HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX “los peligros de perversión o de relajamiento le parecían evidentes para los Herma- nos solos, abandonados a sí mismo, sin testigos, sin buenos ejemplos y casi sin au- xilios, perdidos en el fondo de un pueblo. Esta única razón motivaba lo que era como una ley para La Salle, que no enviaba nunca un Hermano solo, sin compañe- ros; y nunca quiso apartarse de ello. Por mayor que fuera su celo por ayudar a las parroquias del campo, no quiso nunca prestarse a sus pedidos; a todos respondía que se había hecho una regla inviolable de no enviar nunca a un Hermano solo 17”. La Salle emprendió la fundación de seminarios para maestros civiles, pensados para responder a las necesidades de los curas. Otros dos, que parecían más bien se- minarios para Hermanos de la campaña, como se verá en la Restauración, fueron abiertos en la región de París (parroquia de San Hipólito y San Dionisio). Estos se- minarios por diversas circunstancias, fracasaron. A su muerte, La Salle no había realizado sino la primera de las tres ramas concebidas: la de los Hermanos de las Escuelas Cristianas para la instrucción en las ciudades. El Fundador dejaba un cen- tenar de Hermanos y unos cuarenta habían muerto antes que él. ¿Qué rostro habían ido adquiriendo poco a poco los Hermanos de las Escuelas Cristianas?. Tres rasgos particulares mostraban la novedad y originalidad de la rea- lización de La Salle. Los Hermanos son, ante todo, laicos. He aquí la primera característica a la que nunca renunció el fundador. A diferencia del maestro de escuela de la época, que ejercía al mismo tiempo las funciones de “clerc” en la parroquia, La Salle lo prohi- bió a sus Hermanos. “Adoptó esta precaución porque temió que quisieran comprometer a los Herma- nos a hacer lo que los maestros de escuela tenían costumbre de hacer en los pue- blos: cantar, llevar roquete, ayudar al Sr. Cura en su ministerio, funciones prohi- bidas a los Hermanos por Regla, cuya violación alteraría su Instituto y le haría cambiar su naturaleza 18”. En el origen de esta “intransigencia” hay dos razones. La primera es de orden interno, pues la admisión del sacerdocio habría creado entre ellos la desigualdad; y (17) BLAIN, o.c., vol. I, 278. (18) BLAIN, o.c., vol. I, 16. 277
HNO. ENZO BIEMMI la desigualdad, la división 19. La segunda razón, más determinante que la primera, estaba unida a las funciones eclesiales: “los ejercicios de la comunidad y el trabajo en la escuela requieren la totalidad de la vida 20”. La Salle quería gente exclusivamente dedicada a la educación de los niños y por consiguiente les impuso el laicado. Esta preocupación se explica por el contexto histórico. Primeramente el clero constituía el “primer estado” del Reino: por lo tanto, para los Hermanos que ejercieran las fun- ciones de “clercs”, la tentación de la promoción social. Segundo, era una manera muy eficaz para vencer la inestabilidad del maestro, mal radical de la época. La segunda característica que se impone es la vida comunitaria de los Herma- nos. Se ha podido constatar: una segunda intransigencia de La Salle ha sido siem- pre la de no permitir a sus Hermanos vivir y trabajar solos. Lo que les hace comuni- dad es, en primer lugar, el nombre de Hermanos, que substituye al de maestro por razones evangélicas 21. Esta fraternidad está significada por la adopción de un hábi- to común y de una regla que define la misión común y ordena toda la vida del Her- mano. La tercera característica de estos laicos que viven en hermandad es que son, sin ninguna duda, religiosos. Sólo en 1725, después de la Bula de Benedicto XIII (1725), los Hermanos pronuncian por primera vez los cinco votos: pobreza, castidad, obe- diencia, enseñanza gratuita y estabilidad. El Instituto adopta la estructura de Aso- ciación con votos simples y públicos. No hay duda de que el fundador se muestra prudente y quizá vacilante en los tres primeros años, pero desde el principio, pro- pone una forma de vida y de consagración que no es otra sino la vida religiosa tra- dicional. Hay que reconocer que interviene libremente con “una tranquila audacia 22” sobre el esquema tradicional de la vida religiosa dándole la característica de vida en común en base a una vida de servicio a la Iglesia, sin asimilarla al sacerdocio. Empalma así, inconscientemente, sin dudar con la inspiración originaria que había dado nacimiento a la vida de los monjes, operando al mismo tiempo un cambio de- (19) BLAIN, o.c., vol. I, 308. (20) Mémoire sur l’habit, documento utilizado por todos los biógrafos, publicada por primera vez por el Hno. Mauricio Augusto en L’institut des Frères des Écoles Chrétiennes à la recher- che de son statut canonique, pp. 349-354. (21) BLAIN, o.c., vol. I, 241. (22) HOSTIE Raymond, Vie et mort des ordres religieux. Approche psychosociologique, Desclé de Bouwer, París 1972, 245. 278
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX terminante. Lo que es prioritario y que gobierna todo lo demás, no es ya “la obra de Dios”, es decir, la proclamación común de la oración de la Iglesia, sino la tarea apostólica. Ésta orienta toda la vida espiritual, personal y comunitaria, ya que todo el obrar tiene como intención avivar la fe y el celo apostólico. El horario mismo de los ejercicios de oración está establecido en función de la clase y de sus imposicio- nes. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas tuvieron desde el principio la con- ciencia de haber sido colocados en un espacio nuevo, que los separaba al mismo tiempo de los maestros laicos y de los monjes. La vigilancia sobre estos dos peligros: transformar al Hermano en monje o reducirlo a maestro, proviene de la unidad profunda que existía para ellos entre la vida religiosa que llevaban, la organización del Instituto y el fin apostólico. “Es esta realización la que aparece como la obra esen- cial del fundador de los Hermanos 23”. Así la Iglesia del Antiguo Régimen, conjugando el esfuerzo de diferentes perso- nalidades, llegaba a disponer en la persona de los Hermanos de La Salle, de “la he- rramienta” que le faltaba para hacer frente a la necesidad de evangelizar por la escuela, pasando así de las buenas intenciones a las realizaciones. Pronto, entre tanteos y fluctuaciones significativas, parece orientarse hacia una concepción “reli- giosa” en la formación del maestro de escuela. El modelo considerado por todos es el correspondiente a lo que es el seminario para los sacerdotes: un lugar donde se ejercita a dirigir la escuela, pero sobre todo a ser buenos cristianos y buenos cate- quistas. Al interior de esta concepción común el “status” del maestro laico y religio- so se precisa. Chennevières piensa en laicos, hombres y mujeres que pueden, si lo desean, consagrarse a esta tarea por un voto de perseverancia; Carlos Demia prefie- re personal transitorio de clérigos menores, pero admite laicos con celibato duran- te todo el tiempo que ejerzan el magisterio; Juan Bautista de la Salle elimina toda duda y al dar nacimiento a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, hace una obra original y duradera. La obra de los seminarios para maestros laicos de la campaña queda sin embargo inacabada. Será obra de los fundadores de la Restauración que complementarán de esta manera, no sin importantes innovaciones, la obra del in- ventor de los Hermanos. (23) Lo esencial de esta interpretación es del Hno. Sauvage, o.c., 505-512. 279
HNO. ENZO BIEMMI II. LOS HERMANOS DEL SIGLO XIX: CONTINUIDAD Y EVOLUCIÓN 2.1 Supresión y renacimiento de los Hermanos de las Escuelas Cristianas En 1792 los Hermanos de las Escuelas Cristianas contaban alrededor de 800 miembros, de los cuales 500 profesos con votos perpetuos, 220 con votos por tres años, con al menos cuatro años de vida comunitaria, y 80 jóvenes religiosos termi- nando su noviciado, pero con menos de cuatro años de vida comunitaria 24. Con la Revolución Francesa estos Hermanos corrieron la misma suerte que las demás órdenes y congregaciones religiosas. El decreto del 18/08/1792 suprimía formalmente todas las congregaciones reli- giosas en Francia. “Las corporaciones conocidas en Francia con el nombre de congregaciones secula- res eclesiásticas, como las de sacerdotes del Oratorio de Jesús, de la Doctrina Cris- tiana...; las congregaciones laicales, como la de los Hermanos de las Escuelas Cristianas... y generalmente todas las Corporaciones religiosas y Congregaciones seculares de hombres y mujeres, eclesiásticas o laicas, aun aquéllas dedicadas únicamente al servicio de los hospitales y de los enfermos..., quedan suprimidas a partir de la fecha de publicación de este decreto 25”. Este decreto redujo al Instituto a cinco casas fuera de Francia, cuatro en Italia y una en Suiza 26, bajo la dirección del “Vicario General”, Hno. Frumencio. En 1799, el avance de las tropas revolucionarias, dejó sólo dos comunidades, la de Roma y la de Orvieto con una veintena de miembros. En Francia, los Hermanos ancianos vi- vieron dispersos, ya sea como maestros o preceptores, ya como empleados públi- cos. Una encuesta hecha por Fourcroy en 1804 censó sólo 250 Hermanos ancianos, (24) ZIND, o.c., p. 45. (25) Decreto relativo a la supresión de las Congregaciones seculares y Cofradías, art. 1, 18- 22/08/1792, en GREARD, o.c., vol. 1, p. 23. (26) Dos en Roma, una en Ferrara, una escuela, noviciado en Orvieto, y una en Estavayer le Lac (Cantón de Fribourg). 280
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX algunos envejecidos, otros casados. Se podía temer pues la desaparición total de los Hermanos de La Salle. Lo que permitió su renacimiento al terminar la Revolución fue el estado desas- troso de la instrucción primaria que obligó al gobierno, bajo el Consulado y el Im- perio, a adoptar una nueva política respecto a la educación. Una encuesta del 15 de marzo 1801 (25 ventoso, año IX) ordenada por el Minis- tro de Instrucción Pública, Chaptal 27, permitió a los prefectos plantear sus quejas y pedir la vuelta de los Hermanos: En el Ain, “los efectos de la tormenta revolucionaria consistieron en volver nula o ca- si nula la existencia de la escuela primaria”; en Pas de Calais. “la mayor parte de los maestros de primaria son ineptos o incapaces. Habría que traer nuevamente para la ins- trucción primaria de ambos sexos a los Hermanos “ignorantones” (entendemos los Her- manos lasalianos) y las Hijas de la Caridad de La Providencia”. En el Aude: “restablecer a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, con el nombre de Hermanos de la Instrucción Pública y confiarles la instrucción primaria 28”. El Ministro de Cultos Portalis, en su célebre discurso del 16 Germinal, año X (6 de abril de 1802) 29, fue el portavoz de estas quejas y codificaba la nueva actitud del estado ante la Religión y sus instituciones. “Es tiempo de que las teorías callen ante los hechos, afirmaba el Ministro. No hay instrucción sin educación y no hay educación sin moral y religión. Los profesores han predicado en el desierto porque han proclamado imprudentemente que no hacía falta hablar de religión en las escuelas. La instrucción no existe desde hace diez años; hay que tomar la religión como base de la educación. Los niños quedan abandonados a la ociosidad más peligrosa y a la vagancia más alarmante. No tienen idea de la Divinidad, ni de lo justo e injusto. De ahí las costumbres salvajes y bárbaras, de ahí un pueblo feroz. Si comparamos lo que es la enseñanza con lo (27) GREARD. La législation de l'Instruction primaire en France depuis 1789 jusqu'à nos jours, tomo I, París, 1900, p.176. (28) Histoire générale de l'enseignement et de l'éducation en France. De la Révolution à l’École républicaine (1789-1930), por Francisco Mayeur, vol. 3, Nueva Librería de Francia, París 1981, p. 60; ZIND, o.c., p.48. (29) Monitor, Nº 196, sextidi, 16 germinal año X, sesión del Cuerpo Legislativo del 15 germinal, pp. 783-790. 281
HNO. ENZO BIEMMI que debería ser, no podemos dejar de lamentarnos por la suerte que amenaza a las futuras generaciones. Por eso toda Francia reclama a la Religión su ayuda en favor de la moral y de la sociedad 30”. Portalis afirmaba así la utilidad social de la religión y la necesidad de que ella fuera el fundamento de la enseñanza. El siglo XIX, hasta las leyes del 1880, no se apartará ya de estas dos convicciones. Pero esta constancia fruto de una mirada pragmática sobre la realidad social, era colocada, inmediatamente por el ministro entre dos principios que inspiran el régimen concordatorio: el principio de libertad y el de vigilancia. Del principio de la libertad, fruto de la Revolución, se deduce que para el Estado es un deber “garantizar la libertad política y religiosa”, excluyendo toda hostilidad contra una o varias clases de ciudadanos por su religión. El princi- pio de la vigilancia fundamenta el derecho del Estado a controlar toda forma de culto o de agrupación. “Se comprende pues que, referente a los diferentes cultos, no era sino que por el sis- tema de una protección ilustrada, como se podía llegar a un sistema bien combi- nado de una vigilancia útil. Pues como ya lo hemos dicho, proteger un culto, no es hacerle dominante o exclusivo, es solamente vigilar su doctrina y su organiza- ción, para que el Estado pueda dirigir instituciones tan poderosas para la mayor utilidad pública y para que los ministros no puedan corromper la doctrina con- fiada a su enseñanza o sacudir arbitrariamente el yugo de la disciplina en detri- mento del Estado”. La legislación post-concordatoria sobre las congregaciones religiosas se entien- de dentro de este doble cuadro: la constatación de su utilidad social por un lado, y por otro una actitud inspirada en los dos principios indisociables de la “protección ilustrada” y “la vigilancia útil 31”. (30) Monitor, Nº 196, sextidi, 16 germinal año X, sesión del Cuerpo Legislativo 15 germinal, pp. 783-790. (31) Sobre el problema bastante complejo de la situación jurídica de las congregaciones bajo el régimen concordatario, ver: DUBIEF Adrián y GOTTERFREY Víctor, Traité de l'Adminis- tration des cultes, vol. 3, París 1891; LENIAUD Juan Miguel, L'Administration des cultes pendant la période concordataire, Nuevas ediciones Latinas, París 1988. 282
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Esta misma actitud inspiró a Portalis su relación del 10 frimario, año XII (2 de diciembre de 1803) dirigida a Napoleón, referente a los Hermanos de las Escuelas Cristianas 32. “Los Hermanos de la Doctrina Cristiana, restablecidos durante el gobierno actual inspirarán a la generación naciente el amor al gobierno y a su jefe. Las finanzas ganarán, ya que estos maestros se contentan con lo estrictamente necesario y su enseñanza es gratuita. La educación de los niños ganaría, estando confiada a maestros enteramente de- dicados a la instrucción y no distraidos por el cuidado de la familia”. Portalis codificaba aquí las tres razones de utilidad social de los Hermanos que el siglo XIX volvía a implantar: su papel conservador, la conveniencia económica y la solidez de la educación, gracias a su entrega a los niños. En cuanto a la dificultad de la ley del 18 de agosto, que los había suprimido y les había prohibido enseñar, Portalis superó el obstáculo: y era cuestión de restablecerlos, no como religiosos, sino como “asociados para la instrucción gratuita de la juventud”. Al día siguiente, 11 frimario año XII, Napoleón firmaba los informes y por lo mismo la autorización implícita de los Hermanos. Su concepto de la religión y de los Hermanos está defi- nido por estos propósitos que se le atribuyen: “Necesito formar alumnos que sean hombres. ¿Pero vosotros creéis que se puede ser hombre sin tener a Dios? ¿En qué punto apoyaréis la palanca para levantar al mundo, el mundo de las pasiones y sus furores? Al hombre sin Dios le he visto a la obra desde 1793. A este hombre no se le gobierna, se le ametralla; de este hombre ya tengo bastante... No, no, para formar al hombre que necesitamos recurriremos a Dios, pues se trata de crear y vosotros no habéis encontrado todavía el poder creador aparentemente 33. “Se piensa que las escuelas primarias, regidas por los Hermanos “Ignorantones” pudieran introducir en la Universidad un espíritu peligroso; ...No concibo este fa- natismo del que algunos están animados contra los Hermanos “Ignorantones”. Es (32) A..N. F19 6285, Relación Portalis, 10 frimario año XII. (33) E. RENDU, Ambroise Rendu et l'Université de France, pp. 27-28. 283
HNO. ENZO BIEMMI un verdadero prejuicio. Por todas partes piden sus escuelas; este pedido general demuestra suficientemente su utilidad 34”. El decreto del 3 mesidor año XII (21 de junio de 1804) fijó desde el punto de vis- ta jurídico esta actitud y abrió oficialmente a las congregaciones religiosas la posi- bilidad de una existencia legal. “Ninguna agrupación o asociación de hombres y mujeres, podrá formarse en el futuro bajo pretexto religioso, si no ha sido formalmente autorizada por decreto imperial, después de estudiar los estatutos y reglamentos según a los cuales se propondrían vivir en esa agrupación o asociación”. Numerosas congregaciones femeninas, cuatro masculinas 35 y la congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fueron autorizadas bajo el Imperio en virtud de este decreto. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas tuvieron el camino abierto definitiva- mente por el artículo 109 del decreto del 17 de marzo 1808, por el que se organizaba la Universidad y les colocaba bajo la autoridad del Gran Maestro que debía otorgar- les el diploma, examinar los Estatutos, determinar un hábito y vigilar las escuelas. Pero el Gran Maestro no molestará a los Hermanos, que en adelante vivirán en in- dependencia total con respecto a la Universidad. 2.2 La aparición de los “Hermanos menores” Si los Hermanos de La Salle podían en adelante establecerse en Francia y ocu- parse de la enseñanza primaria con apoyo del estado, su desarrollo en la campaña estaba obstaculizado por un punto esencial de la regla: la obligación de formar co- (34) PELET DE LA LOÈRE, Opinions de Napoléon sur divers sujets de politique et d'administra- tion recueillies par un membre de Son Conseil d’État (1833), pp. 173-174. (35) Se trata de los Lazaristas (decreto 7 parial año XII), de la Congregación de las Misiones Ex- tranjeras (2 germinal año XIII), de la Congregación del Espíritu Santo (2 germinal año XI- II) y de la Congregación de Sacerdotes de San Sulpicio (ordenanza real 02/04/1816). El decreto del 26/09/1809 de Napoleón, revoca las tres primeras autorizaciones pero las orde- nanzas reales del 02/03/1815 y 03/02/1816, al derogar el decreto de 1809, devolvía toda su validez al decreto primitivo. 284
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX munidades compuestas por un número mínimo de tres miembros. La gran mayoría de los municipios de Francia no podían sostener el mantenimiento de tres Herma- nos, esto no estaba al alcance de sus posibilidades económicas, y era contra la opi- nión dominante que consideraba la instrucción de los jóvenes como una actividad secundaria, ligada a la estación fría, cuando no se podían dedicar a los trabajos del campo. Los Hermanos de La Salle en adelante, son los “Hermanos Mayores”, llama- dos por las ciudades y los pueblos importantes que disponían de medios suficientes para hacerse cargo de su mantenimiento. Su desarrollo demuestra bien el vacío que habían dejado en la instrucción popular. Eran 30 religiosos en 1803, con 1600 alumnos en nueve escuelas; 60 religiosos en 1805, con 3.000 alumnos en 15 escue- las; 160 religiosos en 1810 con 8.400 alumnos en 43 escuelas; 310 religiosos en 1815 con 18.290 alumnos en 89 escuelas 36. Es para llenar el enorme vacío que deja la red tejida por los “Hermanos mayo- res” que nacen los Hermanos que se ocupan de la enseñanza de los niños en las pa- rroquias, que llevan al completo cumplimiento el proyecto de La Salle que había quedado inacabado 37. Los primeros intentos se llevan a cabo ya bajo el Imperio y son obra de una se- rie de precursores: Guillermo José Chaminade en Burdeos; José Vernet en Thueyts, Ardeche; Gabriel Deshayes y los dos hermanos La Mennais, que buscan solución a la educación cristiana del pueblo bretón. Si todos estos intentos fracasaron, fue de- bido en gran parte, a la reconstrucción de la iglesia de Francia que pedía un reclu- tamiento sacerdotal en masa y a las guerras napoleónicas que requerían un gran número de jóvenes. Fue la Restauración la que creó las condiciones políticas y sociales para el naci- miento y desarrollo de los Hermanos en el siglo XIX. (36) A.N. F 17 12462, Nota histórica sobre los Hnos. de las Escuelas Cristianas, citado por ZIND, o.c., p.78. (37) El Hno.ZIND da a las congregaciones de Hermanos docentes, nacidas en el siglo XIX, el nombre común de “Hermanos Menores”, al calificarlos con respecto a los “Hermanos Mayo- res” de La Salle. En verdad este apelativo sólo era adoptado por los Hermanos Menores de María fundados por M. Champagnat. Reconociendo la eficacia de esta denominación que demuestra al mismo tiempo el parecido y la diferencia entre los dos grupos, preferimos aquí objetiva y simplemente Hermanos La Salle y Hermanos del siglo XIX. 285
HNO. ENZO BIEMMI 2.3 Los Hermanos: una buena solución para las necesidades de la Iglesia y de la sociedad Si se quiere comprender la razón del rápido nacimiento de varias congregacio- nes de Hermanos en la primera mitad del siglo XIX, hay que buscar al mismo tiem- po las necesidades de la sociedad y las de la Iglesia, en el contexto de la Restauración. La coincidencia de los intereses de una y otra explica el apoyo que conceden a los Hermanos y el consenso con que los rodean: les parece, en efecto, una respuesta adecuada a sus problemas. Hombres útiles a la sociedad Después de 1814 un gran número de Consejos Generales piden con una unani- midad que llama la atención, que se vuelva a poner en manos de las congregacio- nes religiosas la enseñanza. El Consejo del Ródano proclamaba en 1814: “Hay que decirlo: sin religión, sin corporaciones religiosas, dedicadas únicamente a la educa- ción de la juventud, es inútil esperar frutos”. El Consejo General de Deux-Sévres en 1823 afirmaba: “Todo parece imponer la necesidad del restablecimiento de las Corporaciones do- centes. El relajamiento de la moral, el olvido de los principios religiosos, la necesi- dad del fortalecimiento de nuestras instituciones, nos hace sentir que es tiempo de regenerar a Francia y dar a la juventud un espíritu de religión, de Patria, de fa- milia que son los elementos creadores y conservadores de la vida social. Si la su- presión de las corporaciones docentes ha sido el primer acto de esta sangrante tragedia que ha devastado a Francia, su restablecimiento pondría fin, sin duda, a este vasto sistema de desmoralización en el que se apoya el genio del mal 38”. “Espíritu de Religión, de patria, de familia”: no se podía expresar mejor la menta- lidad totalmente compartida con la Restauración por las autoridades y los padres de familia. (38) A.N. F 17 1395. Este informe encierra una parte de las deliberaciones de los Consejos Genera- les, relativos a las escuelas congregacionistas. Desde 1817 a 1824, 62 departamentos formu- lan el voto para que la enseñanza sea devuelta a las congregaciones docentes. C f. ZIND, o.c., 230; BUISSON. Dictionnaire de Pédagogie, t. 1. pp. 501-502. 286
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Se ve aparecer aquí el factor decisivo que condiciona el nacimiento de la voca- ción de Hermano: su función conservadora respecto a las instituciones: Estado, Iglesia, Familia. Los Hermanos se consagran a la instrucción de los niños de la cam- paña y su educación está fundada en el respeto a la autoridad legítimamente esta- blecida. Después de la Revolución, que había roto las estructuras tradicionales, después de las constantes guerras de Napoleón, la mayoría de los franceses sentían la necesidad de la estabilidad y veían en la educación dada por los Hermanos, un medio privilegiado para inculcarla a las nuevas generaciones. Se comprende, pues, la actitud benévola de las autoridades y de las familias respuesta a los Hermanos de las congregaciones y el pedido de que se les confiara la escuela primaria, “porque importa menos que lleguen con rapidez a tener gran instrucción, que el que ella esté ci- mentada en principios morales y religiosos, sin los cuales no hay nada, verdaderamente duradero en la sociedad 39”. La escuela primaria se vuelve así, cada vez más, el lugar indispensable para re- construir los valores, y los Hermanos, junto a las Hermanas que se ocupan de la instrucción de las niñas, son los hombres que todos desean. El Hermano es un hombre socialmente útil. La consecuencia práctica e inmediata de esta utilidad social es el “status” privi- legiado que se le concede en la legislación escolar desde la ley de 1816, la primera que organiza en Francia la instrucción primaria, hasta las leyes laicas de 1880. El diploma de capacidad, reemplazado por la carta de obediencia dada por el superior, es una prueba. La ordenanza de 1816 establece por primera vez la necesidad de dar un examen para obtener el certificado de capacidad. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas rehusan en 1817 someterse a las condiciones impuestas, juzgándolas incompatibles con la pertenencia al Instituto. Después de largas negociaciones, Décazes en 1819, llega a un compromiso: los diplomas son remitidos a los Superiores que los entregan a los Hermanos. De este modo se salvaguarda al mismo tiempo el principio del diploma y la autoridad de los Superiores de las congregaciones autorizadas 40. El mismo privilegio se concede a las congregaciones femeninas, en instrucción complementaria del 29 de julio de (39) A.N. F 17 12452, Extracto del proceso verbal de la deliberación del Concejo General del Orne, 15/06/1818, ZIND, o.c., 391. (40) PROST, Histoire de l'enseignement..., o.c., p. 163. 287
HNO. ENZO BIEMMI 1819. La ordenanza del 12 de abril de 1824 confirma, sin especificar, que las congre- gaciones autorizadas “mantienen su régimen actual” (art. 12), y la ordenanza del 21 de abril de 1828, consagra, por una determinación general, lo que está en uso desde siempre: “Respecto a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y a los miembros de toda asociación caritativa, legalmente autorizada para formar o proveer de maestros prima- rios, el Rector entregará a cada uno de ellos un certificado basado en la obediencia otor- gado por el Superior o el Director de dicha asociación...” (art.10). El privilegio es abolido para los Hermanos al principio de la monarquía de ju- lio, por la ordenanza del 18 de abril de 1831. Un comunicado del 26 de diciembre de 1834 nos dice que este artículo no tiene vigencia para las congregaciones femeni- nas, lo que se confirma por el art.13 de la ordenanza del 23 de junio de 1836. El privilegio de la carta de obediencia para las religiosas es abolido por la Se- gunda República en dos circulares, del 5 de junio y 7 de julio de 1848, disposición que no entra en vigor sino a partir de mediados del año siguiente. Pero a los pocos meses, la ley Falloux del 15 de marzo de 1850, restablece para las religiosas el privi- legio de la carta de obediencia (art.49). En cuanto a los Hermanos serán favorecidos por la misma ley que permite suplir el certificado de capacidad por el de práctica (art.25 y 47). Estas disposiciones favorables a la enseñanza congregacionista no se- rán suprimidas definitivamente sino por la ley del 16 de junio de 1881, sobre el títu- lo de “capacidad”. Hombres útiles a la Iglesia Las preocupaciones e intereses sociales, apoyan los de obispos y sacerdotes. Desde que los seminarios son restablecidos y la urgencia de un nuevo clero se ate- núa todo el interés se vuelca hacia la escuela primaria y por lógica hacia aquellos que se ocupan de ella. Se ha podido constatar ya la actitud del obispo de Belley y del de Saint Claude que en 1825 escribía a su vicario: “Tengo mucho interés en un establecimiento de este género (de Hermanos), pues hay que educar cristianamente a las generaciones masculi- nas de hoy o todo está perdido 41”. El arzobispo de Burdeos era de la misma opinión: “Este digno prelado, me decía siempre que si tuviera que elegir entre la fundación de un seminario o de una congregación dedicada totalmente a educar a la juventud, no (41) Mons. Antonio Santiago de Chamon al P. Rivière, 06/10/1825, cuaderno “Archives n° II. Pre- mière série”, Archivos Provinciales Marianistas de Francia. 288
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX dudaría en dar la preferencia a esta última 42”. Mons. de Bonald escribía en 1825 a su clero: “Quisiéramos que los educadores formados desde su juventud en las virtudes cris- tianas y después de adquirir conocimientos por un largo noviciado en un Institu- to aprobado, vinieran a establecerse en todas las parroquias, no por interés propio, sino por el celo de la gloria de Dios, trabajando no para agrandar su pa- trimonio y asegurar su existencia, sino para enseñar a vuestros hijos las verdade- ras riquezas del cristiano, el amor a la virtud y a la religión.... Estos votos que for- mulamos nos parece tendrían su cumplimiento, favoreciendo la vocación de aquellos a quien Dios llama a desempeñar las penosas funciones de la enseñanza y salvando los obstáculos que su indigencia pudiera poner en la ejecución de sus piadosos designios 43”. La educación de los jóvenes viene a ser, de este modo, problema prioritario en el plan de recristianización de Francia estimulado por los Obispos; para ellos la es- cuela es el medio más eficaz para la reforma cristiana de la sociedad y los Herma- nos vienen a ser los hombres de la Providencia para esta “penosa pero laudable función”. La creación de las congregaciones de Hermanos, entra como prioritario en el plan de la Restauración religiosa de Francia. Esta reforma descansaba esencial- mente en el trípode de: las misiones populares, las congregaciones de seglares, las escuelas de religiosos. Las misiones con sus métodos de espectacularidad apunta- ban a provocar conversiones en masa y a llevar a los franceses por la vía moral de la fe y el respeto por las instituciones. Para prolongar esta acción benéfica, congre- gaciones similares de laicos, a menudo marianas, eran creadas, así como también las cofradías. Para educar a las nuevas generaciones y prevenirlas contra el espíritu del siglo XVIII, había que darles una educación profundamente religiosa. A estos tres pilares de la pastoral de la Restauración, correspondían tres tipos de fundación de Institutos religiosos. En la región de Lyon, los Padres de la Cruz de Jesús del P. Bo- chard, la Sociedad de María de Lyon del P. Courveille y, en el oeste (anterior a la Re- (42) Vida del P. Rauzan, p. 362; ZIND, o.c., p. 188. (43) Mons. de Bonald, circular de 1825, reproducida en L’Ami de la Religion et du Roi, t. 43, p. 53; ZIND, o.c., 232. 289
HNO. ENZO BIEMMI volución), los Padres de la Compañía de María de Grignon de Montfort, tienen co- mo objetivo primario las misiones. La Sociedad de María, de Burdeos del P. Chami- nade tiene como objetivo las congregaciones seculares marianas. Las numerosas congregaciones de Hermanos, y Hermanas se encargan de la educación religiosa de los niños. Pero frecuentemente estos objetivos iniciales, no tardan en completarse unos y otros, de manera que se ve constituirse sociedades complejas que tienen una rama de Padres consagrados a las misiones interiores y una rama de Hermanos pa- ra las escuelas primarias de niños y una rama de Hermanas para educación de las niñas 44 y a menudo una rama de Tercera Orden para laicos. En toda esta estrategia de reconquista, el Hermano es el hombre útil en la Igle- sia. En la encrucijada de múltiples necesidades e intereses Vemos, pues, establecerse una alianza muy fuerte alrededor de las congrega- ciones docentes entre la autoridad eclesiástica, las autoridades políticas conserva- doras y la mentalidad de las familias. Los Hermanos están en el cruce de intereses de la sociedad y la Iglesia. Se adivina inmediatamente que por encima de las moti- vaciones religiosas que explican su vocación se esconden otras razones sociales que se mezclan con ellas. Esto es evidente particularmente en lo que se refiere a los vo- tos religiosos. Los tres votos de castidad, pobreza y obediencia y el de perseverancia en el Ins- tituto (que a menudo se pronuncia junto a los tres primeros), expresaban en la con- ciencia de los Hermanos, la total consagración a Jesucristo y a su tarea de educadores y todo nos lleva a creer que sin esta motivación religiosa, los Hermanos nunca hubieran existido. Pero al mismo tiempo, los votos eran una buena solución para los intereses económicos e ideológicos de la sociedad. Había, ante todo, razones económicas que contribuyeron a que nacieran y se valorizaran a los Hermanos. Los que tenían que mantener una familia, en efecto, estaban obligados a buscar una ocupación más lucrativa. Era una solución de re- pliegue, el dedicarse a la enseñanza primaria y esto al menos durante toda la pri- mera parte del siglo. Luego personas sin familia tenían en esto la solución ideal. No es una casualidad que desde los primeros intentos de constitución de “Hermanos”, bajo el Antiguo Régimen, se pida guardar el celibato, al menos durante el tiempo (44) ZIND, o.c., pp. 109-110. 290
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX que dure su función de maestro. A esto hay que agregar los escasos medios econó- micos de los municipios de campaña que no podían encargarse de un maestro y su familia; pero un maestro sin fines de lucro y sin familia, era menos costoso a un pueblo. Es así como los votos de castidad y de pobreza obedecen, al mismo tiempo, a motivaciones religiosas y a aspectos económicos. En cuanto al voto de obediencia y (de estabilidad), cumple una segunda exigencia requerida por la mentalidad de la época: la necesidad de continuidad y de dependencia de la autoridad civil y religio- sa del municipio. La instrucción de los niños era confiada a personas no prepara- das que desempeñaban esta función como un mal menor. Los cambios estaban, por consiguiente, a la orden del día. Los Hermanos, por el contrario, interiorizan una idea de su vida basada en la disciplina y en la humildad; esto no podía sino ser apreciado por el alcalde y el párroco, que se ven libres, por fin, de estos maestros inestables e indisciplinados que eran su preocupación y amenaza. Se puede decir que el origen de la vocación de los Hermanos del siglo XIX está condicionada por tres factores que se implican recíprocamente y se completan. Hay, ante todo, una fuerte motivación religiosa que nace del deseo de consagrarse al Evangelio y a la Iglesia, en esta tarea de recristianización que cunde en toda Francia. Esta motivación religiosa se concreta en la adhesión a un género de vida, vivida en comunidad, profesando los votos de religión y en total disponibilidad pa- ra la tarea apostólica de la educación de la juventud. Hay, al mismo tiempo, dificul- tades económicas que provocan, sostienen y valoran este género de vida frugal y celibatario y hay, en fin, motivaciones sociales, asociadas a la necesidad de estabili- dad y de respeto por las instituciones y al deseo de reencontrar los antiguos valores morales. La vocación de Hermanos parece encontrarse entonces en la encrucijada de las necesidades religiosas, sociales y económicas de toda una sociedad. Las motivacio- nes religiosas solas no hubieran permitido su aparición, sin el soporte de razones sociales y de dificultades económicas y estas últimas no hubieran podido por sí so- las inventar este papel “que sólo pide hombres virtuosos totalmente entregados a la reli- gión y sometidos a los eclesiásticos 45”. He aquí un caso bien evidente en el que lo “teológico” y lo “sociológico” se con- dicionan recíprocamente. Por una parte las condiciones económicos sociales y las (45) Manuscrit ardéchois, 70 pp., Archivos de los Hermanos de Ploermel, Jersey (Inglaterra); ZIND, o.c., 442. 291
HNO. ENZO BIEMMI mentalidades de una sociedad permiten a una “vocación religiosa” ocupar su lugar y determinar su fisonomía. Por otra parte, esta vocación motivada por fuertes con- vicciones religiosas, entra en el tejido social y lo modifica, por la vía de un empleo muy abandonado que es transformado en una obra de humanización y formación. Las pertenencias sociales no se dan sin un rico patrimonio de valores, creencias, convicciones éticas y morales. La fe, a su vez, no se da fuera de pertenencias socia- les, pero sin identificarse con ellas. Los Hermanos son así a la vez, tributarios y pro- motores de la sociedad de la restauración religiosa y política de Francia en el siglo XIX. Fisonomía de los Hermanos del siglo XIX Todas las congregaciones de Hermanos fundadas en el siglo XIX tienen una ca- racterística común: dejan a los discípulos de La Salle los hijos de los obreros y arte- sanos de las ciudades mientras ellos se consagran a los hijos del pueblo de villas y poblados. En el fondo de esta característica común, el Hno. Zind distingue cuatro matices; las diferentes congregaciones de “Hermanos de la Instrucción Cristiana”, esencialmente caracterizados por el “Hermano Solitario”; el grupo de Hermanos de la región lyonesa, comprendidos entre los precedentes y los Hermanos de La Salle; “los Hermanos de San José”, que eran a la vez maestros y “clercs” de la parroquia; “los Hermanos de la Doctrina Cristiana”, que tenían algo de los tres precedentes con un cierto matiz protestante bastante pronunciado 46. Más simplemente podemos considerar la constitución de dos tipos de congre- gaciones de Hermanos: las que se ocupan exclusivamente de la enseñanza primaria en las escuelas de campaña y las que se consagran simultáneamente a tareas reser- vadas tradicionalmente a los “clercs” de la parroquia que eran al mismo tiempo, sa- cristanes, cantores y catequistas. Estos últimos Hermanos toman el nombre de “Hermanos de San José”. Se cono- cen tres congregaciones de Hermanos que llevan este mismo nombre: la congrega- ción de Somme, o de Saint Fuscien, o de la diócesis de Amiens, fundada por el obispo en 1823 y luego dirigida por un padre de familia, Lardeur Delattaignant; los Hermanos de la diócesis de Mans, o de Rouillé, que más tarde tomaron el nombre de Josefinos, fundados en 1820 por Santiago Francisco Dujarié y que tomarán el nombre de Hermanos de la Santa Cruz; los Hermanos fundados en la diócesis de (46) Zind, o.c., p.14. 292
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Saint Claude por Gabriel Taborin en 1824 que renacerán en Belmont con el nombre de Hermanos de la Sagrada Familia. Mas allá de los matices que caracterizan a las diferentes congregaciones, los Hermanos tienen en común una misma misión: recristianizar por la escuela la Francia revolucionaria. Por lo cual dan la preeminencia en la escuela a la forma- ción cristiana de los niños, considerándola prioritaria a los conocimientos rudi- mentarios profanos, necesarios en la vida temporal. Las asignaturas profanas son consideradas por todos los fundadores como un medio, y las escuelas dirigidas por los Hermanos parecen más salas de catecismo o pequeñas capillas que salas de cla- se. El fundador de los Hermanos Menores de María, M. Champagnat, les decía: “No olviden que la enseñanza primaria que debéis impartir a los niños, no es pre- cisamente el fin que nos hemos propuesto al fundar el Instituto; es sólo un medio para llegar más fácil y perfectamente a este fin. El fin de nuestra vocación es edu- car cristianamente a los niños, es decir, enseñarles el catecismo, las oraciones y formarles a la piedad y a la virtud... Sólo consentimos en enseñarles las ciencias profanas, para tener la facilidad de enseñarles el catecismo todos los días y así grabar en su espíritu y corazón la ciencia de la salvación. La historia, la gramáti- ca, el dibujo y/o todos los demás conocimientos de este género, han de estar en vuestras manos como el cebo del que debéis serviros para atraer y mantener a los niños en vuestras escuelas. ¿Sabéis lo que hacen los misioneros en los países salva- jes?. Llevan pequeños espejos, cuchillos, estuches y otros mil pequeños objetos, que presentan a los infieles para atraerlos, y les prometen esos pequeños objetos si los escuchan y se dejan instruir. Y mientras los salvajes miran los espejos, los misio- neros les hablan de Dios y los instruyen en las verdades de la religión. Haced lo mismo con vuestros niños: mostradles hermosas páginas de caligrafía, ponderad- les el dibujo, la geografía, etc., pero al darles lecciones sobre estas especialidades, no olvidéis la lección de catecismo y haced de tal manera, que ella ocupe el primer lugar. Además prestad atención para que la religión surja de todas vuestras ense- ñanzas y que todos los acontecimientos, en que iniciáis a vuestros alumnos, sir- van para alimentar su fe, su piedad, les hagan amar la religión y les conduzcan a Dios 47”. (47) HNO. JUAN BAUTISTA, Vie de J.-B.-M. Champagnat, t. II, pp. 316-317. 293
HNO. ENZO BIEMMI Esta concepción la encontramos en todos los fundadores de las congregaciones de Hermanos. Y el mérito de estos jóvenes fue el de transformar realmente un tra- bajo a menudo abandonado y realizado por personas que fracasaron en otros, en una vocación sobrenatural al servicio del desarrollo de los niños de la comunidad humana. Para una tal tarea, más próxima a la catequesis y a la formación moral que a la enseñanza, ¿cuál era la formación requerida en los Hermanos?. Estos jóvenes can- didatos recibían una formación profesional bastante limitada. Su vocación exigía, en efecto, renunciar al desarrollo intelectual personal. Tenían que ser unos “Her- manos campesinos”, sabiendo adaptarse a la vida dura del campo, totalmente so- metidos al párroco y dispuestos a toda clase de renuncias. Nada de estudios superiores, pues dañarían su sencillez y los inducirían a abandonar su “penosa” vo- cación. La opinión de Juan María de La Mennais, en este sentido, es tajante: “Si tuvieran la pretensión de ser personas importantes, serían malos Hermanos. Quiero que sepan bien lo que enseñan, pero nada más; si al entrar con nosotros tuvieran una mayor instrucción, trataría más bien de que la olvidaran en vez de hacer que la adquirieran los que no la tuvieran. La tentación más peligrosa para los Hermanos es el deseo de estar por encima de su estado. Cuando lo intentan, quieren en seguida abandonar la vocación. Uno de mis amigos ha querido últi- mamente tratar de formar maestros de un grado superior, para que enseñaran lenguas vivas, literatura, etc... En quince días todos esos señores eran indiscipli- nados y vanidosos de su saber. Cada uno tenía sus pretensiones y ninguno quería obedecer. Y sin embargo, era el único cambio que se había hecho a los Estatu- tos 48”. La formación que los Hermanos recibían no pecaba de intelectualismo; debía ser suficiente para enseñar a los niños del campo las oraciones, el catecismo y los rudimentos de la lectura, la escritura y el cálculo. Por lo mismo su formación intelectual era acompañada siempre de un segun- do elemento: el trabajo manual. (48) HNO. SINFORIANO AUGUSTO, De la correspondance de l’abbé J.-M. de La Mennais, t. VII, pp. 140-141: ZIND, o.c., p. 469. 294
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX “La intención del P. Deshayes, escribe el Hno. Andrés, no era el de enviarnos a las ciudades, más bien, al colocar Hermanos solos en la campaña, obviar el inconve- niente de los Hermanos de las Escuelas Cristianas que sólo pueden ir de a tres por lo menos. Teníamos que ser como un joven a sueldo empleado en una parroquia, es decir, servir al párroco, ayudar algo en los trabajos de la casa y de la sacristía y al mismo tiempo enseñar a los niños las oraciones, el catecismo, la lectura, la escritura y algo de cálculo 49”. La importancia atribuida al trabajo manual por las congregaciones docentes, deriva de dos factores principalmente. Con el trabajo de las manos los Hermanos aseguraban su subsistencia, ya que el salario que recibían por su trabajo de maes- tros era miserable. Pero el trabajo manual formaba parte también de la tradición de la vida religiosa, inspirada en las antiguas Órdenes, suprimidas por la Revolu- ción. Además, en la Restauración, estas Congregaciones “de utilidad pública”, son las únicas que pueden esperar una autorización legal y por lo tanto representan la forma más accesible para los que desean consagrarse a Dios. De ahí la atención a una cierta ascesis y este estilo de trapa. En cuanto al método pedagógico utilizado por los Hermanos, no hay que ha- cerse ilusiones, no es cuestión de pretender que sean originales. Todas las congre- gaciones seguían el método simultáneo codificado por la prestigiosa “Conduite des Écoles” de La Salle, que era para todos la principal referencia. Sin embargo, bas- tante temprano, los Hermanos del siglo XIX supieron mitigar y dar otra vida a la rigidez del método lasaliano con elementos tomados del método mutuo y esto en la medida del gusto y la habilidad de los maestros. A partir de la monarquía de ju- lio, entre los Hermanos se habla más bien de un método “mixto” o “simultáneo- mutuo”. “No es pues cuestión de verdadera originalidad pedagógica de tal o cual congre- gación docente, sino que más bien la constatación de un espacio amplio librado a la iniciativa particular. En efecto, libres del venerable y embarazoso peso de la tradición, ante las experiencias y las adaptaciones escolares, las nuevas congrega- ciones se manifestaban mucho más flexibles que los discípulos de S.J.B. de La Sa- (49) Archivos de los Hnos. de Ploërmel, 80, carta del Hno. Andrés al P. Houet, 24/06/1864; ZIND, o.c., p. 92. 295
HNO. ENZO BIEMMI lle, a quienes la penosa lucha contra la enseñanza lancasteriana había endureci- do en su postura más de la cuenta 50”. El juicio del Sr. Deljane, inspector de la Academia de Burdeos es de lo más radi- cal: “Quien ve una escuela de Hermanos, ve cien. Es la misma palabra de orden, dada desde arriba, el mismo surco estrecho por donde se encamina la inteligencia de los ni- ños 51”. ¿Se trata de un cumplido o de una crítica malévola?. Sea como sea, no hay ninguna duda de que la “uniformidad” es una consigna de las más severas de los fundadores, a sus Hermanos: todo cambio de Hermano, no importa en que momen- to del año escolar sea, no tendría que originar ningún trastorno en los niños, ni en los programas. Los nuevos no hacían otra cosa que tomar la posta confiada a su predecesor y llevarla adelante sin ningún cambio de ritmo, ni de dirección. Es, por otra parte, una de las razones del éxito escolar de los Hermanos. Los Hermanos del siglo XIX y los de La Salle: continuidad y evolución En el establecimiento de las nuevas congregaciones de Hermanos, los fundado- res tienen ante los ojos el modelo del Hermano de las Escuelas Cristianas, es decir, un religioso ligado por los tres votos tradicionales a la vida religiosa. No se encuen- tran ya en el siglo XIX, los titubeos y los tanteos que caracterizaron la creación del “status” del “maestro religioso” del Antiguo Régimen. Sin embargo, hay interesan- tes variaciones. En Nancy, en 1821, algunas personalidades juzgan insuficientes a los Hermanos para satisfacer las necesidades de la instrucción primaria y elaboran un proyecto de asociación, mitad religioso y mitad laico, que permitía el ingreso a jóvenes que no quisieran entrar en las congregaciones de Hermanos por causa de los votos reli- giosos. Este proyecto, que nunca se realizó, preveía pues “Hermanos casados 52”. En el departamento de Ardèche, los Hermanos de Nuestra Señora del Buen Socorro, que tomarán oficialmente el nombre de la Instrucción Cristiana de la diócesis de Viviers, según sus estatutos primitivos no hacían votos religiosos propiamente di- chos, se limitaban a una simple promesa hecha ante el obispo, prometiendo obe- (50) ZIND, o.c., p. 379-380. (51) A. D. de Gironde, T, fondos del Rectorado Nº 131, Rapport sur les Institutions et Pensions du ressort académique extra-muros; 15/08/1848; ZIND, o.c., p. 379. (52) ZIND, o.c., p. 253-254. 296
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX diencia a las constituciones y a los superiores. Permanecían en propiedad de sus bienes patrimoniales, lo que les permitía retirarse o ser despedidos más fácilmen- te 53. En cuanto al P. Querbes, fundador de los “Clercs” de San Viator, pensaba más bien, al principio de sus proyectos, no en “clercs-laicos”, como la mayor parte de los Hermanos, sino en “clercs-no-laicos”, o sea clérigos tonsurados y por lo tanto miembros del clero 54. Se perfila una gama del estatuto del Hermano que va del lai- co casado, al clérigo tonsurado. Pero el modelo que domina y que impone la Iglesia, cuando los fundadores piden la aprobación del Instituto, es el del Hermano de La Salle, un religioso laico que vive en comunidad, con los tres votos tradicionales de religión. La obra de los fundadores de congregaciones de Hermanos en el siglo XIX apa- rece así en íntima unión y continuidad con la de J. B. de La Salle. Hay ante todo una continuidad cultural, a pesar de la brusca interrupción de la Revolución Francesa: las mismas exigencias pastorales, provocan las mismas reacciones. Hay además una continuidad en la elección de medios: la Iglesia de la post-Revolución, y con ella la mayoría de los franceses, quieren restablecer una sociedad de cristiandad y consideran la educación de los niños como un medio privilegiado, a ejemplo del clero del Antiguo Régimen. Hay, por último, una continuidad en el concepto del pa- pel del Hermano: es un religioso, ligado por votos, que se consagra “totalmente” a la educación de la juventud. La evolución se sitúa ante todo en el empleo de las energías, que se orientan ca- da vez más a las pequeñas comunidades de campaña. El Hermano de La Salle obli- gado a formar comunidad, se transforma en “Hermano solitario”, que vive en una parroquia, bajo la dependencia directa del párroco, pero en contacto periódico y re- gular con su comunidad de origen, bajo una regla común y una reunión anual en la casa madre. La evolución se ve también en la interpretación de su papel, que no se limita sólo a las funciones de maestro, sino que comprende al mismo tiempo, las tradicionalmente desempeñadas por el “clerc” laico de la parroquia. Las razones que empujan a esta ampliación del papel son a la vez apostólicas y económicas. En una pequeña comunidad de campo no se puede pretender pagar a un maestro y un “clerc”, tanto más que sólo los dos salarios justos pueden asegurar a un hombre la posibilidad de una modesta existencia. Pero no hay que olvidar la razón apostólica: (53) ZIND, o.c., p. 332. (54) ZIND, o.c., p. 422. 297
HNO. ENZO BIEMMI la educación de los niños se hace al mismo tiempo en la clase y en la Iglesia y si por medio de la instrucción el Hermano llega al niño, por medio de la iglesia y la sacris- tía, puede al mismo tiempo, influir en los padres y en la población entera. El Her- mano reemplaza al “clerc” laico del Antiguo Régimen y transforma las ocupaciones relacionadas con este papel, en una vocación para la recristianización de la parro- quia. Los fundadores de las congregaciones de Hermanos después de la Revolución han sabido dar pruebas de fidelidad a la tradición y de capacidad de innovación. Han tomado el relevo de La Salle y han llegado hasta donde su inspirador no pudo llegar. Estadísticas cuantitativas de las Congregaciones de Hermanos Para tener una idea exacta del aporte de los Hermanos en el cuadro de la res- tauración religiosa de la Iglesia y del movimiento escolar del siglo XIX, habría que entrar en el detalle de cada congregación fundada en Francia en la primera mitad del siglo, lo que no puede ser objeto de esta investigación 55. Una simple estadística cuantitativa al fin de la Restauración nos permite, sin embargo, medir el impacto de este fenómeno religioso y social 56. Se cuentan en 1830, 14 congregaciones de Hermanos en Francia. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas (“Hermanos Mayores”) son 1420 y los “Hermanos Meno- res” 950. Estos últimos dirigen 281 escuelas en el campo, con 30.000 alumnos. Tene- mos en total cerca de 2.370 Hermanos que dirigen 661 escuelas con 117.000 alumnos. Entre 1830 y 1850, aparecen siete congregaciones más de Hermanos con- sagrados a la educación de la juventud, de las cuales cinco resisten durante todo el siglo XIX. Ante la masa amorfa de maestros primarios de la época, son una mino- ría. Pero hemos de convenir con las conclusiones del Hno. Zind, después de su mo- numental trabajo de investigación: “....tenían la ventaja de estar organizados y de formar sociedades jerarquizadas. Quizá no estuvieran más instruidos que los otros maestros, pero su poca ciencia ofrecía las garantías mínimas dado su pasaje por un noviciado y su conciencia (55) La obra fundamental para una síntesis histórica de las congregaciones de Hermanos en Francia hasta 1830, está en la tesis del Hno. P. ZIND, ya citada numerosas veces. (56) Ver el cuadro: “Congregaciones de Hnos. Docentes, fundadas en Francia en el siglo XIX”, Cuadro 4. 298
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX profesional; además su estado religioso era a los ojos de las familias testimonio de su moralidad. Utilizaban como era característico de los Hermanos el método si- multáneo, pero con más flexibilidad que sus antepasados. Contrariamente a sus competidores prestaban más atención a la educación y a la formación religiosa de los niños que a la instrucción en sí, lo que no disgustaba a los padres, más preocupados por hijos juiciosos, que sabios. Las municipalidades y las parroquias ganaron mucho en continuidad y tranquilidad; no tenían que tratar con un in- dividuo, sino con una asociación que se comprometía a asegurar la presencia de maestros, distintos por su personalidad, pero iguales por el espíritu. Y si los Her- manos mayores costaban caro, había múltiples posibilidades de convenir con los Hermanos Menores de manera que el mantenimiento de escuelas sostenidas por célibes, no sobrepasaban nunca las posibilidades locales. Frugales y sencillos co- mo el pueblo, los Hermanos Menores, vivían a gusto en las pequeñas escuelas del campo, tanto más que la enseñanza era para ellos, una vocación sobrenatural y un apostolado religioso, no la tabla de salvación de los náufragos de la sociedad. Por todas estas razones, los Hermanos Docentes jugaron en la enseñanza prima- ria un papel desproporcionado en relación a su número 57”. III. EL “HERMANO” DE GABRIEL TABORIN Varias son las razones para afirmar que el “Hermano”, en su sentido moderno, es una invención francesa sobre todo. Largamente preparado, pacientemente mo- delado, encuentra su realización primera en J.B. de La Salle en la cultura del Anti- guo Régimen. La ruptura de la Revolución Francesa, no solamente no la suprimió, sino que creó las condiciones para su reedición, puesta al día y la resistencia a los principios republicanos y el intento de recristianización de la campaña lanzado por la Iglesia del siglo XIX. Es, pues, la sociedad de cristiandad el humus de su nacimiento y desarrollo. En el interior de esta sociedad, el Hermano se convierte en el hombre al servicio del medio privilegiado, que la sociedad se da para su continuidad: la educación cristia- na y social de las nuevas generaciones masculinas donde la escuela primaria es la única que puede garantizar esta admirable coincidencia del ciudadano y el cristia- (57) ZIND, o.c., p. 471. 299
HNO. ENZO BIEMMI no. Las dos vertientes de esta sociedad de cristiandad, el Antiguo Régimen y el régi- men concordatario, son en cierto sentido, las dos cunas que permiten las condicio- nes de esta doble realización. Es en el interior de este vasto movimiento, que encuentra su lugar el proyecto de Gabriel Taborin. Sólo falta precisar, a la luz de los datos históricos ya presenta- dos, las características del Hermano que él fue y que quiso institucionalizar, Her- mano que, como es de esperar, tendrá rasgos comunes con los Hermanos de las otras congregaciones, pero al mismo tiempo también los suyos propios y particula- res. 3.1 Un Hermano como los demás El Hno. Gabriel se preocupó constantemente de la redacción y adaptación pro- gresiva de una regla para sus Hermanos, imaginados solamente hasta 1835, pero muy reales después de esta fecha. Se conocen, para el período estudiado (1824-1842), cinco redacciones de su re- gla: la regla de los Hermanos de San José, la de los catequistas de San Arthaud, las Constituciones de 1836, el Guía de 1838 y los estatutos de 1842, presentados en el Va- ticano para ser aprobados. Estos últimos no son sino una síntesis, en nuevo orden de los estatutos del Guía de 1838 con los cambios ya señalados respecto a los tres puntos: los votos, la autoridad y el hábito. En cuanto a las Reglas de San Arthaud, pedidas por Mons. Devie en vistas de una hipotética fusión con la Sociedad de Ma- ría del P. Colin, tuvieron la duración efímera que exigió su redacción: el corto perío- do de un verano. Las tres redacciones que señalan la progresiva constitución de su Instituto y al mismo tiempo la evolución de su concepto de Hermano, son pues las reglas de los Hermanos de San José, las de 1836 y el Guía de 1838. “... Bajo la Regla de San Benito” Los archivos de la Sagrada Familia conservan dos ejemplares de las Reglas de los Hermanos de San José 58. Se trata de dos manuscritos (A y B) idénticos, de 32 ca- (58) Constitutions et Règlements de la petite congrégation des frères instituteurs clercs et caté- chistes de l'ordre de Saint-Joseph établi dans le diocèse de Belley vivant sous la règle de Saint Benoît, dos ejemplares manuscritos, ASFB., 59 pp. (ms. A) y 46 pp. (ms. B), sin fecha; impreso; Belley 1969, 62 pp. 300
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX pítulos. El manuscrito, A añade el capítulo 33, inacabado, que describe el desarrollo de la toma de hábito de los Hermanos de San José. El Hno. Tarsicio, al presentar la edición impresa de estas constituciones, em- plea estas expresiones muy apropiadas: “... se trata de una obra de juventud. Los 32 capítulos de esta pequeña obra produ- cen a veces la impresión de un flaco ramillete de flores campestres, recogidas en un descanso de sus correrías apostólicas por Belleydoux, Saint Claude, Jeurre, Courtefontaine, Brénod, Champdor y Hauteville. (.....) El estilo de esta pequeña obra tiene más de un parecido con los torrentes del Jura, impetuosos y desconcer- tantes, condicionado su curso por los caprichosos accidentes del terreno que reco- rren. El agua clara choca violentamente contra las piedras y desaparece en las arenas, más o menos movedizas 59”. El autor de la Positio subraya, por su lado, que estas Reglas, “tienen una resonan- cia más evangélica que canónica y jurídica 60”. Descripciones, exhortaciones y regla- mentaciones, se suceden sin un plan preciso, y la mezcla de estos tres géneros lite- rarios hace de estos manuscritos una producción que nos trae la frescura de las primeras intuiciones. Lo esencial de las constituciones de San José fue compuesto en Saint Claude, con la ayuda del canónigo Desrumeaux. Pero Gabriel continúa después, haciendo las correcciones que juzga necesarias, como asegura el Hno. Federico 61. No es difícil reconocer en la redacción de los dos manuscritos la presencia de las diferentes etapas de redacción que corresponden a los tres intentos de Gabriel: el período de Saint Claude, el de catequista itinerante por la meseta de Hauteville, la primera organización de una comunidad en Belmont. Las Reglas de los Herma- nos de San José sufren dos influencias directas: la de los Hermanos de San José del Somme y la de San Benito. La primera condiciona, sobre todo, la fisonomía apostó- lica del Hermano (sus variadas tareas) y la segunda, tiene una influencia sobre la (59) Constitutions et règlements..., o.c., pp.5-6. (60) Positio, p. 158. (61) “En los cortos ratos de ocio, que por entonces le dejaban sus múltiples ocupaciones, reveía los Estatutos de S. Claudio y hacía las modificaciones que creía necesarias” (Frère Frédéric, p. 97). Este testimonio se refiere al período en que el H. Gabriel estaba en Hauteville, o sea en los años 1827-1829. 301
HNO. ENZO BIEMMI organización de la comunidad y sobre la concepción religiosa del Hermano. La re- ferencia a San Benito es explícita como lo dice el título del manuscrito: “bajo la re- gla de San Benito”. Pero ningún texto del fundador del monaquismo occidental es citado, lo que demuestra que el autor se refiere a la experiencia de los monjes, por intermedio del modelo de los Hermanos de San José de Amiens. Pero ¿cuál es en realidad la relación entre las constituciones de los Hermanos de San José y la regla del organizador del monaquismo occidental? La cuestión es de la mayor importancia: se trata de establecer si el “Hermano” concebido por Ga- briel, se inspira en el monje de vida contemplativa, o si uno se encuentra, por el contrario, en presencia de nueva forma de vida religiosa. La lectura de la regla de Gabriel muestra a primera vista varías analogías con la de Benito 62. En el monasterio de S. Benito, la autoridad suprema es la del Abad. Él nombra el prior y los decanos que dependen de él. El maestro de novicios se ocupa de la for- mación de los nuevos Hermanos, y el ecónomo de todas las necesidades materiales del monasterio. Para las decisiones importantes, toda la comunidad es convocada en consejo, aun los más jóvenes, porque “a menudo es a los más jóvenes a quien Dios revela lo que es mejor”. Para las decisiones menores, el Abad sólo consulta a los an- cianos. La última determinación le corresponde 63 a él. La organización jerárquica establecida para los Hermanos de S. José reproduce la de los monasterios. Después del obispo que cumple la función de máxima autori- dad, el primer superior de la comunidad es el Abad. El mantenimiento de la denomi- nación, demuestra la intención de Gabriel de seguir directamente a la experiencia benedictina. El Hermano director general reemplaza en todo momento en el ejerci- cio directo de la autoridad al P. Abad. Su tarea corresponde a la del Prior. Es él quien visita todas las casas y concede a los Hermanos los permisos. Es ayudado por un Asistente. Los superiores subalternos (decano en la regla de S. Benito) están previs- tos en la casa madre. Se encuentra luego el maestro de novicios, el ecónomo y el se- cretario. El consejo está formado por los superiores de las casas en número de seis. (62) Para la edición crítica de la Regla de S. Benito ver: BUTLER Cuthber, Sancti Benedicti Regu- la monachorum: Editio critico-practica, Herder, Fribourg-en-Brisgau 1935; HANSLIK R., “Benedicti Regula”, Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum, vol LXXV, Hoedler, Vie- na 1960. Para la traducción en francés nos referimos aquí a DUMAS Antonio: Des hommes en quête de Dieu. La Règle de Saint Benoît, Cerf, París 1967. (63) Regla de S. Benito, Cap. 3. 302
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Este concepto de organización refleja con evidencia la experiencia de Saint Claude 64. El deber principal del monje benedictino, “obrero de Dios”, es la oración el “opus Dei”. S. Benito dedica los capítulos 8-18 de su regla a establecer minuciosa- mente lo que es la Obra de Dios, que abarca las principales horas del día. En el ofi- cio de cada día se distingue: el oficio de la noche (vigilia 65), el oficio del día que consta de siete partes de la oración, llamadas horas diurnas (maitines 66, prima, ter- cia, sexta, nona, vísperas y completas). Gabriel empieza su capítulo sobre el oficio con unas palabras de exhortación: “Nada más agradable a Dios que la oración y más aún cuando ella está animada por la caridad. ¡Qué dicha para un religioso pensar que toda la congregación re- za por él, al mismo tiempo que él reza por los otros! Es entonces cuando Dios se deja hacer violencia y se oyen estas palabras en el fondo de su corazón: tu fe me ha vencido 67”. Los Hermanos están obligados a rezar todos los días el oficio en sus diferentes horas, o sea: Maitines, laudes, vísperas y completas y las pequeñas horas, que los Hermanos rezarán en comunidad y en la Iglesia antes de la misa 68. Al oficio se agrega el rosario y otras oraciones antes de la comida del mediodía. El monasterio, en su aislamiento geográfico y en la ruptura de toda relación con el exterior, hace visible la “huida del mundo”, punto esencial del monaquismo y condición primera para la realización de la unión íntima con Dios, a la que la so- ledad y el aislamiento tienen por fin. La idea de huida del mundo está subyacente en la concepción de vida religiosa de Gabriel. La casa-madre estará ubicada siempre que se pueda en un lugar solita- (64) Una de las causas del fracaso de Saint Claude, lo hemos visto, es el número excesivo de supe- riores: el obispo era el primer responsable, el P. Darbon, vicario general, era el padre espiri- tual, el P. Girod era el profesor de los Hnos., el Hno. Gabriel, director de la escuela. Los Estatutos de S. José simplificaron esta jerarquía, pero guarda la estructura general. La fun- ción de Gabriel parece ser aquí la de Hno. Director General. (65) Actualmente se llaman maitines. (66) Este oficio corresponde a lo que hoy llamamos “laudes”. (67) Regla de San José, cap. 9, p. 29. (68) Regla de San José, cap. 21, p. 47. 303
HNO. ENZO BIEMMI rio y el hábito religioso tiene la función de separar a los novicios de los postulantes y del mundo 69. La profesión religiosa es la muerte al mundo para siempre 70. Pero el acercamiento más significativo está en el carácter laico de las dos insti- tuciones. La Regla de S. Benito no admite sacerdotes, ni clérigos, sino excepcional- mente y con discreción; están sometidos a la disciplina común y no tienen ningún privilegio por su sacerdocio. Normalmente el monje no es sacerdote. Se desconoce si S. Benito lo fue. El Hno. Gabriel no menciona a los sacerdotes en su primera regla. Los Herma- nos son laicos que hacen profesión de pobreza, castidad y obediencia y estabilidad. Sólo el Abad es sacerdote, para su función de dirección espiritual de la comunidad: preside la culpa, oye las confesiones, da lecciones de teología y preside el retiro anual. La concepción de la vida religiosa, como huida del mundo y unión con Dios, la celebración del Oficio Divino como acto diario y prioritario, la organización jerár- quica y el carácter laico de los miembros, parecen ser los cuatro puntos que justifi- can el parecido de la institución de Hermanos de S. José y el monaquismo. Otros elementos secundarios completarían la analogía, sobre todo, la lectura durante las comidas, el ejercicio de la culpa, los recreos, algunos medios de disciplina, la insis- tencia en la humildad, como virtud fundamental. El Hermano de S. José no sería sino una manera particular de reeditar la forma tradicional de la vida religiosa so- bre las ruinas del fin del Antiguo Régimen y de la Revolución. ¿Pero se trata verdaderamente de una reedición?. La ruptura con el modelo monacal Hay que afirmar que, al mismo tiempo, el Hno. Gabriel vuelve sobre el modelo monacal pero también que se separa de él claramente, no sólo en la forma, sino en el fondo. Si tomamos en cuenta los puntos esenciales de acercamiento entre “hermano” y el monje, se percibe ante todo, que la función primordial del “opus Dei”, el oficio, está sensiblemente modificado. El oficio de la congregación es el de la Santísima Virgen, “el más sencillo de todas las congregaciones religiosas 71”. Maitines y laudes se rezan antes del mediodía, después las vísperas y las completas a las seis y cuarto. (69) Cap. 5, p. 17. (70) Cap. 7, p. 21. (71) Cap. 9, p. 32. 304
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Evidentemente las actividades de los Hermanos no permiten su rezo por la maña- na. La modificación más importante concierne a los Hermanos colocados en las pa- rroquias. “Durante el invierno, o sea, desde Todos los Santos hasta la Trinidad, todo el ofi- cio consistirá en decir Vísperas y Completas solamente, por las muchas ocupacio- nes de los Hermanos en este tiempo. Desde Trinidad hasta la fiesta de Todos los Santos, se rezará el oficio totalmente, estando los Hermanos menos ocupados du- rante el tiempo de los trabajos del campo 72”. Se ve bien que lo que en el monaquismo es lo primero “la obra de Dios”, aquí es lo segundo, dependiendo de las ocupaciones de los Hermanos. El modelo monacal se ve roto en un punto esencial. En cuanto a la formación de los Hermanos, está asegurada por dos factores principales: el año de noviciado y el retiro anual en la Casa Madre. “...aprender la teología en francés para ser capaces de dar bien el catecismo y no caer en ningún error; aprender la manera de darlo o enseñarlo bien; aprender los principios de gramática francesa, de geografía e historia, ejercitarse en el canto y en las ceremonias, adquirir los principios pedagógicos para dar bien la clase y para hacer que los alumnos que le son confiados aprovechen; aprender a vigilar a los niños en la escuela y en la iglesia; estas serán las enseñanzas que los novicios recibirán durante el año de noviciado 73”. La presencia de un pensionado en el no- viciado, será muy útil para la Casa Madre para enseñar a los jóvenes novicios el modo de dar bien una clase, bajo la mirada de un buen maestro 74”. En los dos textos citados el verbo “hacer” o “dar bien”(“faire” en el original) se repite cinco veces. La formación de los novicios, aunque esto pueda sorprender, está totalmente orientada hacia la futura tarea de maestro, cantor y sacristán. El tiempo dedicado por los monjes a la lectio divina (meditación asidua de la Palabra de Dios), es utiliza- (72) Cap. 9, p. 30. (73) Cap. 6, p. 20. (74) Cap. 24, p. 52. 305
HNO. ENZO BIEMMI do aquí para el aprendizaje de una profesión. La formación espiritual del novicio se da de manera sencilla: disciplina, oración y devociones diarias. El retiro anual, se- gundo gran medio de formación permanente, se reduce a “quince días solamente, por causa de las muchas ocupaciones de los Hermanos en las parroquias 75”. Aun para este segundo aspecto fundamental de la vida del Hermano, es su acti- vidad apostólica la que determina la dosis y la cualidad, no lo contrario. Si miramos la vida comunitaria que S. Benito considera como punto que dis- tingue la vida del cenobita de la del anocoreta 76, podemos señalar que sigue siendo una característica de la vida del Hermano. Pero la situación particular en que se encuentran los Hermanos en las parroquias, obliga todavía a modificar la fisono- mía. Los Hermanos están colocados solos o de a dos. Habitan en la casa del párroco, del que dependen directamente. Su aislamiento de la casa madre y de los otros Her- manos, obliga a establecer correcciones. La observancia de la misma regla es el pri- mer signo de la unidad. En cada cantón hay un Hermano Director que ejerce la autoridad sobre todos los Hermanos del cantón. Cada mes los reúne el jueves (día de vacación) para el ejercicio de la culpa, aprueba el reglamento diario, les da algu- nas lecciones para mejorar sus servicios 77. Se entrevé aquí el bosquejo de una ten- tativa de encuadramiento de los Hermanos. Esto no impide que para la mayor parte, vivan solos y no hagan una experiencia de vida comunitaria más que una so- la vez al mes y quince días en el año. Es un tercer punto vital, que ha tenido que ser modificado con respecto al modelo original de la vida religiosa. Se puede continuar el análisis sobre varios aspectos. Nos queda señalar aquí, por ejemplo, que el silencio y las lecturas durante las comidas se vuelve imposible, desde el momento que se come con el párroco y que las exigencias del trabajo en la iglesia o de las clases obligan a modificar el horario de la casa madre. El mismo concepto de “fuga mundi” es transformado de una noción material (geográfica y fí- sica) en una noción espiritual. El Hermano está en efecto sumergido en el mundo en contacto directo con personas de los dos sexos. Pero no debe confundirse con el (75) Cap. 22, p, 50. (76) S. Benito distingue cuatro clases de monjes: Los cenobitas (que viven en los monasterios bajo la autoridad del Abad), los anacoretas que viven en la soledad; los sarabaitas y los giróva- gos. “De la vida lamentable de toda esta gente [de las tres últimas], es mejor ni hablar, mejor callar. Dejémoslo aparte, y con la ayuda de Dios, organicemos la clase más fuerte, la de los cenobitas” (Règle de Saint Benoît, cap. 1, p, 40). (77) Cap. 22, p. 49; cap. 23, p. 51. 306
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX mundo. Para demostrar que no pertenece al mundo, sólo le queda una cosa: el hábi- to. El “santo hábito”, le dice que está muerto para el mundo, pero comprometido en su santificación. El autor de las Reglas de S. José convencido de su experiencia de Hermano “an- te litteram” en Belleydoux y en la diócesis de Saint Claude, no duda en intervenir sobre el modelo tradicional de vida religiosa y en reformularlo de acuerdo a los fi- nes que él se propone. El elemento determinante que interviene y provoca la redefi- nición del estatuto del Hermano es su tarea apostólica. Ser maestro, cantor, cate- quista y sacristán en las parroquias, junto al párroco, es su objetivo prioritario y más aún la razón misma de su existencia como Hermano: “Para cumplir con votos tan unánimes, va a fundarse la pequeña congregación de los Hermanos de S. José, bajo los auspicios de un prelado querido y venerado, que pone toda su dicha en hacer feliz a su clero, que mucho estima. Enseñar a los niños, hacer de ellos buenos cristianos, encargarse de la sacristía y de la limpieza del templo, enseñar el catecismo, encargarse de las conferencias familiares, de las ceremonias del culto: estos son los fines que se propone la Asociación 78”. La razón de la existencia de los Hermanos, no es ya, el “opus Dei”, sino una ta- rea apostólica. Esta se cumple por un cristiano que se inspira en el monje para rea- lizarla, un cristiano “que, desprendido de todo y suspirando como ellos por la gloria de Dios”, se encarga de una parte de la misión del sacerdote. No se puede decir que el papel social del Hermano sea el de llevar silenciosa- mente la presencia de Dios y la exigencia de su amor, de cantar sus alabanzas y de interceder por el mundo, como es la del monje benedictino. Si para este último nin- guna actividad puede definir su vocación, por ser hombre de oración que busca, ante todo, a Dios y porque su acción no es sino desborde aparente de su vida íntima de unión con Dios, para el Hermano ha de decirse, que es su acción apostólica la ra- zón de su existencia y la raíz última de su espiritualidad, si bien es verdad, que la fecundidad de su acción está íntimamente ligada a su relación con Dios. Es interesante señalar la solución original que Gabriel adopta para salvaguar- dar a la vez la exigencia apostólica y la inspiración contemplativa de su institución. (78) Cap. 1, pp. 9-10. 307
HNO. ENZO BIEMMI La casa madre está concebida como un monasterio de S. Benito, ya sea en su estruc- tura, ya sea en su organización interior. “La casa de noviciado se construirá, siempre que se pueda, en lugar apartado de todo poblado, para que el ruido no moleste a los novicios en sus estudios”. Todo esta previsto para que el novicio se forme como un monje, salvo en el contenido de sus estudios, que están totalmente orientados al ejercicio de sus fun- ciones. Al mismo tiempo el Hermano colocado en la parroquia experimenta un ré- gimen de vida muy distinto al de la casa madre, a pesar del esfuerzo por aplicar el mismo reglamento, el mismo horario, los mismos ejercicios de piedad. Los Hermanos permanecen en la casa madre un año, y allí vuelven quince días todos los años, a fin de “recuperar nuevas fuerzas para cumplir sus funciones y reno- varse en la perfección de su estado 79”. Se obtiene una fórmula que, en apariencia, no está desprovista de equilibrio. Los novicios y los superiores de la casa madre viven como monjes y los Hermanos en la parroquia como religiosos totalmente consa- grados a la penosa, pero honrosa función de maestros, catequistas, cantores y sa- cristanes, actividad que ocupa todo su tiempo y sus energías y que marca su espiritualidad. Las Reglas de S. José, sin ninguna preocupación jurídica, intervienen libremente sobre el modelo monacal, a tal punto que cambian los elementos vitales y dan origen a una forma de vida religiosa totalmente inédita. Gabriel, refiriendo explícitamente su regla a la de S. Benito, se inspira sin duda en el padre de los Benedictinos. Conoce su vida y la de otros santos monjes por la lectura asidua desde el período de Châtillon de Michaille. La organización binaria de los Hermanos de S. José (casa madre y comunidad dispersa) es la manera, por la que da forma institucional a la doble exigencia manifestada y ejercida en Belley- doux: una necesidad nunca satisfecha de vida activa y la nostalgia por la soledad y la vida contemplativa. Debemos entonces concluir que el Hno. Gabriel es heredero de S. Benito pero en forma indirecta. Se inspira en la interpretación y los ajustes hechos a lo largo de la historia en las diferentes formas de vida religiosa, y sobre todo en San Juan Bau- tista de la Salle y en los Hermanos de S. José del Somme. (79) Cap. 22, p. 50. 308
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX La admisión de sacerdotes y de dos categorías de Hermanos Las Constituciones de 1836 fueron redactadas por Gabriel, después que hubo, por su “repugnancia”, abandonado la idea de fusión con Colin 80. Se consagró a ello a partir de noviembre de 1835 y en octubre de 1836 podía entregarlas a su obispo. Estas constituciones estructuradas en 41 artículos no se apartan, en cuanto a la ins- piración fundamental y al concepto de Hermano, de las de S. José. Presentan, sin embargo, una estructura más sólida y un plan más racional, en la presentación de los diferentes temas. Denotan también una evolución sobre algunos puntos que conviene señalar. Los artículos I-III tratan del fin de la Sociedad, de su nombre y del culto a la Sagrada Familia. Encontramos aquí por primera vez, la aproximación implícita en- tre la Santísima Trinidad y la Sagrada Familia, muy querida después de este mo- mento por el Hno. Gabriel. Los Hermanos de San José que nunca existieron, cambian de nombre y se convierten en los Hermanos de la Sagrada Familia. El artículo IV consigna un segundo cambio: la extensión del fin de la congrega- ción. El objeto principal permanece, el “de ayudar a los señores curas del campo y de la ciudad como maestros en las escuelas parroquiales, como “Clercs”, catequistas, canto- res y sacristanes”. Pero el Instituto se interesa también en los enfermos de los hospi- tales, en los prisioneros y los huérfanos. El Hermano Gabriel emplea aquí la expresión: “toda clase de buenas obras” aparecida por primera vez, tímidamente en las Constituciones de S. Arthaud, y en el art. XXXVIII precisa: “... las Constituciones quieren que, sin pretender encerrar en la sociedad de la Sagrada Familia el fin de todas las otras sociedades, los asociados se dediquen a cualquier clase de buenas obras”. Desde 1836 el Hno. Gabriel tiene el sentimiento de que su institución, no es ya un proyec- to, sino una realidad y los pedidos de Hermanos que le llegan de varias parroquias, le permiten dilatar sus perspectivas, como lo dice él mismo a Mons. Devie en la sú- plica que acompaña al texto de las constituciones: “El plan de mi empresa es de lo más amplio, no hubiera estado en mí ponerle lí- mites, ya que siempre tuve un fuerte presentimiento de que estas ideas no eran mías, sino que venían de Dios, como quiero explicar a su Excelencia 81”. (80) Constitutions et règlements des frères dits de la Sainte-Famille, formés à Belmont, arrondisse- ment et diocèse de Belley(Ain), manuscrito, X+132+54, ASFB; impreso en Roma 1980, 180 pp. (81) Súplica a Mons. Devie, 12/10/1836. Constitutions de 1836, p. 10. 309
HNO. ENZO BIEMMI Los artículos V-VI, se refieren a los Hermanos colocados solos o varios. Los Her- manos “solitarios”, se hospedan en la casa parroquial, están bajo la vigilancia del párroco y dependen directamente de él. Reciben un pequeño salario ya sea del pá- rroco o de la alcaldía, según se trate de una escuela parroquial o municipal. Cuando son varios los Hermanos, viven en una casa proporcionada por el párroco o por la alcaldía. Encontramos aquí por primera vez, la distinción entre Hermanos docen- tes y Hermanos legos: “Los Hermanos docentes son los que a la vez están destinados a catequizar, ense- ñar y ayudar en la iglesia como “clercs”, cantores y sacristanes; los Hermanos le- gos son los que realizan los trabajos materiales de la casa del noviciado y en otros establecimientos de Hermanos docentes en las parroquias, en los pensionados de la Asociación, en los hospitales y en las cárceles... 82”. La diferencia de hábito entre las dos categorías de Hermanos 83, indica que hay una real distinción. Por primera vez se considera la admisión de sacerdotes. Se aceptan los sacer- dotes necesarios para la función de capellanes y de superiores. El artículo XXIX que está dedicado a ellos, determina al mismo tiempo, su sumisión a las reglas co- munes y las pequeñas distinciones de las que gozan. La formación de los novicios conserva el carácter funcional que se encuentra en la regla de S. José, pero la duración del noviciado se prolonga de un año a dos. Los asociados no pueden pronunciar los cuatro votos, sino después de tres años al menos de perseverancia en la Asociación (castidad, pobreza, obediencia y estabili- dad). Entre tanto se comprometen con promesas 84. La toma de hábito y el significado que este signo religioso tiene en la regla de 1836 es de una importancia muy particular. Los Hermanos y Padres visten el hábito clerical, menos el alzacuello, una cruz colgada al cuello con un cordón negro y un sombrero tricornio. En la iglesia llevan el roquete o el sobrepelliz. Los Hermanos le- gos no llevan más que una sotanilla, una cruz más pequeña que la de los Hermanos docentes y un sombrero redondo 85. Las constituciones de 1836 reflejan la influen- (82) Art. XVI, p. 37. (83) Art. XVII, p. 39. (84) Art. XXI. (85) Art. XVII. 310
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX cia directa de la estadía de Gabriel con el P. Bochard en Menestruel y con el P. Quer- bes en Vourles. La introducción de dos categorías de Hermanos (docentes y legos), la aceptación del sacerdote en la dirección del Instituto y los tres años de promesas que preceden a la profesión, como también ciertos detalles concernientes al hábito, están inspirados en la organización dada por el fundador de los “Clercs” de San Via- tor y por el fundador de los Hermanos de la Cruz de Jesús. La influencia de este últi- mo se ve sobre todo en la aparición de los textos de la regla de S. Benito. En efecto, Gabriel abandonando la mención explícita del fundador de los benedictinos, repro- duce largos párrafos, casi al pie de la letra. Sin embargo el P. Bochard no había com- puesto para sus Hermanos una regla particular, pero le había dado extractos de las reglas benedictinas. Es pues en Menestruel donde Gabriel, por primera vez, pudo leer y copiar este texto. Los artículos que se refieren al Capítulo, la obediencia, los superiores y la ad- misión de postulantes, reproducen los capítulos correspondientes de la regla de S. Benito. Como ejemplo, podemos comparar los dos textos respecto a la obediencia de los más jóvenes a los de más edad: “...los jóvenes obedecerán a los “Todos los jóvenes y los inferiores mayores, con toda caridad y aplica- honrarán particularmente a los aso- ción. [...] sus consejos y advertencias ciados mayores, y obedecían con toda caridad y diligencia; Sin embargo, si un Hermano es reprendido por el Abad o un superior si algún Hermano es amonestado cualquiera en cualquier circunstancia por uno mayor y éste nota que el es- y por un motivo aunque fuera míni- píritu del mayor está conmovido o mo, si nota por poco que fuere, que el irritado contra él, por poco que sea, se superior está enojado contra él o aun- postrará a sus pies para pedirle per- que fuere emocionado ligeramente, dón, hasta que la primera emoción sin dilación se postrará en tierra, a sus haya pasado, curada o apaciguada pies, para pedirle perdón, hasta que se por la bendición que recibirá” calme la emoción por la bendición” (Const. 1836, art. XXXIV, p. 59) (Regla de S. Benito, cap. 71) 311
HNO. ENZO BIEMMI Particularmente llamativa es la analogía del artículo XXVIII sobre los superio- res y el capítulo 2 de S. Benito sobre las cualidades del Abad. El Hno. Gabriel lo re- coge al pie de la letra: las mismas exhortaciones, las mismas citas bíblicas, el mismo orden de pensamientos. Llega sin advertirlo a llamar “Abbà” al superior. De S. Benito a Juan Bautista de La Salle El Guía de 1838, publicado en 1839, es la primera regla practicada por los Hermanos 86. Como hemos visto, el Guía está dividido en dos partes: los estatutos, que reflejan la intervención radical del P. Robert, y los reglamentos que son obra de Gabriel. Los cuatro reglamentos que siguen a los estatutos (Reglamento diario, Regla- mento para la dirección de la escuela de catequistas, de clérigos, de cantores y de sacristanes; Reglamento mensual y anual; Reglamento para la escuela parroquial de ...; Reglamentos particulares conteniendo las principales normas para los Her- manos), toman mucho del Directorio de los Clérigos de S. Viator. El reglamento dia- rio sigue, casi al pie de la letra, al del P. Querbes, excepto en algún detalle. El reglamento para la dirección de escuelas, es el mismo. Se observa una simplifica- ción hecha por Gabriel, donde se describe el orden de la enseñanza de las diferentes clases y algunos arreglos en lo que concierne al método de lectura, escritura y cál- culo y en la función de los colaboradores (monitores). La clase de Querbes aparece más organizada. En la sección consagrada a los deberes de los Hermanos catequistas, más senci- lla que la de Querbes, los libros aconsejados a los Hermanos son los mismos que los aconsejados por Querbes. La sección sobre Hermanos sacristanes, sigue al pie de la letra la parte correspondiente del Directorio de los Clercs de San Viator. En la cuar- ta parte, destinada al reglamento mensual y anual, Gabriel atribuye menos impor- tancia a las reuniones semanales (que para Querbes son esenciales) y mucho más al ejercicio de la culpa (no mencionado por Querbes). Es la parte más diferenciada. Pe- ro se vuelve a encontrar el retiro anual con todo su valor espiritual de formación, y la importancia de la dirección espiritual. El reglamento de la escuela parroquial es casi idéntico. (86) Guide des Frères de la Sainte-Famille, contenant les règles de conduite qui leur sont prescrites, et qui sont approuvées par Mgr l’Évêque de Belley, premier supérieur de l’Institut, Bottier, Bourg 1839, 99 pp. 312
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX La sexta parte, la que se refiere a los votos, los superiores e inferiores, es de Ga- briel y no aparece en Querbes. Pero lo que concierne a las relaciones con el Sr. Cura Párroco, los eclesiásticos y las normas de caridad y educación, está tomado del pá- rroco de Vourles. El penúltimo número (127) y las dos divisas: (Estado de gracia, hu- mildad, oración; Dios, mi regla, mi superior), es todo de Gabriel. Se puede decir que el Guía, toma abundantemente, en la forma y el contenido, del Directorio de Querbes. Es, en su mayor parte, copia. Pero se ve la mano de Ga- briel en la adaptación del método escolar, en ciertos ejercicios de la vida religiosa y comunitaria, sobre todo la culpa y la relación entre los Hermanos y superiores. El Hno. Gabriel aprovechó bien su estadía con el fundador de los Clercs de San Viator. Después del encuentro con el Directorio de Querbes, la concepción de Gabriel se aparta decididamente en cuanto al fondo y a la forma del modelo benedictino. La terminología del monasterio, así como la organización jerárquica de la comuni- dad, no recuerdan ya la de los monjes. Esto permite una organización más flexible y más apta para Hermanos comprometidos en la vida apostólica. Aquí entra el mo- delo de La Salle que, en adelante, toma el relevo, como lo demuestra la desaparición de toda mención de sacerdotes en el Instituto, que rencuentra su característica ex- clusivamente laica.... Pero este modelo ha tenido a su vez una reinterpretación substancial, adaptándolo al género de vida de los Hermanos solitarios, colocados en las parroquias, donde trabajan bajo la dirección de los curas en funciones más amplias que las de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Los Hermanos de S. José de Somme, y sobre todo el párroco de Vourles, son el puente de unión y también de separación entre Gabriel y Juan Bautista de La Salle. 313
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HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX La red de influencias Siguiendo las tres formulaciones de la regla de Gabriel, se ha visto claramente el tejido de influencias que recibe en la elaboración de sus Estatutos y Reglamentos. No teniendo la formación teológica y espiritual de otros fundadores sacerdotes, aprovecha ampliamente de sus experiencias, haciendo obra de eclecticismo, pero uniendo toda contribución externa a su concepción de Hermano. El telón de fondo está formado por la regla de S. Benito, a la que se refiere explícitamente en la Regla de Saint Claude y de la que toma varios párrafos en las Constituciones de 1836. La referencia al monaquismo occidental marca profundamente la concepción de Her- mano y la organización de la comunidad en que la vida sigue un ritmo marcado por los ejercicios de oración, a ejemplo de los monjes. El corto pasaje por los Her- manos de La Cruz de Jesús de Menestruel, le permite acercarse directamente a los textos de S. Benito y, al mismo tiempo, adaptarlos a una comunidad de vida activa, sobre todo en lo que se refiere a la organización de la comunidad y horarios. En Vourles, con el P. Querbes, Gabriel puede, por primera vez, acercarse a un Directorio de vida, es decir, un horario para la vida diaria y la formación de los Hermanos. Lo copia y pasa al Guía de 1838. Pero el directorio del P. Querbes no es, a su vez, sino una reelaboración y una adaptación de la “Conduite des Ecoles” de Juan Bautista de La Salle. Adaptación que se refiere, sobre todo, a la situación de los Her- manos “solitarios” y a la ampliación de su papel: maestros, sí, pero también cate- quistas, cantores y sacristanes. Juan Bautista de La Salle es la bisagra entre la vida religiosa codificada por S. Benito y la vivida por las congregaciones de Hermanos del siglo XIX. Gabriel accede a ella, en parte, directamente, pues conoce la “Condui- te” y la aconseja a sus Hermanos y, en parte, por medio del Directorio del párroco de Vourles que había hecho una buena adaptación para los Hermanos cercanos al tipo de “los de S. José”. No hay que olvidar, sin embargo, que todas estas influencias están filtradas por la sensibilidad de Gabriel. Éste tiene, en efecto, sólo un punto de referencia cons- tante, su experiencia de Belleydoux. En su parroquia natal, durante varios años, ha vivido como un Hermano, como un hombre consagrado totalmente a la tarea de maestro, cantor, catequista y sacristán. En Belleydoux ya se había operado para él, debido a sus frecuentes lecturas, el vínculo con la vida de los monjes, la reelabora- ción hecha por La Salle, la reinterpretación en función del servicio en una parro- quia de la Restauración. Los aportes directos e indirectos recibidos de los otros fundadores le ayudan a organizar esta experiencia y a codificarla para que sea ac- 315
HNO. ENZO BIEMMI cesible a otros. Sería equivocado históricamente considerar a Gabriel como a un in- novador; no es sino la expresión de un movimiento mucho más amplio. Sería, al mismo tiempo, injusto el reducir su mérito a un imitador pasivo de los modelos en circulación, reduciendo su mérito a una acción de reunir y mezclar diferentes ele- mentos tomados a otros fundadores. En relación a estos últimos tenía un plus, su- plementario: era un laico, y se había transformado, después de un largo aprendiza- je, en lo que quería que fuesen otros laicos. 3.2 La fisonomía del Hermano en los años 1840-1842 ¿Se puede llegar, con los medios que tenemos a nuestro alcance, a bosquejar un retrato de lo que era un Hermano en los años 1840-1842?. ¿Es posible llegar a una definición que nos permita formar una imagen ideal y real que cada Hermano inte- riorizaba durante su noviciado y se esforzaba por vivir en su vida diaria? El Hermano Gabriel nunca intentó dar una definición abstracta del Hermano, no era un teórico. Hay que buscar los trazos en los detalles concretos de su vida, se- guirle en sus jornadas, trabajo, sus prácticas de piedad. El Guía de 1838, con el apor- te filtrado del Directorio de Querbes, constituye el punto ideal de observación para un tal empeño. La correspondencia dirigida a Gabriel por los Hermanos colocados en las parroquias, demuestra, al mismo tiempo, la fidelidad a una tal imagen y el inevitable desajuste que siempre impone la práctica. La vida diaria del Hermano El reglamento diario y el reglamento anual y mensual del Guía de 1838, son una fuente de información sobre la vida diaria de los Hermanos regulada hasta en los menores detalles. Se puede seguir a un Hermano desde el levantarse al acostar- se, entrar en su clase, observar sus gestos en la sacristía y la iglesia, conocer todos los secretos de su obra como maestro, cantor y sacristán, entrar aun en su espíritu y descubrir lo que piensa, cómo reza, las virtudes que practica, los vicios y defectos que combate, los principios que regulan sus relaciones con los padres de alumnos, con el párroco y el alcalde, con las otras personas y con las “del otro sexo”. La jornada del Hermano El Hermano duerme alrededor de siete horas y media, ocho a lo más. Se levan- ta a las cinco en verano y a las cinco y media en invierno. Al levantarse, eleva su co- 316
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX razón hacia Jesús, María y José, sus protectores, hace la señal de la cruz y al arre- glar su cama piensa en el tema de su meditación. Va luego a la iglesia, enciende la lámpara del Santísimo, si está apagada, y hace la meditación en el lugar que ocupa ordinariamente, solo, en la iglesia vacía. Sus oraciones terminadas, adorna el altar, prepara todo para la misa, llena las vinajeras, despliega los ornamentos del color indicado para el día de la semana. Son las seis y media, y vuelve a su habitación donde lee un capítulo de la imitación de Cristo, prepara el catecismo y los deberes de ortografía y aritmética. Su desayuno consiste en una sopa y, si es necesario un poco de vino, pan y queso o fruta, lo toma a las siete. La misa es habitualmente a las siete y media; el Hermano se encuentra en la iglesia antes de la llegada de los niños que vigila durante el santo oficio invitándo- los al recogimiento y la oración. Terminada la misa, los lleva a la escuela en filas de a dos, en silencio y con los brazos cruzados. La clase de la mañana, anunciada por la campana, se abre a las ocho y termina a las once. Los alumnos van a su casa para almorzar y el Hermano puede permitirse una media hora de descanso antes de su examen particular y las oraciones de antes de la comida: las letanías de S. José y el Angelus, que toca a medio día; se cocina él mismo o se hace traer la comida por al- guien de la parroquia con quien se ha puesto de acuerdo. Tiene derecho a dos por- ciones y dos postres y un tercio de litro de vino. Si en la parroquia hay varios Hermanos leen por turno en la comida, como se hace en el noviciado. La clase de la tarde comienza a la una, se anuncia con el toque de campana. Se termina a las cua- tro en invierno y a las cinco en verano. Terminada la clase, se repite exactamente lo de la mañana, pero a la inversa. El Hermano va a la Iglesia, para la visita al Santísi- mo Sacramento, el rezo de vísperas y completas y el rosario; llena la lámpara del Santísimo, cierra la iglesia y se retira a su habitación donde lee un capítulo del Evangelio, prepara su cena y se dedica a otros trabajos manuales. La cena es a las siete y consiste en una sopa, un plato, dos postres y la misma cantidad de vino que en el almuerzo. Después de la cena el Hermano ordena sus notas de clase y los gas- tos de entradas y salidas; lee un capítulo del catecismo de Collot, el más usado en la Congregación, y se acuesta a las nueve en verano y a las nueve y media en invierno. 317
HNO. ENZO BIEMMI HORARIO DIARIO DEL HERMANO 5h. (5.30) Levantarse 6.00 Oración y meditación Preparación de la misa 6.30 En su habitación: lee la Imitación de Cristo Preparación de la clase 7.00 Santa misa 7.30 Desayuno 8.00 - 11.00 Clase de la mañana 11.00 Recreo Examen particular y oraciones; Ángelus 12.00 Comida 13.00 - 16.00 Clase de la tarde Recreo 16.00 Visita al Santísimo, Vísperas y Completas 16.30 Cierre de la Iglesia En su habitación: lectura del Evangelio 17.30 Preparación de la cena y trabajos manuales Cena 19.00 Ordena las notas de clase. Gastos, entradas y salidas... 19.30 Acostarse 21.00 (21.30) La jornada del Hermano se parece a una escultura griega: admirable en su ar- monía, en su equilibrio, en su sencillez. Los diferentes ejercicios de la mañana y de la tarde están ordenados con una simetría casi perfecta y los ejercicios de piedad regulan los movimientos y las horas, dándoles una secreta unidad. El día del Señor, domingo, comienza para el Hermano desde el sábado de tarde, cuando ordena los armarios de la sacristía, barre la iglesia y adorna el altar para el día siguiente. El domingo, una hora antes de la misa, reúne a los alumnos de la escuela. Reza con ellos la oración de la mañana, distribuye las recompensas, da los avisos que cree necesario. Acompaña a los niños a la iglesia, en filas de a dos, con los brazos 318
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX cruzados y en silencio. La tarde se desarrolla de la misma manera, para las Vísperas y el catecismo en la iglesia. A la salida de los oficios los niños salen de a dos para ir a su casa y no se separan, sino a 50 metros aproximadamente de la iglesia. Las funciones “sacerdotales” del Hermano Las funciones a las que se dedica el Hermano son las de maestro, clérigo, can- tor, sacristán y catequista. Estas funciones, en principio y de preferencia, son ejer- cidas por cada Hermano, pero en las parroquias donde haya varios, se las reparten entre ellos. Entremos en la clase de un Hermano.. Arriba de la puerta de entrada, escrito en grandes caracteres, se puede leer: “Escuela parroquial (o municipal) dirigida por los Hermanos de la Sagrada Familia”. En la sala de clase, todo, sean los objetos como los gestos nos recuerdan las características de un lugar sagrado. A la derecha de la puerta hay una pila de agua bendita. Los alumnos al entrar se descubren, toman agua bendita y hacen la señal de la cruz, saludando así la imagen de Cristo: saludan al maestro con una inclinación de cabeza y van a su banco en silencio. En frente, detrás de la tarima y del pupitre del maestro, la imagen de Cristo do- mina la pared del fondo, a su derecha la de la Virgen y a su izquierda la de S. José. S. Nicolás y el Ángel custodio, el uno frente al otro, están colocados en las paredes opuestas, en medio de la clase. La cátedra del maestro, sobre una tarima, tiene a cada lado un listón de apoyo y dos banquetas en la tarima para los monitores. Delante de la tarima hay reclina- torio que hace las veces de escritorio. La clase comienza con la oración de la maña- na que está en el catecismo, seguida por la que está en uso en el Instituto. Los niños se arrodillan, cruzan los brazos y fijan su mirada en la imagen de Cristo. Antes y después de cada lección, maestro y discípulos se recogen con una breve invocación. Cuando el reloj toca la hora, todo se interrumpe. Se trata de una cita espiritual esta- blecida entre los Hermanos de diferentes parroquias y sus alumnos: todos rezan el Ave María y la invocación a los Sgdos. Corazones de Jesús y María. De tarde está prevista una hora de catecismo todos los días. La clase se termina con la oración de la tarde, el Ángelus, el “Sub tuum” y algunos cánticos. El resto del tiempo se dedica a la lectura, la escritura y al cálculo y al aprendizaje, para los más adelantados, de nociones de historia, geografía y agrimensura. Las lecturas son siempre sobre te- mas religiosos, síntesis de historia sagrada o vida de santos. El método sugerido es el que se encuentra en la “Conduite des Écoles Chrétiennes” de La Salle, es decir el 319
HNO. ENZO BIEMMI método simultáneo 87, aunque en realidad se trata de un método mixto que integra ya ciertas dinámicas del método común 88. El ambiente que reina en clase es de silencio y recogimiento. El Hermano habla lo menos posible, como también los alumnos. Todo está reglamentado por el código de signos y gestos que ahorran “una multitud de palabras inútiles que crean un estado de disipación durante los trabajos de clase, dispersan la atención de los niños, daña la salud que debéis cuidar para poder hacer el bien durante el mayor tiempo posible y no convertirse en carga para la comunidad a una edad aún joven 89”. Dos aliados acompa- ñan al Hermano en esta empresa en que nada es dejado al azar: la campanilla y la señal de madera . Una campanilla anuncia los frecuentes momentos de la oración y la señal de madera 90, en uso en las congregaciones de Hermanos, ordena el ejer- cicio de la lectura, la escritura y el cálculo. Uno, dos, tres toques... y toda la clase, co- mo grupo bien entrenado, actúa como un solo hombre. Las recompensas y los castigos son señal del progreso y fallas de cada uno. De hecho es un gran rito que se desarrolla cada día en clase y los niños no han de notar gran cambio en sus frecuentes pasajes de la iglesia a la clase y de la clase a la iglesia. Aquí y allí, el silencio, el recogimiento, las oraciones y los gestos conoci- dos y repetidos, recuerdan que se está trabajando, de dos maneras diferentes, en la misma obra de salvación del alma y por la gloria de Dios. La segunda actividad importante del Hermano es la de “clerc”, cantor y sacris- tán. El Hermano cumple estas funciones, que le acercan al santo altar, en espíritu de religión, en silencio, con habilidad y limpieza. Cada vez que pasa delante del altar, y es a menudo, hace la genuflexión profun- da, diciendo interiormente una oración a Dios. Nada se omite para que la iglesia es- te limpia, los ornamentos bien doblados y arreglados, las campanas en condiciones, los restos de cera de las velas cuidadosamente recogidos en una caja destinada para ello. El conocimiento del canto llano (gregoriano) es una de las ca- racterísticas indispensables del buen Hermano de la Sagrada Familia. El Hermano (87) Art. 37, p. 39. (88) La descripción del mobiliario y, sobre todo, del desarrollo de la clase de los pequeños, dividi- da en cuatro secciones (Cf. art. 31, p.33) demuestra cómo el método mutuo, combatido por la Iglesia, ha sido en realidad integrado por los Hermanos y puesto en servicio del método si- multáneo. (89) Guide 1838, art. 38, p. 40. (90) “Chicharra” en lenguaje colegial y coloquial. 320
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX canta las misas solemnes de la semana, no con ostentación, “sino con humildad y de- voción”. Ensaya en los tiempos libres este importante ejercicio. En sus funciones de “clerc”, el Hermano es ayudado por algunos niños de su clase, particularmente dis- puestos y juiciosos: los acólitos y sobre todo los monaguillos, que prepara con es- mero para este ejercicio. Estos le pueden reemplazar durante la semana, cuando está ocupado en la clase. En todas estas funciones de la iglesia, el Hermano está re- vestido con un roquete o sobrepelliz. La tercera función, la de catequista, es la función más honrosa. El Hermano se prepara cada día por la lectura y estudio de los catecismos aconsejados 91, porque “Siempre hay cosas que aprender en el tema de la salvación; es un estudio de toda la vida 92”. Antes de empezar el estudio del catecismo, pide las luces del Espíritu Santo y, sobre todo, las virtudes de humildad y caridad. Hay que diferenciar el catecismo dado en la clase todos los días, del dado en la iglesia los domingos por la tarde. La sesión del catecismo se desarrolla siempre de la misma manera y de acuerdo a la costumbre establecida, que no ha cambiado desde la época de Belleydoux. El traba- jo en que el Hermano ha de distinguirse es en la preparación esmerada de la prime- ra comunión. Los niños son preparados cuidadosamente por un retiro de varios días. Nada se omite para que todo se haga con solemnidad y pompa; este día ha de grabarse en la memoria de los niños, y de los adultos, como un “recuerdo precioso y duradero 93”. Todas las funciones ejercidas por el Hermano, todas sus acciones, palabras y gestos, están marcadas, como hemos visto, por un carácter sagrado, casi sacerdotal. Hay una asombrosa unidad en la vida del Hermano y en sus diferentes funciones. No se pueden separar unas de otras, sin perder de vista su característica común. El Hermano es el hombre que en el ambiente sencillo de una pequeña parroquia dedi- ca su vida a la formación cristiana de los jóvenes y adultos, por medio de una estra- tegia convergente en la que los principales medios son la escuela parroquial, el catecismo y la liturgia. Encontramos en esta imagen del Hermano, presentada por el Guía de 1838, una asombrosa conformidad al tipo de Hermano interpretado por Gabriel en su parro- (91) Se trata del catecismo diocesano, el de Collot, de Bourges, de Couturier, de Constance, de los pueblos y del campo, los proyectos de instrucción familiar de Chambery, la explicación del ca- tecismo de Ginebra usada por la Iglesia de Francia y otros buenos libros (Art. 52, p. 49). (92) Art. 52, p. 49. (93) Art. 53, p. 51. 321
HNO. ENZO BIEMMI quia de Belleydoux primero y en sus primeras experiencias en la diócesis de Saint Claude y Belley. En contrapartida, hay que asombrarse de la insistencia con que Ga- briel vuelve sobre el hábito clerical que los Hermanos deben llevar siempre: como se lo recuerda a Mons. Devie; los Hermanos “están destinados al servicio de la iglesia como clercs” y son “como los sacerdotes, consagrados totalmente a Dios por los votos 94”. Están totalmente consagrados a Dios en funciones que son, a su manera, funciones “sacerdotales”. Aun la instrucción escolar que a los ojos del lector contemporáneo parecería la función más profana de las funciones es, en el s.XIX, una actividad eminentemente religiosa. Los tres medios de que el Hermano dispone para formar a sus alumnos en clase son: la oración, el buen ejemplo y la instrucción religiosa, que “pasa antes que todos los otros conocimientos 95”. Estamos en una concepción de escuela distinta a la contemporánea. La formación del Hermano El artículo VII de los Estatutos da una idea suscinta de la formación de los Her- manos en el noviciado: los Hermanos se forman “en las virtudes y en los conocimien- tos necesarios para desempeñar en el Instituto, las funciones para las que su superior los crea aptos”. Los reglamentos no agregan nada a esta información. Hay que creer pues, que para la formación primera, tenemos que atenernos a lo que dice la Regla de 1836. Se trata pues, de una formación con dos vertientes: moral y religiosa, por un lado, y profesional, por otro. La formación religiosa se da junto con los conoci- mientos principales de la Religión y por medio de la iniciación a las prácticas dia- rias de la oración, la frecuencia de los sacramentos, la práctica de la culpa y la dirección espiritual con el Superior. Se trata de una formación que tiene más ca- rácter de aprendizaje que de una reflexión intelectual: el Hermano se forma en la oración mediante la práctica de los ejercicios de piedad establecidos por la Regla. El mayor tiempo está dedicado a la formación profesional, es decir, a las funciones que el Hermano está llamado a desempeñar: la instrucción primaria, la catequesis, la animación litúrgica, el cuidado de la sacristía. La formación permanente del Hermano, está, a imagen de la inicial, basada en la fidelidad a las prácticas de piedad personales y comunitarias. (94) Carta a Mons. Devie, 01/11/1835, Lettres, vol. I, p. 17. (95) Art. 51, pp. 48-49. 322
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX La jornada del Hermano como se ha visto, está guiada por oraciones y prácti- cas religiosas. El oficio litúrgico de los Hermanos es el de la Virgen, al que se agre- gan las prácticas propias de la congregación, la meditación, la lectura diaria de la Imitación de Cristo y del Evangelio, el examen particular, las letanías de S. José, el rosario. En cuanto a la formación profesional, el Hermano lee, cada día, algún buen catecismo y en relación con la escuela, la “Conduite des écoles chrétiennes” de La Salle. Es una formación pobre y sencilla. La semana y el mes tienen sus actividades espirituales que enriquecen la piedad del Hermano. La culpa es el acto comunitario más importante: se hace todas las semanas, el viernes, con el viacrucis. Los Herma- nos comulgan todos los domingos y fiestas, y se confiesan cada quince días. Los Hermanos que están en las parroquias, visitan el jueves, día de asueto, a los Herma- nos vecinos “con el fin de mantener la unión, edificarse, instruirse y fortalecerse en la práctica de la Regla y animarse a cumplir cada día mejor con sus deberes 96”. Dos me- dios de formación permanente parecen tener, a los ojos de Gabriel, una importan- cia muy particular: la dirección espiritual y la reunión anual en la casa del novicia- do. La dirección espiritual practicada en el noviciado, se hace cada vez que se tiene la oportunidad de ver al Superior. A él solo, en efecto, todos los Hermanos abren su alma. Este ejercicio se parece mucho a la confesión. El Hermano confía al Superior, todo lo que se refiere a su vida espiritual, sus votos, sus defectos y virtudes, los éxi- tos y los fracasos en su vida profesional. El Superior está obligado al secreto abso- luto sobre estos encuentros. Si la dirección permite al Superior un control constante de la situación de los Hermanos y obliga a éstos a un continuo examen de conciencia, el encuentro anual es el segundo medio para crear y mantener en el Instituto una total conformidad y unidad. La fiesta de la Sagrada Familia, en el mes de setiembre, reúne a todos los Hermanos. Llegan a la Casa madre con sus libros de contabilidad, de estudio y de lectura espiritual, con las economías que deben verter en la caja del noviciado y sus cosas personales: documento de identidad, el certificado de capacidad, el certifica- do de buena conducta, firmado por el alcalde y una carta cerrada del párroco, dan- do cuenta del comportamiento del Hermano durante el año. Cada Hermano es invitado a pasar un mes en la casa de noviciado. Este mes está consagrado a perfec- cionarse en la enseñanza, a estudiar el método común para todas las escuelas los Hermanos, a estrechar lazos entre los miembros de la comunidad. El Retiro anual y (96) Art. 60, p. 56. 323
HNO. ENZO BIEMMI la emisión de votos terminan este mes de encuentro. Gestos y oraciones diarias, prácticas semanales y mensuales, la dirección con el Superior y este gran aconteci- miento que es el encuentro anual en la Casa madre: he aquí el cuadro sencillo y, a la vez, eficaz de la formación de los Hermanos. No se trata de una formación profun- da, se trata de una vida de sencillez, donde las prácticas sencillas y populares sos- tienen continuamente sus convicciones religiosas, mientras que la lectura de algún libro, el encuentro del jueves con los Hermanos vecinos, el mes de vacaciones y de estudios en la casa de noviciado, le aseguran los elementos esenciales para cumplir dignamente, en una pequeña parroquia de campaña, sus funciones de maestro, ca- tequista, “clerc”, cantor y sacristán. El estatuto canónico del Hermano Los Hermanos pronuncian votos temporales de castidad, pobreza y obediencia y de estabilidad, por tres años. Estos votos se renuevan todos los años al terminar el Retiro anual en la casa del noviciado. De aquí se sigue que los votos no expiran nunca y los Hermanos que quieran salir tienen aún “dos años para reflexionar y pre- venir la inconstancia 97”. El Hno. Gabriel llega pues, por consejo del P. Robert, a una solución que asegure la estabilidad de los Hermanos y la posibilidad de abandonar el Instituto sin tener que recurrir, cada vez, para la dispensa de votos, al Ordinario del lugar. Vemos la evolución de Gabriel. Las Reglas de S. José, preveían la profesión de los cuatro votos sin precisar duración. Las Constituciones de 1836, por influencia de los clérigos de S. Viator, elige la solución más flexible para las cuatro promesas, durante tres años después del noviciado. Este tiempo expirado, los Hermanos que han perseverado, son admitidos a pronunciar los cuatro votos que son simples e ili- mitados. El P. Robert lleva al Hno. Gabriel a una solución más jurídica, la de los vo- tos desde la primera profesión, guardando el carácter flexible, asegurado por los tres años y por la profesión anual. El Hno. Gabriel da sentido a esta renovación anual. Lejos de ser una señal de inestabilidad, viene a ser el medio de confirmar más la fidelidad a la vocación de Hermano: “... Amad [la vocación] de todo corazón, no penséis jamás en abandonarla cuando expiren vuestros votos, sino, daos nuevamente a Dios y a Vuestros Superiores, con alegría, amor y confianza, no esperéis tampoco a que vuestros votos hayan expirado, pa- ra renovar vuestro santo compromiso con Dios 98”. (97) Art. 95, p . 78. (98) Art. 112, p. 87. 324
HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Las relaciones con el clero El superior directo de los Hermanos colocados en la parroquia es el párroco. El Reglamento del Hno. Gabriel no temía insistir en este punto esencial. “Honraréis con respeto al Párroco de la parroquia donde estéis colocados, por su calidad de Sacerdote y Pastor; no olvidéis nunca que sois una oveja de su rebaño y que a pesar de que llevéis el hábito clerical, no os debéis igualar a él, pues le sois muy inferior por su carácter y su talento 99”. No se puede ser más claro: el hábito clerical del Hermano no significa que per- tenezca al orden eclesiástico. Lo lleva en razón de su profesión y sus funciones, pe- ro es inferior al sacerdote y le debe obediencia. La dependencia del Hermano se manifiesta en diversas situaciones. El Hermano debe rendir cuenta a su párroco de la clase y de su conducta. El párroco es su confesor ordinario, aunque cada tres me- ses puede acudir a un confesor extraordinario, autorizado por el Ordinario del lu- gar. Para el servicio de la iglesia, la dirección de los catecismos, el desarrollo de la preparación a la Primera comunión, el Hermano debe ponerse de acuerdo con el párroco. No puede despedir a un niño de la clase sin el consentimiento del párroco, ni admitir a uno que haya sido despedido. El Hermano debe ayudar a su párroco, evitar toda comparación con otros sacerdotes conocidos, no permitirse nunca una crítica, defenderlo cuando lo vea atacado y recibir con humildad y sumisión sus advertencias. Ya vimos que cada año el párroco envía una carta al superior en la que da su opinión sobre el comportamiento del Hermano. Cuando hay eclesiásticos en la casa parroquial y el Hermano es invitado a co- mer, debe callar y escuchar “con tranquilidad y sin mostrarse nunca malhumorado ni melancólico 100” en su conversación, no interviniendo si no es interrogado. Ha de de- jar la mesa antes de que los demás se levanten. Las medidas prácticas demuestran hasta que punto, el Hermano debe en su in- terior interpretar el sentido de la obediencia y del respeto hacia los sacerdotes, en cuyo servicio trabaja. Se trata de un punto sumamente delicado. La dependencia sin matices del Hermano elimina una importante fuente de conflictos. (99) Art. 114, p. 88. (100) Art. 120, p. 91. 325
HNO. ENZO BIEMMI Fisonomía humana y espiritual del Hermano El reglamento sobre los deberes sociales y de caridad completan las informa- ciones sobre la vida y las actitudes del Hermano. El Hermano que vive en la parroquia, vive “casi sin ruido” y como si no existie- ra 101. No se mezcla en los asuntos de los otros y vive retirado. Con la empleada del párroco se muestra atento y caritativo, pero menos familiar que con los demás. Es más tímido que atrevido y desconfía de su inclinación a hablar, la que puede haber contraído en clase, “donde se amonesta siempre y donde nadie le contradice 102”. Saluda a todos sin esperar devolución del saludo, sobre todo a los del pueblo, que son muy susceptibles y atentos a esta muestra de respeto. Se muestra amable sin bajeza ni imprudencia, ante el alcalde y los notables del lugar, ante los eclesiásticos que es- tán de paso y ante las autoridades universitarias que visitan la escuela. Mantiene buena relación con los padres de alumnos, a los que informa regularmente de los adelantos y las fallas de sus hijos. No tiene familiaridad con la gente y menos con los vecinos. Nunca se permitirá hablar a solas con las mujeres, a menos que sean su madre o su hermana. Las nueve virtudes que han de caracterizarle resumen bastante bien lo que de- be ser su retrato: sencillo, amante de la pobreza, humilde, bondadoso, paciente, ca- ritativo, confiado en la Providencia, modesto, obediente a los superiores, fiel cum- plidor de la regla. Este Hermano humilde y sumiso, ama con pasión su trabajo y vo- cación. El nombre que lleva, todo lo dice, y da razón de su ser, del estilo de su acción y la característica de su fisonomía espiritual. “Lleváis el dulce nombre de Hermano, no permitáis nunca que se os llame de otra manera, los nombres de las dignidades inspiran y obligan al respeto, pero éste, só- lo respira sencillez, bondad y caridad 103”. La vocación de Hermano, es sencilla, pobre, pero la ama de todo corazón. Ecos del medio ¿En qué termina este cuadro ideal trazado por el Hno. Gabriel en la vida real de los Hermanos en las parroquias? La correspondencia de los Hermanos con el Supe- (101) Art. 120, p. 90-91. (102) Art. 122, p. 92. (103) Art. 112, p. 87. 326
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