, «Zwei Unlersuchungen...», 2(8 ss.: en ambas leo-litis hay u n momento de ihésis (im p o s ic ió n ) de] n o m b r t . -' ' • Cf. W . K. C. G uthríe, A Hislory..., pógs. 201 y sigs.

352 d i/lo g o sción m ism a de «convención» por razones obvias IJ. Loque intenta Sócrates, arrastrándole hasta esa posición, es .hacerle creer que deriva directam ente de la epistem olo­gía de Protágoras, que Herm ógenes se apresura a recha­zar. En realidad, esta visión tan estrecha del convencio­nalism o le sirve a Sócrates para refutar la tesis de Protá­goras y dejar sentado, desde el principio m ism o del d iá­logo', lo que van a ser sus dos conclusiones más im portan­tes: que la realidad no depende de nosotros ( i e.. el ser esen si) y que existe la posibilidad de describirlo falsam en­te (i. e„ de hablar falsamente). Porque, en verdad, ni Pro-lágoras parece haber m antenido este tipo de convencio­nalism o ni, aunque lo hubiera hecho, su filosofía sería laún ica base teórica para el mismo. En efecto, éste aparece expuesto, con m ayor o menorclaridad, en los m últiples relatos de la teoría hum anistadel progreso que era un tópico en los círculos sofís­ticos l4. Pero, incluso, puede que no sea un disparate 'el hecho de que Diógenes Laercio ( m 9) relacione a Her- jmógenes con el grupo eleático. En efecto, las premisasepistemológicas de Parménides pueden llevar a un con- |vencionalism o relativo. No es que Parménides form ulara |nunca una teoría lingüística — y m ucho menos conven-cionalista— , pero de la fraseología de los frs. B8 y B19 11 ■(órtoma katéthento, nenám istai, kaiéthento dúo gnómas Tamo synthéké como homología implican la existencia de unapluralidad de personas que llegan ñ un acuerdo. Nómos lambién. en tan­to que costumbre social. En cambio, elhos parece referirse, en princi­pio, a un hábiio individual y, quizá, por esta razón, lo incluye Platón conlos otros tres. Además, será el anzuelo que C rálllo va a morder en 434eadmitiendo de repente e inadvertidamente el convencionalismo. '« L. R o b ín , La pensée hellénique. París, 1967, opina que es precisa­mente c) naturalismo de Crátilo el que se deriva de la filosofía de Prota­goras situando a Hermógenes, conira la opinión general, en el polo opuestodel heraclltismo. 15 Citamos siempre a lo s p r e s o c r á t ic o s p o r H . D ie l s -W . K r a n z , DieFragmente tier Vorsokratiker, Berlin, 1960 6 1.

CRATILO 353onomázein, etc.) se deduce claram ente que los nom bresque no corresponden a la realidad son pura convenciónentre los hum anos, sin por ello negarles la categoría denombres. Es el m ism o tipo de convencionalism o relativoque aparece, con fraseología simiJar, en filósofos como De-m ócrito, Anaxágoras y Em pédocles y, en definitiva, elque refleja Platón m ism o en la Carta VII b) La teoría naturalista. — Crátilo es, frente a H erm ó­ genes, un hom bre de escuela, probablem ente un «tirón», un novato, que mantiene contra viento y marea una teo­ ría naturalista que tiene bien aprendida, pero poco pen­ sada: el nombre es un duplicado, una como adherencia de la cosa. De aquí se deducen dos consecuencias epistemo­ lógicas de sum a gravedad a los ojos de Sócrates: la p ri­ mera es que no se puede hab lar falsamente. Si el nom bre es nombre, el em plear uno inadecuado no es hablar fal­ samente, sino em itir sonidos sin sentido. En segundo lu­ gar, el nombre nos proporciona una inform ación exacta sobre la realidad; conocerel nom bre es conocer la reali­| dad. A ambas ideas se opondrá Sócrates con todas sus| tuerzas en la últim a parte del diálogo. Ya en la etim ología de Cronos y Rea y, sobre todo,■ cuando expone la idea del nom ínador al im poner los nom ­ bres, Sócrates relaciona sutilm ente con Heráclito el na­ turalismo. De otro lado, Crátilo m ism o mantiene sim ul­ táneamente la filosofía de Heráclito y la teoría naturalis­ ta. Sin embargo, es al menos cuestionable que de la filo ­ sofía de Heráclito se pueda deducir tal teoría. Antes al con- 16 A. V a l l b j o , La convencionalidad..., págs. 138 y sigs.. ofrece todos los pasajes en que estos filósofos «enfrentan los principios ontológlcos del sistema con aquellos términos que los contradicen», términos que son, para ellos, nom ói y no physet (o contra thémts). En Demócrlto, claro esté, el convencionalismo es más estricto, pues deriva directamente dee su sistema (cf.. sobre todo, el fr. B 125). ” Cf. 343a ss., y n. al texto. 61. — 23


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook