BUSCANDO A MORIA BRUNO DE SANTIS
De Santis, Bruno Buscando a Moria / Bruno De Santis. - 1a ed. - Longchamps: LENÚ, 2021. Libro digital, EPUB Archivo Digital: online ISBN 978-987-4983-64-0 1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863 Título original: “Buscando a Moria” Novela © Bruno De Santis Primera edición abril 2021 Editorial Ediciones Lenú Mail: [email protected] Facebook: Ediciones Lenú Aclaración: en determinadas expresiones y/o criterios narrativos, así como el vocabulario utilizado en todo el texto, se respetaron los gustos y deseos del propio autor. Hecho el depósito que previene la Ley N° 11.723 Esta obra se terminó de imprimir en talleres gráficos de Ediciones del País. Impreso en Argentina. Queda prohibido sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento comprendidos reprografía, tratamiento informático ni en otro sistema mecánico, fotocopias, ni otros medios, como también la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
1. Brasil tiene mucho que enseñarle a Mar del Plata Bueno, un poco la historia de mi vida es esta. Así quiero arrancar con este incipiente borrador. No es para el recuadro de fotos. No es ejemplo de tradicionalismo. Sí, aunque suene descabellado me casé de grande. Pero cuando digo grande, no digo a los cuarenta. O a los cincuenta. Me casé cruzando los setenta. Un año y medio después de enviudar, de que mi mujer se desplomara de un infarto. No quiero contar en su momento el desconsuelo que fue la muerte de mi señora. Que se cayera en un negocio y que intentaran reanimarla sin éxito personas que ni conocía. No me animo en este borrador a incluir este episodio. Todavía no lo tengo del todo superado. No sé si he caído con todo lo que pasó ese año. Es medio difícil procesarlo cuando uno sabe que fueron años juntos, décadas juntos, ocho hijos juntos y, en verdad, una vida entera juntos. Una de las razones por las que me volví a casar, como si fuera un romántico veintea- ñero, es porque no soporto la soledad. Esto sí irá en el bo- rrador. Lo anoto con vehemencia. Soy de una generación de hombres que necesitan una mujer al lado. Sino la vida es meta sufrimiento y sufrimiento. De llorar todas las noches, de molestar a mi hijo, de molestar y que me tenga casi que levantar del piso mi nuera, Alicia. La madre de mi nuera es un ejemplo contrario. No sé si será porque es mujer, quién lo sabe a ciencia cierta. Pero la realidad, al menos cada vez que la veo, es que puede vivir sin volver a enamorarse, sin volver a casarse, sin que se le haya conocido algún romance al menos fugaz. Su difunto marido ha quedado inmaculado para ella. El amor y sus deseos sexuales para esa señora son 5
silencio de radio y secreto de ultratumba juntos. Feliz con sus nietos, feliz con sus hijos, feliz con su numerosa familia. Pero lo que me pregunto es cómo resuelve su intimidad. Es decir, el deseo sexual. Ahí es donde voy con el tema de la soledad. Cuando se murió mi mujer, andaba llorando por todos los rincones, necesité rápido satisfacerme sexual- mente de alguna mujer. Encontré más de una por suerte. Y rápido. Al mes ya me estaba acostando con una, porque me hice el llorón y logré mi cometido. Pero me aburrió. Poco interesante esa señora. Siempre hablando y hablando del temor de que en los próximos años los hijos le iban a vender la casa y se la llevarían al geriátrico. Le tenía, no sé porqué, tanto terror al geriátrico. Yo no es que le tenga terror, pero si ya le empiezo a resultar pesado a mis hijos, y empiezo a deambular de aquí para allá en la casa de mis ocho hijos, no me quedará otra. Hay que aceptarlo. Aunque por la casa y los bienes materiales, no me preocupo mucho. Mis hijos hoy tienen el doble o el triple de recursos que tengo yo, que no ando muy pero muy lejos de la jubilación mínima. Mejor vivir pobre pero tranquilo. Después, me enganché con una evangelista. Todo comenzó con un amigo que va a una iglesia evangelista y me hizo de celestino. La verdad que la evangelista era una veterana bastante linda. Pero insoporta- ble con el tema de las lecturas nocturnas. Yo eso no me lo banqué. Fue mucho para mí bancarme que a la noche antes de comer se tenía que rezar. Y después de rezar leer los evangelios. Me rompió tremendamente las pelotas con el mensaje de los Corintios. Hasta que un día después de rezar al mediodía, rezar antes de la cena, leer el mensaje de los Corintios me entregó lo más preciado que quería en ese momento. Que abriera sus patas y me dejara metérsela hasta 6
el fondo. Me la cogí esa noche como si fuera un conejito alzado. La volví a ver unas tres o cuatro veces y la relación se cortó. Yo entiendo que tal vez no quede políticamente correcto escribir en un borrador esto. Pero era ella la que tenía tantas vueltas para tener sexo. Como si tuviese quince años y le estuviera pidiendo desvirgarla. Me hizo planteos de los más irrisorios, como por ejemplo, que si quería coger en posición de perrito, luego era obligación tomar un frag- mento del evangelio para limpiar culpas. Qué culpas tienen que limpiar dos viejitos de mierda, quién sabe luego de una noche de sexo fatal, el Dios todopoderoso que ella predi- caba con los evangelios y el mensaje de los loables Corin- tios, nos hacía estirar la pata. Y en ese momento, en que la tristeza y la soledad de adueñaban de mí, que me había frustrado con estas mujeres que había conocido y volvía a la soledad impiadosa, apareció Gloria. Y nos empezamos a ver. Y empezamos a quedarnos a dormir primero en mi casa, porque ella conserva aún de vieja cierto puritanismo. Pero con el tiempo yo empecé a quedarme en su casa también. Y entonces, de ahí salió la idea. Tanto dormir juntos, tanto compartir momentos juntos, por qué no senten- ciar ese romance en un súbito casamiento. Y nos casamos. Cuando le cuente al lector no podrá creerlo. Nos casamos como dos jovencitos, por iglesia. Con cura de por medio. Ella con su vestido de novia blanco. Yo con mi traje relu- ciente. Todo al revés de lo que se hace. Se supone que uno se casa más de jovencito, no cuando los achaques de la vida aparecen en el cuerpo. E hicimos una fiesta. Bah, un ágape pequeño entre familiares y algunos amigos. Sé que a mis hijos no les gustó para nada la idea. Fue todo muy rápido. La muerte de su madre, mis lamentos, mis 7
posteriores ausencias y de repente y porrazo, el padre que decide casarse con una mujer que apenas conocen. Igual se lo callaron. Ninguno me dijo nada cruel o agresivo. En ese sentido, son una joyita mis ocho hijos. Solo uno de ellos me dijo que no entendía por qué tan rápido, por qué casarse, pero que si me hacía feliz que le diera para adelante. Para el caso, qué cambiaba que un señor arriba de los setenta años se casase con una señora de parecida edad, sabiendo que no nos esperaba un augurio repleto de floreciente vida, sino más bien buscábamos sentenciar esa compañía mutua en un acto formal que a Gloria la hiciera sentir como aquello que de joven nunca tuvo. Ella fue siempre soltera. Nunca tuvo hijos. Más vale tarde que nunca, le dije a Gloria cuando le puse el anillo en el altar. Fue emocionante para ella esa frase que saqué de la galera. Se sentía una jovencita, una mujer de cuarenta años menos. Y yo como que volvía a vivir, como que volvía a hacer las paces con Nilda. Aunque suene raro. Si la idea del casamiento resultaba un poco descabellada, la idea de la luna de miel lo fue más aún. ¿Alguien conoce un setentón que se case a esa edad y se vaya de luna de miel a las playas de Brasil, donde abunda el mar, la espuma cá- lida del agua y la arena? Bien, entonces si no conocen a ningún hombre que haya cumplido ese sueño alocado, se los presento. Ese hombre soy yo. Américo. Quien viste y calza. Y quien escribe este incipiente borrador. Nos planifi- camos una luna de miel como si fuésemos unos jovencitos. Qué mejor que pasar una luna de miel en Brasil, en ese país soñado por los argentinos y que, por cierto, a mis años a cuestas todavía no conocía. Y bien, más que del acarame- lado casamiento, ahora lo que quiero contar en este borrador 8
es mi experiencia en las playas de Brasil. ¡Qué mar cálido! ¡Qué espuma que tiene el agua! ¡Qué arena blanca como si fuera harina de trigo! Es tanto lo que puedo contar de las playas de Brasil que no me alcanzaría este modesto borra- dor que estoy empezando a escribir. Por empezar, esto que tienen estas playas brasileras. Que uno puede estar todo el día dentro del mar. El agua es tan pero tan cálida. Veinticinco o veintiséis grados debe tener. Jamás me había metido en un mar así de cálido. Yo lo sentí como cuando uno se va a bañar y se mete en la ducha sin necesidad de estar regulando el agua fría con la caliente. Esta agua cálida es una amalgama espléndida que no nece- sita de ese esfuerzo. Y además, tiene algo que para mí es mágico. Eso de meterme y que, si el agua me llega al cuello, se me vean los pies. Se vea todo. Es una sensación mágica. Brasil es mágico. Nos fuimos quince días en total. Una se- mana entera pasamos en Florianópolis, en una playa que se llama Canasvieiras. Y la otra semana en la ciudad de Cam- boriú. Esa sí que le gana a Mar del Plata. Me refiero a los altos edificios. Que quede claro. La primera playa que estoy escribiendo en este borrador. Los anoto aparte. Playa de Ca- nasvieiras. O como dicen los brasileros en su idioma, Praia de Canasvieiras. Lindo centro comercial. Mucho ajetreo. Mucha caipiriña que ofrecen en las calles. Mucha de esa ojota hawaiana brasilera, que se llama hawaiana pero es brasilera. Eso sí, en Brasil cuando llueve, llueve en serio. Es la única forma de alimentar semejante selva subtropical, que tiene tanto pero tanto verde. Otra cosa a destacar en este borrador. Mucho calor, a pesar de que estábamos en prima- vera. Muchos compatriotas argentinos. Volviendo al mar, debo decir con firmeza que es casi lo mismo que una pileta. 9
Casi sin olas. Lo recomiendo para las parejitas tórtolas como estábamos nosotros. Mucho acurrucarse, abrazarse sin que venga una ola, nos voltee y nos llene de fastidio. Me gustaba tanto estar dentro del agua que hasta me quedaba en pelotas cuando se vaciaba la playa. No sea cosa que me acusaran de viejito pervertido que hace nudismo en una playa no apta para el nudista. Pero sí, me gustaba quedarme en pelotas adentro del agua. Dejaba la malla flotando al cos- tadito, y mis bolas, mis pelos blancos de las bolas, mi culo arrugado y anti seductor se volvían libres como la paloma de la libertad. Flotando en el agua cálida. Eso es. Libertad. El pito, las bolas y mi culo flotando en libertad, mejor que en la bañera de mi casa. Y hasta me daba el gusto de hacer la plancha bien en pelotas. Uh, que placer sentí esos días, como si estuviese dentro de la placenta materna pero fuese infinita. Acto seguido, deberé contar la segunda semana que tengo que anotar en este borrador. Balneario Camboriú. No me gustó tanto como la primera, aunque en las afueras me dijeron que posee unas playas paradisíacas. Como dije an- teriormente, tiene unos rascacielos que hace a las nubes unos objetos gaseosos enanos. Pero aquí el ajetreo urbano es mucho mayor, es inevitable que en la playa central, per- dón, praia central en portugués, se sienta baranda a frituras. Los restaurantes y tiendas de comida se dispersan uno a lado del otro. También hay que calcularle el doble o el triple de vendedores ambulantes, el doble o el triple de veranean- tes ocupando el predilecto espacio entre el inicio de la playa y la orilla del mar. Y no es que son los vendedores de la costa atlántica, que venden palito, bombón, helado y piruli- nes. Llegué a ver que un vendedor en una de las playas, per- dón, praias, vendía bicicletas. Aunque no me crean. 10
Otra cosa no tan optimista que planeo escribir son los primeros altercados que tuvimos con Gloria, que hicieron que ese romance repentino en plena luna de miel empezara a tener sus aristas. Tómese nota que no es lo mismo escribir un borrador con la mujer de toda la vida, con la madre de mis ocho hijos que con una compañera pos setenta años. Me imagino que si alguno de mis hijos leyera un borrador criti- cando a su madre me lo tira por la cabeza. Pues bien, en el borrador incluiré varios episodios en nuestro promocional viaje en ómnibus. Tengo que comentar donde está la raíz de este conflicto entre Gloria y yo. Porque Gloria es una ga- llega tacaña. Ella es el fiel prototipo de una gallega tacaña. Una verdadera “codo de oro”. Para sacarle un mango de sus ahorros le tenés que cortar un brazo, capaz. No es que so- mos dos pibitos jóvenes, que nos tenemos que comprar una casa, un auto más grande, precisamos ahorrar y demás. Es- tamos a la vuelta de la vida y ella no lo entiende. Terca como una mula. Piensen que yo vengo de vivir décadas con Nilda. Y Nilda y yo en eso nos parecíamos mucho. En el fondo es porque nunca nos sobró nada. Más bien nos faltó de todo. La vida es así de sencilla. Cuando de joven te falta de todo, de grande no escatimas en gustos. Las veces que empeñaba mis sueldos en llevarla a Nilda a la confitería de playa grande, que nos tomábamos esos licuados caros, esos capuchinos a la italiana y a la que se le ocurriera al dueño. Y a veces los diez, me gastaba casi un aguinaldo en una mesa que incluía licuados, churros y chocolatadas. Cuando pagaba Nilda me decía, no te preocupes Américo, no te preocupes no sabés si mañana estaremos vivos. Disfrute- mos de esto y pagalo con gusto. Y claro que lo pagaba con 11
gusto. No como Gloria que es una tacaña de locos. Yo que- ría ir en avión, lo más cómodo posible. Quería un viaje corto y salir de un aeropuerto. Total nos podíamos tomar un óm- nibus hasta Ezeiza y de ahí un vuelo de dos horitas y media nos dejaba en esas maravillas subtropicales. Pero, no, ella no quería ese plan. Quería ir en ómnibus. Porque es más barato. Porque la agencia que trabaja con el centro de jubi- lados nos descuenta un treinta por ciento. Vamos con el cen- tro de jubilados, dale Américo. Ya me tiene harto Gloria con ese centro de jubilados. Va casi todos los días. Como si le pagaran. Es más, a los viejitos de ese centro de jubilados habría que matarlos a todos. Son una mierda esos viejos. Dan todo el tiempo lástima, son pesados, hinchas, llorones, se te cuelgan a hablar y no te los sacas más de encima. Me tiene podrido Gloria y su centro de jubilados. La cuestión es que me encajó cuál si de familiar se tratara al centro de jubilados en plena luna de miel. En definitiva, creo que esto último es lo que suena demasiado bizarro. Casarse después de los setenta, irse de luna de miel al Brasil y con la estelar compañía del centro de jubilados de Punta Mogotes. ¡La puta que los parió a esos viejos! Porque tenían que estropear mi luna de miel. Por cierto, la única luna de miel que tuve porque con Nilda no nos alcanzaba el dinero ni siquiera para ir a San Vicente. Una vez en Florianópolis empezaron los roces con el numeroso contingente de jubilados que viaja- mos. Cada vez que salía del mar empezaba el martirio. Que no les gustaba la comida del hotel, porque tiene mucha sal, que al final la media pensión no es la media pensión que esperaban ellos, que los mozos brasileros son más desaten- tos y relajados que los argentinos. Que el baño no tiene agua caliente, ni mucho menos ese chorro de agua caliente que 12
puede tener cualquier departamento de Mar del Plata. Y las viejas se quejaban cuasi en posición sindical de esta insatis- facción. Como que no podían vivir sin agua bien caliente en las duchas, porque son muy friolentas. Me hacen acordar a los comentarios que aparecen en las páginas de internet de los hoteles. De esa gente que tuvo un servicio extraordinario y se quejan del sabor de la mermelada en el desayuno. No entienden que Brasil, este paradisíaco país tiene mucho que enseñarle a Mar del Plata. El lujo está en todo esto que se- ñalé más arriba, no en los hoteles, las duchas y el servicio de los mozos. Y no es que uno no quiera a “la feliz”, a su ciudad. Pero esto es mucho más que la felicidad. Es el edén. ¿Y encima se quejan? Acá, por empezar, se puede ir a la playa todos los días. Todos los días hace calor. Este nu- blado, no importa. Hace calor y el agua está aún hermosa. Aquí hay morros que entumecen a las pequeñas playas. Los morros forman sus propias selvas, que le llaman mata atlán- tica. Y allí en la selva, cuánta vida puede haber. Incontables especies. Guacamayos, papagayos, tucanes, víboras tropi- cales, yacarés, osos hormigueros, mariposas colorinches, lagartijas. Y de la flora, qué hablar. No digo tanto por temor a aburrir. En cambio, en nuestra ciudad nada de esto existe. El viento es cruel, impiadoso. El agua es fría. Alejándonos de nuestra dichosa ciudad, una pampa húmeda y tristona se apropia de paisaje. Prefieren el agua marplatense, pregunté a una agrupación espontánea de jubilados que ya no eran de mi agrado. ¿Prefieren mojarse los deditos del pie y salir des- pavoridos? Ya varios me miraban con mala cara. Ya me había hecho varios enemigos. Ya me etiquetaban como el entusiasta de las playas brasileras. El extranjerizante. Y el viaje de regreso también fue un fastidio. Por ejemplo, 13
quiero decir que si yo tengo dolor de cabeza no jodo a me- dio contingente. Como hizo una señora que, a la sazón, es gran amiga de Gloria. Y a la que Gloria apañó. Lo hizo des- viar al chofer en un pueblito de Río Grande del Sur para que se pudiera comprar unas pastillas para el dolor de cabeza. ¿Se imaginan tremendo ómnibus dando vueltas por un pue- blito, con calles pequeñas, adoquinadas y explorando por si acaso se hallara una farmacia? No, no, no. Claro que nadie se lo imagina. Pero esto que cuento fue verdad. Perdiendo una hora y media más o menos. Y todo fue así. Hombres y mujeres. Viejitos y viejitas. Llorando porque sus hijos no les dan bolilla, porque tienen problemas de salud, por el ho- tel, por el ómnibus. Yo era de los únicos que rezongaba por el regreso. Porque no me quería volver. Porque este viaje me estaba dando buenas excusas para el borrador con el que estoy comenzando a insistir. Me pregunto si esto es realmente interesante para plas- marlo en un borrador. Es algo que se puede buscar en cual- quier blog. Es un comentario muy común. Todo el mundo habla de Brasil y sus paradisíacas playas. En internet está plagado de youtubers e influencers adinerados que me po- drían dejar como un niño iluso y tonto con mi insistencia en describir mi experiencia de viaje. Inclusive de playas mu- cho más cautivantes que las que visité. Lo dudo bastante lo del borrador. O al menos de darle este inicio al borrador. Ahora que tengo tiempo, me puedo esforzar más. En ver- dad, todo esto de Brasil viene a colación de otra cosa que quiero contar a mis futuros lectores de este borrador, que no sé ya que destino tendrá. Si será un borrador para que lo lean mis nietos, mis amigos, qué sé yo quién. Lo importante es volcarlo al papel. Eso dicen los especialistas. Así que ahí 14
vamos: en realidad, no quiero hablar de Brasil. Ya dije bre- vemente todas las bellezas que ese país tiene. Ya comenté todo lo que Brasil tiene para enseñarle a las playas de Mar del Plata. Pero quiero hablar de algo más profundo. De algo que me pasó a mí hace mucho tiempo. El momento en que conocí el mar por primera vez. Para los que no me conocen, yo no viví siempre en Mar del Plata. Nací, me crie y viví hasta los cuarenta años en un pueblo minúsculo de la Pro- vincia de Buenos Aires, cerca de la localidad de San Vi- cente. De ahí también vienen Nilda y mis ocho hijos. Per- dón, el último de mis hijos es marplatense de pura cepa. Lo hicimos acá nomás. Pero fue en esta queridísima ciudad donde conocí por primera vez el mar. El mar con todas sus fascinantes cualidades. Me refiero entonces al mar, a la es- puma del agua y a la arena. Ese será el orden obsesivo que le daré. El mar, la espuma y la arena. Esas son las tres cua- lidades que me fascinaron cuando conocí semejante e infi- nito espejo de agua. 15
2. Silencio en el café literario Los días de semana en hora pico, es mejor evitar el Bou- levard Marítimo. Pero no me queda otra opción. Porque yo vivo en Punta Mogotes y hay un colectivo que me deja en la esquina del café literario, cerca de la playa Bristol. Le avisé a Gloria que no me espere a comer. Que no sabía si comía directamente ahí con el grupete, porque al ser un café tal vez sirven algún tipo de cena. O tal vez como por ahí, en fin. Me tomé el colectivo en la parada que queda sobre la Avenida de Los Trabajadores. Durante el viaje organicé mi exposición. Porque tengo el borrador encima pero quizá lo mejor sea que hable improvisadamente y que unas simples ideas anotadas me sirvan para armar mi relato. Es obvio que nadie va a leer su propio borrador. Es la primera sesión que se organizó en este café literario, así que el coordinador del taller no nos pedirá mucho más que la presentación perso- nal, a qué nos dedicamos y en qué consiste lo que queremos escribir. Y bueno, como el colectivo ya transita por el Bou- levard Marítimo, qué mejor inspiración que mirar lo que se ve directamente por la ventana. Sobre el momento en que conocí el mar. Se me abren algunas dudas. ¿Me conviene hablar mucho del momento previo a cuando conocí el mar? ¿O me conviene ir directo y de lleno a ese momento y luego todo lo demás? Por eso es que estoy en duda. Si relato solo la experiencia del mar, me quedo corto. Ya me tendré que ir haciendo la idea que no será un libro. Sino un apartado de cuentos entre otros tantos cuentos. Espero que para esto el café literario me sirva. 17
Entré con mi borrador a cuestas para incorporarme al grupo del café literario. Los que exponíamos éramos cuatro personas. Quedé último por orden de llegada. El primero quería escribir un policial. Se trataba de un asesinato maca- bro y estaba dubitativo de la locación imaginaria. Lo que más lo convencía era que el asesinato se produjera en el puerto. Yo le di una idea. Mirá, me parece que lo mejor es que este tipo aparezca descuartizado en algún barco pes- quero del puerto. O el cadáver ensangrentado flotando en el agua. El puerto es un buen lugar para un asesinato, deslicé desinhibido. Como si de repente yo estuviera con intencio- nes de escribir ese policial. Hombre aparece flotando bajo un manto de sangre y rodeado de los lobos marinos oloro- sos. Guau, me dijo. No está mal la idea. Es cruel. Siniestra. Pero ni empecé a escribir, soltó sonriendo. Qué inútil, pen- sé. Se supone que nos juntamos en este lugar con inten- ciones de debatir sobre nuestros escritos, nuestros borrado- res. Pero este era un vivo bárbaro. No le di más letra. Nada de clarificar escenas, de montar casos macabros, de explo- rar las fantasías tormentosas que uno puede tener y conver- tirlas en historias. Me las guardo, porque este debe ser un ladrón de ideas. Es un peligro ser escritor. Claro, seguro que viene a hacer un estudio de mercado de la literatura o de la creatividad de los otros y después se manda a escribir. Debe haber varios de esos. Que se hacen los escritores. No como yo que con mis mejores intenciones, he traído un borrador novedoso. La segunda que escribía era una chica de unos treinta años. La chica trajo en un borrador una historia que era exageradamente melodramática. Dos adolescentes que vi- ven en el sur, en Bariloche o en San Martín de los Andes. 18
No lo tiene definido. Pero quiere darle a la novela un clímax de montaña que parece más americano o canadiense que ar- gentino. Resulta ser que estas dos entrañables amigas se enamoran de un mismo jovencito. Por supuesto que nin- guna de las dos se sincera con la otra. Es un enamoramiento que se procesa por dentro. Pero solo una de ellas es la afor- tunada. Y la desdichada la felicita y se resigna a dejar que ese amor quede en manos de su mejor amiga. Hay otra cosa que la escritora no tiene del todo claro. Pero insiste en que la relación entre la joven afortunada y el jovencito se selle en un casamiento. Lo quiere llevar a un lugar idílico. Pero la trama de la novela estaría en que la joven que se casa con el jovencito termina muriéndose pronto. No tiene definido si es un suicidio, una muerte natural o un accidente. Pero el drama no termina allí. Ahí es donde insisto la capacidad que ha tenido esta chica en convertir un drama en un melo- drama. Porque la jovencita que queda desplazada del amor, la desdichada, aquella que no es correspondida al inicio se encuentra con este joven en el funeral. E inician una rela- ción amorosa. Y al tiempo la chica que ya no es tan chica, se da cuenta que es un hombre cruel y psicópata. Que al final tuvo mucho que ver con la muerte de su amiga. Me pareció bastante interesante esta historia. Al menos cómo lo plantea. Hay que ver cómo lo redacta. Pero la idea esta piola para mi gusto. Aunque sí, es tiempo de sacar algunas con- clusiones. Los dramas, las historias trágicas y de sufri- miento interno son muy comunes en las mujeres escritoras. No es que quiera etiquetar, pero es muy común en estos ca- fés literarios que las mujeres vengan con estos argumentos. La mujer que es abandonada con muchos hijos, la mujer que 19
sufre, las mujeres que compiten por un hombre y en el me- dio se desarrollan episodios trágicos. Y de tanto transitar por estos cafés literarios, también saco una fuerte conclu- sión en el caso de nosotros, los hombres. En verdad, los hombres todo pasa por el asesinato, la mafia, la hipermafia, el capo mafia, la mafia universal, el narco de los narcos, el tony montana Scarface, la merca, las putas, la prostitución, las ametralladoras, la bazooka, las guerras, los traficantes de armas, las mulas, las balas asesinas, el pito, la concha, las tetas, los culos, los que se hacen trolos de repente y le rompen el culo, o sea, en síntesis: todo para afuera, todo para fuera como si la historia masculina estuviera gober- nada por un falo que es la luz de toda nuestra creatividad. Pero hasta ahora yo soy la excepción, tal vez una excepción extravagante, porque nada de eso hay en el mar, la espuma y la arena. El tercero tenía una creatividad más erótica, siguiendo la línea de lo que decía antes. Lo dijo sin tapujos. Mi sueño siempre fue ser actor porno, explicó. Tengo un hermano que es contador, otro que es abogado pero yo no tuve profesión por dicha razón. El porno ocupaba un lugar central en mi vida. Tuve cuatro matrimonios. Casado en dos oportunida- des. Todas se quejaban de esto. Que soy demasiado adicto al porno. Se me fue durante los últimos años, sentencia pero no le creo. Para mí es el típico mujeriego que de andar con tantas mujeres viene a expresarse al café literario sin gran- des artilugios. La cuestión es que su novela se iba a centrar en las experiencias de un actor porno fracasado, que intentó varias veces incursionar en el cine porno y apenas filmó al- guna que otra película. El protagonista no tenía motivacio- nes actorales, pero le gustaba la exposición y jactarse de que 20
era un semental desperdiciado. Bueno, en realidad lo que quiero contar un poco es mi experiencia, soslayó, porque me imagino que todos los escritores son buenos o escriben lo mejor cuando narran historias que tienen que ver con sus experiencias personales. Y bueno, la realidad es que mi ter- cera mujer, con la que por fortuna no me casé, le propuse que hiciéramos un dúo pornográfico que hoy con tanta in- ternet y grabaciones virtuales sería mucho más fácil. Ella trabajó como modelo en la temporada marplatense con mu- cha exposición y en principio le interesó la idea. Seamos nosotros dos. El dúo porno argentino. De hecho, podremos tener mucho éxito. La cuestión que nos encontramos con un director que dijo ser impulsor de la industria pornográfica en Argentina. Varias veces nos entrevistamos con él. Pero siempre insistía que quería antes hacer un book con mi mu- jer, por eso fue ella sola las últimas veces. Empecé a dudar de estos argumentos. Y sí, mis estimados, sentenció enalte- ciendo la voz, el final de la historia fue cuando me los en- contré revolcándose en el set de filmación, en el medio de baño dándose sin asco. Hasta tuvo el tupe de dejarme. Se fue con el director que, como se dio cuenta de que Argen- tina es un país con tanto pudor cinematográfico, así que era mejor explotar las cualidades de mi ex mujer en otros con- tenidos. Y la llevó al mundo de películas infantiles, donde brilló. Seguro que ustedes la conocen. Saca su celular. ¿Ven? Es ella. Nos muestra una foto. Más que conocida. Qué imaginarse esta historia detrás del personaje televisivo. No pongas nombres, asesoré. Claro que no, me dice. No quiero problemas legales. Pero vos sabes la bronca que tengo de cómo me dejó en bolas esa mina. Todavía lo estoy padeciendo. En fin, mucho más que eso no tenía. Una vida 21
tormentosa llena de sexo, que seguramente al público le atrape. Pero no le veo mucha creatividad. Tal vez ni la ne- cesite. Salí yo a la carga con mi borrador. Mi notable borrador. Arranqué desde el principio. En donde vivía. Nada nuevo. Pueblo chiquito, chato, aburrido. Pero hay un viaje. Un viaje a esta dignísima ciudad. Un viaje a Mar del Plata. Yo también expongo mis experiencias. Ustedes saben, yo no conocía el mar, exclamo al público presente y con tono be- ligerante. No conocía el mar, ni la espuma del agua ni la arena. Quiero contar lo que fue ese momento, cuando co- nocí todo esto que hoy para mí es algo de todos los días pero en dicho momento fue una experiencia mágica. Todos se quedaron callados. El silencio en el café literario pasa a ser lapidario. Ya no es un café literario sino un cementerio. Un santo sepulcro. Apenas se escucha el golpeteo de unos po- cillos de café de una de las otras mesas que están ocupadas a esta altura de la noche. Qué pasa, pregunto. Qué les está pasando. Por qué callan, vuelvo a preguntar. Sale el adicto al porno con una aplanadora sentencia. ¿Eso solo vas a con- tar? ¿Esa experiencia tan trillada? Cómo trillada, insisto. Fi- nalmente tanto esperar, tanto aconsejar para contar esa pe- queñísima historia, arroja con soberbia el pseudo escritor de novelas policiales. Y faltó la chica que se sumó y me liquidó la historia a una novela de no más de dos o tres capítulos. Me han destrozado, lanzo agarrándome la cabeza. Yo daba por sentado que estaba escribiendo algo creativo. Pero esa juntada en el café literario me sirvió para darme cuenta que estaba corto de creatividad. Américo, tal vez te estás sin- tiendo al margen de nuestras historias porque sos vos el que 22
no tiene creatividad. Nadie me lo dijo así. Pero me lo hicie- ron sentir. ¿Y ahora qué haré con este borrador? Qué difícil es ser escritor o algo que se le asemeje. Yo que pensaba que esas tres cualidades marítimas eran tan pero tan peculiares, ahora resulta que son redundantes, que hasta carecen de sentido. Y además, Américo, reverenció la muchachita, pa- ra escribir solamente eso, si editas esto en un libro hay que pensarlo, eh. Lo van a ir a buscar a Ernest Hemingway, que tanto ha escrito del mar y la vida en el caribe, o por qué no a Jorge Amado escribiendo historias del sertao brasilero, por qué no leer a Gabriel García Márquez, colombiano y cartageño, que puede darte un cachetazo de literatura ha- biendo contado tantas historias, ahí nomás, cerca del mar turquesa y más atractivo que este amarronado mar de nues- tra gris ciudad. El café literario terminó siendo letal. Ya na- die está interesado en este corto esbozo literario. Hay mu- cho escrito sobre el mar, la espuma del agua y la arena. Casi todo. No sé cómo seguir. Me enojo internamente con el café literario. No quiero escuchar más una crítica. Les quiero de- cir que lo mejor hubiese sido que se guardaran sus comen- tarios. No sé si voy a volver a estas reuniones. Yo soy el más viejo de todos acá, merezco más respeto. Al menos me lo hubieran dicho “con pinzas”, algo así como, mirá Amé- rico, tal vez si explorás esto o lo otro se puede volver en una redacción genial, explota todo este caudal que tenés, y pun- to. Me dejaban contento. Pero al final vengo aquí, pago por participar de este café literario y me destrozan, me apu- ñalan. Se aprovechan de que soy el más viejito. Como si el que escribe policiales fuera un genio de la literatura. Solo tiene una idea y casi que me plagia. Me da tanta bronca su 23
expresión, sus gestos de satisfacción barata que hasta le pe- garía una buena piña. Pero me contengo. Tengo que aceptar las críticas. Algo voy a escribir. Algo de legado literario le voy a dejar a este mundo. A pesar de que este mundo se enfrenta tantas veces en mi contra. Y de la muchachita qué decir, su historia está buena pero ella es una mocosa sober- bia. Podría ser mi hija y mandarla en penitencia. Me parece bárbaro que cada vez haya más chicas escritoras, que sea todo fifty-fifty, como dicen hoy. Pero esta es una pendejita soberbia. La tendría que haber mandado a los caños, criti- carle de cabo a rabo su magistral historia. Es una pendejita melodramática. Se cree que va a ser bestseller. Porque la verdad que mucha gente del ambiente literario tiene como su sueño más preciado ganar dinero con esto. Yo estoy convencido que es una historia atrapante para que la gente compre ese futuro libro. Pero seguro que es el típico sus- penso dramático de las películas de Hollywood. Y del hom- bre porno, ni hablar. Claro. Así cualquiera. Escribir porno. Qué gracioso. Escribir sexo, sexo y sexo es algo que el primer pelotudo se puede dignar a leer. Porque si sigue por esos derroteros, seguro que además de un actor porno fracasado, será un escritor fracasado. Qué más puedo decir, un marplatense fracasado. Y cornudo. Fracasado, triple- mente cornudo, y te viene con el porno como excusa. Deje esas cosas para la intimidad, señor. Escriba cosas más se- rias, carajo. La literatura no tiene por qué darle lugar. A ver cuando se hace cargo de lo que le pasa, de ese “problemita” que tiene con el porno y sus fracasos actorales. Ni como actor de reparto hubiese servido. Lo mejor que puede hacer es consultar a un psicólogo. Para que le saque de la cabeza 24
tanta cochinada. Andar casándose cuatro veces. Miren us- tedes quién me critica. Le voy a preguntar a la salida del café cuánta literatura tiene encima. Seguro que nada. Se- guro que es un escritor que ni siquiera lee. Como esos acto- res famosos o estrellas de la farándula que cuentan sus ex- periencias de vida, exponen sus vidas pero en el fondo el proyecto de escribir un libro no tiene nada que ver con que tenga amor por la literatura. Trato de despedirme del café literario con cierta amabi- lidad. Al final no le salto a la yugular a nadie. Termino siendo el tipo más pacífico de todos. Pero por dentro estoy enfurecido. Salgo a caminar a la rambla. El sonido del mar y las olas golpeando sobre las rocas me tranquilizan. Ca- mino hasta el Torreón del Monje. Me encanta esa construc- ción de piedra. Se hizo de noche y del mar solo se observa el brillo de la espuma. Sigo caminando un poco más en di- rección a Playa Grande. Hay un extenso trecho desde el To- rreón del Monje hasta Playa Varese en que no hay playas. Entonces el golpeteo del mar con las rocas es más furioso, más salvaje. La rambla tiene un trayecto serpenteado a esa altura. Ya habiendo caminado tantas cuadras, relativizo la bronca con los otros escritores. Esa furia la tengo que convertir en autocrítica. Es verdad. No era un borrador tan notable como creía. Es uno más de los millones intentos que se escriben en el mundo. Algo le falta a todo esto. Me di cuenta que es un borrador que tiene un principio, un princi- pio decoroso, pero no tiene ni siquiera trama. Y final, mu- cho menos. Para convertirse en un escritor hay que saber manejar estos recursos. Es decir, una historia que puede empezar más o menos bien, hasta aburrida si se quiere, pero que al cabo tiene que tener una trama que despierte el 25
interés del lector. Hay que pensar que en estos tiempos que corren no son los mismos que cuando yo era joven, que cuando yo visité por primera vez la ciudad en la que hoy vivo. Hoy los jóvenes, los adultos están todo el tiempo conectado a las pantallas. El otro día que viajaba en el colectivo hasta Punta Mogotes, éramos unas quince per- sonas viajando. La mitad estaba con los ojos puestos en el celular. Y no es que cuando vuelvan a sus hogares se dedi- can a leer el Corán. Los esperan más y más pantallas. El mundo de hoy está dominado por las pantallas y los libros pasaron a un lugar subordinado, hasta de indiferencia, me animaría a decir. Y para arribar a esta conclusión no hay que ser ni intentar ser un escritor. Pero sí saber que me en- cuentro con un contexto difícil en que casi nadie se dedica a leer. Y menos leerán lo que yo escribo si solo tengo un borrador con un inicio que pide a gritos que invente una trama y un final que lo justifique. Me llama justo mi hijo Eduardo, el papá de Agustín. Es un llamado que dura como mucho dos minutos. Corto la llamada sin entender verdaderamente qué pasó en la casa de mi hijo. Qué Agustín se quiere ir a Los Ángeles pasado ma- ñana. Pero que necesita que vaya para allá. Puedo decir que yo tengo una notable relación con Agustín. Para mí Agustín es una fuente de inspiración. Intelectual, quiero decir. Aca- démica. Porque es un chico que le va bárbaro en el estudio. Cómo me hubiese gustado a mí estudiar esa linda carrera que eligió. Le va a ir muy bien en lo suyo. Esto lo quiero poner en el borrador. La relación que entablamos con mi nieto Agustín. No sé qué me deparara de este bendito bo- rrador, pero de alguna forma me las voy a rebuscar para po- ner algo de él en este aplazado borrador. Aunque no terminé 26
de entender que tiene de malo que Agustín se vaya repenti- namente a Los Ángeles. Si está en todo su derecho en irse de vacaciones. Me tomo el colectivo para ir hasta la casa de mi hijo, en Punta Mogotes. Ahora que lo pienso, mientras viajo en el colectivo que se desplaza por la rambla marítima, es raro que se quiera ir de vacaciones en el medio de los exámenes de la universidad. Y me dijo que era pasado ma- ñana, así que algo extraño pasó. Agustín no es un pibe de dejar las cosas colgando. No entiendo por qué mi hijo me llama con ese tono trágico. Bajo del colectivo y entro a la casa con el juego de llaves que me dio Eduardo. Lo veo Agustín gritar, diciendo, me importa un carajo, váyanse a la mierda, me voy igual, me voy a ir a buscarla a pesar de us- tedes. Me pregunto a quién irá a buscar. Y cierra la puerta de su habitación dando un feroz portazo. Ya entendí parte del altercado. Es entre los papás y mi nieto. Le golpeo la puerta a la habitación de Agustín. Abuelo, no estoy para na- die, me dice. Dejame tranquilo, el tema no es con vos. Ni intento abrir la puerta. Así que sigo la indagación en la planta baja, donde encuentro a mi hijo Eduardo con cara de circunstancia pero a mi nuera con desesperación. Qué pasa. Que pasó, son mis primeras palabras. Que te explique Ali- cia. Mi nuera se pone entre medio de mi hijo y yo para ex- plicar. Pero es mi hijo Eduardo el que toma la palabra. Lo que pasa que se quiere ir de buenas a primeras a conquistar una actriz porno. Parece que el trabajo ese que le pidieron para aprobar la materia lo puso medio trastornado, se le em- pezó a ocurrir cualquier cosa, que para liberarse de culpas tiene que ir en la búsqueda de una actriz porno que conoce. ¿A quién conoce? ¿Vos ahora te querés sumar a las locuras 27
de tu hijo? dice Alicia con una mirada de lo más inquisi- dora. Ahora lo único que falta es que te la agarrés conmigo, responde él. Qué barbaridad estás diciendo, Alicia. Frenate un poco. Yo por las dudas asiento. Eduardo decide avanzar explicándome el altercado. El problema no es que Agustín fantasea con viajar a Los Ángeles. Ojalá fuese eso solo. Dice que está re podrido de la facultad, de la cátedra que le exige tanto, así que terminó sacándose un pasaje aéreo a Los Ángeles. Usó mi tarjeta de crédito y todo y supuestamente se va pasado mañana. Es un viaje solo de ida. Porque nos confesó que no quiere volver, que tiene pensado conquistar a esta actriz porno, que está seguro que lo logrará y piensa dedicar su vida a ella, alejado de todo este mundo que tiene hoy. Ya entendí todo, le aclaro a mi hijo. El chico tiene una crisis medio existencial. Por eso el viaje a Los Ángeles. Pero lo que no logro entender es esta excusa rara, medio inexplicable, de una actriz porno. Qué tiene que ver con todo esto. 28
3. No lo amo a él, ¡te amo a vos! Hay algo que tienen que entender los padres de Agustín y el propio Agustín. Le está yendo muy bien en la carrera pero se está sobre exigiendo. Es posible que tenga que to- marse las cosas con menos ansiedad. En los cuatro años que hace que está estudiando, metió todas las materias, tiene un promedio arriba de ocho, qué más se le puede pedir a una persona. De hecho, creo que es ese el punto. Hay que pe- dirle menos. Convencerlo de que tiene que ir a menos. Y que no sea fatalista. Tampoco tiene que dejar la carrera y explotar todo por los aires. En vez de meter tres o cuatro materias, tendrá que aflojar, meter dos materias por cuatri- mestre. A esto hay que agregarle que empezó a trabajar, que ya tiene su propio sueldo y hasta sus ahorros. Y no lo nece- sita. Trabaja pero en verdad no lo necesita. También tiene que plantearse si un trabajo más el estudio es viable, o al menos que si va a estar trabajando la carrera la estire un poco. No hay nadie que le exija que se reciba ya. Solo algu- nos comentarios de mi hijo Eduardo. Con él voy a tener que hablar. Porque lo escuché más de una vez diciendo que él se había recibido de joven, sin la ayuda de nadie, con una mano atrás y otra adelante. Y este mensaje a los pibes los tensiona. No hay necesidad. Termina siendo un discurso que en vez de envalentonarlos, los presiona, los exige para que cumplan con los mismos objetivos. Cada uno hace su carrera, su oficio a su tiempo. Que afloje Eduardo un poco. Es cierto que Nilda lo cebaba, porque no había ningún profesional en la familia y él tenía que ser profesional con todo ese mandato de por medio. Quiero decir que yo nunca 29
estuve de acuerdo. Nunca lo cebé a Eduardo a que hiciera una carrera y que se luciera con esos pergaminos en la familia. Era una cosa más bien de Nilda que soñaba con ir por todos los pasillos del mundo a contar que su hijo era un profesional universitario. Y bueno, es entendible. Ni Nilda ni yo nos imaginábamos que podíamos tener un hijo profesional universitario cuando vivíamos en ese pueblito donde nacimos. Y no fue solo él. Sino también varios de sus hermanos. Por ejemplo, Ricardo que se recibió de arqui- tecto. Por ejemplo, mi hija Silvina, que es bióloga y espe- cializada en la vida marina. Tiene estudios de posgrado en flora y fauna marina, si no me equivoco. Una apasionada del mar, como su padre. Nada más que lo supo plasmar en una carrera y en títulos que yo no tengo. En realidad, Silvina ya era desde pequeña una apasionada del mar. Ya cuando vivíamos en nuestro pueblito de origen, era una de las pocas defensoras de que los domingos teníamos que ir a la triste- mente célebre laguna de San Vicente. Y claro, no era mar pero al menos un espejo de agua que luego quedaría de lo más pequeño comparándolo con el momento en que nos zambullimos por primera vez, los nueve juntos en las costas de mi querida ciudad. Y tengo otros hijos más para contar, de Margarita que es médica, aunque a ella le apasiona, a mí la idea de estar cerca de la sangre y las operaciones que hace me dan escalofríos. Puedo quedarme horas contando sobre la trayectoria laboral de mis hijos. Porque me llena de orgullo. Es algo muy lindo para un hombre pasados los setenta años contar estas cosas. Pero no sé si es interesante para un borrador. Como vienen las cosas, luego del traspié en el café literario, me rehúso a incluir esto. No sea cosa que después en otra sesión del café literario me aparezca 30
con un borrador que diga algo así: quiero contar mi expe- riencia de cuando conocí el mar, la espuma y la arena. Y como trama voy a incluir la historia de mis hijos. Que les fue relativamente bien, muchos de ellos son profesionales universitarios, no, no. No solo que ahí no hay trama sino que sería un relato aburridísimo. Me cuidaré en lo sucesivo de ir al café literario con estas ideas. Quiero volver al tema que aqueja actualmente a mi fa- milia. Mejor dicho a la familia de Eduardo. Esto que Agus- tín se quiere ir a Los Ángeles. Porque el tema de la actriz porno, me dice Eduardo, fue un tema que él eligió en una de las materias que cursa. Agustín tenía que presentar ese trabajo que era al parecer con una exposición de él de por medio. Se la había jugado. El título era Lisa Ann. El último eslabón del capitalismo salvaje. Parece que ese ataque de angustia tenía, según los padres, una explicación por ese lado. ¿Pero por qué un trabajo para la facultad podía des- pertar eso en un chico de tan solo 24 años? Además, es raro. Esto de escribir porno y meta que dele porno en una casa de altos estudios. En mis épocas, esto era propio de un de- generado que marchaba preso. Expulsado de la facultad y universidad de por vida. Pero las cosas han cambiado tanto en estos tiempos infrecuentes, que para el caso le había ido bien. Un excelente diez. ¿Será que el éxito trae luego an- gustia? O que el muchacho debe tener posiciones encontra- das. En fin, un excelente diez, mi nieto, en el medio de gru- pos feministas de coloridos pañuelos verdes y hablando de una actriz porno. Empecemos por ahí entonces. El título de la supuesta obra maestra de mi nieto. ¿Quién es esta Lisa Ann? 31
Me metí a googlear un poco: Lisa Ann, actriz porno nor- teamericana. Nacida en Easton, estado de Pennsylvania. Año 1972. Las fotos son despampanantes. Una atrás de la otra. Realmente es un infierno de mujer. Morocha, unas te- tas exuberantes y bien culona. Dice en el texto que está ca- talogada como una de las mejores MILF del mundo, un seg- mento de mujeres consideradas como bien maduras. Diría que el gusto de mi nieto es casi idéntico al mío. De solo ver la imagen me despertó ansiedad. ¡Ay, lo que debe ser esta mujer caminando a tomarse el colectivo, un día de verano con un sol radiante! Pero porque tan tirado mi nieto, si el cuerpo de esta mujer debería distraerlo de sobra. Digan que ya estoy viejito y medio tumbado, pero si fuera joven como él y, claro, las condiciones me lo permitieran, en un con- texto donde el público fuera una tribuna de esas bien mas- culinas, o en el medio de un vestuario de club me atrevería a dedicarle unas palabras a esta hermosa hembra. Pero me parece que ahí metió el palito mi nieto, se mandó con un público equivocado, medio como querer meterse con la re- mera de River Plate en la tribuna de Boca Juniors. Un ka- mikaze, mi nieto. Entonces lo que pasó ahí es que le deben haber puesto un diez por una cuestión formal. Por la redacción, el es- fuerzo, la entrega, qué sé yo. No entiendo tanto el quehacer de los profesores. Según me dijo Eduardo, es una cátedra universitaria que tiene una fuerte mirada feminista. Les pe- diré disculpas a los lectores en su momento, pero el tema del feminismo o no feminismo no termino de entenderlo del todo. ¿Qué significa ser feminista? Lo primero que pienso es que ser feminista es lo contrario a ser machista. O sea que la mujer o el hombre que es feminista piensa que no es 32
el hombre donde se tiene que centrar el poder, sino en la mujer. Quiere decir que el poder que tenía el hombre en épocas pasadas, debería trasladarse a las mujeres sin gran- des transiciones. Si antes había jefe, ahora habrá jefa. Si an- tes había padre, ahora gobierna la madre. Lo segundo que se me viene a la cabeza, es que el feminismo no sería tanto eso, sino que la mujer tenga los mismos derechos que el hombre. Que la mujer pueda acceder al mismo empleo, mismo cargo jerárquico, mismo acceso a la educación, por ejemplo, creo que esa podría ser una postura. De todo esto trata la materia. Y de cosas del capitalismo, que ya tanto no entiendo porque no fui nunca a la universidad. Creo que un aporte al borrador que quiero escribir es, antes de todo, leer lo que escribió mi nieto en el trabajo para esa materia. Vuelvo a golpear la puerta. Agustín no me contesta. Vuelvo a insistir. Esta vez sí me contesta. Qué querés, abuelo. Entro a la habitación. Está acostado agarrándose la cabeza. Me dice que le duele la cabeza, que no quiere hablar mucho. De verdad te duele la cabeza, pregunto. La verdad es que no, me comenta. Quiero que todos piensen que me duele la ca- beza, pero en realidad me duele el corazón, el alma, la tris- teza, ya no sé qué otro adjetivo ponerle a esta sensación, abuelo. Trato de calmarlo. Todavía no termino de entender esta suerte de angustia que lo invade. Lo mejor para que empiece a entender qué te pasa, es que lea el texto que pre- sentaste en la facultad, Agustín. No sé si quiero, me con- testa. No veo el problema, si lo leyeron los profesores, que seguro son personas menos íntimas que tu abuelo, ¿cuál es el problema? Además sigo sin comprender del todo la mez- cla de los temas económicos, del capitalismo que mucho no sé bien cómo funciona, con el porno. Es difícil explicártelo 33
así de buenas a primeras, sentencia Agustín. Primero te ten- dría que explicar como venía el contexto de la materia, de la cátedra. Es una cátedra que viene con un discurso femi- nista muy marcado, abuelo, ¿entendés? Sí, sí algo. Le hago ademanes a Agustín para que no se detenga. Hubo muchos trabajos que se presentaron que fueron controvertidos, otros tantos que fueron como innovadores con toda esta discusión de género. Sí, claramente, le digo aunque tal vez al final de la charla me sincere en que no manejo el tema del todo. Pero quiero que Agustín siga. Bueno, me acuerdo de uno de los trabajos, me dice. Lo hicieron dos alumnas que vienen cur- sando varias materias conmigo. Trataba sobre el tema trans en Argentina. Todo el relato del trabajo explicaba las difi- cultades que tienen las personas trans para incorporarse en el trabajo. Viste que los trans tienen lugar en espacios de trabajo vinculados con el entretenimiento, con la vida noc- turna, pero como que están relegados del “trabajo de día”. Como que hay un estigma a incorporar a las personas trans en el mundo de las oficinas, en las empresas, o sea en los ámbitos diurnos que parecieran estar aceptados para aque- llos que nunca tuvieron contradicciones entre su cuerpo y su deseo, ¿entendés, abuelo? Hasta ahí, bien. Lógico. Es una temática más que interesante. Pero con la narración como que se quedaron cortas las chicas. Y en la cátedra lo pidieron bien explícito. Traten de salir del convenciona- lismo en que están escribiendo los trabajos de otras mate- rias. A veces lo que uno escribe no es tan importante, sino la forma en que uno lo escribe. Si un tema interesante lo escribís con palabras escuetas y flácidas, puede ser el tema más intrascendente del mundo. Y por ahí, lo que escribís no tenga tanta originalidad, sea algo más del montón, pero le 34
has dado tamaños ribetes literarios, has manejado bien los recursos que el abecedario y el léxico de la legua te permi- ten, que te ha quedado, así de simple, brillante. Una pintu- rita. Yo estoy convencido que ahí es donde descansa la se- ducción del texto. Yo lo hubiese narrado desde otra óptica, por ejemplo, le hubiese metido signos de interrogación a esos párrafos amarretes que metieron, ¿se imaginan un shopping en donde en vez de que una chica veinteañera y esbelta que ofrezca muestras de perfumes esté ocupado por un travesti? ¿Sería una desventaja para las empresas de per- fumes? O tal vez todo lo contrario, sería un desafío para la propia marca de perfumes en mostrarse como una empresa abierta, de mostrar que un trans puede tener la misma capa- cidad de atraer público que una chica que no cuestiona estos convencionalismos. ¿Se imaginan un juzgado civil, por ejemplo, tratando el tema de los divorcios y quién ponga la última sentencia al proceso legal sea una persona que se siente mujer dentro del cuerpo de un hombre? ¿Se imaginan una iglesia protestante donde el reverendo que da fuerzas a las almas desahuciadas que concurren a sanarse, se sienten a la espera de las palabras alentadoras de un reverendo trans? Algo así, abuelo, te estoy diciendo lo que se me ocu- rre ahora, contado con otros recursos. Muy modositas las pibas esas. Son como dos santulonas aburridas que resguar- dan la diversidad de género. Y la piba que lo leía en la clase, ni levantaba la voz. Por lo menos, que se pusiera de pie, abuelo. Para cautivar un poco al público que se adormecía al calor de un relato políticamente correcto. Tendrías que haberlas visto. Ahí, sentaditas, cabizbajas, consecuentes, como dos monjas apostólicas romanas a favor del evangelio de la diversidad sexual. Un embole. Después vino otro 35
grupo al que no conozco tanto. Dos pibes y dos chicas. El tema también era original. Estos pibes la tenían mucho más clara. Mucho más manejo de las exposiciones. Más cauti- vantes. Aunque son un poco fundamentalistas para mi gusto, abuelo. Para ellos el feminismo y el pañuelo verde se transformaron en una nueva religión y me resultan un poco sectarios. No quiero extenderme tanto. Voy al grano. Ellos eligieron un tema que se titulaba La misoginia se sienta a la hora de la cena. Debate y violencia machista en los programas de alto rating. Dejame que te explique un poco. El argumento de ellos es que en los programas de alto rating ya no hay hombres, mujeres, trans, nada. Solo deambulan objetos. Solo interactúan mercancías. Los personajes de esos programas con tan altos ratings, se olvidan de su esencia. El que más sufre de toda esta cosificación abe- rrante, decían, es la mujer. La mujer que genera cada vez más ganancias a medida que se convierte cada vez más en un objeto. Y los hombres en exploradores baratos de estos objetos, se los ve perdidos, alienados. Convertidos en ani- males que persiguen objetos. Y ahí como que los chicos quisieron manejar dos escenarios a la vez. El mundo de los programas por un lado. Y la violencia que todo esto genera en los hogares. Que la existencia de estos objetos, de estas actrices y bailarinas despierta un sentimiento animal, sal- vaje, sobre todo en la estructura patriarcal de los hogares. Porque el hombre promedio busca manejarse de la misma manera en su hogar. Actúa intentando replicar lo que ve en la televisión. Intenta construirse a semejanza de los hom- bres de la televisión, que denigran y rebajan a la mujer al lugar del objeto. De un objeto transitorio. Descartable. Desechable. Prescindible. Vulnerable. Al final del texto, 36
uno de los chicos y la chica que tenía una voz bastante pro- nunciada se pararon. Vamos, vamos, vamos, ¡hay que dar vuelta todo! dijo ella. Hay que dar vuelta toda esta estruc- tura patriarcal. Mejor que darla vuelta. Hay que derribarla. Destrozarla. Hay que ir contra el rating. Hay que sabotear al rating. Hay que cuestionar en cada casa, en cada hogar a quien se preste a seguir manteniendo vivas las cadenas de la sumisión, para que los cuerpos dejen de ser un objeto. Para que los cuerpos dejen de quedar presos de la violencia. Vamos, vamos, ¡hay que dar vuelta todo! No te imaginas el aluvión de aplausos que recibieron. Una copiosa lluvia de aplausos que sonaban al unísono. Hasta yo me puse a aplau- dir con vehemencia. Tuve la sensación de que no aplaudir podía ser hasta un riesgo en cuanto a las posibilidades de caerle bien a los demás, hasta de aprobar la materia. Sentí que los dos o tres pibes que tardamos en aplaudir corríamos el riesgo de encolumnarnos en la senda de un peligroso di- senso. Cuando los aplausos cesaron, la carismática oradora siguió con más prédicas, ya sin el texto a mano. Su voz era atenuante, desgarradora, cautivante. Vamos, vamos, demos vuelta esta estructura patriarcal, ¡queremos más mujeres sin corpiño! Quitémosle la forma de vestir de los hombres. El corpiño, siguió diciendo la oradora, es un elemento nefasto de seducción machista. Nos obligan a las mujeres a usar una prenda fetiche para el goce del hombre. Abandonemos los vestigios de ese ropaje. ¡No nos engañemos, queridas com- pañeras! El corpiño no tiene ninguna utilidad como nos ha- cen creer. No busca tapar nuestras tetas. Busca endurecer- las, mostrarlas firmes, perfectas. El corpiño es la peor de- mostración de que nuestras tetas pueden convertirse en un sublime objeto. Porque si son chicas, el corpiño las agranda. 37
Si son grandes, seguro que el corpiño las endurece, las para, para que no se vean flácidas y naturales como han quedado con el paso de los años. Y la silicona expresa la peor imagen de todo esto. No, compañeras ¡resistamos la agresión ma- chista de ponernos siliconas cuando nunca lo hemos ele- gido! No es una elección nuestra. Es una elección masculina y nunca femenina. Es la alienación de nuestro cuerpo. Nues- tro cuerpo tiene que ser natural. Tiene que verse igual que el del hombre. Vamos, compañeras, vamos. Hay que empe- zar a resistir. Ni bien paró de hablar la oradora, todos se pusieron de pie a aplaudir con más efusividad que al prin- cipio. Yo hice lo mismo. Aunque por adentro me contrade- cía. Me castigaba. Me retorcía sintiendo que estaba en el interior de un callejón sin salida. ¿Cómo iba a avanzar con el texto que tenía a mano? Sobre el poder de una actriz porno, dije en un momento. Quiero escribir eso. Tengo que buscar un ejemplo, pero no tengo ejemplos concretos. Atroz mentira, abuelo. Tuve que mentir. Tuve que actuar. Tuve que simular. Tuve que poner mis sentimientos en un escon- dite. Tuve que poner mis fantasías a resguardo de un ataque virulento. Entonces le di una vuelta de tuerca a la exposi- ción de la Lisa Ann, la actriz porno en cuestión. No es una actriz porno cualquiera, ya te voy anticipando. Todos en la facultad piensan eso. Que yo la saqué de internet, o que se me ocurrió una actriz porno equis de altísimo nivel de fac- turación. Pero la verdad es que es una actriz porno que co- nozco hace años, que vi decenas de películas donde actuó. A veces te podría decir que ni la película me interesa. Busco una, dos escenas donde actúa Lisa Ann y listo. Lisa Ann en una escena con un tipo. Lisa Ann en una escena con dos tipos a la vez, Lisa Ann con una mujer. Lisa Ann con una 38
mujer y un tipo a la vez. O directamente elijo una escena que te sugieren en cualquier página de internet. Lisa Ann haciendo de profesora en la universidad lo reta y luego se coge al alumno. Lisa Ann como enfermera atiende a un afroamericano con cara de desclasado. Y así sucesiva- mente. Es una actriz porno que me excita mucho. Que me llega mucho. No sé, es difícil explicar así. Pero al menos a vos te lo puedo decir. Casi como a un amigo te estoy ha- blando, abuelo. Lisa Ann me calienta mucho. Siempre me calentó mucho. Es un fetiche para mí. Siempre me pajeo con ella. Siempre la tengo sobrevolando en mis fantasías. Pero esto a papá mucho que no se lo puedo decir, porque con él no me abro del todo. Y con mi mamá, imagínate. Menos que menos. Hasta a mí me da cosa. Pero aunque sea me gustaría que lo entendiera. Que ella es mujer y, bueno, Agustín es hombre y punto, es común y no tiene nada de malo que escriba y piense en conquistar una actriz porno. Porque le podría parecer por lo menos divertido. Y a las feministas de esta cátedra, menos que menos. Para ellas, yo soy el símbolo del hombre que se ha liberado del yugo y las cadenas oxidadas del machismo patriarcal. Yo soy para ellas como un ave fénix que renace de las cenizas y puede entender que la seducción de una actriz porno es el símbolo más degradante de la seducción burguesa. Adaptada al pro- totipo machista-degradante. Y piensan entonces, que yo es- toy enfrentando batallas para liberarme de esa cultura opre- sora. Ellas casi suponen que para mí la figura de una actriz porno de este estilo es un resultado retrógrado, misógino y cuanto más. Pero la verdad es que no puedo, abuelo. No puedo ni podré. Porque me pasa todo lo contrario. Lisa es un fetiche para mí. Pero ya no quiero que lo siga siendo, 39
quiero que se convierta en una realidad. Empiezo a entender más el tema, Agustín. Pero, insisto, quiero leer el texto que escribiste en la facultad. ¿Tu papá lo leyó? No, contesta. Tu mamá me imagino que menos. Ok, pero tú abuelo sí lo puede leer. Entra en razones. Se predispone. Acto seguido se levanta y abre un cajón del escritorio. Saca unos papeles. Me pasa el texto. Lisa Ann. El último eslabón del capitalismo salvaje. Trabajo publicado para la materia consumo y capita- lismo contemporáneo. Lisa Ann ya se enteró que hará una escena con un actor en pleno crecimiento. Sabe de antemano que él está deseoso de filmar con ella. Los actores se han encontrado unos días antes en el backstage de la productora para intercambiar los avances de la escena que harán juntos. El director pro- pone una escena en una especie de spa, donde hay un hi- dromasaje. El guion, como toda película porno es de lo más elemental: él le dice que tiene turno con una masajista. La masajista no hay que aclararlo que será la gran estrella porno Lisa Ann. El guion avanzará del siguiente sentido: Solo ellos actuarán en la escena. En un momento al direc- tor se le ocurrió que aparezca un tercero. Pero el director desechó esta idea para otras escenas de la película. Enton- ces la escena se inicia cuando ella lo hace pasar, le dice que se acueste en una camilla, ella aparecerá con una bata, le acariciará la zona de la pija y se sacará la bata para quedarse en corpiño y bombacha. Tiene que mover el cuerpo de un lado al otro para que la insinuación sea in- mediata. 40
Se supone que el hombre nunca se opondrá. El actor tiene que mostrar asombro y abrir los ojos. No se le pide mucho más que esbozar esa expresión. No mucho más que el I can´t believe it, oh, my god o algo por el estilo. El actor solo debe esbozar asombro y calentura exponencial. Por- que al ver esa morocha infernal, al ver esas tetas exuberan- tes que están un poco tapadas pero que parecen explotar en breve, ningún hombre se resistirá a esa inconmensurable tentación. Y ahí es donde la escena se enciende. El director le pide a Lisa, que le ponga todo a la escena, porque le han pagado bastante bien a este galancito, bastante más de lo que se le paga a un actor porno promedio, que está lleno y algunos por el sándwich y la coca cola agarran lo que venga. Pero vayamos al kit de la cuestión. El galancito este. Está desesperado por coger con Lisa. Se le nota antes de arrancar las grabaciones. Es el rumor que se corre en todo el set de grabación. Para él es todo un logro coger con Lisa, por más que sea actuación. Su currículum ostenta graba- ciones con importantes actrices de la industria como Ken- dra Lust, Alanah Rae, Jill Kelly, Carmella Bing, Austin Kincaid, pero nunca con Lisa. Para este galancito es como el logro de su vida. Se la va a coger, o ella se lo va a coger a él, mejor dicho. Para él no hay diferencias entre la ficción y la realidad. Va a poner todo lo que un ser humano pone en el trabajo, en los compromisos sociales, en las exigen- cias familiares, etcétera, etcétera y sigue el etcétera. Po- niendo tanto que pareciera llegar al punto extremo del he- roísmo, como si se tratara de encarnar al modesto ejército rojo de Mao Tse Tung frente al colosal ejército blanco. 41
La escena avanza muy bien, ella se la chupa de todos los ángulos, arrodillada, acostada. Quiere que goce él y la au- diencia a la vez. Él también le chupa la concha a ella y quiere que goce. Y empiezan a coger, también en todas las posiciones. A él se lo nota muy metido en la escena, dando cuenta que para él no hay diferencias entre la ficción y la realidad. En un momento ella apoya las manos en el hidro- masaje y él se la mete de atrás. Le agarra la cintura con mucho énfasis y mientras que ella le pide que no pare. Y ahí hay un altercado de palabras en donde uno y otro se piden sin parar, claro, con algunas objeciones. Que ella es una gran actriz porno y está actuando. Él en cambio, no. Está dejando todo su amor. La desea mucho. Ni siquiera siente que está filmando. Ya no hay ficción para él. Todo es pura realidad. En cambio, las miradas de ella hacia la cámara delatan todo lo contrario. Finge goce de la manera que una actriz porno mejor lo puede hacer. En el fondo se jacta de que se trata de ficción y quiere sacar más aun de él. Se muerde los labios, gime en el momento adecuado y las cá- maras logran captar con sincronía toda la supuesta escena de placer. Y entonces llega el momento en donde ella se suelta de él y le pide que acabe. Cum over me, please. Y entonces ahí el actor prominente se desespera y le acaba todo encima de ella. En la boca, en las tetas, en el cuello. Ella lo recibe con gratitud y sigue fingiendo el goce. ¡Oh, yeah! dice ella mientras se esparce el semen sobre sus la- bios. A todo esto, el actor prominente se desvanece. Está casi desmayado. Ella sonríe. Le ha sacado todo. Lo ha lo- grado. Desde el piso, él llega a decirle con una voz tibia pero trémula que la ama, I love you Lisa. Es cierto, está 42
muriendo de amor, porque decidió abandonar la ficción hace rato. El actor prominente ya no da más. No le queda nada. No le interesa actuar. Reniega de la actuación. Re- niega del lugar que ocupa en el mundo. Parece hasta haber perdido su vida. Entonces ella, le responde I don´t love you. Se acerca al foco de la cámara que la toma a Lisa desde abajo, a tan solo unos metros del hidromasaje que vio su- dar tanto a los dos actores. Y a centímetros de la cámara dice, I don´t love him, I love you. Con esa capacidad de mandar el mensaje a millones. Para dejar el mensaje a la audiencia mundial. Porque Lisa Ann es una estrella del porno mundial. O sea que le está diciendo que ama a mi- llones, a todos. Pero el actor prominente ya está derrotado, caído en el piso. Se siente que ha dejado todo y lo han usado. Le han extraído todo su sudor y semen. Por unos cuantos dólares le han sustraído hasta su alma. Hasta pensó que era realidad y todo fue una pura ficción. De la misma manera que el consumo actúa en el capitalismo. Ge- nera ese efímero placer que se esfuma tan rápido y luego aparece la angustia de no haberse quedado con nada. Algo parecido sucede con personas que fingen compartir tus sen- timientos y lo único que quieren es que sigas entregando tu esfuerzo para luego convertirte en un desecho industrial. Un excedente del que nadie quiere hacerse cargo. Así lo ha hecho Lisa Ann. Ha dejado al actor prominente en el cesto de la basura. Porque Lisa es una mujer infernal. Es salvaje. Su sexo es salvaje. Como el capitalismo. Como los sho- ppings. Como las tiendas online. Son máquinas de producir y vender de manera salvaje. Pero por si acaso, si te has convencido de que el capitalismo ya no te seduce, no te in- 43
teresa comprarte un auto, un viaje al caribe, un departa- mento en una zona coqueta, ropa de primera marca, perfu- mes, relojes, para esto, mis estimados señoras y señores, está el capitalismo en pleno estado de salvajismo: Lisa Ann. Cuando ya no queda nada con que seducir, allí entonces aparece la gran estrella porno. Cuando al ser humano no le queda otra que buscar en el sexo una salida de escape a ese consumo desenfrenado y angustiante. Lisa Ann está ahí para todo aquel que sienta ganas de coger. Se la interpe- lará a Lisa como objeto de deseo sexual. Nunca como una mercancía, como un cuerpo cosificado, como lo que real- mente es. El hombre, convertido en semental se convence de que puede coger con Lisa. Que se la podrá coger igual o más que el actor prominente que yace en el piso. Desde lejos, a él se lo observa como un fracasado. Y el hombre promedio sigue en su faceta de convencimiento de que en- carna un semental embravecido. Que se encargará de des- plazar al actor prominente para satisfacer a Lisa. Y enton- ces ahí se mantiene la relación latente pero ilusoria. Se des- pierta el deseo de que el capitalismo es útil, imprescindible, que no hay mercancías sino objetos que nos seducen y que tenemos que consumirlos. Y el trabajo de Lisa Ann se con- vierte en el mejor engranaje para esta maquinaria consu- mista. Se consumen y consumen mercancías en los sho- ppings, en tiendas donde predominan las grandes marcas. Y no es casualidad que clases sociales trabajadoras aspiren a marcas de lujo. En la tienda de una perfumería, en la vi- driera de una relojería de lujo habrá mujeres que interpe- len al hombre promedio y generen esta fantasía de que es Lisa Ann la que quiere aparecer en escena. Y entonces el 44
hombre promedio, accede a gastar cuantiosas sumas de di- nero. Para sí mismo, para su mujer, para sus hijos, para una prometida. El regalo es solo un medio y nunca un fin en sí mismo. El fin es que en cada acto de consumo nunca llega a satisfacer. ¡Pero es que no se han dado cuenta! El hombre promedio no puede dejar en el olvido el “I love you”. Es su lev motiv. Su esperanza crédula. Su prédica diaria y eterna de algo que nunca se concretará. 45
4. Dije cosas horribles de ella Después de leer el texto le pedí a Agustín que volviéra- mos a hablar de ese viaje. Que entendiera como una fantasía adolescente lo del pasaje aéreo a Los Ángeles. ¿Sabía con qué clase de mujer se iba a encontrar? Porque no es lo mismo ver a una actriz estelar en las pantallas, haciendo de las suyas que viviendo con una mujer con la que te tenés que levantar todas las mañanas, desayunar, volver de traba- jar, criar hijos, y eso. Todo eso. Sin ir más lejos, hace po- quito había leído la novela de Paul Auster, Brooklyn Fo- llies, que me viene bien justo para este caso. En esa novela aparecía un personaje muy bien metido en la trama. El per- sonaje en cuestión era Nancy Mazzucchelli, que a la sazón me hacía acordar a la reacción de mi nieto con la actriz porno. Morocha y cautivante, Nancy Mazzucchelli parecía demostrar a los vecinos de Brooklyn una amalgama asom- brosa de erotismo y amor maternal. De hecho, Tom, el so- brino del personaje principal de la obra, estaba tan perdida- mente enamorado de ella que la llamaba B.P.M. (Bella y Perfecta Madre). Pero luego al avanzar la novela Tom des- cubre que esa B.P.M. no era ni siquiera una perfecta madre, sino una mujer superficial y hueca. Detrás de ese exube- rante cuerpo, yacía un ser humano poco interesante para ex- plorar. Una chica tan corta de intelecto que Tom ya se ima- ginaba que al momento de finalizar el coito le agarraría la desesperación por salir de ese lecho. Más para un ayudante de librero como lo era Tom que, por entonces, se cuestio- naba sobre el carácter ontológico y existencial de su pasado como taxista. 47
Entonces, mi pregunta es si a mi nieto no le está aque- jando el mismo síndrome. Un síndrome que bien podré denominar como el “Síndrome de Nancy Mazzucchelli”. Tal vez Lisa Ann posea el mismo síndrome. Seguro que es así. Es una actriz porno que mucho cuerpo exuberante, mu- cha teta, mucho culo, pero nada pa´ dentro. Eso le tengo que decir. Que una mina por más despampanante que sea puede ser el peor de los peores fracasos. Tiene que escuchar más a los adultos. La mayoría de las actrices porno deben ser víctimas de esta especie de síndrome. Que, por cierto, me quiero atajar porque para mí no se trata de ninguna condena. Sino de lo que uno puede esperar del otro. Y que en verdad, ese sueño incandescente de buscar a la actriz porno termine siendo una experiencia de frustración innecesaria en mi nieto. Por ello, hoy más que nunca, en estos tiempos que corren que se nos desplaza como retrógrados descartables, la humanidad no comprende que llevamos a cuesta la expe- riencia que ningún joven tiene. Por algo en las tribus el an- ciano cacique era el dueño de la pipa y el encargado de dis- tribuirla hacia el grupo. Qué mejor que las sabias palabras del abuelito, que mucha calle ha tenido en su vida para per- suadir a mi querido nietito. Espero que con esto se termine el altercado, primero con mi hijo que dice que en realidad todo se debe a que mi nieto está hecho un pajero de mierda. Tanta paja, tan paja y el pibe no se le ocurre otra que escribir una historia porno en una materia de la universidad. Se- gundo, con mi nuera que esta histérica y a esta altura un palazo en la cabeza no le vendría nada mal. No entiendo qué le pasa. Ahora se la da de conservadora, de que nadie se entere de que mi nieto compró un pasaje aéreo para viajar a 48
Los Ángeles a conquistar una actriz porno. Que eso le pa- rece de lo más escandaloso, ¿cómo se va a enamorar de una actriz porno con toda la educación que le di? Si hay chicas monísimas e interesantes, de buena familia. Al final mucho que se hace la progre, la republicana y termina reivindi- cando así su costado falangista. Tercero, el que más me im- porta: mi nietito. Está angustiado. Lo veo mal. Llorisquea todo el día por este bendito tema y no encuentra placebo ni remanso que lo saque de esa angustia. Pero en el momento en que lo escriba, el lector se pre- guntará si no es una exageración absurda la actitud de mi querido nietito. Entiéndase que ni él estaba convencido de que tamaña tesis fuera así de exagerada. En el fondo es un muchachito sensible y eso es lo que lo hace conducir a ese nivel de exageración. Es como que no puede digerir que en la materia que cursó se lo felicite por concluir que Lisa Ann representa cabalmente lo que se plasma en el texto. Como que no puede aceptar que le haya ido exitosamente con un tema que para él es controversial y no se acaba en el diez que obtuvo. Está convencido que este texto generó conse- cuencias desbastadoras en su estado de ánimo. Pues para mí son solo exageraciones, quiero aclarar. Agustín no mató a nadie, no dañó a nadie, ni tuvo ningún altercado con nadie. Yo estoy convencido que es una angustia pasajera, que esto pasa como agua de río y sirve de aprendizaje. Pero en su exageración cada dos por tres me dice, abuelo, abuelo, la traté como una mercancía, como si hubiese manipulado realmente un ser querido y cercano. A todo esto, un documental sobre la vida después del mundo porno le puso un poco más de leña al fuego en este 49
anómalo estado de ánimo de Agustín. Lo vi por recomen- dación de él al día siguiente. Es un documental donde las ex estrellas porno hablan sobre su vida una vez que abandonan el mundo de la actuación. Hay muchas cosas interesantes que resaltar en ese documental. Por ejemplo, cómo se las rebuscan tanto hombres como mujeres que deben enfrentar el pudor de buscar empleos nuevos habiendo dejado el cine porno detrás. Hay una ex actriz que se presenta cómo ope- radora de inmuebles. Otra se muestra en su rol como madre. Varios ex actores pasan luego a relatar experiencias para nada sencillas, a pesar de que se cree que los hombres son los que mejor la pasan. Este documental me deja un men- saje sustancial. Todas las actrices y actores porno tienen que cruzar barreras. Tienen que atravesar prejuicios ajenos para hacer una vida que podría llamarse injustamente “normal”. Hay una entrevista en el documental en donde una actriz porno no tan conocida relata el trance en que deja la actua- ción y luego de varios meses lo único que consigue es un empleo como camarera en un restaurante en Santa Mónica. El episodio de la muchacha se inicia en ese mismo trabajo. Resulta ser que el dueño le pidió que se quedara trabajando hasta después de la una de la mañana. Sí, me tenía que que- dar, asegura la entrevistada. Era raro porque yo y el resto de las camareras habíamos terminado la jornada. Me pareció extraño pero por respeto a la orden del dueño me quedé or- denando el salón principal. Era una noche de verano. Solo quedaba un grupo de hombres en una mesa en el jardín tra- sero, terminándose una botella de vino blanco. El dueño empezó a mostrar cierta complicidad con ellos. Y cuando ya no quedó nadie en el restaurante, el dueño le pidió que bailara para ellos e hiciera un striptease. Yo les respondí 50
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