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Hno. Gabriel Taborin: El desafío de un religioso laico en el siglo XIX

Published by Hermanos de la Sagrada Familia, 2020-07-03 16:34:09

Description: Los Hermanos de la Sagrada Familia de lengua española, deseando contar con material de valor para mejor conocer al Vble. Hno. Gabriel Taborin, su Fundador, realizaron la traducción de esta tesis escrita en francés por el Hno. Enzo Biemmi, de la Provincia Madonna di Loreto (Italia).

La tesis fue presentada en la Universidad de París el 22 de junio de 1995 ante un tribunal formado por profesores de la Sorbona y del “Institut Catholique” de París, para la obtención del doctorado en Historia de las religiones (Antropología) y Teología. Ambas instituciones académicas dieron a la tesis la máxima calificación, lo que ofrece a este estudio una garantía científica de primer orden.

Agradecemos y felicittamo al Hno. Enzo Biemmi por el trabajo realizado.
Este libro, impreso en enero de 2019, es la segunda edición de la traducción al español (la primera data de 1998).

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HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX “Sus compañeros de infancia recordando la piedad que habían admirado antaño en él, los que fueron sus alumnos, recordando las santas enseñanzas que les dio con tanto celo; sus numerosos parientes, todos querían poderle expresar los lazos que le unían a él; los que nunca le habían visto... en fin, todos se precipitaban a su paso y difícilmente podía desprenderse de esta multitud, dichosa de verle”  83. Entre sus compañeros de infancia volvió a ver, no sin emoción, a Simón Pon- cet, que había sido uno de sus primeros Hermanos de San José en 1824. Y no volvió a Belley con las manos vacías, fue la ocasión para recoger los primeros novicios de Belleydoux, dos de los hijos de Simón. El hilo se reanudó. Este día sólo dejó en Gabriel un pesar y un sufrimiento: no pudo entregar a los primeros cofrades el manual de Santa Ana. La razón, una vez más, fue la oposición del obispado. 4.2 El Hno. Gabriel y el Apóstol San Pablo El manual estaba ya pronto mucho antes del 28 de julio 1862  84, pero no pudo aparecer por causa de la oposición del canónigo Magnin, capellán de la Casa Ma- dre, que rehusó su aprobación. Una semana antes de la inauguración de la cofra- día, Gabriel escribía al obispo, en viaje por las Landas, para confesarle toda su amargura. Estando muy apurado, Mons. de Langalerie no pudo leer el manual an- tes de su partida, pero encargó al canónigo Magnin dándole autorización de dispo- ner de su firma. Leídas las pruebas, el canónigo hizo observaciones a Gabriel referentes al capítulo que exponía los motivos de la creación de la cofradía y Ga- briel corrigió las pruebas. Pero acabado el libro, Magnin rehusó dar la aprobación, pidiendo a Gabriel la supresión del capítulo impugnado. Gabriel se sometió seña- lando un “malquerer”, que no se esperaba. El capítulo fue eliminado y reemplazado por otro, pero algunos días después de la inauguración el canónigo, decidió esperar la vuelta del Obispo  85. La fiesta se hizo pues sin el manual. (83) Éphémérides, ASFB., 25/07/1862. (84) Manuel des Confrérie de Sainte Anne, renfermant des pratiques de piété et tout ce qui con- cerne la Confrérie de Sainte Anne, mère de la très-sainte Vierge Imprenta Leguay, Belley 1863, reimpresión Turín 1992. (85) Gabriel a Mons. de Langalerie, 23/07/1862, Lettres, XVI, 104-106. 477

HNO. ENZO BIEMMI ¿Cuáles eran las razones de esta oposición tan encarnizada? No se trataba de elementos contrarios a la fe, a la doctrina o a las costumbres, sino simplemente de datos autobiográficos que Gabriel había creído útiles incluir para motivar la erec- ción de la cofradía. Abajo del manuscrito impugnado, el canónigo agregó esta nota para el Obispo: “Dirijo esta hoja a Monseñor para presentarle el capítulo que ha motivado, de mi parte, observaciones severas, pero que creo justas. Monseñor verá que hay ahí un sentimiento muy vivo y muy acentuado de personalidad; ¿qué hubiera pensado Su Excelencia si hubiera encontrado allí las enormidades que con mis observacio- nes hice suprimir, el párrafo donde el autor decía con jactancia, sobre toda medi- da, que su carrera estuvo llena de los mismos peligros por los que había pasado San Pablo?...etc”  86. ¿Cuáles eran las enormidades que hacían tropezar la sensibilidad del canóni- go?. Gabriel había redactado el capítulo con el título “Motivos que han determinado la erección de la Cofradía de Santa Ana”  87 en primera persona y empezaba recordan- do su infancia, su devoción a Santa Ana, el deseo de que la capilla se agrandara, la idea de la cofradía, su finalidad. A este respecto escribía: “Yo no he nacido en este siglo y el tiempo, que es gran maestro, me enseña que el mundo está lleno de afligidos y desgraciados de todo género... Para traer algún consuelo a estos males se ha erigido la Cofradía Santa Ana, pues su fin es el venir en ayuda a los cofrades en sus necesidades de alma y cuerpo por medio de la ora- ción, fuente de todo bien”. En las pruebas escritas, todo el párrafo en primera persona fue tachado por el canónigo Magnin y sobre todo el pasaje que hablaba de sus sufrimientos persona- les y de su apego a Belleydoux. (86) ASFB. “Chapelle Sainte Anne”. (87) Los ASFB. Guardan el primer manuscrito de este capítulo (ASFB., “Chapelle Sainte Anne”), las pruebas tachadas por el canónigo Magnin (ASFB., cartera “Écrits du fondateur, brouillons épreuves”) y el segundo manuscrito corregido y apostillado por el canónigo Magnin con la no- ta enviada al Obispo (ASFB., “Chapelle Sainte Anne”. Ver el texto íntegro del primer manus- crito, Anexo nº 25. 478

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX “Había que dar un manual a los Cofrades de Santa Ana; pero después de las ru- das fatigas de una vida laboriosa y llena de los mismos peligros que San Pablo probó, la ancianidad me ha llegado y encanecido mis cabellos, no me hubiera ocupado de este trabajo quizá. Sin embargo, habiéndome dejado los años sano de espíritu y con bastante fuerza... emprendí la composición del Manual de los Co- frades de Santa Ana”. El último párrafo se refería al afecto de Gabriel por su pueblo natal: “Siempre tuve amor a mi pueblo, también me encuentro a menudo con mis ama- dos compatriotas en el santuario íntimo de mis más caros recuerdos y de mis ora- ciones. Sería dichoso de haberlos provisto, como a los otros fieles, por medio de la cofradía de Santa Ana y del libro a ella referido, una oportunidad saludable de progresar en la vía del bien y de la virtud”. Desde Saint Barthélemy, donde se encontraba de viaje, Mons. de Langalerie es- cribía a Gabriel que el capítulo primero era muy personal, que en el manual dirigi- do a todos, había que evitar “estas aperturas de corazón de las que el Apóstol San Pablo ha dado a veces ejemplo, escribiendo a los fieles hablando de sí. Aún así, cómo se muestra reservado!, se diría contrariado de tener que ponerse en escena y lo hace cediendo a un imperioso deber”. La conclusión era una invitación a la humildad “Las obras durade- ras y que Dios bendice, todas han de participar en cierta manera de la parábola del grano de mostaza. Vayamos despacio, humilde y lentamente”  88. Algunos meses más tarde la invitación del Obispo se repetía: “Asegure su obra reemplazando el prefacio del manual por otra cosa donde usted no figure en forma personal y Santa Ana habrá triunfado en toda la línea”  89. Gabriel suprimió el capítulo y lo remplazó por otro y Santa Ana triunfó en toda la línea, así como Monseñor y su canónigo. Las reglas de humildad y del buen sentido eclesiástico habían prohibido, al ya viejo Hermano, a quien los cabellos grises y los frecuentes sufrimientos habían en- (88) Mons. de Langalerie al Hno. Gabriel, 29/07/1862, Correspondance passive, II, 149. (89) 06/12/1862, Correspondance passive, II, 151. 479

HNO. ENZO BIEMMI señado mucho, pero no todo aún, identificarse con San Pablo y dejar una señal pú- blica de su experiencia y de sus sentimientos personales. 4.3 Una escuela y Hermanos El año siguiente 1863, Gabriel puede nuevamente ir a Belleydoux para la fiesta de Santa Ana, acompañado por el Hno. Amadeo y dos vicarios generales de la dió- cesis, el P. Buyat y el P. Bertrand. Un alto en Châtillon de Michaille le permitió visi- tar los lugares de la escuela presbiteral donde había pasado tres años en vista del sacerdocio y que había abandonado contra el consejo de su párroco y de sus pa- dres. La fiesta de Santa Ana en Belleydoux fue celebrada con toda solemnidad y la acogida a Gabriel, entusiasta. Las misas, la bendición de la campana ofrecida por Gabriel y la procesión a la capilla de Santa Ana tuvieron la participación de una gran multitud y la cofradía aumentó con algunos cofrades a los que se dio el Ma- nual recientemente impreso. Un sólo pesar le dejó ese día a Gabriel: la falta de cui- dado con que las ceremonias fueron preparadas. El Hno. Amadeo dedica nueve páginas a las efemérides de esta visita  90, se detiene largamente, y no sin humor, a describir los pequeños incidentes que animaron la celebración. A las misas rezadas el sacristán no llegó sino cuando todo estaba hecho. “No se sabe dónde encontrar las cosas que se necesitan; se busca durante horas, to- do se pone de cualquier manera, arriba o abajo, y a menudo hay que prescindir de lo que se necesita, como en la misa solemne en la que el turiferario cumplió su función con su vestimenta de algodón azul con rayas blancas no teniendo ni so- tana, ni alba, ni roquete”. En la bendición de la campana y en el momento de la aspersión, se busca en vano un ramo de boj para hisopo y debe omitirse esa parte; el incensario sin carbón encendido rehusa producir un pequeño humo debajo de la campana que así se ve “totalmente privada de las nubes místicas que deben como embalsamarla y envolverla durante una parte de la ceremonia”. En el momento de la procesión los sacerdotes es- peran en vano a las jóvenes que llevan el pan bendito, los cirios y los globos de vi- (90) Éphémérides, 25/07/1863, ASFB. 480

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX drio cubriendo los floreros que han de adornar el altar, y deciden continuar la mi- sa. Pero un poco más tarde, he aquí que llega el cortejo, cuando ya la misa está bien avanzada. Toda la descripción tiende a demostrar la necesidad de un hombre que dirija las ceremonias, y esto estaba escrito con una finalidad bien precisa. En efec- to, la visita de Gabriel fue ocasión para volver a empezar y precisar, primero con el párroco y luego con el consejo municipal, la vuelta de los Hermanos a Belleydoux, después que fueron expulsados en 1855 a causa de la mala voluntad del Consejo Municipal, compuesto entonces por mayoría de izquierda. Después de la Cofradía, el segundo gran deseo de Gabriel era establecer en su pueblo una comunidad de Hermanos que dirigieran la escuela primaria de niños y que se ocupen de la sacristía y de la animación litúrgica. El primer obstáculo a sal- var en plena política gubernamental de laicización de la escuela primaria era el de obtener del prefecto el desplazamiento del maestro laico. Sólo un Consejo Munici- pal, por unanimidad, podría triunfar en esta empresa tanto más que el subprefecto era ferozmente contrario. Con todo, el Consejo Municipal, con gran sorpresa de Ga- briel, no demostró la prontitud que podía desearse y para la entrada de 1863 la es- cuela primaria de Belleydoux quedó en manos del maestro laico. En el mes de abril de 1864, el Consejo aprueba por unanimidad pedir al prefec- to Hermanos en lugar de maestros, y Gabriel se mostró inmediatamente dispuesto a enviar dos pero tres meses después sabe, por un Hermano marista que la autori- dad municipal de Belleydoux había efectivamente pedido Hermanos Maristas. Su reacción fue inmediata: “Esto me ha apenado mucho, escribía al párroco de Belleydoux, y me apenaría in- finitamente si la cosa fuera así. En este caso, le rogaría hacérmelo conocer amiga- blemente. Estoy entregado totalmente a mi pueblo, y no quisiera, se lo confieso francamente, que llamasen a otros Hermanos en lugar de los nuestros. Me senti- ría herido creyendo no haber desmerecido a los ojos de mis compatriotas que amo y a los cuales quisiera prestar los más grandes servicios”  91. El mensaje fue recibido y el Consejo pidió Hermanos de la Sagrada Familia y tres de ellos partían para Belleydoux el 25 de octubre. Eran los Hermanos Bernardo, maestro titular, Filiberto José, maestro adjunto, y Elías, cocinero. El municipio ha- (91) Gabriel al Párroco de Belleydoux, 12/07/1864, Lettres, XVIII, 67. 481

HNO. ENZO BIEMMI bía pedido dos, pero el Hno. Gabriel mando un tercero por su cuenta y para los otros dos, sólo pidió 1000 francos, tomando a su cargo también los gastos de mobi- liario. El que nunca había aceptado ninguna negociación en la contribución de los municipios a los Hermanos, se mostraba con su pueblo muy generoso  92. Escribien- do al alcalde le expresaba su proyecto: comprar un terreno, y construir en él una escuela con un pensionado para perpetuar así la presencia de los Hermanos y sus- traerla de todo acontecimiento contrario. El último regalo que hizo a su pueblo fue el darle como vicario el único Herma- no sacerdote del Instituto, el Hno. Nicolás Tardy, ordenado por Mons. Chalandon el año anterior. Mons. de Langalerie aceptó la proposición de Gabriel, tanto más que el párroco estaba enfermo y pedía un vicario  93. Así el 25 de octubre de 1864, un mes antes de su muerte, la nueva comunidad, compuesta de tres Hermanos y dirigida por un Hermano sacerdote estaba constituida. Los Hermanos eran los principales educadores de la juventud de Belleydoux y los animadores de la vida parroquial. “Deseo que sean su consuelo, que hagan el bien y vivan como buenos religiosos.... Estoy todavía muy enfermo.... En cuanto pueda hacer el viaje a Belleydoux allí me encaminaré hacia ese querido pueblo. Siento una necesidad grande de veros y entretenerme con vosotros”  94. Con “diligencia extrema” los tres últimos años de su vida Gabriel se vuelve ha- cia su pueblo natal. La cofradía establecida en honor de Santa Ana recuerda no so- lamente la fe de su familia natural y toda su infancia sino también su pertenencia a las dos cofradías del Santísimo y del Rosario que habían alimentado la práctica religiosa de su juventud. La escuela con el pensionado le unía de nuevo a su casa paterna de Gobet, donde durante ocho años fue el primer maestro del pueblo y donde acogía a los pensionistas venidos de los alrededores. Sus Hermanos, educa- dos por su gusto litúrgico, habrían cuidado la iglesia parroquial, animado el canto de los oficios, dirigido convenientemente las ceremonias, adornando el altar de la capilla de Santa Ana con las más bellas flores de las praderas que rodean el pueblo. ¿Y qué significado podría tener la presencia de un Hermano-sacerdote? ¿Era esa (92) Éphémérides, 25/10/1864. (93) El Hno. Nicolás Tardy está en Belleydoux desde el 11/10/1864, (Éphémérides 11/10/1864). (94) Gabriel al párroco de Belleydoux, 24/10/1864, Lettres, XVIII, 102. 482

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX presencia una especie de revancha tomada por una frustrada vocación al sacerdo- cio? ¿O implementó un medio para ocupar, sin crear conflictos, todo el espacio de animación, apostolado que puede ofrecer una parroquia del campo? ¿Esta voluntad de recordar la intuición de los orígenes, significaba la vuelta nostálgica hacia atrás de un hombre en dificultades con su historia? ¿O un salto hacia adelante para re- cordar que todo se había dicho, pero que todo quedaba por hacer?. 4.4 El balance El 20 de setiembre de 1864 los Hermanos, venidos de diferentes establecimien- tos, llenaban la casa madre para el retiro anual y para el último encuentro con su superior y fundador. Muy debilitado, rehusando consultar al médico, el Hno. Ga- briel abría la quinta sesión del Capítulo General. Varias veces repite a los miembros del Capítulo que es la última sesión que preside. Su exposición sobre el estado de la congregación toca los principales problemas a los que continúa enfrentando: el es- tado de prosperidad material de la Congregación, con la necesidad de que prospere también en lo espiritual; las dificultades que encuentra por parte de la administra- ción civil y universitaria, la imposibilidad de obtener un reconocimiento legal  95. El Capítulo, consciente de que la necesidad más urgente es la formación de los Her- manos. delibera que cada establecimiento esté provisto de los libros y obras nece- sarios para la instrucción de los Hermanos y que se tengan regularmente conferen- cias religiosas y pedagógicas en los establecimientos importantes donde puedan reunirse los Hermanos  96. El Retiro comienza el 24 de setiembre de tarde. El predicador P. Monin está im- pedido de predicarlo, por contratiempos de salud. Lo reemplaza el Hno. Gabriel, da las conferencias, escucha a los Hermanos en dirección. En su alocución después de la oración de la tarde “exhorta a los Hermanos a vivir en perfecta caridad, a contribuir a la felicidad unos de otros, en lugar de acusarse unos a otros y de herir el corazón del Su- perior por la desunión”. “Les dice que piensa no presidir el retiro el año próximo, pues ve que sus fuerzas disminuyen, pero desea que su sucesor los pueda felicitar por la unión que reina entre ellos”  97. En efecto, las entrevistas personales con los Hermanos, son el (95) Éphémérides, 23/09/1864. (96) Délibérations du Chapitre Général, ASFB. (Roma), sesión de 1864. (97) Éphémérides, 30/09/1864. 483

HNO. ENZO BIEMMI eco de las dificultades y los conflictos que se viven en las comunidades. El proble- ma de la desunión de los Hermanos que aparece raramente antes de 1863, se impo- ne en 1864. Su circular del 2 de julio del 1864 culmina con la invitación a la concordia y al espíritu de cuerpo y de familia, “que contribuye grandemente a la di- cha, prosperidad y a la fuerza de una corporación religiosa y aligera la carga del que Dios quiere como Superior”  98. La ceremonia de la partida de los Hermanos, le agotó. Fue obligado a interrum- pir la sesión en la que asignaba a los Hermanos su destino. Recibe a los Hermanos que desean hablarle, pero fue obligado a acostarse desde donde continúa ocupán- dose de la colocación de los Hermanos con sus asistentes. El 3 de octubre quiso salir para el retiro anual a Ntra. Sra. de Fourvière en Lyon, pero cuatro días después tuvo que regresar en un estado de extrema debili- dad. Los días siguientes señalan su declinación. Reducido a tomar sólo leche de bu- rra y agua, sus fuerzas disminuyen progresivamente. El 18 de noviembre recibe con mucha alegría los últimos sacramentos con la presencia de toda la comunidad. El 21 dicta su último testamento civil: deja todos los bienes de la Congregación al Vicario General de la diócesis, P. Buyat y al Hno. Amadeo  99. Este testamento es testigo silencioso de dos heridas siempre abiertas: imposibilidad de dejar sus bienes a la Congregación, que no goza de ningún reco- nocimiento legal del gobierno y, por lo tanto, de personalidad jurídica; su decisión de no hacer testamento en favor de Mons. de Langalerie, Obispo de Belley. A pesar del acercamiento que tuvo lugar el último año, la divergencia entre los dos seguía existiendo y él que había firmado siempre su testamento en favor del Obispo de la diócesis natal, prefería en el momento de su muerte, poner el futuro material de su obra en las manos de dos personas en las que tenía más confianza  100. (98) Circulaires, 446. Este texto sobre el espíritu de familia, muy hermoso, será una pieza miliar en la Congregación, a tal punto que, el “espíritu de familia” será en la tradición el rasgo caracte- rístico de la espiritualidad de los Hermanos. El Hno. Gabriel fue inspirado por una circular sobre el mismo tema del Superior General de los Hermanos de San Gabriel con el que estaba en contacto para una fusión de las dos Congregaciones (Gabriel al Superior General de los Hermanos de San Gabriel, 15/07/1864, Lettres, XVIII, 70). (99) Testamento de Gabriel Taborin, ante el Sr. Ecochard, notario de Belley, ASFB., “Documents portant la signature, IV”. (100) El Hno. Gabriel había tratado el año anterior, de nombrar heredero de todos sus bienes al Obispo de Aix en Provence, Mons. Chalandon, pero éste había rehusado aconsejándole la fu- sión con una congregación reconocida (Mons. Chalandon a Gabriel, 12/05/1864, Correspon- 484

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX El 22 de noviembre recibe la indulgencia in articulo mortis. “Está perfectamente resignado. Sólo manifiesta un pesar, el no haber podido ejecutar sus proyectos en Belley- doux, a saber: comprar una casa y establecer un pensionado, una calefacción para los do- mingos de invierno, la fundación de un puesto de vicario”  101. Sus últimas palabras son de satisfacción por la positiva solución de un último obstáculo con el Inspector de la Academia de Chambery. “El Hno. Raimundo ha arre- glado muy bien las cosas en Chambery; estoy muy satisfecho”  102. Muere a las 3 y 30 de la mañana, el 24 de noviembre, sin que los Hermanos que le asisten se den cuenta. Sus últimos días parecen hacerle vivir, en resumen, los problemas que a su partida quedan abiertos: su penúltima carta se refiere a otro escándalo provocado por un Hermano, acusado de atentado a la moral; su circular permite adivinar la desunión que existe entre sus Hermanos; el último Capítulo General es la oportuni- dad de medir su falta de formación; su testamento civil manifiesta la inexistencia legal de su congregación y la divergencia que le ha puesto en oposición al Obispo de la diócesis; su último pesar se refiere a la obra final e incompleta de Belleydoux, verdadero testamento no escrito; sus últimas palabras están consagradas a la opo- sición agotadora de la autoridad universitaria. Se diría un balance negativo, catastrófico. Y sin embargo, muere como Herma- no y en paz, poniendo su congregación en manos del que según su convicción, la más inquebrantable, se la había confiado y el único que la podía proteger. “Señor todopoderoso, Dios de Israel, escucha todavía la oración que te hago y de- seo hacer siempre por el querido Instituto a mí confiado y que pongo en tus ma- nos. Haz que sea obra tuya y no mía. Protégelo. Cuida de él en todo tiempo y lugar. No lo abandones al poder de sus enemigos...”  103. dance passive, II, 112; Gabriel a Mons. Chalandon, Lettres, XVII, 58). Después de la resisten- cia del Obispo, en quien tenía toda confianza, Gabriel se decidió nombrar heredero al Vica- rio General de Belley y a su Vice-Superior. (101) Éphémérides, 22/11/1864. (102) Éphémérides, Notes sur les derniers moments du R. F. Gabriel, por el Hno. Cirilo. (103) Testament spirituel de Gabriel Taborin, ASFB. y Circulares, 486. 485

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HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Conclusión EL DESAFÍO IMPOSIBLE SEGUIR A UN HOMBRE S eguir a un hombre a lo largo de su aventura humana es aprender a ver y a escuchar. Es, en cierta manera, volver a vivir, a dar sus primeros pasos, a balbucear sus primeras palabras. Seguir a un hombre renunciando a los es- quemas tranquilizadores de interpretación, es un ejercicio de ascesis que humilla y purifica. Nos educa para esperar mucho tiempo, para ser desmentido en el momen- to mismo en que creíamos haber comprendido, para contentarse con hipótesis, pa- ra constatar que una vida es más portadora de sentido que toda definición, para reconocer que toda interpretación no es sino una aproximación. Seguir a un hombre es un ejercicio de contemplación, donde se renuncia a “de- mostrar” y se contenta uno con “mostrar”. En una palabra, es aceptar a medirse con el misterio. Y, sin embargo, cuando uno se deja llevar de la mano y, no sin resistencia, se acepta la travesía, una nueva comprensión, poco a poco, se perfila. Las preocupa- ciones que habían impulsado la búsqueda se apaciguan, algunas interrogantes caen y nacen otras, los acontecimientos que ocupaban todo el espacio son traídos a su justa proporción y otros desconocidos o descuidados surgen con la fuerza de su significación. Esta travesía con el Hno. Gabriel Taborin ha sido orientada por una serie de preguntas  : ¿Por qué en un siglo que se ensalza el sacerdote, él elige la vida más hu- milde y menos conocida de simple “Hermano”? ¿Por qué quiere distanciarse del modelo de Hermano de Juan Bautista de la Salle, que goza de una larga experiencia y del reconocimiento de la Iglesia y del Estado? ¿Por qué colocándose en la línea de las nuevas congregaciones de Hermanos, todas casi parecidas, afirma que ninguna de entre ellas responde a lo que él busca para él y sus Hermanos? 487

HNO. ENZO BIEMMI En la búsqueda de los elementos de respuesta a esta cuestión, una constatación se impone: a lo largo de su itinerario este hombre ha estado sometido a una serie interminable de conflictos, de dificultades y oposiciones. Los protagonistas le han reprochado a menudo su falta de cultura, su determinación muy próxima a la ter- quedad, su mal carácter y su impetuosidad. Es cierto, él mismo reconocía sus ye- rros, sabía pedir perdón, pero se oponía siempre a toda tentativa de quien quisiera manipular sus proyectos, su conciencia y la voluntad de Dios; su obra no era suya, sino de Dios. Se decía: “dispuesto a soportar con la mayor resignación todos los contra- tiempos, pruebas y humillaciones por cumplir lo que el Señor parecía pedir al más débil y más indigno de su servidor”  1. Así el problema se ha desplazado del plano descriptivo al interpretativo, del ni- vel de los efectos al de las causas: en última instancia, ¿qué es un Hermano? No se trata propiamente de una cuestión intelectual, como si el problema fuera definir desde el punto de vista teológico o canónico el “status” del Hermano en “identidad” eclesial y social. Su cuestión nos lleva a los elementos de novedad y de perturba- ción que esta “Vocación” introduce en el cuadro de la cultura y de la Iglesia a las cuales pertenece. Un Hermano, ¿qué valor tiene? ¿Qué servicio puede ofrecer a la sociedad del si- glo XIX que toma distancia en relación a la cultura cristiana y a una Iglesia que to- ma distancia de la modernidad? A menudo, se ha opuesto al Hno. Gabriel, bajo la capa de un mal carácter y de su falta de habilidad en lo social y clerical, una resistencia pasiva y activa, por parte del Estado o de la Iglesia. Con todo, podemos preguntarnos si esto no viene, sobre todo del hecho de que lo que él vivía y defendía estaba más allá de una pequeña congregación de Hermanos y más allá de la reivindicación del derecho de servir a la Iglesia y a la Nación en las parroquias rurales como maestro, cantor, sacristán y catequista “Hermano”. (1) Hno. Gabriel a Mons. Devie, 12/10/1830, en Constitutions de 1836, 12. 488

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX HACERSE HERMANO El itinerario de Gabriel Taborin empieza en 1799, al término de la Revolución en un pequeño pueblo del Haut Bugey, al sur del Jura: Belleydoux. En el ambiente de reconstrucción que caracteriza este pueblo alejado, del Ain, Gabriel interpreta a su manera el papel heredado del antiguo Régimen, de “clerc” de la parroquia, a la vez maestro, catequista y sacristán. Dirigido al sacerdocio, se aparta de él después de leer la vida de santos monjes, y empieza a vivir una cierta vida religiosa laica y activa que le merece el título de “Hermano” por parte de los habitantes del pueblo. El “noviciado” de Belleydoux, en el interior de la estrategia pastoral de la Iglesia de la Restauración, se hace en condiciones favorables, casi idilícas. El cambio conti- nuo de sacerdotes, en una región considerada por el clero lyonés “la siberia de la Diócesis”, y la débil personalidad de los mismos, le permiten poner en obra y en ejercicio de manera muy activa sus condiciones y asegurarse así un lugar como protagonista en la parroquia. Pero por encima de las apariencias, la presión de mentalidades se instaura en dos direcciones. Sus hermanos y otros jóvenes “que no tienen los mismos sentimientos que él” le consideran ridículo por sus manifesta- ciones de piedad y porque parecía atribuirse el poder del ministerio del sacerdocio, prueba que la Revolución no ha pasado sin efectos por Belleydoux. Su madre, su pá- rroco y los que lo aprecian, le orientan hacia el sacerdocio en armonía con las nece- sidades de una diócesis que se moviliza por la restauración de un clero diezmado por la Revolución. Desde el principio, a pesar de la acogida favorable de que goza, la alternativa se le plantea: ser un laico que permanece en sus filas y que ejerce el papel de “clerc” a la manera tradicional de su padre o de su abuelo, o bien ser un sacerdote que emprende la carrera eclesiástica. Pero ¿cuál sería el sentido de esta actitud ex- traña en un laico que “echa por tierra el respeto humano”, asume tareas hasta en- tonces reservadas al sacerdote, se lanza como un misionero a la recristianización de su pueblo, transforma su habitación en capilla y se sumerge en la lectura de la vida de los santos y, aún llevando una vida muy activa, sueña con trapas y monjes? Dejando primero la escuela presbiterial en 1816 y luego su pueblo en 1824, con la pasajera intención de entrar en los Hermanos de la Escuelas Cristianas, Gabriel toma distancia en relación con la mentalidad de su entorno que quisiera atraerle a lo que ya es conocido y experimentado. Cortado el cordón umbilical, la experiencia de Gabriel se alarga desde 1824 a 1842 en círculos concéntricos cada vez más amplios: del plano parroquial, al nivel 489

HNO. ENZO BIEMMI diocesano y de éste a la Iglesia universal. Tomando distancia de lo que ya existe y por tanteos, que le valen conocer el gusto amargo del fracaso, busca dar un rostro al “Hermano” que ha experimentado y soñado en Belleydoux: será primero el Her- mano de San José de Saint Claude y luego el Hermano de la Sagrada Familia de Be- lley. En cada encrucijada, la alternativa inicial que tiende a distinguir netamente el laico del sacerdote, se presenta. a) En el ámbito parroquial sus relaciones con los párrocos con quienes los obispos de Saint Claude y de Belley le mandan para probarlo, se caracterizan por una serie de conflictos de un parecido llamativo. En Jeurre, en 1825, el P. Humbert después de una acogida cordial, denuncia una usurpación del campo clerical. Será alejado por el obispo a la parroquia de Courtefontaine, con la firme con- signa al nuevo párroco de “tratarle como simple Hermano” y obligado luego a la fusión con los Hermanos del P. Bochard. En Hautevillle (diócesis de Belley) cuatro años después, el incidente se repite. El párroco, que el primer año le da un certificado de buena conducta elogioso, al siguiente denuncia al rector y al obispo “sus manejos continuos, sus proyectos subversivos del orden actualmente es- tablecido en la educación de los dos sexos, su avidez y avaricia”. Su acusación, que parece al obispo “demasiado vaga, aunque fuerte” encubre la envidia de un pá- rroco hacia un laico demasiado activo, que no se queda, según él, en su sitio. Gabriel es llamado al orden por la autoridad diocesana e invitado a someterse totalmente. En Belmont en 1832, con el párroco Bosson, el conflicto llega a ex- tremas consecuencias; en la sacristía de la pequeña iglesia parroquial, antes de la misa, el párroco le obliga a quitarse su hábito religioso. El significado del gesto es evidente. Se trata, una vez, más de la relación entre el Hermano como Gabriel lo interpreta y el sacerdote, dentro de una parroquia en la primera mi- tad del siglo. Esta primera confrontación a escala parroquial conduce a Gabriel a un alto, fa- vorecido por el corte de la Revolución de Julio. Tres veces consecutivas el ca- mino le ha sido cortado y de los Hermanos de San José queda él solo. El cierre de su pensionado y la pausa obligada en el castillo de Champdor, donde desem- peña las funciones de administrador de los bienes del barón de Montillet, le presentan de nuevo la alternativa. Por un lado el barón le asegura un porvenir dichoso, una posición envidiable, por otro, la elección de la trapa parece, por un momento, una seguridad. En la soledad de la abadía de Hautecombe, donde 490

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX va en el verano 1832 para una semana de retiro, el P. Favre, sacerdote misionero de la diócesis de Chambery, le ayuda a evitar posibles huidas y a volver a su proyecto original. Gabriel sale así fortalecido de una prueba que toca las raíces mismas de su vo- cación. Esta encrucijada representa el fin de los Hermanos de San José y el principio de los Hermanos de la Sagrada Familia. b) A partir de este momento, la confrontación se traslada del ámbito parroquial al diocesano. Dos obispos, Mons. Devie y Mons. Billiet, entablan diálogo con la nueva institución, un diálogo caracterizado por la confianza y, al mismo tiem- po, por la voluntad de control. Gabriel no olvidará nunca las palabras de aliento de Mons. Devie en su primer encuentro del 27 de febrero de 1827. La actitud del prelado respecto a él, está dictada, de una parte, por la sabiduría de un hombre que reconoce la validez de la Institución, que responde a las necesidades pastorales de una diócesis que acaba de constituirse. Obedece, por otra parte, al deseo de mantener sobre los Hermanos de la Sagrada Familia, la misma autoridad que ejerce sobre las nu- merosas congregaciones religiosas femeninas de su diócesis según el galicanis- mo moderado. Las dos tentativas de 1834 y 1835 de imponer a Gabriel la fusión con los “Clercs” de San Viator y con la Sociedad de María de Colin muestra la intención inicial de no dejar en las manos de Gabriel la dirección de sus Her- manos. El nombramiento en 1835 del joven canónigo Robert, como padre espi- ritual de la comunidad, cargo que este último interpreta a la manera de un Superior autoritario y altanero, asegura el control constante del obispo. Sólo a partir de 1838, Gabriel parece haber ganado la confianza de un obispo; la emi- sión de votos del Hermano, la apertura de las primeras comunidades, su nom- bramiento por Mons. Devie como Superior General, la aprobación del Guía de los Hermanos y, sobre todo, el traslado de la Casa Madre, en 1840, del pequeño pueblo de Belmont a la ciudad episcopal, señalan la salida definitiva de la clan- destinidad de la institución de Gabriel y el primer reconocimiento a nivel dio- cesano. Sucede lo mismo en la diócesis de Chambery, donde Mons. Billiet, cuidadoso de la educación cristiana de la juventud, abre las puertas de sus pa- rroquias a las comunidades de los Hermanos aceptando los inconvenientes de los jóvenes Hermanos no formados y sin experiencia. Pero la querella del hábi- to demuestra que el problema de los Hermanos está planteada, de ahora en 491

HNO. ENZO BIEMMI adelante, sobre el plano diocesano. Los susceptibles canónigos de la catedral de Belley, el clero más influyente, como las autoridades diocesanas de Lyon, recha- zan la sotana clerical para los Hermanos y piden la adopción de la esclavina para no confundir a un Hermano con el sacerdote. La adopción del alzacuello azul en 1842 será sólo un compromiso a medio camino entre la obstinación de Gabriel y la rigidez del clero. c) En 1841 el círculo se amplía. Para dar estabilidad a su Congregación, Gabriel fuerza a Mons. Devie y con la complicidad de Mons. Billiet, obtiene la autoriza- ción de un viaje a Roma. Contra toda esperanza, el proyecto de Gabriel triunfa. El Papa aprueba su Congregación, pero la Congregación de los Obispos y Regu- lares, rechaza bajo la presión de algunos Obispos franceses, la aprobación de las Reglas. Las razones, una vez más, interfieren las relaciones del Hermano con el sacerdote. Por círculos concéntricos, el problema para Gabriel se amplía del plano parro- quial a la Iglesia universal. Ya sea en el cuadro familiar y pueblerino de Belley- doux, ya sea en las parroquias de Jeurre, Hauteville y Belmont, en las diócesis de Belley, Chambery y Lyon, o en Roma, una misma lógica de búsqueda y de configuración lleva a reducir nuevamente al Hno. Gabriel y a su institución na- ciente a lo que ya estaba establecido y experimentado. La alternativa entre el sacerdote y el laico en el que su familia, su párroco y la mentalidad de su pue- blo le habían colocado en su primera juventud, viene a ser, con el andar del ca- mino, la pretensión de reducir al Hermano a “auxiliar del párroco”, sometido totalmente a su autoridad y sin posibilidad real de acción autónoma, a “ayuda del clero, gobernado por él y bien distinto de él por su hábito y sus funciones”. Se comprende que la proposición que le hacen en Roma de ordenarle sacerdo- te, allanaría las dificultades, porque confiaría una congregación de Hermanos, en manos de un eclesiástico. 492

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX ENTRE NECESIDAD Y NOVEDAD ¿De dónde viene esta aparente contradicción entre acogida y miedo, respecto del joven religioso laico? ¿Es posible establecer los motivos de la tensión existente entre la oferta de Gabriel y la demanda de su medio? Lo que explica, en la primera parte del siglo, la acogida favorable prodigada a los Hermanos son las necesidades sociales a las que esta vocación responde. Los Consejos Generales piden confiar la escuela primaria a los Hermanos para que ellos inspiren a los niños “el espíritu de la religión, de la patria, de la familia”. Las leyes escolares de 1816, de 1824 y de 1833 (ley Guizot) responden a esta espera, con- fiando a la Iglesia, con una dosificación de influencia alternada, la instrucción primaria. Los Hermanos en nombre de Dios, aseguran la obediencia a la autori- dad establecida, tanto civil como religiosa, la practican ellos mismos por un voto de obediencia y económicamente son ventajosos, en cuanto son célibes y frugales. La Iglesia, a su vez, pide Hermanos que reemplacen en sus parroquias a estos ma- estros de ocasión que con una o dos plumas en su sombrero, venden su servicio y lo cumplen sin amor y, a menudo, sin moral. Los Hermanos, están animados por motivaciones religiosas y cumplen sus funciones como vocación. Los Hermanos son hombres útiles a la Iglesia y a la sociedad y, en este sentido, pedidos y sosteni- dos. Gabriel entra en este movimiento, en continuidad y evolución, respecto a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Forma parte del grupo de nuevas Congrega- ciones de Hermanos que adaptan la intuición de La Salle a las exigencias de las pe- queñas parroquias del campo de Francia del siglo XIX. Fortalecido con su experien- cia de Belleydoux, no se contenta con que sus Hermanos sean maestros, los quiere animadores de las parroquias, protagonistas en la instrucción primaria, la cateque- sis, la liturgia. Permite además que puedan estar solos, bajo la dependencia del pá- rroco, lo que está prohibido a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En el fondo de esta respuesta a las necesidades de la época, respuesta que goza del consenso unánime ¿dónde situar la novedad que escapa al control de quien lo ha pedido y que en cierto modo va más allá de lo esperado? Depende de la concep- ción profunda del Hermano y de la nueva lógica que supone en el seno de la Iglesia y de la sociedad. Para comprender esta concepción se puede recomponer el mapa de represen- tación de la vida del Hermano según Gabriel, partiendo de la relación que él esta- 493

HNO. ENZO BIEMMI blece entre ésta y las otras formas de vida cristiana: la del simple laico, la del mon- je, la del sacerdote. La vida del Hermano se distingue, ante todo, de la de un simple laico: “Vuestra obligaciones son más grandes, vuestra vocación más sublime, vuestra misión más santa que la del simple cristiano”, escribe a sus Hermanos  2. “El estado religioso, sin duda el más santo y perfecto, es también el más feliz... En él, como dice San Bernardo, el hombre cae más raramente en el pecado, se levanta más pronto, tiene menos ocasiones de pecado, vive más feliz y muere más conten- to”  3. La “huida del mundo”, heredada de la tradición monástica, parece ser el termó- metro de su concepto de perfección. Dentro del estado religioso, el estado de los monjes es, pues, el más perfecto, porque es el más alejado del mundo; el estado del Hermano expuesto al riesgo de la vida activa, es menos perfecto. “...Vosotros habéis escogido la mejor parte, escribe al fin de su vida a un trapense. Envidio (lo digo con toda sinceridad) la dicha de los trapenses. Ellos ruegan en la santa montaña donde viven al abrigo de las seducciones y escándalos del mundo mientras nosotros, pobres Hermanos de la Sagrada Familia, combatimos en el llano, donde estamos rodeados de enemigos que a cada instante pueden dar muerte a nuestra alma”  4. El Hno. Gabriel permite a los Hermanos dejar la Congregación para entrar en la Trapa porque ella es “una comunidad más perfecta que la nuestra”  5 desaconseja a los que quieren pasar de la Trapa a su comunidad de Hermanos porque “es siempre peligroso dejar un estado más perfecto para abrazar otro menos perfecto”  6. Por la mis- (2) 22/08/1846, Circulaires, p. 22. Cf. también Circulaires, p. 300 y 336. (3) Hermano Gabriel al Hermano Adolfo, 27/09//1856, Lettres, XIX, 94. (4) Hermano Gabriel al P. Bruno. Monasterio de N. Sra. del Dombes, 11/07/1864, Lettres, XVIII, 56-66. Ver también: Circular a los Hermanos 01/08/1860, Circulaires, 347-348. (5) Gabriel al Sr. Ces (ex Hermano Mario-Félix), monasterio de los Bernardos en Senanque (Vaucluse), 06/10/1859, Lettres, XIII, 106. (6) Gabriel al P. Garnier, Gran Cartuja (Isére) 09/08/1844, Lettres, III, 151; ver también: Gabriel al Hermano Mario, 23/02/1860, Lettres, XIV, 40; “Está en una Orden respetable y mucho más perfecta que la nuestra”. 494

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX ma razón se opone a que los Hermanos entren en otra congregación de Hermanos docentes porque “no están en un estado más perfecto que el nuestro”  7. En cuanto a la relación del Hermano con el sacerdote en el interior de la ecle- siología del siglo XIX centrada en la distinción clérigo-laico y en la superioridad de las primeros sobre los segundos, Gabriel señala una distinción curiosa. Hay entre el sacerdote y el Hermano una superioridad de “rango” y una superioridad de “perfec- ción”. El rango de los “ungidos del Señor” es ciertamente superior al de los Herma- nos. Gabriel comparte en este punto, la opinión de su siglo. El carácter sacerdotal “eleva por encima de los reyes y de los ángeles a los que están revestidos de él”  8 y pide respeto y obediencia, lo que él practica constantemente y pide a los Hermanos. Pero si la mirada se desplaza de la jerarquía social y eclesiástica a las exigen- cias del evangelio, las posiciones parecen invertirse. El Hno. Amadeo se hace intérprete del pensamiento de su Superior, cuando es- cribe a un párroco que trata de desviar al Hno. Fernando de su vocación religiosa orientándolo al sacerdocio: “Ud. dice, Sr. Cura, que no es sino pasar de un estado perfecto a otro más perfecto; no es el parecer del Autor de la Perfección Cristiana, que dice que el religioso está, como el Obispo, en un estado de perfección, no así el simple sacerdote  9. Está claro que son religiosos quienes observan la condición puesta por N.S. para ser perfec- tos: Si quiere ser perfecto, vende todo lo que tienes... y sígueme”  10. Para el Hno. Gabriel la Superioridad de “rango” se funda en el sacramento del Orden que coloca al sacerdote en un escalón superior en la jerarquía de la Iglesia. La superioridad de “perfección” se funda en el evangelio y sus exigencias. Los votos de pobreza, castidad y obediencia, así como la vida común colocan a los Hermanos (7) Gabriel a Mons. Billiet, 26/09/1860, Lettres, XIV, 133. (8) Carta de Gabriel por la muerte del Hermano Mauricio Beaudé, Biographie des Frères Dé- funts, 1. (9) El Hermano Amadeo se refiere aquí a la obra del jesuita RODRÍGUEZ Alfonso, Pratique de la perfection chrétienne, 4 tomos, traducido al francés por el P. Reguier des Marais, de la Academia francesa, Périsse, Lyon 1824. “L’état de la vie religieuse et l’état de l’épiscopat sont deux états de perfection...” (vol. 4, p. 136). (10) Hermano Amadeo al párroco de la Grotte, 08/10/1856, Lettres, VIII, 119. 495

HNO. ENZO BIEMMI en una condición que asegura más su salvación: porque ella está fundada en la imi- tación de Cristo. “Es un camino que Dios, en su infinita bondad, nos ha trazado para conducirnos con más seguridad y más fácilmente a él...”  11. Bien que una tal teología de los ministerios, presta el flanco a varias críticas, a los ojos de la teología actual, contiene en germen una intuición que pone en discu- sión la idea que la Iglesia del XIX tiene de sí misma, porque invoca la fidelidad del Evangelio como criterio de todo ministerio. Comparando la vida religiosa con la militar, Gabriel escribe: “Para nosotros, como soldados del divino Salvador, y, sobre todo, como religiosos, nuestra santa profesión se opone, queridos Hermanos, a que deseemos y busque- mos los grados: nuestra única ambición es la de descollar en virtud, sobre todo, en humildad, caridad, obediencia y en celo por el bien... Nuestra condecoración es la cruz bendita que fue colocada en nuestro pecho el día que nos consagramos al Dios en el santo estado religioso. Esta cruz es también el arma con la que nos de- fendemos, pues es por la cruz que Jesucristo venció al mundo”  12. Si dejamos el análisis comparativo entre su idea de Hermano y las otras for- mas de vida cristiana y discernimos lo que es un Hermano en sí, según Gabriel, nos damos cuenta que su interpretación de la vida del Hermano, tal como la vivió, más que teorizarla, trata de componer y armonizar las principales aspiraciones y con- tradicciones religiosas del siglo XIX: voluntad de restaurar la vida monástica, preo- cupación pastoral, exigencias de laicidad, exaltación clerical. La tentación de la Trapa le acecha durante toda su vida. Se podría decir de él lo que el clero de Sant Claude decía de su amigo, el P. Roland, antiguo párroco de Courtefontaine “hubiera podido ser un excelente monje”. Las lecturas de la vida de los santos monjes, las visitas regulares a todas las Trapas de la región, la compra de Tamié contra la opinión de sus Hermanos, su sueño de terminar su vida en la sole- (11) 24/06/1859, Circulaires, p 300. (12) 15/08/1853, Circulaires, 172. 496

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX dad, demuestran una nostalgia, nunca colmada, por este género de vida que el siglo XIX había sabido restaurar. Y sin embargo, si hay un hombre activo y apasionado por la instrucción de la juventud, la catequesis, la reconstrucción y el adorno de las iglesias destruidas por la Revolución, es el Hno. Gabriel. La Congregación que funda, nada tiene de vida contemplativa, salvo la casa de noviciado, que reproduce por un año en la vida y por un mes al año, el ambiente de la Trapa mitigada. Sus Hermanos viven y traba- jan en las parroquias, solos o en comunidad, sometidos a las exigencias de la vida activa que rompe la lógica de la vida monástica con sus reglas y ritos. Esta primera tensión entre vida contemplativa y vida activa, está acompañada de una segunda, entre vida laica y admiración clerical. Nacido en un pueblo y en una familia que opone una fuerte resistencia a los principios revolucionarios y que valora a los laicos por el ejercicio de las funciones tradicionalmente reservadas a los sacerdotes (como la organización de la vida pa- rroquial, la preparación para recibir los sacramentos, la celebración de “misas blancas”), el Hno. Gabriel es un hombre profundamente laico, es decir, un cristiano que asume hasta el fin las exigencias de su bautismo. Y sin embargo, no se puede negar que este laico religioso, siente veneración y atracción hacia el estado clerical. Lo que escribe después de la muerte de uno de sus primeros Hermanos, el Hno. Mauricio Beaudé, parece su mismo retrato: “Sus dignos padres le destinaban al estado eclesiástico y podría haber llegado a serlo, pues tenía las cualidades que exige el santo ministerio, pero temía la res- ponsabilidad y se creía indigno del sacerdocio, que eleva por encima de los reyes y de los ángeles a quienes están investidos de él. Dios tenía otros designios, le llama- ba a una especie de sacerdocio menos elevado y menos temible. Efectivamente, después de madura reflexión sobre su vocación y sobre la vida de las cosas de este mundo, creyó que Dios le quería en el estado religioso y toma la decisión de abra- zarlo...”  13. Esta especie de veneración que rodeaba al sacerdote en la mentalidad del siglo XIX, el énfasis con el que la espiritualidad de la época describía su responsabilidad, (13) Carta del hermano Gabriel en la muerte del hermano Mauricio Beaudé, Biographie des Frè- res Défunts, 1. 497

HNO. ENZO BIEMMI los recuerdos del coraje que los sacerdotes misioneros habían demostrado durante la Revolución, provocaban en él, por un lado, la atracción por este estado, y por otro, el miedo de no estar a la altura de él. Si uno se atiene a sus afirmaciones explí- citas, habría que deducir que su elección de vida religiosa laica, no es sino su replie- gue frente a una carga considerada demasiada pesada para sus espaldas. “Pero por el consejo de ser sacerdote, mi edad, mi salud, mis pocos talentos y virtudes me hacen creer que sería temerario por mi parte, intentar llegar al sacerdocio”  14, escri- bía al Arzobispo que le había propuesto de conferirle las órdenes, sin otros estudios que las clases de latín de un año, siendo aún adolescente en Châtillon de Michaille. Pero ¿cómo conciliar estas afirmaciones con el valor que demuestra en todas las circunstancias, la relación de igual a igual que entabla con los numerosos pá- rrocos que le piden Hermanos, la energía con la que defiende su institución ante los obispos de Francia y de los Cardenales de la Congregación de Roma? Su vida, más que sus palabras, demuestra que su elección de vida religiosa bajo la forma lai- ca, tiene razones positivas que van más allá de las razones negativas junto con la idea que tenía del sacerdocio y de su falta de formación. El Hno. Gabriel fue esencialmente un laico, es decir, un hombre que surge de una experiencia cristiana laica. Su vida cristiana laica, hunde sus raíces en la expe- riencia de la Revolución francesa que ha devuelto paradójicamente la palabra a los cristianos, en una situación de falta de sacerdotes y de persecución. Vivió su bautis- mo ejerciendo en su parroquia un ministerio laico durante siete años como “clerc”, cantor, sacristán, maestro. A la edad de 24 años, se decide por la vida religiosa laica, es decir, continúa viviendo su bautismo bajo la forma de vida consagrada, inspira- da por un lado en la tradición monástica, en otro, en la vida de los Hermanos de San Juan Bautista de La Salle. Son, a la vez, las condiciones culturales y sociales, su sensibilidad y las necesidades de la época que le llaman a “permanecer laico”. Es, sobre todo, una profunda nostalgia de Dios lo que le lleva a dar a su laicidad la for- ma de vida religiosa en el surco del monaquismo, que se restaura en él sólo en la di- mensión de exigencia contemplativa. Aunque no supiera afirmarlo explícitamente, en el fondo es la inquietud de fi- delidad al evangelio la que le lleva a ser Hermano más que sacerdote. A un Herma- no que quería dejar su vocación por el sacerdocio, escribe: (14) Gabriel al Arzobispo griego de Roma, 14/09/1841, Lettres, II, 30-31. 498

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX “La idea de hacerme sacerdote me ha venido también a mí mil veces (le hago esta confesión como amigo) y mil veces, he renunciado, mirando esto como ilusión del demonio... En 1841, cuando fui a Roma, dos cardenales me propusieron ordenar- me sacerdote, conferirme las órdenes en 15 días, porque era superior y pensaban que haría mayor bien entre mis Hermanos. Pero no tuve reparo en confesarles mi ignorancia y decirles que no quería por nada en el mundo ser un sacerdote igno- rante, aunque sólo tuviera que rezar el breviario, celebrar la misa y bendecir. Me aprobaron y quedaron edificados por esto. Desde entonces tuvieron para conmigo más consideración y benevolencia. Además ¿no hubiera tenido que temer al orgu- llo? Y Ud. mi querido Hermano ¿no tendría también que temerle? San Francisco de Asís no quiso nunca ser sacerdote por humildad. Por lo demás ¿es necesario ser sacerdote para salvarse? Es quizás un obstáculo para algunos...”  15. La alusión a la humildad de San Francisco de Asís nos da una clave de interpre- tación de toda su vida. Desear un género de vida simple y evangélica, centrada en Dios y despojada de todo poder, es una exigencia más fuerte que toda atracción ha- cia el sacerdocio y que todo reconocimiento social o eclesiástico. Hombre dividido entre la contemplación y la acción, entre el ministerio del sacerdote y el de un cristiano activo en la comunidad eclesial, elige la vida religiosa laica, como respuesta a sus profundas exigencias y llamadas del evangelio. La vida de Hermano le permite, al mismo tiempo ser simplemente cristiano, asumir el Bau- tismo, compartiendo de alguna manera el “ministerio del sacerdote” (es decir, las funciones monopolizadas por el clero), y asumir la profunda exigencia de laicidad de una cultura que quiere tomar distancia de una visión sacral de la vida y acceder a su mayoría de edad, denunciando, con su nostalgia de Dios y su inquietud por la evangelización, un proyecto de sociedad construido sin ninguna referencia a Dios. Esta novedad responde a exigencias del ambiente y, al mismo tiempo, las so- brepasa, porque pone implícitamente en discusión el equilibrio conseguido entre las funciones sociales y los poderes. (15) Gabriel al Hermano Doroteo, 03/02/1864, ASFB, Brouillons 1864. 499

HNO. ENZO BIEMMI VIVIR COMO HERMANO En el horizonte de esta tensión entre una función pedida por ser útil, y temida por ser molesta, se despliegan para Gabriel, desde 1824 a 1864, los años que debían ser, en principio, los más fecundos y favorables. El período de desarrollo de otras Congregaciones masculinas y femeninas, de la “restauración” de las antiguas órde- nes religiosas, del régimen de la ley Falloux que vuelve a poner la escuela primaria en manos de la Iglesia, es el escenario de un “bloqueo” para el Hno. Gabriel que muestra toda la problemática del hombre y de su institución. a) La actitud del Gobierno Una Congregación de Hermanos consagrados a la educación de la juventud, es un servicio precioso a la sociedad: tal es la convicción de Gabriel, contra la que tro- pieza cada vez más, a partir de la mitad del siglo, un Estado que tiende a transfor- mar la escuela en servicio público y de la cual tiene el monopolio. En los Estados Sardos, donde Gabriel tiene la mayoría de sus comunidades, la situación favorable solo dura seis años. Si en 1842 obtiene la autorización de la Congregación por el Rey Carlos Alberto y el siguiente la exención del servicio militar para sus Hermanos, a partir de 1848 sus escuelas son neutralizadas por leyes liberales (ley Buoncompa- ggni) que tienden a establecer, antes que en Francia, una laicización progresiva de la instrucción primaria. Una determinación soberana de 1853 priva a los Hermanos de la exención militar y otras restricciones paralizaban sus escuelas “Todo lo que se nos hace relativo a las escuelas dirigidas por nuestros Hermanos es una persecución”  16, escribía dolorido por la actitud del gobierno. Del lado francés, el régimen de la ley Falloux tendría que haber favorecido al Hno. Gabriel. La autorización de su Congregación por el gobierno como institución de utilidad pública, impensable bajo la monarquía de julio, era en el Segundo Im- perio posible e incluso fácil. Así fue para siete Congregaciones, de las cuales los Pe- queños Hermanos de María de Champagnat y los Hermanos de la Cruz de Jesús de Menestruel. No fue así para Gabriel. Las diligencias en París emprendidas en varias tentativas (1848-1849; 1851; 1852- 1853; 1857), fueron inútiles. El Gobierno aprovechó de una calumnia (acusación de (16) Gabriel al párroco de Chindrieux, 30/11/1856, Lettres, XII, 130. 500

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX atentado a las costumbres por el incidente del hotel Levant de Lyon de  1847) para negarle todo reconocimiento. La anexión de Saboya fue para él una ilusión doloro- sa. Lejos de extender a Francia el reconocimiento del que gozaba en los Estados Sardos, fue privado de toda autorización y sus Hermanos fueron reducidos a do- centes laicos. El caso de Hno. Gabriel se sitúa, en este asunto, en el cuadro general de rela- ción entre el gobierno y la Iglesia (y más específicamente las Congregaciones do- centes) en lo que respecta a la enseñanza primaria. El horizonte que guía al Hno. Gabriel es el de un hombre de la Restauración francesa. Está profundamente convencido de que la escuela primaria es el mayor servicio prestado a la Iglesia y al Estado, al cristiano y al ciudadano. “Encargarse de formar para la sociedad buenos ciudadanos, y para Dios inteli- gencias dignas de Él es... un deber sublime, escribía a sus Hermanos; el que se en- carga y se ocupa en conciencia de ello es el hombre más grande del país, el más noble a los ojos de Dios, de la Religión y de la humanidad”  17. “Formar buenos ciudadanos para la sociedad y santos para el cielo”  18 es para él un binomio inseparable; una educación humana que no sea cristiana no es para él posible. De la coincidencia del cristiano con el ciudadano, a la de la Iglesia con la escuela, no hay más que un paso. Gabriel, como todos los católicos de la primera mitad del siglo XIX, considera a la Iglesia competente para formar al hombre, por- que ella ha recibido de su Maestro la misión de transmitir a todos la verdad. El Estado, por una parte, a partir de la Revolución francesa, considera la ins- trucción elemental como un derecho de todo ciudadano y como un deber que cum- plir. Esto queda sólo como ideal a causa de la pobreza de medios y de organización, lo que conduce al gobierno a apoyarse en las comunidades locales, y en última ins- tancia, en la Iglesia. Pero la tendencia a transformar a la escuela en servicio públi- co es cada vez más real a medida que un grupo de maestros laicos se constituye, gracias a la multiplicación de escuelas normales; este movimiento acarrea nece- sariamente una segunda transformación: de escuelas confesionales en escuelas “neutras”. Desde sus primeras experiencias de maestro de Belleydoux, en los años (17) Nouveau Guide, 315. (18) Circulaires, 361. 501

HNO. ENZO BIEMMI 1820-1824, hasta su muerte en 1864 Gabriel vio este deslizamiento de mentalidad que se impone progresivamente hacia la laicización de la escuela. A su muerte, las escuelas dirigidas por sus Hermanos viven aún bajo el régimen de la ley Falloux, pero las mentalidades y las instituciones obedecen ya a la lógica de las leyes de Ju- lio Ferry, mientras él, el Hno. Gabriel está todavía en su concepción de maestro de Belleydoux: más catequista que maestro de escuela, más misionero que maestro. La actitud del Inspector que le niega el derecho de presentación de sus Hermanos y que los destituye sin consultarle, demuestra el abismo abierto desde el tiempo en que los Superiores podían entregar el certificado a sus Hermanos y enviarlos don- de querían, provistos de una carta de obediencia. b) La actitud de la Iglesia ¿Cuál ha sido la recepción de la Iglesia, respecto a quien, frente a la oposición abierta del gobierno, afirmaba que “prefería la aprobación del Soberano Pontífice a la de otros soberanos”? La segunda tentativa para obtener de Roma la aprobación de los Estatutos en 1850, tropieza con una serie de resistencias jurídicas. Las Reglas de Gabriel son pa- sadas por el tamiz de las formas de vida religiosa ya experimentadas y aprobadas y por el derecho eclesiástico. Toda función reservada al clero es cuestionada a Ga- briel, como también las señales de distinción que quisiera mantener en el hábito del Superior general. El oficio de catequista explícitamente confiado a laicos, el po- der tocar los vasos sagrados concedido a los Hermanos encargados de las sacristías, la cruz pectoral del Superior y otros signos próximos a los hábitos eclesiásticos son considerados como “extrañas novedades que no solamente no hay que aprobar sino que no se han de tolerar”  19. La posibilidad de enviar Hermanos solos a las parroquias ru- rales, que no se pueden permitir más de un maestro, es descartada. La idea larga- mente alimentada, de establecer en la Congregación una Trapa mitigada “es nove- dad”. Gabriel vuelve de Roma con una apreciación de su Instituto pero sin ningún reconocimiento jurídico de sus constituciones: la autorización no será obtenida sino al precio de la adaptación de su institución a la tradición religiosa codificada por el derecho canónico. (19) Observación sobre los Estados de los Hermanos de la Sagrada Familia, por Mons. Bizzarri Archivos CIVCSVA, B 2, 1, Roma. Cf. Anexo 23. 502

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX La experiencia de Tamié, la abadía que adquiere de 1856 a 1861, para realizar su sueño de Trapa mitigada, termina en un fracaso doloroso, a causa de la envidia de los sacerdotes de los alrededores de Tamié. Mons. Billiet, que sin embargo ha soste- nido siempre a Gabriel, debe dar razón a sus sacerdotes y hacer cerrar la Iglesia al público, para evitar que un religioso laico, haga la competencia en Tamié y suscite el descontento de todos los párrocos de los alrededores. Gabriel se ve así obligado a devolver su “puerta del cielo” a los religiosos del Císter haciendo uno de los más grandes sacrificios de su vida. Los votos de los consultores de Roma, que cosideran que “las instituciones tan complicadas... son bellas en abstracto, pero son cosas nuevas... y encierran varios elementos de destrucción”, se habían cumplido. La aventura eclesial de Gabriel termina en el conflicto con Mons. de Langalerie. El rechazo por el obispo de Belley a aprobar en 1858 el “Nuevo Guía” de los Herma- nos retirando así la aprobación diocesana de Mons. Devie, es vivida por Gabriel co- mo una injusticia y una falta de estima hacia su persona. El obispo no puede admitir, en la Congregación, la presencia de sacerdotes sometidos a un Superior laico ni el pedido de este último de reivindicar, por medio de algunos signos de dis- tinción y una autonomía parcial, la pertenencia a la Iglesia, incluso en el plano ju- rídico: “Mi sacrificio esta hecho, escribe al obispo en 1858, y mi carrera va a terminar pronto, si no quieren dejármela terminar en paz, me animaré pensando con Job. que la vida del hombre es un combate y que el discípulo no es más grande que el Maestro”  20. Se repetía así en el plano eclesial, la misma evolución que en el plano social. Como la anexión de Saboya a Francia no sólo no le había permitido ampliar su au- torización, sino que significó la pérdida de todo derecho precedentemente adquiri- do, así en el plano eclesial no solamente no obtiene la aprobación de sus Reglas de parte de Roma, sino que pierde también la autorización de que gozaba en la dióce- sis donde la Congregación había nacido y donde tenía su sede principal. Es pues una especie de clandestinidad social y religiosa a la que Gabriel es condenado a vi- vir, y con él su institución. (20) Gabriel a Mons. de Langalerie, 20/07/1858, Lettres, XII, 92. 503

HNO. ENZO BIEMMI Frente a la Iglesia como frente al gobierno, es su utopía de la laicidad lo que es- tá en juego. Ella plantea problemas a la Iglesia, en la medida en que la obliga implí- citamente a volver a definir su organización y su “teología de los ministerios”; y se vuelve incómoda también para la sociedad civil, porque pone en duda una concep- ción de laicidad que quiere deshacerse de toda referencia a la dimensión religiosa y espiritual del hombre. AL FILO DE UNA PARADOJA La recepción de la obra y, sobre todo, de la persona de Gabriel han sido de lo más contrariadas. Es, sin ninguna duda, el elemento que más sobresale en la relec- tura de su itinerario. Que su carácter y modales hayan estado en el origen de las dificultades que ha tenido que sufrir, las fuentes lo demuestran en varias ocasiones. Un hombre equilibrado como Mons. Devie, el obispo que más que ninguno ha- bía adivinado la valía de Gabriel y de su institución, se queja a menudo de él: “Falta a menudo esencialmente en las formas”, le escribía, denunciando su actitud de “ir siempre demasiado de prisa” y de substraerse a las autoridades locales, le recordaba la obe- diencia, el espíritu del evangelio y las lecciones aprendidas en Belén y en el Calvario. El obispo de Belley, ya demasiado anciano, tenía un concepto muy rígido de la depen- dencia de un laico respecto a su Ordinario y no aceptaba los métodos de Gabriel aun apreciando sus intenciones. Este último, de su parte, cuando era cuestión de su Con- gregación, era impulsivo y no sufría, en un primer momento, ninguna contradicción. En ciertos casos, el obispo llegó a tener palabras muy duras: “Si la Congregación [de Obispos Regulares] conociera en algo su carácter, examinaría más detalladamente la apro- bación de su Estatuto”, le escribía en 1850. Y a propósito de los sacerdotes en la Con- gregación, Mons. Devie acusaba su “susceptibilidad orgullosa que no pude sufrir ningu- na contradicción” y en ciertos momentos de impaciencia llegó a escribir: “Dudo que un sacerdote de su Orden pueda aguantar, Ud. es demasiado déspota: impaciente del yugo consigo mismo, lo hace muy pesado para los otros. Ud. tiene mucha sumisión en teoría pero en la realidad no existe...”  21. (21) Mons. Devie a Gabriel 24/09/1850, Correspondance Passive, II, p. 63. 504

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Una primera lectura nos podría llevar fácilmente a la conclusión de que todas las adversidades que tuvo hay que ponerlas a cuenta de los límites de su personali- dad y, podemos añadir, la de los numerosos sacerdotes y obispos que se han opues- to a él. No ha sido difícil mostrar, por ejemplo, cómo Mons. de Chamon, obispo de Saint Claude, ha sido un hombre “impulsivo y torpe, no tolerando opiniones contra- rias”  22 o como el P. Robert, joven canónigo de la catedral de Belley, ha manifestado desdén y desprecio respecto al Superior de la pequeña comunidad de Belmont. Pero una mirada más crítica ha puesto en claro lo que proviene más bien del derecho y de las mentalidades que lo que es estrictamente límite de las personas. Una afirmación de Mons. Billiet es a este propósito muy aclaratoria. El Arzobispo de Chambery, en el momento del conflicto que oponía al Hno. Gabriel a los párro- cos de los alrededores de Tamié, lamentaba la ausencia en la Congregación de “al- guno que conociera algo del derecho Canónico”. El Arzobispo, que nunca había negado su ayuda y apoyo a Gabriel, comprendió que el núcleo del problema dependía del derecho, más que del carácter de Gabriel o de los párrocos. Este joven religioso, des- de la cima del desfiladero de Tamié, en la confluencia de cuatro diócesis, tocaba sus campanas, animaba sus liturgias, acogía a la gente sencilla de las aldeas vecinas y los viajeros con la mayor ingenuidad y transparencia, preocupado solamente por ofrecer a todos los que querían la posibilidad de redescubrir el silencio y la oración, reconciliarse con Dios, buscar la salvación eterna. Por eso estaba cada vez más sor- prendido y herido, porque todo esto, en lugar de provocar la alegría de los párrocos vecinos, suscitaba su envidia y la reivindicación de su “derecho de aduana”. No po- día comprender, el impulsivo religioso laico, sin una cultura jurídica, que el evan- gelio, no pudiera ser anunciado libremente, sin respetar toda una jerarquía de derechos y prioridades, sin admitir la existencia de “cotos de caza” pastoral, que no exista el derecho de actuar libremente impulsado por el deseo de “contribuir al bien de nuestro Instituto, de la religión y de la sociedad”  23. Es justamente esta evidencia, nunca puesta por él en discusión, la que está en el principio de todas sus realizaciones y de todos sus fracasos: la prioridad del evan- gelio y la pasión pastoral por los niños, sus familias y la sociedad francesa, pasión que no se concilia con las conveniencias, las esperas y los compromisos. (22) REY Mauricio, Les diocèses de Besançon et Saint-Claude, o.c., p. 223. (23) Circulaires, 260. 505

HNO. ENZO BIEMMI Hay que señalar aquí que el problema estaba unido a su persona, mucho más que a sus Hermanos. Para sus Hermanos, como también para los que pertenecían a la veintena de Congregaciones que se ocupaban de la escuela primaria en las parro- quias, las Constituciones habían previsto ya y resuelto la dificultad. El Hermano es- taba colocado en una parroquia en total dependencia del párroco al que debía, “honor, respeto y deferencia... en razón de la sublimidad de su carácter”  24. Todo conflic- to era así desactivado. La situación se complicaba para un Superior laico. Mons. de Langalerie había justamente recurrido al derecho para rehusar la aprobación de las Constituciones de Gabriel, que preveían la admisión de algunos sacerdotes en la Congregación ¿Cómo admitir que un sacerdote sea gobernado por un laico? Desde el punto de vista de la regla de la vida religiosa basada en la imitación de Cristo por la práctica de las con- sejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, esto no implica ningún proble- ma. Lo que es prioritario, en efecto, es la exigencia del evangelio, en función del cual se plantea el servicio de la autoridad de un Superior, ante el cual todos los sujetos es- tán al mismo nivel. A pesar de su falta de formación clerical, el Hno. Gabriel conse- guía dar razones históricas y teológicas de esta realidad en el seno de la Iglesia: “No es frecuente, queridos Hermanos, ver a un sacerdote someterse voluntaria- mente a un Superior que no es sacerdote como él. No obstante, esto no es una cosa nueva ni exclusiva de nuestra Asociación. La Santa Sede así lo ha aprobado y aún hoy pueden verse casas religiosas donde los sacerdotes que las integran están sometidos a un superior no sacerdote. También en la Iglesia primitiva había Su- periores que no eran sacerdotes; llevaban el nombre de abad y tenían autoridad sobre los sacerdotes: tal es el caso de San Antonio, San Pacomio, San Benito, San Francisco de Asís y San Francisco de Paula. Y Cristo, el Sumo Sacerdote, ¿acaso no obedeció a la Santísima Virgen y a San José, que no estaban revestidos del sa- cerdocio?”  25. Pero, en la constitución jerárquica de la Iglesia, esto se hace inadmisible. Lo ca- rismático entra aquí en conflicto con lo institucional, y hay que mejorar. En este sentido, el caso del Hno. Gabriel en el interior de la Iglesia del siglo XIX, es único. (24) Nouveau Guide, 326. (25) 03/08/1852, Circulaires, p. 151. 506

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Es el único fundador laico de una congregación de Hermanos, todos los demás son sacerdotes, o llegan a serlo, exactamente como le habían propuesto en Roma para facilitar sus gestiones. En el origen de los conflictos que acompañan a este hombre, como pan coti- diano, hay una novedad de la que es, a pesar suyo, portador. Su vocación de religio- so laico, se insertaba como un tercer polo entre las dos partes bien diversificadas de la jerarquía de la Iglesia: los clérigos y los laicos. En nombre del Evangelio y de la urgencia pastoral su estatuto pedía implícitamente una redefinición de los papeles y de los poderes en una dirección más evangélica y más fraterna. Hay que distinguir bien aquí, aquello de lo que era consciente y de lo que era portador sin saberlo. Era consciente de su pasión por el Evangelio, por la educación de la juventud: alimentaba esta certeza interior, que nunca le abandonó, que su obra venía de Dios y que nada, ni nadie le podía arrebatar. Estaba profundamente convencido de que su institución era un servicio a la Iglesia y al Estado, al cristiano y al ciudadano; sabía también que la Iglesia y la sociedad del Siglo XIX tenía nece- sidad de él y de sus Hermanos para educar e instruir a los niños en las parroquias de Francia. Era portador, sin saberlo, de una novedad que venía a perturbar el equilibrio ins- taurado y que era una llamada del Espíritu a la Iglesia y a la sociedad del Siglo XIX. Había que definirse de nuevo y organizarse de forma más transparente con el evan- gelio y sus exigencias. En este sentido era un hombre moderno y tradicional en la más pura tradición de los monjes, útil y perturbador, solicitado y rechazado. Su laici- dad religiosa, lejos de ser una respuesta simplemente funcional a las necesidades so- ciales y pastorales de una parroquia de la restauración, era una invitación a una organización de la Iglesia fundamentada en la igual dignidad de los hijos de Dios. La paradoja es tanto más fuerte cuanto nos encontramos ante un hombre que nada tiene de revolucionario y que, al contrario, podríamos definir como un con- servador: predica la obediencia a la Iglesia, forma parte de la mayoría de los católi- cos franceses del siglo XIX que cultivan una veneración extrema por el Papa; en su testamento espiritual afirma haber venerado todo lo que la Iglesia enseña. Nada hay en sus escritos que pueda hacernos pensar en un innovador o en un hombre que amaba las “novedades”. A lo largo de toda la vida, su pertenencia eclesial no tu- vo fallas. Al término de estos conflictos en la conclusión de todas sus cartas en las que lucha con los obispos, afirma su sumisión a la Iglesia y a sus representantes y su disponibilidad a la obediencia. Es un gran esfuerzo que le coloca entre la necesi- 507

HNO. ENZO BIEMMI dad de defender con todas sus fuerzas un valor que no le pertenece y la convicción de que este valor debe ser vivido en comunión con la Iglesia y reconocido por ella. Es éste, en el fondo, el significado profundo de su búsqueda exasperada del recono- cimiento de su Instituto y sus Reglas. No busca, pues, la independencia, ni poner en duda la autoridad de la Iglesia ni la obediencia al Magisterio. Leyendo sus escritos, se llega más bien a la conclusión contraria. Pide simplemente que aquello de lo que es portador y que le sobrepasa, sea reconocido por la autoridad y pueda ejercerse. Implícitamente esto necesita la rede- finición de los equilibrios y las relaciones. El carisma llama a la puerta de la Iglesia y pide ser acogido y valorado, que se le dé un lugar, que se reconozca su validez. Cargado de este sufrimiento, conduce la batalla hasta el fin dentro de estos dos márgenes: fidelidad a toda prueba a su institución, y una voluntad tenaz de perte- necer a la comunidad eclesial. La acogida sin reserva de un gran número de sacerdotes, entre ellos el Cura de Ars, Juan María Vianney, como ejemplo más representativo, no cambia el fondo del problema: es la excepción que confirma la regla. Es cierto que se trata de una excep- ción importante desde el punto de vista numérico, pero, con todo, secundaria desde el punto de vista institucional. Los cuadros superiores de la Iglesia tiene dificultades para integrar al Hno. Gabriel y su institución. Al contrario, un buen número de sacerdotes de la campaña alejados de los obispados, preocupados por la salvación de sus ovejas, más que por el poder y sus privilegios personales, lo acogen y valoran. La preocupación pastoral es el terreno de un trabajo común al servicio del evangelio y empuja hacia una evolución de las relaciones, los roles y los poderes. MORIR COMO HERMANO Se comprende bastante fácilmente que, en medio de las mentalidades y las evi- dencia del siglo XIX, Gabriel no podía ser sino un perdedor. La descripción de su derrota se hace pronto. Por parte de la Iglesia, el respeto del derecho le ha privado de la aprobación de sus Constituciones y la susceptibili- dad clerical de todo reconocimiento personal. La sotana no tiene que manifestar ningún signo de distinción, debe ser como la de todos los Hermanos. La autoriza- ción de predicar y de catequizar en una iglesia, trabajo que hacía con alegría in- mensa desde su juventud, le es prohibido en nombre del respeto al derecho de los 508

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX ungidos del Señor. Cuando escribe, al concluir su recorrido, el Manual de Santa Ana, especie de testamento dejado a su Congregación y a todos los que desean san- tificarse con la práctica de una devoción sencilla y popular, aprendida de sus pa- dres, el descontento de los canónigos le impide hablar de su persona, de contar su vida: esto sería como un acto de presunción, nacido de un “sentimiento muy vivo y pronunciado de personalidad”. ¡Mejor estar en su línea, dar pruebas de humildad y dejar triunfar a Santa Ana en toda la línea! Por parte del gobierno, la oposición, a veces solapada a veces abierta, a sus es- cuelas le obliga progresivamente “al repliegue hacia las escuelas de canto y las sacristías, un terreno donde no hay competencia”, según su amigo Mons. Chalandon. En otras pa- labras, está obligado a hacer evolucionar progresivamente la forma concreta de un servicio a la Iglesia y al Estado, y renunciar a la unidad que era su originalidad: ser en las parroquias una presencia educativa total, bajo una forma que interesa por me- dio de la escuela, la catequesis y la liturgia a toda la vida de un niño y su familia. Para poder llevar hasta el fin la laicidad religiosa, Gabriel ha debido pagar un precio, no sólo a la Iglesia y al gobierno, sino a sus Hermanos. El Hno. Amadeo ha- bía comprendido bien la debilidad principal de Gabriel y de su Institución: la falta de formación de los Hermanos. No podía comprender que la falta de cultura cleri- cal y teológica a la que estaba condenado un laico, era el precio a pagar en nombre de la fidelidad. Gabriel fue excluido de la formación clerical de dos maneras: prime- ro no pudo acceder a ella personalmente; esto no era posible. Después, cada vez que pedía capellanes para la formación de sus novicios, y de sus Hermanos, los obispos le mandaban sacerdotes de edad que no podían ser útiles en la diócesis, criticando luego que acogía en su Congregación “los desechos de las diócesis y conventos”. En el origen del débil desarrollo de los Hermanos de la Sagrada Familia, la falta de for- mación a todo nivel tuvo una influencia determinante. Se puede atribuir esta falta a la negligencia y a los límites personales del Superior, pero también se puede decir que ha debido pagar el precio a su siglo para ser fiel a sí mismo. Ante este balance negativo, estamos autorizados a releer, de modo más objeti- vo, lo que se puede llamar su última debilidad: el pedido hecho a Mons. de Langale- rie para solicitar las órdenes menores “a fin de morir contento por no haber errado totalmente mi vocación al estado eclesiástico”. Más allá de las motivaciones subjetivas expresadas para pedir “el formar parte de la santa milicia eclesiástica”, ese gesto pare- ce ser el último llamado de un hombre herido que pide que su persona y, aún más su institución, sean comprendidas y acogidas. Ciertamente, entrar en la “milicia 509

HNO. ENZO BIEMMI eclesiástica”, habría significado la pérdida de su laicidad religiosa y por tanto, en cierta manera, la firma de su capitulación. Pero ¿se trataba de una traición a aque- llo por lo que había vivido o bien era la última tentativa desesperada de protegerlo sacrificándose él mismo? Un superior, en cierto modo integrado al cuerpo clerical, habría asegurado y garantizado la continuidad de una congregación religiosa de carácter laical. ¿Debilidad de un hombre gastado, extrema estrategia de un coman- dante indomable, o aún más? Sea lo que fuere, el obispo que, al menos en apariencia, le había comprendido y amado, menos hizo por la opción acertada. Recurrió al derecho y mandó a Gabriel a su lugar: “Quede en lo que es, querido Hermano...”. Gabriel quedó en lo que era. Era el mes de marzo de 1859. Algunos meses más tarde, el P. León de Prevost, fundador laico de la congregación de los Hermanos de San Vicente de Paul, dirigía a Mons. Angebault el pedido de ser ordenado sacerdote. El 3 de marzo de 1860, recibía las órdenes menores y el 22 de diciembre el sacerdo- cio. La razón de su solicitud era análoga a la de Gabriel: regular el problema de la presencia en la Congregación de Hermanos y sacerdotes sometidos a un Superior laico y calmar a los Obispos de Francia dando a su Congregación un talante más clerical  26. Algunos años antes, otro caso de un fundador laico tuvo el mismo resul- tado: el P. Lardeur Delattaignant, después de haber comenzado a llevar la dirección de los Hermanos de San José de la Somme como laico, recibió las órdenes sagra- das  27. El siglo XIX registra en Francia un sólo fundador de congregación religiosa que haya muerto laico: el Hno. Gabriel Taborin. Al morir se le juzga en Roma “un superior laico demasiado confiado de sí mismo” y en París un “hombre sobre quien pesa la acusación de actos inmorales de los que no ha podido justificarse”. ¡No era una buena tarjeta de presentación para abandonar este mundo! Moría como todos los hombres, como todos los laicos. No se pueden encontrar en sus labios esas últimas palabras de espiritualidad que se espera de la boca de un santo: solamente palabras de preocupaciones profanas, diarias, casi banales: “El Hno. Raimundo ha arreglado muy bien las cosas en Chambery; estoy satisfecho”  28. (26) GRANDAIS Sergio, Jean-Leon Le Prevost (1803-1874), Nueva Ciudad, París 1985, p. 158. (27) Zind Pedro “Lardeur-Delattaignant”, en Dizionario degli Istituti di Perfezione, vol. 5, Col. 457-458. (28) Éphémérides, Notes sur les derniers moments du R. F. Gabriel, por el Hermano Cirilo. 510

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Y sin embargo, este despojamiento, este desprendimiento de todo reconoci- miento social y eclesiástico es el mensaje que deja. Morir como Hermano: era la única posibilidad que le quedaba y no la rehuyó. En este sentido, la muerte no mar- ca el final de un desafío, sino su cumplimiento. Ha dejado a la sociedad y a la Igle- sia del siglo XIX el mensaje sin palabras de su laicidad religiosa, una especie de invitación a caminar hacia un modo de organización y de establecer relaciones ins- piradas en la igual dignidad del hombre y de los hijos de Dios. Había nacido el 1 de noviembre de 1799 en los últimos tiempos de la Revolu- ción. No tenía aún tres años cuando Napoleón Bonaparte firmaba el Concordato con la Iglesia que hacía posible esta unidad del cristiano y el ciudadano para la cual vivió. Muere el 24 de noviembre de 1864. Quince días después, el 8 de diciembre de 1864, Pío IX promulgaba la Encíclica Quanta Cura, seguida de un catálogo de los principales errores de nuestro tiempo, el Syllabus. Este documento señala la ruptu- ra de la Iglesia con la modernidad, el rechazo del diálogo con la sociedad del siglo XIX y muestra el abismo que se había abierto entre la sociedad laicizada y la Iglesia romana en vísperas del primer concilio ecuménico Vaticano. La laicidad religiosa de Gabriel Taborin queda como una contestación implíci- ta, ya sea de una Iglesia que se divorcia de la modernidad como de una modernidad que se divorcia del evangelio. Su vida representa la apuesta de un hombre que que- ría ser francés y cristiano, moderno y fiel al evangelio, hombre de avanzada y de tradición. Su “modernidad” se resume en el sueño imposible de una sociedad secu- lar pero no increyente, laica pero no laicista. Su desapego de todo reconocimiento civil y religioso, su ausencia de toda forma de poder, es una especie de espina deja- da en el flanco de la Iglesia, para que vele constantemente, en la búsqueda de su forma de organización, para no dejarse atrapar por la mentalidad de este mundo y buscar en el evangelio sólo los parámetros del ejercicio de la autoridad que su Ma- estro le ha entregado: un servicio de discernimiento y de coordinación para que ca- da uno pueda ejercer el don que el Espíritu le ha confiado para la construcción de un cuerpo comunitario, que es el Cuerpo de Cristo. Cierto, el laico religioso de Belleydoux no ha ganado su desafío, el desafío im- posible de la laicidad religiosa. Pero, muriendo “Hermano” la ha inscrito para siem- pre en la historia y la ha entregado a los que, como él, se reconocen “Hermanos” y comparten el sueño de una sociedad más fraternal. 511

HNO. ENZO BIEMMI RECOGER EL DESAFÍO El problema del Hno. Gabriel es efectivamente un problema actual y todavía no resuelto. Desde su nacimiento hasta nuestros días, dos siglos han pasado. Desde el punto de vista cultural, el movimiento de laicización de las instituciones y las mentalidades ha terminado. La sociedad de cristiandad de la vieja Europa, ha deja- do lugar a la sociedad secular, que no se concibe y no se organiza a partir de refe- rencias religiosas. Desde el punto de vista eclesial, después de la muerte del Hno. Gabriel, el Vati- cano I acentúa la tendencia de la Iglesia a resistir al modernismo y su concepción “vertical” y centralista. A un siglo de distancia, el Vaticano II ha invertido la tenden- cia: la Iglesia toma conciencia que su papel de evangelización es cada día más ur- gente en una sociedad secularizada, que tiene mucho que dar a la cultura contem- poránea, en nombre de su Señor: reconoce, al mismo tiempo, que también tiene que recibir, en virtud de su participación en las realidades humanas y del camino de conversión que siempre tiene que asumir  29. Este cambio de mirada que rompe una visión unilateral y una concepción de evangelización unidireccional, se refleja también en el interior de ella misma, en su manera de concebir el servicio de la au- toridad, su organización, la corresponsabilidad entre los bautizados. A una eclesio- logía piramidal y clerical, sigue, se ha dicho en varias oportunidades, una eclesio- logía de comunión y de corresponsabilidad. Una nueva teología de ministerios se abre camino. A primera vista se podría concluir que en una tal concepción de la sociedad que valora la laicidad y en una Iglesia que deja lugar a una variedad de carismas y de ministerios, la vocación de Hermano no debería encontrar ninguna resistencia u oposición. Se podría decir incluso que ha agotado su función. No es así. Si se mira del lado de la Iglesia, uno se da cuenta que la toma de con- ciencia madurada por la reflexión teológica (bíblica, histórica y sistemática) y por los documentos oficiales después del Vaticano II, tropieza con una práctica que res- ponde aún al viejo modelo de Iglesia y a la lógica dominante en tiempos del Hno. Gabriel; si los textos han evolucionado, las mentalidades y las instituciones resis- ten. Se asiste también a la reaparición de una cierta tendencia a endurecer las rela- ciones Iglesia-mundo, en línea de oposición y de censura: esto recuerda la actitud (29) Gaudium et Spes, 44. 512

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX del Siglo XIX. Por otra parte, la cultura actual adolece de una profunda concepción de laicismo “combatiente”  30 fruto de una larga lucha de emancipación donde la lai- cización no se ha concebido como espacio abierto para la acogida y la valorización de la diversidad y de la pluralidad, sino a menudo como lugar que elimina y margi- na toda referencia religiosa; ser moderno significa ser arreligioso, ser laico equivale a ser laicista. En este contexto, el desafío del Hermano continúa siendo el mismo: el servicio de su laicidad religiosa. Si se mira del lado de la Iglesia, es evidente que sólo una eclesiología de comu- nión asumida y vivida más allá de las buenas intenciones, puede valorar la voca- ción del Hermano. Si la Iglesia se concibe y se organiza a partir de una lógica binaria y vertical (Iglesia y laicos, con una distribución de tareas bien establecidas: a los clérigos los asuntos religiosos, a los laicos el compromiso con el mundo), el es- tatuto del Hermano no tiene sentido. Aparece como un ser híbrido, extraño. En efecto, el Hermano, en esta concepción, no es un seglar debido a que tiene votos re- ligiosos de castidad, pobreza y obediencia, no es tampoco un clérigo, porque no puede ejercer el ministerio sacerdotal. Es mejor hacerse sacerdote como le pedía al Hno. Gabriel el arzobispo de la curia Vaticana en Roma, o como piden hoy a los Hermanos muchos sacerdotes y laicos. Al contrario, en una concepción de Iglesia de comunión, en la cual al lado del sacerdote hay una pluralidad de dones (caris- mas y ministerios) que el Espíritu hace a la Iglesia para la construcción común, el Hermano tiene un lugar original y tiene un servicio que ofrecer. “Según la constitución divina y jerárquica de la Iglesia, este estado no es interme- dio entre la condición de clérigo y de laico, sino que algunos fieles cristianos se sienten llamados por Dios de ambas partes para gozar de un don particular den- tro de la vida de la Iglesia y ser útiles, cada uno a su modo, a la misión salvífica de la misma”  31. (30) BAUBEROT Juan, La laïcité, quel hértiage? De 1789 à nos jours, Labor et Fides, Genève 1990, p. 102. El autor al interpretar la evolución de la idea de “laicidad” de la Revolución, hasta la actual, reconoce dos clases de militantes de la laicización, en desacuerdo explícito entre ellos: los que predican un “laicismo de combate” y los que sostienen un “laicismo participado” es decir un laicismo que “debe poder ofrecer a cada uno, las condiciones objetivas de libre elec- ción” (p. 103). (31) Lumen Gentium, 43. 513

HNO. ENZO BIEMMI El ministerio del Hermano tiene su sentido en función de los otros, particular- mente del de los seglares y los sacerdotes. Se trata fundamentalmente de un servi- cio de fraternidad como lo indica su nombre. La laicidad del Hermano le hace solidario de los seglares, con los que comparte, por su vocación activa, la existencia profana con todos sus problemas. La dimensión religiosa de su laicidad es un servicio para sus hermanos y hermanas seglares, por- que les ayuda a no reducir nunca su laicidad a laicismo, su compromiso en el mun- do a identificación con la mentalidad del mundo (de acuerdo al sentido evangélico). Al mismo tiempo, el Hermano tiene necesidad de laicos seglares que le recuerden con su presencia, que la fidelidad a Dios se juega en la acogida concreta de la exis- tencia diaria con sus contrariedades y exigencias, y le ayuda a no evadirse de la vida y a no transformar su espiritualidad en espiritualismo o idealismo. La dimensión apostólica de la vocación del Hermano lo hace solidario con los sacerdotes con los que comparte, en espíritu de colaboración y de corresponsabili- dad, la preocupación pastoral del anuncio del evangelio de la caridad. Su “status” de “Hermano”, privado de todo poder, de toda autoridad, de todo reconocimiento eclesial y social, es un servicio que presta al sacerdote. La presencia del Hermano ayuda al sacerdote a ejercer su autoridad en vista de la promoción de la comunión eclesial y no de la distinción y el prestigio personal. Le recuerda que todos somos hermanos porque tenemos un sólo Maestro (Mt. 23,8). La Iglesia, efectivamente, no está inmune, en la forma de su organización y el ejercicio del poder, de las tentacio- nes contra las que la puso en guardia su Señor: “Vosotros sabéis que los jefes de las na- ciones las mandan como maestros y que los grandes hacen sentir poder. No debe ser así entre vosotros...” (Mt. 20, 25-26). Por otra parte, el Hermano necesita del sacerdote. Su vida está centrada en la Palabra de Dios y en el pan eucarístico, fuente por la que el Padre nutre continua- mente la fraternidad que le hace vivir. Tiene necesidad también de su perdón, que colma cada día el vacío que existe entre su vida concreta y el llamado de Dios. Y el sacerdote es el hombre elegido por Dios para distribuir la Palabra, el pan y el per- dón a la comunidad eclesial. Así pues el Hermano, necesario pero no indispensable, contribuye a la edifica- ción del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Su ausencia o su marginalización, o más sencillamente su no valorización -por negligencia o por miedo a una verdadera co- rresponsabilidad- son un empobrecimiento de la Iglesia que “entristece” al Espíritu Santo. 514

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX Del lado de la sociedad se podría creer que el servicio que el Hermano puede prestar al hombre contemporáneo está en la línea de las necesidades sociales. Si es cierto que las diferentes formas de la vida religiosa moderna nacieron ante diver- sas necesidades sociales (como dedicarse a la instrucción de la juventud abandona- da y el cuidado de los enfermos, en lo que a los Hermanos se refiere); también es cierto que la vida religiosa nunca ha identificado su existencia con el servicio so- cial que desempeñaba. Todos los fundadores o fundadoras de Congregaciones de Hermanos o Hermanas, tenían conciencia lúcida de que el verdadero servicio que ofrecían, a través del ejercicio de un carisma apostólico, era el de su presencia fra- terna entre los hombres y su testimonio evangélico. La vida religiosa cultiva la con- ciencia profunda de ser, sobre todo y esencialmente, un testimonio (dado por supuesto a través de un servicio) de la presencia amante del Dios que conduce la historia hacia su cumplimiento y por ello una invitación a construir una sociedad fundada en el respeto de los derechos humanos en nombre de la igual dignidad de toda vida que viene de Dios. En el interior de la sociedad el Hermano religioso laico, es una presencia fra- terna y profética, que comparte con sus contemporáneos la tarea de construir una sociedad más justa y humana, y lo hace en nombre de su fe en el más humano de los hombres, el hijo de Dios, Jesucristo. El es “testigo de una fraternidad posible en un mundo dividido”  32. Su ausencia o desaparición sería un empobrecimiento para la sociedad, una pérdida de humanidad y de humanismo para el hombre contemporáneo, la priva- ción de una presencia profética que es un llamado a la sociedad y a la cultura para no encerrarse sobre sí mismas, sino a mantener una apertura hacia “un más allá” que las sobrepasa y las funda. El desafío de la laicidad religiosa, pide a los Hermanos, el mismo ánimo y la misma coherencia que le exigió al Hno. Gabriel. Primero se trata en una fidelidad creadora, es decir, una memoria que tiene imaginación o “una imaginación que tiene memoria”. “La fidelidad a la identidad de la vida religiosa laica, implica un sentido creativo y renovador, y no una simple repetición de actitudes y de comportamientos del (32) Frère dans les Instituts Religieux Laïcs, por la Comisión de Superiores Generales de los Insti- tutos Religiosos Laicos, Roma 1991, p. 6. 515

HNO. ENZO BIEMMI pasado. La identidad de las instituciones como la de las personas, supone creci- miento y cambio”  33. La misma se traduce también en una vigilancia constante para evitar las tenta- ciones que acechan la vida de los Hermanos: la clericalización (como abdicación a pagar el precio de su pobreza radical) y la de la secularización y del profesionalis- mo (como huida de las actividades profesionales y pérdida de su dimensión religio- sa y profética). En esta tarea permanente de fidelidad creadora, su nombre de “Hermanos” permanece como el punto de referencia incontrovertible. “Los nombres de dignidades inspiran y exigen respeto, pero el nombre de Herma- no solamente comunica sencillez, bondad y caridad. Es el nombre que Jesucristo, el cordero sin mancha, inmolado por la salud del género humano ha elegido él mismo, cuando quiere expresarnos con una sola palabra el exceso de su bondad y de su amor: “Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán”. ¿No ha querido acaso el Divino Salvador, haciendo ese gesto, designar con tan amable nombre a aquellos a quienes llama a vivir en comunidad y que en ella quieren se- guir los consejos evangélicos? En efecto, ¿hay cosa más dulce que el nombre de Hermano? Todos los miembros del Instituto deben amarle y jamás permitir que se les llame de otra manera”  34. Estas simples palabras reflejan la espiritualidad y originalidad del Hno. Ga- briel. No son el resultado de una cultura teológica, sino de una vida vivida de acuer- do con el evangelio a la que le devuelve su sabor y frescura. Explican, en gran parte, el precio que ha debido pagar en marginación y sufri- miento. Contienen todo el servicio que los Hermanos pueden dar a sus contemporá- neos y toda la tarea que están llamados a asumir con fidelidad, lucidez y valentía. (33) Frère dans les Institus Religieux Laïcs, o.c., p. 52. (34) Hermano Gabriel, Nouveau Guide, pp. 51-52. 516

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX ANEXOS Anexo 1 PETICIÓN DEL MUNICIPIO DE BELLEYDOUX PARA CONSERVAR SU CASA PARROQUIAL (1796) Borrador de una petición del municipio de Belleydoux a las autoridades departa- mentales para recuperar una de las dos campanas retiradas y para conservar la ca- sa parroquial, 4 prarial año IV (23 mayo 1796) A.M. de Belleydoux, registro de deliberaciones durante el período, revolucionario. N.B. La petición fue enviada el 9 prarial (28 mayo 1796) y se encuentra en los A.D.A., serie Q, 290, Belleydoux. En cuanto al borrador no menciona sino la casa parroquial y no habla de la campana. Nosotros, agente y adjunto municipales del municipio de Belleydoux, habiendo convocado a todos los individuos de dicho municipio para deliberar sobre hechos y asuntos muy urgentes referentes al municipio de Belleydoux. Art. 1º El Consejo de dicho municipio, reunido en asamblea en la casa común de dicho lugar, con todos los individuos, para advertir a las autoridades y hacer petición de una campana, que resulta muy necesaria, ya sea por causa de los incendios como por el bandolerismo o para convocar al pueblo para las asambleas, pues el sonido de una caja no se puede oír en un municipio distante más de dos horas de una a otra extremidad. Art. 2º El decreto de la Constitución nacional del 20 de julio, 3 de agosto de 1793, año segundo de la República francesa, declara que se dejará una campana en cada pa- 517

HNO. ENZO BIEMMI rroquia; que las demás se pondrán a disposición del consejo ejecutivo; que estará obligado a llevarlas a la fundición más próxima en el plazo de un mes, para ser fun- didas en cañones; al recibo del presente decreto del municipio de Belleydoux tenía dos campanas. La municipalidad con verdadero patriotismo cedió una en seguida y la llevó a la capital del distrito. Albitte, representante del pueblo ante el departamento del Ain y del Mont Blanc, el 7 pluvioso, año dos, determina que no dejará ninguna campana aún exis- tente, en los departamentos del Ain y del Mont Blanc; estos dos departamentos han sido los más maltratados de la República. Por su constancia en los verdaderos prin- cipios hubieran merecido mejor suerte. La Convención Nacional no ordenó nunca el retiro del resto de las campanas, al contrario, permitía la conservación de una campana en cada parroquia. Art. 3º El municipio de Belleydoux como su municipalidad [...] de la patria y siempre con gran patriotismo por el bien de la República, cede en seguida la otra con todos sus herrajes y la manda al jefe del distrito de Nantua, con gastos a su cargo. Art. 4º Hoy el municipio de Belleydoux viendo el perjuicio y la injusticia que se le ha- ce, advierte a los ciudadanos administradores del departamento del Ain, ya que es- te municipio está distante dos horas y media desde una a otra extremidad y alejado cuatro horas de la frontera de Suiza y que es un perjuicio considerable el habernos privado de nuestra campana, que es siempre muy útil en una parroquia alejada co- mo ésta, a causa de los incendios o del bandolerismo y otros y para convocar al pueblo para las asambleas; vemos que los otros departamentos han conservado una en cada parroquia y nosotros tenemos el mismo derecho ya que la República es una e indivisible. Art. 5º El Consejo municipal de dicho municipio, advierte que, la casa parroquial es muy necesaria para un maestro, a causa de la distancia del cantón y del mal ca- mino, casi impracticable durante más de siete meses en el año por la mucha nieve que cae y por una gran montaña que hay que atravesar. No es posible que los niños puedan instruirse teniendo que ir al cantón o a otro lugar fuera del muncipio: en su 518

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX comuna pobres o ricos podrán aprovechar, mientras que si tienen que ir al cantón o a otro lugar algo alejado, nadie podrá ir, de modo que si no se conserva la casa pa- rroquial de Belleydoux para un maestro que instruya a la juventud, ésta permane- cerá inactiva. El cantón está alejado más de dos horas y media; un camino imprac- ticable, una gran montaña que atravesar, gran cantidad de nieve que cae, hace impracticable el camino durante siete meses en el año y si hubiera que ir a Écha- llon, sería todavía...la nieve que cae y la distancia, harían imposible a los niños el trasladarse a Échallon [...] nuestra exposición es sincera y verdadera en todo su contenido; toca a Uds. ciudadanos administradores, resolver lo conveniente [....] a Belleydoux, el cuatro prarial, año cuarto de la República francesa una e indivisi- ble... 519

HNO. ENZO BIEMMI Anexo 2 SÚPLICA DE JOSÉ REY AL VICARIO DE LYON (1802) Carta-súplica de José Rey al arzobispo de Lyon, pidiendo una reunión, dirigida pro- bablemente al P. Bigex, Giron 30 julio 1802. Archivos del Arzobispado de Lyon; 2.II.100. Expediente personal de los sacerdotes. Señor: Lo que me ha consolado en el triste estado en que estoy desde hace tiempo, es el haber encontrado, por fin, el medio de poder dirigirme a aquel de mi superiores, que ha sido siempre mi sostén y mi sólido apoyo. En mi triste retiro, no tuve la di- cha de saber que usted tenía que pasar por Voute y Châtillon; cuando usted tuvo que ir últimamente a Lyon a reunirse con su digno prelado mi intención era veros y presentar, como hijo pródigo, mis respetos al más tierno padre y rogarle, como hoy vengo a hacerlo, que suplique a nuestro digno prelado, quiera echar una mirada so- bre el más pequeño de sus hijos y no olvidar al que siempre ha querido honrar con su protección y que sirve en la diócesis hace ya cerca de 36 años. Pronto hará dos años, como seguramente supo por Mons. Tabout [Taboul?] vi- cario general y su digno colega, que hice delante de él y los misioneros, mi retracta- ción, tal como él me lo ordenó en Champfromier; tuvo la bondad, antes de separar- se de mí, de levantarme la excomunión y de comprometer al Sr. Cornes (Bonnes) por lo demás. Estábamos a punto de terminar nuestro asunto y salir del desgracia- do estado en que mi debilidad, enfermedades, edad y el miedo a la muerte me ha- bían desgraciadamente precipitado, sin creerlo, ni quererlo, como lo ha probado mi conducta, cuando la muerte nos lo quita en el momento en que, después de cumplir con lo ordenado, veía llegar el día consolador que había de terminar con mis mise- rias y trabajar en la viña del Señor y arrancar del cisma muchas personas que en mí confiaban. Lo que más me entristecía era saber que mis más terribles persecu- ciones procedían de un compañero, que no dejará de conocer y que acaban de ase- gurarme que ha vuelto al seno de la Iglesia. Era un león rugiente contra el que sabía había visitado a un pariente enfermo. Olvidemos estas persecuciones y diga- 520

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX mos solamente que seré consolado del todo, cuando tenga la dicha de poder dirigir- me a usted y rogarle comprometa al Sr. cura, alcalde de Échallon o al P. Genolin, pá- rroco de Champfromier, que quiera, uno u otro, retirar y hacerme llegar la carta que usted tendría la amabilidad de enviarme, para poder trabajar en la viña del Se- ñor, y utilizar las pocas fuerzas que me concede para mi salvación y la de los que él quiera confiarme. Dos veces he querido ir a postrarme a sus pies, he llegado hasta Nantua y siendo obligado a detenerme allí y volverme con lágrimas en los ojos a mi miserable soledad, desde donde recurro a su bondad y espero que su Excelencia, por su mediación quiera echar sobre el más pequeño de sus súbditos, una mirada favorable. Por supuesto que se hará siempre, como el deber más sagrado, de obede- cer en todo a sus dignos superiores. Obligado a permanecer en medio de los más violentos bandidos mi desdicha no podría ser más grande; todos los días han sido para mí, días de muerte. Pero to- do está olvidado, al verme bajo la protección de un tan sabio y responsable prelado y de su digno vicario general. Tengo el honor de suscribirme de Ud. Su muy humilde y obediente servidor. Rey, Sacerdote y Párroco. De Giron, 30 julio 1802 521

HNO. ENZO BIEMMI Anexo 3 INVENTARIO DE LA IGLESIA DE BELLEYDOUX (1804) Inventario de la iglesia de Belleydoux, realizado por los mayordomos, 15 mesidor año XII (4 julio 1804), registro de fábrica p. 49, A.P. de Belleydoux. Nosotros los mayordomos de fábrica, en presencia del alcalde y del Sr. cura pá- rroco de dicho municipio, hacemos el inventario de los objetos que se encuentran en la dicha iglesia. 1º Un cáliz de estaño [sic] con una patena [sic] de cobre 2º Una custodia de hierro blanco 3º Un copón que el Sr. José Taborin  1 miembro del consejo de fábrica, ha donado a la iglesia de este municipio, en cobre plateado 4º Un incensario de cobre donado a la iglesia de Belleydoux por el dicho José Ta- borin, con su naveta también de cobre 5º Una botella de hierro blanco para el aceite 6º Una lámpara para llevar el Santísimo 7º Una lámpara para alumbrar durante los oficios, en cobre blanco 8º Dos libros de canto 9º Un calderillo portátil de hierro blanco 10º Dos manteles viejos del altar [sic] y uno nuevo de muselina 11º Otro mantel a medio usar donado por Luisa Truche, mujer de Poncet 12º Tres tapetes verdes para cubrir los tres altares [sic] 13º Una casulla de todo color, en seda, nueva, adornada 14º Una casulla negra, nueva, de tela adornada 15º Otras cuatro casullas viejas de lana [sic] sin adornos, una roja, otra verde, otra violeta y negra y otra de todo color. La violeta y negra ha sido donada por el Sr. Sebastián Monet Cattin a la iglesia de Belleydoux (1) Se trata del abuelo paterno de Gabriel Taborin. 522

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX 16º Un alba [sic] nueva, adornada, en muselina 17º Otra alba usada 18º Dos sobrepellices [sic] un combado y otro en tela 19º Un sobrepelliz fuera [sic] de uso 20º Tres cíngulos: uno de hilo de seda y los otros dos de hilo 21º Amito nuevo y otros tres casi usados 22º Dos purificadores 23º Cuatro corporales: dos nuevos y dos a medio uso 24º Un chal nuevo de seda de franjas falsas 25º Dos misales: uno nuevo, otro viejo 26º Un estandarte gris de bordes rojos donado por el Sr. Mermet Ojeunesse 27º Una Campanilla donada por el susodicho Sr. Mermet Ojeunesse 28º Una bolsa corporativa para llevar el sacramento 29º Una estola blanca y violeta a medio usar 30º Tres manteles blancos para cubrir el altar del rosario Los firmantes, encargados de la fábrica del municipio de Belleydoux con la pre- sencia del alcalde y del Sr. cura, reconocemos el estado arriba detallado, como ver- dadero. A excepción del Señor José Taborin, iletrado, [...] en fe de lo cual hemos firmado el presente sincero y verdadero. En Belleydoux el 15 de mesidor, año doce Firmado: Poncet tesorero, Claudio Mermet, Rey sacerdote 523

HNO. ENZO BIEMMI Anexo 4 CUESTIONARIO DE LA ENCUESTA DIOCESANA DE 1804 Cuestionario del 8 pluvioso, año XII (29 enero 1804) a los señores Curas y ecónomos de la diócesis de Lyon, Archivos del Arzobispado de Lyon, citado por JACOLIN Pedro, La vida parroquial en el departamento del Ain, al día siguiente del Concordato 1803- 1806 Lyon, D.E.S., 196, pp. 87-88. M... Sírvase procurarse lo antes posible una respuesta exacta a estas diversas pre- guntas que nos pide el gobierno. — ¿Tiene usted alguna pensión eclesiástica? — ¿De qué bienes y rentas ha conservado la propiedad? — ¿Tiene usted alojamiento o casa parroquial comunal? — ¿Tiene huerta o fondo de terreno destinado a su provecho? Usted no dude de que el Gobierno no se preocupa de manera especial de su si- tuación ya que nos invita a darle estas instrucciones preliminares. Pero mientras deseamos que no dilate la respuesta a estas preguntas, espera- mos al mismo tiempo, que al informarnos de su situación temporal, nos trace el cuadro religioso y moral de su parroquia, que le recordamos en las orientaciones particulares que siguen: — ¿Cuántos católicos hay en su parroquia? — ¿Todos los habitantes son católicos? — ¿Frecuentan los sacramentos? — ¿Son asiduos a los oficios de la Iglesia? — ¿Cuál es la asistencia del catecismo? — ¿Cuántos niños de los dos sexos frecuentan el catecismo? ¿Cuáles son los días y horas? 524

HNO. GABRIEL TABORIN: EL DESAFÍO DE UN RELIGIOSO LAICO EN EL SIGLO XIX — ¿Se interrumpe durante el verano, cuánto tiempo? — ¿Hay hospital u hospicio en su parroquia? — ¿Cómo este Hospital u hospicio está asistido espiritualmente? — ¿Tienen escuelas para niños del pueblo de uno y otro sexo? — ¿Por quién están atendidas estas escuelas? — ¿El municipio quisiera confiar las escuelas a Hermanos o Hermanas de las Escuelas Cristianas? — ¿Tiene algún pensionado de niños o niñas y quiénes son los maestros o maestras? — ¿Tienen congregaciones o cofradías del Rosario, del Santísimo u otras en la parro- quia? — ¿Tiene alguna sociedad de buena obras o medios para tenerla? — ¿En qué estado está su Iglesia, sacristía, campanario? — ¿En qué estado los altares, los ornamentos, las imágenes de los santos? — ¿En qué estado el cementerio?  ¿Está cerrado por muros? ¿han sacado las cruces? — ¿Ha introducido la oración en común en la tarde, y la meditación del Evangelio en familia, y el canto de cánticos para los niños, para reemplazar las canciones profanas? — Sus parroquianos tienen la santa costumbre de tener en sus casas agua bendita, el crucifijo, la imagen de la Virgen? — ¿Los libros de la Iglesia, de piedad, los catecismos, la vida de los santos, la Imita- ción de Cristo, las epístolas, los evangelios, están al alcance de los parroquianos? — ¿Tiene algún bien, edificación, buenas obras que quiera indicar? He aquí las principales cuestiones que su Eminencia el Cardenal Arzobispo de- sea que conteste en seguida. No dudamos que su celo, le hará responder a sus de- seos. Nos sentimos en la obligación de anunciarle que al mes, a partir de la fecha de esta carta, le remitiremos el cuadro general de las parroquias, de acuerdo a los da- tos que recibamos de usted. Sería penoso que su nombre no figurara en el cuadro. Le saludamos con afecto. Lyon, el pluvioso, año 12 Gauffet Courbon Renaud Vicario General. 525

HNO. ENZO BIEMMI Anexo 5 RESPUESTA DE JOSÉ REY AL CUESTIONARIO DE 1804 Respuesta de José Rey al cuestionario del 8 pluvioso año XII (2 enero 1804) Cantón de Oyonnax, Archivos del Arzobispado de Lyon, 2.II.43. Sin fecha, (1804). Respuesta de José Rey, ecónomo del municipio de Belleydoux, sucursal, a las preguntas del gobierno. Gozo de una pensión eclesiástica. No tengo ningún bien, ni renta. No tengo ni habitación, ni casa parroquial comunal. No tengo una huerta, ni fondo de terrenos a mí servicio. Cuadro religioso y moral de la parroquia de Belleydoux Católicos en mi parroquia, alrededor de 900. Todos los habitantes son católi- cos. Todos frecuentan los sacramentos y son asiduos a los oficios religiosos. Los ca- tecismos son frecuentados por cerca de 80 niños de los dos sexos. El catecismo se hace de las 8 a las 9 de la mañana y se interrumpe obligatoria- mente en verano, en el tiempo de trabajo y de las labores. No hay escuela todavía, pienso habrá una dentro de poco. Hay una cofradía del Santísimo y una del Rosario La iglesia está en mal estado, lo mismo que la sacristía, y el campanario ha sido totalmente demolido. Los altares han sido algo restablecidos, los pocos ornamentos que tenemos de lana son viejos y casi fuera de uso. El cementerio está ocupado todavía por los escombros del campanario y no te- nemos en la iglesia ningún cuadro, ni imagen de santos. Las cruces han sido resta- blecidas. En la mayor parte de las familias se hace la oración de la tarde en común y rue- go a los jefes de velar por ello con cuidado. En las casas hay agua bendita, crucifijos e imágenes de la Virgen. 526


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